"Lo fundamental era estar al lado del pueblo, impulsarlo a la lucha. No había que olvidar que nosotros, los comunistas, éramos los organizadores, sólamente el armazón. He aquí lo que no se podía olvidar un sólo instante. Y entonces ninguna fuerza enemiga sería capaz de quebrantarnos" Alexéi Fiódorov

Capítulo primero: EN VISPERAS DEL COMBATE parte 16 de 16

Entonces yo vivía y actuaba con todos. No podía distanciarme y ver lo que me rodeaba —tanto el campamento y sus hombres como a mí mismo— con ojos de persona extraña. Pero ahora recuerdo, veo el campamento aquel maldito día con cierta distancia.

El bosque ya estaba blanco. La nieve, aunque todavía no profunda, cubría el suelo y las ramas de los árboles. Los refugios, como pequeños oteros, casi pasaban desapercibidos. Tan sólo se veían los trazos oscuros de los senderos. Por los senderos entre los refugios pasaban hombres con fusiles. A veces se reunían en grupos, miraban a los lados y alarmados murmuraban algo...

En uno de los refugios, igual a los demás, estaban reunidos los jefes. ¡Y cuántas veces se reunían! ¿Qué podían decidir? Porque también ellos eran hombres y debían comprender que la fuerza quiebra la paja, y nosotros éramos comá paja frente a los alemanes. Alrededor, en todos los pueblos y aldeas importantes, rondaba el enemigo. Alemanes sanotes, bien comidos y vestidos iban en autos, hablaban por teléfono, dormían en tibios lechos bajo seguros tejados. Allí a nuestro lado, en torno a nuestro bosque, los había a millares. Y, en caso de necesidad, podían pedir tanques, aviación, artillería...

Los jefes se aconsejan. Los centinelas conducen al refugio del Estado Mayor a un muchachito de unos quince años. El muchachito está todo cubierto de escarcha. Habla en voz muy alta, casi a gritos.

La gente sale corriendo de sus refugios.

— ¿Qué pasa?

Los jefes callan. No importa, los guerrilleros ya se las arreglarán para conocer la verdad. Preguntan a los centinelas:

— ¿Quién ha venido?

— Creo que uno de Kozliánichi. Se llama Vasiuk.

— ¿Qué Vasiuk es éste?

— El hermano del ayudante de Fiódorov.

— ¿Y por qué está mojado?

— Dice que ha venido a nado. Dice que allí las cosas andan muy mal. Ha llegado un destacamento de castigo de las SS.

Llega alguien más. También trae malas noticias. Otra vez malas.

Nos reímos un poco cuando hacen salir del bosque un carro. Un peludo caballejo cubierto de escarcha va arrastrando un trineo de ramiza. Al lado, caminan dos viejos. Al encuentro de ellos salen de su refugio los jefes.

— ¿Qué hacéis aquí?

— Vamos en busca de ramiza.

El centinela les interrumpe:

— No les hagan caso. Van con ramiza al bosque.

— Perdone, señor. Hemos perdido el hacha y por eso hemos dado la vuelta...

— ¿Cómo es que, habiendo vivido veinticuatro años bajo el Poder soviético, en tres meses de ocupación te has olvidado de la palabra "camarada"?

— Por esa palabra nos pegan.

— ¿Y por qué tu compañero se pasa sin el "señor"? ¿Es que no le pegan los alemanes? ¿Acaso le consideran de los suyos?

—El segundo viejo sonríe y dice:

— Me faltan los dientes. Dije una vez señor, y me pegaron...

Registramos los trineos. Debajo de la ramiza yacen abrazados un delgaducho muchachito hebreo y una chica morena de unos dieciséis años. Ambos tiemblan helados y callan...

— ¿Qué mercancía es ésa? ¿Eh, tú señor? ¡Cuenta!

— ¿Es verdad que sois guerrilleros?

Y los viejos cuentan. Los dos adolescentes buscaron refugio en su aldea. Dijeron que eran komsomoles y hermanos. De apellido Nepómniaschi. De Mena. Las SS que aparecieron en Mena fusilan, ahorcan y violan a las muchachas... Y los guerrilleros locales están mal armados... se han dispersado...

La gente con fusiles se mira. Sonríen con expresión hosca. Tampoco ellos están bien armados...

Vuelven los enlaces, regresan los exploradores...

Los alemanes han ocupado Gúlino. El grupo de caballería al mando de Loshakov y Druzhinin se ha replegado al bosque sin ofrecer resistencia.

Desde Dobrianka, que dista de nosotros ochenta kilómetros, llega el grupo dirigido por Marusia Skripka. Hay en su grupo un tal Artozéiev, un chaval muy valiente, según dicen los que lo conocen. Sin embargo también esos camaradas trajeron tristes nuevas. El destacamento de Dobrianka ha sido destrozado en tenaces combates. Su jefe, Yavtushenko, que era al mismo tiempo el secretario del Comité de Distrito, pereció en un combate. Epshtein, el presidente del Comité Ejecutivo de Distrito, está gravemente herido, tal vez de muerte.

Los de Dobrianka son siete. Comen y explican. Tienen prisa por tragar, por hablar. En todos caminos hay alemanes. En coches, en motor, y centenares de magiares a caballo...

Desde Chernígov comunican: el grupo del camarada Tolchkó ha caído en las garras de la Gestapo. Después de largas torturas todos han sido fusilados, En la ciudad hay decenas de horcas. De una de ellas penden un hombre y una mujer con las cabezas tapadas con sacos; no se les ven los rostros, pero en el pecho tienen prendido un rótulo, en caracteres de imprenta. En el de cadáver de la mujer se lee: "María Démchenko"; y en el del hombre: "Fiódorov"*.

— ¡Pero cómo es posible! A Fiódorov, aquí le tenéis, ante vuestros propios ojos. Y Démchenko ni siguiera es de la región de Chernígov y se marchó con la evacuación.

Los mensajeros se encogían de hombros.

— No sabemos.

De Koriukovka regresa Balitski con sus muchachos. Resulta que es verdad lo que ha contado Krivda. Los alemanes han ocupado y quemado la aldea. A la vuelta, los exploradores pasaron por donde antes estaba el destacamento de Koriukovka. Encontraron los refugios destrozados y a siete guerrilleros muertos. ¿Dónde estarán los restantes? ¿Se habrán marchado? ¿O, tal vez, han caído prisioneros?

Desde todos los extremos de la región, la gente se abre paso hacia nosotros, hacia nuestras chozas subterráneas, cubiertas de nieve. No se oye más que: fusilados, asesinados, detenidos...

Y es que el bosque tampoco es una fortaleza. Ni es tan grande ni espeso.

Tan sólo se hizo oscuro, cuando se empezó a ver un gran resplandor sobre Koriukovka. Y en otra parte también las nubes se iluminaron de rojo.

En el campamento parecía reinar la turbación y el desconcierto. Un espectador de fuera no habría percibido un espíritu de ofensiva, una actividad meditada, un plan único y firme.

Pero, en realidad, los jefes, encerrados en el refugio del Estado Mayor, elaboraban tenazmente el pian de una operación ofensiva. Claro está que los dirigentes, y yo entre ellos, tampoco podían acoger con tranquilidad los alarmantes informes de los exploradores y enlaces. Pero no había más que una salida de la situación creada: pasar a la ofensiva.

Por extraño que parezca, nuestra ventaja principal consistía en la seguridad que los alemanes tenían en sí mismos. Desde Pogoreltsi nos informaron que la guarnición alemana se había instalado allí con toda comodidad. Los alemanes comían y bebían mucho, organizaban por las noches alegres francachelas y dormían desvestidos.

En Pogoreltsi había muchos. No menos de quinientos. Nos causé una gran alegría saber que nuestros exploradores habían encontrado entre la población local, profundas simpatías y ardientes deseos de ayudar a los guerrilleros. Gracias a los koljosianos, en el plano dibujado por Rvánov iban apareciendo nuevos puntos explorados, cada vez más numerosos: el Estado Mayor, nidos de ametralladoras, parques de automóviles, depósitos de municiones, de combustible, las casas donde se alojaban el mayor Schwalbe y el teniente Ferrenz.

El que más nos ayudé fue Vasia Korobkó, un muchachito de catorce años, alumno de la escuela de Pogoreltsi. Era un chico campesino, delgadito y moreno. Hacía tiempo que venía pidiendo que se le admitiese en el destacamento; ya habla hablado de ello varias veces con Balabái.

— Lléveme, Alexandr Petróvich. Soportaré todas las pruebas. Soy pequeño, y podré meterme en todas partes. ¡ No tendré miedo a nada!

Sin embargo, Balabái no se atrevió a llevárselo. Entonces Vasia le rogó que, al menos, le diesen alguna tarea. Le aconsejamos que entrase a trabajar en la comandancia alemana, instalada en el edificio del antiguo Soviet Rural.

— ¿Para limpiarles las botas a los alemanes? —preguntó sombrío Vasia.

— ¿No has dicho que estabas dispuesto a soportar todas las pruebas? En efecto, estuvo barriendo el suelo y limpiándoles las botas a los alemanes. Supo ganarse sus simpatías hasta tal punto, que ni siquiera sospecharon de él cuando apareció en la misma puerta de la comandancia una octavilla, tirada en nuestra imprenta forestal.

A raíz de aquello se armó en Pogoreltsi un alboroto espantoso. Los alemanes levantaron las tablas del suelo de cinco casas. Por lo visto, habían decidido que, como la imprenta era clandestina, tenía que estar, en efecto, debajo del suelo.*

Por conducto de Balabái, Vasia nos entregó un plano detalladísimo de Pogoreltsi, dibujado por él mismo. La casa donde vivía el comandante aparecía en corte transversal.

— Esta es la cama —explicaba Vasia—. En la cama, con la cabeza hacia la ventana, está el comandante en persona. Para que no os confundáis, le he pintado una svástica en la cabeza.

En la noche del 29 de noviembre vino a vernos la pionera Galia Gorbach, muy agitada, y nos contó lo siguiente:

— En nuestra casa está alojado el alemán más misterioso. Es oficial. Y su ordenanza es guapo como un oficial. Cuando todos duermen, ellos dos cuchichean. Tienen una maleta especial que esconden para que nadie la vea: tan pronto la cubren con tr8pos, como la bajan a la bodega. Ayer fueron a la cuadra y la enterraron entre el estiércol.

— ¿Y qué crees tú que habrá en esa maleta?

— No lo sé. Y mi madre tampoco lo sabe. Ellos cuchichean, y nosotros escuchamos al lado de la ventana. Pero hablan en alemán, y no los entendemos.

Como es natural, dimos las gracias a Galia. Y pedimos que hiciese extensiva a su madre nuestra gratitud de guerrilleros. Quisimos darle un acompañante, pero ella se negó. No tendría más de catorce años. Antes de marchar, nos pidió, con los ojos encendidos:

— Dadme una granada, si no os da lástima desprenderos de ella. Una sola. Polia Gorodash tiene tres, pero es muy tacaña. Aunque somos muy amigas, no quiere darme una por nada del mundo.

— ¿Y para qué quieres tú una granada?

Sonrió maliciosa.

—La gente dice que tenéis cuarenta cajas de granadas de ésas, y tal vez más. Vosotros las tenéis aquí, ociosas, y yo tiraría una,..

Kapránov se echó a reír entusiasmado. Enjugándose las lágrimas, repetía sin cesar:

— ¡Qué muchacha! ¡Esta sí que es una guerrillera!

Lo llamé y le dije en voz baja que diera a Galia unos cuantos caramelos. Instantáneamente se puso serio.

— No tengo, Alexéi Fiódorovich.

Tuve que repetir la orden. La cumplió de mala gana. Pero ta muchacha, cosa extraña, no pareció alegrarse del regalo, Lo aceptó, eso sí, pero a mi parecer estaba seriamente ofendida de que no e hubiésemos dado la granada.

Sentí grandes deseos de decirle que pronto nos volveríamos a ver.

El 30 de noviembre, por la tarde, se dio en el campamento el toque de generala; había entrado en vigor una orden preparada hacía mucho: todas las secciones debían ponerse en marcha y salir, durante la noche, a un lugar conocido por el nombre de Los Alamos, donde se encontraba el destacamento de Pereliub, para llevar a cabo una operación conjunta.

El tiempo nos era propicio. Se había desencadenado una ventisca espantosa. La luna tan sólo apareció después de la medianoche. La marcha fue muy dura, pero, en cambio, pasó completamente desapercibida, como era nuestro propósito.

El 1º de diciembre, a las doce del día, en el bosque cercano a Los Alamos se encontraron los guerrilleros de los cuatro destacamentos. El encuentro fue emocionante. Por fin se había llegado a la fusión de hecho. Ahora el destacamento unificado contaba con unos trescientos hombres.

Pero los alemanes ni siquiera nos dejaron descansar después de la dura caminata. A la una de la tarde una unidad enemiga —seguramente una compañía—, que había llegado en varios camiones, desplegó y comenzó a peinar el bosque.

Sin duda, aquella noche, el servicio alemán de exploración había permanecido inactivo y los fritzes estaban seguros de que lo mismo que antes, sólo tendrían que habérselas con el pequeño destacamento de Balabái. Todos unidos arrollamos al enemigo en diez minutos. Los alemanes huyeron, dejando abandonados dieciséis mu ertos.

Y entonces se puso de manifiesto que entre nosotros había muchos valientes. Nuestros muchachos habían contraatacado con brío y coraje. En el combate se distinguió Artozéiev. Al principio, hacía fuego desde un parapeto, pero cuando los alemanes echaron a correr, se levantó cuan alto era —y lo era mucho— y salió de allí persiguiéndoles. ¡Parecía una fiera! La rabia se le notaba incluso en todo el cuerpo: corría por el campo con sus largas piernas sin dejar de gritar. Pero no lograba dar alcance a los alemanes. De pronto vimos que en plena carrera cayó de una manera muy rara. Todos creíamos que estaba herido. Pero Artozéiev se incorporó de un salto y echó a correr de nuevo. Alcanzó a dos fritzes y estuvo trabajando con la bayoneta y con la culata hasta que los tumbé a los dos.

Más tarde, supimos que Artozéiev se había descalzado: las botas le estaban grandes y le estorbaban. Las tiró y, descalzo, echó a correr por la nieve, en pos de los alemanes.

Teníamos en él destacamento a un combatiente llamado Yuli Siñkiévich. Parecía un hombre callado y modesto. Todos le considerábamos cobarde, hay que reconocerlo, pero en el encuentro liquidé a tres alemanes. ¡Menudo cambio dio el hombre! Ahora le daba palmadas a Artozéiev; incluso comenzó a comer más y exigió de Kapránov doble ración de alcohol. Y por la tarde, cuando todos cantaban y bailaban al lado de las hogueras, Siñkiévich se puso a limpiar cuidadosamente su fusil.

Fue un pequeño ensayo. Los combatientes no sabían aún lo que les esperaba aquella noche. Muchos se asombraron cuando, a las diez, se les ordenó apagar las hogueras con nieve y dormir un poco.

A las dos de la madrugada despertamos a todos. Cada compañía, sección e incluso escuadra recibió una tarea precisa. A las 4.30, todos se habían aproximado ya a las posiciones de partida. A las 5.00, Rvánov apreté el gatillo de su pistola de señales.

* Más tarde se supo que los alemanes "ahorcaron" de este modo a muchas personas que el pueblo conocía. Simplemente preparaban de antemano las inscripciones y luego las ponían sobre los cadáveres de los ahorcados. Me habían 'ahorcado" tres veces en Chernígov, dos en Nezhin y, además, otras varias veces en centros de distrito.

* Juego de palabras intraducible: en ruso "clandestina" es "podpólnaya" que literalmente significa "debajo del suelo" (N. del Trad.)

 

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