Una comparación se ha impuesto en el curso de los debates: la
analogía existente entre la construcción del Ejército
Rojo y la del ejército ruso durante el primer período de
la Gran Guerra Septentrional. Justamente hace poco tuve ocasión
de leer algunos libros dedicados a ese período, y la similitud no
dejó de sorprenderme. Es dable observarla mediante la comparación
de las primeras fases de un proceso parecido. Pedro el Grande renovó
íntegramente el ejército, o poco menos. También nosotros.
En el enfoque mismo de la construcción se intentaron algunas racionalizaciones
y se ensayaron algunas tentativas para organizar de manera inteligente
el ejército, sin seguir tan solo la tradición. He ahí
una primera semejanza. No siempre el éxito coronó aquellas
tentativas, y por una y otra parte se cometieron graves errores.
Importa subrayar que la construcción del ejército de
Pedro el Grande no es la única en parecerse a la organización
del Ejército Rojo; lo es también todo el período de
transición hacia los ejércitos regulares de Europa en los
siglos XVI y XVII, que tiene rasgos comunes con nuestra época. La
necesidad de un ejército permanente posibilitó la creación
de un ejército regular ampliamente adiestrado. En sus comienzos
el ejército regular parecía bastarse a sí mismo; las
cosas se acomodaron a ello, y hasta no hace mucho se establecía
la táctica en función de sus necesidades.
En su infancia, el Ejército Rojo -que todavía no ha salido
de esa época- sorprendía por su inmovilidad táctica
y por su temor a los movimientos de flancos; era típico del siglo
XVIII. ¿Cómo explicarlo? Nuestro desarrollo individual -por
individuo entiendo aquí al ejército- se efectúa en
función de lo que existe y de lo que es característico. El
desarrollo del niño es un cuadro típico de la evolución
de toda la humanidad, en escala menor, no hace falta decirlo. El hombre
de la época primitiva andaba en cuatro patas; luego, acumulando
poco a poco experiencia, comenzó a andar erguido. Para crear un
ejército es lo mismo. Pedro el Grande comenzó por el principio.
También nosotros, y hemos seguido los pasos de desarrollo de cualquier
otro ejército: de los guerrilleros hemos pasado, o estamos haciéndolo,
al ejército regular. Sería muy interesante seguir la evolución
del arte militar en el curso de los siglos y deslindar los rasgos característicos
de la transición de una época a otra o de un siglo a otro.
Científicamente hablando, la analogía entre nuestra época
y la de la Gran Guerra Septentrional no se debe al azar; está basada
desde el punto de vista científico, aunque sea muy limitada. Por
lo demás, es explicable: estamos repitiendo cierta fase de la evolución
del ejército de Pedro el Grande. Una interesante analogía
es dable hallar, por ejemplo, en las relaciones con los especialistas.
En tiempos de Pedro el Grande eran extranjeros; las masas populares aguardaban
ser traicionadas o engañadas en cualquier momento. Hace poco, y
debido a la ruptura entre el antiguo y el nuevo ejército, se había
presentado la desconfianza; desapareció poco a poco, en la medida
en que nuevos jefes militares salieron del seno mismo de la masa y sintieron
la necesidad de instruirse con los especialistas. En tiempos de Pedro el
Grande los grandes capitanes se instruían con los extranjeros y
aprendían, así, a respetarlos. Se puede citar muchas otras
similitudes por el estilo.
Paso al problema de saber cómo organizar un ejército
en tiempos de guerra. Ha habido aquí oradores que han vinculado
de un modo milagroso este problema al de la milicia; además, la
palabra misma de "milicia" ha sido empleada a tontas y a locas. Un orador
ha llegado incluso a identificar la milicia con las bandas de Majno. En
rigor se puede hallar analogías entre la época de Pedro el
Grande y la nuestra, pero comparar las bandas de Majno con la milicia es
cosa que me supera. ¿Qué es la milicia? Si se la opone al
ejército regular, ¿cuáles son entonces las características
de éste? Un largo aprendizaje en los cuarteles, cierta comunión
psicológica, automatismo. Si en las bandas de Majno las cosas no
suceden así, listo: estamos sin ninguna duda, ante la milicia. Permitidme,
sin embargo, haceros observar que una milicia no se crea tan solo en función
de condiciones negativas; también necesita condiciones positivas.
Veamos las cosas de otro modo. Se han citado cifras. Al principio había
dos cuerpos de ejército; luego, sensiblemente, más. Esto
significa que existía un terreno propicio a su desarrollo. Es verosímil
que los contingentes posteriores no hayan asimilado por completo el aprendizaje
del cuartel, o que lo hayan hecho mucho antes y consiguientemente lo hayan
olvidado. Por lo tanto también aquí estamos ante dos tercios
de milicia. Si por milicia entendéis una noción algo vaga,
sinónimo de ejército rápidamente formado al margen
del cuartel, entonces tenéis razón. En este sentido, durante
la guerra imperialista todos los ejércitos eran ejércitos
de milicia, y ello sobre la muy limitada base del ejército regular.
Pero nosotros, ¿qué queremos? Queremos exactamente lo contrario.
Queremos crear un ejército regular sobre la base de un ejército
de milicia. Más de tres millones de soldados del ejército
zarista se han rendido. ¿Qué ejército regular es éste
en el que una masa tan considerable se rinde? No es un ejército
regular; es la peor cara de una milicia, un rebaño desunido pese
a sus fusiles. Los mejores regimientos de primera línea no se rendían
de esa manera; era diferente. Tanto la base como los cuadros eran poco
numerosos. El límite de la guerra mundial es el agotamiento de todos
los recursos de la nación.
En el curso de estos debates se ha propuesto crear de una sola vez
setenta y cinco cuerpos de ejército; más valdría trasformar
toda la nación en ejército regular y organizar otra nación
que alimentara a la primera. Son puras utopías. La división
del trabajo es inevitable. Uno trabaja la tierra, otro cuida los rebaños,
un tercero va a la guerra y un cuarto se prepara para ello. Desde el punto
de vista cuantitativo, Alemania ha hecho lo más que se podía
hacer por su ejército. En el trascurso del último año
de la guerra, Francia hizo aun más. ¿Y con eso? Tan fundamental
división mostró ser asimismo demasiado limitada, y desde
comienzos de la guerra hubo regimientos activos y regimientos de reserva.
Poco después, cuando los regimientos de reserva habían sido
bombardeados y se habían vuelto inutilizables, Joffre eliminó
esa diferencia. Los regimientos de reserva estaban compuestos por una masa
sin instrucción, por una "milicia", en el sentido corriente de la
palabra.
Como los alemanes poseían las mejores vías férreas,
los mejores cuarteles y las mejores escuelas, su "milicia" era mucho más
eficaz que la nuestra, fruto de nuestra pobreza, del atraso y la ignorancia
del campesinado, etc.
¿Qué querernos ahora? Queremos crear un ejército
regular que descanse en la milicia concebida como sistema de educación.
Se trata igualmente, a este propósito, de la capacidad de hacer
frente a una guerra exterior o interior. Este problema ha sido encarado
de un modo demasiado esquemático en nuestras discusiones. Surge
de éstas que nuestro Ejército Rojo no se halla al parecer
en condiciones de combatir, a no ser en el interior, y que se hace necesario
crear un nuevo ejército para el exterior. Imposible ponerse de acuerdo.
Tomemos el ejemplo de la gran revolución francesa. El ejército
francés se forjó entonces casi como el nuestro. Casi, porque
el cambio no fue tan profundo. La revolución burguesa, aun cuando
radical, destruyó solo a medias el antiguo ejército, y el
ejército nuevo se formó por amalgama, sobre la base de la
general conscripción militar. Se creó en primer lugar para
sofocar las rebeliones interiores. Pero al mismo tiempo los ingleses desembarcaron
y hacia la Vandea se dirigieron tropas para aplastar la sublevación;
por lo tanto, el ejército no existía tan solo para llevar
a cabo tareas internas. Como era de esperar, al principio aquel ejército
no servía para nada. Evolucionó en el proceso de la lucha
interior, se consolidó y terminó por vencer a toda Europa.
Tal como el ejército de la Revolución Francesa, nuestro
ejército debía descansar, está claro, en cierta idea.
Es una idea fundamental que resulta familiar para las capas superiores,
pero las más amplias capas inferiores son incapaces de imbuirse
de ella. Gleb Uspenski ha bosquejado el retrato idealizado del viejo soldado
en el personaje de Kudinych. No hablo de Shtukaturov, que solo se distingue
por el automatismo de su pensamiento y la gran pobreza de sus sentimientos
personales; su diario hace pensar en el de Nicolás II: "He comido,
he jugado a las cartas." Los sentimientos son casi inexistentes. Hablo
de Kudinych, quien, pese a la ausencia de conciencia individual, no dejaba
de ser un maravilloso material en manos de grandes capitanes como Suvorov.
Suvorov conocía la psicología indiferenciado de los medios
primitivos y realizaba, así, milagros.
No obstante, a medida que las nuevas relaciones se fueron desarrollando,
el ejército comenzó a disgregarse. Un ejército revolucionario
se construyó paralelamente a la guerra civil, a la revolución
y a la desintegración del antiguo ejército. En Norteamérica
la guerra civil comenzó asimismo por la constitución de un
ejército. Hasta entonces el ejército apenas había
contado allí con diez mil soldados regulares. Como reflejo del antagonismo
entre el norte y el sur, éste más reaccionario, la analogía
es significativa e interesante en sus detalles mismos. En las condiciones
naturales de la estepa y del desarrollo de, la cría de ganado, los
dueños de grandes plantaciones y sus lacayos presentaban muchísimos
puntos comunes con nuestros kulaks meridionales, sobre todo en las regiones
del Don y del Kubán. Los nordistas no tenían caballería;
de ahí la ventaja del sur en los primeros meses de la guerra. Los
nordistas se habían instruido en el interior, y terminaron por vencer
a los sudistas.
Nuestra guerra civil no es esencial y únicamente una lucha interior;
su carácter internacional está claramente señalado:
Yudenich sería incapaz de, pelear si no hubiera montado un ejército
semejante a los ejércitos de mercenarios de los siglos XVI y XVII.
El propio blanco Elizarov ha reconocido que le fue extremadamente difícil
encontrar a Yudenich en un escondite conspirativo, pues los ingleses no
autorizaban encuentro alguno si su agente no había sido convidado.
Sin ayuda del extranjero, Yudenich no era capaz de entablar combate; todo
su ejército es inclusive los pilotos. Y si nuestro combate no posee
un carácter abiertamente internacional, ello se debe tan solo al
hecho de que Inglaterra no tiene la posibilidad de lanzar contra nosotros
a sus soldados: está obligada a impulsar a los finlandeses y a los
letones, a armarlos, a azuzarlos, a amenazarles con privarlos de pan, con
aislarlos del mundo entero si no pelean. Suponiendo que Inglaterra desembarcara
sus tropas en las fronteras de Finlandia y Estonia, ¿se modificaría
por ello el rostro de la guerra civil? No. Simplemente habría un
cambio cuantitativo; dos o tres cuerpos de ejército se añadirían
a los demás y entonces nos resultaría más difícil
combatir. El sentido histórico seguiría siendo, por su parte,
el mismo: las masas trabajadoras de Rusia siempre seguirían peleando
contra el imperialismo mundial.
Estamos en el umbral de una época en que la diferencia entre
guerra exterior y guerra interior, entre guerra civil y guerra mundial,
tiende a desaparecer. Debido a una evolución sin precedente, los
vínculos internacionales se han profundizado, y los pueblos se han
relacionado por-un destino común. En todos los países, como
por lo demás también en el nuestro, la burguesía se
siente íntimamente vinculada a la burguesía inglesa, al poder
real inglés. Paralelamente es imposible encontrar un solo obrero
inglés que esté contra nosotros; todos los obreros ingleses
están con nosotros. Este creciente sostén universal excluye
toda posibilidad de una guerra directa entre nosotros. Por eso la guerra
interior se trasforma insensible e inevitablemente en guerra exterior.
Ya he señalado que todo ejército viable tiene en su base
una idea moral. ¿Cómo se afirma ésta? Para Kudinych,
la idea religiosa iluminaba la idea del poder zarista, esclarecía
su existencia campesina y desempeñaba para él, aun cuando
de manera primitiva, el papel de la idea moral. En el momento crítico,
cuando su fe ancestral fue conmovida sin haber hallado aún nada
con qué remplazarla, Kudinych se rindió. La modificación
de la idea moral entraña la disgregación del ejército.
Solo una idea fundamentalmente nueva podía permitir construir un
ejército revolucionario. Esto no significa, sin embargo, que todo
soldado sepa por qué pelea. Pretenderlo seria una mentira. Se cuenta
que, habiendo sido interrogado por las causas de las victorias del Ejército
Rojo, un socialista revolucionario refugiado en el sur hubo de responder,
parece, que el Ejército Rojo sabe en nombre de qué pelea;
esto no quiere decir, con todo, que todo soldado rojo lo sepa. Pero justamente
porque tenemos entre nosotros un elevado porcentaje de individuos conscientes,
que saben en nombre de qué pelean, poseemos una idea moral generadora
de triunfos.
La disciplina es de manera esencial una compulsión colectiva,
una sumisión de la personalidad y del individuo, sumisión
automática heredada de la psicología tradicional; entre nosotros,
además, elementos plenamente conscientes la aceptan, es decir, elementos
que saben en nombre de qué se someten. Tales elementos son minoría,
pero ésta refleja la idea fundamental de toda la masa circundante.
A medida que el sentimiento de solidaridad de los trabajadores penetra
más y más en las masas, los elementos todavía poco
conscientes de que se componen las tres cuartas partes de nuestro ejército
se someten a la hegemonía moral de quienes expresan la idea de la
nueva época. Los más conscientes forman la opinión
pública del regimiento; los otros los escuchan, y de tal modo la
disciplina se ve sostenida por la totalidad de la opinión pública.
Al margen de estos factores no habría disciplina capaz de sostenerse.
He aquí una observación tanto más válida por
lo mismo que se trata de la disciplina aún rigurosa de un período
de transición.
Porque la situación internacional del país lo exigía,
Pedro el Grande construyó su capital a garrotazos. Si no lo hubiera
hecho, el viraje general habría sido sensiblemente más lento.
Bajo la presión de la superior técnica del Occidente, los
elementos más adelantados del pueblo ruso sintieron la necesidad
de instruirse, de cortarse los cabellos, de afeitarse y de aprender los
nuevos principios de la guerra. Pedro el Grande era implacable en su promoción
de una nueva idea moral. Bajo su reinado, el pueblo sufrió, pero
pese a todo soportó y hasta sostuvo al tirano por intermedio de
sus mejores representantes. Las masas sentían confusamente que lo
que ocurría era inevitable, y lo aprobaban. En este sentido el ejército
revolucionario no se' distingue de los demás ejércitos. Una
idea moral es siempre necesaria, pero debe tener un contenido nuevo, en
consonancia con el nuevo grado alcanzado por la humanidad.
Volviendo a la milicia, me gustaría ante todo dejar de tomar
esta palabra como una mera antítesis de la noción de ejército
regular; desearía que se la definiera con mayor precisión.
Se ha convenido en llamar ejército regular a todo ejército
permanente, bien organizado, instruido en el cuartel y que haya adquirido
un importantísimo automatismo psicológico. A la inversa,
por milicia se entiende un ejército apresuradamente montado, desprovisto
de automatismo psicológico, que actúe por impulsos o que
no actúe en absoluto y se contente con capitular. En las guerras
de hoy, y en la medida en que son inevitables, las naciones no se rinden
antes de haber agotado todos sus recursos económicos, morales, físicos
y humanos. Paralelamente, el tipo de ejército regular que ha existido
hasta ahora entrega su último suspiro; durante la guerra es remplazado
por el peor aspecto de la milicia. Un hermafrodita que descansa en la antigua
organización, extremadamente limitada, de los cuadros.
Las conclusiones matemáticas extraídas aquí son
inevitables. Como lo hemos señalado, por una parte necesitamos setenta
y cinco cuerpos de ejército; sin embargo, al organizarlos en período
de paz, importa crearlos en función de la producción, pues
no es posible, arrancar de la economía a la gente por tres o cinco
años. No podemos llegar a formar divisiones, brigadas o regimientos
si no los vinculamos orgánicamente al apacentamiento, a la fábrica
y a la aldea. Tal es la idea fundamental de la organización de la
instrucción; su realización dependerá por completo
de nuestras fuerzas y de nuestros medios, así como del respiro histórico
que se nos conceda. Para formar el nuevo ejército -llamémoslo
"nuevo" por el momento; ya habrá tiempo, más tarde, de rotularlo
"milicia"- trabajaremos tal vez entre cinco y ocho años. Entretanto
repondremos nuestras fuerzas, nuestras condiciones de vida mejorarán,
crecerá la cultura económica y las ruedas de las fábricas
echarán nuevamente a andar: tendremos con toda claridad recursos
superiores para crear el ejército. En esas condiciones, las vacilaciones
interiores y los temores desaparecerán.
La instrucción de un ejército de milicia puede alcanzar
el nivel medio del ejército regular. Habrá que comenzar por
los de dieciséis años. Los diez o quince primeros años
serán muy importantes, en cuanto a la preparación paramilitar
y la militarización de la escuela. ¿Qué es lo primero
que sorprende en un buen ejército? La precisión de la ejecución
y la conciencia de responsabilidad: actuar a espaldas de los superiores
de la mis manera que a su vista. Nuestra tarea consiste en hacer que es
idea penetre por doquier.
Recientemente nos visitó un ingeniero norteamericano, discípulo
de Taylor. Como todos saben, el sistema de Taylor se establece en función
del cálculo preciso de los movimientos del obrero. Ni que decir
tiene que semejante precisión sería sumamente apreciable
en el ejército; toda la cultura humana descansa, por lo demás,
en este principio: obtener un máximo de resultados con un mínimo
de gasto de energía. Tal es el fundamento de toda táctica.
El sistema de Taylor se encuentra ampliamente difundido en Norteamérica.
El ingeniero en cuestión decía, no obstante, que el sistema
de Taylor solo puede alcanzar toda su plenitud en un régimen socialista.
Esta es la idea que importa introducir en la técnica militar, que
hay que arraigar en el ejército del estado socialista. Y puesto
que el enemigo nos amenaza, debemos impregnar toda la educación
de los niños y los jóvenes con esa idea militar de precisión
en la actividad y la ejecución de toda acción, militarizando
-en el mejor sentido de la palabra- al conjunto del país.
¿Qué quiere decir militarizar? Significa inculcar el
sentido de la responsabilidad y crear, por tanto, un tipo superior de cultura
humana. Se nos dirá: si la guerra estalla dentro de tres o cuatro
años, nos faltará tiempo. Pienso que no tenemos nada que
temer. Si actualmente Inglaterra no se halla en condiciones de hacernos
la guerra, dentro de tres o cuatro años será tal el plato
de kasha [papilla] que le serviremos, que todos los LloydGeorge y los Clemenceau
se quemarán los labios... Antes que de echársenos encima
tendrán otros asuntos en que ocuparse. Una gran tempestad histórica
les basta para unos cuantos años, y los ecos de ésta no están
aún a punto de extinguirse. Dentro de diez o quince años
todos los países orientales entrarán acaso en guerra contra
el capitalismo. Es hipotético, pero posible. Si desde ahora la Entente
deja de hacernos la guerra, tendremos un largo respiro por delante. Ahora
bien, si dentro digamos de tres años se nos obliga a entrar en guerra,
evidentemente no tendremos tiempo de organizar una milicia. Se nos objetará
que no habremos formado milicia alguna y que además habremos perdido
el antiguo ejército. No exactamente.
Debemos adaptar la estructura del Ejército Rojo y sus cuadros
a los diversos territorios y a las diferentes regiones. A raíz del
licenciamiento debemos tener en vista cierto plan que coincida con las
bases mismas del sistema de milicia; con posterioridad a una selección,
los mejores cuadros del ejército, los más sanos y vigorosos,
se habrán diseminado por la totalidad del territorio a fin de convertirse
en las piedras angulares de las futuras unidades territoriales. Después
de haberlos integrado a sus nuevos puestos se les confiará cierto
número de ciudadanos, y de este modo, en su fábrica o en
su empresa, todos se sentirán parte integrante del regimiento. ¿Pudo
pensarse que nuestra pobreza actual nos permitiría mantener durante
cinco años a un Ejército Rojo tan numeroso como el de hoy?
Por supuesto que no, en ningún caso. Ningún país,
así fuera mucho más rico que el nuestro, sería capaz
de ello. Tenemos, sin embargo, una ventaja apreciable: hemos superado el
período agudo, el de la revolución, y nuestros soldados licenciados
se habrán reintegrado al país después de haber probado
con su paso por el Ejército Rojo y pese a tantos desacuerdos su
superioridad moral sobre todo otro ejército que haya existido antes
en Rusia. No ha de ser este el caso del ejército inglés ni
el del francés, cuyos soldados licenciados serán portadores
de ideas de rebeldía y destrucción. Nuestros soldados serán
un elemento de orden en los campos.
La transición de la movilización militar a la conscripción
del trabajo no es tan difícil. Por intermedio de nuestros soldados
Movilizaremos la industria; no introduciremos la conscripción general
del trabajo únicamente en el papel, sino sobre todo en los hechos.
¿Por qué organizar de modo paralelo la instrucción
general y el ejército regular? Porque nadie nos ha predicho qué
duración tendrá la guerra. Con tal consigna, todo el trabajo
activo del país, esto es, la totalidad de la actividad cultural,
debe llevarse en función de una misma perspectiva: dentro de cinco
años quizá nos veamos compelidos a batirnos en todos los
frentes, lo cual significa que debemos estar preparados para todo. En las
actuales circunstancias, nuestras dificultades serán de orden territorial.
El país es grande, los medios de comunicación son malos,
y débiles las estructuras de movilización humana. Esto quiere
decir asimismo que el enemigo tal vez nos atacará antes de haber
organizado nuestro ejército de milicia. Tendremos igualmente que
salvar obstáculos técnicos, pero todo ejército regular
los tiene. En el estado actual de nuestras carreteras la movilización
es tan difícil en Rusia, que todas las operaciones se han venido
previendo, siempre, en función de una invasión enemiga.
Aquí se ha mencionado el nombre de Jaurès. Veamos qué
pensaba Jaurès acerca de la movilización. Les decía
más o menos esto a los dirigentes franceses: "Alemania está
mejor preparada con miras a una guerra ofensiva, mientras que nosotros
estamos mejor armados con miras a una guerra defensiva que puede trasformarse
en ofensiva. En tales condiciones siempre es posible, no obstante, que
los alemanes nos invadan." En los periódicos se ha hablado mucho
de la violación de la neutralidad belga. Es un episodio de la guerra,
triste, sin duda, para el campesino y el obrero fronterizos; pero desde
el punto de vista de las perspectivas generales de la guerra solo es, con
todo, un episodio. En conjunto, decía Jaurès, hay que prever
una línea general de defensa de la totalidad del territorio francés,
la cual será distribuida en diferentes regiones en función
de la rapidez de la organización de la milicia. Hay que calcular
en cuánto tiempo y con cuántos hombres podrán los
alemanes alcanzar nuestra línea. Allí serán contenidos
por las unidades territoriales locales, los cuerpos fronterizos y la milicia.
Todos los demás regimientos convergerán entonces hacia esa
línea. Tal era, a bulto, la posición de Jaurès.
Hemos recordado que las armas especiales requieren un prolongado período
de instrucción. La milicia exigirá, luego, que los especialistas
sigan una escuela militar; llamémosla cuartel. Se tratará,
por supuesto, de un tipo superior de cuartel. Serán escuelas militares
que podrán ser concentradas en el sector amenazado. Francia no escuchó
el consejo de Jaurès, y la duración del servicio militar
fue llevada de dos a tres años. Esa prolongación tuvo por
efecto un aumento de los efectivos del ejército de más o
menos 360.000 hombres; se lo consideró desdeñable. En efecto,
se pensaba constituir un aparato capaz de resolver hasta el problema de
la victoria final. Francia perdió sus departamentos del norte. De
todas maneras los habría perdido, pero un sistema de milicia le
habría permitido prever la pérdida, en tanto que aquella
situación se creó a despecho de todas las previsiones del
estado mayor general. Solo mucho después la ayuda de los ingleses
y los norteamericanos les permitió a los franceses pasar de la defensiva
a la ofensiva, lo cual prueba que Jaurès tenía razón
cuando le prevenía a Francia que la imitación tradicional
de Napoleón no correspondía a la economía de ese momento,
ni a las opiniones políticas, ni a las posibilidades ni a la situación
de la Francia de hoy.
Tenemos que enfrentar un problema completamente real. Ningún
país, y nosotros menos que nadie, puede mantener un ejército
regular permanente que responda a las reales necesidades de una guerra
a escala europea o mundial. Si semejante ejército existiera, no
sería más que un aborto, crujiría por todos lados
bajo la presión de sus contradicciones políticas internas
desde la primera tentativa de absorber toda la colosal masa de sus movilizados.
Hay que aproximar el ejército al pueblo. Hay que aproximar el pueblo
al ejército en el proceso del trabajo y aproximar el ejército
al proceso del trabajo, acercarlo más a la fábrica o al apacentamiento.
Volvemos así a la época primitiva, cuando la instrucción
militar era inútil puesto que todo pastor o todo agricultor echaban
mano a una estaca para ir a combatir. Esto nos lleva de vuelta a los tiempos
en que no existía la lucha de clases y solo había una familia
fraternal que descansaba en la pobreza. Nosotros queremos solidarizar a
todos los pueblos del mundo y unificar toda la cultura económica,
técnica y espiritual. Es una tarea realizable, aunque por el momento
no veamos más que sus gérmenes. Si algún sabio hubiera
predicho hace dos años que Rusia enfrentaría primero a Alemania
y luego a Inglaterra, Japón y Estados Unidos, nadie habría
creído en su victoria. A medida que pasa el tiempo, más disminuyen
las posibilidades de aplastarnos.
No estoy de acuerdo con Jaurès en cuanto a sus previsiones políticas.
Quienes se han interesado en su libro
[1]
han dado a observar que Jaurès preveía una reconciliación
gradual de todas las clases de la sociedad dentro de la democracia, sin
revolución ni guerra civil. Jaurès pinta una socialización
pacífica de la sociedad. La guerra mundial ha probado la total insignificancia
de la democracia francesa. El zar de Rusia y el rey de Inglaterra hacían
lo que querían, mientras que a la democracia la dejaban colgada.
En oportunidad del conflicto armado los problemas se resolvieron, no por
el derecho de sufragio universal, sino por la relación de fuerza
entre las naciones primero y luego entre las clases. El derecho de sufragio
universal y la asamblea constituyente existen en Alemania. También
Kolchak había deseado su asamblea constituyente. Pero ni por un
lado ni por el otro son las consultas formales quienes deciden acerca de
la guerra y la paz. Nuestra asamblea constituyente fue echada abajo, y
luego, cuando aprendimos a pelear con las armas en la mano, echamos abajo
la de Kolchak. Las masas aprenden orgánicamente a construir su nueva
vida sobre bases nuevas.
Debemos adaptar la organización del ejército a estos
cambios. Por ser más consciente, la masa obrera será su fundamento,
como después lo serán los campesinos, comenzando por los
más pobres. Precisamente consideramos a estos últimos aptos
para sostener las ideas nuevas, pues las masas explotadas siempre han sido
vehículo de progreso. Los pescadores, los pastores, los pobres fueron
los portadores de las ideas del cristianismo que vencieron a las del mundo
pagano. También nosotros comenzaremos por esos elementos, puesto
que no son la base de un ejército aristocrático o privilegiado:
son el fundamento de un ejército proletario. La idea de Jaurès
es a la vez justa y falsa. Es justo relacionar trabajo y organización
militar; es falso esperar que todo suceda sin revolución, gracias
a la unión de las masas trabajadoras y hasta de una parte de las
clases poseyentes y de las clases medias de, la burguesía bajo el
estandarte de las primeras. El objetivo de Jaurès era justo; la
vía, utópica.
En la medida en que deseemos crear algo sólido dentro de los
límites de la evolución histórica, el objeto sólo
puede ser alcanzado por un camino sangriento. En el campo militar la construcción
debe partir de las ideas de un sistema de milicia. Por milicia no entendemos
una improvisación o cuerpos ignaros de guerrilleros, como tampoco
una insurrección que brote esporádicamente, según
fue dable ver a raíz de las guerras balcánicas. La insurrección
al estilo de Majno tiene una décima parte de idealismo y nueve décimas
partes de bandolerismo y violencia. En determinado sector una insurrección
como esa puede desempeñar un papel progresista; en otro, reaccionario.
Pero nada en común tiene con la milicia. La milicia es una organización
estructurada en la que se registra a los hombres; en la medida de sus posibilidades
se esfuerza por no arrancar a las masas populares de su sitio de trabajo.
Tal es, por lo demás, su ventaja suprema.
Se nos dirá que milicia tal nunca ha existido, que no tiene
precedente alguno. Es cierto. Pero nosotros somos pioneros en muchos campos,
y en no pocos aspectos empezamos de cero. Milicia tal nunca ha existido,
pero tampoco existían las condiciones capaces de engendraría.
En el curso de las guerras civiles, de las guerras nacionales, de la última
guerra imperialista, hemos visto que bastaba un breve lapso para formar
un ejército permanente. Por tanto las condiciones históricas
de la creación de una milicia existen; el nivel espiritual de las
masas es más alto, y eso es justamente lo que la milicia necesita.
Tomemos el ejemplo del mujik medio; ya no es Kudinych. En un primer momento
Kudinych se batía contra los polacos sin saber por qué, y
luego moría en el huerto familiar defendiendo los bienes del amo.
Con posterioridad, no obstante, Kudinych despertó. El despertar
de su individualidad se manifestó primeramente por la destrucción,
el aniquilamiento y el escarnio de los comandantes. Esta tendencia anarquista
a lo Majno ha existido durante la revolución; reflejaba el despertar
de la individualidad de Kudinych. Ahora bien, éste, después
de su período de anarquía y destrucción, chocó
con los Kudinych más conscientes, y en ese preciso momento se dejó
ver la necesidad de otro tipo de relaciones, de relaciones engendradas
por la idea del socialismo: la solidaridad y la cooperación de los
hombres. Los nuevos Kudinych se disciplinan, se integran al sistema y no
pueden soportar que al lado de ellos otros Kudinych pasen por el mismo
período de desorden; ellos mismos exigen disciplina. Tenemos ejemplos
de soldados que condenaron a compañeros suyos al calabozo y hasta
al pelotón de fusilamiento. No es en absoluto lo mismo cuando un
comandante aristócrata condena a un mujik, o cuando cien Kudinych
condenan a un ciento uno a cierto castigo por haber robado un par de pantalones.
Allí se expresa una idea de responsabilidad.
Sobre esta base se puede construir un nuevo ejército de milicia,
y lo haremos. Con esta finalidad utilizamos de manera sistemática
los materiales del Ejército Rojo y el sistema de militarización
del trabajo, de la escuela, a fin de que dentro de tan inmensa economía
se emplee racionalmente la actividad de las masas y a fin, también,
de que todos se sientan parte integrante de una colosal colectividad.
El egoísmo individualista y filisteo y el mercantilismo que
era dable hallar por todas partes bajo el régimen burgués
se ponían de manifiesto por una bárbara grosería.
Uno se encierra en su, casa, a solas consigo mismo, y se burla de todo
lo demás. Pero con el tiempo la idea de colectivismo y solidaridad
habrá de hacerse cada vez más y más accesible a todos
y dentro de cien años habremos alcanzado un altísimo nivel
material y sobre todo espiritual. Todo se llevará a cabo gracias
al colectivismo, que habrá de convertirse, por así decir,
en una nueva religión, sin misticismo, no hace falta decirlo. En
mi opinión, nuestra época está engendrando un nuevo
vínculo religioso entre los hombres merced al espíritu de
solidaridad, y es importante nutrir con esta idea al ejército, al
pueblo, a la escuela, a la fábrica y a la aldea. Actualmente es
una idea que parece utópica porque somos pobres, indigentes, piojosos,
porque debemos prestar suma atención a cada mendrugo y porque esta
situación engendra en nosotros sentimientos de egoísmo animal
y crueldad; no obstante, hoy mismo ya se puede entrever entre nosotros
las premisas de una cultura superior más humana. Gracias al acrecentamiento
de la productividad del trabajo tendremos inmensas posibilidades en este
terreno. Es cierto que Inglaterra nos tiene agarrados del cogote, pero
no será por mucho tiempo. Kudinych ha despertado por doquier, en
las aldeas, en las regiones, en las provincias. Y se une a nosotros para
construir, para edificar. Dentro de diez años, cuando seamos grandes,
el sentimiento de solidaridad ya los habrá impregnado.
Unificaremos escuela, trabajo y ejército. Introduciremos en
el ejército todas las disciplinas deportivas. Después de
haber cimentado en la solidaridad la fraternidad del pueblo, obtendremos
por fin, dentro de esa amplia perspectiva, los mejores resultados de la
idea de milicia. En suma, esta idea es para nosotros una necesidad histórica
incondicional. La guerra habrá de terminar, tarde o temprano, y
no podremos mantener un ejército como el nuestro, Conservaremos,
por supuesto, algunas divisiones en las regiones fronterizas. Se dice que
en tales condiciones conciliaremos lo inconciliable. No es cierto. El ejército
francés revolucionario descansaba en una amalgama con el antiguo
ejército realista. Se trata de una diferencia de estructuras técnicas
y no de una diferencia de ideal, pues la Convención había
logrado inculcar en las viejas unidades de línea y en los nuevos
regimientos de voluntarios un solo y mismo espíritu, el que llevó
a cabo su unión. Al cabo de uno o dos años ya no había
diferencia apreciable entre ellos; los límites se habían
borrado. Habría que pedirles a nuestros honorables teóricos
militares que establezcan el programa militar de Rusia en función
del sistema de milicia: movilización, línea de concentración
de los ejércitos, mínimo de soldados de línea necesarios
durante el licenciamiento, mínimo indispensable de soldados para
la defensa de las fronteras en función del peligro inmediato y distribución
de las escuelas militares y los cuarteles, así como su concentración
en función de las necesidades del sistema de milicia.
Son todos problemas de capital importancia; su examen teórico
debe permitir hallar la solución práctica.
[1] Se trata de El Ejército
nuevo.