De acuerdo con nuestras conjeturas, Koba no se unió a los bolcheviques
hasta algún tiempo después de la Conferencia de noviembre,
celebrada en Tiflis. Aquella Conferencia acordó tomar parte activa
en los preparativos, ya en curso, de un nuevo Congreso del Partido obrero
socialdemócrata. Sin objeción alguna aceptamos la simple
aserción de Beria según la cual Koba había salido
de Bakú en diciembre en viaje de propaganda en favor de dicho Congreso.
Esto no es improbable. Era evidente para todos que el Partido estaba escindido
en dos. Por aquel tiempo, la fracción bolchevique había adquirido
tal fuerza, que desde el punto de vista de organización era superior
a la menchevique. Forzado a elegir entre ambas, verosímilmente Koba
se decidió por la primera. Pero nos veríamos en dificultades
para probar de modo positivo que Koba era ya miembro de la facción
bolchevique a fines de 1904. Beria llega al extremo de exhibir varias citas
de octavillas publicadas por aquellos días, pero no se atreve a
afirmar que Koba escribiera ninguna de ellas. Esa tímida reticencia
respecto a la paternidad de tales octavillas es más elocuente que
las palabras. Los pasajes que Beria reproduce de prospectos escritos por
otros que no son Koba, sirven, naturalmente, al propósito explícito
de llenar una laguna en la biografía de Stalin.
Entretanto, las diferencias de opinión entre mencheviques y
bolcheviques pasaron del terreno de los Estatutos del Partido al dominio
de la estrategia revolucionaria. La campaña de banquetes emprendida
por trabajadores del
zemstvo y otros liberales, intensificada durante
el otoño de 1904, en parte porque las aturdidas autoridades zaristas
eran demasiado negligentes para intervenir en ello, planteó resueltamente
la cuestión de las relaciones entre la socialdemocracia y la burguesía
de oposición. El plan menchevique abogaba por una tentativa para
transformar a los obreros en un coro democrático corno pedestal
de solistas liberales, un coro suficientemente considerado y circunspecto,
no sólo para "abstenerse de asustar" a los liberales, sino más
aún, para reforzar la fe de los liberales en ellos mismos. Lenin
acometió en el acto su ofensiva. Ridiculizó la mera idea
de semejante plan, esto es, la idea de prestar un apoyo diplomático
a una oposición impotente, abandonando la lucha revolucionaria contra
el zarismo. La victoria de la revolución sólo puede asegurarse
por la presión de las masas. Sólo un atrevido programa social
puede levantar a las masas por la acción; y precisamente eso es
lo que temen los liberales. "Hubiéramos sido unos locos preocupándonos
de sus temores." Un pequeño folleto de Lenin, que apareció
en noviembre de 1904, templó los ánimos de sus camaradas
y tuvo gran influencia en el desarrollo de las ideas tácticas del
bolchevismo. ¿No sería este folleto el que decidió
la conversión de Koba? No nos atrevemos a contestar afirmativamente.
En años posteriores, siempre que tuvo ocasión de situarse
por su cuenta con relación -a los liberales, invariablemente se
ha inclinado hacia la noción menchevique de la importancia de "abstenerse
de asustar" a los liberales. (Así lo prueban las revoluciones de
Rusia en 1917, de China, de España y dondequiera.) No es de excluir
la posibilidad, sin embargo, de que en vísperas de la primera revolución,
el plebeyo demócrata pareciese estar sinceramente indignado con
el plan oportunista, que despertó gran descontento aun entre las
masas mencheviques. Debe decirse que, en conjunto, entre los intelectuales
radicales no había tenido tiempo de extinguirse la tradición
de mantener una actitud desdeñosa hacia el liberalismo Pero también
es posible que sólo el domingo
sangriento de San Petersburgo y
la oleada de huelgas que barrió el país en su estela pudiese
haber movido al cauto y suspicaz caucásico a sumarse al bolchevismo.
Los dos viejos bolcheviques Stopani y Lehman, en sus Memorias, minuciosamente
detalladas enumeran a todos los revolucionarios con quienes tuvieron ocasión
de tratar en Bakú y Tiflis fines de 1904 y principios de 1905; Koba
no está en esa lista. Lehman cita a la gente que "estaba a la cabeza"
de la Unión caucásica; tampoco figura Koba aquí. Stopani
nombra a los bolcheviques que, unidos a los mencheviques, dirigieron la
famosa huelga de Bakú en diciembre de 1904; Koba sólo está
entre los que no menciona. Y, sin embargo, Stopani debía de saber
a qué atenerse, puesto que él mismo fue miembro de aquel
Comité de huelga. Las Memorias de ambos autores se publicaron en
el periódico oficial de historia comunista, y tanto el uno como
el otro, lejos de ser "enemigos del pueblo", eran buenos stalinistas pero
ambos escribieron sus obras en 1925, antes de que la falsificación
planeada por indicación superior se constituyera en sistema. En
un artículo publicado no más lejos de 1926, Taratuta, antiguo
miembro del Comité Central bolchevique, al tratar de "La Víspera
de la Revolución de 1905 en el Cáucaso", no hace mención
alguna de Stalin. En los comentarios a la correspondencia de Lenin y Krupskaia
con la organización del Cáucaso, el nombre de Stalin no aparece
ni una sola vez en el curso de las cincuenta nutridas páginas. Es
sencillamente imposible hallar alrededor de la última parte de 1904
y la primera de 1905, traza alguna de las actividades de quien hoy se pinta
como el padre y fundador del bolchevismo caucásico.
Tampoco pretende esta conclusión oponerse a la más reciente
de las interminables aseveraciones acerca de la implacable campaña
de Stalin contra los mencheviques. Todo lo que hace falta para reconciliar
estas aparentes contradicciones, es correr la fecha un par de arios, lo
cual no es muy difícil, puesto que no hay necesidad de citar documentos
ni de recelar refutaciones. Por otra parte, no hay motivos para dudar que,
una vez tomada su decisión, Koba emprendió su lucha contra
los mencheviques del modo más áspero, crudo y desaprensivo
que pueda concebirse. Aquella inclinación hacia los procedimientos
disimulados y las intrigas de que se le había acusado cuando formaba
parte de los círculos seminaristas, o en su tiempo de propagandista
del Comité de Tiflis o de miembro del grupo de Batum, encontraba
ahora una expresión más amplia y atrevida en la lucha de
facciones.
Beria cita Tiflis, Batum, Chituary, Kutais y Poti como lugares en que
Stalin había sostenido debates contra Noé Jordania, Heraclio
Tseretelli, Noé Ramishvili y otros dirigentes mencheviques, así
como contra los anarquistas y los federalistas. Pero Beria prescinde caballerosamente
de las fechas, y no sin intención. En realidad, la primera de esas
discusiones, que fija con cierta apariencia de exactitud, tuvo lugar en
mayo de 1905. La situación es exactamente la misma que en el caso
de los escritos publicados por Koba. Su primera composición bolchevique,
un folletito de escasas páginas, apareció en mayo de 1905,
bajo el título un tanto singular de Pequeñeces sobre diferencias
de
Partido. Beria estima necesario advertir, sin decir el motivo, que
este folleto se escribió "a principios de 1905", descubriendo así
de modo más flagrante que nunca su intento de cerrar la brecha de
dos años. Uno de los corresponsales, evidentemente Litvinov, que
no conocía a ningún georgiano, informó sobre la aparición
en Tiflis de un folleto "que causó sensación". Esta "sensación"
puede explicarse sólo por la circunstancia de que el auditorio georgiano
nada había oído hasta entonces fuera de la voz de los mencheviques.
En sustancia, dicho folleto no es más que un sumario ampuloso de
los escritos de Lenin. No es extraño que no se haya vuelto a imprimir.
Beria cita de él pasajes meticulosamente seleccionados, que explican
fácilmente por qué el autor mismo se satisfacía en
echar sobre ese folleto, como sobre los demás trabajos literarios
suyos de la época, el velo del olvido.
En agosto de 1905, Stalin reprodujo el capítulo "¿Qué
hacer?", de la obra de Lenin que trataba de explicar la correlación
del movimiento obrero elemental con la conciencia de clase socialista.
Según la exposición de Lenin, el movimiento obrero, abandonado
a sus propios recursos, propendía irrevocablemente al oportunismo;
la conciencia de clase revolucionaria se aportaba a los trabajadores desde
fuera, por medio de los intelectuales marxistas. No es lugar éste
de criticar tal concepto, que en su integridad más corresponde a
una biografía de Lenin que a la de Stalin. El mismo autor de "¿Qué
hacer?" reconoció más tarde el carácter tendencioso,
y, en consecuencia, lo erróneo de su teoría, que había
intercalado a modo de paréntesis como una batería en la batalla
contra el "economismo", y su respeto por la naturaleza elemental del movimiento
obrero. Después de su rompimiento con Lenin, Plejanov dio a conocer
una crítica tardía, pero tanto más dura, a propósito
de "¿Qué hacer?" La cuestión de introducir conciencia
de clase revolucionaria en el proletariado "desde fuera" volvió
a estar sobre el tapete. El órgano central del Partido bolchevique
anotó "el espléndido planteamiento de la cuestión"
relativa a la introducción de la conciencia de "clase desde el exterior"
en un artículo anónimo aparecido en un periódico de
Georgia. Aquel elogio se cita hoy como una especie de testimonio de la
madurez de Koba como "teórico". En realidad, no se trataba más
que de una de tantas observaciones alentadoras que solía hacer notar
por su defensa de las ideas de los dirigentes de su propia facción.
En cuanto a la calidad del artículo, puede dar una idea suficiente
la cita siguiente que figura en la traducción de Beria al ruso:
"La vida contemporánea está montada según normas
capitalistas. En ella existen dos grandes clases: la burguesía y
el proletariado; entre ambas está entablada una lucha a vida o muerte.
Las circunstancias de la vida empujan a la primera a sostener el orden
capitalista. Las mismas circunstancias impelen a la otra para minar y destruir
el orden capitalista. En correspondencia con estas dos clases, hay una
doble conciencia de clase, burguesa y socialista. La segunda se ajusta
a la situación del proletariado... Pero, ¿qué significación
puede tener por sí sola la conciencia de clase socialista, si no
se difunde entre el proletariado? ¡Se queda reducida a una frase
vacía, y nada más! Las cosas tomarán un rumbo bien
distinto cuando esa conciencia de clase se abra paso entre las filas del
proletariado: éste se dará entonces cuenta de su situación
y marchará cada vez más de prisa hacia la realización
del sistema de vida socialista..."
Y así sucesivamente. Artículos tales se han salvado del
olvido que merecían sólo por el destino ulterior de quien
los escribió. Sin embargo, es perfectamente obvio que no explican
por sí mismos semejante destino, más bien lo hacen más
enigmático.
Después de romper con el Consejo de redacción de Iskra,
Lenin, que por entonces tenía cuarenta y cuatro años, vivió
durante meses vacilante (lo que era doblemente difícil para él,
por estar tan en contradicción con su carácter), hasta que
se convenció de que sus adeptos eran relativamente numerosos y su
joven autoridad bastante fuerte. La culminación afortunada de las
disposiciones para el nuevo Congreso atestiguaba sin la menor duda que
las organizaciones socialdemócratas eran preponderantemente bolcheviques.
El Comité Central conciliador, dirigido por Krassin, acabó
capitulando ante el Buró "ilegal" de los Comités de la Mayoría,
y participó en el Congreso que no pudo evitar. Así, el tercer
Congreso, que se reunió en abril de 1905 en Londres, y del que los
mencheviques se mantuvieron deliberadamente apartados, contentándose
con una Conferencia en Ginebra, vino a ser el Congreso constituyente del
bolchevismo. Los veinticuatro delegados, votantes y los catorce consultivos
eran, sin excepción, aquellos bolcheviques que habían sido
fieles a Lenin desde el momento de la escisión en el segundo Congreso
y habían levantado a los Comités del Partido contra la autoridad
conjunta de Plejanov, Axelrod, Vera Zasulich, Martov y Potresov. En este
Congreso quedó legitimada aquella opinión sobre las fuerzas
en movimiento de la Revolución rusa que Lenin desarrolló
en el curso de su honrada lucha contra sus antiguos maestros y más
íntimos colaboradores en la Iskra, y que desde entonces adquirió
mayor significación práctica que el programa del Partido
trazado en común con los mencheviques.
La malhadada y oprobiosa guerra contra el Japón iba acelerando
la desintegración del régimen zarista. Después de
la primera oleada grande de huelgas y demostraciones, el tercer Congreso
pudo reflejar la proximidad del desenlace revolucionario. "Toda la historia
del pasado año ha demostrado -decía Lenin en su informe a
los delegados reunidos- que hemos menospreciado la importancia y la inevitabilidad
de la revolución." El Congreso dio resueltamente un paso adelante
sobre el problema agrario al reconocer la necesidad de ayudar al movimiento
campesino entonces en curso, incluso hasta el extremo de confiscar las
tierras de los hacendados. Más concretamente que nunca, perfiló
la perspectiva general de la lucha revolucionaria y la conquista del Poder,
particularmente en cuanto al Gobierno revolucionario como organizador,
de la guerra civil. Como dijo Lenin: "Aunque nos apoderemos de San Petersburgo
y guillotinemos a Nicolás, habremos de enfrentamos con varias Vendées."
El Congreso emprendió, con más bríos que nunca, los
preparativos técnicos para la insurrección. "Sobre la cuestión
de crear grupos especiales de combate -dijo Lenin- he de decir que los
considero indispensables."
Cuanta más importancia se da al tercer Congreso, más
se advierte la ausencia de Koba en él. Por aquel tiempo tenía
en su haber unos siete años de actividad revolucionaria, incluso
cárcel, destierro y evasión. Si hubiera sido persona de alguna
entidad entre los bolcheviques, seguramente su historial le hubiera asegurado
al menos su candidatura para delegado. Además, Koba estuvo en libertad
todo el año 1905 y, según Beria, "tomó la parte más
activa en la organización del tercer Congreso de los bolcheviques".
Si esto es verdad, indudablemente tendría que haber sido jefe de
la delegación caucásica. Entonces, ¿por qué
no lo fue? Si por enfermedad u otra causa de excepción no hubiese
podido salir al extranjero, los biógrafos oficiales hubieran sabido
encontrar el modo de decirlo así. Su silencio sobre el caso se explica
sólo porque no tienen a su disposición ni una leve explicación
fidedigna de la ausencia del "líder de los bolcheviques del Cáucaso"
en un Congreso de tanta importancia histórica. Los asertos de Beria
a propósito de "la parte más activa" que Koba tomó
en la organización del Congreso es una de tantas frases sin sentido
de que está repleta la historiografía oficial soviética.
En un artículo dedicado al XIII aniversario del tercer Congreso,
el bien informado Osip Pyatnitsky no dice absolutamente nada sobre la participación
de Stalin en los preparativos para el Congreso, mientras que el historiador
cortesano Yaroslavsky se limita a una vaga observación, cuya sustancia
es que el trabajo de Stalin en el Cáucaso "tuvo indudablemente considerable
importancia" para el congreso, sin esclarecer la índole exacta de
tal importancia. Sin embargo, de cuanto hemos podido averiguar hasta ahora,
la situación aparece evidente: después de vacilar durante
bastante tiempo, Koba se unió a los bolcheviques poco antes del
tercer Congreso; no tomó parte en la Conferencia de noviembre en
el Cáucaso; nunca fue miembro del Buró establecido por aquella
y siendo un recién llegado, no le era dable esperar una credencial
de delegado. La delegación estaba constituida por Kamenev, Nevsky,
Tsjakaya y Dzhaparidze; éstos eran los dirigentes del bolchevismo
caucásico por aquella época. Su ulterior destino afecta a
nuestra narración hasta cierto punto: Dzhaparidze fue fusilado dieciocho
años más tarde por Stalin; Nevsky fue tildado de "enemigo
del pueblo" por orden de Stalin, y desapareció sin (tejar rastro;
y sólo el anciano Tsjakaya se ha sobrevivido a sí mismo.
El aspecto negativo de las tendencias centrípetas del bolchevismo
se pusieron por primera vez de relieve en el tercer Congreso de la socialdemocracia
rusa. Los hábitos peculiares de una máquina política
se iban ya formando en la clandestinidad. Ya iba surgiendo como tipo el
joven burócrata revolucionario. Las condiciones de conspiración,
es cierto, ofrecían escaso margen, para formalidades democráticas
tales como electividad, responsabilidad y control. Pero no cabe duda de
que los hombres del Comité restringieron estas limitaciones mucho
más de lo necesario, y eran más intransigentes y severos
con los trabajadores revolucionarios que con ellos mismos, prefiriendo
imponer su voluntad aun en aquellas ocasiones que requerían prestar
atento oído a la voz de las masas. Krupskaia observa que, como en
los Comités bolcheviques, tampoco en el mismo Congreso hubo apenas
delegados obreros. Los intelectuales predominaban. El "hombre de Comité
-escribía Krupskaia- solía ser persona presumida; estaba
poseído de la enorme influencia que las actividades del Comité
ejercían sobre las masas; por regla general, al "hombre de Comité"
no reconocía democracia alguna dentro del Partido; intrínsecamente,
sentía desdén por el "centro extranjero", que rabiaba y gritaba
y armaba trifulcas: "debería probar las condiciones del trabajo
en Rusia para variar...". Al mismo tiempo, no era partidario de innovaciones:
el "hombre de Comité" no deseaba adaptarse, ni sabía cómo
hacerlo, a situaciones que cambiaban rápidamente". Esta concisa,
pero expresiva caracterización ayuda muchísimo a comprender
la psicología política de Stalin, pues él era el "hombre
de Comité" por antonomasia. Ya en 1901, al comienzo de su carrera
revolucionaria en Tiflis, se opuso a que entraran trabajadores en su Comité.
Como "práctico" (esto es, como empirista político), reaccionaba
con indiferencia, y luego con desdén, frente a los emigrados, frente
al "centro extranjero". Desprovisto de cualidades personales para influir
directamente en las masas, se aferraba con redoblada tenacidad a la máquina
política. El jefe de su universo era su Comité (el de Tiflis,
el de Bakú, el caucásico, antes de llegar a ser el Comité
Central). Con el tiempo, su ciega lealtad a la máquina del Partido
habría de desarrollarse con extraordinaria fuerza; el hombre de
Comité se hizo hombre supermáquina, secretario general del
Partido, genuina representación de la burocracia e incomparable
director de ella.
En el folleto Nuestros problemas políticos, escrito por mí
en 1904, y que contiene no poco de prematuro y erróneo en mi crítica
de Lenin, hay, no obstante, páginas que ofrecen una caracterización
bastante justa del modo de pensar de los "hombres de Comité" de
aquellos días, que "se habían adelantado a la necesidad de
contar con los trabajadores después de haber encontrado éstos
apoyo en los "principios del centralismo"". La pugna que Lenin se vio obligado
a sostener el año siguiente en el Congreso contra los altos y poderosos
"hombres de Comité", confirmó cumplidamente la justeza de
mi crítica. "Los debates asumieron un carácter más
apasionado -refiere Lyadov, uno de los delegados-. Comenzaron a surgir
allí agrupamientos, como teóricos y prácticos, "literarios"
y "hombres de Comité". En el curso de estas disputas, el trabajador
Rikov uno de los más jóvenes, se destacó resueltamente.
Consiguió reunir en tomo suyo una mayoría de, los "hombres
de Comité". Las simpatías de Lyadov estaban con Rikov. "No
pude contenerme -exclamó Lenin en sus concluyentes observaciones-
al oír que no había obreros aptos para miembros de Comité."
Recordemos aquí la insistencia de Koba al pedir trabajadores de
Tiflis que reconociesen "con la mano sobre el corazón" que entre
ellos ninguno había en condiciones de recibir las órdenes
sagradas de la casta sacerdotal. "La cuestión se está dilatando
-persistía Lenin-. Evidentemente hay una enfermedad en el Partido."
Esta enfermedad era el despotismo de la máquina política,
el comienzo de la burocracia.
Lenin comprendía mejor que nadie la necesidad de una organización
centralizada; pero veía en ella, sobre todo, una palanca para realzar
la actividad de los trabajadores avanzados. La idea de hacer un fetiche
de la máquina política no sólo le era ajena, sino
que repugnaba a su naturaleza. En el Congreso se burló de la tendencia
de casta de los "hombres de Comité", desde un principio, y le declaró
apasionada guerra. "Vladimiro Ilich estaba muy excitado -confirma Krupskaia-,
y otro tanto sucedía con los hombres de Comité." En aquella
ocasión, éstos consiguieron el triunfo, y a su frente Rikov,
futuro sucesor de Lenin en el cargo de presidente del Consejo de Comisarios
del Pueblo. La resolución de Lenin proponiendo que cada Comité
constase necesariamente de una mayoría de obreros, no pudo aprobarse.
Y también contra la voluntad de Lenin, los hombres de Comité
acordaron colocar el Consejo de redacción en el extranjero bajo
el control del Comité Central. Un año antes, Lenin hubiera
preferido una escisión a consentir en que la dirección del
Partido dependiese del Centro ruso, expuesto a los registros policíacos
e inestable por eso en su composición. Pero entonces estaba persuadido
de que la palabra decisiva sería la suya. Habiéndose fortalecido
en la lucha contra los antiguos dirigentes autoritarios de la Socialdemocracia
rusa, estaba mucho más seguro de sí mismo que en el segundo
Congreso, y más sereno, en consecuencia. Si, como dice Krupskaia,
se excitó durante los debates, o más bien parecía
excitado, tanto más circunspecto se mantuvo en las medidas de organización
que acometió. No sólo aceptó en silencio su derrota
respecto a dos cuestiones sumamente importantes, sino que incluso ayudó
a incluir a Rikov en, el Comité Central. No tenía la menor
duda de que la Revolución, la gran maestra de las masas en cuestiones
de Iniciativa y empresa, sería bastante para derrumbar, simultáneamente
y sin gran dificultad, el juvenil y ya inestable conservadurismo de la
máquina política del Partido.
Además de Lenin, para el Comité Central fueron elegidos
el ingeniero Leónidas Krassin y el naturalista A. A. Bogdanov, físico
y filósofo, coetáneos de Lenin ambos; Postolovsky, que abandonó
poco después el Partido, y Rikov. Los suplentes eran el "literario"
Rumyantsev y los dos prácticos Gussev y Bour. No hace falta decir
que nadie pensó en proponer a Koba para miembro del primer Comité
Central bolchevique.
En 1934, el Congreso del Partido Comunista de Georgia, sirviéndose
como base del informe de Beria, declaró que "nada de cuanto hasta
ahora se ha escrito refleja el verdadero y auténtico papel del camarada
Stalin, quien realmente dirigió la lucha de los bolcheviques en
el Cáucaso durante buen número de años". El Congreso
no explicó los pormenores. Pero todos los viejos autores de Memorias
e historiadores habían sido proscritos, y algunos incluso fusilados.
Luego, para rectificar todas las iniquidades del pasado, se decidió
fundar un "Instituto Stalin" especial. Así té dio Origen
a una purga inexorable de todos los viejos pergaminos, que inmediatamente
se cubrieron de nuevos textos. Jamás ha habido bajo la bóveda
celeste una invención de falsedades en tan gran escala. Mas la situación
del biógrafo no queda por eso totalmente desamparada.
Sabemos que Koba volvió del destierro a Tiflis en febrero de
1904, siempre invariable y triunfalmente "dirigiendo la actividad de los
bolcheviques". Con la excepción de breves escapadas, pasó
la mayor parte de los años 1904 v 1905 en Tiflis. Según las
Memorias más recientes, los obreros solían decir: "Koba está
desollando vivos a los mencheviques." Sin embargo, parece ser que los mencheviques
de Georgia apenas se resintieron de tal intervención quirúrgica.
Sólo en la segunda mitad del año 1905 entraron los bolcheviques
de Tiflis en la fase de "formar en línea" y "pensaron" en editar
noticiarios. ¿Cuál era, pues, la índole de la organización
a que Koba perteneció durante la mayor parte de 1904 y la primera
mitad de 1905? Si no es que se mantuvo apartado por completo del movimiento
obrero, lo que es increíble, a pesar de todo cuanto hemos oído
de Beria, tiene que haber sido miembro de la organización menchevique.
A principios de 1906, el número de prosélitos de Lenin en
Tiflis había aumentado hasta trescientos; pero los mencheviques
contaban con unos tres mil. La simple correlación de fuerzas condenaba
a Koba a una oposición literaria en el punto crítico del
desarrollo revolucionario.
"Dos años (1905-1907) de labor revolucionaria entre los trabajadores
de la industria petrolífera -atestigua Stalin- me endurecieron."
Es decididamente improbable que en un texto cuidadosamente redactado y
revisado de su propio discurso, el orador sólo acertase a confundirse
respecto al lugar exacto en que estuvo durante el año en que el
país sufrió su bautismo de fuego revolucionario, y también
durante el año 1906, en que toda Rusia continuaba en las angustias
de las convulsiones y vivía en constante temor del desenlace. ¡Tales
acontecimientos no se pueden olvidar! Es imposible librarse de la impresión
de que Stalin evitó deliberadamente aludir a la primera revolución
porque sencillamente nada tenía que decidirse acerca de ella. Como
Bakú le ofrecía un fondo más hermoso que Tiflis, retrospectivamente
se trasladó a Bakú dos años y medio antes de lo que
era justo. En verdad, no tiene por qué temer objeciones de historiadores
soviéticos. Pero la pregunta: "¿Qué hizo en realidad
Koba durante 1905?", sigue sin contestar.
El primer año de la Revolución se inició con el
fusilamiento de los trabajadores de San Petersburgo cuando marchaban con
una petición al zar. El llamamiento escrito por Koba con ocasión
de los sucesos de 22 de enero tiene por remate el siguiente conjuro:
Juntemos nuestras manos y agrupémonos en torno a los Comités,
de nuestro Partido. No debemos olvidar un solo minuto que los Comités
del Partido pueden guiarnos dignamente, que sólo ellos pueden iluminar
nuestra ruta hacia la Tierra Prometida...
Y así por el estilo. ¡Qué seguridad hay en la voz
de este "hombre de Comité"! Durante aquellos mismos días,
horas quizá, Lenin escribía en un artículo de uno
de sus colaboradores la siguiente arenga a las masas insurgentes:
¡Abrid paso al furor y al odio que se han acumulado en vuestros
corazones durante tantos siglos de explotación, sufrimiento y martirio!
Todo Lenin está en la anterior frase. Odia y se rebela en unión
de las masas, siente la rebelión en sus huesos, y no pide a los
rebeldes que obren sólo con el permiso de los "Comités".
El contraste entre estas dos personalidades en su actitud frente a lo que
unía a ambas políticamente (frente a la Revolución)
no podía expresarse más concisa ni más expresivamente.
La creación de los Soviets comenzó cinco meses después
del tercer Congreso, en el que no había habido sitio para Koba.
La iniciativa partió de los mencheviques, quienes, sin embargo,
nunca pensaron en la dirección que su hechura había de tomar.
La facción menchevique predominaba en los Soviets. Los mencheviques
de filas fueron arrastrados por los acontecimientos revolucionarios; los
dirigentes cavilaban perplejos sobre la súbita oscilación
a la izquierda de su propia facción. El Comité de San Petersburgo
de los bolcheviques se asustó al principio ante la innovación
de una representación neutral de las masas en armas, y nada pudo
encontrar mejor que ofrecer al Soviet su ultimátum: adoptar inmediatamente
un programa socialdemócrata o disolverse. El Soviet de San Petersburgo
en su totalidad incluso el contingente de obreros bolcheviques, acogieron
este ultimátum sin inmutarse y no hicieron caso de él. Sólo
después de llegar Lenin en noviembre se produjo un cambio radical
en la política de los "hombres de Comité" hacia el Soviet.
Pero el ultimátum había causado estragos al debilitar decididamente
la posición de los bolcheviques. En aquel trance, como en los demás,
las provincias siguieron el ejemplo de la capital. Por aquel tiempo, las
profundas diferencias de criterio al estimar la importancia histórica
de los Soviets había comenzado ya. Los mencheviques trataban de
evaluar el Soviet simplemente como una forma fortuita de representación
obrera: un "parlamento proletario", un "órgano de autonomía
revolucionaria", etc. Todo aquello era sumamente vago. Lenin, por el contrario,
sabía escuchar atentamente a las masas de San Petersburgo que llamaban
al Soviet "el Gobierno proletario", y al punto dio su verdadero valor a
aquella nueva forma de organización, considerándola la palanca
de la lucha por el Poder.
En los escritos de Koba del año 1905, escasos en forma y contenido,
no encontramos absolutamente nada a propósito de los Soviets. Esto
no obedece sólo a que no los hubiera en Georgia, sino simplemente
a que no paró mientes en ellos, no les dio importancia. ¿No
es sorprendente? El Soviet, como máquina política poderosa,
debió de haber causado impresión en el futuro secretario
general a primera vista. Pero es que lo miraba como una máquina
política extraña, que representaba directamente a las masas.
El Soviet no se sometía a la disciplina del Comité, y requería
métodos de dirección más complejos y flexibles. En
cierto modo, el Soviet era un potente competidor del Comité. Así,
durante la Revolución de 1905, Koba estuvo de espaldas a los Soviets.
En lo esencial, estuvo de espaldas a la Revolución misma, como cobijado
a su sombra.
La razón de su resentimiento era su incapacidad para hallar
su propia ruta hacia la Revolución. Los biógrafos y artistas
moscovitas se esfuerzan constantemente por presentar a Koba a la cabeza
de una u otra manifestación, "como blanco de tiro", como fogoso
orador, como tribuno. Todo eso es puro embuste. Aun en sus años
últimos, Stalin no llegó a ser un orador; nadie le ha oído
pronunciar discursos "fogosos". En todo el año 1907, cuando todos
los oradores del Partido, comenzando por Lenin, iban por todas partes roncos
de tanto hablar, Stalin no tomó parte en un solo mitin. No podía
ser de otro modo en 1905. Stalin no era orador ni aun en la escala modesta
en que lo eran otros jóvenes revolucionarios del Cáucaso,
como Knunyants, Zurabov, Kamenev, Tseretelli. En una reunión del
Partido, a puerta cerrada, sabía explicar bastante bien ideas que
había hecho firmemente suyas.
Pero no tenía nada de agitador. Solía hacerse violencia
para emitir frases con gran dificultad, sin tonalidad, calor ni énfasis.
La debilidad orgánica de su naturaleza, el lado inverso de su pujanza,
consiste en su absoluta incapacidad de entusiasmarse, de elevarse sobre
el nivel rutinario de las trivialidades, de hacer surgir un vínculo
vital entre él mismo y su auditorio, destacar entre su auditorio
lo mejor de su persona. Y como no sabía enardecerse, tampoco era
capaz de enardecer a otros. La fría malevolencia no es bastante
para adueñarse del alma de las masas.
El año 1905 tuvo sellados sus labios. El país que había
estado callado durante mil años comenzó a hacerse oír
por primera vez. Todo aquel que era capaz de expresar su aborrecimiento
contra la burocracia y el zar encontraba oyentes infatigables y agradecidos.
No cabe duda de que Koba también ensayaría; pero la comparación
con otros oradores extemporáneos resultó adversa para él.
No podía soportar aquello. Aunque insensible a los sentimientos
ajenos, Koba es en extremo susceptible, muy delicado en sus propios afectos
y, por muy extraño que parezca, caprichoso hasta la extravagancia.
Sus reacciones son primitivas. Como se figure olvidado o descuidado por
alguien, se siente propenso a volver la espalda a los hechos y a las personas,
acurrucarse en un rincón, fumarse malhumorado una pipa y soñar
en la venganza. Por eso, en 1905 se retiró a la sombra con secreto
resentimiento y se convirtió en una especie de redactor. Pero Koba
estaba lejos de ser periodista. Discurre despacio, sus juicios son extremadamente
simplistas y su estilo demasiado laborioso e infecundo. Cuando desea producir
un efecto contundente, recurre a expresiones soeces. Ninguno de los artículos
que escribió entonces hubiera sido aceptado por un Consejo de redacción
algo escrupuloso o exigente. Verdad es que las publicaciones clandestinas
no solían ser notables por sus excelencias literarias, pues en su
mayor parte estaban escritas por gentes que recurrían a la pluma
por necesidad y no por ser aquélla su profesión. De todos
modos, Koba no se destacó. Su estilo revelaba un esfuerzo por lograr
una sistemática exposición del tema; pero aquel esfuerzo
se manifestaba generalmente por una disposición esquemática
de material, la enumeración de argumentos, preguntas retóricas
artificiales y pesadas repeticiones recargando el aspecto didáctico.
La ausencia de ideas propias, de forma original, de vívida imaginación,
marca una por una sus líneas con el sello de lo trivial. Aquí
tenemos a un autor que nunca expresa libremente sus propios pensamientos,
sino que tímidamente hace uso de los ajenos. La palabra "tímidamente"
puede parecer extraña aplicada a Stalin: y, no obstante, le caracteriza
en su titubeante estilo de escritor con suma precisión, desde sus
tiempos del Cáucaso hasta los actuales.
Naturalmente, sería equivocado suponer que tales artículos
no encauzaban hacia la acción. Eran muy necesarios. Respondían
a una necesidad perentoria. Su fuerza provenía de la necesidad,
pues expresaban las ideas y consignas de la Revolución. Para el
lector de la masa, que no podía hallar nada de aquel género
en la Prensa burguesa, aquello era nuevo y flamante. Pero su pasajera influencia
se limitaba al círculo para el cual eran escritos. Ahora, es imposible
leer esas frases formuladas de una manera seca, torpe y no siempre gramaticalmente
correctas, singularmente decoradas con las flores artificiales de la retórica,
sin sentirse cohibidos, turbados, molestos, ni reír a veces al observar
destellos de un humorismo inconsciente. Todos los escritores bolcheviques,
destacados u oscuros de la capital o de las provincias, colaboran en el
primer periódico legal de los bolcheviques, Novaya Zhizn (Vida Nueva),
que comenzó a publicarse en octubre de 1905, en San Petersburgo,
bajo la orientación de Lenin. Pero el nombre de Stalin no figuraba
entre ellos. Fue Kamenev, y no Stalin, el designado para representar al
Cáucaso como redactor en aquel periódico. Koba no nació
escritor, y nunca ha llegado a serio. Que utilizara la pluma con más
diligencia de la acostumbrada durante 1905, sólo pone de relieve
el hecho de que el otro método de comunicar con las masas aún
era en él menos innato.
Muchos de los hombres del Comité resultaron cortos de talla
para el período de mítines interminables, huelgas tumultuosas,
manifestaciones callejeras. Los agitadores tenían que arengar a
las multitudes en la plaza pública, escribir repentizando, tomar
graves decisiones en el momento mismo. Ninguna de las tres cosas puede
contarse entre las aptitudes de Stalin; su voz es tan débil como
su imaginación; el don de improvisar es ajeno a este pensador de
torpe mente, que avanza a tientas. Otras luminarias mucho más brillantes
apagaron sus modestas luces en el firmamento caucásico. Por eso
contempló la Revolución con envidiosa alarma, y casi con
hostilidad; no era su elemento. "Continuamente -escribe Yenikidze-, además
de ir a mitines y atender un montón de asuntos en los locales del
Partido, pasaba las horas sentado en su pequeño cubil, lleno de
libros y periódicos, o en la redacción, igualmente "espaciosa",
del periódico bolchevique." Basta evocar por un momento el torbellino
del "año loco" y recordar la grandeza de su patetismo, para valorar
debidamente este retrato de un joven solitario y ambicioso, que se encerraba,
pluma en ristre, en un cuartucho (que seguramente tampoco estaría
excesivamente aseado), entregado a la estéril búsqueda de
la frase esquiva que en cierta tenue medida pudiera estar a tono con el
momento.
Los sucesos se sucedieron incesantes. Koba permaneció al margen,
descontento de todo el mundo y de sí mismo. Todos los bolcheviques
de nota, entre ellos muchos que por aquellos años eran los dirigentes
del movimiento en el Cáucaso (Krassin, Postolovsky, Stopani, Lehman,
Halperin, Kamenev, Taratuta y otros), dieron de lado a Stalin, sin mencionarle
en sus Memorias, y él mismo nada tiene que decir acerca de los otros.
Algunos como Kurnatovsky y Kamenev, indudablemente estuvieron en relación
con él en el curso de sus actividades revolucionarias. Otros pueden
haberle conocido, pero no le conceptuaron distinto del promedio de los
"hombres de Comité". Ni uno siquiera de ellos le distinguió
tan sólo con una palabra de estimación o de camaradería,
y tampoco dio a los futuros biógrafos oficiales el menor punto de
apoyo en forma de una referencia benévola.
En 1926, la Comisión oficial de historia del Partido publicó
una edición revisada (esto es, adaptada a la nueva tendencia posleninista)
de materiales de origen sobre el año 1905. Entre más de cien
documentos, unos treinta eran artículos de Lenin; otros tantos eran
artículos de diversos autores. Y, a pesar del hecho de que la campaña
contra el trotskismo se aproximaba por entonces al paroxismo do su furor,
el Consejo de redacción de fieles creyentes no pudo menos de incluir
en la antología cuatro artículos míos. Sin embargo,
en las 455 páginas del libro no figura una sola línea de
Stalin. En el índice alfabético, que comprendía varios
centenares de nombres, sin omitir a ninguno de los destacados de algún
modo durante los años revolucionarios, el de Stalin no aparece siquiera
una vez; sólo Ivanovich se menciona como asistente a la Conferencia
del Partido en Tammerfors, en diciembre de 1905. Es de notar que en 1926
el Consejo de redacción aún no sabía que Ivanovich
y Stalin eran la misma persona. Esos detalles imparciales son mucho más
convincentes que todos los panegíricos retrospectivos.
Stalin parece estar al margen del año revolucionario, 1905.
Su noviciado transcurrió durante los años prerrevolucionarios,
que pasó en Tiflis, Batum y luego en la cárcel y deportado
o desterrado. Según su propia confesión, se hizo "aprendiz"
en Bakú, eso es, en 1907-1908. Así queda el período
de la primera Revolución totalmente eliminado como período
de entrenamiento en el desarrollo del futuro "operario". Dondequiera que
interviene como autobiógrafo, Stalin no menciona aquel año
grande, que dio personalidad y moldeó a los más distinguidos
líderes de la vieja generación. Esto debía tenerse
siempre presente, pues dista mucho de ser accidental, en su autobiografía,
el siguiente año revolucionario de veras, 1917, había de
constituir un punto tan nebuloso como el de 1905. Nuevamente encontramos
a Koba, ahora Stalin, en una modesta oficina de redacción, esta
vez Pravda, de San Petersburgo, escribiendo sin apresuramiento comentarios
insípidos sobre hechos llenos de sabor. Aquí hay un revolucionario
constituido de manera que una revolución auténtica de las
masas le trastorna haciéndole saltar de su rutina y despidiéndole
a un lado. Nunca fue tribuno, ni estratega o dirigente de una rebelión,
sino tan sólo un burócrata de la revolución. Por eso,
para encontrar campo adecuado a sus peculiares talentos, se vio condenado
a pasar el tiempo en un estado semicomatoso hasta que se aplacaron los
furiosos torrentes de aquel acontecimiento.
La escisión entre mayoría y minoría se había
ratificado en el tercer Congreso, que declaró a los mencheviques
"una porción escondida del Partido". éste se hallaba en un
estado de extrema desunión cuando los sucesos preliminares de otoño
de 1905 ejercieron su beneficiosa influencia y en cierto modo suavizaron
la hostilidad entre ambas facciones. En vísperas dé su partida
del destierro en Suiza, tan largo tiempo esperada para ir a Rusia en octubre
de aquel año, Lenin escribió a Plejanov una afectuosa y conciliadora
carta, en la que se refería a su antiguo maestro y oponente, como
"el ascendiente más eficaz entre los socialdemócratas rusos",
y solicitaba su cooperación, declarando que "nuestras diferencias
tácticas de opinión van siendo rápidamente orilladas
por la misma revolución...". Y así era. Pero no por mucho
tiempo, pues la misma revolución no resistió gran cosa.
No cabe duda de que en un principio los mencheviques tuvieron más
iniciativa que los bolcheviques para establecer y utilizar organizaciones
de masas. Pero como partido político, flotaban tan sólo con
la corriente, y casi se ahogaron en ella. Los bolcheviques, en cambio,
se ajustaron más despacio al curso del movimiento; pero lo enriquecieron
con sus vibrantes consignas, producto de su estimación realista
de las fuerzas revolucionarias. Los mencheviques predominaban en el Soviet;
pero la dirección general de la política del Soviet se desenvolvía
por lo general sobre pautas bolcheviques. Oportunistas hasta la misma medula
de sus huesos, los mencheviques fueron transitoriamente capaces de adaptarse
aún a la propia subversión revolucionaria; pero no supieron
guiarla ni permanecer fieles a sus tareas históricas durante el
reflujo de la Revolución.
Después de la huelga general de octubre (que arrancó
el manifiesto constitucional de manos del zar, y engendró en los
distritos obreros un ambiente de optimismo y audacia), las tendencias unitarias
cobraron irresistible vigor en ambas facciones. Por todas partes surgieron
Comités federativos o de unificación de bolcheviques y mencheviques.
Los dirigentes sucumbieron a esta tendencia. Como paso preliminar hacia
la fusión completa, cada facción convocó su Conferencia
previa. Los mencheviques se reunieron en San Petersburgo hacia fines de
noviembre. En aquella ciudad, las "libertades" de nuevo cuño se
respetaban aún. Pero los bolcheviques se reunieron en diciembre,
cuando la reacción estaba de nuevo en todo su apogeo y se vieron
obligados a celebrar su conclave en tierra finesa, en Tammerfors.
De primera intención, la Conferencia bolchevique se concibió
como un Congreso extraordinario del Partido. Pero la huelga ferroviaria,
el levantamiento de Moscú y toda una serie de incidentes excepcionales
en las provincias, obligaron a muchos delegados a quedarse en casa, haciendo
la representación muy poco representativa. Los cuarenta y un delegados
que llegaron al punto de destino llevaban el mandato de veintiséis
organizaciones con un total de votos de cuatro mil, aproximadamente. La
cifra parece insignificante para un Partido que se proponía derribar
al zarismo y asumir su puesto en el inminente Gobierno revolucionario.
Pero aquellos cuatro mil habían aprendido ya a expresar la voluntad
de centenares de miles. Sin embargo, por su escaso número, el Congreso
se transformó en una sencilla Conferencia. Koba, usando el seudónimo
de Ivanovich, y el obrero Telia fueron como representantes de las organizaciones
bolcheviques de Transcaucasia. Los bulliciosos sucesos que acontecían
por entonces en Tiflis no impidieron a Koba abandonar su redacción.
Las minutas de las discusiones de Tammerfors, que se desenvolvían
mientras San Petersburgo estaba siendo cañoneado, no se han podido
hallar. La memoria de los delegados, abrumada por la grandeza de los episodios
de aquellos días, ha retenido bien poco. "Es una lástima
que las minutas de aquella Conferencia no se hayan conservado -escribía
Krupskaia treinta años después-. ¡Fue una reunión
tan entusiasta! Se celebró en el momento crítico de la revolución,
cuando todos los camaradas se disponían para la lucha. Hicieron
prácticas de tiro entre las sesiones... Ninguno de los delegados
a la Conferencia podría haber olvidado aquello. Estaban allí
Lozvsky, Baransky, Yarolavsky y muchos otros. Recuerdo a esos camaradas
porque sus informes sobre la situación en sus distritos fueron de
excepcional interés." Krupskaia no nombra a Ivanovich; no se acordaba
de él. En las Memorias de Gorev, miembro de la Mesa de la Conferencia,
leemos esto: "Entre los delegados estaban Sverdlov, Lozovsky, Stalin, Nevsky
y otros." No carece de interés el orden en que se citan estos nombres.
También es sabido que Ivanovich, que habló en favor del boicot
de las elecciones a la Duma del Estado, fue elegido miembro del Comité
encargado de dicho asunto.
La marejada levantaba olas tan altas, que aun los mencheviques, asustados
por sus propios errores oportunistas recientes, no se atrevían a
confiarse del todo a la frágil tabla del parlamentarismo. En interés
de la agitación propusieron tomar parte solamente en la fase inicial
de las elecciones, sin llegar a ocupar sus asientos en la Duma. La tendencia
predominante entre bolcheviques era de "boicot activo". En su peculiar
estilo, Stalin describía la posición de Lenin por entonces,
en la sencilla celebración del quincuagésimo aniversario
de éste, con las siguientes palabras:
"Recuerdo cómo aquel gigante, Lenin, reconoció por dos
veces los errores de sus métodos. El primer episodio sucedió
en. Finlandia, en 1905, en diciembre, con ocasión de la Conferencia
de bolcheviques de toda Rusia. Entonces se planteó la cuestión de la conveniencia de boicotear la Duma de
White... Abierta la discusión,
comenzaron el ataque los provincianos, los de Siberia, los del Cáucaso.
Pero, ¡cuál no fue nuestra sorpresa cuando al final de nuestros
discursos, Lenin se adelantó y declaró que él había
sido partidario de participar en las elecciones, pero que ahora vela su
error y estaba dispuesto a apoyar nuestro bando! Nos quedamos perplejos.
Aquello produjo la impresión de una descarga eléctrica. Y
le dedicamos una estruendoso ovación."
Nadie más ha mencionado aquella "descarga eléctrica" ni
la "estruendoso ovación" de cincuenta pares de manos. Sin embargo,
es posible que la versión que da Stalin de la ocurrencia sea exacta.
En aquellos días, la "firmeza" bolchevique aún no se había
llegado a asociar con la flexibilidad táctica, especialmente entre
los "prácticos" desprovistos de fondo y de perspectiva mental. El
mismo Lenin podría haber flaqueado: la presión de los provincianos
pudo habérsele figurado la presión de los elementos revolucionarios
mismos. Pero fuera eso así o de otro modo, la Conferencia resolvió
"tratar de minar esta Duma policíaca, rechazando toda participación
en ella". Lo único extraño del caso es que Stalin continuara
viendo en 1920 el "error" de Lenin en su inicial tendencia a tomar parte
en las elecciones; por aquel tiempo, Lenin había llegado a reconocer
por entonces que su verdadero error consistió en haberse allanado
a la pretensión del boicot.
Koba tenía exactamente veintiséis arios cuando, al fin,
pudo abrir a picotazos la cáscara de su huevo provincial y emergió
en la órbita del Partido como conjunto. En verdad aquella salida
suya no fue apenas advertida, y hubieron de pasar otros siete años
antes de que llegara a ser miembro del Comité Central. No obstante,
la Conferencia de Tammerfors constituyó un importante hito en su
vida. Visitó San Petersburgo, conoció a la plana mayor del
Partido, observó su mecanismo, se comparó con otros delegados,
tomó parte en los debates, fue elegido por un Comité y (según
hace constar en su biografía oficial) "se asoció definitivamente
con Lenin". Por desgracia nuestra, se conoce muy poco a este propósito.
Fue posible reunir el Congreso de unificación en Estocolmo,
pero no antes de abril de 1906. Por aquel tiempo, el Soviet de San Petersburgo
había sido detenido, aplastada la sublevación de Moscú
y el rulo de la represión había rodado sobre todo el partido.
Los mencheviques se desbandaron hacia la derecha. Plejanov expresó
su estado de ánimo con su alígera frase: "¡No debimos
alzarnos en armas!" Los bolcheviques siguieron fieles a su método
de insurrección. Sobre los restos de la revolución, el zar
convocaba la primera Duma, en la cual se advirtió claramente desde
el primer día la victoria de los liberales sobre la reacción
francamente monárquica. Los mencheviques, que apenas una semana
antes hablan sostenido un semiboicot de la Duma, ahora ponían sus
esperanzas en las conquistas constitucionales, abandonando la lucha revolucionaria.
Por la época del Congreso de Estocolmo, el apoyo de los liberales
les parecía la más importante tarea de la Socialdemocracia.
Los bolcheviques esperaban el ulterior desarrollo de las revueltas campesinas,
confiando en que ayudarían a la lucha del proletariado para reanudar
la ofensiva barriendo al mismo tiempo la Duma del zar. En oposición
a los mencheviques, continuaron defendiendo el boicot. Como siempre después
de una derrota, las diferencias de opinión tomaron en seguida un
carácter agudo. Con tan malos auspicios comenzó sus sesiones
el Congreso de unificación.
El número de delegados votantes en el Congreso era de 113, de
ellos 62 mencheviques y 42 bolcheviques. Como teóricamente cada
delegado representaba a 300 socialdemócratas organizados, puede
decirse que todo el Partido tenía unos 33.000 miembros, de los cuales
19.000 eran mencheviques y 14.000 bolcheviques. Considerando la vehemencia
con que se trabajaban las elecciones, estas cifras se consideran indudablemente
exageradas. En todo caso, cuando el Congreso se reunió, el Partido
no estaba creciendo, sino do lo contrario. De los 113 delegados, Tiflis
tenía once, de ellos diez mencheviques y un solo bolchevique. Aquel
único bolchevique era Koba, por seudónimo Ivanovich. La relación
de fuerzas se expresa aquí en la exacta terminología de aritmética
simple. Beria tuvo la temeridad de afirmar que "bajo la dirección
de Stalin", los bolcheviques del Cáucaso habían aislado a
los mencheviques de las masas. Estas cifras poco lo confirman. Y, además,
los mencheviques caucásicos, bien trabados, desempeñaron
un enorme papel en su propia facción dentro del Congreso.
La participación de Ivanovich en el Congreso, bastante activa,
se reflejó en las actas. Pero, a menos de saber durante su lectura
que Ivanovich era Stalin, no prestaría uno la más mínima
atención a sus discursos y observaciones. No más lejos de
diez años, nadie citaba esos discursos, y aun los historiadores
del Partido no habían caído en la cuenta de que Ivanovich
y el secretario general del Partido eran una misma persona. Ivanovich fue
incorporado a uno de los Comités técnicos designados para
revisar los nombramientos de los delegados al Congreso. Aparte su significación,
dicho nombramiento era sintomático: Koba estaba en su verdadero
elemento cuando se trataba de sutilezas de la máquina. A este propósito,
los mencheviques le acusaron por dos veces de mentir en el curso de su
informe. Es imposible responder de la objetividad de los mismos acusadores;
pero tampoco puede dejarse de consignar que tales incidentes fueron siempre
asociados al nombre de Koba.
En la medula del programa del Congreso estaba la cuestión agraria.
El movimiento campesino había sorprendido al Partido virtualmente
dormitando. El viejo programa agrario, que apenas había hecho intrusiones
en las grandes propiedades, se vino abajo. La confiscación de las
tierras de los hacendados se hacía inminente. Los mencheviques estaban
luchando por la "municipalización", esto es, la transferencia de
la tierra a las manos de los órganos democráticos de la administración
local autónoma. Lenin se pronunciaba por la nacionalización
de la tierra, pero Stalin recomendaba no fiarse del futuro Gobierno central
ni armarle con las heredades del pueblo. "Esa república -decía-
con que Lenin ha soñado, una vez establecida no se mantendría
para siempre. No podemos obrar a base de que en un próximo futuro
se ha de establecer en Rusia la misma clase de orden democrático
que en Suiza, en Inglaterra y en Estados Unidos. Considerando las posibilidades
de restauración, la nacionalización es peligrosa..." ¡Así
de circunspectas y modestas eran las expectativas del fundador del marxismo
rojo! En su opinión, la transferencia de la tierra a las manos del
Estado sólo hubiera sido admisible en el caso de que el Estado mismo
perteneciese a los trabajadores. "...La apropiación del Poder nos
hace falta -decía Plejanov- cuando estamos haciendo una revolución
proletaria. Pero como la revolución inminente ahora sólo
puede ser pequeñoburguesa, estamos obligados a renunciar a la toma
del Poder." Plejanov subordinaba la cuestión de la lucha por el
Poder (y aquello era el talón de Aquiles de su estrategia doctrinal)
a una definición o más bien a una nomenclatura sociológica
a priori de la revolución, y no a la correlación real de
sus fuerzas inherentes.
Lenin luchaba por la incautación de las tierras de los hacendados
por Comités de campesinos revolucionarios y por sancionar tal incautación
desde la Asamblea constitucional por medio de una ley sobre nacionalización.
"Mi programa agrario -esribió y decía- es enteramente un
programa de insurrección campesina y la realización completa
de la revolución democrática burguesa." Sobre el punto básico
seguía de acuerdo con Plejanov: la Revolución no sólo
comenzaría, sino que culminaría también como revolución
burguesa. El líder del bolchevismo no sólo consideraba a
Rusia incapaz de establecer el socialismo independientemente (nadie hubiera
sido capaz de plantear tal cuestión antes de 1924), sino que creía
imposible retener siquiera las futuras conquistas democráticas en
Rusia sin una revolución socialista en Occidente. Precisamente en
aquel Congreso de Estocolmo fue donde expresó este criterio con
más claridad. "La Revolución (democrática burguesa)
rusa puede vencer con sus propias fuerzas -dijo-, pero de ningún
modo podrá retener y reforzar sus conquistas con su propia mano.
No puede lograrlo, a menos que se produzca un levantamiento socialista
en Occidente." Sería equivocado pensar que, en concordancia con
la reciente interpretación de Stalin, Lenin pensaba en el peligro
de la intervención militar desde el exterior. No, él hablaba
de la inevitabilidad de una restauración desde dentro, a consecuencia
de que el campesino, convertido en propietario, se volviera contra la revolución
después del levantamiento agrario. La restauración es igualmente
ineludible en el caso de municipalizar, nacionalizar o dividir la tierra,
pues el pequeño propietario rural, en cualquiera y en todas las
formas de posesión y propiedad sigue siendo el sostén principal
de la restauración. "Después de la victoria completa de la
revolución democrática -insistía Lenin-, el pequeño
propietario se volverá inevitablemente contra el proletario, y cuanto
antes se derroque al enemigo común del proletariado y del pequeño
propietario, tanto más pronto volverá... Nuestra revolución
democrática no tiene otra fuerza de reserva que el proletariado
socialista de Occidente."
Ahora bien, para Lenin, que colocaba el sino de la Democracia rusa
en dependencia directa del socialismo europeo, el llamado "objetivo final"
no estaba separado del levantamiento democrático por una época
histórica indefinida. Dentro mismo del período de lucha por
la democracia aspiraba él a desplegar los puntos de apoyo para el
avance más rápido hacia la meta socialista. El sentido de
la nacionalización de la tierra estaba en el hecho de que abría
una ventana hacia el futuro: "En la época de la revolución
democrática y de la sublevación campesina -decía-,
no es posible limitarse a la mera confiscación de la tierra de los
hacendados. Es necesario ir más allá, asestar el golpe fatal
a la propiedad privada de la tierra con el fin de allanar el camino a,
la lucha por el socialismo."
Ivanovich no estaba de acuerdo con Lenin en esta cuestión crucial
de la Revolución. En aquel Congreso se manifestó resueltamente
contra la nacionalización y en favor de distribuir las tierras confiscadas
entre los campesinos. Hasta hoy, pocas personas en la Unión Soviética
conocen esta diferencia de opinión, que está enteramente
recogida en las páginas de las actas, porque a nadie se permite
ni siquiera citar o comentar el discurso de Ivanovich durante el debate
sobre el programa agrario. Y, no obstante, es digno de nota. "Puesto que
estamos sellando una unión revolucionaria pasajera con el campesino
en lucha -decía Stalin-, como justamente por eso no podemos desconocer
las demandas de ese campesinado, hemos de apoyarlas, si en conjunto y de
modo general no están en pugna con las tendencias de desenvolvimiento
económico y con el progreso de la revolución. Los campesinos
piden el reparto; este reparto no es incompatible con los fenómenos
aludidos (?); por lo tanto, debemos defender la completa confiscación
y distribución. Desde este punto de vista, la nacionalización
y la municipalización son igualmente inaceptables." Años
después, Stalin había de decir que en Tammerfors, Lenin había
pronunciado un insuperable discurso acerca de la cuestión agraria,
que había despertado general entusiasmo, sin revelar que él,
no sólo había hablado en contra del programa agrario de Lenin,
sino que lo había declarado "igualmente" inaceptable que el de Plejanov.
(Además, en 1924, pretendía haberse sentido fuertemente impresionado
por él en 1906.)
En primer lugar, el solo hecho de que un joven caucásico, que
no conocía Rusia en absoluto, se atreviese a contender de modo tan
irresponsable con el dirigente de su facción sobre el programa agrario,
campo en el cual la autoridad de Lenin era considerada particularmente
formidable, no puede menos de suscitar sorpresa. El precavido Koba, por
regla general, no gustaba de aventurarse por el hielo no explorado ni de
quedar en minoría. Solía participar en los debates sólo
cuando sentía que la mayoría estaba tras él, o, como
años más tarde, cuando la máquina le aseguraba la
victoria, sin tener en cuenta la mayoría. Tanto más imperiosos
tuvieron que ser los motivos que le impelieron a hablar en aquella ocasión
en defensa del reparto de la tierra, no muy popular. Esos motivos, en la
medida en que es posible descifrarlo treinta años y pico después,
eran dos, y ambos característicos de Stalin.
Koba vino a la revolución como demócrata plebeyo, provinciano
y empirista. Las ideas de Lenin sobre la índole internacional de
la revolución le eran a la vez remotas y extrañas. Buscaba
garantías" más próximas. El acceso individualista
a la propiedad de la tierra se imponía más sutilmente y encontraba
una expresión mucho más espontánea entre los georgianos
que entre los demás rusos, porque los primeros no tenían
experiencia directa con los predios comunales. De donde el hijo de campesinos
de la aldea de Didi-Lilo concluía que dotando a esos pequeños
propietarios de parcelas adicionales de tierra, ellos serían la
garantía principal frente a la contrarrevolución. Se ve,
pues, claramente que, en su caso, el "divisionismo" no era una convicción
doctrinal (de hecho, se inclinaba más bien a rechazar convicciones
derivadas de doctrinas, con la mayor facilidad), sino antes bien su programa
orgánico, en perfecta armonía con las inclinaciones fundamentales
de su naturaleza, su educación y su medio social. En efecto, veinte
años más tarde, hemos de descubrir en él una reversión
atávica al "divisionismo".
Casi tan inconfundible se revela el segundo motivo de Koba. A sus ojos,
el prestigio de Lenin se había reducido patentemente a causa de
la derrota de diciembre: él siempre daba más importancia
al hecho que a la idea. En aquel Congreso, Lenin estaba en minoría;
Koba no podía ganar a su lado. Aquello sólo disminuía
considerablemente su interés por el programa de nacionalización.
Tanto bolcheviques como mencheviques consideraban la distribución
de la tierra como mal menor en parangón con el programa de la facción
de enfrente. Por lo tanto, Koba tenía motivos para esperar que la
mayoría del Congreso vendría a concertarse a la postre sobre
la base del mal menor. Así, las inclinaciones orgánicas del
demócrata radical coincidieron con los cálculos tácticos
del arbitrista. Pero Koba erró en sus cálculos: los mencheviques
tenían una mayoría sobrada, de modo que no necesitaban decidirse
por el mal menor, supuesto que querían el mayor.
Es importante anotar para posterior referencia que durante el Congreso
de Estocolmo, siguiendo las huellas de Lenin, Stalin conceptuaba la unión
del proletariado con los campesinos como "pasajera", limitada simplemente
a tareas democráticas comunes. Ni siquiera se le ocurrió
mantener que el campesinado como tal podría en todo momento llegar
a ser un aliado de los obreros en la causa de la revolución social.
Veinte años más tarde, aquella "incredulidad" en el campesinado
habría de proclamarse la herejía principal del "trotskismo".
En efecto, mucho había de reaparecer alterado en este aspecto veinte
años después. Declarando el programa agrario de los mencheviques
y el de los bolcheviques "igualmente inaceptables" en 1906, Stalin consideraba
la división de la tierra "no en pugna con las tendencias de desenvolvimiento
económico". En lo que realmente pensaba era en las tendencias del
desenvolvimiento capitalista. En cuanto a la inminente revolución
socialista, a la que no dedicó ni un solo pensamiento serio en aquellos
días, estaba completamente seguro de que habrían de transcurrir
veinte años antes de que tuviera probabilidad de realizarse, y entretanto
el capitalismo, con sus leyes naturales, se encargaría de concentrar
y proletarizar la estructura económica de la aldea. No sin razón
se refería Koba en sus folletos a la remota meta socialista con
las bíblicas palabras "la Tierra de Promisión".
El principal informe por parte de los partidarios del reparto no fue,
como es natural, el del virtualmente desconocido Ivanovich, sino el del
más autorizado bolchevique, Suvorov, quien desarrolló el
punto de vista de su grupo con amplitud suficiente. "Se dice que ésta
es una medida burguesa -argüía-, y si es posible que ayudemos
a los campesinos deberemos hacerlo sólo en ese sentido. Comparada
con la servidumbre, la independencia económica del campesinado representa
un paso adelante; pero más tarde se ha de ver desbordado por nuevos
progresos." La transformación socialista de la sociedad estará
en condiciones de intervenir sólo cuando el desarrollo capitalista
deje "rezagados" (esto es, arruinado y expropiado) al labrador independiente
creado por la revolución burguesa.
El autor original del programa de la división de la tierra no
era, naturalmente, Suvorov, sino el historiador radical Rozhkov, que se
había unido a los bolcheviques poco antes de la revolución.
Si no apareció como informante en el Congreso, es porque entonces
estaba en la cárcel. Según el parecer de Rozhkov, desarrollado
en su polémica contra el autor del presente libro, no sólo
Rusia, sino hasta los países más adelantados estaban lejos
de hallarse aprestados para una revolución socialista. El capitalismo
mundial aún tiene la perspectiva de una larga etapa de trabajo progresivo,
cuya culminación se perdía en las tinieblas del futuro. Para
subvertir los obstáculos que se oponen al esfuerzo creador del capitalismo
ruso, el más atrasado de los sistemas capitalistas, el proletariado
estaba condenado a pagar el precio de la división de la tierra si
quería unirse con los campesinos. El capitalismo sabría hacer
luego tabla rasa de tales ilusiones de nivelación agraria concentrando
gradualmente la tierra en las manos de los terratenientes más poderosos
y progresivos. Lenin había calificado a los defensores de este programa,
que directamente predicaba confianza en el labrador burgués, de
"rozhkovistas", de acuerdo con el nombre de su dirigente. No es superfluo
añadir que el mismo Rozhkov, cuya actitud era seria en cuestiones
de doctrina, se pasó durante los años de reacción
al lado de los bolcheviques.
En la primera votación, Lenin se unió a los partidarios
del reparto, según él mismo explicó, "a fin de no
disgregar votos contra la municipalización". Consideraba el programa
de división como mal menor, agregando, sin embargo, que si bien
el reparto ofrecía cierta defensa contra la restauración
de los hacendados ricos y el zar, por desgracia, podría crear también
la base de una dictadura bonapartista. Acusó a los partidarios del
reparto de ser "parciales al juzgar el movimiento campesino sólo
desde el punto de vista del pasado y del presente, sin tener en cuenta
el futuro" del socialismo. Había mucha confusión y no poco
individualismo disfrazado de misticismo en el modo de apreciar los campesinos
la tierra como "de Dios" o "de nadie"; pero inherente a tal apreciación
había una tendencia progresiva y era por eso necesario descubrir
cómo apoderarse de ella y aprovecharla contra el orden social burgués.
Los partidarios de la división no sabían cómo hacerlo.
"Los prácticos... vulgarizarán este programa..., harán
de un error pequeño otro mayor... Gritarán a la multitud
campesina que la tierra es de nadie, de Dios, del Gobierno, encomiarán
las ventajas del reparto, y así difamarán y vulgarizarán
el marxismo." En labios de Lenin, la palabra "prácticos" significa,
en este caso, revolucionarios de estrechas miras, propagandistas de lindas
formulitas. Aquel golpe da tanto más en el clavo si consideramos
que en el curso del siguiente cuarto de siglo Stalin había de calificarse
orgullosamente a sí mismo de "práctico", a diferencia de
los "literarios" y de los "emigrados". Llegaría a proclamarse teórico
sólo después de que la máquina política asegurara
su victoria práctica y le pusiera a cubierto de toda crítica.
Plejanov tenía razón, naturalmente, cuando situaba el
problema agrario en directa e inseparable relación con la cuestión
del Poder. Pero también Lenin comprendía la naturaleza de
aquella conexión, y bastante más a fondo que Plejanov. Según
él lo expresaba, para hacer posible la nacionalización, la
revolución tenía forzosamente que establecer la "dictadura
democrática del proletariado y de los campesinos", que distinguía
estrictamente de la dictadura socialista del proletario. A diferencia de
Plajanov, Lenin creía que la revolución agraria sería
consumada, no por manos liberales, sino por manos plebeyas, o no se consumaría
en absoluto. Sin embargo, la índole de la "dictadura democrática"
que él predicaba quedaba algo confusa y paradójica. Según
Lenin, si los representantes de los pequeños propietarios llegaran
a obtener una posición dominante en un Gobierno revolucionario (eventualidad
improbable de una revolución burguesa del siglo XX), ese mismo Gobierno
amenazaría convertirse en instrumento de fuerzas reaccionarias.
Pero aceptar la proposición de que el proletariado estaba obligado
a tomar posesión del Gobierno a la zaga de la revolución
agraria, derriba las barreras entre la revolución democrática
y la revolución socialista, pues la una se encajaría naturalmente
en la otra haciéndose así la revolución "permanente".
Lenin no disponía de respuesta a punto frente a este argumento.
Pero no hace falta decir que Koba, el "práctico" y el "divisionista",
mostraba un olímpico desdén por la perspectiva de la revolución
permanente.
Arguyendo contra los mencheviques en defensa de los Comités
revolucionarios de campesinos como instrumentos para apoderarse de las
tierras de los hacendados, Ivanovich decía: "Si la liberación
del proletariado puede ser obra del proletariado mismo, la liberación
de los campesinos puede ser igualmente obra de los mismos campesinos."
En realidad, esta fórmula simétrica es una parodia del marxismo.
La misión histórica del proletariado proviene en gran medida
justamente de la incapacidad de la pequeña burguesía para
liberarse por sus propias fuerzas. La revolución campesina es imposible,
desde luego, sin la activa participación de los campesinos en forma
de destacamentos armados, Comités locales, etc. Pero la suerte de
la revolución campesina se decide no en la aldea, sino en la ciudad.
Resto informe del medievalismo en la sociedad contemporánea, el
campesino no puede tener una política independiente; necesita un
director extrínseco. Dos clases nuevas compiten para adueñarse
de esa dirección. Si el campesinado siguiera a la burguesía
liberal, la revolución se detendría a mitad de camino, para
retroceder a renglón seguido. Y si encontraba su guía en
el proletariado, la revolución ha de traspasar necesariamente los
límites burgueses. Precisamente en esta peculiar correlación
de clases dentro de una sociedad burguesa históricamente demorada
se fundaba la perspectiva de la revolución permanente.
Sin embargo, nadie en el Congreso de Estocolmo defendió esta
perspectiva, que yo traté de esclarecer de nuevo mientras ocupaba
una celda de la cárcel de San Petersburgo. EI levantamiento había
sido ya sofocado: la Revolución retrocedía. Los mencheviques
suspiraban por formar un bloque con los liberales. Los bolcheviques estaban
en minoría; y, además, divididos. La perspectiva de revolución
permanente se hallaba en riesgo. Habría de tener que esperar otra
oportunidad pareja once años. Por sesenta dos votos contra cuarenta
y dos, y seis abstenciones, el Congreso adoptó de programa de municipalización
de los mencheviques. Aquello no significó absolutamente nada en
el futuro curso de los acontecimientos. Los campesinos hicieron oídos
sordos a tal programa, y los liberales no lo velan con buenos ojos. En
1917, los campesinos aceptaron la nacionalización de la tierra como
aceptaron el Gobierno de, los Soviets y la dirección de los bolcheviques.
El Congreso de Estocolmo, llamado "de unificación", como ya
hemos dicho, logró reunir las dos facciones principales del Partido
y las organizaciones nacionales: la socialdemocracia de Polonia y Lituania,
la socialdemocracia lapona y la Liga judía. Justificó, pues,
su nombre. Pero su importancia real, como dijo Lenin, estaba más
bien en el hecho dé que "contribuyó a hacer más patente
la hendedura entre las alas derecha e izquierda de la socialdemocracia".
Si la escisión en el segundo Congreso no fue más que un "anticipo"
y pudo remediarse más tarde, la "unificación" en el Congreso
de Estocolmo no pasó de ser un hito en el camino hacia la escisión
final y definitiva que ocurrió seis años después.
Sin embargo, durante aquel Congreso, Lenin estaba muy lejos de pensar que
tal cisma fuese inevitable. La experiencia de los turbulentos meses de
1905, en que los mencheviques habían dado un fuerte viraje hacia
la izquierda, estaba aún muy reciente. A pesar de que luego, como
escribe Krupskaia, "enseñaron francamente la oreja", Lenin, según
ella afirma, siguió confiando en que "el nuevo auge de la oleada
revolucionaria, del que no tenía la menor duda, los abrumaría,
obligándoles a reconciliarse con la línea bolchevique". Pero
el nuevo auge de la Revolución no se presentó.
Inmediatamente después del Congreso, Lenin escribió un
llamamiento al Partido, en el que se consignaba una crítica resumida
pero nada ambigua, de la resoluciones adoptadas. El llamamiento iba suscrito
por delegados pertenecientes a "la antigua facción de bolcheviques",
que se consideraba disuelta en el papel. Lo más notable es que de
los cuarenta y dos bolcheviques que asistieron al Congreso, sólo
veintiséis firmaron aquel documento. La firma de Ivanovich no figura
en él, ni tampoco la de quien encabezaba el grupo, Suvorov. Al parecer,
los partidarios del reparto atribuían tanta importancia a sus diferencias
de opinión con Lenin que no quisieron aparecer junto a él
ante el Partido, a pesar de aludirse a la cuestión de la tierra
con mucha moderación en aquel llamamiento. Sería inútil
buscar comentarios sobre este hecho en las actuales publicaciones oficiales
del Partido. Pero tampoco hizo Lenin ni una sola referencia a ninguna de
las Intervenciones de Ivanovich en su extenso informe impreso acerca del
Congreso de Estocolmo, en el que daba minuciosa cuenta de los debates y
mencionaba a los principales oradores, mencheviques y bolcheviques; evidentemente,
Lenin no consideraba los discursos de Ivanovich tan esenciales para el
debate como se ha querido presentarlos treinta años después.
La posición de Stalin dentro del Partido (exteriormente, en todo
caso) no había cmbailo. Nadie le propuso para el Comité Central,
compuesto de siete mencheviques y de los tres bolcheviques Krassin, Rikov
y Desnitsky. Después del Congreso de Estocolmo, igual que antes
del mismo, Koba siguió siendo un activista del Partido de "calibre
meramente caucásico".
Durante los dos últimos meses del año revolucionario,
el Cáucaso era una caldera en ebullición. En diciembre de
1905, el Comité de huelga, que se había hecho cargo del ferrocarril
y el servicio postal en Transcaucasia, comenzó, a regular el transporte
y la vida económica de Tiflis. Los suburbios estaban en poder de
los trabajadores armados; pero no por mucho tiempo. Las autoridades rechazaron
prontamente a sus enemigos. El Gobierno de Tiflis quedó sometido
a la ley marcial. Hubo encuentros sangrientos en Kutais, Chituary y otras
poblaciones. Georgia occidental pasaba por las angustias de una sublevación
de campesinos. El 10 de diciembre, el jefe de policía Shirnkin,
del Cáucaso, informaba al director de su Departamento en San Petersburgo:
"El Gobierno de Kutais está en situación difícil...,
los gendarmes han sido desarmados, los rebeldes se han apoderado del sector
occidental del ferrocarril, y ellos mismos se encargan de expender los
billetes y de asegurar el orden público... No he recibido informes
de Kutais. Los gendarmes han sido retirados de la línea y se han
concentrado en Tiflis. Los correos enviados con despachos son registrados
por los revolucionarios, que les confiscan la documentación; la
situación allí es insufrible... El gobernador general está
enfermo de agotamiento nervioso... Mandaré detalles por correo y,
de no ser posible, por un mensajero..."
Todos estos sucesos no ocurrieron por generación espontánea.
La iniciativa, conjunta de las masas sublevadas era, naturalmente, la causa
más importante; y a cada paso se necesitaban elementos para emplearlos
como agentes, organizadores, jefes... Koba no estaba entre ellos. Sin apresurarse,
comentaba los acontecimientos después de ocurridos. Sólo
eso pudo permitirle ir a Tammerfors en los momentos de mayor agitación.
Nadie advirtió su ausencia, ni tampoco su regreso.
La pugna se había decidido al aplastarse la sublevación
de Moscú. Por entonces, los trabajadores de San Petersburgo, agotados
por las luchas y los cierres de fábricas anteriores, se tenían
ya en actitud pasiva. Pacificado Moscú fueron luego sofocadas las
rebeliones de Transcaucasia, de la región transbáltica y
de Siberia. La reacción volvía por sus fueros. Los bolcheviques
se resistían, sin embargo, a reconocerlo así, tanto más
cuanto que el oleaje tardío del temporal aún se agitaba en
medio del general reflujo. Todos los partidos revolucionarios estaban resueltos
a creer que la novena ola estaba a punto de romper. Cuando algunos de los
más escépticos seguidores de Lenin le sugirieron la posibilidad
de que la reacción se hubiese afirmado, respondió: "¡Seré
el último en admitirlos!" Los latidos de la Revolución rusa
seguían teniendo aún su expresión más patética
en huelgas obreras, eterno método básico de movilizar a las
masas. El número de huelguistas bajó de cerca de tres millones
en 1905 a alrededor de un millón en 1906; la aguda regresión
no podía ser más patente.
Según la explicación de Koba, el proletariado había
sufrido una derrota episódica, "ante todo porque no tenía
armas, o muy pocas a lo sumo; ¡por mucha conciencia de clase que
se tenga, no se puede responder a las balas con las manos nada más!"
Evidentemente, esa explicación simplificaba más de la cuenta
el problema. Es natural que resulta bastante duro "responder" a les balas
con las manos nada más. Pero había otras causas más
profundas de la derrota. Los campesinos no se levantaron en su totalidad;
el levantamiento fue mucho menor en el centro del país que en los
aledaños. El Ejército no estaba ganado sino a medias. El
proletariado no conocía aún bien su propia fortaleza, ni
la de su contrario. El año 1905 pasó a la historia (y en
ello reside su inmensa importancia) como "el ensayo general". Pero Lenin
sólo pudo caracterizarlo así después del hecho. En
1906, él mismo confiaba en una súbita revelación.
En enero, Koba, parafraseando a Lenin, escribía en términos
por demás simplistas, como de costumbre: "Tenemos que rechazar de
una vez y para siempre toda vacilación, prescindir de vaguedades
y asumir irrevocablemente el punto de vista de atacar... Un Partido unido,
una sublevación armada organizada por el Partido, y la política
de ataque; esto es lo que pide de nosotros el triunfo de la sublevación."
Ni siquiera los mencheviques se atrevían a decir en voz alta que
la Revolución había terminado. En el Congreso de Estocolmo,
Ivanovich tuvo oportunidad, de declarar sin riesgo de contradicción:
"Y así, estamos en vísperas de una nueva explosión...
Nadie entre nosotros lo duda." En rigor, por entonces la "explosión"
era ya cosa del pasado. La "política de ataque" se iba haciendo
cada vez más la política de choques de Guerrillas y de golpes
dispersos. El país estaba extensamente inundado de las llamadas
"expropiaciones": asaltos armados a Bancos, tesorerías y otras reservas
de dinero.
La disgregación de la Revolución iba extinguiendo la
iniciativa de ataque, y ésta pasaba a manos del Gobierno, que por
entonces se esforzaba en calmar sus propios nervios deshechos. En otoño
e invierno, los partidos revolucionarios comenzaron a resurgir de la ilegalidad.
Las justas continuaron a visera levantada. Los agentes de la policía
zarista vinieron a conocer al enemigo por su fisonomía, en conjunto
e individualmente. El reinado del terror comenzó el 3 de diciembre
de 1905, con la detención del Soviet de San Petersburgo. Todos los
comprometidos que no pudieron esconderse cayeron a su tiempo en las garras
de la policía. El triunfo del almirante Dubassov sobre los combatientes
de Moscú añadió más ruindad a los actos corrientes
de represión. Entre enero de 1905 y la convocatoria de la primera
Duma el 27 de abril (10 de mayo) de 1906, el Gobierno zarista, según
cálculos aproximados, había matado a más de catorce
mil hombres, ejecutado a más de mil, herido a veinte mil y detenido,
deportado y encarcelado a unos sesenta mil. La mayoría de las víctimas
sucumbieron en diciembre de 1905 y durante los primeros meses de 1906.
Koba no se ofreció como "blanco de tiro". No fue herido, ni deportado
o detenido. Ni siquiera tuvo necesidad de esconderse. Permaneció
como antes en Tiflis. Esto no puede explicarse en modo alguno como habilidad
personal o accidente afortunado. Le fue posible acudir a la Conferencia
de Tammerfors secretamente, a hurtadillas. Pero no era posible en absoluto
conducir el movimiento de masas de 1905 a escondidas. Ningún "afortunado
accidente" pudo haber preservado a un agitador activo en el pequeño
Tiflis. En realidad, Koba se mantuvo apartado de los importantes sucesos
a tal punto que la policía no fijó en él su atención.
A mediados del año 1906 continuaba vegetando en la redacción
de un periódico bolchevique legal.
Mientras tanto, Lenin estaba oculto en Finlandia, en Kuokalla, en constante
contacto con San Petersburgo y con todo el país. Los otros miembros
del Centro bolchevique estaban con él. Allí se recogieron
los rotos hilos de la organización ilegal para entrelazarlos de
nuevo. "De todos los rincones de Rusia -escribía Krupskaia- venían
camaradas, con los cuales discutíamos nuestra labor." Krupskaia
menciona varios nombres, incluso el de Sverdlov, quien "goza de, enorme
influencia" en los Urales, el de Vorochilov, y otros más. Pero,
a pesar de las ominosas imprecaciones de la crítica oficial, no
menciona una sola vez a Stalin durante aquel período. Y no porque
se guarde de citar su nombre; por el contrario, siempre que tenía
el más ligero fundamento de hecho, se esforzaba por destacarlo.
Es que, sencillamente, en su memoria no guardaba de él el menor
recuerdo.
La primera Duma fue disuelta el 8 de julio de 1906. La huelga de protesta
que los partidos del ala izquierda propugnaron no llegó a materializarse;
los trabajadores habían aprendido que una huelga por sí sola
no bastaba, y que no había tampoco fuerzas para otra cosa. El intento
de los revolucionarios de estobar la movilización de los reclutas
del Ejército fracasó lamentablemente. La sublevación
de la fortaleza de Sveaborg, con participación de los bolcheviques,
resultó un estallido aislado, y fue dominada pronto. La reacción
ganaba fuerzas. El Partido fue hundiéndose cada vez más en
la clandestinidad. "Desde Kuokalla, Ilich dirigía de hecho toda
la actividad de los bolcheviques", escribía Krupskaia. Y cita de
nuevo cierto número de nombres y episodios, sin aludir tampoco a
Stalin. Ni se le menciona con relación a la sesión de noviembre
del Partido, en Terioki, donde se decidía la cuestión relativa
a las elecciones a la segunda Duma. Koba no fue a Kuokalla. No hay el menor
vestigio de la pretendida correspondencia entre Lenin y él durante
el año 1906. Tampoco hubo contacto personal entre ambos, a pesar
de haber coincidido en Tammerfors. El segundo encuentro en Estocolmo no
los aproximó más. Krupskaia, hablando de un paseo por la
capital de Suecia en que participaron Lenin, Rikov, Stroyev, Alexinsky
y otros, no dice nada de que Stalin estuviese entre ellos. También
es posible que las relaciones personales recién iniciadas sufrieran
un eclipse a causa de las diferencias de opinión sobre el problema
agrario; Ivanovich no firmó el llamamiento, y por eso Lenin no mencionó
a Ivanovich en su informe.
De conformidad con los acuerdos adoptados en Tammerforx y en Estocolmo,
los bolcheviques del Cáucaso se unieron con los mencheviques. Koba
no fue elegido miembro del Comité Regional Unificado. Pero entonces,
si hemos de creer a Beria, le hicieron miembro del Buró bolchevique
del Cáucaso, que existía secretamente en el año 1906,
paralelo al Comité Oficial del Partido. Sin embargo, no hay pruebas
de la actividad de aquel Buró ni del papel que en el mismo cupo
a Koba. Una cosa es cierta: las ideas sobre organización del "hombre
de Comité" de los días del período Tiflis-Batum sufrieron
un cambio si no en su esencia, sí al menos en su forma de expresión.
Ya no se atrevió Koba a pedir a los trabajadores que confesasen
no estar aún suficientemente maduros para prestar servicio en Comités.
Los Soviets y los Sindicatos elevaban a los trabajadores revolucionarios
al primer plano de importancia, y generalmente demostraban estar mucho
mejor preparados para guiar a las masas que la mayoría de los intelectuales
de la clandestinidad. Como Lenin había previsto, los "hombres de
Comité" se vieron obligados a cambiar de opinión bastante
de prisa, o, al menos, de argumentos. Ahora defendía Koba en la
Prensa la necesidad de democracia del Partido; más aún, de
la clase de democracia en que la "masa misma decide lo que ha de hacerse
y actúa por sí misma". La mera democracia electiva no era
suficiente. "Napoleón III fue elegido por sufragio universal; pero,
¿quién no sabe que este emperador elegido fue el máximo
sojuzgador del pueblo?" Si Besoshvili (seudónimo de Koba por aquel
entonces) hubiese previsto su propio porvenir, se hubiera guardado bien
de referirse a un plebiscito bonapartista. Pero había muchas cosas
que él no previó. Su don de previsión era bueno pata
corta distancia solamente. En ello estribaba, como veremos, no sólo
su debilidad, sino también su fuerza, al menos para cierta época.
Las derrotas del proletariado forzaron al marxismo a retirarse a posiciones
defensivas. Enemigos y adversarios, enmudecidos durante los meses de tormenta,
volvieron a levantar la cabeza. La izquierda, como la derecha, hicieron
responsable al materialismo y a la dialéctica de la furia de la
reacción. A la derecha, los liberales, los demócratas, los
populistas; a la izquierda, los anarquistas. El anarquismo no intervino
para nada en el movimiento de 1905. Sólo hubo tres facciones en
el Soviet de San Petersburgo: mencheviques, bolcheviques y essars. Los
anarquistas encontraron mejor caja de resonancia en la atmósfera
de desilusión que siguió a la caída de los Soviets.
El reflujo dejó también su huella en el atrasado Cáucaso,
donde en muchos aspectos las condiciones eran más propicias al anarquismo
que en ningún otro lugar del país. Como parte de su defensa
de las posiciones marxistas entonces atacadas, Koba escribió en
su idioma vernáculo una serie de artículos periodísticos
sobre el terna Anarquismo y Socialismo. Estos artículos que atestiguan
las buenas intenciones de su autor, no se prestan a la reproducción
porque, en realidad, constituyen a su vez una reproducción de trabajos
ajenos. Ni tampoco es fácil escoger citas de ellos, pues están
levemente embadurnados de un gris uniforme que justamente dificulta más
la selección de ninguna expresión característica.
Baste decir que estos trabajos suyos nunca volvieron a publicarse.
A la derecha de los mencheviques georgianos, que continuaban teniéndose
por marxistas, surgió el partido de los federales, una parodia local
entre essars y cadetes. Besoshvili, muy justamente, denunció la
tendencia de aquel partido a transacciones y maniobras cobardes, aunque
al hacerlo recurrió a figuras de dicción bastante aventuradas:
"Como es bien sabido -escribía-, cada animal tiene su color definido.
Pero la naturaleza del camaleón no se conforma con eso; con un león,
adopta el color de un león; con un lobo, de un lobo; con una rana,
de una rana, según el color que más le convenga..." Un zoólogo
protestaría quizá contra una calumnia tan ofensiva para el
camaleón. Pero, puesto que la crítica bolchevique era justa
en esencia, podemos olvidar el estilo de quien falló en sus intentos
de ser pope de aldea.
Todo esto es cuanto hay que decir sobre las actividades de Koba-Ivanovich-Besoshvili
durante la primera Revolución. No es mucho, ni siquiera en el sentido
puramente cuantitativo. Sin embargo, el autor se ha esforzado seriamente
en no omitir nada digno de nota. El caso es que el intelecto de Koba, carente
de imaginación, no era muy productivo. La disciplina del trabajo
intelectual le era extraña. Se necesitaban móviles personales
preponderantes para estimularle a una atención sostenida y sistemática.
No halló móviles así en la Revolución, que
le arrojó al margen. Por eso sus aportaciones a aquel movimiento
resultan tan lamentablemente minúsculas en comparación con
lo que la Revolución contribuyó a su medro personal.