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La revolución es una prueba de fuerza abierta entre las fuerzas sociales en lucha por el poder.
El Estado no tiene fin en sí mismo. Es simplemente un instrumento de trabajo en las manos de la fuerza social dominante. Como cualquier instrumento, tiene sus mecanismos motores, de transmisión y de ejecución. La fuerza motriz es el interés de clase, cuyo mecanismo consiste en la agitación, la prensa, la propaganda de iglesia, de escuela, de partido; la manifestación callejera, la petición y la sublevación. El mecanismo de transmisión es la organización legislativa de los intereses de casta, dinastía, capa o clase, bajo el signo de la voluntad divina (absolutismo) o nacional (parlamentarismo). El mecanismo ejecutor finalmente es la Administración, con la policía, los tribunales, las cárceles y el ejército.
El Estado no tiene fin en sí mismo sino que es el más perfecto medio de organización, desorganización y reorganización de las relaciones sociales. Según en qué manos se encuentre, puede ser la palanca para una revolución profunda o el instrumento de una paralización organizada.
Cualquier partido político que merezca ese nombre trabaja para conquistar el poder gubernamental, a fin de poner el Estado al servicio de la clase cuyos intereses representa. La socialdemocracia, como partido del proletariado, aspira naturalmente a la dominación política de la clase obrera.
El proletariado crece y se fortalece con el crecimiento del capitalismo. En este sentido, el desarrollo del capitalismo es equivalente al desarrollo del proletariado hacia la dictadura. Pero el día y la hora en que el poder ha de pasar a manos de la clase obrera no dependen directamente de la situación de las fuerzas productivas sino de las condiciones de la lucha de clases, de la situación internacional y, finalmente, de una serie de elementos subjetivos: tradición, iniciativa, disposición para el combate...
Es posible que el proletariado de un país económicamente atrasado llegue antes al poder que en un país capitalista evolucionado. En 1871 se hizo cargo conscientemente de la dirección de los asuntos públicos en el París pequeño-burgués, aunque sólo por un periodo de dos meses; pero ni por una sola hora tomó el poder en los grandes centros capitalistas de Inglaterra o de los Estados Unidos. La idea que la dictadura proletaria depende en algún modo automáticamente de las fuerzas y medios técnicos de un país, es un prejuicio de un materialismo «económico» simplificado hasta el extremo. Tal idea no tiene nada en común con el marxismo. En nuestra opinión la revolución rusa creará las condiciones bajo las cuales el poder puede pasar a manos del proletariado (y, en el caso de una victoria de la revolución, así tiene que ser) antes de que los políticos del liberalismo burgués tengan la oportunidad de desplegar completamente su genio político.
En el periódico americano The Tribune escribió Marx 13, resumiendo los resultados de la revolución y de la contrarrevolución de 1848-1849: «La clase obrera alemana está, en comparación con la inglesa o la francesa, igual de atrasada en su evolución sociopolítica que la burguesía alemana en comparación con la burguesía de esos otros países. De tal amo, tal siervo. El desarrollo de las condiciones necesarias para la existencia de un proletariado numeroso, fuerte, concentrado e inteligente va mano a mano con el desarrollo de las condiciones necesarias a la existencia de una burguesía numerosa, acomodada, concentrada y poderosa. El movimiento obrero mismo nunca es independiente, nunca comprende exclusivamente un carácter político hasta que todas las diferentes partes de la burguesía, sobre todo su parte más progresista, los grandes propietarios de fábricas, no han conquistado el poder político transformando el Estado según sus necesidades. Entonces ha llegado el momento en que el conflicto inevitable entre los señores de las fábricas y los obreros asalariados se aproxima amenazante y ya no puede ser aplazado por más tiempo 14 ». El lector conoce probablemente esta cita ya que, en los últimos tiempos, los marxistas librescos han abusado de ella frecuentemente. La han puesto de relieve como argumento irrefutable contra la idea del gobierno obrero en Rusia. «De tal amo, tal siervo». Si la burguesía rusa no es lo suficientemente fuerte corno para encargarse de la autoridad pública, entonces menos aún se puede hablar de una democracia obrera, es decir del dominio político del proletariado.
El marxismo es sobre todo un método de análisis -no del análisis de textos sino del de las relaciones sociales-. ¿Es justo, en Rusia, que la debilidad del liberalismo capitalista signifique a todo trance la debilidad del movimiento obrero? ¿Es justo, en Rusia, que un movimiento proletario independiente no sea posible antes de que la burguesía haya conquistado la autoridad pública? Basta con plantear estas preguntas para reconocer el desesperado formalismo de pensamiento contenido en el intento de convertir un comentario histórico relativo de Marx en un teorema secular.
El desarrollo de la industria fabril en Rusia tuvo, en los periodos de prosperidad industrial, un carácter «americano»; pero las dimensiones efectivas de nuestra industria capitalista parecen enanas en comparación con la industria de los Estados americanos. Cinco millones de personas --el 16,6 % de la población trabajadora-- están ocupadas en la industria transformadora de Rusia; el número correspondiente en los Estados Unidos es de seis millones --el 22,2 %--. Estas cifras expresan todavía poco comparativamente; sin embargo, dan una idea clara si tenemos presente que la población rusa es casi el doble de la americana. Pero a fin de poder figurarse las auténticas dimensiones de la industria en estos dos países, hay que señalar que, en América en el año 1900, los talleres, fábricas y grandes empresas artesanas vendían mercancías por un valor de 25 000 millones de rublos, mientras que Rusia, en la misma época, producía en sus fábricas y empresas mercancías por un valor de menos de 2 500 millones de rublos 15.
El número de proletarios industriales, su grado de concentración, su nivel cultural y su importancia política dependen, sin duda, del grado de desarrollo de la industria capitalista. Pero esta dependencia no es directa; entre las fuerzas productivas de un país y las fuerzas políticas de sus clases se interponen, en cada momento, diferentes factores sociales y políticos de carácter nacional e internacional, que pueden llevar la configuración política correspondiente a unas condiciones económicas en una dirección inesperada, e incluso cambiarla por completo. Aunque las fuerzas productivas de la industria en los Estados Unidos son diez veces más grandes que las nuestras, el papel político del proletariado ruso, su influencia en la política internacional, en la política de nuestro país, y la posibilidad de tener influencia en la política internacional en un futuro próximo es incomparablemente mayor que el papel y la importancia del proletariado americano.
Kautsky, en su trabajo sobre el proletariado americano, recientemente editado, señala que no hay ninguna analogía directa e inmediata entre las fuerzas políticas del proletariado y la burguesía, por un lado, y el grado de desarrollo capitalista, por el otro. «Son sobre todo dos Estados -dice- que se contraponen como dos extremos, y de los cuales cada uno contempla el efecto desproporcionadamente fuerte (es decir mayor de lo que corresponde al nivel de su desarrollo) que produce cada uno de estos dos elementos del modo de producción capitalista: América la clase de los capitalistas, Rusia la de los proletarios. En América, más que en ningún otro lugar, se puede hablar de la dictadura del capital. El proletariado en lucha, en cambio, no ha obtenido, por ningún concepto, la importancia que en Rusia, y esta importancia tendrá que aumentar, y lo hará, ya que este país tan sólo acaba de comenzar a contemplar luchas de clase y de concederles, en cierto modo, un cierto margen de libertad para su libre desenvolvimiento». Después de la mención de que Alemania puede estudiar, en cierta medida, su futuro en Rusia, Kautsky continúa: «La verdad es que constituye un fenómeno peculiar el que sea precisamente el proletariado ruso quien deba indicarnos nuestro futuro, no en lo que toca a la organización del capital sino en lo que toca a la rebelión de la clase obrera; pues Rusia es el Estado más atrasado entre los grandes Estados del mundo capitalista. Eso parece estar en contradicción con la concepción materialista de la historia, según la cual el desarrollo económico forma la base del político. Sin embargo está solamente en contradicción con aquella clase de concepción materialista de la historia que presentan nuestros adversarios y críticos que entienden por ello un patrón hecho y no un método de investigación 16 ». Estas líneas hay que recomendarlas especialmente a la atención de aquellos marxistas nacionales que sustituyen el análisis independiente de las relaciones sociales por la interpretación de textos preseleccionados por ellos y aplicables a todos los casos de la vida. ¡Nadie compromete el marxismo tanto como estos marxistas nominales!
Por tanto, siguiendo a Kautsky, Rusia está caracterizada en el terreno económico por un nivel relativamente bajo del desarrollo capitalista, y en la esfera política por la falta de importancia de la burguesía capitalista y por el poder del proletariado revolucionario. Esto conduce a que la lucha por los intereses de toda Rusia corresponda a la única clase fuerte actualmente existente, al proletariado industrial.
«Como consecuencia de esto al proletariado industrial le corresponde una gran importancia política; por lo tanto, la lucha en Rusia por la liberación del pulpo asfixiante del absolutismo ha llegado a ser un duelo entre éste y la clase de obreros industriales, un duelo en el cual el campesinado otorga un apoyo importante pero sin que pueda desempeñar un papel dirigente 17».
Todo esto, ¿no nos da derecho a concluir que el «siervo» ruso puede llegar al poder antes que su «amo»?
Hay dos clases de optimismo político. Uno puede sobrestimar sus fuerzas y las ventajas de una situación revolucionaria y proponerse tareas cuya realización no está permitida por las correlaciones de fuerzas dadas. Pero a la inversa, también uno puede reducir, de una manera optimista, sus objetivos revolucionarios señalándose un límite que inevitablemente sobrepasaremos en virtud de la lógica de la situación.
Se puede restringir el marco de todas las cuestiones relativas a la revolución afirmando que nuestra revolución es, en su finalidad objetiva y, por tanto en sus resultados inevitables, una revolución burguesa; y se pueden cerrar los ojos ante el hecho de que la figura principal de esta revolución burguesa es el proletariado que, en el transcurso de la revolución, es llevado al poder.
Alguien puede consolarse pensando que, dentro del marco de una revolución burguesa, la dominación política del proletariado será sólo un episodio pasajero; y se puede también echar en olvido el hecho de que el proletariado, una vez en posesión del poder, no lo cederá de nuevo sin una resistencia desesperada, no lo soltará hasta que le sea: arrebatado por las armas.
Hay quien puede consolarse con el hecho de que las condiciones sociales de Rusia todavía no están maduras para un orden económico socialista, sin considerar que el proletariado en el poder es empujado inevitablemente, por toda la lógica de su situación, a dirigir estatalmente la economía.
La definición sociológica general de lo que es una revolución burguesa no determina en absoluto las tareas político tácticas, las contradicciones y los problemas que se presentan en el caso de una revolución burguesa concreta.
En el marco de la revolución burguesa de finales del siglo XVIII, cuya tarea objetiva era conseguir el dominio del capital, la dictadura de los sans-culottes resultaba posible. Esta dictadura no era un episodio meramente pasajero sino que configuraba todo el siglo siguiente; y ello pese al hecho de haber fracasado rápidamente a causa del reducido marco de la sociedad burguesa.
En la revolución de comienzos del siglo XX, pese a ser igualmente burguesa en virtud de sus tareas objetivas inmediatas, se bosquejó como perspectiva próxima la inevitabilidad o, por lo menos, la probabilidad del dominio político del proletariado. El propio proletariado se ocupará, con toda seguridad, de que este dominio no llegue a ser un «episodio» meramente pasajero tal como lo pretenden algunos filísteos realistas. Pero ahora podemos ya formular la pregunta: ¿Tiene que fracasar forzosamente la dictadura del proletariado entre los límites que determina la revolución burguesa o puede percibir, en las condiciones dadas de la historia universal, la perspectiva de una victoria después de haber reventado este marco limitado? Aquí nos urgen algunas cuestiones tácticas: ¿Debemos dirigir la acción conscientemente hacia un gobierno obrero, en la medida en que el desarrollo revolucionario nos acerque a esta etapa, o bien tenemos que considerar, en dicho momento, el poder político como una desgracia que la revolución quiere cargar sobre los obreros, siendo preferible evitarla?
¿No tenemos que darnos por aludidos por las palabras del político «realista» Vollmar 18 sobre los comunalistas de 1871 de que, en lugar de tomar el poder les hubiese sido mejor echarse a dormir?