"Lo fundamental era estar al lado del pueblo, impulsarlo a la lucha. No había que olvidar que nosotros, los comunistas, éramos los organizadores, sólamente el armazón. He aquí lo que no se podía olvidar un sólo instante. Y entonces ninguna fuerza enemiga sería capaz de quebrantarnos" Alexéi Fiódorov

Capítulo cuarto: UN GRAN DESTACAMENTO parte 11 de 13

En primavera, la alimentación de los guerrilleros empeoró consi­derablemente. Los campesinos apenas si podían ayudarnos. Tam­bién a ellos se les habían acabado las reservas. Los aviones venían ahora muy de tarde en tarde, a causa del mal estado del suelo y de las casi continuas lluvias.

Mas, a pesar de todo, el destacamento seguía aumentando. Incluso tuvimos que limitar temporalmente la admisión. Nos falta­ban municiones, y, como siempre, sobre todo para las armas de fabricación nacional. Casi todos los días teníamos encuentros con el enemigo.

La táctica del traslado frecuente desorientaba a los alemanes. Los fascistas suponían que en todos los bosques de Chernígov habían aparecido guerrilleros. Pero, en realidad, era nuestro desta­camento regional que hacía vida de nómada. Después de que hubo desaparecido la nieve, era mucho más difícil descubrir nuestras huellas. A mediados de mayo, los árboles se cubrieron de hojas y nos fue mucho más fácil camuflamos.

Después del combate de marzo, al oír el concierto a petición de los guerrilleros, nos enteramos con exactitud, por vez primera, de que el número de destacamentos guerrilleros era muy grande. Como es natural, suponíamos que existían, que no era posible que no existiesen. Pero ahora ya sabíamos con seguridad que los guerri­lleros actuaban en los bosques de Oriol, Kíev, Bielorrusia, en una palabra, en todas partes donde un grupo de hombres armados tenía alguna posibilidad de ocultarse de los ojos del enemigo.

Después del combate de marzo, los invasores comprendieron que rodear y peinar el bosque era superior a sus fuerzas. Lo único que podían hacer era bloquear los lugares de concentración de los guerrilleros. A partir del verano de 1942, los invasores expertos, los cuadros, por decirlo así, que llevaban ya tiempo desempeñando diversos cargos en los distritos soviéticos ocupados, comprendieron que no conseguirían liquidar el movimiento guerrillero, como lo exigía Hitler.

De vez en cuando, al recibir las órdenes correspondientes, los invasores trataban de atacarnos. Pero se esforzaban fundamental­mente por ser, al menos, dueños de las ciudades, aldeas y caminos. Habían elaborado un complicado sistema de defensa de las vías férreas y carreteras más importantes. En los poblados, sobre todo en aquellos en que se habían instalado las tropas de ocupación, talaban los árboles y los arbustos, rompían las vallas y las sustituían por alambradas de espino.

Los alemanes se veían obligados entonces a mantener fuerzas muy considerables en la retaguardia y en los caminos que condu­cían al frente. Cada puesto estaba defendido por una sección de soldados, cuando menos. En los nudos ferroviarios, incluso en los de segundo orden, como, por ejemplo, Priluki, había un regimiento entero.

Al principio de la guerra, los soldados alemanes consideraban una gran suerte el ser destinados a las unidades de retaguardia. Pero la situación había cambiado radicalmente. Los destacamentos puni­tivos y de vigilancia se convirtieron en lugares adonde eran enviados los incursos en alguna falta. Los soldados alemanes iban sobre todo de muy mala gana a las localidades rurales y los pequeños pueblos de los distritos que eran frecuentemente atacados por los guerrille­ros.

Los destacamentos guerrilleros constituían ya una fuerza amena­zadora. A principios de 1942, en Moscú se organizó el Estado Mayor Central del movimiento guerrillero. Todos los destacamen­tos algo considerables de Ucrania, Bielorrusia, de las regiones de Oriol, Kursk, y, más tarde, los de los distritos meridionales del país, establecieron sistemática comunicación por radio con Moscú, con el Mando Supremo del Ejército Rojo, recibiendo desde allí instruc­ciones y la ayuda necesaria.

No me he planteado como tarea el escribir la historia de nuestro destacamento. En este libro se trata sólo de cómo los comunistas de Chernígov que quedaron en la clandestinidad superaron todas las dificultades, organizaron y dirigieron la resistencia popular frente a los invasores y cómo el Comité Regional del Partido se creó e1 gran destacamento.

A fines de marzo, se nos unió el destacamento de los guerrilleros de Oriol, al mando de Márkov. Mejor dicho, no fue Márkov el que vino a nosotros, sino nosotros los que fuimos a donde él estaba, a los bosques de Zlinka. Allí tropezamos con otro grupo de guerrilleros, también bastante numeroso, al mando de Lévchenko. Dicho grupo comenzó igualmente a actuar de acuerdo con nosotros. Por primera vez se creó una guarnición guerrillera.

Aceptamos este nombre para que los destacamentos que acaba­ban de unirse a nosotros conservaran su autonomía administrativa. Los dos destacamentos mencionados habían comenzado su activi­dad mucho antes de fusionarse con nosotros. Tenían sus tradicio­nes. Además, ellos eran de Oriol, y nosotros de Chernígov. No acabábamos de decidirnos a fusionar destacamentos de diversas regiones, aunque esto no tenía gran importancia desde el punto de vista de los principios. Yo, como jefe del destacamento más impor­tante, fui nombrado jefe de la guarnición, y Márkov, Yariómenko y Lévchenko, suplentes míos.

En una reunión conjunta de todos los jefes con el Comité Regional del Partido de Chernígov, se decidió que la tarea funda­mental del momento era organizar ataques a los caminos por donde se abastecía a los frentes.

Alexéi Sadilenko, el hombre más alto de nuestra unidad, fue nombrado jefe de la sección de minadores. Era de los salidos del cerco, y en el ejército también se había dedicado a esos trabajos. Su sección dependía directamente del Estado Mayor. El núcleo de su sección estaba constituido por voluntarios, hombres de un valor sin límites. Los primeros que manifestaron su deseo de ser minadores fueron: Serguéi Kóshel, un zapador de veintidós años y miembro del Komsomol; Misha Kovaliov, también zapador; Vasia Kuznetsov, un siberiano de diecinueve años, buscador de oro.

Su historia es interesante. Llegó a nuestro destacamento no hacía mucho, después del combate en Stáraia Guta. Allí se casó con Marina, una muchacha koljosiana. Vivía a escondidas, al pare­cer, esperaba permanecer allí hasta que llegara el Ejército Rojo. Pero su joven mujer, Marina, era de otra opinión. Un di’a le dijo que recogiera sus cosas y lo llevó al bosque. En pocas palabras, obligó a luchar a su joven marido. También ella se convirtió en una buena guerrillera y exploradora.

— Me daba pena de ella —nos explicaba más tarde Vasia—. Pen­saba que se ofendería si se me ocurría decir una sola palabra sobre la guerrilla. Mientras que Marina pensaba para sus adentros que yo era un cobarde. En fin, que no nos entendimos.

Y, en efecto, Vasia Kuznetsov pronto nos demostró que no era un cobarde. Desde los primeros días entró en el grupo de los sabo­teadores. Primero colocó minas en las carreteras, y después se dedicó a la “vía”, es decir que salía con un grupo a las vías de ferrocarril.

A continuación, se apuntaron: Tsimbalist, ex director de una escuela media; Nikolái Denísov, paracaidista; Vsiévolod Klókov, teniente de ingenieros; nuestro viejo conocido Petia Románov, Volodia Pávlov, estudiante del Instituto del Transporte, de Moscú.

La actividad combativa de la sección de minadores se organizaba habitualmente de un modo muy sencillo. En cada operación parti­cipaban dos o tres, todo lo más cinco, especialistas minadores; su obligación consistía en colocar las minas. Como tenían que alejarse del campamento a grandes distancias, a veces a cien kilómetros y pico, era demasiado arriesgado enviarlos a una expedición seme­jante sin grupo de apoyo. Además, los convoyes alemanes, como norma, iban acompañados de escolta: treinta o cuarenta soldados con automáticos y dos o tres ametralladoras. Casi todas nuestras operaciones en las vías férreas transcurrían con combate. Por ello, a los minadores les acompañaba un grupo de apoyo constituido por veinte o veinticinco hombres. Al frente poníamos a alguno de nues­tros jefes.

Hombre de excepcional valor personal, Grigori Vasílievich Balitski, se había convertido en el alma de las expediciones de minadores. A veces, marchaba con su grupo por dos o tres semanas. Y en una ocasión tardó en volver más de un mes.

En mayo y junio de 1942, nuestros minadores hicieron desca­rrilar veintiséis trenes militares. De ellos, once le correspondieron al grupo de Balitski.

Ahora, para nosotros está claro que en 1942, las operaciones realizadas por nuestros minadores no eran más que débiles ensayos de escolares. Obrábamos sin sistema. Otra cosa fueron en 1943 y 1944. En esos años actuábamos ya siguiendo un gráfico, y hacía­mos descarrilar en un día hasta diez trenes. En el verano de 1942, no podíamos ni soñar con operaciones de esa magnitud.

Sin embargo, ya por aquel entonces nuestros minadores no hicieron poco. En marzo, cuando todo estaba aún cubierto de nieve, se alejaban a decenas de kilómetros del campamento, salían a las vías férreas y, soportando los rigores del invierno, esperaban días enteros la llegada del tren. El tráfico estaba casi interrumpido a causa de las tormentas de nieve. Los minadores tenían que reali­zar un trabajo que no les gustaba y que calificaban de “trabajo de peones”: volar puentes, vías férreas y cañerías de desagüe.

Naturalmente, también esto causaba bastante daño a los invasores. En marzo y a principios de abril, nuestros muchachos volaron cinco puentes y estropearon más de cuatrocientos metros de vía térrea en lugares distintos, claro.

En mayo, cuando acampamos en los bosques de Zlinka y Novo ­Zíbkov, cerca de las vías férreas, pudimos hacer mucho niáç. Ya no había nieve y los trenes circulaban normalrneniu. Poí la línea de Gómel — Briansk pasaban todos los días hacia el frente unos sesen­ta trenes. La actividad combativa de nuestros grupos de minadores obligó a los alemanes a suspender el tráfico nocturno de trenes, y de día no pasaban ya más que ocho o, como máximo, diez trenes.

Desde que nos empezaron a enviar trilita y amonal por avión, en el destacamento aumentó el gusto por los “trabajos explosivos”. Cuando el destacamento atacaba un poblado de alguna importan­cia, inutilizaba las empresas industriales, las centrales eléctricas y los depósitos situados en edificios de piedra.

En Gordéievka, cabeza de distrito, durante una operación que no duró más de media hora y mientras las demás compañías y secciones combatían, nuestros minadores volaron la fábrica de alcohol, la de aceite, la central eléctrica, el depósito de víveres, varios tractores y autos.

En Koriukovka, los muchachos de la sección de minadores des­trozaron la estación ferroviaria, volaron los raíles en veinticuatro puntos, liquidaron todos los cruces y agujas, los aparatos de trans­misiones y señales, volaron e incendiaron una serrería mecánica, un almacén de madera, un depósito de combustible y otro de forraje.

***

En el ataque a Koriukovka, del cual hemos hablado en el capí­tulo anterior, se distinguió el especialista en minas Filip Yákovle­vich Krávchenko. El lector seguramente recordará al ingeniero ferroviario que intenté construir minas de los proyectiles de artillería Yo entonces le prohibí aquellos peligrosos experimentos, y Krávchenko se marchó de exploración a la importantísima carre­tera Gómel — Bajmach — Járkov.

Volvió al campamento... al cabo de cinco meses. Volvió cuando ya no estábamos en los bosques de Reimentárovka. En este tiempo los alemanes quemaron su aldea natal de Samotugui, fusilaron a su madre y a su padre. Durante este tiempo, como el lector sabe, ya habíamos creado algunos grupos de sabotaje que hacían incursiones en el ferrocarril de Gómel — Bajmach y habían logrado hacer ex­plotar veintiséis convoyes del enemigo. Muchos hombres alcanza­ron la gloria en su actividad de dinamiteros y saboteadores: Balitski, Pávlov, Klékov y otro Krávchenko, Fiódor Iósifovich. Todos ellos más tarde fueron Héroes de la Unión Soviética.

A pesar de no encontrarnos en sus lugares natales, Filip Yákovle­vich Krávchenko, por su particular carácter, después de despedirse de los restos de sus padres, abandonó las cenizas de su aldea y se dirigió en nuestra busca. Nos encontró. Nos conté de sus largas andanzas y sufrimientos, de cómo perdió a sus compañeros y con­tinué actuando en solitario... Llegó hasta los alrededores de Járkov, se recorrió —con todas sus dificultades— casi mil kilómetros andan­do por caminos y bosques con riesgo constante de su vida.

En estos cinco meses logramos contactar con el Estado Mayor del frente Sur-Oeste, venían a nuestro campamento aviones que nos traían material y en primer lugar trilita y detonantes; llegaba tam­bién nuevo personal, auténticos especialistas: exploradores, ra­distas...

Incorporamos a Filip Krávchenko a uno de los grupos de diver­sión, se convirtió en dinamitero, utilizaba minas de reconocida garantía. Sin embargo, una vez empleó su invento.

Hacía tiempo nuestro ingeniero dijo: “Tarde o temprano lo comprenderán. Aquí en este “polígono” empieza la historia de la gloria guerrillera”. La frase era orgullosa y demasiado solemne. Sin embargo, ahora, muchos años después, yo me adhiero a aquellas palabras.

Es de notar que el propio Filip Krávchenko, después de pasar la penosa escuela de la guerrilla, ganó en sencillez y yo diría que hizo su “rodaje”. Se deshizo de las frases altisonantes y presuntuosas, se acostumbré poco a poco a la autocrítica.

Después de la guerra no pocas veces conté de su vida y labores en nuestra agrupación. También narré la operación de Koriukovka.

DE LOS RELATOS
DE LOS GUERRILLEROS EN LA POSGUERRA
Habla F. Ya. Krávchenko
 

Una vez, durante el invierno, el alto mando y el Comité Regional decidieron realizar una importante operación. En el anterior combate fui herido por la metralla de una granada. El médico me fue extrayendo los trozos de metralla, pero la mano me supuraba y los dedos no me funcionaban bien. Sin embargo, al enterarme de que íbamos a atacar el centro distrital de Koriukovka, donde los alemanes habían logrado hacer que funcionara la fábrica de azúcar y algunas serrerías, de que allí por un ramal ferroviario llegan algunos trenes que se llevan lo robado, me fui corriendo al jefe del Estado Mayor Dmitri lvánovich Rvánov y le dije:

— Me han dicho que usted dirigirá el ataque contra Koriukovka. Allí yo me sé todas las entradas y salidas, permítame participar, y más aún si se prevé alguna operación con explosivos.

Dmitri Ivánovich miró mi mano vendada y preguntó:

— ¿Puede disparar?

— Soy un dinamitero reconocido. Aunque tenga los dedos heri­dos, todavía se mueven, o sea que puedo ser útil. Y más aún cuando hay que destruir la estación ferroviaria. En esta labor, como ingeniero de transporte, puedo escoger los puntos principales para paralizar por largo tiempo la circulación de los trenes.

 

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