Hay un motín a cada paso cuando se examinan las publicaciones
históricas: en Brest-Litovsk, Trotsky no cumplió las instrucciones
de Lenin; en el frente meridional, Trotsky procedió en contra de
las normas de Lenin; en el frente oriental, Trotsky actuó en oposición
a las órdenes de Lenin, y así sucesivamente. En primer lugar,
debe advertirse que Lenin no podía darme normas personales. En el
Partido no se procedía así. Ambos éramos miembros
del Comité Central, que resolvía todas las divergencias de
opinión. Siempre que Lenin y yo disentíamos, y esto ocurría
más de una vez, la cuestión pasaba inmediatamente al Politburó
del Comité Central, el cual se encargaba de decidir. Así,
pues, en sentido estricto nunca pudo hablarse de que yo violase normas
de Lenin. Pero ése es sólo un aspecto del asunto, el aspecto
formal. Entrando en lo esencial, es inevitable preguntar: ¿Era razonable
atenerse a las normas de Lenin, que había colocado a la cabeza del
Departamento de Guerra a una persona que no hacía sino cometer yerros
y crímenes; al frente de la economía nacional a Rikov, "convicto"
restaurador del capitalismo y futuro agente del fascismo; al frente de
la Internacional Comunista a aquel futuro fascista y traidor, Zinoviev;
y en la dirección del periódico oficial del Partido y entre
los dirigentes de la Internacional Comunista a aquel futuro bandido fascista,
Bujarin?
Todos cuantos acaudillaron el Ejército Rojo durante el período
estalinista (Tujachevsky, Yegorov, Blücher, Budienny, Yakir, Uborevich,
Gamarnik, Dybenko, Fed'ko [Kork, Putna, Feldman, Alksnis, Eideman, Primakov
y muchos otros]), fueron promovidos cada cual a su tiempo a puestos militares
de responsabilidad cuando estuve regentando el Departamento de Guerra,
en la mayoría de los casos ascendidos por mí personalmente
durante mis visitas a los frentes y mi directa observación de su
labor castrense. Por muy defectuosa que fuere mi dirección, por
consiguiente, al parecer era bastante buena para haber elegido los jefes
militares mejores de que se disponía, puesto que durante diez años
Stalin no pudo hallar quien les remplazase. Es verdad que casi todos los
jefes del Ejército Rojo de la guerra civil, todos los que más
tarde organizaron nuestro Ejército, resultaron casualmente "traidores"
y "espías". Pero eso no altera la cuestión. Ellos fueron
quienes defendieron la Revolución y el país. Si en 1933 se
descubrió que fue Stalin y nadie más quien había organizado
el Ejército Rojo, entonces sería natural que la responsabilidad
de elegir semejante cuadro de mandos recayese sobre él. De esta
contradicción, los historiadores oficiales se desembarazan no sin
cierta dificultad, pero con aplomo. La responsabilidad de la designación
de traidores para ocupar puestos de mando recae enteramente sobre mí,
mientras que el honor de las victorias conseguidas por esos mismos traidores
precisamente pertenece a Stalin. Hoy no hay chico de la escuela que no
conozca, por una Historia, editada por el mismo Stalin, tan singular división
de funciones históricas.
La labor militar presentaba dos aspectos en la época de la guerra
civil. Una era el de elegir los colaboradores necesarios, sacar de ellos
el mejor partido, montar la inspección imprescindible sobre el personal
de mando, apartar a los sospechosos, presionar, castigar. Todas esas actividades
de la máquina administrativa se ajustaban exactamente a los talentos
de Stalin. Pero había otro aspecto, que era el de la necesidad de
improvisar un ejército a expensas del material humano disponible,
apelando al corazón de los soldados y de los comandantes, despertando
en ellos lo mejor de su personalidad, e inspirarles confianza en la nueva
dirección. De eso era absolutamente incapaz Stalin. Es imposible,
por ejemplo, imaginarse a Stalin presentándose a cielo abierto ante
un regimiento; para eso carecía totalmente de aptitudes. Nunca se
dirigió a las tropas con arengas escritas, sin duda por no fiarse
de su propia retórica de seminario. Su influencia en los sectores
del frente donde actuó fue insignificante. Permaneció sin
personalidad, burocrático y policíaco.
Si el frente atraía a Stalin, también le repelía.
La máquina militar garantizaba la posibilidad de emitir órdenes.
Pero Stalin no estaba a la cabeza de aquella máquina. Al principio
tuvo a su cargo sólo un ejército entre veinte; más
tarde se ocupó de uno de los cinco o seis frentes. Impuso una disciplina
severa, empuñó firmemente todos los resortes, no toleró
la desobediencia. Al mismo tiempo, mientras estaba a la cabeza de un ejército,
incitaba sistemáticamente a los demás a violar las órdenes
del frente. Al mando del frente Sur o Sudeste, infringió órdenes
del Mando en jefe. En el ejército zarista, además de su subordinación
militar había otra implícita; los grandes duques que desempeñaban
un alto puesto de mando o administrativo superior solían pasar por
alto a sus oficiales superiores e introducir el caos en la administración
del Ejército y de la Marina. Me acuerdo de haber advertido a Lenin
que Stalin, aprovechándose indebidamente de su posición como
miembro del Comité Central del Partido, estaba introduciendo en
nuestro Ejército el régimen de los grandes duques. (Diez
años después) Vorochilov (reconocía volublemente en
su ensayo sobre Stalin y el Ejército Rojo), que "Stalin contravenía
fácilmente toda regulación, toda subordinación". Los
gendarmes se reclutan entre los cazadores furtivos.
Los conflictos entre diversas categorías están en el
orden natural de las cosas. El Ejército suele estar casi siempre
descontento del frente; el frente se agita de continuo contra el Estado
Mayor general, sobre todo cuando los asuntos no van muy bien. Lo que caracteriza
a Stalin es que sistemáticamente explotaba estas fricciones y las
hacía degenerar en pleitos irreconciliables. Enredando a sus colaboradores
en conflictos peligrosos, Stalin los soldaba unos a otros y los colocaba
bajo su personal dependencia. Dos veces le hizo venir del frente una orden
directa del Comité Central. Pero a cada nuevo giro de los acontecimientos
se le volvía a enviar allá. A pesar de repetidas oportunidades
no consiguió ganar prestigio en el Ejército. Sin embargo,
los colaboradores militares que estuvieron bajo sus órdenes quedaron
luego íntimamente relacionados con él. El grupo de Tsaritsyn
se convirtió en el núcleo de la facción estalinista.
El papel de Stalin en la guerra civil acaso pueda apreciarse mejor
por el hecho de que al terminar aquélla su autoridad personal no
había aumentado lo más mínimo. A nadie podía
caber por entonces en la cabeza decir o escribir que Stalin "salvó
el frente Sur o que había desempeñado una parte esencial
en el frente Este, o bien que había salvado a Tsaritsyn de la caída.
En numerosos documentos, Memorias y antologías dedicadas a la guerra
civil, el nombre de Stalin no se cita para nada o figura entre otros muchos.
[Además, la guerra con Polonia puso una mancha indeleble en su reputación
(al menos en los círculos mejor informados del Partido). Rehuyó
participar en la campaña contra Wrangel, ya por encontrarse realmente
enfermo, ya por otros motivos; difícil es ahora precisarlos. En
todo caso, de la guerra civil emergió desconocido y extraño
a las masas, como le sucedió al acabar la Revolución de octubre.]
"En aquel difícil período, 1918-1920 -escriben dos historiadores
de ahora-, el camarada Stalin era trasladado de un frente a otro, a los
sitios de más riesgo para la Revolución." En 1922, el comisario
popular de Educación publicó una Antología de cinco
años, compuesta de quince artículos, entre ellos uno titulado
"Organizando el Ejército Rojo", y otro sobre "Dos años en
Ucrania", ambos relativos a la guerra civil. No hay una sola palabra de
Stalin en ninguno de los dos artículos. Al año siguiente
se publicó una antología en dos volúmenes con el título
de La Guerra Civil. Consistía en documentos y otro material referente
a la historia del Ejército Rojo. En aquel tiempo nadie estaba interesado
en dar a una antología así carácter tendencioso. En
toda ella no hay una palabra sobre Stalin. El mismo año 1923, el
Comité Ejecutivo Central del Soviet publicó un volumen de
400 páginas titulado Cultura Soviética. En la sección
dedicada al Ejército hay numerosos retratos bajo el epígrafe
"Los creadores del Ejército Rojo". No figura Stalin entre ellos.
En la sección denominada
Las fuerzas Armadas de la Revolución
durante los primeros siete años de Octubre, no se menciona siquiera
el nombre de Stalin. Y, sin embargo, en dicha sección, además
de mi fotografía, figuran las de Budienny y Blücher e incluso
de Vorochilov, y entre los jefes de la guerra civil que allí se
nombran no sólo están Antonov-Ovsenko, Bybenko, Yegorov,
Tujachevski, Uborevich, Putna, Sharangovich, sino muchos otros, casi todos
los cuales han sido acusados más tarde de enemigos del pueblo y
fusilados. De los [mencionados, sólo] dos (Frunze y S. Kamenev)
murieron de muerte natural [sin duda por haber acertado a morirse antes
de la gran depuración]. Y aún flota una nube sobre las circunstancias
de la muerte de Frunze. Entre los mencionados en este volumen, en concepto
de comandante de las flotas del Báltico y del Caspio durante la
guerra civil, está Raskolnikov (quien se negó a volver a
la Unión Soviética al ser llamado cuando desempeñaba
el cargo de ministro de los Soviets en Bulgaria en 1938, en los momentos
en que la depuración de Stalin recaía sobre el Cuerpo diplomático.
Después de escribir una carta abierta acusando a Stalin, murió
repentinamente en circunstancias misteriosas, al parecer envenenado).
Vorochilov sostiene descuidadamente que "en el período 1918-1920,
Stalin era acaso el único hombre en el Comité Central enviado
de una batalla a otra". La palabra "acaso" debe servir de bálsamo
para la conciencia de Vorochilov, pues al escribir semejante cosa le constaba
bien que muchos miembros y agentes del Comité Central desempeñaron
en la guerra civil una parte no menor que Stalin, y la de otros (entre
ellos I. N. Smirnov, Smilga, Sokolnikov, Lashevich, Muralov, Rosenholtz,
Ordzhonikidze, Frunze, Antonov-Ovsenko, Berzin, Gussev) fue infinitamente
mayor. Todos estos hombres, como él sabía, pasaron los tres
años enteros en los diversos frentes, ya como miembros de los consejos
revolucionarios de guerra de la república, los frentes y los ejércitos,
ya a la cabeza de ejércitos y de frentes, e incluso (como Sokolnikov
y Lashevich) como jefes militares, mientras que la permanencia total de
Stalin en los frentes fue de menos de un año en el curso de los
tres que duró la guerra civil.
En algunas de las publicaciones oficiales se menciona de pasada, al
parecer a base de algún documento que consta en los archivos, que
Stalin perteneció alguna vez al Consejo Revolucionario de Guerra
de la República. No se hace referencia específica al período
concreto de su participación en aquel supremo organismo militar.
En una monografía especial, El Consejo Revolucionario de Guerra
de la U.R.S.S. en diez años, compuesta por tres autores en 1938,
cuando todo el poder estaba ya concentrado en las manos de Stalin, se dice:
"El 2 de diciembre de 1919, el camarada Gussev fue incorporado al Consejo
Revolucionario de Guerra. Más adelante, en todo el curso de la guerra,
fueron designados para el mismo en diversas ocasiones, los camaradas Stalin,
Podvoisky, Okulov, Antonov-Ovsenko y Serebryakov."
Una historia del Partido Comunista editada por N. L. Meshchervakov en
1934, después de repetir locuazmente el embuste de que Stalin "pasó
el período de la guerra civil sobre todo en el frente", declara
que Stalin "fue miembro del Consejo Revolucionario de Guerra de la República
de 1920 a 1923". En el volumen XX de la miscelánea de Lenin (pág.
9), se menciona a Stalin como "miembro del Presidium del Consejo Revolucionario
de Guerra de la República... desde 1920". En el número de
Pravda dedicado en 1931 al aniversario del Ejército Rojo, se publicaron
tres "documentos inéditos", todos ellos telegramas del año
1920. Uno de estos telegramas es de Stalin, como miembro del Consejo Revolucionario
de Guerra de la República, a Budienny y Vorochilov, fechado el 3
de junio; el segundo, un informe corriente de la situación en el
frente, que dirigen Budienny y Vorochilov a Stalin, en su citada calidad,
con fecha 25 de junio; el tercer telegrama es de Frunze, comandante del
frente Sur, a Lenin, presidente del Consejo de Defensa, anunciando la terminación
de las operaciones militares contra Wrangel (esto es, al final de la guerra
civil propiamente dicha, el 15 de noviembre). A base de estos documentos,
único testimonio publicado hasta ahora podría parecer que
Stalin fue efectivamente miembro del Consejo Supremo de Guerra de la República
por lo menos desde el 3 de junio al 25 del mismo mes, o sea durante poco
más de tres semanas, en 1920. No se aduce prueba alguna de que perteneciera
al mismo antes o después de estas dos fechas de junio del citado
año. ¿Por qué no? Cierto es que los cinco tomos publicados
por el Departamento de Guerra en que se recogían mis órdenes,
proclamas y discursos, no sólo se han confiscado y destruido, sino
que se han convertido en "tabú" las referencias o simples citas
de ellos. La Revolución Proletaria, periódico histórico
oficial del Partido, en su número de octubre del año 1924,
hablaba de estos cinco volúmenes, que sólo contenían
documentos de la guerra civil: "En estos... volúmenes, los historiadores
de la revolución hallarán una gran cantidad de material de
enorme valor documental."
Pero en los archivos del Departamento de Guerra se conservan reseñas
taquigráficas de las sesiones del Consejo de Guerra. Las actas de
aquella institución se conservaron con escrupuloso cuidado y se
guardaron en completa seguridad. ¿Por qué no se citan estas
actas para fijar el período en que realmente fue Stalin miembro
del Consejo Revolucionario de Guerra de la República? La respuesta
es muy sencilla: porque Stalin no se menciona en las minutas de sus sesiones
entre los presentes, salvo una o dos veces como peticionario en cuestiones
de orden local, y nunca como miembro efectivo del Consejo, y menos de su
Presidium, que no existía. Sin embargo, Stalin fue nombrado miembro
de aquel organismo por orden del Comité Central del Partido en la
primavera de 1920.
La explicación de este rompecabezas, por lo que recuerdo es bastante
reveladora del carácter de Stalin. Durante todo el curso de la guerra
civil, a cada conflicto con Stalin, traté de moverle a que formulase
sus opiniones sobre los problemas militares de un modo claro y definido.
Traté de convertir su cazurra y subrepticia oposición en
abierto antagonismo, o remplazarla por su articulada participación
en un órgano militar rector. De acuerdo con Lenin y Kretinsky, quienes
sostenían cordialmente mi política militar, conseguí
por fin (no recuerdo ahora con qué pretexto), que se designara a
Stalin miembro del Consejo Revolucionario de Guerra de la República.
No quedaba a Stalin más recurso que aceptar el nombramiento. Pero
encontró modo de soslayarlo; bajo pretexto de estar abrumado de
trabajo, no asistió a una sola sesión de (aquel organismo
supremo militar).
Ahora bien, puede parecer extraño que nadie, en el curso de
los primeros doce años de régimen soviético, haya
mencionado la supuesta "dirección" de Stalin en cuestiones militares
o incluso su "activa" participación en la guerra civil. Pero esto
se explica fácilmente por el hecho sencillo de que hubo otros muchos
miles de militares alrededor que sabían lo que ocurrió efectivamente
y cómo ocurrió.
Incluso en el número de Pravda dedicado en 1930 al aniversario
del Ejército Rojo, no se pretendía aún que Stalin
hubiese sido el principal organizador del Ejército Rojo en conjunto,
sino sólo de la Caballería Roja. Exactamente ocho años
antes, el 23 de febrero de 1922, Pravda había publicado un relato
algo diferente de la formación de la Caballería Roja en un
artículo sobre la guerra civil:
* Mamontov ocupó Kolzov y Tambov una temporada, causando gran
estrago. "¡Proletarios, a caballo!" Aquella consigna del camarada
Trotsky para la formación de masas montadas fue acogida con entusiasmo,
y el 10 de octubre el ejército de Budienny estaba asestando golpes
a Mamontov por debajo de Voronej.
[Ya en] 1926, no sólo después de mi separación
del Departamento de Guerra, sino después de haber sido objeto de
crueles persecuciones, la Escuela de Guerra publicó una obra de
investigación histórica, Cómo se luchó en la
Revolución, en la que los autores, conocidos estalinistas, escribían:
"La consigna del camarada Trotsky: "¡Proletarios, a caballo!",
fue el estímulo que llevó a la organización del Ejército
Rojo en este respecto", es decir, en el de crear la Caballería Roja.
En 1926, aún no se mencionaba a Stalin como organizador de la Caballería.
[Vorochilov insiste en] la gran participación de Stalin en la
organización de las fuerzas montadas. "éste fue -escribe
Vorochilov- el primer experimento de unir divisiones de Caballería
en una sola unidad tan grande como un ejército. Stalin previó
la potencia de las masas montadas en la guerra civil. Comprendió
perfectamente su enorme importancia para una maniobra de asolamiento. Pero
anteriormente nadie tuvo una experiencia tan excepcional como la acción
de ejércitos a caballo, Nada consta sobre ello en obras científicas,
y en consecuencia tal medida suscitaba asombro o franca oposición.
Especialmente opuesto a ella era Trotsky." [Arguyendo así, Vorochilov
expone simplemente su ignorancia en asuntos militares, que sólo
queda por debajo de sus aptitudes de prevaricador. Lo cierto es que la
cuestión de] unir dos cuerpos y una brigada de tiradores en un ejército
especial montado o dejar estas tres unidades a disposición del mando
del frente, era un problema que nada tenía de común con la
apreciación general o la falta de apreciación de la importancia
de la Caballería. El punto más esencial era el del mando:
¿Será Budienny capaz de manejar tal masa de jinetes? ¿Podrá
elevarse de tareas tácticas a empresas de estrategia? Sin un excepcional
comandante del frente, que conociera y comprendiera la Caballería,
y sin medios seguros de comunicación, la creación de un ejército
montado especial podría haber resultado insensata, pues una aglomeración
excesiva de Caballería siempre amenaza con mermar la ventaja básica
de la unidad, [que es su] movilidad. Las desavenencias sobre este particular
tuvieron carácter episódico, y si la historia no se repitiese,
yo volvería a tener mis dudas. [No obstante, las circunstancias
específicas eran tales que] creamos el ejército montado.
[En realidad, la] campaña para crear la Caballería Roja
constituyó la mayor parte de mi labor durante muchos meses en 1919:
Como ya he dicho (en otro lugar), el Ejército Rojo fue obra del
trabajador que movilizaba al campesino. El trabajador tenía una
ventaja sobre el labriego, no sólo en su nivel general de cultura,
sino especialmente en su destreza para manejar armas de nueva técnica.
Esto aseguraba a los obreros una doble ventaja en el Ejército. En
cuanto a la Caballería, ya era distinto. La patria de los jinetes
eran las estepas rusas. Los mejores hombres a caballo eran los cosacos,
y en segundo lugar los ricos campesinos de las estepas que poseían
caballos y sabían andar con ellos. La Caballería era la parte
más reaccionaria del antiguo Ejército y defendió el
régimen zarista más tiempo que ningún otro sector
del servicio. Por eso fue doblemente difícil reclutar un ejército
montado. Era necesario acostumbrar a los trabajadores a montar. Era necesario
que los obreros de Petrogrado y de Moscú cabalgasen en efecto, aunque
sólo fuese como comisarios o soldados de última fila. Su
misión consistía en crear células revolucionarias
sólidas y seguras en los escuadrones y regimientos de Caballería.
Tal era el sentido de mi consigna: "¡Proletarios, a caballo!" Todo
el país, todas las ciudades industriales se vieron cubiertas de
carteles con esa consigna. Recorrí el país de una punta a
otra, y confié tareas relativas a la formación de escuadrones
y regimientos (de Caballería) a trabajadores bolcheviques de confianza.
Uno de mis secretarios, Poznansky, se ocupaba personalmente (y con gran
fortuna, puedo agregar) de la formación de unidades de Caballería
Roja. Sólo esta labor de proletarios montados a caballo pudo transformar
los titubeantes destacamentos de guerrilleros en unidades de Caballería
bien entrenadas (e hizo posible la creación de un ejército
montado eficaz).
Tres años de régimen soviético fueron años
de guerra civil. El Departamento de Guerra determinó la labor de
gobierno de todo el país. El resto de la actividad gubernamental
dependía de esto. Y el segundo en importancia era el Comisariado
de Abastos. La industria trabajaba principalmente para la guerra. Todos
los demás departamentos e instituciones estaban sujetos a constante
contracción o reducción, y algunos llegaron a suprimirse
por completo. Todos los hombres activos v valientes estaban sujetos a movilización.
Miembros del Comité Central, comisarios del Pueblo y otros (bolcheviques
prominentes), pasaban la mayor parte de su tiempo en el frente como miembros
de Comités Revolucionarios de Guerra, y a veces como comandantes
de Ejército. La guerra misma era una dura escuela de disciplina
gubernamental para un partido revolucionario que tan sólo unos meses
antes había salido de la ilegalidad. La guerra, con sus despiadadas
exigencias, separaba el grano de la paja dentro del Partido y de las máquinas
del Estado. Pocos miembros del Comité permanecieron en Moscú:
Lenin, que era el centro político; Sverdlov, que era no sólo
presidente del Comité Ejecutivo Central del Soviet, sino también
secretario general del Partido, aun antes de ser creado (formalmente tal)
puesto; Bujarin, como director de Pravda; Zinoviev, a quien todo el mundo,
incluso él mismo, consideraba inepto para asuntos militares, se
quedó en Petrogrado como director político; Kamenev, el dirigente
de Moscú, fue enviado varias veces al frente, aunque también
él era decididamente hombre civil por naturaleza. Lashevic, Smilga,
I. N. Smirnov, Sokolnikov, Serebryakov, (todos) miembros dirigentes del
Comité Central, estaban de continuo en el frente.
Nos llevaría demasiado lejos enumerar siquiera sucintamente
las carreras de éstos y otros muchos militares en la clandestinidad
revolucionaria, en octubre y durante la guerra civil. Cualquiera de ellos
no es nada inferior a Stalin v algunos le superaban en esas cualidades
que más aprecian los revolucionarios: claridad política,
valor moral, habilidad como agitadores, propagandistas v organizadores.
Baste recordar que cuando estaba organizándose el Ejército
Rojo se consideró a otros hombres más aptos para tal finalidad
que a Stalin. El Consejo Supremo de Guerra, creado el 4 de marzo de 1918,
se componía de: Trotsky, presidente; Podvoisky, Sklyansky y Danishevsky,
vocales; Bonch-Bruyevich, oficial mayor, y una plantilla de oficiales zaristas
como especialistas militares. Cuando se reorganizó el 2 de septiembre
de 1918, para convertirse en Consejo Revolucionario de Guerra de la República,
lo formaban Trotsky, presidente; Vatzeris, comandante en jefe de las fuerzas
armadas, y los siguientes vocales: Ivan Smirnov, Rosenholtz, Raskolnikov,
Sklyansky, Muralov y Yurenev. Al decidir el 8 de julio de 1919 contar con
un cuadro más reducido y compacto, el Consejo Revolucionario de
Guerra se formó con Trotsky como presidente: Sklyansky, vicepresidente;
Rikov, Smilga y Gussev, vocales, y, S. Kamenev en calidad de comandante
en jefe. Como otros, también Stalin encontró puesto en el
Ejército Rojo, y éste hizo adecuado uso de sus talentos.
Lo que no se ajusta a los hechos es el pretendido papel preminente que
ahora se trata de asignarle en la organización del Ejército
Rojo y en la dirección de la guerra civil.
El Ejército se organizó en pleno combate. Los métodos
seguidos, en los que predominó la improvisación, se vieron
sometidos a inmediata prueba en el campo de batalla. Para resolver cada
nuevo problema de orden castrense, era necesario organizar regimientos
y divisiones partiendo de la nada. El Ejército (creciendo a capricho,
por saltos y rebotes) fue creado por el trabajador que movilizaba al campesino
y atraía al antiguo oficial y le colocaba bajo su vigilancia. No
era aquella tarea fácil. Las condiciones materiales eran sumamente
difíciles. La industria y los transportes estaban completamente
desorganizados, no había suministros de reserva, ni economía
agrícola, y todos los procesos de la disociación industrial
iban cada vez peor. En tal situación, no podía hablarse de
servicio militar obligatorio y movilización forzada. Por el momento,
al menos, había que recurrir al voluntariado.
Aquellos que habían recibido instrucción militar estaban
cansados de luchar en las trincheras, y para ellos la Revolución
significaba la liberación de la guerra. No era cosa fácil
movilizarlos de nuevo para otra guerra. Más fácil resultaba
atraer a los mozalbetes que nada sabían de combates; pero había
que instruirlos, y el número de nuestros propios oficiales, relacionados
de un modo u otro con el Partido y de absoluta confianza, era insignificante;
por eso desempeñaron en el Ejército un grandioso papel político.
Pero su visión militar era miope. Cuando su capacidad resultaba
insuficiente, solían usar sin prudencia de su autoridad revolucionaria
y política, estorbando así la tarea de constituir el Ejército.
El mismo Partido, que nueve meses antes había surgido de la clandestinidad
zarista y pocos meses después se vio sometido a la persecución
del Gobierno provisional, encontraba difícil, después de
la brillante victoria de octubre, ajustarse a la idea de que aún
quedaba por delante la guerra civil. En suma, eran casi insuperables las
dificultades que se oponían a la creación del Ejército
Rojo. A veces parecía que las discusiones fueran a consumir toda
la energía aplicada. ¿Seremos o no capaces de crear un Ejército?
La suerte de la Revolución se ventilaba en tal pregunta.
La transición de la lucha revolucionaria contra el viejo Estado
a la fundación de un Estado nuevo, de la demolición del Ejército
zarista a la creación de un Ejército Rojo, fue acompañada
de una crisis del Partido, o más bien de una serie de crisis. A
cada paso, los viejos modos de discurrir y los viejos estilos venían
a chocar con las tareas de la hora. Era necesario rearmar al Partido. Puesto
que el Ejército es la más necesaria de todas las organizaciones
del Estado, y puesto que durante los primeros años del régimen
soviético el centro de atención era la defensa de la Revolución,
no es extraño que todas las discusiones, conflictos y agrupaciones
dentro del Partido girasen en torno a los problemas de organizar el Ejército.
Surgió una oposición casi desde el momento en que hicimos
nuestros primeros esfuerzos por pasar de destacamentos armados inconexos
a un Ejército centralizado. La mayoría del Partido y del
Comité Central, en definitiva, defendían a la dirección
militar, ya que victoria tras victoria hablaban en su favor. Sin embargo,
no faltaban ataques v titubeos. En el Partido existía completa libertad
de crítica y oposición en lo más denso de la guerra
civil. Aun en el mismo frente, en reuniones estrictas del Partido, los
comunistas hacían a menudo objeto de furibundos ataques al mando
militar. A nadie se le ocurrió por aquellos días perseguir
a los críticos. Los castigos en el frente eran muy rigurosos (incluso
tratándose de comunistas), pero sólo se imponían por
incumplimiento de obligaciones militares. Dentro del Comité Central,
la oposición revestía carácter menos duro, pues yo
contaba con el apoyo de Lenin. En general, debe decirse que cuando Lenin
y yo estábamos de acuerdo, lo que sucedía casi siempre, los
demás miembros del Comité Central nos secundaban en general
unánimemente; la experiencia de la Revolución de octubre
se había infiltrado en la vida del Partido como una poderosa lección.
Sin embargo, debe advertirse que el apoyo de Lenin no era incondicional.
Lenin vaciló más de una vez, y en algunas ocasiones se equivocó
palmariamente. Mi ventaja sobre él estaba en que yo viajaba casi
de continuo por todos los frentes, me ponía en contacto con un sinnúmero
de gentes, desde campesinos locales, prisioneros de guerra y desertores,
hasta los máximos jefes del Ejército y del Partido que se
encontraban allí. Esta masa de variadas impresiones era de inestimable
valor. Lenin nunca salía de Moscú, y todos los hilos estaban
concentrados en sus manos. Tenía que juzgar de asuntos militares,
que eran nuevos para todos nosotros, a base de la información que
en su mayor parte procedía de los miembros destacados del Partido.
Nadie era tan experto en comprender voces individuales de los de abajo
como Lenin. Pero estas voces sólo llegaban hasta él en ocasiones
excepcionales.
En agosto de 1918, estando yo en el frente cerca de Sviazhsk, Lenin
solicitó mi opinión respecto a una proposición presentada
por uno de los miembros más prominentes del Partido, de remplazar
a todos los oficiales del Estado Mayor por comunistas. Yo respondí
categóricamente en sentido negativo. "Es verdad -repliqué
por hilo directo desde Sviazhsk al Kremlin el 23 de agosto- el que muchos
de los oficiales son traidores. Pero hay pruebas de sabotaje también
en los ferrocarriles, durante los movimientos de tropas, y a nadie se le
ocurre proponer que se sustituya a los ingenieros ferroviarios por comunistas.
Considero completamente inadecuada la proposición de Larin. Estamos
ahora creando condiciones bajo las cuales realizamos una inflexible selección
de oficiales; por una parte, campos de concentración, y por otra,
la campaña en el frente del Este. Las medidas catastróficas
cual la que Larin propone están sólo dictadas por el pánico...
Las victorias en el frente nos permitirán mejorar nuestros métodos
actuales de selección, y nos darán cuadros de hombres seguros
para el Estado Mayor. Los que más protestan contra el empleo de
oficiales, o son asustadizos o están muy alejados del mecanismo
militar, o bien se trata de esos activistas militares del Partido que son
peores que cualquier saboteador; no saben cómo hacer las cosas,
se comportan como sátrapas, no hacen nada por su parte, y cuando
todo les sale mal, echan la culpa a los del Estado Mayor."
Lenin no insistió. Entretanto, las victorias empezaron a alternar
con las derrotas. Las victorias reforzaron la confianza en mi política
militar; los reveses, al multiplicar inevitablemente el número de
traiciones, suscitaban una nueva oleada de críticas y protestas
en el Partido. En marzo de 1918, en la sesión nocturna del Consejo
de Comisarios del Pueblo, con relación a un despacho referente a
la traición de ciertos jefes del Ejército Rojo, Lenin me
escribió una nota: "¿No sería mejor echar a todos
esos especialistas y nombrar a Lashevich comandante en jefe?" Comprendí
que los adversarios de la política del Departamento de Guerra, y
particularmente Stalin, habían hecho presión con especial
insistencia sobre Lenin durante los días anteriores, y habían
despertado en él ciertas dudas. Escribí mi respuesta en el
reverso de su misma nota: "Puerilidades." Al parecer, esta tajante réplica
causó impresión. Lenin gustaba de las formulaciones categóricas.
Al día siguiente, con el informe del Estado Mayor General en mi
bolsillo, entré en el despacho de Lenin en el Kremlin y le pregunté:
"-¿Sabes cuántos oficiales zaristas tenemos en el Ejército?"
"-No, no lo sé -respondió, interesado."
"-¿Aproximadamente?"
"-No lo sé -insistió decidido a abstenerse de conjeturas."
"-¡No menos de treinta mil! -La cifra le sorprendió visiblemente-.
Ahora -proseguí-, cuenta la proporción de traidores y desertores
entre ellos y verás que no es tan grande. Entretanto, hemos organizado
un Ejército a partir de la nada. Este Ejército está
creciendo y fortaleciéndose."
Pocos días después, en un mitin celebrado en Petrogrado,
Lenin expuso el balance de sus propias dudas sobre la cuestión política
militar. "Cuando recientemente el camarada Trotsky me refería que...
el número de oficiales se eleva a varias decenas de millares, me
di perfectamente cuenta de cómo aprovechar mejor a nuestros enemigos;
de cómo obligar a los adversarios del Comunismo a edificarlo; de
cómo levantar el Comunismo a expensas de los ladrillos acumulados
por los capitalistas en contra nuestra... No tenemos otros ladrillos."
La pedantería y los lugares comunes no eran extraños.
Recurríamos a todo género de combinaciones y experimentos
en nuestra marcha hacia el éxito. Mandaba un ejército un
antiguo suboficial, con un general al frente del Estado Mayor. Otro ejército
estaba a las órdenes de un antiguo general, y su lugarteniente era
un guerrillero. Un antiguo soldado raso era jefe de división y la
de al lado tenía a la cabeza a un coronel de Estado Mayor. Este
"eclecticismo" venía impuesto por las circunstancias. Sin embargo,
la proporción considerable de oficiales instruidos ejercía
una influencia sobremanera favorable en el nivel general del mando' Los
comandantes legos aprendían sobre la marcha, y muchos de ellos se
convirtieron en excelentes oficiales. En 1918, un 76 por 100 de todo el
mando y administración del Ejército Rojo consistía
en antiguos oficiales del Ejército zarista, y sólo el 12,8
por 100 eran novatos comandantes rojos, que, naturalmente, ocupaban los
puestos de segunda fila. Al final de la guerra civil, los cuadros de comandantes
estaban integrados por trabajadores y campesinos sin otra instrucción
militar que la experiencia directa de la guerra, que los había promovido
desde simples soldados en el curso de la lucha civil; antiguos soldados
y suboficiales del Ejército imperial; jóvenes comandantes
que habían hecho un brevísimo curso de estudios en las Escuelas
militares del Soviet; y, finalmente, oficiales diplomados y reservistas
del Ejército del zar. Más del 43 por 100 de los comandantes
no tenían instrucción militar; 13 por 100 eran antiguos suboficiales;
10 por 100 habían pasado por los cursos de la Escuela Militar soviética,
y 34 por 100 eran oficiales del Ejército zarista.
Del antiguo cuerpo de oficiales se pasaron al Ejército Rojo,
por un lado, elementos progresivos que comprendían el sentido de
la nueva época (una pequeña minoría), un buen número
de elementos inertes y de pocas luces, que se incorporaban al Ejército
sencillamente porque no sabían hacer otra cosa; y, por otro lado,
contrarrevolucionarios activos que acechaban el momento oportuno para traicionarnos.
Los suboficiales del antiguo Ejército se reclutaban por medio de
una movilización especial. De ellos salieron bastantes jefes militares
excepcionales, entre ellos, como más famoso, el antiguo sargento
mayor de Caballería, Simeón Budienny. Pero tampoco ellos
eran muy de fiar como clase, pues antes de la Revolución los suboficiales
eran principalmente hijos del campesinado rico y de la burguesía
de las ciudades. De su número salieron no pocos desertores, que
desempeñaron importante papel en levantamientos contrarrevolucionarios
y en el Ejército Blanco. A cada comandante se asignaba un comisario,
por lo general un trabajador bolchevique con experiencia de la guerra mundial.
Estábamos resueltos a preparar un cuerpo de oficiales seguros.
"La institución de los comisarios -declaré cuando estaba
al frente del Departamento de Guerra, en diciembre de 1919- ha de servir
de andamio... Poco a poco podremos ir retirando este andamiaje." Por entonces
nadie se imaginaba que veinte años más tarde resucitaría
la institución de los comisarios, y esta vez con fines diametralmente
opuestos. Los comisarios de la Revolución eran representantes del
proletariado victorioso que vigilaban a los comandantes procedentes en
su mayoría de las clases burguesas; los comisarios de hoy eran representantes
de la casta burocrática que vigilan a oficiales procedentes en su
mayoría de la base misma.
[El 22 de abril de 1918 se publicó un decreto referente a la
centralización de los comisarios de guerra de pueblos, regiones
y territorios.] En julio informé al V Congreso de los Soviets (el
Congreso que ratificó el tratado de Brest-Litovsk y el plan de creación
del Ejército Rojo) que muchos de los comisarios inferiores no se
habían organizado aún por falta de militares competentes.
Nuestro objetivo consistía en centralizar los órganos militares
administrativos para movilizar y formar unidades del Ejército regular.
Al frente de cada región militar había un Consejo Revolucionario
de Guerra compuesto de tres miembros: un representante del Partido, otro
del Gobierno y un especialista militar. Como un considerable número
de especialistas militares estaban asignados simultáneamente al
frente y a comisariados de guerra regionales, provinciales, territoriales
y de ciudad, estábamos naturalmente en gran medida caminando a oscuras.
Organizamos un Comité de garantía militar. Pero no tenía
a su disposición la información necesaria para evaluar debidamente
a los antiguos generales y oficiales desde el punto de vista de su lealtad
al nuevo régimen revolucionario. No olvidemos que la tarea se emprendió
en la primavera de 1918 (esto es, pocos meses después de la conquista
del Poder), y que la máquina administrativa se estaba montando en
medio del máximo caos, con ayuda de las improvisaciones de auxiliares
de ocasión admitidos en buena parte a base de recomendaciones accidentales.
Ciertamente, no hubiese podido hacerse de otro modo en aquellas circunstancias.
El examen de los especialistas militares, su selección definitiva
v otras tareas análogas, todo se fue haciendo gradualmente.
Entre los oficiales había muchos, quizá la gran mayoría,
que no sabían ellos mismos el terreno que pisaban. Los reaccionarios
declarados habían huido al principio, los más activos hacia
la periferia, donde se estaban organizando los frentes blancos. Los restantes
vacilaron, se tomaron tiempo, no se resolvieron a abandonar a sus familias,
ni sabían qué iba a ser de ellas, y por inercia se encontraron
en los aparatos de mando o de administración del Ejército
Rojo. La conducta ulterior de muchos de ellos derivó del trato de
que se les hizo objeto. Los comisarios prudentes, enérgicos y hábiles
(que eran los menos), se ganaron a los oficiales en seguida y éstos
que por la fuerza de la costumbre, los habían mirado con desdén,
se vieron sorprendidos por su decisión, arrojo y firmeza política.
Tales uniones entre comandantes y comisarios solían durar largo
tiempo, y se distinguían por una gran estabilidad. Cuando el comisario
era ignorante y tosco y hostigaba al especialista militar, comprometiéndole
sin miramiento ante los soldados del Ejército Rojo, no había
que pensar en amistad, y el oficial, vacilante, acababa por inclinarse
hacia el enemigo del nuevo régimen.
La atmósfera de Tsaritsyn, con su anarquía administrativa,
su espíritu guerrillero, su desacato al Centro, ausencia de orden
administrativo y rústica agresividad frente a los especialistas
militares, no era, naturalmente la más propicia para ganar la voluntad
de estos últimos y hacerlos leales servidores del nuevo régimen.
Indudablemente, sería un error pretender que Tsaritsyn se arregló
sin especialistas militares. Cada uno de los comandantes había de
tener al lado un oficial que conociese la rutina de los asuntos militares.
Pero la clase de especialistas de Tsaritsyn se había reclutado de
la hez de la oficialidad: dipsómanos desprovistos de todo vestigio
de dignidad humana, hombres sin estimación propia, dispuestos a
arrastrarse ante el nuevo amo, a adularle y a abstenerse de toda contradicción,
etc. Esta es la especie de especialista que encontré en Tsaritsyn;
precisamente de este tipo era el jefe de Estado Mayor de Vorochilov. En
ninguna parte se ha mencionado el nombre de aquel insignificante oficial,
y nada sé de su suerte. [Era] un ex capitán del Ejército
zarista, dócil y sumiso, entregado sin remedio a las bebidas alcohólicas.
Frente a este jefe de Estado Mayor, el comandante del X Ejército
nunca tenía que inclinar la cabeza desconcertado.
Para ascender a los comandantes más afectos al régimen
soviético, se hizo una movilización especial de suboficiales
del antiguo Ejército zarista. 1,a mayoría de ellos habían
sido promovidos a empleos de suboficial durante la última parte
de la guerra, de manera que sus conocimientos castrenses no eran muy considerables.
Sin embargo, los antiguas suboficiales, sobre todo en Caballería
y Artillería, tenían excelente idea de los asuntos militares
y estaban realmente mejor informados y eran más expertos que los
oficiales de carrera a cuyas órdenes habían servido. A esta
categoría pertenecían hombres como Budienny, Blücher,
Dybenko y muchos otros. En tiempos del zarismo, estos hombres se reclutaban
entre los más letrados, los mejor instruidos, los más habituados
a mandar. De ahí que no causara sorpresa encontrar que aquellos
suboficiales eran casi exclusivamente hijos de campesinos acomodados, de
nobles de segundo orden, burgueses de ciudad, maestros, tenedores de libros,
etc. Los suboficiales de ese tipo se encargaban gustosos de los mandos,
pero no estaban propicios a someterse y a tolerar la superior autoridad
de oficiales de carrera.
Tampoco lo estaban a reconocer la autoridad del Partido Comunista,
allanarse a su disciplina y simpatizar con sus objetivos, especialmente
en la esfera de la cuestión agraria. Las compras a precios fijos
y, sobre todo, la expropiación de grano a los campesinos, despertaban
en ellos una furiosa hostilidad. Entre éstos se contaba Dumenko,
de Caballería, comandante de Cuerpo de Ejército en Tsaritsyn
e inmediato superior de Budienny (éste mandaba por entonces una
división). Dumenko era más inteligente que Budienny; pero
acabó por sublevarse, mató a todos los comunistas de su Cuerpo
de Ejército, intentó unirse a las fuerzas de Denikin, y fue
capturado y ejecutado. Budienny y los comandantes próximos a él
atravesaron igualmente un período de vacilación. Uno de los
comandantes de brigada en Tsaritsyn, subordinado de Budienny, se sublevó;
muchos de los soldados de Caballería se unieron a los verdes. La
traición del antiguo oficial zarista Nossovich, que ocupaba un cargo
administrativo puramente burocrático, produjo, naturalmente, menos
daño que la de Dumenko. Pero como la oposición militar (el
vivero de la facción de Stalin) dependía en el frente de
elementos del tipo de Dumenko, este motín no se menciona para nada
hoy.
El lector que no esté familiarizado con el curso verdadero de
los acontecimientos y que en la actualidad no pueda tener acceso a los
archivos, hallará dificultades para imaginarse hasta qué
punto se han tergiversado sus proporciones. Todo el mundo ha oído
hablar hoy de la defensa de Tsaritsyn, del viaje de Stalin al frente de
Perm y de la discusión llamada de los Sindicatos. Estos episodios
descuellan hoy como cumbres de la cordillera histórica de los sucesos.
Pero estas supuestas cumbres han sido creadas artificialmente. De la enorme
cantidad de material que colma los archivos, se han destacado ciertos episodios
especiales, rodeándolos de efectos teatrales históricos impresionantes.
Obras subsiguientes de la historiografía oficial han acumulado nuevas
exageraciones, basadas en las precedentes; y a ellas se agregan de vez
en cuando intenciones descaradas. El efecto total es producto de tramoya
más que hecho histórico. Prácticamente no se encuentra
una sola referencia a documentos. La Prensa extranjera, e incluso historiadores
eruditos, han llegado a considerar estas fábulas como fuentes originales.
En varios países pueden encontrarse especialistas de Historia que
conocen versiones de tercera mano de Tsaritsyn y de la discusión
de los Sindicatos, pero no tienen prácticamente idea de sucesos
que tuvieron importancia y significación enormemente mayores. La
falsificación en este respecto ha alcanzado proporciones de alud.
[Pero es sencillamente] asombrosa la escasísima cantidad de documentos
y otros materiales auténticos que se han publicado con relación
a la actividad de Stalin en el frente y, en general, durante el período
de la guerra civil.
En reseñas publicadas durante los años de la guerra civil,
el relato de Tsaritsyn fue uno de los muchos sin la menor relación
con el nombre de Stalin. Su actuación tras la cortina, que fue efímera
a lo sumo, sólo era conocida de un corto número de personas,
no brindó en absoluto ocasión a muchas palabras. En el artículo
que Ordzhonikidze escribió con ocasión del aniversario del
X Ejército, no se menciona a Stalin, a pesar de que su autor es
un antiguo camarada de Stalin que le fue leal hasta el suicidio. Lo mismo
ocurre con otros artículos de este tenor. El bolchevique Minin,
alcalde de Tsaritsyn a la sazón, y más tarde miembro del
Consejo titulado "La Ciudad Sitiada", donde se alude tan poco a Stalin
con relación a los acontecimientos de Tsaritsyn que Minin terminó,
al fin, por ser tildado de "enemigo del pueblo". El péndulo de la
historia habría de oscilar mucho antes de que Stalin fuese elevado
a las alturas de un héroe de la epopeya de Tsaritsyn.
Desde hace años se ha hecho tradicional presentar las cosas
como si en la primavera de 1918, Tsaritsyn fuese de gran importancia estratégica
y Stalin hubiera sido enviado allí para salvar la situación
militar. Nada de eso es cierto. Se trataba simplemente de una cuestión
de provisiones. En la sesión del Consejo de Comisarios del Pueblo,
de 28 de mayo de 1918, Lenin discutía con Tsuryupa, encargado entonces
de los abastecimientos, de los métodos extraordinarios entonces
en boga para proporcionar víveres a las capitales (Moscú
y Petrogrado) y a los centros industriales. Al terminar la reunión,
Lenin escribió a Tsuryupa: "Ponte hoy mismo en contacto con Trotsky,
por teléfono, para que mañana pueda tenerlo todo en marcha."
Además, en la misma comunicación, Lenin informaba a Tsuryupa
del acuerdo del Sovnarkom de que el comisario popular de Abastos, Shlyapnikov,
saliera inmediatamente hacia el Kuban para coordinar las actividades de
abastecimiento en el Sur, en beneficio de las regiones industriales. Tsuryupa
respondió, entre otras cosas: "Stalin está conforme en ir
al norte del Cáucaso. Enviadle. Conoce las condiciones locales allí
y Shlyapnikov encontrará útil tenerle cerca." Lenin asintió:
"Mando a los dos hoy." Durante los días siguientes, Shlyapnikov
y Stalin tomaron varias medidas complementarias. Por último, según
se registra en la Miscelánea, de Lenin, "Stalin fue enviado al norte
del Cáucaso y a Tsaritsyn como encargado general de actividades
de abastecimientos en el sur de Rusia".
Lo que ocurrió a Stalin fue lo mismo que a otros funcionarios
soviéticos, a muchedumbre de ellos. Salían destinados a diversas
provincias para movilizar los excesos de grano recogidos. Una vez allí
se encontraban envueltos en insurrecciones blancas, con lo que sus destacamentos
de intendencia se trocaban en destacamentos militares. Muchos activistas
de los Comisariados de Educación, Agricultura y otros, se vieron
absorbidos por el remolino de la guerra civil en regiones distantes y,
por decirlo así, a la fuerza hubieron de dejar sus respectivas profesiones
por la de las armas. L. Kamenev, con la sola excepción de Zinoviev,
era entre los miembros del Comité Central el menos militar, fue
enviado en abril de 1919 a Ucrania para acelerar el movimiento de provisiones
hacia Moscú. Se encontró con que Lugansk se había
entregado, y amenazaba peligro a toda la cuenca del Don; además,
la situación en la recién recuperada Ucrania se hacía
cada vez más desfavorable. Exactamente igual que Stalin en Tsaritsyn,
Kamenev en Ucrania se encontró envuelto en operaciones militares.
Lenin telegrafió a Kamenev: "Absolutamente necesario que tú
personalmente... no sólo inspecciones y despaches asuntos, sino
que lleves los refuerzos a Lugansk y a toda la cuenca del Don, pues, de
otro modo, la catástrofe será, sin duda, enorme y escasamente
remediable; seguramente pereceremos si no limpiamos por completo la cuenca
del Don en poco tiempo..." éste era el estilo habitual de Lenin
en aquellos días. A base de estas citases posible demostrar que
Lenin consideraba la suerte de la Revolución dependiente de la dirección
militar de Kamenev en el Sur. En diversas ocasiones, el poco belicoso Kamenev
desempeñó importante papel en varios frentes.
Mediante una concentración totalitaria de todos los instrumentos
de propaganda oral y escrita, es posible crear una reputación falsa
tanto a una ciudad como a un hombre. Hoy, muchos heroicos episodios de
la guerra civil se han olvidado. Ciudades en que Stalin intervino, para
nada apenas se recuerdan, en tanto que el nombre de Tsaritsyn se ha investido
de mítica importancia. Es necesario tener presente que nuestra posición
central y la disposición del enemigo en un amplio círculo
nos permitía actuar a lo largo de líneas de operaciones interiores,
y reducía nuestra estrategia a una sencilla idea: la consecutiva
liquidación de los frentes, según su relativa importancia.
En aquella guerra de maniobra, profundamente móvil, varias zonas
del país alcanzaron excepcional significación en ciertos
momentos críticos, y luego la volvieron a perder. Sin embargo, la
lucha por Tsaritsyn no pudo llegar a ser tan trascendente por ejemplo,
como la lucha por Kazan, de donde arranca la carretera a Moscú,
o la lucha por Oryol, de donde sale una carretera que por Tula va hasta
Moscú, o la lucha por Petrogrado, cuya pérdida hubiera sido
por sí sola un golpe fatal y, además, habría abierto
el camino a Moscú por el Norte. Además, a despecho de las
afirmaciones de los historiadores de la hora presente, que dicen que Tsaritsyn
fue "el embrión de la Escuela de Guerra, donde se crearon los cuadros
de mandos para otros muchos frentes, mandos que hoy están a la cabeza
de las unidades básicas del Ejército", el hecho es que los
organizadores y jefes militares mejor dotados no procedían de Tsaritsyn.
Y no me refiero sólo a figuras centrales, como Sklyansky, el auténtico
Carnot del Ejército Rojo; o Frunze, jefe militar de gran talento,
que más tarde fue colocado a la cabeza del Ejército Rojo;
o Tujachersky, el futuro reorganizador del Ejército; o Yegorov,
el futuro jefe del Estado Mayor; o Yakir, o Uborevich, o Kork, sino a muchos,
muchísimos más. Cada uno de ellos se probó y adiestró
en otros ejércitos y en otros frentes. Todos ellos adoptaron una
actitud decididamente negativa respecto a Tsaritsyn; en sus labios, hasta
la palabra "tsaritsynita" tenía un sentido despectivo.
El 23 ese mayo de 1918, Sergio (Ordzhonikidze) telegrafiaba a Lenin:
"La situación es mala. Necesitamos adoptar medidas enérgicas...
Los camaradas aquí son demasiado flojos. Todo deseo de ayudar les
parece ingerencia en los asuntos locales. Seis trenes de grano preparados
para Moscú están detenidos en la estación... Insisto
en que necesitamos medidas sumamente rigurosas..."
Stalin llegó a Tsaritsyn en junio de 1918, con un destacamento
de guardias rojos, dos trenes blindados y plenos poderes para tratar de
abastecer de cereales a los famélicos centros políticos e
industriales. Poco después de su llegada, varios regimientos de
cosacos y del Kuban se habían levantado contra el Gobierno de los
Soviets. El ejército voluntario (de los blancos), que había
estado vagando y dando vueltas por las estepas del Kuban, era ya bastante
numeroso. El Ejército soviético del Norte del Cáucaso
(único granero de la República Soviética por entonces)
sufría mucho por efecto de sus depredaciones.
No era misión de Stalin quedarse en Tsaritsyn. Tenía
el encargo de (organizar la expedición de víveres a Moscú)
y proseguir hacia el norte del Cáucaso. Pero no llevaba en Tsaritsyn
una semana, cuando el 13 de junio telegrafió a Lenin que la situación
en aquella ciudad "había cambiado mucho, pues un destacamento de
cosacos se había presentado a unas cuarenta verstas de allí".
De este telegrama de Stalin se desprende que Lenin esperaba que fuese a
Novorosisk y se encargase de resolver la situación crítica
relacionada con el hundimiento de la flota del mar Negro. Durante las dos
semanas siguientes, siguió confiándose en que fuera a Novorosisk.
En su discurso del 28 de junio de 1918, en la IV Conferencia de los Comités
de Sindicatos y Fábricas de Moscú [Lenin dijo:]
* "¡Camaradas! Ahora... contestaré a la pregunta relativa
a la flota del mar Negro... He de deciros que fue el camarada Raskolnikov
quien intervino allí... El camarada Raskolnikov vendrá en
persona y os dirá que él instigó a que prefiriésemos
destruir la flota a consentir que las tropas alemanas la emplearan contra
Novorosisk... Tal era la situación, y los comisarios del Pueblo,
Stalin, Shlyapnikov y Raskolnikov vendrán pronto a Moscú
y os dirán cómo ocurrió todo."
[Sin embargo, en vez de seguir viaje hasta el norte del Cáucaso,
o, si los planes se alteraron por el cambio de la situación militar,
hasta Novorosisk] Stalin permaneció en Tsaritsyn hasta que la ciudad
fue cercada en julio por los blancos.
Stalin había esperado encontrar pocas dificultades y mucho lucimiento
enviando millones de sacos de grano a Moscú y a otros centros. Pero
todo lo que consiguió enviar, a pesar de su dureza, fue una expedición
de tres gabarras, a que se refiere en su telegrama de 26 de junio. Si hubiese
enviado más, se hubieran publicado y comentado hace mucho tiempo
otros telegramas referentes a ello. Lejos de eso, se encuentran confesiones
implícitas de su fracaso como abastecedor de grano en sus propios
informes, que culminan el 4 de agosto al reconocer que era inútil
esperar más provisiones de Tsaritsyn. Incapaz de cumplir su jactanciosa
promesa de suministrar alimentos al centro, Stalin se pasó del "frente
de abastos" al "frente militar". Se hizo dictador de Tsaritsyn y del frente
del norte del Cáucaso. Se adjudicó facultades amplias y prácticamente
ilimitadas, como representante autorizado del Partido y del Gobierno. Tenía
derecho de llevar a cabo la movilización local, requisar propiedades,
militarizar fábricas, detener, y juzgar, admitir y despedir. Stalin
ejercía autoridad con mano dura. Todos los esfuerzos se concentraron
en la tarea de la defensa. Hízose cargo de todas las organizaciones
locales del Partido y de los trabajadores, completándolos con nuevas
fuerzas; se equiparon las partidas de guerrilleros. La vida de toda la
ciudad fue sometida a la presión de-una dictadura inflexible. "En
las calles y en las encrucijadas había patrullas del Ejército
Rojo -escribe Tarassov-Rodionov-, y en medio del Volga, anclada, con su
negra panza muy fuera del agua, había una gran barcaza, a la que
miraba de soslayo un desmadejado funcionario de desteñido uniforme,
mientras cuchicheaba con angustia a las viejecitas de la orilla: "¡Ahí...
está la Checa!" Pero aquello no era la Checa misma, sino sólo
su cárcel flotante. La Checa trabajaba en el interior de la ciudad,
junto a la comandancia del Ejército. Estaba trabajando... a todo
gas. No pasaba día sin que descubriera toda suerte de conspiraciones
en los sitios que parecían de más seguridad y respeto. "
[El 7 de julio, aproximadamente un mes después de su llegada
a Tsaritsyn, Stalin escribía a Lenin (en la carta hay una nota que
dice: "Salgo escapado al frente... Escribo sólo oficialmente").]
* "La línea sur de Tsaritsyn aún no se ha restablecido.
Estoy apremiándoles, y reprendiendo a todo el que debo. Espero que
la tendremos pronto restaurada. Puedes estar seguro de que no tendré
con nadie miramientos, ni siquiera conmigo. Pero tendréis el grano.
Si nuestros "especialistas" militares (¡los zapateros!) no estuviesen
durmiendo, no habrían roto la línea, y si ésta se
rehace no será gracias a los militares, sino a pesar suyo."
[El 11 de julio volvió a telegrafiar Stalin a Lenin:
* "Las cosas se han complicado porque el Estado Mayor de la Región
Militar del norte del Cáucaso ha resultado ser completamente incapaz
para luchar contra la contrarrevolución. No es sólo que nuestros
"especialistas" sean psicológicamente ineptos para hacer frente
con entereza a la contrarrevolución, sino también que por
ser lo que son sólo saben hacer copias al ferroprusiato y proponer
planes de reforma, y cuanto significa acción no les interesa...,
aparte de que se sienten al margen... No creo tener derecho a contemplar
esto con indiferencia, cuando el frente de Kaledin ha quedado cortado del
punto de abastecimiento y el norte de la región cerealista. Continuaré
corrigiendo éstas y otras deficiencias, donde quiera que las encuentre:
estoy tornando una serie de medidas y así seguiré, aunque
haya de destituir a todos los altos funcionarios y comandantes que sean
hostiles, a pesar de los inconvenientes formalistas, que pasaré
por alto siempre que haga falta. Es natural que asuma toda la responsabilidad
ante los organismos supremos."
[El 4 de agosto, Stalin escribió desde Tsaritsyn a Lenin, Trotsky
y Tsuryupa:]
* "La situación en el Sur dista de ser halagüeña.
El Consejo de Guerra se ha encontrado con una herencia de extremo desorden,
debida en parte a intrigas de personas a quienes aquél situó
en los diversos departamentos de la región militar... Tuvimos que
comenzar de nuevo... Derogamos todo lo que yo llamaría el antiguo
orden criminal, y sólo después de comenzar nuestro avance..."
La tarea de abastecer, en escala algo grande resultó imposible
de resolver a causa de la situación militar: "Los contactos con
el Sur y con sus cargas de provisiones están interrumpidos -escribía
Stalin el 4 de agosto-, y la misma región de Tsaritsyn, que conecta
el Centro con el Cáucaso septentrional, está cortada a su
vez, o casi cortada del Centro." Stalin explicaba la causa de la extrema
agravación de la situación militar, de una parte por la mudanza
del acérrimo campesino, "que en octubre había combatido por
el Gobierno de los Soviets, y ahora está en contra suya (odia con
todo su corazón el monopolio de cereales, los precios estables,
la requisa, la pelea con los recaudadores); y de otra por el lastimoso
estado de las tropas... En general he de decir -concluía- que hasta
no reanudar el contacto con el norte del Cáucaso no podemos contar...
con la región de Tsaritsyn en cuanto a provisiones".
La arrogación por parte de Stalin de las funciones de gestor
de todas las fuerzas militares del frente había sido confirmada
por Moscú. El telegrama del Consejo Revolucionario de Guerra de
la República, que llevaba anotado su envío con la conformidad
de Lenin, expresamente delegada en Stalin para "imponer orden, agrupar
todos los destacamentos en unidades regulares, organizar los mandos debidamente,
después de sustituir a todos los insubordinados". Así, los
derechos asignados a Stalin fueron firmados y hasta formulados por mí,
en cuanto puede juzgarse por el texto de la disposición correspondiente.
Nuestra tarea común a la sazón consistía en subordinar
las provincias al Centro, imponer disciplina y someter todos los grupos
de voluntarios y guerrilleros al Ejército y a los servicios del
frente. Por desgracia, la actividad de Stalin en Tsaritsyn tomó
una dirección totalmente distinta. Por entonces no sabía
yo que Stalin había puesto en uno de mis telegramas la anotación
de "no hacer caso", va que no tuvo nunca el suficiente valor para informar
de ello al Centro. Mi impresión era que Stalin no luchaba con firmeza
suficiente contra la autonomía local, las guerrillas comarcales
y la insubordinación general de la gente de la región. Le
acusé de ser demasiado tolerante con la equivocada política
de Vorochilov y otros, pero nunca me cupo en la cabeza que fuese él
el instigador de tal política. Esto se puso en evidencia poco después,
por sus propios telegramas y por las confesiones de Vorochilov y demás
enterados.
Stalin pasó en Tsaritsyn varios meses. Su trabajo de zapa contra
mí, que ya entonces constituía buena parte de sus actividades,
iba de la mano con la oposición solapada de Vorochilov, que era
su más íntimo asociado. Sin embargo, Stalin se condujo de
tal modo, que en cualquier momento pudiera retroceder sin comprometerse.
Lenin conocía a Stalin mejor que yo, y, al parecer, sospechó
que la pertinacia de los tsaritsynitas podía explicarse por la actuación
de Stalin detrás de la cortina. Me resolví a arreglar de
una vez los asuntos de Tsaritsyn. Después de un nuevo choque con
el mando, decidí que Stalin regresara. Esto se hizo por mediación
de Sverdlov, que salió en persona en un tren especial para traerse
a Stalin. Lenin deseaba reducir el conflicto a proporciones mínimas,
y en tal respecto tenía razón, como es natural.
Por entonces, mientras que el Ejército Rojo había conseguido
victorias de consideración en el frente del Este, dejando el Volga
en franquía, las cosas continuaban mal en el Sur, donde todo iba
de mal en peor a consecuencia de no obedecerse las órdenes. El 25
de octubre, en Kozlov, dicté una orden relativa a la unificación
de todos los ejércitos y grupos del frente Sur bajo el mando del
Consejo Revolucionario de Guerra del mismo, compuesto por el antiguo general
[Syton y tres bolcheviques: Shlyapnikov, Mejonoshin y Lazimir]: "Todas
las órdenes e instrucciones del Consejo han de ser objeto de ejecución
incondicional e inmediata." La orden conminaba a los insubordinados con
severas penas. Luego telegrafié a Lenin:
"Insisto categóricamente en que se deponga a Stalin. Las cosas
van mal en el frente de Tsaritsyn, a pesar de contar allí con fuerzas
sobradas. Vorochilov es capaz de mandar un regimiento, no un ejército
de 50.000 hombres. Sin embargo, le dejaré el mando del X Ejército
en Tsaritsyn, siempre que dé informes al comandante del Ejército
del Sur, Sytin. Hasta ahora, Tsaritsyn no ha mandado partes de operaciones
a Kozlov. He dispuesto que se informe respecto a reconocimientos y operaciones
dos veces al día. Si no se hace mañana, llevaré a
Vorochilov y a Minin a un Consejo de guerra, y publicaré el hecho
en una orden del Ejército. Según los Estatutos del Consejo
Revolucionario de Guerra de la República, Stalin y Minin, mientras
permanezcan en Tsaritsyn, no son más que miembros del Consejo Revolucionario
de Guerra del X Ejército. Nos queda poco tiempo para tomar la ofensiva
antes de que comiencen los lodazales de otoño, en que los caminos
locales están impracticables, tanto para la infantería como
para los cuerpos montados. No será posible ninguna acción
seria sin coordinar con Tsaritsyn. No puede perderse tiempo en negociaciones
diplomáticas. O Tsaritsyn se somete, o deberá afrontar las
consecuencias. Tenemos una superioridad de fuerzas enorme, pero reina absoluta
anarquía en las alturas. Puedo terminar con esto en veinticuatro
horas, si cuento con tu firma y tu concurso declarado. En todo caso, es
el único recurso que concibo."
[Al día siguiente] recibía Lenin este telegrama directo:
* He recibido el siguiente telegrama: "La orden militar de Stalin, número
118, debe ser aislada. He mandado instrucciones completas al comandante
del frente Sur, Sytin. Las actividades de Stalin socavan todos mis planes...
Vatzetis, comandante en jefe; Danishevsky, miembros del Consejo Revolucionario
de Guerra."
[Stalin fue separado de Tsaritsyn en la segunda mitad de octubre. Esto
es lo que] escribió en Pravda (30 de octubre de 1918) [respecto
al frente Sur]:
* "El objetivo del principal ataque del enemigo era Tsaritsyn. Se comprende
esto, porque la toma de Tsaritsyn y el corte de comunicaciones con el Sur
hubiera asegurado el cumplimiento de todos los propósitos del enemigo,
uniendo a los contrarrevolucionarios del Don con el sector Norte de los
cosacos de los Ejércitos de Astracán y Ural, creando un frente
continuo contrarrevolucionario desde el Don a los checoslovacos, Habría
dado a los contrarrevolucionarios el dominio del sur del Caspio, dentro
y fuera; y las tropas soviéticas del norte del Cáucaso se
hubiesen visto desamparadas..."
[¿"Confesaba" así Stalin que era culpable de haber agravado
la situación con sus intrigas y su indisciplina? Nada de eso. Sin
embargo, cuando regresaba a Moscú desde Tsaritsyn, Sverdlov preguntó]
cautamente cuáles eran mis intenciones, y luego me propuso que hablara
con Stalin, que, por lo visto, iban en su tren.
"-¿Piensas realmente en destituirles a todos? -me preguntó
Stalin en tono de exagerada sumisión-. Son unos muchachos excelentes.
"-Esos muchachos excelentes están comprometiendo la Revolución,
que no puede esperar a que adquieran juicio -le contesté-. Lo que
pretendo es sólo rescatar Tsaritsyn para la Rusia de los Soviets."
A partir de entonces, siempre que hube de lastimar predilecciones,
amistades o vanidades personas, Stalin iba reuniendo hábilmente
a toda la gente agraviada. Tenía mucho tiempo para ello, puesto
que así favorecía sus íntimas ambiciones. Los espíritus
dominantes de Tsaritsyn se convirtieron, en adelante, en sus instrumentos
principales. Tan pronto como Lenin cayó enfermo, Stalin, por medio
de sus satélites, hizo cambiar el nombre de Tsaritsyn por el de
Stalingrado.
[Los oposicionistas de Tsaritsyn eran una curiosa colección.
El hombre que más detestaba a los especialistas militares era Vorochilov
("el cerrajero de Lugansk", como le llamaron los cronistas de última
hora), un sujeto campechano y descarado, no extremadamente intelectual,
pero ladino y poco escrupuloso. Nunca pudo hacer la carrera de la teoría
del arte militar, pero tenía el de saber fruncir el ceño
y no tener el menor reparo en sacar partido de las ideas de subordinados
más ingeniosos, ni falsa modestia en cuanto a presentar como propios
sus aciertos. Su candidez intelectual en materia de teoría militar
y de marxismo había de demostrarse ampliamente en 1921, en que],
siguiendo sin discernimiento las orientaciones de algún oscuro ultraizquierdista,
manifestó que la agresividad y la táctica de la ofensiva
eran consecuencia de "la condición de clase del Ejército
Rojo", presentando a la vez como "prueba de la necesidad de tomar la ofensiva"
algunas citas de los reglamentos militares franceses de 1921.
Su "fiel mano derecha" era Shchadenko [comisario político del
X Ejército, sastre de oficio, a quien los cronistas de hoy habían
de inmortalizar como sigue]: "Frunciendo con enfado sus aquilinas cejas,
mirando con expertos ojos a derecha e izquierda, iba por todo el frente,
inflamado en su esfuerzo de ser la fiel mano derecha de Klim."
Igualmente celoso, pero muy distinto de los otros dos, era Sergio Minin.
[Una curiosa mixtura de poeta y demagogo, que se había entregado
con alma y vida a la causa y padecía una ciega fobia contra todos
los oficiales zaristas.] Popular entre los trabajadores de Tsaritsyn desde
que, siendo un joven estudiante, participó en la Revolución
de 1905, Tsaritsyn se enorgullecía de tener en él su más
conspicuo y apasionado orador. Era, con mucho, el más honesto del
grupo, pero acaso el menos razonable. Sincero en su intransigencia, puso
toda su parte de daño en la agravación de la situación
militar de Tsaritsyn. [Era un instrumento inocente, pero por lo visto el
más eficaz, de la intriga de Stalin en Tsaritsyn, y fue apartado
tan pronto como ya no pudo serle de utilidad.]
Había, además, el ingeniero Rujimovich, antiguo Comisario
Popular de Guerra de la República de Donetz-Krivirog [una de las
efímeras repúblicas rojas de los primeros días de
la Revolución], que dio a Vorochilov su primer encargo de organizar
un ejército proletario. Puesto al frente de la Independencia, el
provinciano Rujimovich no comprendía otras necesidades que las del
X Ejército. No había Ejército que se tragara tantos
fusiles y municiones, y en cuanto se le negaban, levantaba el grito contra
la traición de los especialistas de Moscú. [él, como
el vocal más joven del Consejo de Guerra, Valerio] Mezhlauk, ascendieron
a astros de segundo orden en la jerarquía estaliniana, para eclipsarse
luego [por razones desconocidas. Estaban asimismo] Zhloba, Jarchenko, Gorodovich,
Savitsky, Parhomenko y otros, cuyas aportaciones al Ejército Rojo
y al Estado soviético no sobrepujaban las de otros cientos de miles,
pero cuyos nombres se salvaron del más completo olvido sólo
por su previa relación con Stalin en Tsaritsyn. "Trotsky -escribió
más tarde Tarasov-Radionov- habló en el Consejo Revolucionario
de Guerra, enojado y altivo. Soltó una granizada de punzantes reproches
por el enorme derroche de material... Trotsky no tenía oídos
para explicaciones..."
El 1 de noviembre telegrafió a Sverdlov y a Lenin desde Tsaritsyn:
"La situación, por lo que respecta al X Ejército, es
la siguiente: Hay muchas fuerzas aquí, pero no hay quien dirija
las operaciones. El Estado Mayor del frente Sur y Vatzetis están
por un cambio de comandante. Veré si es posible conservar a Vorochilov,
dándole un Estado Mayor experimentado y eficaz. él no está
conforme, pero confío en que el asunto pueda arreglarse... El único
obstáculo serio es Minin, que está llevando una política
sumamente perniciosa. Insisto seriamente en que se le traslade. ¿Cuándo
estarán listas las medallas?"
Después de inspeccionar todos los sectores del Ejército
de Tsaritsyn, en una orden especial de 5 de noviembre de 1918, reconocía
los servicios de muchas de las unidades y de sus jefes, haciendo notar
al mismo tiempo que algunas partes del Ejército consistían
en unidades que se llamaban a sí propias divisiones sin serlo en
realidad; que "el trabajo político en ciertas unidades no se había
iniciado aún", que "el empleo de reservas militares no se efectúa
siempre con la debida precaución"; que "en ciertos casos, el comandante,
reacio a dar cumplimiento a una orden de operaciones, la hace discutir
en una reunión...", etc. "Como ciudadanos -decía la orden-,
los soldados son libres durante sus horas francas para celebrar reuniones
sobre cualquier asunto. Como soldados, deben obedecer las órdenes
militares sin la menor objeción."
Después de visitar el frente Sur, incluso Tsaritsyn, informé
al VI Congreso de los Soviets de 9 de noviembre de 1918. "No todos los
funcionarios del Soviet han comprendido que nuestra administración
se ha centralizado y que todas las órdenes emanadas de arriba son
terminantes... Hemos de ser inflexibles con los funcionarios del Soviet
que no han comprendido eso aún; los depondremos, los expulsaremos
de nuestras filas, los extirparemos a fuerza de reprensiones." Esto se
refería a Stalin mucho más que a Vorochilov, contra quien
iban en aquella ocasión dirigidas las palabras ostensiblemente.
Stalin estaba presente en el Congreso y guardó silencio. Callado
permaneció también en la sesión de Politburó.
No podía defender abiertamente su conducta. A lo sumo, lo que hizo
fue almacenar cólera. En aquellos días (depuesto de Tsaritsyn,
con profundo rencor y sed de venganza en el corazón) escribió
su artículo sobre el primer aniversario de la República.
La finalidad del mismo era atacar mi prestigio, volviendo contra mí
la autoridad del Comité Central encabezado por Lenin. En aquel artículo
de aniversario, dictado por una ira contenida, Stalin tuvo, sin embargo,
que escribir lo siguiente:
"Toda la labor de organización práctica de la insurrección
fue realizada bajo la inmediata dirección del presidente del Comité
de Petrogrado, camarada Trotsky. Es posible declarar con seguridad que
al camarada Trotsky debe el Partido principalmente, y en primer lugar,
que la guarnición se pasara tan pronto al lado del Soviet y que
se ejecutara con tal atrevimiento la labor del Comité Revolucionario
Militar."
El 30 de noviembre, por iniciativa del Comisariado de Guerra de organizar
un Consejo de Defensa, el Comité Ejecutivo Central de toda Rusia
aprobó una resolución en el sentido de convocar el Consejo
de Defensa, compuesto de Lenin, el que escribe, Krassin, el comisario de
Vías y Comunicación, el comisario de Abastecimientos y el
presidente de la Comisión Permanente del Comité Ejecutivo
Central, Sverdlov. De acuerdo con Lenin, propuse que se incluyera también
a Stalin. Lenin deseaba dar a Stalin alguna satisfacción por haberse
retirado del Ejército de Tsaritsyn; yo quería darle ocasión
de formular abiertamente sus críticas y propuestas, sin mojar la
pólvora en el Departamento de Guerra. La primera sesión,
que delineó nuestras tareas en sentido general, se celebró
durante las horas del día, el 1 de diciembre. De las notas que tomó
Lenin en aquella reunión, resulta que Stalin habló seis veces;
Krassin, nueve; Skylyansky, nueve; Lenin, ocho. No se permitía hablar
más de dos minutos cada vez. La dirección del trabajo del
Consejo de Defensa, no sólo en lo tocante a cuestiones de relieve,
sino en cuestiones de detalle, se concentró enteramente en manos
de Lenin. Se confió a Stalin la misión de redactar una tesis
sobre la lucha contra el regionalismo, y otra sobre el modo de combatir
el expedienteo. No hay prueba alguna de que se redactase una u otra. Además,
con objeto de facilitar el trabajo, se convino en que "los decretos de
la Comisión designada por el Comité de Defensa, firmados
por Lenin, Stalin y los representantes del Departamento interesado, tendrán
la fuerza de un decreto del Consejo de Defensa". Pero en cuanto afectaba
a Stalin, todo aquello se redujo a otro epígrafe que nada tenía
que ver con el trabajo efectivo.
[A pesar de todas estas concesiones, Stalin continuó apoyando
en secreto a la oposición de Tsaritsyn, anulando los esfuerzos del
Departamento de Guerra por imponer orden y disciplina en aquel sector.
En Tsaritsyn, su principal instrumento era Vorochilov; en Moscú,
Stalin mismo ejercía toda la presión que podía sobre
Lenin. Se hizo necesario, en consecuencia, enviar el siguiente telegrama
desde Kursk, el 14 de diciembre: ]
"Al presidente del Consejo de Comisarios del Pueblo: Lenin. La cuestión
de deponer a Okulov no puede resolverse por sí misma. Okulov se
designó para tener a raya a Vorochilov, como garantía del
cumplimiento de las órdenes militares. Es imposible dejar que Vorochilov
continúe después de haber inutilizado todos los intentos
de guerra, con un nuevo comandante, y Vorochilov debe ir a Ucrania.
"El presidente del Consejo Revolucionario de la República, Trotsky."
[Vorochilov fue entonces trasladado a Ucrania. La capacidad combativa
del X Ejército aumentó como por ensalmo. No sólo el
nuevo comandante, sino también el sucesor de Stalin en el Consejo
de Guerra, Shlyapnikov, resultaron infinitamente más eficaces, y
mejoró la situación militar en Tsaritsyn.]
[Pocos días después de la sustitución de Vorochilov,
y tras los meses de forzosa abstención de un asunto tan sumamente
tentador como el de intervenir en cuestiones militares, desde su propia
deposición de Tsaritsyn, Stalin halló nueva ocasión
de actuar en el frente, esta vez por un par de semanas, y la aprovechó
para clavar a Trotsky un cuchillo en la espalda. El incidente comenzó
con el siguiente cambio de telegramas entre Lenin y Trotsky:]
1
* Telegrama cifrado al camarada Trotsky, en Kursk o cualquier otro lugar
en que pueda hallarse el presidente del Comité Revolucionario de
Guerra de la República.
"Moscú, 13 de diciembre de 1918.
"Noticias sumamente alarmantes de las proximidades de Perm. Está
en peligro. Temo que nos hayamos olvidado de los Urales. ¿Se mandan
refuerzos con suficiente intensidad a Perm y a los Urales? Lashevich dijo
a Zinoviev que sólo deben mandarse unidades ya fogueadas. - Lenin."
2
* A Trotsky, en Kozlov o dondequiera que se encuentre el presidente
del Comité Revolucionario de Guerra de la República.
"Moscú, 31 de diciembre de 1918.
"Hay varios informes del Partido de los alrededores de Perm sobre el
estado catastrófico del Ejército y sobre embriaguez. Te lo
transmito. Piden que vayas allí. Pensé en enviar a Stalin.
Temo que Smilga sea demasiado blando con Lashevich, que al parecer también
bebe con exceso y no es capaz de restablecer el orden. Telegrafía
tu opinión.-Lenin."
[66.847.]
3
* Por hilo directo en cifra a Moscú, Kremlin, para el presidente
del Consejo de Comisarios del Pueblo, Lenin.
Respuesta a [66.847].
"Voronej, 1 de enero de 1919, a las 19 (7 tarde).
"De los partes de operaciones del III Ejército he deducido que
la dirección está completamente desconcertada, y propuse
un cambio de mando. La decisión se aplazó. Ahora considero
inaplazable la sustitución.
"Estoy completamente de acuerdo sobre la excesiva blandura del camarada
enviado allí. De acuerdo con enviar a Stalin con poderes del Partido
y del Consejo Revolucionario de Guerra de la República para restablecer
el orden, depurar la plantilla de comisarios y castigar severamente a los
culpables. El nuevo comandante se nombrará de acuerdo con Serpujov.
Propongo nombrar a Lashevich miembro del Consejo Revolucionario de Guerra
del frente Norte, donde no tenemos una persona responsable del Partido,
y el frente puede adquirir pronto mayor importancia.
"Presidente del Consejo Revolucionario de Guerra de la República,
Trotsky."
[9.]
[El asunto pasó entonces al Comité Central, que resolvió:]
* "Designar una Comisión investigadora del Partido, compuesta
de los miembros del Comité Central, Stalin y Dzerzhinsky, para que
realice una minuciosa investigación de los motivos de la rendición
de Perm y de las recientes derrotas en el frente del Ural, y aclare todas
las circunstancias concernientes a los mencionados hechos."
[El III Ejército había rendido Perm a las tropas del almirante
Koltchak, que avanzaban, y tomado posiciones en Viatka, donde se sostenía
a duras penas. Stalin y Dzerzhinsky llegaron a Viatka mientras el III Ejército
la defendía de los ataques enemigos. El día de su llegada
allí, 5-I-1919, Stalin y Dzerzhinsky telegrafiaron a Lenin].
* "Comenzó la investigación. Te informaremos de vez en
cuando sobre el curso de la misma. Entretanto, creemos n darte cuenta de
las necesidades del III Ejército que no admiten aplazamiento. El
caso es que de este ejército, que constaba de más de 30.000
hombres, sólo quedan 1.100 soldados aspeados y exhaustos, que apenas
pueden resistir la presión del enemigo. Las unidades enviadas por
el comandante en jefe no son de confianza, incluso en parte hostiles a
nosotros, y necesitan una seria criba. Para salvar los restos del III Ejército
y evitar el rápido avance del enemigo sobre Viatka (según
la información del Estado Mayor del frente y del mismo Ejército,
este peligro es completamente real), es absolutamente necesario enviar
al momento desde Rusia y poner a disposición del comandante del
Ejército por lo menos tres regimientos de absoluta confianza. Insistimos
con apremio que hagas la debida presión en este sentido sobre la
institución militar competente. Lo repetimos: sin esta medida espera
a Viatka la misma suerte de Perm."
[El 15 de enero, Stalin y Dzerzhinsky informaban al Consejo de Defensa:
]
* "Se enviaron al frente 1.200 bayonetas y sables de confianza; al día
siguiente, dos escuadrones de Caballería. El día 10 salió
también el 62 Regimiento de la 3.ª Brigada (bien tamizada previamente).
Estas unidades nos permiten contener el avance del enemigo, levantar la
moral del III Ejército y comenzar nuestro avance sobre Perm, hasta
ahora afortunada. A retaguardia del ejército se efectúa una
detenida depuración de las instituciones del Soviet y del Partido.
Se han organizado comités revolucionarios en Viatka y en las cabezas
de partido. También se ha comenzado a organizar y continúan
organizándose fuertes cuadros revolucionarios en los pueblos. Se
está restaurando todo el trabajo del Partido y del Soviet sobre
nuevas líneas. El control militar se ha renovado y reorganizado.
Asimismo ha sido depurada la checa provincial, a cuyo frente se han puesto
nuevos activistas..."
[Después de investigar las causas de la catástrofe, Stalin
y Dzerzhinsky informaron a Lenin que eran: ]
* "La fatiga y el agotamiento del Ejército en el momento de avanzar
el enemigo, nuestra falta de reservas a la sazón, la falta de contacto
del Estado Mayor con el Ejército, el desconcierto del comandante
del Ejército, los métodos intolerablemente criminales de
administrar el frente el Comité Revolucionario de Guerra de la República,
que paralizaban la posibilidad de ofrecer oportuna ayuda al III Ejército;
la falta de confianza en los refuerzos enviados de retaguardia, a causa
de los viejos métodos de reclutamiento, y la absoluta inseguridad
de la retaguardia en virtud de la completa ineptitud e incapacidad de las
organizaciones locales del Soviet y del Partido."
[Casi todos los extremos de este informe constituían un golpe
contra Trotsky. Si Lenin, el Consejo de Defensa, el Comité Central
y su Politburó hubiesen tomado en serio estos cargos contra Trotsky,
no habría habido más remedio que destituirle de su cargo.
Pero Lenin conocía demasiado bien a Stalin para estimar este informe
suyo de su asociado en Viatka, menos conforme a los hechos que incriminatorio,
como una venganza por haberle relevado de Tsaritsyn, y por haberse negado
a darle otra oportunidad en el frente Sur, donde pudiera volverse a reunir
con Vorochilov y los otros tsaritsynitas.
Mientras tanto, en Ucrania, utilizando sus prerrogativas políticas
y su categoría de comandante del ejército, Vorochilov continuaba
chocando con los especialistas militares, deshaciendo el trabajo del Estado
Mayor y estorbando la ejecución de las instrucciones del Cuartel
General. Con ayuda de Stalin y de otros, pronto hizo su presencia en el
frente Sur tan intolerable que el 10 de enero de 1919 fue necesario telegrafiar:]
* "A Moscú.
"Al presidente del Comité ejecutivo Central, Sverdlov.
" ...Debo manifestar categóricamente que la política
de Tsaritsyn, que ha ocasionado la total desmembración del Ejército
de aquella zona, no puede tolerarse en Urania... Okulov sale para Moscú.
Propongo que Lenin y tú prestéis la máxima atención
a su informe sobre la labor de Vorochilov. La línea de Stalin, Vorochilov
y Rujimovich significa la ruina de todo lo que estamos haciendo.
"Presidente del Consejo Revolucionario de Guerra de la República,
Trotsky."
[Mientras Stalin intrigaba con ayuda de Dzerzhinsky en Viatka], Lenin
insistió en que era necesario que llegase a una inteligencia con
Stalin.:
* "Stalin iría con mucho gusto a trabajar al frente Sur... Stalin
espera que el resultado de su labor nos convencerá de la justeza
de sus puntos de vista... Al informarte, León Davidovich, de estas
declaraciones de Stalin, te ruego que las estudies con detenimiento y me
contestes, en primer lugar, si estás de acuerdo con que Stalin explique
en persona el asunto, sobre el cual se halla dispuesto a informarse; y
en segundo lugar, si crees posible, a base de ciertas condiciones concretas,
arreglar el conflicto anterior y llegar a una colaboración que Stalin
vería complacido. En cuanto a mí, creo que es necesario hacer
todo lo posible por trabajar conjuntamente con él.-Lenin."
Evidentemente, Lenin había escrito esta carta apremiado por la
insistencia de Stalin. éste buscaba el convenio, la conciliación,
más trabajo de orden militar, aun a costa de una capitulación
pasajera y fingida. El frente le atraía porque aquí podía
trabajar por primera vez con la máquina administrativa más
acabada de todas, que es la máquina militar. Como miembro del Consejo
Revolucionario de Guerra y a la vez del Comité Central del Partido,
era inevitablemente la figura cumbre en todos los Consejos de Guerra, en
todos los ejércitos, en todos los frentes. Cuando los demás
dudaban, él decidía. Podía mandar, y cada orden suya
iba seguida de su ejecución prácticamente automática,
no como en la Junta del Comisariado de Nacionalidades, donde tenía
que ocultarse de sus antagonistas en la cocina del comandante.
En 11 de enero contesté a Lenin por línea directa:
* "La transacción es naturalmente necesaria, pero no sometiéndose
a todo. El hecho es que todos los tsaritsynitas se han congregado ahora
en Jarkov. Puedes darte cuenta de lo que son por el informe de Okulov,
hecho enteramente de material demostrable, y de los partes de los comisarios.
Considero que la defensa que hace Stalin de la tendencia tsaritsynita es
una úlcera sumamente peligrosa, peor que cualquier traición
o perfidia de especialistas militares... Rujimovich es un alias de Vorochilov.
Dentro de un mes tendremos que salir de otro atolladero como el de Tsaritsyn,
pero esta vez no tendremos enfrente a los cosacos, sino a los ingleses
y a los franceses. Y no es Rujimovich el único. Están firmemente
ligados entre ellos, erigiendo la ignorancia en principio. Vorochilov,
más las guerrillas de Ucrania, más el bajo nivel de la población,
más la demagogia... no podemos tolerar esto de ningún modo.
Que designen a Artemio, pero no a Vorochilov ni a Rujimovich... De nuevo
insisto en que se examine con atención el informe de Okulov sobre
el Ejército de Tsaritsyn y cómo se desmoralizó Vorochilov
con la cooperación de Stalin."
Con relación a este primer período de actividad de Stalin
en el frente Sur no se ha publicado nada. La cuestión es que el
tal periodo no duró mucho y terminó para él de un
modo muy desagradable. Es una lástima que no pueda basarme en ningún
escrito que complete mis recuerdos de este episodio, pues no dejó
traza alguna en mis archivos personales. Naturalmente, los archivos oficiales
han quedado en el Comisariado de Guerra. En el Consejo Revolucionario de
Guerra del frente Sur, con Yegorov de comandante, estaban Stalin y Berzin,
que después se dedicó por completo al trabajo militar y desempeñó
un importante papel, aunque no rector, en las operaciones militares de
la España republicana. Una vez, por la noche (siento no poder puntualizar
la fecha exacta), Berzin me llamó a la línea directa y me
preguntó si estaba "obligado a firmar una orden de operaciones del
comandante del frente, Yegorov". Según las normas, la firma del
comisario o miembro político del Consejo de Guerra en una orden
de operaciones significaba simplemente que la orden no tenía ningún
móvil contrarrevolucionario. En cuanto al sentido de la orden, era
por completo de la responsabilidad del comandante. En este caso, la orden
del comandante del frente consistía en interpretar otra del comandante
en jefe y transmitirla al Ejército bajo su mando. Stalin declaró
que la orden de Yegorov no era válida, y que no la firmaba. En vista
de la negativa de un miembro del Comité Central a firmarla, Berzin
no se determinaba a poner su propia firma en ella. Y, por otra parte, una
orden de operaciones firmada sólo por el jefe militar no tenía
fuerza de obligar.
¿Qué objeción suscitaba Stalin contra una orden
que, por lo que puedo recordar, era de importancia secundaria, aunque he
olvidado totalmente de qué se trataba? Ninguna. Simplemente no quería
firmarla. Le hubiera sido perfectamente posible llamarme por hilo directo
y explicarme sus razones, o, si lo prefería, dirigirse a Lenin con
la consulta. El comandante del frente, si no estaba conforme con Stalin,
por la misma norma podía haber expuesto sus propios argumentos al
comandante en jefe o a mí. La objeción de Stalin se habría
discutido inmediatamente en el Politburó, y se hubieran solicitado
entonces del comandante en jefe explicaciones suplementarias. Pero, lo
mismo que en Tsaritsyn, Stalin prefería obrar de muy distinto modo:
"No quiero firmarla", declaró, para alardear de su importancia ante
sus colaboradores y subordinados. Yo repliqué a Berzin: "La orden
del comandante en jefe certificada por un comisario es obligatoria para
ti. Fírmala inmediatamente; de lo contrario, habrás de comparecer
ante el Tribunal". Inmediatamente, Berzin puso su firma en la orden del
comandante.
El asunto se llevó al Politburó. Lenin dijo, no sin cierto
embarazo: "¿Qué podemos hacer? ¡Otra vez Stalin metido
en un lío!" Se decidió retirar a Stalin del frente Sur. ésta
era ya la segunda vez que le fallaba el tiro. Recuerdo que volvió
sumiso, pero no parecía resentido. Por el contrario, incluso manifestó
que había conseguido su propósito de llamar la atención
sobre las relaciones impropias entre el Mando supremo y el del frente,
y que si bien la orden del comandante en jefe no contenía nada hostil,
se había dictado sin sondear antes la opinión del frente
Sur, lo que no estaba bien. ésta era, según explicó,
la razón de su protesta. Se sentía completamente satisfecho
de sí mismo. Mi impresión fue la de que había querido
abarcar demasiado. Cogido en la trampa de una baladronada casual, no había
podido desenredarse luego. En todo caso, era evidente que hacía
todo lo posible por disimular el resbalón y por dar a entender que
no había pasado nada. (Para dejarle en buen lugar, se propuso después,
probablemente por iniciativa de Lenin, destinarle al frente Sudoeste. Pero
Stalin replicó: ]
* "4 de febrero de 1919.
"Al Comité Central del Partido, camaradas Lenin y Trotsky:"
...Tengo la profunda convicción de que nada puede cambiar en la
situación mi presencia allí... - Stalin."
[Durante tres o cuatro meses después de aquello, refrenó
su afán de trabajar en la máquina militar y volvió
a colaborar en La Vida de las Nacionalidades.]
[La liquidación de los tsaritsynitas era más aparente
que real. De hecho, Stalin y sus aliados habían variado simplemente
de campo de acción y de métodos de ataque. El nuevo campo
era el Partido, y los métodos se ajustaron al mismo.] Como en 1912-1913,
con referencia a los conciliadores, y como durante la temporada anterior
a octubre con respecto a la oposición de Zinoviev y Kamenev, así
también en el VIII Congreso [del Partido, Stalin, ostensiblemente
ajeno en absoluto a la oposición militar, trabajaba de firme por
reforzarla, y la utilizó como palanca contra Trotsky].
La oposición militar constaba de dos grupos. Estaban allí
los numerosos activistas ilegales totalmente agotados por la prisión
y el destierro, y que no pudieron encontrar puesto adecuado en la organización
del Ejército y del Estado. Miraban con honda malquerencia toda clase
de advenedizos, de los que no pocos ocupaban cargos responsables Pero en
aquella oposición había también muchos trabajadores
avanzados, elementos de lucha con una nueva reserva de energía,
que temblaban de aprensión política al ver a ingenieros,
oficiales, maestros, Catedráticos del día anterior ocupando
otra vez puestos de dirección. Esta oposición de trabajadores
reflejaba en definitiva falta de confianza en sus propias fuerzas, y recelo
de que la nueva clase que había subido al Poder fuera capaz de dominar
y controlar los amplios círculos de la vieja intelectualidad.
Durante el primer período, cuando la Revolución iba propagándose
de los centros industriales hacia la periferia, se organizaron destacamentos
armados de trabajadores, marineros y ex soldados, para establecer el régimen
soviético en varias localidades. Estos destacamentos tenían
que librar, en ocasiones, encuentros de menor cuantía. Como gozaban
de la simpatía de las masas, les era fácil quedar victoriosos.
Adquirieron así cierto temple, y sus jefes alguna autoridad. No
había enlaces regulares entre tales destacamentos. Su táctica
tenía el carácter de incursiones de guerrilleros, y, por
lo pronto, con aquello bastaba. Pero las clases derrocadas, con ayuda de
sus protectores extranjeros, comenzaron a organizar sus propios ejércitos.
Bien armados y dirigidos, pronto les tocó el turno de emprender
la ofensiva. Acostumbrados a victorias fáciles, los destacamentos
de guerrilleros no tardaron en poner en evidencia su inutilidad; no tenían
secciones adecuadas de información, ni enlaces entre ellos, ni eran
capaces de ejecutar una maniobra de relativa complejidad. De aquí
que en varias ocasiones y en distintos puntos del país, la guerra
de partidas no produjese más que desastres. No era fácil
incluir aquellos destacamentos aislados en un sistema centralizado. La
capacidad militar de sus comandantes no era grande, y, además, miraban
con hostilidad a los oficiales antiguos, parte por no tener confianza política
en ellos, y parte por disimular su falta de confianza en sí mismos.
Sin embargo, todavía en julio de 1918, los essars de izquierda seguían
insistiendo en que podíamos defendernos con guerrilleros, sin necesidad
de un ejército centralizado. "Esto es tanto como decirnos -repuse
yo- que no necesitamos ferrocarriles, y que podemos arreglarnos con carros
de caballos para el transporte."
Nuestros frentes tendían a contraerse en un cerco de más
de 8.000 kilómetros de circunferencia. Nuestros enemigos elegían
la dirección, creaban una base en la periferia, recibían
ayuda del exterior, y descargaban el golpe apuntando al centro. La ventaja
de nuestra situación consistía en ocupar una posición
central y actuar a lo largo de líneas de operaciones internas. Tan
pronto como el enemigo elegía su dirección de ataque, podíamos
nosotros escoger la nuestra para el contraataque. Estábamos en condiciones
de mover fuerzas y acumularlas para acometer en las direcciones más
importantes en cualquier momento dado. Pero esta ventaja sólo podía
aprovecharse si conseguíamos una centralización completa
de gestión y de mando. Para sacrificar temporalmente alguno de los
sectores más remotos o menos importantes a fin de salvar los más
próximos e importantes, teníamos que proceder de manera que
las órdenes de arriba se cumplieran en vez de someterse a discusión.
Todo esto es demasiado elemental para que necesitemos explicarlo aquí.
El no comprenderlo, obedecía a aquellas tendencias centrífugas
nacidas de la Revolución, al provincialismo del vasto país
de comunidades aisladas, al espíritu elemental de independencia
que todavía no había tenido tiempo u oportunidad de madurar.
Basta decir que al principio, no sólo provincias, sino hasta región
tras región tuvieron su propio Consejo de Comisarios del Pueblo,
con su correspondiente comisario de Guerra. Los éxitos de la organización
regular, indujeron a los dispersos destacamentos a adaptarse a ciertas
normas y condiciones, a consolidarse en regimientos y en divisiones. Pero
el espíritu y el método continuaron a menudo como antes,
Un jefe de división, no seguro de sí mismo, se mantenía
demasiado condescendiente con sus coroneles. Vorochilov, como jefe de ejército,
era sobradamente indulgente con los jefes de sus divisiones. Pero tanto
más rencorosa era su actitud hacia el Centro, que no se daba por
satisfecho con la transformación externa de las partidas de guerrilleros
en regimientos y divisiones, sino que insistía en los requisitos
más fundamentales de la organización militar. En controversia
con uno de los guerrilleros de Stalin escribía yo en enero de 1919:
"En uno de nuestros ejércitos se consideraba señal de
supremo revolucionarismo no hace mucho, chancearse vulgar y estúpidamente
de los "especialistas militares", esto es, de todos cuantos hubieran estudiado
en escuelas militares; pero en el mismo ejército que así
procedía no se desarrollaba el menor trabajo político. La
actitud no era menos hostil allí, o acaso lo era más, contra
los comisarios comunistas que contra los especialistas. ¿Quién
sembraba esa hostilidad? Los peores entre los nuevos comandantes: los militarmente
ineptos, gente entre guerrillera y del Partido, que no deseaba tener a
nadie en torno, ya fueran activistas del Partido, ya expertos y serios
militares. Aferrados de por vida a sus puestos, execraban con furor hasta
la mención de estudios militares... Muchos de ellos, metidos por
último en un lío irremediable, terminaban simplemente rebelándose
contra el Gobierno de los Soviets."
En un momento de grave peligro, el 2.11 Regimiento de Petrogrado, que
ocupaba un sector decisivo, abandonó el frente por su propia iniciativa,
capitaneado por su comandante y su comisario, tomó un vapor fluvial
y bajó por el Volga desde las cercanías de Kazan en dirección
a Nijni-Novgorod. El barco fue detenido orden mía, y los desertores
sometidos a un Consejo de guerra. El comandante y el comisario del regimiento
fueron fusilados. Este fue el primer caso de fusilamiento de un comunista,
el comisario Panteleyev, por violación de los deberes militares.
En diciembre de 1918, Pravda publicó un artículo que, sin
mencionar mi nombre, pero sin duda aludiéndome, se refería
al fusilamiento de los "mejores camaradas sin formación de causa".
El autor del artículo, un tal A. Kamensky, era en sí una
figura de escasa importancia, ostensiblemente un mero peón, un testaferro.
Parecía incomprensible que un artículo que encerraba acusaciones
tan duras y trascendentes pudiera publicarse en el órgano central.
Su director era Bujarin, comunista de izquierda y, por ello, opuesto al
empleo de "generales" en el Ejército. Pero, especialmente entonces,
era incapaz de intrigar. El enigma se resolvió cuando pude descubrir
mediante la oportuna investigación, que el autor del artículo,
o más bien su firmante, A. Kamensky, estuvo en la Plana Mayor del
X Ejército, y a la sazón se hallaba bajo la influencia directa
de Stalin. No cabe duda de que Stalin gestionó subrepticiamente
la publicación del artículo. La misma terminología
de la acusación; la descarada referencia al fusilamiento de "los
mejores camaradas", y, además, "sin formación de causa",
era sorprendente por la monstruosidad de la invención y por su inherente
absurdidad. Pero, precisamente esta desvergonzada exageración de
cargos, revelaba a Stalin, el organizador de los futuros juicios de Moscú.
El Comité Central arregló el asunto. Recuerdo que se reprendió
al Consejo de dirección y a Kamensky, pero la mano intrigante de
Stalin permaneció invisible.
[Más tarde, estando en el frente Sur, Stalin continuó
utilizando esta desacreditada fábula por mediación de sus
instrumentos en el Congreso del Partido. Cuando llegaron a Trotsky noticias
de ello, mientras se hallaba en el frente durante las sesiones del VIII
Congreso, se vio obligado a recurrir al Comité Central por segunda
vez, solicitando "abrir una investigación sobre el caso del fusilamiento
de Panteleyev", como consta en las minutas de la sesión del Comité
Central del 18 de abril de 1919, "en vista de que el asunto se había
llevado de nuevo al Congreso del Partido". Con Stalin presente en la reunión
del Comité Central, la demanda pasó al Orgburó, donde,
también en presencia de Stalin (era vocal de ambos organismos),
el Orgburó decidió igualmente por unanimidad] designar una
Comisión compuesta por Krestinky, Serebryakoc y Smilga, los tres
miembros del Orgburó y del Comité Central, para que estudiaran
todo el asunto. Naturalmente, la Comisión llegó a la conclusión
de que Panteleyev fue fusilado después de un juicio, y no por comunista
y [comisario], sino por ruin desertor, "no porque su regimiento abandonara
la posición, sino porque él abandonó la posición
a la par que el regimiento" [con palabras del comandante Slavin, jefe del
Ejército a que pertenecía el regimiento de Panteleyev]. Diez
años más tarde, este episodio habría de figurar también
como parte de la campaña de Stalin en contra mía bajo el
mismo título de "El fusilamiento de los mejores comunistas sin formación
de causa".
El VIII Congreso del Partido celebró sesiones desde el 18 hasta
el 23 de marzo de 1919, en Moscú. La víspera misma del Congreso
los blancos nos infligieron una fuerte derrota cerca de Ufa. Dando de lado
al Congreso, resolví acudir inmediatamente al frente oriental. Después
de sugerir el regreso de los delegados militares al frente, sin demora
me preparé para ir a Ufa. Algunos de los delegados estaban descontentos:
habían ido a la capital con unos días de licencia, y no querían
desperdiciarlos. Alguien ideó el rumor de que yo trataba de evitar
debates sobre política militar. Aquel embuste me sorprendió.
Presenté una propuesta en el Comité Central el 16 de marzo
de 1919, para anular la orden de regreso inmediato al frente de los delegados
militares, confié la defensa de la política militar a Sokolnikov
y partí en el acto para el Este. La discusión de los asuntos
militares en el VIII Congreso, a pesar de la presencia de una oposición
muy crecida, no me disuadió: la situación del frente me parecía
mucho más importante que las maniobras electorales en el Congreso,
especialmente porque no tenía duda de que la política que
consideraba la única correcta había de triunfar por sus propios
méritos. El Comité Central aprobó la tesis que previamente
había presentado yo, y nombró a Sokolnikov informante oficial
sobre ella. El informe de la oposición corrió a cargo de
V. M. Smirnov, viejo bolchevique y ex oficial de Artillería en la
Guerra Mundial. Smirnov era uno de los dirigentes de la izquierda comunista,
adversarios resueltos de la paz de Brest-Litovsk, y había pedido
que se emprendiese una guerra de guerrillas contra el Ejército regular
alemán. Esto constituyó siempre la base de su programa hasta
1919, aunque a decir verdad, algo se había enfriado en el intervalo.
La formación de un Ejército centralizado y regular era imposible
sin especialistas militares y sin sustituir la improvisación por
una dirección apropiada y sistemática. Los comunistas de
izquierda, calmados ya hasta cierto punto, trataban de adaptar sus opiniones
de ayer al crecimiento de la máquina estatal y las necesidades del
Ejército regular. Pero cedían su terreno palmo a palmo, utilizando
cuanto podían de su antiguo bagaje, y cubriendo sus tendencias esencialmente
guerrillistas bajo nuevas fórmulas.
Al comenzar el Congreso tuvo lugar un episodio de importancia secundaria,
pero muy característica, relacionado con la composición de
la Mesa. Indicaba en cierto modo la índole del Congreso, aunque
sólo fuera en su fase inicial. En el orden del día figuraba
la ardua cuestión militar. No era un secreto para Lenin que, detrás
de la cortina, Stalin estaba realmente a la cabeza de la oposición
respecto a aquel extremo. Lenin había llegado a un acuerdo con la
delegación de Petrogrado acerca de la composición de la Mesa.
Los oposicionistas propusieron vanas candidaturas suplementarias con varios
pretextos, incluyendo en ellas no sólo oposicionistas, sino también
otros nombres. Por ejemplo, incluían a Sokolnikov, el principal
portavoz del punto de vista oficial. Sin embargo, Bujarin, Stassova, Oborin,
Rikov y Sokolnikov rehusaron, estimando como obligación personal
el acuerdo a que se había llegado extraoficialmente sobre la cuestión
de la Mesa presidencial. Pero Stalin no rehusó. Aquello demostró
palmariamente su actitud oposicionista. Parecía haberse afanado
mucho por llenar el Congreso de partidarios suyos y muñir entre
los delegados. Lenin lo sabía, pero con objeto de evitar dificultades,
hizo cuanto pudo para evitar a Stalin la prueba de un voto en favor o en
contra suya. Por mediación de uno de los delegados planteó
Lenin la cuestión previa siguiente: "¿Hacen alguna falta
candidatos suplementarios a miembros de la Mesa?" Y sin el menor esfuerzo
consiguió una respuesta negativa. Stalin sufrió una derrota,
pero Lenin la hizo tan impersonal e inofensiva como le fue humanamente
posible. Hoy, la versión oficial es que Stalin apoyó la posición
de Lenin sobre la cuestión en el VIII Congreso. ¿Por qué
no se publican ahora las actas, puesto que ya no es necesario guardar [tales]
secretos militares?
En la Conferencia de Ucrania, en marzo de 1920, Stalin me defendió
formalmente, al informar en representación del Comité Central;
al mismo tiempo, valiéndose de gente suya incondicional, hizo todo
lo posible por lograr que sus tesis no triunfaran. En el VIII Congreso
del Partido era difícil maniobrar así, pues todos los trámites
estaban bajo la directa observación de Lenin, varios otros miembros
del Comité Central y activistas militares responsables. Pero, en
lo esencial, aquí también tuvo Stalin una intervención
parecida a la de la Conferencia de Ucrania. Como miembro del Comité
Central, o hablaba ambiguamente en defensa de la política militar
oficial, o se mantenía callado, pero por mediación de sus
íntimos amigos, Vorochilov o Rujimovich y otros tsaritsynitas, que
eran las tropas de choque de la oposición en el Congreso, continuó
socavando no tanto la política militar como a su principal portavoz.
Incitó a dichos delegados al más vil de los ataques personales
contra Sokolnikov, que había asumido la defensa del Comisariado
de Guerra sin la menor reserva. El núcleo de la oposición
era el grupo de Tsaritsyn, en el que destacaba sobre todo Vorochilov. Durante
algún tiempo antes del Congreso estuvieron en continua relación
con Stalin, quien les daba instrucciones y refrenaba su impaciencia, centralizando
a la vez su intriga contra el Departamento de Guerra. Esta fue la suma
y sustancia de su actitud en el VIII Congreso.
"Hace un año -informaba Sokolnikov al VIII Congreso del Partido-,
en el momento del colapso completo del Ejército, cuando no había
organización militar para defender la revolución proletaria,
el Gobierno soviético acudió al sistema de formaciones de
voluntarios, y en su día este Ejército voluntario cumplió
su misión. Ahora, volviendo la vista a. aquel periodo, como a una
fase ya pasada, debemos considerar sus aspectos positivo y negativo. La
esencia de su lado positivo radica en que participaban allí los
mejores elementos de la clase trabajadora... Pero junto a estos aspectos
brillantes del período de guerrillas hay que contar las facetas
oscuras, que en definitiva sobrepujaron lo que el sistema pudiese tener
de bueno. Los mejores elementos se retiraron, murieron o cayeron prisioneros...
Quedó tan sólo una aglomeración de los peores elementos...
Y estos elementos perniciosos se vieron completados por quienes se decidían
a alistarse en el ejército voluntario porque el hundimiento catastrófico
del orden social los había arrojado a la calle... Y a unos y otros
se agregó el desecho de la desmovilización del antiguo Ejército.
Por eso, durante el período de guerrillas en nuestra organización
militar se desarrollaron tales fuerzas que nos vimos obligados a liquidar
aquel sistema de defensa. A la postre, los destacamentos pequeños
e independientes se agruparon en torno a jefes diversos. Y, en suma, no
sólo se dedicaron a luchar en defensa del Gobierno soviético,
en defensa de las conquistas de la Revolución, sino también
al bandolerismo y al saqueo. Se convirtieron en guerrillas que eran el
baluarte de los aventureros. En cambio, en el presente período -continuaba
Sokolnikov-, la edificación del Estado... el Ejército...
marcha adelante..."
"Se discutió mucho y con vehemencia -decía Sokolnikov,
pasando a otro apartado de su informe- sobre la cuestión de los
especialistas militares... Ahora, este asunto se ha resuelto esencialmente
en teoría y en la práctica. Aun los adversarios del empleo
de especialistas militares admiten que esta polémica es cosa pasada...
Los especialistas militares se utilizaron para convertir el Ejército
de guerrillas en Ejército regular... Así conseguimos estabilizar
el frente y obtuvimos éxitos militares. En cambio, donde no se aprovecharon
los servicios de estos especialistas, desmenuzamos nuestras fuerzas hasta
la máxima disgregación... El problema de los especialistas
militares supone para nosotros no sólo un problema puramente militar,
sino un problema especial general. Cuando se planteó la cuestión
de invitar a los ingenieros a encargarse de las fábricas, de solicitar
la colaboración de los antiguos organizadores capitalistas, ¿no
recordáis cómo los comunistas de izquierda, ultrarrojos,
nos vejaban con sus despiadadas críticas "supercomunistas"..., diciendo
que la vuelta de los ingenieros a las fábricas era el retorno á
la plana mayor de mandos de la burguesía? Y aquí se nos vuelve
a hacer objeto de una crítica semejante, aplicada ahora a la organización
del Ejército. Se nos dice que al volver los ex oficiales al Ejército
restaurarán la antigua casta de oficiales y el antiguo Ejército.
Pero esos Camaradas olvidan que junto a esos comandantes hay comisarios,
representantes del Gobierno soviético; que estos especialistas militares
están en los cuadros de un ejército dedicado íntegramente
al servicio de la revolución proletaria... Este Ejército,
que tiene decenas de millares de antiguos especialistas, ha demostrado
en la práctica ser el Ejército de la revolución proletaria."
El informante de la oposición, Smirnov, contestando directamente
a la declaración de Sokolnikov de que "algunos parecían ser
partidarios de un ejército de guerrillas, y otros del ejército
regular", hizo resaltar que sobre la cuestión de usar especialistas
militares "no hay desavenencias entre nosotros con relación a la
tendencia general en nuestra política militar". La discrepancia
básica estaba en la necesidad de ampliar las funciones de los comisarios
y de los miembros del Consejo Revolucionario de Guerra, con el fin de asegurar
su participación en la dirección del Ejército y en
materias concernientes a operaciones, reduciendo así la influencia
de los mandos. El Congreso acogió esta crítica a medias.
Se decidió seguir reclutando a los antiguos especialistas militares
con igual intensidad, pero poniendo de relieve la necesidad de preparar
cuadros nuevos de mando como instrumento de absoluta confianza para el
sistema soviético. Que ésta y todas las demás decisiones
se adoptaron unánimemente, con una sola abstención, se explica
por el hecho de que la oposición había renunciado entretanto
a la mayoría de sus prejuicios principales. Impotente para oponer
su línea a la de la mayoría del Partido, tuvo que asociarse
a la conclusión general. Sin embargo, algunos de los efectos del
guerrillerismo del período anterior siguieron en evidencia durante
todo el año 1919, particularmente en el Sur: en Ucrania, el Cáucaso
y Transcaucasia, donde eliminar la tendencia guerrillista fue tarea ímproba.
En 1920, un eminente activista militar escribía: "A pesar de
todos los esfuerzos, lamentaciones y ruido que ha costado nuestra Política
militar, en cuanto al reclutamiento de especialistas militares en el Ejército
Rojo y otros extremos, el encargado del departamento de Guerra, camarada
Trotsky, ha demostrado tener razón. Con mano de hierro ha ido desarrollando
la política militar indicada, desdeñando todas las amenazas...
Las victorias del Ejército Rojo en todos los frentes constituyen
la mejor prueba de la justeza de esa política militar." Sin embargo,
hasta hoy mismo persisten sin remisión en innumerables libros y
artículos las viejas leyendas de la traición de los generales"
a quienes yo nombré. Estas acusaciones suenan a necias, sobre todo
al recordar que veinte años después de la Revolución
de octubre, Stalin acusó de traición y exterminó a
casi todos los mandos que él mismo nombró. Puede añadirse
además que Sokolnikov, el informante oficial, y V. M. Smirnov, portavoz
de la oposición, y ambos participantes activos en la guerra civil,
cayeron también más tarde víctimas de la depuración
estalinista.
Durante el Congreso tuvo lugar una conferencia militar especial cuyas
actas se conservaron, sin publicarse nunca. La finalidad de tal conferencia
era dar oportunidad a todos los concurrentes, en especial a los descontentos
de la oposición, para manifestarse con toda amplitud, libertad y
franqueza. Lenin pronunció un enérgico discurso en esta conferencia,
defendiendo la política militar. ¿Qué dijo Stalin?
¿Habló en pro de la posición del Comité Central?
Es difícil contestar esta pregunta en términos categóricos.
No hay duda de que actuó tras la cortina, incitando a varios oposicionistas
en contra del Comisariado de Guerra. No puede dudarse de ello, teniendo
en cuenta las circunstancias y los recuerdos de quienes asistieron al Congreso.
Una prueba flagrante es el hecho mismo de no haberse publicado todavía
las actas de la conferencia militar del VIII Congreso, bien porque en ella
no hablase Stalin una sola palabra, bien porque su intervención
no le sea muy cómoda en la actualidad. [Stalin, junto con Zinoviev,
era también miembro de una] Comisión especial de conciliación
para redactar los acuerdos definitivos. Lo que hiciera allí permanece
ignorado, salvo el mero hecho de que un satélite suyo, Yarolavsky,
fue presentado como informante de ella.
Poco después del VIII Congreso contesté a la declaración
de Zinoviev, quien, sin duda de acuerdo con Stalin, se había encargado
de defender al "insultado" Vorochilov, en una carta al Comité Central,
lo siguiente: "La sola culpa que me puedo reprochar con referencia a él
(Vorochilov) es haber invertido demasiado tiempo, sobre todo dos o tres
meses, esforzándome en actuar por medio de negociaciones, persuasiones,
combinaciones personales, cuando en interés de la causa lo que importaba
era una firme decisión organizadora. Pues, en último término,
la tarea pertinente en cuanto al X Ejército no consistía
en convencer a Vorochilov, sino en conseguir éxitos militares en
el mínimo tiempo posible." [Y eso, naturalmente, dependía
de la máxima coordinación de planes en todo el] país,
que estaba dividido en ocho distritos militares compuestos de 46 comisarios
militares de provincia y 344 de región.
[Stalin hizo cuanto pudo por envenenar el espíritu del Congreso
respecto a la posición adoptada por el Comisariado de Guerra sobre
la cuestión militar.] Todos los documentos disponibles prueban que
en virtud de su posición en el Comité Central y en el Gobierno,
era él quien capitaneaba la oposición. Si yo lo había
sospechado antes, ahora estoy plenamente convencido de que las maquinaciones
de Stalin con los ucranianos, sus intrigas en el Comité Central
del Partido Comunista ucraniano y otras semejantes están directamente
relacionadas con las maniobras de la oposición militar. [No habiendo]
cosechado laureles en Tsaritsyn, trataba de vendimiar su venganza [en la
sombra].