El profesor Svechin, de nuestra Academia Militar, ha llevado a cabo
la crítica del programa de milicia. Su tarea debe demostrar que
la milicia es generalmente poco útil desde el punto de vista militar,
incompatible con una época de guerra civil, y que representa una
supervivencia no viable de la democracia ideológica.
El punto de partida del autor es en extremo sencillo: la milicia es
el reflejo en armas de todo el pueblo, de todas las clases y de todos los
partidos. Cuando sobreviene una guerra civil, no obstante, solamente un
partido, una clase única, puede empuñar las riendas del poder.
Una dictadura de ese tipo se verá tanto mejor asegurada cuanto más
apartado de la diformidad de las milicias esté el ejército
y cuanto más "penetrado por el espíritu corporativo propio
de los regimientos" se halle cada uno de éstos.
Un ejército capaz de actuar es impensable sin la autoridad del
comando; en su condición de instructores escolares, los comandantes
de milicia no dispondrían de la menor autoridad real.
De allí la conclusión: "Devolved al cuartel sus características
maravillosas y utilizad sus cualidades para modelar con filigrana al soldado
rojo conforme, al modelo que actualmente languidece en los campos de batalla.
Entonces veréis sonrisas y manos tendidas; habrá pan, y las
ruedas de las fábricas volverán a girar."
Al aniquilar de tal modo la milicia, el profesor Svechin se formula
una pregunta complementaria: ¿por qué los dirigentes soviéticos
del ejército no renuncian a su ideal de milicia? El académico
militar tiene pronta la réplica: porque, fijáos, "¡no
tienen el coraje de romper con el viejo programa de milicia de la segunda
Internacional!" ¡Dáos cuenta de lo mucho y bien que avanzamos!
¡Y pensar que hay individuos que acusan gratuitamente a los especialistas
militares de no querer aceptar los fundamentos de la nueva concepción
del mundo! Debemos reconocer, es cierto, que el artículo de Svechin
no señala con mucha claridad si su autor arregla sus propias cuentas
con la Segunda Internacional en su carácter de partidario secreto
de la Tercera o como bonapartista semiclandestino. ¿O acaso está
sencillamente pasmado de admiración frente al campo de Wallenstein?
Volvamos a los argumentos políticos y militares contra la milicia.
Según Svechin, la milicia no puede ser, como hemos visto, "roja",
pues es el reflejo de todas las clases y de todas las tendencias del conjunto
del país. Sin embargo, ¿en qué difiere esta situación
de la del ejército regular? Basado en la conscripción general,
el ejército regular también refleja todos los antagonismos
de una sociedad de clases. Después de haber expulsado a las clases
poseyentes, el proletariado las ha desarmado y en seguida les ha prohibido
el acceso a su nueva organización militar, a fin de sostener y reforzar
su propia dictadura. El profesor Svechin ha olvidado únicamente
un ínfimo detalle: el carácter de clase del Ejército
Rojo y las bases rigurosamente clasistas de la general instrucción
militar excluyen de esta última a todos los ciudadanos que exploten
el trabajo ajeno o que se han deshonrado en la actividad contrarrevolucionaria.
El ejército de milicia no pasa, con todo, por el cuartel, pese
a las "maravillosas cualidades" de éste. La milicia es incapaz de
dar a sus regimientos "el indispensable espíritu corporativo". ¡Tan
santa creencia en la fuerza soberana del cuartel parece un poco inoportuna
en 1919 para un oficial del antiguo ejército ruso! El "maravilloso
cuartel", capaz de cincelar filigranas, no ha salvado nada ni a nadie.
Pero no solo nuestro cuartel ruso no ha salvaguardado nada, sino que el
más cuartel de todos los cuarteles, el mejor pensado, el más
metódico, el mejor acabado, esto es, el cuartel alemán, tampoco
ha logrado hacerlo. Parece que el profesor Svechin no quiere o no puede
reflexionar en ello. Ha oído vagamente hablar del hundimiento de
la Segunda Internacional, pero no ha oído absolutamente nada acerca
del hundimiento de los ejércitos formados por el cuartel. Esto,
ya lo veis, no figura entre sus atribuciones.
Svechin se refiere a los militantes armados de julio de 1918 y deduce
lo siguiente: "Durante la guerra civil solo es posible considerar una milicia
del partido, dado que, con su influencia moral y educativa, el partido
reemplaza al cuartel hasta cierto punto."
No está tan mal dicho. En efecto, las mejores características
que Svechin concede al cuartel son enseñadas por el partido comunista:
disciplina, capacidad de actividades armónicas, sumisión
del individuo a la colectividad, sacrificio de sí. Nuestro partido
realmente ha dado, y continúa haciéndolo, una educación
como esa a sus miembros; ya no hace falta probarlo. ¡Pero lo ha hecho
y lo hace aún afuera del cuartel!
Además, los métodos del partido son diametralmente opuestos
a los del cuartel, que Svechin desearía eternizar.
El cuartel es compulsivo; desde todo punto de vista, el partido es
una asociación voluntaria. El cuartel es jerárquico; el partido
es una democracia ideal. El partido ha quedado constituido en las más
rudas condiciones de la clandestinidad; llamaba a una lucha plena de abnegación,
sin prometer ni distribuir recompensas. Y hoy, convertido en fuerza dirigente
del país, el partido comunista encarga a decenas y centenas de miembros
suyos las más difíciles tareas y les confía los puestos
de mayor responsabilidad, los más peligrosos. Pese a todas las pruebas,
la disciplina del partido sigue siendo firme e inconmovible. Por lo demás,
los vínculos del partido son libremente consentidos, y no impuestos.
El partido es diametralmente opuesto al cuartel.
Se diría que el profesor Svechin ha olvidado que, con su disciplina
libremente consentida, el partido revolucionario -clandestino- entabló
la lucha con el milagroso cuartel todopoderoso, que lo venció y
que arrancó el poder de las manos de las clases que extraían
sus fuerzas de las cualidades embrutecedoras ("maravillosas") del cuartel.
En la medida en que actualmente es imposible generalizar la instrucción,
y debido a las mismas razones, también es imposible emprender una
campaña de construcción cultural y social. Nos vemos forzados
no solo a dejar para más adelante la organización de la enseñanza
generalizada, sino también a cerrar las escuelas soviéticas.
Si soy atacado en mi taller y echo mano a la culata de un fusil inconcluso
para hacer frente a mi enemigo, eso no significa en modo alguno que el
fusil sea inútil o esté inadaptado a la situación.
Significa, simplemente, que se me ha impedido por el momento terminarlo,
pero que, después de poner k.o. al bandido con la culata inconclusa,
terminaré mi fusil; por lo tanto, estaré mejor armado y mejor
defendido.
Necesitamos un nuevo "respiro" histórico, más o menos
prolongado, a fin de reorganizar nuestras fuerzas armadas sobre fundamentos
de milicia y hacerlas así incomparablemente poderosas. Eso nos permitirá
por otra parte utilizar con mayor amplitud y de un modo más sistemático
para la reorganización de las fuerzas armadas ese método
más profundo y seguro del que el propio profesor Svechin dice "que
en cierta medida remplaza al cuartel", es decir, el método de la
educación comunista. Durante una nueva tregua histórica de
mayor duración se formarán excelentes cuadros en el actual
Ejército Rojo, cuadros que serán capaces de desarrollar y
consolidar la educación general y la formación de un ejército
de milicia.
El profesor Svechin tiene desde luego razón cuando declara que
el partido sólo remplaza al cuartel "hasta cierto punto El partido
en su condición de tal no imparte educación militar a sus
miembros, y precisamente estamos discutiendo acerca del ejército.
Nadie podrá negar, sin embargo, que si tres mil miembros del partido
siguieran durante dos o tres meses una escuela militar ("un cuartel") llegarían
a formar un excelente regimiento. Los comunistas, constructores conscientes
de un mundo nuevo, no tienen necesidad de una "educación" de cuartel.
Solo necesitan un aprendizaje militar; gracias a su receptividad y a sus
ideas, aprenden con mayor rapidez lo que se les enseña. Esto significa
que para ellos una práctica en el cuartel equivale a un simple curso
militar de breve duración. Por otra parte, toda la clase obrera,
el pueblo trabajador en su conjunto, no es otra cosa que la inmensa reserva
del partido comunista; las capas más atrasadas se alzan a un nivel
superior, engendrando un número siempre creciente de elementos conscientes
y llenos de iniciativa. La revolución despierta, enseña,
educa... El analfabetismo y el oscurantismo son condiciones poco favorables
para el desarrollo de la milicia. La tarea histórica fundamental
del poder soviético consiste, precisamente, en sacar a las masas
trabajadoras de su existencia vegetativa semihistórica, del oscurantismo
criminal que durante tanto tiempo las ha explotado sometiéndolas
a un filigranado condicionamiento en los cuarteles erigidos en perlas de
la creación. Si el profesor Svechin se imagina que el partido comunista
ha tomado el poder para remplazar el cuartel tricolor por el cuartel rojo,
entonces quiere decir que está muy lejos de haber asimilado los
programas de las tres Internacionales.
Objetar que en la milicia los mandos no tendrían autoridad verdadera
alguna es dar prueba de una sorprendente ceguera política. ¿Acaso
la actual autoridad de la dirección del Ejército Rojo ha
sido engendrada por el cuartel? Cualquier responsable subalterno, sea el
que fuere, sabría contestar esta pregunta. Hoy por hoy, la autoridad
de mando no descansa en las virtudes salvadoras enseñadas en los
cuarteles, sino en la autoridad del poder soviético y del partido
comunista. El profesor Svechin parece sencillamente ignorar que se ha producido
una revolución, una revolución que ha cambiado de manera
radical el estado de ánimo del trabajador ruso. Para él,
el mercenario del campo de Wallenstein, analfabeto, borracho, embrutecido
por el catolicismo y comido por la sífilis; el aprendiz parisiense
que bajo la conducción de periodistas y abogados tomó la
Bastilla en 1789; el obrero sajón miembro del partido socialdemócrata
en la época de la guerra imperialista, o el proletario ruso, que
por primera vez en la historia ha tomado el poder, son en todos los casos
carne barata de cañón para el filigranado condicionamiento
del cuartel. ¿No es injuriar a toda la historia de la humanidad?
Según Svechin, la guerra civil no permite crear una milicia.
¿Permite fundar un ejército regular? La guerra civil comienza
ante todo por destruir el ejército, que no nació de la guerra
civil, sino que la precedió. La guerra civil victoriosa funda en
seguida un nuevo ejército, de acuerdo con su propio criterio y a
su imagen.
En el sentido estrechó adoptado por Svechin, es decir, en el
sentido de una guerra clasista limitada a una sola y misma nación,
¿es verdaderamente la guerra civil una ley inmutable de la existencia
social? La guerra civil significa un período transitorio, agudo,
hacia un nuevo régimen. Irá seguido por la dominación
plenamente consolidada de la clase obrera; al no encontrar ya obstáculos
interiores, ésta llevará a cabo su trabajo cultural y social
integrando definitivamente en la trama orgánica de la nueva sociedad
a los antiguos elementos burgueses, sin dar motivo social ninguno para
el desarrollo de otras clases con sus intereses y pretensiones. Después
de haber sacado adelante la totalidad de esa tarea, la dictadura del proletariado
se disolverá a su vez, sin escorias, en un nuevo régimen
comunista, esto es, en una armoniosa sociedad colectiva que, debido a su
organización misma, excluirá toda posibilidad de guerra intestina.
El régimen comunista no tendrá necesidad de cuartel alguno
para la instrucción de sus miembros, como no la tenía la
sociedad primitiva de pastores y cazadores -todos iguales- para defender
en común sus pastos, sus presas y sus familias contra un enemigo
exterior. Un inmenso adelanto histórico, con todas las conquistas
que implica, se habrá recorrido, claro está, entre las tribus
cazadoras primitivas y la comunidad de existencia comunista. Estos polos
tendrán, no obstante, un punto común: la sociedad primitiva
no estaba aún dividida en clases; la sociedad comunista ya habrá
superado la división en clases. Ni por un lado ni por el otro hay
antagonismo de intereses. Por eso en el momento de peligro la participación
voluntaria y consciente en el combate de todos los miembros de la comunidad
militarmente instruidos está asegurada por adelantado, sin espíritu
"corporativo" artificial.
El desarrollo del orden comunista se llevará a cabo paralelamente
al desarrollo intelectual de la gran masa del pueblo. Lo que hasta ahora
el partido sólo ha dado principalmente a los obreros adelantados,
la nueva sociedad lo dará cada vez más al conjunto del pueblo.
Al inculcar en sus miembros un indispensable sentimiento de solidaridad
interna y hacerlos capaces de entablar un combate colectivo pleno de abnegación,
el partido "ha remplazado" en cierto sentido al cuartel. También
la sociedad comunista poseerá esa capacidad, pero en una escala
incomparablemente superior. En su más amplia acepción, el
espíritu de cooperación es el espíritu del colectivismo.
No ha sido engendrado exclusivamente por el cuartel, sino que también
puede serlo por una escuela bien comprendida, particularmente si la instrucción
va ligada al trabajo físico. Puede asimismo florecer en una comunidad
de trabajo y desarrollarse por la práctica juiciosa y generalizada
del deporte. Si la milicia de la nueva sociedad extrae su savia de los
grupos naturales económico-profesionales, de las comunas lugareñas,
de los colectivos municipales, de las asociaciones industriales y de las
sociedades de actividad locales -unificadas interiormente por la escuela,
la asociación deportiva y las condiciones de trabajo-, entonces
la milicia poseerá un espíritu de "corporación" incomparable
y de una calidad claramente superior al de los regimientos formados en
los cuarteles.
Svechin mismo sabe de un ejemplo de milicia "capaz de combatir". Es
la "Landwehr" alemana (1813-1815), creada cuando toda Alemania no vivía
más que de un sentimiento único, cuando reinaba la más
profunda paz y profesores y estudiantes acudían a engrosar las filas
de la "Landwehr". El profesor Svechin pone de relieve el ejemplo alemán
para demostrar que, toda milicia capaz de batirse exige un nivel superior
de la conciencia nacional. Por ello hay que comprender, sin duda, que el
nivel de desarrollo nacional de la Rusia de 1919 es inferior al de la Alemania
de 1813. ¿Cabe imaginar afirmación más ridícula,
más caricaturesca, más históricamente mentirosa? Unas
cuantas centenas de estudiantes alemanes le ocultan al profesor militar
el oscurantismo, la ignorancia y la esclavitud -política y espiritual-
do los obreros y los campesinos de la Alemania de comienzos del siglo XIX.
Y los pocos estudiantes eternos a los que Svechin identifica, en virtud
de su formación burguesa, con el pueblo alemán eran infinitamente
menos conscientes que las decenas y centenas de miles de obreros rusos
de vanguardia. Aquellos estudiantes envejecidos en los bancos de la universidad
conocían, por supuesto, todos los verbos griegos irregulares, ¡pero
sabían mucho menos que ciertos profesores de la Academia Militar
en cuanto a las leyes que rigen la evolución de la sociedad humana!
¡Y no es poco decir!
El profesor Svechin tiene perfecta razón cuando dice que la
Alemania de los años 1813-1815 no conoció la guerra civil.
Los elementos de vanguardia de la burguesía reflejaban por entonces
los intereses de las clases soñolientas del pueblo alemán
en su lucha contra los agresores extranjeros. Era guerra de liberación;
la burguesía desempeñaba un papel progresista y contaba con
el sostén activo o pasivo de las masas populares.
Reorganizar una economía arruinada, reconstruir y desarrollar
la industria, proceder de modo que los productos de ésta se vuelvan
accesibles al campesino, establecer un justo sistema de intercambios económicos
entre la ciudad y el campo, proporcionarle al campesino cotonadas, herraduras,
médico, agrónomo y escuela: esa es la manera en que se puede
asegurar un vínculo profundo entre la ciudad y el campo y establecer
la cabal unanimidad de las masas populares de todo el país. Para
hacerlo necesitamos un largo respiro. Durante ese lapso el proletariado
eliminará las últimas secuelas del capitalismo, reconstruirá
la industria, asegurará la unidad del pueblo trabajador y creará
así mejores condiciones para un ejército de milicia.
Es importante preparar y discutir a tiempo los elementos fundamentales
-técnicos y militares- de la milicia. No se trata de una improvisación.
Svechin tiene toda la razón cuando dice que la milicia alemana de
1813 no fue capaz de batirse sino al cabo de un año y medio o dos
años. ¿Pero estaba organizada esa milicia, adiestrada, basada
en una seria instrucción militar de las masas populares? No. Descansaba
únicamente en impulsos, en improvisaciones. Quien ve la milicia
a través de ese prisma no puede desde luego creer en su capacidad
combativo. Pero una milicia no se improvisa. La conscripción comunista
y su predecesora, la conscripción de clase, deben ser preparadas
y organizadas con toda la seriedad asignada a un ejército regular.
Ahora bien, en tal caso, ¿para qué el futuro ejército?
Pues "el poder soviético -escribe Svechin con extemporáneo
humor- ha prometido que ya no entablará guerra alguna, a no ser
que se trate de una guerra civil". Es cierto. Hemos prometido no entablar
guerra alguna de agresión, anexión o rapiña, esto
es, guerras imperialistas. Nunca hemos sido y nunca seremos servidores
de los intereses de dinastías, de capas privilegiadas o del capital.
Esto significa, ahora bien, que la clase obrera rusa, habiendo expulsado
a los explotadores y establecido un régimen proletario en su país,
entiende defender su nuevo régimen con todas sus fuerzas, con heroísmo
y entusiasmo, contra toda agresión exterior. Y si ello revela ser
necesario, la clase obrera rusa socorrerá al proletariado rebelde
de cualquier otro país que quiera poner fin al reinado de la burguesía.
El desarrollo de la revolución en Europa puede proporcionarnos
un respiro de uno, dos o tres años. Es difícil preverlo.
En nuestra época los caminos de la historia están menos delineados
que nunca. El impulso revolucionario que hemos dado a Occidente puede dársenos
vuelta, dentro de tres, cinco o diez años, en forma de ataque imperialista
del capital norteamericano o asiático-japonés. Paralelamente
al desarrollo y consolidación de nuestro régimen social,
es importante para nosotros fundar y reforzar sobre las mismas bases un
nuevo sistema de fuerzas armadas, un ejército de milicia. El actual
Ejército Rojo nos proporcionará los cuadros necesarios. La
participación del cuartel será reducida al mínimo
estricto. La sociedad armoniosamente construida dispensará la necesaria
educación de la disciplina y la solidaridad, pues se alimenta de
las ideas comunistas y habrá de realizarlas.
Las mofas y chanzas del profesor Svechin respecto de la imperfección
de la instrucción militar general no valen, quizá más
que todas las burlas de la intelligentzia filistea a propósito de
las dificultades de la industria, el trasporte, y el abastecimiento y a
propósito, también, de las contradicciones de la construcción
comunista en las terribles condiciones de las secuelas de la guerra imperialista
y del cerco mundial. Lo sabihondo es, en cambio, la afirmación del
académico militar que pretende que nos aferramos a la milicia simplemente
porque todavía no hemos renunciado del todo a la ideología
de la Segunda Internacional. Mucho tememos que el honorable profesor no
se haya aventurado a fondo en un campo que le es bastante extraño,
y tenemos muy buenas razones para pensar que nuestro autor ha estudiado
la diferencia entre la Segunda Internacional y la Tercera Internacional
con arreglo a cierta instrucción militar general de una duración
extremadamente reducida, esto es, de más o menos noventa y seis
horas...