La vida personal de los revolucionarios clandestinos estaba siempre
relegada a un segundo término, reprimida. Pero persistía.
Como las palmeras en un paisaje de Diego Rivera, el amor se abría
camino hacia el sol desde debajo de pesadas rocas. Casi siempre estaba
identificado con la revolución. Las mismas ideas, los mismos afanes,
el mismo riesgo, un aislamiento en común del resto del mundo, unidos
por sólidos lazos. Las parejas se sumían unidas en la ilegalidad,
eran separadas por la cárcel, y volvían a buscarse al volver
del destierro. Conocemos poca cosa de la vida personal de Stalin, pero
lo poco que conocemos es tanto más valioso por la luz que arroja
sobre su personalidad como hombre.
"Se casó en 1903 -nos dice Iremashvili-. Su matrimonio, según
sus puntos de vista, fue venturoso. Verdad es que resultaba difícil
advertir en su propia casa aquella igualdad de sexos que defendía
como forma básica del matrimonio en el nuevo Estado. Pero no estaba
en su carácter compartir Iguales derechos con ninguna otra persona.
Su matrimonio fue afortunado porque su mujer, que no podía competir
con él en cuestiones generales de mentalidad, le consideraba un
semidiós, y porque, siendo georgiana, había sido criada en
la sacrosanta tradición que hacía de la mujer georgiana esencialmente
una esclava doméstica. Las características que atribuye a
la mujer de Koba son las mismas que atribuía a su madre, Keke: "Aquella
mujer genuinamente georgiana... de todo corazón cuidaba del bienestar
de su marido. Se pasaba noches sin cuento en ardientes plegarias, aguardando
el regreso de su Soso, ocupado en secretas conferencias. Rogaba por que
Koba se apartase de sus ideas, que no eran gratas a Dios, y se reintegrase
a una apacible vida doméstica de trabajo y contento."
No sin extrañeza, nos enteramos por estas líneas de que
Koba, que había renegado de la religión a los trece años,
se casó luego con una mujer ingenua y profundamente religiosa. Eso
puede parecer un caso vulgar y corriente en un medio burgués estable,
en que el marido, se tiene por agnóstico o se distrae con ritos
masónicos, mientras que su mujer, después de consumar su
postrer adulterio, se arrodilla devotamente en el confesionario ante su
director espiritual. Pero entre los revolucionarios rusos, tales asuntos
eran muchísimo más importantes. No había un anémico
agnosticismo en el meollo de su filosofía revolucionaria, sino un
ateísmo militante. ¿Cómo podían tener la menor
tolerancia personal frente a la religión, inextricablemente ligada
a todo aquella que se habían comprometido a combatir arrostrando
continuos riesgos? Entre los trabajadores, que se casan pronto, podrían
encontrarse no pocos casos de un marido que se hace revolucionario después
de la boda, mientras que la mujer continúa tercamente aferrada a
la vieja fe. Pero aun esto solía dar lugar a conflictos dramáticos.
El marido mantenía su nueva vida oculta y secreta, y cada vez se
iba alejando más de ella. En otros casos, el marido conseguía
convertir a su mujer a sus propias opiniones, apartándola del parecer
de sus propios familiares. Los trabajadores jóvenes solían
quejarse con frecuencia de que les era difícil encontrar muchachas
emancipadas de las viejas supersticiones. Entre la juventud estudiantil,
la elección de pareja era mucho más fácil. Casi no
se daban ejemplos de intelectual revolucionario que se casara con una creyente;
y no porque hubiera normas que lo dispusieran así. Pero tales cosas
no, estaban de acuerdo con las costumbres, las ideas y los sentimientos
de esas gentes. Koba fue indudablemente una rara excepción.
Al parecer, la disparidad de opiniones no dio lugar a ningún
conflicto dramático. "Este hombre, de espíritu tan inquieto,
que se sentía constantemente vigilado, bajo la constante mirada
de la policía secreta zarista, en todos sus pasos y en todo cuanto
hacía, no podía encontrar cariño más que en
su empobrecido hogar. Sólo su mujer, su hijo y su madre escapan
al rencor que prodigaba a todos los demás." El idílico cuadro
familiar que traza Iremashvili permite deducir que Koba era tolerante hasta
la indulgencia con las creencias de su compañera. Pero como eso
está en contradicción con su carácter tiránico,
lo que parece tolerancia debe ser indiferencia moral. Koba no buscaba en
su mujer una amiga capaz de compartir sus ideas o, al menos, sus ambiciones.
Le bastaba encontrar en ella una mujer sumisa y amante. Por sus opiniones
era marxista y por sus sentimientos y necesidades espirituales, era hijo
del osetino Bezo, de Didi-Lilo. No solicitaba de su mujer más de
lo que su padre había hallado en Keke.
La cronología de Iremashvili, que no puede equivocarse, es más
de fiar en cuestiones personales que en el campo de la política.
Pero la fecha que da del matrimonio suscita alguna duda. él lo fija
en 1903, y Koba fue preso en abril de 1902 y volvió del destierro
en febrero de 1904. Es posible que el enlace se efectuara en la cárcel.
Tales casos no eran raros. Pero también es posible que la boda se
celebrara sólo después de su fuga del destierro, a principios
de 1904. En tal caso, una boda eclesiástica ofrecía ciertas
dificultades para quien ya se encontraba en "estado ilegal"; no obstante,
considerando las costumbres primitivas de por entonces, especialmente en
el Cáucaso, las dificultades policíacas no eran imposibles
de salvar. Si Koba se casó después de su deportación,
esto puede explicar en parte su pasividad política durante 1904.
La mujer de Koba
(ni siquiera sabemos su nombre) murió en 1907,
según ciertos informes, de pulmonía. Por entonces, ambos
Sosos no estaban ya en buenas relaciones. Iremashvili se lamenta: "Lo más
recio de su lucha se dirigió desde entonces contra nosotros, sus
antiguos amigos. Nos atacaba en todo mitin y en toda discusión del
modo más salvaje y desconsiderado, tratando de sembrar veneno y
odio contra nosotros en todas partes. De haberle, sido posible, nos hubiera
exterminado a sangre y fuego... Pero la inmensa mayoría de los marxistas
georgianos continuaron con nosotros, y aquello era lo que más le
enardecía y ponía furioso." Ahora bien, las costumbres georgianas
eran tan dominantes, por lo visto, que la enemistad política no
impidió a Iremashvili visitar a Koba al morir su mujer, para darle
el Pésame: "Estaba muy decaído, pero me recibió amistosamente,
como en otros tiempos. La cara pálida de aquel hombre reflejaba
la profunda pena que le causó la muerte de la fiel compañera
de su vida. Su aflicción... debía de ser muy grande y tenaz,
pues era incapaz de contenerla ya ante los extraños."
La difunta fue enterrada según todas las regias del rito ortodoxo.
Sus parientes insistieron en ello, y Koba no se opuso. "Cuando el modesto
cortejo llegó a la puerta del cementerio -refiere Iremashvili-,
Koba me apretó fuertemente la mano, y señalando el féretro,
dijo: "Soso, esa criatura ablandó mi corazón de piedra; al
morir, se lleva con ella todo el afecto que aún sentía por
mis semejantes." Y, poniéndose la mano derecha, sobre el pecho,
añadió: "¡Está todo tan vacío, tan inexplicablemente
vacío aquí dentro!"" Estas palabras pueden sonar a teatralmente
patéticas e inhumanas pero no es improbable que sean ciertas, no
sólo por referirse a un hombre joven abrumado por su primer pesar
sincero, sino también porque en ocasiones futuras hemos de encontrar
de nuevo en Stalin la misma propensión al énfasis forzado,
rasgo no raro en personas de carácter rudo. La torpeza de estilo
con que expresa sus sentimientos, procedía de sus prácticas
de homiléctica en el Seminario.
Al morir, su mujer dejó a Koba un niñito de finas y delicadas
facciones. En 1919-1920 era alumno del Instituto de Tiflis, donde Iremashvili
ejercía de profesor. Poco después su padre trasladó
a Yasha (Jaime) a Moscú. Volveremos a encontrarle en el Kremlin.
Todo esto es cuanto conocemos de aquel matrimonio, que en materia de tiempo
encaja bastante bien en el cuadro de la primera Revolución. No es
coincidencia fortuita: los ritmos de la vida personal del revolucionario
estaban demasiado estrechamente trabados con los de los grandes acontecimientos.
"A partir del día en que enterraron a su mujer -insiste Iremashvili-
perdió el último vestigio de sentimientos humanos. Su corazón
se llenó del odio inexplicablemente maligno que su cruel padre había
comenzado a engendrar en él cuando todavía era un niño.
Reprimía con sarcasmo sus impulsos morales cada vez más espaciados.
Implacable consigo mismo, se hizo implacable con los demás." Así
era durante el período de la reacción, que entretanto se
había enseñoreado del país.
El comienzo de las huelgas de masas en la segunda mitad de la postrera
década del siglo, significaba la proximidad de la revolución.
Pero el promedio de huelguistas era aún menos de 50.000 al año.
En 1905, ese número ascendió de un salto a 2.750.000; en
1906 bajó a un millón; en 1907, a 750.000, incluyendo las
de ensayo. éstas fueron las cifras de los ellos de la Revolución.
¡Nunca antes había presenciado el mundo una oleada de huelgas
semejante! El período de reacción comenzó en 1908.
El número de huelguistas bajó al punto a 174.000; en 1909,
a 64.000; en 19101 a 30.000. Pero mientras el proletariado iba estrechando
rápidamente sus filas, los campesinos a quienes había levantado
no sólo continuaban, sino que reforzaban su ofensiva. La devastación
de las haciendas de los terratenientes se extendió particularmente
durante los meses en que funcionó la primero Duma. Sobrevino una
serie de motines de soldados. Después de sofocados los intentos
de sublevación de Sveaborg y Kronstadt en julio de 1906, el monarca
se hizo osado, instituyó Consejos de Guerra y, con ayuda del Senado,
adulteró la ley electoral. Pero no consiguió el objeto pretendido.
La segunda Duma resultó más radical que la primera.
En febrero de 1907, Lenin caracterizó la situación política
del país con las siguientes palabras: "La ilegalidad más
desenfrenada y cínica... La ley electoral más reaccionaria
de Europa. El cuerpo de representantes populares más revolucionario
de Europa en el país más atrasado." De ahí su conclusión:
"Estamos en vísperas de una nueva crisis revolucionaria más
amenazadora." Esta conclusión no se confirmó. Aunque la revolución
aún tenía fuerza bastante para dejar sus huellas en la liza
del seudoparlamentarismo zarista, estaba ya quebrantada. Sus convulsiones
iban siendo cada vez más tenues.
El partido socialdemócrata atravesaba un proceso análogo.
Continuaba creciendo en número de miembros, pero su influencia sobre
las masas declinaba. Cien socialdemócratas ya no eran capaces de
sacar a la calle tantos trabajadores como diez socialdemócratas
lo hubieran sido el año precedente. Los diversos aspectos de un
movimiento revolucionario, como proceso histórico homogéneo
y, en general, como acontecimiento de valor persistente, no son uniformes
ni armónicos en contenido o en movimiento. No sólo los trabajadores,
sino también los pequeñoburgueses intentaron vengar su derrota
por el zarismo en campo abierto; votando en favor de las izquierdas; pero
ya no eran capaces de una nueva insurrección. Privados del aparato
de los Soviets y de contacto directo con las masas, que pronto sucumbieron
a una negra apatía, los trabajadores más activos sintieron
la necesidad de un partido revolucionario. Así, esta vez el ala
izquierda de la Duma y el crecimiento de la socialdemocracia eran síntomas
del descenso de la revolución, no de su auge.
El quinto Congreso del Partido, celebrado en Londres, en mayo de 1907,
fue de notar por el número de personas que concurrieron a él.
En la nave de la Iglesia "socialista" había 302 delegados (un delegado
por cada 500 miembros del Partido), medio centenar con voz consultiva,
y no pocos invitados. De éstos, 90 eran bolcheviques y 85 mencheviques.
Las delegaciones nacionales formaban el "centro" entre estos dos flancos.
En el Congreso anterior estuvieron representados 13.000 bolcheviques y
18.000 mencheviques (un delegado por cada 300 miembros del partido). Durante
los doce meses transcurridos entre el Congreso de Estocolmo y el de Londres,
la sección rusa del Partido había aumentado de 31.000 a 77.000
miembros, esto es, dos veces y media. Era inevitable que la agudeza mayor
de la pugna faccional repercutiese en el número. Pero, indudablemente,
los trabajadores avanzados continuaron engrosando las filas del Partido
durante aquel año. Al mismo tiempo, el ala izquierda se reforzó
con mucha más rapidez que su antagonista. En el Soviet de 1905,
los mencheviques preponderaban; los bolcheviques eran una modesta minoría.
A principios de 1906, las fuerzas de ambas facciones en San Petersburgo
eran aproximadamente iguales. Durante el intervalo entre la primera y la
segunda Duma, los bolcheviques comenzaron a adelantarse. En tiempos de
la segunda Duma, habían alcanzado un completo predominio entre los
trabajadores avanzados. A juzgar por la índole de los acuerdos tomados,
el Congreso de Estocolmo fue menchevique y bolchevique el de Londres.
La desviación del Partido hacia la izquierda fue tenida en cuenta
por las autoridades. Poco antes del Congreso, el Departamento de Policía
instruía a sus dependencias locales que "los grupos mencheviques,
en su estado actual de ánimo, no representan un peligro tan serio
como los bolcheviques". En el informe regular de la marcha del Congreso
presentado al Departamento de Policía por uno de sus agentes en
el extranjero, se hacía la siguiente apreciación: "Entre
los oradores que en el curso de la discusión intervinieron en favor
del punto de vista revolucionario, se cuentan, Stanislav (bolchevique),
Trotsky, Pokrovsky (bolchevique) y Tyszko (socialdemócrata polaco);
en defensa del criterio oportunista, Martov y Plejanov (dirigentes de los
mencheviques). Hay claros indicios -continuaba el agente de la
Ojrana-
de que los socialdemócratas están girando hacia métodos
revolucionarios de lucha... El menchevismo, que floreció gracias
a la Duma, declinó a su hora, cuando la Duma demostró su
impotencia, dando amplio campo al bolchevismo, o, más bien, a las
tendencias revolucionarias extremistas." En realidad, como ya se ha indicado,
el sesgo sentimental del proletariado era mucho más complicado e
inconsistente. Así, mientras que la vanguardia, sostenida por su
propia experiencia, se desvió hacia la izquierda, la masa, descorazonada
por las derrotas, viró hacia la derecha. El hálito de la
reacción se cernía ya por encima del Congreso. "Nuestra Revolución
atraviesa momentos de prueba -dijo Lenin en la sesión del 12 de
mayo-. Necesitamos toda la fortaleza y la resolución, toda la cautela
y la perseverancia de un partido proletario unido, si hemos de resistir
frente a los insidiosos caprichos de la duda, la defección, la apatía,
el sometimiento."
"En Londres -escribía un biógrafo francés-, Stalin
conoció a Trotsky. Pero éste apenas reparó en él.
El líder del Soviet de San Petersburgo no es de las personas que
entablan fácilmente relaciones o entran en intimidad sin una afinidad
espiritual genuina." Sea esto o no cierto, el hecho es que no me enteré
de la asistencia de Koba al Congreso de Londres, sino por el libro Suvarin,
y más tarde lo vi confirmado en las actas oficiales. Como en Estocolmo,
Ivanovich no figuraba entre los 302 delegados con derecho a voto, sino
entre los 42 cuya participación era sólo a título
consultivo o deliberante. ¡El bolchevismo era aún tan débil
en Georgia que Koba no pudo reunir los 500 votos necesarios en todo Tiflis!
"Ni siquiera en la ciudad nativa de Koba y mía, Gori -escribe Iremashvili-,
había un solo bolchevique." El absoluto predominio de los mencheviques
en el Cáucaso fue confirmado en el curso de los debates del Congreso
por el rival de Koba, Sha'umyan, dirigente bolchevique del Cáucaso
y futuro miembro del Comité Central. "Los mencheviques caucásicos
-se lamentaba-, aprovechando su aplastante peso numérico y su dominio
oficial en el Cáucaso, hacen cuanto pueden por impedir que los bolcheviques
sean elegidos." En una declaración firmada por el mismo Sha'umyan
e Ivanovich, leemos: "Las organizaciones mencheviques caucásicas
se componen casi enteramente de la pequeña burguesía de la
ciudad y del campo." De los 18.000 miembros de Partido en el Cáucaso,
no eran trabajadores más de seis mil; pero aun de éstos,
la mayoría estaban de parte de los mencheviques.
La designación de Koba como delegado meramente consultivo fue
acompañada de un incidente no exento de mordacidad. Cuando tocó
a Lenin el turno de presidir el Congreso, propuso que se adoptara sin discusión
un acuerdo de la Comisión de credenciales recomendando conceder
participación deliberante a cuatro delegados, entre ellos a Ivanovich.
El infatigable Martov vociferó desde su sitio: "Quisiera saber a
quién se concede voz deliberante. Quiénes son esos hombres,
de dónde vienen, etc." A lo que respondió Lenin: "Ciertamente
no lo sé, pero el Congreso puede confiar en la opinión unánime
del Comité de Credenciales." Es muy posible que Martov tuviera alguna
información secreta respecto a la índole específica
del historial de Ivanovich, ya hablaremos de esto con más detalle,
y que por esto precisamente Lenin se apresurara a cortar la ominosa alusión
refiriéndose a la unanimidad de la Comisión de credenciales.
En todo caso, Martov juzgó oportuno referirse a "esos hombres" como
si no fueran nadie: "Quiénes son, de dónde vienen, etc.",
mientras que Lenin, por su parte, no sólo no hizo objeciones a tal
caracterización, sino que la confirmó. En 1907, Stalin era
aún totalmente desconocido, no sólo del Partido en general,
sino, incluso, de los trescientos delegados del Congreso. El acuerdo del
Comité de admisión fue adoptado con la abstención
de un buen número de delegados.
Pero es muy de notar el hecho de que Koba no hizo uso ni una sola vez
del derecho de palabra que se le había concedido. El Congreso duró
cerca de dos semanas y las discusiones fueron sumamente extensas y prolijas.
Pero el nombre de Ivanovich no se hace constar siquiera una vez entre los
numerosos oradores. Su firma aparece sólo en dos breves informes
de bolcheviques caucásicos a propósito de sus conflictos
locales, con los mencheviques, y aun esto sólo en tercer lugar.
No dejó otras señales de su presencia en el Congreso. Para
apreciar debidamente lo que esto significa, es necesario conocer la mecánica
de tramoya del Congreso. Cada una de las facciones y de las organizaciones
nacionales se reunían por separado durante los intervalos de las
sesiones oficiales, trazaban su propia línea de conducta y designaban
de su seno a quienes habían de intervenir. De modo que en el curso
de tres semanas de debates, en que tomaron parte todos los miembros del
Partido de algún renombre, la facción bolchevique no juzgó
oportuno confiar una sola intervención a Ivanovich.
Hacia el final de una de las últimas sesiones del Congreso habló
un joven delegado de San Petersburgo. Todos habían abandonado rápidamente
sus asientos y nadie le escuchaba. El orador se vio obligado a subirse
en una silla para llamar la atención. Pero, a pesar de circunstancias
tan desfavorables, consiguió atraerse un corro cada vez más
crecido de delegados, y no tardó mucho en calmarse el auditorio.
Aquel discurso hizo del novicio un miembro del Comité Central. Ivanovich,
condenado al silencio, tomó nota del éxito del recién
llegado (Zinoviev sólo tenía veintiún años),
probablemente horro de simpatía, pero no de envidia. Ni un alma
hizo el menor caso del ambicioso caucásico, con su derecho de voz
no utilizado. El bolchevique Gandurin, soldado de fila en el Congreso,
consignó en sus Memorias: "Durante las pausas solíamos rodear
a uno u otro de los principales activistas, abrumándolos a preguntas."
Gandurin menciona entre los delegados a Litvinov, Vorochilov, Tomsky y
otros bolcheviques relativamente oscuros de por entonces; pero no a Stalin,
ni siquiera una, vez. Y, sin embargo, escribió sus Memorias en 1931,
cuando era mucho más difícil olvidar a Stalin que recordarle.
Entre los miembros electos del nuevo Comité Central, los bolcheviques
eran Myeshkovsky, Rozhkov, Teodorovich y Nogin, con Lenin, Bogdanov, Krassin,
Zinoviev, Rikov, Shanter, Sammer, Leitheisen, Taratuta y A. Smirnov, como
suplentes. Los más destacados dirigentes de la facción fueron
elegidos suplentes porque interesaba promover a la vanguardia a las personas
capaces de trabajar en Rusia. Pero Ivanovich no estaba entre los titulares
ni entre los suplentes. No seria justo buscar la razón de ello en
las tretas de los mencheviques; en realidad, cada bando eligió a
sus propios candidatos. Algunos de los bolcheviques del Comité Central,
como Zinoviev, Rikov, Taratuta y A. Smirnov, eran de la misma generación
que Ivanovich y aún más jóvenes.
En la sesión final de la facción bolchevique, después
de clausurado el Congreso, se eligió un Centro secreto bolchevique,
el llamado "C. B.", compuesto de quince miembros. Entre ellos estaban los
teóricos y los "literarios" de la época y del futuro, como
Lenin, Bogdanov, Pokrovsky, Rozhkov Zinoviev y Kamenev, así como
los más conocidos organizadores: como Krassin, Rikov, Dubronsky,
Nogin y otros. Ivanovich tampoco pertenecía a aquel grupo. No puede
negarse la importancia de este hecho. Stalin no podía ser elegido
miembro del Comité Central sin ser conocido de todo el Partido.
Otro obstáculo (admitámoslo por esta vez) era que los mencheviques
caucásicos estaban particularmente en contra suya. Pero si hubiera
tenido algún peso e influencia dentro de su propio bando no hubiera
podido menos de incorporarse al centro de dirección bolchevique,
que tan necesitado estaba de un representante autorizado del Cáucaso.
El mismo Ivanovich soñaría, sin duda, en lograr un puesto
en el "C. B."; pero no lo hubo para él.
En vista de todo esto, ¿para qué fue Koba a Londres,
en suma? No pudo levantar el brazo como delegado con voto. Resultó
innecesario como deliberante. Ciertamente, no desempeñó ningún
papel en las reuniones reservadas de la facción bolchevique. Es
inconcebible que acudiese allí por mera curiosidad, para escuchar
y echar una ojeada. Tendría otras misiones. Pero, ¿cuáles
fueron éstas?
El Congreso terminó el 19 de mayo. No más tarde del 1
de junio, el primer ministro Stolypin planteó a la Duma su petición
de expulsar inmediatamente a cincuenta y cinco diputados socialdemócratas
y sancionar el arresto de dieciséis de ellos. Sin esperar la autorización
de la Duma, la policía procedió a practicar detenciones en
la noche del 2 de junio. Al día siguiente, la Duma fue suspendida,
y en el curso de este acto de fuerza por parte del Gobierno se promulgó
una nueva ley electoral. En todo el país hubo simultáneas
detenciones en masa, cuidadosamente preparadas, con ferroviarios entro
los sometidos a custodia, en un esfuerzo por prevenir una huelga general.
Los motines en la Flota del mar Negro y en un regimiento, de Kiev, no pasaron
de una intentona. La monarquía triunfaba. Cuando Stolypin se miró
al espejo, contempló en él la imagen de san Jorge, victorioso.
La desintegración evidente de la revolución trajo consigo
varias crisis en el Partido y en el mismo bando bolchevique, decidido por
gran mayoría en favor de la posición boicotista. Esto era
casi una reacción instintiva contra la violencia gubernamental,
pero, al mismo tiempo, era un intento de disimular su propia impotencia
con un gesto radical. Mientras reposaba después del Congreso de
Finlandia, Lenin reflexionó sobre el asunto en todos sus aspectos,
y se decidió resueltamente en contra del boicot. Su situación
dentro de su propio bando llegó a ser bastante difícil. No
era cosa fácil pasar de los días de apogeo revolucionario
a los tediosos de dificultades y obstáculos. "Con excepción
de Lenin y Rozhkov -escribía Martov-, todos los representantes de
talla de la facción bolchevique (Bogdanov, Kamenev, Lunacharsky,
Volsky y otros) estaban por el boicot." La cita es, en cierto modo, interesante,
pues incluye entre los representantes de talla no sólo a Lunacharsky,
sino incluso al olvidado Volsky, pero se olvida de Stalin. En 1924, cuando
el periódico histórico oficial de Moscú reprodujo
el testimonio de Martov, no se le ocurrió al Consejo de redacción
mostrar interés por el parecer de Stalin en aquella ocasión.
Sin embargo, Koba estaba entre los boicotistas. Además de testimonios
directos sobre el caso, que, por otra parte, proceden de mencheviques,
hay cierta evidencia indirecta que es la más convincente: ni siquiera
uno de los historiadores oficiales presentes dice una sola palabra a propósito
de la posición de Stalin cuanto a las elecciones a la tercera Duma.
En un folleto titulado Sobre el boicot a la tercera Duma, publicado poco
después de la Revolución, y en el que Lenin defendía
la participación en las elecciones, fue Kamenev quien defendió
el punto de vista de los partidarios del boicot. Hubiera sido tanto más
fácil para Koba conservar el incógnito, cuanto que a nadie
se le hubiera ocurrido en 1907 pedirle que se manifestara por medio de
un artículo. El viejo bolchevique Piryeiko recuerda que los boicotistas
"reconvinieron al camarada Lenin por su menchevismo". No hay motivo para
dudar de que Koba no se quedó atrás en su círculo
de íntimos con epítetos bastante incisivos en ruso y en georgiano.
En cuanto a Lenin, pidió a su facción desembarazo y habilidad
para afrontar las realidades. "El boicot es una declaración de abierta
guerra contra el antiguo Gobierno, un ataque directo contra é1.
A menos de un amplio resurgir revolucionario... no hay que contar con el
éxito del boicot." Mucho más tarde, en 1920, Lenin escribía:
"Fue un error... para los bolcheviques haber boicoteado la Duma en 1906."
Fue un error, porque después de la derrota de diciembre era imposible
esperar una ofensiva revolucionaria en el futuro inmediato; por consiguiente,
no tenía sentido despreciar una tribuna como la Duma para movilizar
las filas de la Revolución.
En la Conferencia del Partido que se celebró en Finlandia, en
julio, los nueve delegados bolcheviques, con excepción de Lenin,
se pronunciaron por el boicot. Ivanovich no tomó parte en aquella
Conferencia. Los boicotistas tuvieron su portavoz en Bogdanov. El acuerdo
afirmativo sobre la cuestión de participar en las elecciones se
tomó por los votos unidos de "los mencheviques, los de la Liga judía
(budistas), los polacos, uno de los letones y un bolchevique", escribía
Dan. "Un bolchevique", esto es, Lenin. "En una casita de verano -recuerda
Krupskaia-, Ilich defendió ardientemente su posición; Krassin
subía en su bicicleta, y parado ante la ventana, escuchaba con atención
a Ilich. Luego, sin entrar en la casa, se alejaba meditabundo..." Krassin
se alejó de aquella ventana por más de diez años.
No volvió al Partido sino después de la Revolución
de octubre, y ni siquiera inmediatamente. Poco a poco, a influjo de nuevas
lecciones, los bolcheviques fueron sumándose al parecer de Lenin,
aunque, como veremos, no en su totalidad. En silencio, Koba también
repudió el boicotismo. Sus discursos en el Cáucaso en favor
del boicot han quedado magnánimamente relegados al olvido.
La tercera Duma comenzó su infausta actividad en el mes de noviembre.
La alta burguesía y los terratenientes ricos se habían asegurado
de antemano una mayoría en ella. Entonces empezó el período
más sombrío de la vida de "Rusia renovada". Las organizaciones
obreras fueron dispersadas, sofocada la Prensa revolucionaria, y los Consejos
de Guerra iban a la zaga de las expediciones de castigo. Pero Más
terrible que los golpes exteriores era la reacción interior. La
deserción alcanzó carácter de masas. Los intelectuales
dejaban la política por la ciencia, el arte, la religión
y el misticismo erótico. El toque final de este cuadro fue la epidemia
de suicidios. El trastrueque de valores iba en primer lugar, dirigido contra
los partidos revolucionarios y sus dirigentes. El brusco cambio de actitud
halló una reflexión brillante en los archivos del Departamento
de Policía, donde censuraban las cartas dudosas, conservando así
las más interesantes para la historia.
En Ginebra, Lenin recibió una carta de San Petersburgo que decía
lo siguiente: "La calma reina por arriba y por abajo, pero el silencio
de abajo está infectado. Bajo su capa asoma tal ira que hará
bramar a los hombres, porque tienen que hacerlo. Pero, de momento, hasta
nosotros sufrimos lo más necio de esa ira..." Un tal Zajarov escribía
a un amigo suyo de Odesa: "Hemos perdido en absoluto la fe en aquellos
a quienes en tanto teníamos... ¡Imagínate que, a fines
de 1905, Trotsky decía seriamente que la revolución política
había culminado en un éxito grande, y que sería inmediatamente
seguida por el comienzo de la revolución social...! ¿Y qué
decir de la portentosa táctica de la revolución armada que
tanto han divulgado los bolcheviques...? De veras, he perdido toda fe en
nuestros dirigentes y en todos los llamados intelectuales revolucionarios."
Ni siquiera la Prensa liberal y la radical se guardaron de herir a los
vencidos con su sarcasmo.
Las deserciones se producían no sólo entre los intelectuales,
no sólo entre los que llegan hoy para alejarse mañana, y
para quienes el movimiento no era más que una causa a medio camino,
sino incluso entre los trabajadores avanzados, que habían sido uña
y carne del Partido durante años. La religiosidad, por un lado,
y la embriaguez, el juego y otros factores por el estilo, por otro, medraban
más que nunca entre las capas atrasadas de la clase trabajadora.
En la mejor preparada, comenzaban, a imponer el tono los individualistas,
que se esforzaban por elevar su situación personal, cultural y económica
por encima de la masa de sus compañeros de trabajo. Los mencheviques
encontraban su sostén en esa capa de la aristocracia obrera, compuesta
principalmente de metalúrgicos y tipógrafos. Los trabajadores
de las capas medias, a quienes la revolución había acostumbrado
a leer periódicos, acusaban una mayor estabilidad. Pero, habiéndose
incorporado a la vida política bajo la dirección de intelectuales,
al quedarse solos se sintieron como petrificados y no hacían más
que marcar el paso.
No todo el mundo desertó. Pero los revolucionarios que no estaban
dispuestos a rendirse tropezaron con insuperables obstáculos. Una
organización ilegal necesita un ambiente de simpatía y una
renovación constante de reservas. En una atmósfera de decadencia,
no sólo era duro, sino virtualmente imposible atenerse a las reglas
indispensables de conspiración y mantener contactos revolucionarios.
"El trabajo clandestino continuaba lánguidamente. Durante 1909 hubo
incursiones policíacas contra las imprentas del Partido en Rostov
del Don, Moscú, Tyumen, San Petersburgo... -y en otros puntos-,
los repuestos de proclamas en San Petersburgo, Bialystok, Moscú;
los archivos del Comité Central en San Petersburgo. En todos estos
lances, el Partido perdía excelentes activistas." Esto lo refiere
casi en tono de lamentación el general de la gendarmería
Spiridovich.
"No tenemos gente -escribía Krupskaia con tinta invisible en
Odesa, en los comienzos de 1909-. Todos están desperdigados por
las cárceles y los centros de deportación." Los gendarmes
hicieron usado de la carta, y aumentó la población visible
el texto disimulado de la carta, y aumentó la población de
los presidios. La escasez de afiliados revolucionarios condujo inevitablemente
a un descenso en los valores del Comité. La insuficiencia de selección
hizo posible que los agentes secretos subieran los escalones de la jerarquía
ilegal. Con un sencillo ademán, el provocador condenaba al arresto
a todo revolucionario que estorbara su avance. Las; tentativas de purgar
la organización de elementos dudosos conducían inmediatamente
a prisiones en masa. Una atmósfera de sospecha y recíproco
recelo paralizaba toda iniciativa. Después de un buen número
de detenciones hábilmente calculado, el provocador Kukushin a principios
de 1910, se convirtió en cabeza de la organización en el
distrito de Moscú. "El ideal de la Ojrana está en vías
de realización -escribía un participante activo del movimiento-.
Agentes secretos están al frente de todas las organizaciones de
Moscú." La situación en San Petersburgo no era mucho mejor.
"La dirección parecía haberse desbaratado, no había
modo de restaurarla, la provocación nos roía las entrañas,
las organizaciones disminuían... En 1909, Rusia tenía aún
cinco o seis organizaciones activas; pero incluso ellas no tardaron en
hundirse en la inactividad. El número de miembros de la organización
del distrito de Moscú, que era de 500 hacia fines de 1908, bajó
a 250 a mediados del siguiente año, y a 150 seis meses después;
en 1910 la organización dejó de existir.
El ex diputado de la Duma, Samoilov, refiere cómo a principios
de 1910 la organización de Ivanov-Voznesensk, que hasta entonces
había sido bastante influyente y activa, se desmembró. Poco
después de ella se desvanecieron los sindicatos. Sus puestos fueron
ocupados por cuadrillas de las Centurias negras. El régimen prerrevolucionario
iba siendo gradualmente restaurado en las factorías textiles, lo
que significaba rebajas de jornales, multas abusivas, despidos y otras
gangas por el estilo. "Los trabajadores que seguían trabajando lo
aguantaban en silencio." Pero no podía haber vuelta al orden pasado.
En el extranjero, Lenin señalaba las cartas de los trabajadores,
que al hablar de la renovada opresión y persecución por parte
de los fabricantes, añadían: "¡Esperad, 1905 ha de
volver!"
Al terror de arriba correspondía el terror de abajo. La lucha
de los derrotados insurrectos continuó convulsivamente por mucho
tiempo en forma de dispersas explosiones locales, incursiones de guerrillas
y actos de terrorismo individuales o de grupo. El curso de la revolución
se caracterizaba con notable claridad por estadísticas del terror.
En 1905 fueron asesinadas 233 personas; 168 en 1906, y 1.231 en 1907. El
número de heridos seguía una progresión algo distinta,
desde que los terroristas habían aprendido a tener puntería.
La ola terrorista alcanzó su culminación en 1907. "Había
días -escribe un observador liberal- en que varios actos importantes
de terror iban acompañados de veintenas de otros de menor cuantía
y de asesinatos de oficiales subalternos... Había laboratorios de
bombas en todas las ciudades, y a veces destrozaban a sus mismos inexpertos
fabricantes...", y continúa en este tono. La alquimia de Krassin
se democratizó intensamente.
En suma, el trienio de 1905 a 1907 es particularmente notable por los
actos de terrorismo y las huelgas. Pero lo que, destaca es la divergencia
entre sus informes estadísticos: en tanto que el número de
actos terroristas subía con la misma rapidez. Evidentemente, el
terrorismo individual crecía conforme declinaba el movimiento de
masas. Pero el terrorismo no podía crecer indefinidamente. El ímpetu
desencadenado por la revolución estaba destinado a consumirse en
terrorismo como se había consumido en otras esferas de actividad.
En efecto, los 1.231 asesinatos de 1907 disminuyeron a 400 en 1908 y a
un centenar en 1909. La proporción creciente de los simples heridos
mostraba, además, que ahora los disparos procedían de aficionados
sin ejercicio, en su mayoría adolescentes novatos.
En el Cáucaso, con sus románticas tradiciones de bandidaje
y sangrientas querellas aún bastante vivas, la guerra de guerrillas
encontró buen número de impávidos partidarios. Más
de un millar de estos actos de sino de toda índole se produjeron
en Transcaucasia solamente entre 1905 y 1907, los años de la primera
Revolución. Destacamentos de combatientes encontraron también
buen campo de actividades en los Urales, bajo la dirección de los
bolcheviques, y en Polonia bajo la bandera, del Partido Socialista polaco.
El 2 de agosto de 1906, veintenas de policías y soldados sucumbieron
en las calles de Varsovia y otras ciudades polacas. Según la explicación
de los dirigentes, la finalidad de esos ataques era "mantener despierto
el ánimo revolucionario del proletariado". El jefe de aquellos dirigentes
era José Pilsudski, el futuro libertador de Polonia, y su opresor.
Comentando los sucesos de Varsovia, Lenin escribía: "Aconsejamos
a los grupos combatientes de nuestro Partido que cesen en su inactividad
e inicien algunas operaciones de guerrillas..." "Y estas llamadas de los
dirigentes bolcheviques -comenta el general Spiridovich-, no quedaron desatendidas,
a pesar de la acción antagonista del Comité Central (menchevique)."
De gran importancia en los sangrientos choques de los terroristas con
la policía era la cuestión de dinero, nervio de toda guerra,
incluso civil. Antes del manifiesto constitucional de 1905, el movimiento
revolucionario estaba sostenido principalmente por la burguesía
liberal y los intelectuales radicales. Eso sucedía así también
en el caso de los bolcheviques, a quienes la oposición liberal juzgaba
simplemente como demócratas revolucionarios algo más osados.
Pero cuando la burguesía puso sus esperanzas en la futura Duma,
comenzó a mirar a los revolucionarios como un obstáculo a
sus afanes de avenirse con la monarquía. Aquel cambio de actitud
asestó un potente golpe a los fondos de la revolución. Los
cierres de fábricas y el paro interrumpieron la aportación
de dinero a los trabajadores. Entretanto, las organizaciones revolucionarias
habían desarrollado grandes máquinas políticas con
sus propias imprentas, editoriales, cuadros de agitadores y, por último,
destacamentos de choque en constante penuria de armamento. En tales circunstancias,
no había manera de seguir sufragando los gastos de la revolución
como no fuera procurándose fondos a viva fuerza. La iniciativa,
como casi siempre, vino de abajo. Las primeras expropiaciones se desenvolvieron
más bien pacíficamente, a menudo con una tácita inteligencia
entre los "expropiadores" y los empleados de las instituciones expropiadas.
Así está la historia de los empleados de la Compañía
de Seguros "Nadezhda" (Esperanza) animando a los vacilantes expropiadores
con las palabras: "¡No os apuréis, camaradas!" Pero este idílico
período no duró mucho. Tras la burguesía, los intelectuales,
incluso los empleados bancarios, se apartaron de la revolución.
Aumentaban las bajas por ambos lados. Faltas de apoyo y simpatía,
las "organizaciones combatientes" se desvanecieron pronto como el humo
o se disgregaron con la misma rapidez.
Un ejemplo típico de cómo hasta los destacamentos más
disciplinados degeneraron, se encuentra en las Memorias del ya citado Samoilov
el primer diputado en la Duma por los trabajadores textiles de Ivanovo-Voznesensk.
El destacamento, actuando al principio "bajo las directivas del Centro
del Partido", comenzó a "obrar mal" durante el segundo semestre
de 1906. Cuando ofreció al Partido sólo la mitad del dinero
robado en una fábrica (después de asesinar al cajero), el
Comité del Partido se negó a aceptarlo y reprendió
a los combatientes. Pero ya era demasiado tarde; se disgregaron rápidamente
y pronto se redujo toda su actuación "a ataques de bandidaje del
tipo criminal más vulgar". Siempre con grandes sumas de dinero,
los combatientes comenzaron a preocuparse de francachelas, en el curso
de las cuales caían a menudo en manos de la policía. Así,
poco a poco, todo el destacamento de combatientes tuvo un final ignominioso.
"Sin embargo, hemos de admitir -escribe Samoilov-, que en las filas había
no pocos... camaradas genuinamente afectos, leales a la causa de la revolución,
y algunos de corazón limpio como el cristal..."
El propósito original de las organizaciones combatientes era
asumir la dirección de las masas rebeldes, enseñándoles
a usar armas y asestar al enemigo eficaces golpes. El principal teorizante,
si no el único, en ese campo de actividades, era Lenin. Después
de aplastada la insurrección de diciembre, el primer problema era
qué había de hacerse con las organizaciones de combate. Lenin
fue al Congreso de Estocolmo con un esbozo de acuerdo, por el que, aun
reconociendo el interés de las actividades de las guerrillas y como
parte de la preparación para la futura gran ofensiva contra el zarismo,
permitía las llamadas "expropiaciones" de fondos "bajo el control
del Partido". Pero los bolcheviques retiraron esta proposición suya
obligados por la presión de la disconformidad dentro de su propio
seno. Por una mayoría de sesenta y cuatro votos por cuatro en contra
y veinte abstenciones, se aprobó la proposición menchevique,
por la que se prohibían categóricamente las "expropiaciones"
de personas e instituciones particulares, tolerando la confiscación
de fondos del Estado sólo en el caso de que los órganos del
Gobierno revolucionario se instituyesen en una localidad dada; es decir,
sólo en conexión directa con un levantamiento popular. Los
veinticuatro delegados que se abstuvieron o votaron en contra de esta resolución
componían la mitad leninista irreconciliable de la facción
bolchevique.
Como, es natural, no se trataba de una cuestión de moralidad
abstracta. Todas las clases y todos los partidos examinan el problema del
asesinato no desde el punto de vista del mandamiento bíblico, sino
desde el punto de vista de la conveniencia de los intereses históricos
en juego. Cuando el Papa y sus cardenales bendecían las armas de
Franco, ninguno de los Gobernantes conservadores sugirió la idea
de encarcelarlos por incitar al homicidio. Los moralistas oficiales se
alzan contra la violencia cuando ésta es revolucionaria. En cambio,
quienquiera que luche efectivamente contra la opresión de clase
tiene que reconocer por fuerza la revolución. Y quien reconoce la
revolución reconoce la guerra civil. Por último, "la guerra
de guerrillas es una ineludible forma de lucha... Siempre que transcurran
más o menos largos intervalos entre encuentros de más volumen
de una guerra civil" [Lenin]. Desde el punto de vista de los principios
generales de la lucha de clases, todo esto era completamente irrefutable.
Las divergencias vinieron con la evaluación de Circunstancias históricas
concretas. Cuando entre dos batallas importantes de la guerra civil transcurren
dos o tres meses, ese intervalo tiene que colmarse con actuación
de guerrillas contra el enemigo. Pero si la "pausa" se prolonga años
enteros, entonces la guerra de guerrillas deja de ser una preparación
para la batalla, y se convierte en una simple convulsión consecutiva
a la derrota. No es fácil, ciertamente, determinar el momento de
la ruptura.
Las cuestiones de boicotismo y de actividades guerrilleras estaban
íntimamente relacionadas. Es permisible boicotear las asambleas
representativas sólo en el caso de que el movimiento de masas sea
suficientemente fuerte para derrumbarlas o para pasarlas por alto. Pero
cuando las masas están en plena retirada, la táctica del
boicot pierde su sentido revolucionario. Lenin comprendió esto y
lo explicó mejor que otros. Ya en 1906 repudiaba el boicot de la
Duma. Después del golpe del 3 de junio de 1907, entabló una
lucha decidida contra los boicotistas precisamente porqué a la pleamar
había sucedido la bajamar. Era incuestionable que las actividades
guerrilleras se habían convertido en puro anarquismo, cuando hacía
falta utilizar hasta el palenque del "parlamentarismo" zarista para preparar
el terreno a la movilización de las masas. En el apogeo de la guerra
civil, las actividades de las guerrillas aumentaron y estimulaban así
el movimiento de masas; en el período de reacción intentaron
remplazarlo, pero, de hecho, lo que hicieron fue desconcertar al Partido
y acelerar su disgregación. Olminsky, uno de los más relevantes
compañeros de armas de Lenin, arroja luz crítica sobre aquel
período desde la perspectiva de los tiempos del Soviet. "No pocos
de los mejores jóvenes -escribía- perecieron en el cadalso;
otros degeneraron, y otros perdieron su fe en la revolución. Al
mismo tiempo, la gente en general comenzó a confundir a los revolucionarios
con bandidos vulgares. Más tarde, cuando comenzó a reanimarse
el movimiento obrero revolucionario, este resurgir fue más lento
en las ciudades donde las "exse" (expropiaciones) habían sido más
numerosas. (Como ejemplo puedo citar Bakú y Saratov.)" Tengamos
presente esta referencia a Bakú.
La suma total de las actividades de Koba durante los años de
la primera Revolución parece ser tan insignificante, que, queramos
o no, se suscita la pregunta: ¿Es posible que fuera esto todo? En
el vértice de los sucesos que pasaban a su alrededor, Koba no hubiera
podido menos de acudir a procedimientos de acción que le hubieran
permitido demostrar su valía. La participación de Koba en
actos de terrorismo y expropiación no puede dudarse. Y sin embargo,
es difícil determinar el carácter de tal participación.
"El principal inspirador e inspector general... de la actividad combatiente
-escribe Spiridovich- era Lenin mismo, ayudado por gente de confianza muy
adicta a él." ¿Quién era esa gente? El antiguo bolchevique
Alexinsky, que al estallar la guerra se hizo especialista en desenmascarar
a los bolcheviques, consignó en la Prensa extranjera que dentro
del Comité Central había un "pequeño Comité
cuya existencia ignoraban no sólo la policía zarista, sino
hasta los miembros del Partido. Aquel pequeño Comité constituido
por Lenin, Krassin y una tercera persona... se ocupaba especialmente de
la hacienda del Partido". Ocuparse de finanzas significaba para Alexinsky
dirigir las expropiaciones. La "tercera persona" no nombrada era el naturalista,
físico, economista y filósofo Bogdanov, a quien ya conocemos.
Alexinsky no tenía por qué ser reticente sobre la participación
de Stalin en las operaciones de combate. Nada dice de ello porque nada
se sabe a este propósito. Por aquellos años Alexinsky no
sólo estaba en estrechas relaciones con el Centro bolchevique, sino
en contacto con el mismo Stalin. Por regla general, aquel difamador decía
más de lo que sabía.
Las notas a las obras de Lenin dicen a propósito de Krassin:
"Guió la oficina técnica de combate del Comité Central."
Krupskaia escribió a su vez: "Los miembros del Partido se enteran
ahora de la importante labor que Krassin realizó en la época
de la Revolución de 1905, armando a los combatientes, inspeccionando
la fabricación de explosivos, etc. Todo ello se hacía en
secreto, sin la menor ostentación, pero empleando en tal empeño
una enorme energía. Vladimiro Ilich sabía de aquella labor
de Krassin más que nadie, y desde entonces siempre le alababa."
Vointinsky, que durante la primera Revolución fue un bolchevique
destacado, escribía: "Tengo una clara impresión de que Nikitich
[Krassin] era el único hombre, dentro de la organización
bolchevique, a quien Lenin miraba con genuino respeto y absoluta confianza."
Es cierto que Krassin concentró sus esfuerzos principalmente en
San Petersburgo. Pero si Koba hubiera llevado a cabo en el Cáucaso
operaciones de tipo similar, Krassin, Lenin y Krupskaia no hubieran dejado
de enterarse de ello. Sin embargo, Krupskaia, que para mostrar su lealtad
trató de mencionar a Stalin con la mayor frecuencia posible, no
dijo nunca nada respecto a su participación en las actividades combatientes
del Partido.
El 3 de julio de 1938, Pravda, de Moscú, casi inesperadamente,
declaró que "el auge sin precedentes del movimiento revolucionario
en el Cáucaso" en 1905 estaba relacionado con la "dirección
de las organizaciones más militantes de nuestro Partido, creadas
allí por vez primera directamente por el camarada Stalin". Pero
la simple aserción oficial de que Stalin tuvo algo que ver con las
"organizaciones más militantes" se refiere al principio de 1905,
antes de que surgiese el problema de la expropiación; no da informes
sobre la labor real de Koba; finalmente, es dudoso por la naturaleza misma
de las cosas, pues no había organización bolchevique en Tiflis
ni la hubo hasta la segunda mitad de 1905.
Veamos lo que dice Iremashvili sobre el particular. Hablando con indignación
sobre actos terroristas, "exes" y otros parecidos, declara: "Koba fue el
iniciador de los crímenes cometidos por los bolcheviques en Georgia,
que redundaron en provecho de la reacción." Después de la
muerte de su mujer, cuando Koba "perdió los últimos residuos
de sentimiento humano", se volvió "un apasionado defensor y organizador...
del estúpido y sistemático asesinato de príncipes,
popes y burgueses". Ya hemos tenido ocasión de convencemos de que
el testimonio de Iremashvili deja más que desear a medida que pasa
de los asuntos personales al terreno político, y de la infancia
y la juventud a años más maduros. Los vínculos políticos
entre estos dos amigos de los años mozos terminaron al comienzo
de la primera Revolución. Sólo por azar el día 17
de octubre, cuando se publicó el Manifiesto constitucional, Iremashvili
vio en las calles de Tiflis (vio, pero no oyó) que Koba, suspendido
de un farol de hierro (aquel día todo el mundo se encaramaba a los
faroles), arengaba a una multitud. Como él era menchevique, sólo
de segunda o tercera mano podía averiguar Iremashvili qué
clase de actividades terroristas eran las de Koba. Por consiguiente, este
testimonio es poco fidedigno. Iremashvili cita dos ejemplos: la famosa
expropiación de Tiflis en 1907, que tendremos ocasión de
discutir más adelante, y la muerte del popular escritor georgiano
príncipe Chavchavadze. Con referencia a la expropiación,
que situó erróneamente en 1905, observa Iremashvili: "Koba
pudo burlar a la policía en aquella ocasión también;
no hubo pruebas suficientes que demostraran su iniciativa en aquel cruel
atentado. Pero aquella vez el Partido Socialdemócrata de Georgia
expulsó a Koba oficialmente... " Iremashvili no aduce la menor prueba
de que Stalin tuviese nada que ver con el asesinato del príncipe
Chavchavadze, limitándose a esta observación equívoca:
"Indirectamente, Koba era partidario de la violencia. Fue el instigador
de todos los crímenes aquel agitador transido de odio." Los recuerdos
de Iremashvili en esta parte interesan únicamente por arrojar luz
sobre la reputación de Koba entre sus adversarios políticos.
El documentado autor de un artículo publicado en un periódico
alemán Volksstimme (La Voz del Pueblo), de Mannheim, 2 de setiembre
de 1932, muy probablemente un menchevique georgiano, hace resaltar que
tanto los amigos como los enemigos exageraban mucho las aventuras terroristas
de Koba. "Es verdad que Stalin poseía una extraordinaria habilidad
e inclinación "m organizar ataques de tal lava... Pero en tales
asuntos solía desempeñar el papel de organizador, inspirar,
inspector, pero no el de participante directo." Por consiguiente, ciertos
biógrafos pecan de inexactos al representarle "corriendo de un lado
a otro con bombas y revólveres y realizando las más arriesgadas
empresas". La historia de la pretendida a participación de Koba
en el asesinato del dictador militar de Tiflis, general Gryaznov, el 17
de enero de 1906, parece ser una especie de invención. "Aquel hecho
fue ejecutado de acuerdo con la decisión del Partido Socialdemócrata
de Georgia (mencheviques), por medio de terroristas del Partido especialmente
designados a tal efecto. Stalin, como otros bolcheviques, no tenía
influencia alguna en Georgia y no tomó parte directa ni indirecta
en el asunto." Este testimonio del autor anónimo merece consideración.
Pero en su aspecto positivo es virtualmente equívoco: si bien reconoce
en Stalin "extraordinaria habilidad e inclinación" para expropiaciones
y asesinatos, no expone dato alguno en apoyo de tal caracterización.
El viejo terrorista bolchevique georgiano, Kotè Tsintsadze,
testigo concienzudo y veraz, afirma que Stalin, descontento de la irresolución
de los mencheviques en el asunto del atentado para asesinar al general
Gryaznov, invitó a Kotè a ayudarle a organizar con tal objeto
un destacamento de combate por su cuenta. El mismo Kotè recuerda
que en 1906 se le ocurrió organizar un grupo armado de bolcheviques
para robar las cajas del Estado. "Nuestros camaradas de relieve, especialmente
Koba-Stalin, aprobaron mi iniciativa." Este testimonio tiene doble interés:
en primer lugar, muestra que Tsintsadze consideraba a Koba "un camarada
de relieve", esto es, un dirigente local; y en segundo, nos da margen para
sacar la conclusión de que en estos asuntos no pasaba Koba de aprobar
las iniciativas de
otros.
Contra la resistencia del Comité Central menchevique, pero con
la activa cooperación de Lenin, los grupos armados del Partido consiguieron
convocar una Conferencia especial en Tammerfors, en noviembre del año
1906. Entre los principales participantes de esa Conferencia estaban revolucionarios
que más tarde desempeñaron un papel importante o notable
dentro del Partido, como Krassin, Yarolavsky, Zemachka, Lalayants, Trilisser
y otros. Stalin no se encuentra entre ellos, aunque por entonces estaba
en libertad en Tiflis. Puede suponerse que prefería no arriesgarse
presentándose en la conferencia, atendiendo a consideraciones de
conspiración. Sin embargo, en ella, tomó parte importante
Krassin, que por aquel tiempo estaba a la cabeza de las actividades combativas
del Partido y por su fama estaba expuesto a mayor riesgo que ningún
otro.
El 18 de marzo de 1918 (esto es, pocos meses después de plantado
el régimen soviético), el dirigente menchevique Julius Martov
escribió en un periódico de Moscú: "Que los bolcheviques
caucásicos se dedicaron a toda clase de empresas arriesgadas de
índole expropiatoria es cosa que tenía que conocer bien el
mismo ciudadano Stalin, que a su tiempo fue expulsado de la organización
de su Partido por tener algo que ver con las expropiaciones." Stalin juzgó
necesario hacer comparecer a Martov ante el tribunal revolucionario: "Nunca
en mi vida -dijo al tribunal y a los presentes que llenaban la sala- tuve
que ser juzgado por la organización de mi Partido, ni expulsado
de ella. Eso es un libelo infame." Pero Stalin nada dijo a propósito
de expropiaciones "Con acusaciones como la de Martov, tiene derecho uno
a presentarse sólo con documentos en la mano. Pero es deshonroso
arrojar fango a base de rumores, sin tener la menor prueba." ¿Dónde
está la fuente política de la indignación de Stalin?
No es ningún secreto que los bolcheviques en conjunto estuvieron
relacionados con las expropiaciones: Lenin las defendió abiertamente
en la Prensa. En cambio, la expulsión de una organización
menchevique apenas podría considerarse por parte de un bolchevique
como antecedente vergonzoso, especialmente diez años después.
Por lo tanto, Stalin pudo no tener motivo alguno que le indujese a negar
las "acusaciones" de Martov si hubiesen correspondido a la actualidad.
Por otra parte, provocar a un adversario diestro e ingenioso a comparecer
en juicio en tales condiciones era exponerse a darle una ocasión
de ponerle en evidencia. ¿Significaba esto entonces que las acusaciones
de Martov eran falsas? Hablando en general, Martov, llevado de su temperamento
de periodista y su antipatía hacia los bolcheviques, había
traspasado más de una vez los límites que debiera haberle
trazado la nobleza, de su carácter. Pero en este caso, el punto
de debate era el juicio. Martov se mantuvo categórico en su afirmación,
y pidió que fueran citados varios testigos: "En primer lugar, el
conocido hombre público, socialdemócrata georgiano, Isidoro
Ramishvili, que presidía el tribunal revolucionario que decidió
la participación de Stalin en la expropiación del vapor Nicolás
I en Bakú; Noé Jordania; el bolchevique Sha'umyan, y otros
miembros del Comité del distrito transcaucásico, en 1907-1908.
En segundo lugar, un grupo de testigos encabezado por Gukovsky, actual
comisario de Hacienda, bajo cuya presidencia se juzgó el caso de
la tentativa de asesinato del trabajador Zharinov, quien, ante la organización
del Partido, había acusado al Comité de Bakú y a su
líder Stalin de estar relacionados con una expropiación."
En su respuesta, Stalin nada dijo respecto a la expropiación del
vapor ni a la tentativa de asesinato de Zharinov, a la vez que insistía:
"Nunca fui juzgado; si Martov lo dice, es un ruin calumniador."
En el sentido estrictamente legal de la palabra, era imposible expulsar
a "expropiadores", puesto que ya, ellos se habían separado prudentemente
del Partido, anticipándose. Pero era posible plantear la cuestión
de su reingreso. La expulsión inmediata sólo podía
servir de norma para los instigadores que quedaban en las filas del Partido;
ahora bien, al parecer no había cargos directos contra Koba. Es,
pues, posible que hasta cierto punto Martov estuviera en lo cierto al afirmar
que Koba había sido expulsado; "en principio", así había
sido. Pero también Stalin tenía razón: individualmente
nunca había sido juzgado. No era cosa fácil para el tribunal
resolver el litigio, especialmente por falta de testigos. Stalin se negaba
a que los citasen, alegando la dificultad y la inseguridad de comunicaciones
con el Cáucaso en aquellos críticos días. El tribunal
revolucionario no escudriñó el fondo del asunto, declarando
que la difamación no entraba en sus atribuciones, pero sentenció
a Martov a "censura social" por insultar al Gobierno soviético ("el
Gobierno de Lenin y Trotsky", cómo decía irónicamente
la revista de la causa en la publicación menchevique). Es imposible
no detenerse con aprensión ante el alegato del atentado contra la
vida del trabajador Zharinov por su protesta contra las expropiaciones.
Aunque nada conocemos sobre este episodio, proyecta un reflejo ominoso
sobre el futuro.
En 1925, el menchevique Dan escribía que expropiadores tales
como Ordzhonikidze y Stalin en el Cáucaso proveían de recursos
a la facción bolchevique; pero esto es simplemente una repetición
de lo que Martov había dicho, y sin duda a base de los mismos informes.
No hay nadie que nos suministre datos concretos. Sin embargo, no faltaron
tentativas para descorrer la cortina que cubre aquel período romántico
de la vida de Koba. Con la insinuante ligereza que le caracteriza, Emil
Ludwig solicitó de Stalin durante su entrevista en el Kremlin que
le contase "todo" acerca de sus aventuras de juventud, por ejemplo, del
robo de un Banco. En respuesta, Stalin entregó a su curioso interlocutor
un folleto biográfico en el que se suponía que constaba todo;
pero allí no había una sola palabra sobre robos.
El mismo Stalin nada ha dicho nunca ni en parte alguna, ni siquiera
una palabra, sobre sus aventuras combativas. Difícil es decir por
qué. Nunca se ha distinguido por su modestia autobiográfica.
Lo que no considera propio para dicho por él, lo encarga decir a
otros. A partir de su vertiginosa ascensión, puede haber obedecido
su silencio a la consideración de "prestigio" gubernamental. Pero
en los primeros años que siguieron a la Revolución de octubre,
tales consideraciones le eran completamente ajenas. Los antiguos combatientes
nada dijeron de ello en letra impresa durante aquel período en que
Stalin aún no era el inspirador y rector de los recuerdos históricos.
Su reputación como organizador de actividades bélicas no
encuentra apoyo en otros documentos: ni en archivos policíacos ni
en declaraciones de traidores o renegados. Verdad es que Stalin tiene a
buen recaudo los expedientes de la policía; pero si los archivos
de la gendarmería contuviesen datos concretos sobre Djugashvili
como expropiador, los castigos a que hubiera sido sometido serían
inmensamente más duros que los que allí constan.
De todas las hipótesis, sólo una tiene cierta verosimilitud.
"Stalin no se refiere, ni permite que lo hagan otros, a actos terroríficos
relacionados de un modo cualquiera con su nombre -escribe Suvarin-; en
otro caso, resultaría inevitablemente claro que eran los demás
quienes tomaban parte en ellos, mientras él se reservaba solamente
la misión de inspeccionarlos desde lejos." Al mismo tiempo, es muy
posible (y ello concuerda con el carácter de Koba) que atenuando
y acentuando en caso necesario, con suma circunspección se atribuye
lo que en realidad no tiene derecho a alegar como realización propia.
Era imposible verificar su labor en las condiciones de conspiración
clandestina. De aquí la ausencia de interés por parte suya
en cuanto a extenderse en pormenores. En cambio, los participantes efectivos
en expropiaciones y las personas próximas a él no mencionan
a Koba en sus Memorias, simplemente porque nada tienen que decir. Otros
combatieron; Stalin era el inspector a distancia.
Con referencia al Congreso de Londres, Ivanovich escribió lo
siguiente en su periódico ilegal de Bakú:
"De los acuerdos mencheviques, sólo el relativo a las actividades
de guerrillas se aprobó, y eso por accidente: los bolcheviques no
recogieron el guante en aquella ocasión, o más bien no deseaban
llevar la pugna al extremo límite, simplemente por el deseo de dar
a los mencheviques al menos una ocasión de alegrarse por algo."
La explicación sorprende por absurda: "por dar a los mencheviques
una ocasión de alegrarse"; tan filantrópico solicitud no
figura entre las costumbres de Lenin. En realidad, los bolcheviques "no
recogieron el guante" sólo porque en aquella ocasión tenían
enfrente no sólo a los mencheviques, los budistas y las izquierdas,
sino también a sus íntimos aliados, los polacos. Además,
había serias discrepancias entre los mismos bolcheviques a propósito
de las expropiaciones. Sin embargo, sería equivocado suponer que
el autor del artículo hablaba demasiado por hablar, sin móviles
ulteriores. Lo cierto es que encontraba necesario quitar relieve a la decisión
del Congreso a los ojos de los combatientes. Esto, como es natural, no
da tampoco sentido a una explicación que de él. Y, sin embargo,
éstos son los métodos de Stalin: siempre que se propone ocultar
sus móviles, no vacila en recurrir a las tretas más toscas.
Y no pocas veces, la misma evidente tosquedad de sus argumentos basta para
sus fines, librándole de la necesidad de buscar motivos más
hondos. Un miembro consciente del Partido se hubiera contentado con encogerse
de hombros con enfado después de leer que Lenin había dejado
de recoger el guante para "dar a los mencheviques algo que les alegrase";
pero el sencillo luchador convino alegremente en que la restricción
"accidental" contra las expropiaciones no era para tomarse en serio. Para
la siguiente operación de guerra bastaba aquello.
A las nueve menos cuarto de la mañana del 12 de junio (1907),
en la plaza de Erivan, en Tiflis, tuvo lugar un ataque excepcionalmente
audaz contra un convoy de cosacos que acompañaban un carruaje cargado
de dinero. El desarrollo de la operación estaba calculado con la
precisión de un reloj. En sucesión apropiada se lanzaron
varias bombas de enorme potencia. Hubo numerosos disparos de revólver.
La valija del dinero (341.000 rublos) desapareció con los atacantes.
La policía no pudo capturar a uno solo de ellos. Tres hombres del
convoy resultaron muertos en el acto, y unas cincuenta personas heridas,
la mayoría leves. El principal organizador de la sorpresa, protegido
por un uniforme de oficial, iba y venía por la plaza observando
todos los movimientos de la escolta y de los atacantes, a la vez que con
atinadas observaciones mantenía alejado al público de la
escena del ataque en curso, para que no hubiese víctimas innecesarias.
En el momento crítico, cuando podía creerse que todo estaba
perdido, el seudooficial se hizo cargo del saco de dinero con gran serenidad
y de momento lo ocultó en un canapé perteneciente al director
del Observatorio, del mismo Observatorio en que, el joven Koba había
estado en otro tiempo empleado como tenedor de libros. Este dirigente era
el guerrillero armenio Petrosyan, que llevaba el sobrenombre de Kamo.
Habiendo llegado a Tiflis a fines del pasado siglo, cayó en
manos de propagandistas, entre ellos de Koba. Como apenas sabía
ruso, Petrosyan insistió una vez en preguntar a Koba: "¿Kamo
(en vez de komu, que significa "¿a quién?") he de llevar
esto?" Koba se echó a reír: "¡Eh, tú! Kamo,
kamo...!" De esa indelicada chanza provino un alias revolucionario que
llegó a ser histórico. Así nos lo define la viuda
de Kamo, Medvedeva, sin añadir nada más sobre las relaciones
entre los dos hombres. Pero sí habla del profundo afecto que Kamo
sentía por Lenin, a quien visitó en 1906 por primera vez
en Finlandia. "Aquel luchador intrépido, de ilimitada audacia y
fuerza de voluntad inquebrantable -escribe Krupskaia-, era al mismo tiempo
una persona en extremo sensible, algo ingenua, y un camarada cariñoso.
Apreciaba apasionadamente a Ilich, Krassin y Bogdanov... Se hizo amigo
de mi madre, a quien hablaba de su tía y de sus hermanas. Kamo fue
a menudo de Finlandia a San Petersburgo, siempre con armas, y cada vez
mi madre le sujetaba cuidadosamente los revólveres a la espalda."
Esto es tanto más notable cuanto que la madre de Krupskaia era viuda
de un oficial zarista y no renunció a la religión hasta edad
muy avanzada.
En los círculos del Partido, la participación personal
de Koba en la expropiación de Tiflis se ha considerado hace mucho
tiempo como indudable. El antiguo diplomático soviético Bessedovsky,
que había oído muchos relatos en salones burocráticos
de segunda y tercera categoría, dice que Stalin, "según instrucciones
de Lenin", no tomaba parte directa en las expropiaciones, pero que al parecer,
"más tarde alardeaba de haber sido él quien elaboró
el plan de acción hasta en sus menores detalles, y que él
arrojó la primera bomba desde el tejado de la casa del príncipe
Sumbatov". Difícil es decir si efectivamente ha alardeado Stalin
de su participación o si es Bessedovsky el que alardea tan sólo
de estar bien informado. En todo caso, durante la época del Soviet
nunca confirmó ni negó Stalin estos rumores. Es evidente
que no le disgustaba en modo alguno haber asociado a su nombre el trágico
romanticismo de las expropiaciones, en la inconsciencia de la juventud.
En 1932 no tenía yo aún la menor duda sobre el papel director
de Stalin en el ataque armado de la plaza de Erivan, y aludí a ello
incidentalmente en uno de mis artículos. Sin embargo, un estudio
más minucioso de las circunstancias de aquellos me obliga a rectificar
mi opinión sobre la verdad tradicional.
En la cronología aneja al XII volumen de las obras de Lenin,
con fecha de 12 de junio de 1907, leemos: "Expropiación de Tiflis
(341.000 rublos), organizada por Kamo-Petrosyan." Y esto es todo. En una
antología dedicada a Krassin, en que se habla mucho de la famosa
imprenta ilegal del Cáucaso y de las actividades marciales del Partido,
no se menciona una sola vez a Stalin. Un viejo militante, bien enterado
de las actividades de aquel período, escribe: "Los planes para todas
las expropiaciones organizadas por este último (Kamo) en las cancillerías
de Kvirili y Dushet y en la plaza de Erivan se trazaron y fueron estudiadas
por él en unión de Nikitich (Krassin)." Tampoco una palabra
de Stalin. Ni una sola vez figura éste en el libro de Bibineishvili,
que contiene todos los pormenores de la preparación y prácticas
de las expropiaciones. De estas omisiones se deduce evidentemente que Koba
no estaba en contacto directo con los miembros de los destacamentos, ni
los instruía, y que, por lo tanto, no era organizador de los actos
en el verdadero sentido de la palabra, ni cabe suponerlo, realizador directo
de los mismos.
El Congreso de Londres finalizó el 27 de abril. La expropiación
de Tiflis tuvo lugar el 12 de junio (25 de n. c.), mes y medio después.
Stalin dispuso de demasiado poco tiempo desde su vuelta del extranjero
hasta el día del suceso para inspeccionar la preparación
de una empresa tan complicada. Es más probable que los combatientes
se hubieran seleccionado y reunido en el curso de varias aventuras precedentes
del mismo jaez. Es posible que estuvieran a la expectativa aguardando la
decisión del Congreso. Algunos de ellos pudieran haber dudado respecto
al concepto que a Lenin merecían las expropiaciones. Los combatientes
esperaban la señal. Stalin pudo muy bien llevársela. ¿Pero
fue esta participación aún más lejos?
Nada sabemos virtualmente sobre las relaciones entre Kamo y Koba. Kamo
sentíase inclinado a apreciar a la gente. Pero nadie habla de su
afecto por Koba. La reticencia en cuanto a sus relaciones hace pensar que
no existía tal afecto, sino más bien conflictos, nacidos
de los intentos de Koba por dominar a Kamo o atribuirse lo que no tenía
derecho a pretender. Bibineishvili dice en su libro sobre Kamo que "un
desconocido misterioso" apareció en Georgia después del establecimiento
del Soviet, y con falsos pretextos se apoderó de la correspondencia
de Kamo y otro material valioso. ¿Quién necesitaba esto,
y con qué fin? Los documentos, así como el hombre que huyó
con ellos, desaparecieron sin dejar rastro. ¿Sería demasiado
temerario suponer que Stalin, por medio de uno de sus agentes, haya arrebatado
a Kamo ciertas pruebas que por uno u otro motivo juzgase molestas? Esto
no excluye, naturalmente, la posibilidad de una estrecha colaboración
entre ambos por el mes de junio de 1907; ni hay nada que nos impida admitir
que la relación entre ellos pueda haberse enfriado después
del "asunto" de Tiflis, en que Koba pudo bien ser el consejero de Kamo
en cuanto a la elaboración de los detalles finales. Además,
el consejero podía haber alentado, en el extranjero, una versión
sumamente espaciosa de su propia intervención. Después de
todo, no es más difícil atribuirse la dirección de
una expropiación que la dirección de la Revolución
de octubre. Y Stalin no vacilaría en hacer incluso esto último.
Barbusse declara que en 1907, Koba fue a Berlín y estuvo allí
algún tiempo "conversando con Lenin". El autor no sabe de qué
clase de conversaciones se trataba. El texto del libro de Barbusse contiene
errores en su mayor parte. Pero la referencia al viaje de Berlín
nos llama la atención tanto más cuanto que en el diálogo
con Ludwig, Stalin también habla de haber estado en Berlín
en 1907. Si Lenin hizo un viaje a propósito para dicha entrevista
a la capital de Alemania, en ningún caso pudo ser para "conversaciones"
teóricas. La reunión pudo haber tenido lugar inmediatamente
antes o con más probabilidades inmediatamente después del
Congreso, y casi de seguro se dedicó a la expropiación en
proyecto, los medios para transportar el dinero, etc. ¿Por qué
estas negociaciones se realizaron en Berlín y no en Londres? Es
muy verosímil que Lenin juzgara imprudente encontrarse con Ivanovich
en Londres, donde estaba completamente a la vista de los otros delegados
y de numerosos espías zaristas y de otras especies atraídos
por el Congreso. También es posible que se pensase en que asistiese
a aquellas conferencias una tercera persona que nada tenía que ver
con el Congreso.
De Berlín regresó Koba a Tiflis, pero poco después
se trasladó a Bakú, desde donde, según Barbusse, "marchó
de nuevo al extranjero para entrevistarse con Lenin". Uno de los caucásicos
de confianza (Barbusse estuvo en el Cáucaso, y durante su estancia
tomó notas de varios relatos que le preparó Beria) dijo al
parecer algo sobre las dos entrevistas de Stalin con Lenin en el extranjero,
con el fin de ensalzar la intimidad de sus relaciones. La cronología
de esas entrevistas es muy significativa: una precede a la expropiación,
y la otra la sigue muy de cerca. Esto determina, suficientemente su finalidad.
La segunda entrevista se relacionaba con el problema: ¿continuar
o detenerse?
Iremashvili escribe: "La amistad de Koba-Stalin con Lenin comenzó
ahí." La palabra "amistad" es patentemente inadecuada. La distancia
que separaba a estos dos hombres excluía toda amistad personal.
Pero parece ser que precisamente por entonces comenzaron a tratarse. Si
se admite la suposición de que Lenin había convenido previamente
con Koba los planes para la expropiación de Tiflis, es muy natural
que estuviera lleno de admiración por el hombre a quien consideraba
director de aquel golpe. Es probable que al leer el telegrama dando cuenta
de la captura del botín sin perder un solo revolucionario, Lenin
exclamara para sí, o dijera a Krupskaia: "¡Espléndido
georgiano!" éstas son las palabras que hemos de encontrar en una
de sus cartas a Gorki. El entusiasmo por quienes demostraban arrojo o simplemente
tenían éxito al llevar a cabo alguna misión que se
les confiara, fue muy característico de Lenin hasta su última
hora. Por encima de todo apreciaba a los hombres de acción. Basando
su opinión sobre Koba en el relato que éste le hiciera de
las expropiaciones del Cáucaso, Lenin llegó a considerarle,
por lo visto, como una persona capaz de hacer algo útil o de dirigir
a otros sin vacilar. Y quedó convencido de que el "espléndido
georgiano" habría de ser útil.
El botín de Tiflis no sirvió para nada. Toda la suma
estaba en billetes de quinientos rubios. No había posibilidad de
poner en circulación papel moneda de tanto valor nominal. Después
de la propaganda adversa recibida de la desgraciada escaramuza de la plaza
de Erivan, era insensato tratar de cambiar aquellos billetes en ningún
Banco ruso. La operación se transfirió al extranjero. Pero
el provocador Jitomirsky, que previno a tiempo de ello a la policía,
participó en la organización de las operaciones de cambio.
El futuro comisario de Asuntos Exteriores, Litvinov, fue detenido al intentar
cambiar parte de los billetes en París. Olga Ravich, que más
tarde se casó con Zinoviev, cayó en manos de la policía
de Estocolmo. El futuro comisario popular de Sanidad, Semashko, fue detenido
en Ginebra, al parecer por azar. "Yo era uno de los bolcheviques -escribía-
que por entonces se oponían por principio a las expropiaciones."
Los contratiempos a que dio lugar el cambio de aquel dinero aumentaron
el número de aquellos bolcheviques: "La gente en Suiza -dice Krupskaia-
estaba muy asustada. No hablaba más que de los expropiadores rusos.
Hablaban de aquéllos con horror en la pensión donde Ilich
y yo acudíamos a comer." Es digno de notar que Olga Ravich, lo mismo
que Semashko, desaparecieron durante las recientes "purgas" del Soviet.
La expropiación de Tiflis no podía en modo alguno considerarse
como un choque de guerrillas entre dos batallas de una guerra civil. Lenin
no podía menos de ver que la insurrección había sido
diferida hasta un nebuloso futuro. En cuanto a él afectaba, el problema
consistía entonces en intentar simplemente procurar medios de sostenimiento
al Partido a expensas del enemigo, para cubrir el período inmediato
de incertidumbre. Lenin no pudo resistir la tentación; aprovechó
una oportunidad favorable, una "excepción" afortunada. En este sentido,
hay que reconocer francamente que la idea de la expropiación de
Tiflis llevaba consigo un apreciable tanto de aventura que, como norma,
era ajeno a los métodos políticos de Lenin. Con Stalin sucedía
lo contrario. Las consideraciones históricas amplias tenían
poco valor para él. El acuerdo del Congreso de Londres era sólo
un fastidioso trozo de papel, que podía reducirse a la nada con
una burda treta. El éxito justificaría el riesgo. Suvarin
arguye que no es lícito desviar la responsabilidad del líder
de la facción a una figura secundaria. No se trata aquí de
desviar la responsabilidad. Los bolcheviques, en mayoría, eran por
entonces adversarios de Lenin en el asunto de las expropiaciones. Ellos,
en contacto directo con los destacamentos de choque, poseían elementos
de juicio propios muy convincentes, de que Lenin carecía por su
condición de emigrado. Sin las rectificaciones de abajo, el dirigente
de máximo talento está expuesto a cometer crasos errores.
El hecho es que Stalin no figuraba entre los que conceptuaban inadmisibles
las acciones de guerrilla en la fase de retirada revolucionaria. Y eso
no era por casualidad. Para él, el Partido era ante todo una máquina.
La máquina requería recursos financieros para subsistir,
y éstos podían obtenerse con ayuda de otra máquina
independiente de la vida y de la lucha de las masas. Allí se encontraba
Stalin en su propio elemento.
Las consecuencias de esta trágica aventura, que sirvió
de remate a una fase entera de la vida del Partido, fueron muy serias.
La querella a propósito de la expropiación de Tiflis envenenó
las relaciones internas del Partido y aun de la facción bolchevique
misma durante mucho tiempo. Desde entonces, Lenin cambió de frente
y se puso más resueltamente que nunca en contra de la táctica
de expropiaciones, que por una temporada se convirtió en herencia
del ala "izquierda" entre los bolcheviques. Por última vez, el Comité
Central del Partido revisó oficialmente el "asunto" de Tiflis en
enero del año 1910, a instancias reiteradas de los mencheviques.
El acuerdo condenó severamente la expropiación como una violación
inadmisible de la disciplina del Partido, aun reconociera que los participantes
no habían tenido propósito de perjudicar el movimiento obrero,
sino que procedieron "guiados solamente por una falsa comprensión
de los intereses del Partido". No se expulsó a nadie ni se mencionó
ningún nombre. Así fue amnistiado Koba en unión de
otros, como "guiado por una falsa comprensión de los intereses del
Partido".
Mientras tanto, seguía la disgregación de las organizaciones
revolucionarias. No más tarde de octubre de 1907; el "literario"
menchevique Petressov escribía a Axelrod: "Estamos pasando por una
completa disgregación y una desmoralización extrema... No
sólo no hay organización alguna, sino tampoco elementos para
ella. Y esta falta de existencia se encomia incluso como principio..."
Esta alabanza de la disgregación como principio se convirtió
pronto en la tarea de la mayoría de los dirigentes del menchevismo,
incluyendo al propio Potressov. Declaraban liquidado de una vez y para
siempre al Partido ilegal, y calificaban de utopía revolucionaria
el intento de reorganizarlo. Martov insistía en que eran precisamente
"lances escandalosos como el del cambio de los billetes de Tiflis los que
forzaban a los elementos más activos de la clase trabajadora y a
los partidos más adictos" a evitar todo contacto con una máquina
política ilegal. Los mencheviques, conocidos ahora por los liquidadores,
veían en el espantoso desarrollo de la provocación otro argumento
de peso en favor de la "necesidad" de renegar de la clandestinidad mefítica.
Atrincherándose en los sindicatos, las instituciones educativas
y las sociedades de previsión, continuaron su labor como propagandistas
culturales, no como revolucionarios. Para salvaguardar sus tareas, los
funcionarios de las filas obreras comenzaron a recurrir a la matización
protectora. Evitaban la lucha huelguística para no comprometer los
sindicatos, apenas tolerados. En la práctica, la legalidad a cualquier
precio significaba repudiar en absoluto los métodos revolucionarios.
Los liquidadores estuvieron en vanguardia durante los años más
desolados. "Sufrían menos por persecuciones policíacas -escribe
Olminsky-. Tenían a muchos de los escritores, a buena parte de los
lectores y, en conjunto, a la mayoría de los intelectuales. Eran
los gallitos, y bien lo cacareaban." Las tentativas del bando bolchevique,
cuyas filas iban aclarándose sin cesar, por conservar su máquina
ilegal, tropezaban a cada paso con circunstancias hostiles. El bolchevismo
parecía definitivamente acabado. "Toda la evolución de esos
tiempos -escribía Martov- convierte en una patética utopía
revolucionaria la formación de cualquier secta de partido duradera."
En aquel pronóstico fundamental, Martov, y con él todo el
menchevismo ruso, se equivocaron radicalmente. Las perspectivas y las consignas
de los liquidadores resultaron ser la utopía reaccionaria. No había
sitio para un trabajo abierto de partido en el régimen del 3 de
junio. Aun al partido de los liberales le negaron la inscripción.
"Los liquidadores han prescindido del partido ilegal -escribía Lenin-,
pero no han cumplido la obligación de fundar tampoco uno legal."
Precisamente por mantenerse el bolchevismo leal a las tareas de la revolución
en el período de su decadencia y degradación, preparó
su inusitado resurgimiento en los años del nuevo brote revolucionario.
Mientras tanto, en el polo opuesto al de los liquidadores, en el ala
izquierda de la facción bolchevique, se formó un grupo extremista
que tercamente se negó a reconocer el cambio de situación
y continué defendiendo la táctica de acción directa.
Después de las elecciones, las diferencias de parecer que surgieron
acerca del boicot a la Duma condujeron a la formación del bando
"revoquista", que pedía la retirada de los diputados socialdemócratas
de la Duma. Los revoquistas eran sin duda el suplemento simétrico
de los liquidadores. Mientras que los mencheviques siempre y en todas partes,
aun bajo el ímpetu irresistible de la revolución juzgaban
necesario participar en cualquier parlamento, aunque fuese puramente fortuito
y modelado por el zar los revoquistas pensaban que boicoteando el parlamento
establecido a consecuencia de la derrota de la Revolución serían
capaces de dar vida a una nueva presión de masas. Puesto que las
descargas eléctricas van acompañadas de truenos, los "irreconciliables"
intentaban producir descargas eléctricas por medio de truenos artificiales.
El período de los laboratorios de dinamita ejercía aún
su poderosa influencia sobre Krassin. Aquel hombre sagaz y comprensivo
se unió por algún tiempo a la secta de los revoquistas, para
abandonar por completo la Revolución años después.
Bogdanov, otro de los más íntimos colaboradores de Lenin
en la trinidad secreta bolchevique, se desvió asimismo hacia la
izquierda. Pero Lenin no se inmutó. En el verano de 1907, la mayoría
de la facción era partidaria del boicot. En la primavera de 1908,
los revoquistas eran ya minoría en San Petersburgo y en Moscú.
La preponderancia de Lenin se hacía evidente sin la menor duda.
Koba tomó en, seguida nota de ello. Su desgraciada experiencia con
el problema agrario, al ponerse abiertamente en contra de Lenin, lo hizo
más circunspecto. Sin ruido y discretamente renegó de sus
compañeros de boicot. Desde entonces, su conducta regular en cada
viaje consistió en permanecer apartado mientras cambiaba de posición.
El continuo cuarteamiento del Partido en grupos diminutos, que libraban
ásperas batallas en el vacío, despertó en algunos
un ansia de reconciliación, de concordia, de unidad a toda costa.
Fue precisamente entonces cuando apareció en vanguardia otro aspecto
de "trotskismo"; no la teoría de la revolución permanente,
sino la "reconciliación" del Partido. De esto es necesario hablar,
aunque sea concisamente, para ayudar a comprender el subsiguiente conflicto
entre stalinismo y trotskismo. En el año 1904 (esto es, desde el
momento en que se manifestaron diferencias de opinión sobre el carácter
de la burguesía liberal), rompí con la minoría del
segundo congreso (los mencheviques), y durante los siguientes trece años
no pertenecí a ninguna facción. Mi posición en el
conflicto interno del Partido vino a ser la siguiente: mientras los intelectuales
revolucionarios dominasen entre los bolcheviques y también entre
los mencheviques, y mientras ambos bandos no se aventurasen más
allá de la revolución democrático burguesa, no había
motivo para un cisma entre ellos; en la nueva revolución, por la
presión de las masas trabajadoras, ambas facciones se verían
impelidos en todo caso a asumir una posición revolucionaria idéntica,
como hicieron en 1905. Ciertos críticos del bolchevismo siguen considerando
mi antigua posición conciliadora como la voz de la prudencia Y,
sin embargo, su falsedad profunda ha quedado demostrado hace mucho tiempo,
tanto en la teoría como en la práctica. Una sencilla conciliación
de bandos sólo es posible a base de una especie de línea
"intermedia". Pero, ¿dónde está la garantía
de que esa línea diagonal trazada artificialmente coincida con las
necesidades del desarrollo objetivo? La tarea de los políticos científicos
consiste en deducir un programa y una táctica del análisis
de la lucha de clases, no del paralelogramo (siempre en movimiento) de
fuerzas tan secundarias y transitorias como son las facciones políticas.
Verdad es que la posición de la reacción era tal que contraía
la actividad política de todo el Partido dentro de límites
sumamente estrechados. Por entonces, podría parecer que las diferencias
de opinión eran de poca monta y que los dirigentes emigrados exageraban
su importancia. Pero precisamente durante el período de reacción
era cuando el Partido revolucionario no estaba en condiciones de ejercitar
a sus cuadros sin una perspectiva más amplia. La preparación
para el mañana era un elemento muy significativo en la política
del momento. La política de conciliación descansaba en la
esperanza de que en el curso mismo de los acontecimientos impondría
la táctica necesaria. Pero aquel optimismo fatalista significaba
en la práctica no sólo repudiar la lucha faccional, sino
la idea misma de un partido, porque si "el curso de los acontecimientos"
es capaz de dictar directamente a las masas la política justa, ¿para
qué sirve ninguna unificación especial de la vanguardia proletaria,
la elaboración de un programa, la elección de líderes,
el ejercitarse en un espíritu de disciplina?
Más adelante, en 1911, Lenin observaba que el conciliatorismo
estaba indisolublemente unido a la esencia misma de la tarea histórica
del Partido durante los años de la contrarrevolución. "Algunos
socialdemócratas -escribía- incurrieron en aquel período
en el afán conciliador, partiendo de los motivos más diversos.
La exposición más consistente de esta tendencia procede de
Trotsky, casi el único que trató de aducir un fundamento
teórico de tal política." Precisamente porque en esos años
el conciliatorismo se hizo epidémico, Lenin vio en- él la
amenaza máxima para el desenvolvimiento de un partido revolucionario.
Le constaba bien que los conciliadores alegaban "los motivos más
diversos", oportunistas tanto como revolucionarios. Pero en su cruzada
contra aquella peligrosa tendencia se negaba todo derecho a establecer
distinciones entre, varias fuentes subjetivas. Por el contrario, atacó
con redoblada furia a los conciliadores cuyas posiciones básicas
estaban más cerca del bolchevismo. Soslayando el conflicto público
con el ala conciliativista del mismo bando bolchevique, Lenin tuvo a bien
dirigir sus polémicas contra el "trotskismo", especialmente porque
yo, como queda dicho, trataba de suministrar "un fundamento teórico"
al conciliatorismo. Las citas de aquella violenta polémica habían
de prestar más tarde a Stalin un servicio que difícilmente
hubiera esperado nunca.
La labor de Lenin durante los años de reacción (minuciosa
y detenida en los detalles, audaz en su amplitud de intención),
constituirá siempre una gran lección de preparación
revolucionó "Aprendimos en el tiempo de la revolución -escribía
Lenin en julio de 1909- a hablar francés, esto es..., a despertar
la energía y la amplitud de la lucha directa de masas. Ahora, en
la época del estancamiento, de reacción, de disgregación,
hemos de aprender a hablar alemán, esto es..., a obrar despacio...,
ganando pulgada a pulgada." El líder de los mencheviques, Martov,
escribió en 1911: "Lo que hace dos o tres años antes sólo
en principio reconocían los dirigentes del movimiento abierto, esto
es, los liquidadores, a saber, la necesidad de montar el Partido "en alemán...
ahora se reconoce como tarea para cuya realización práctica
es ahora el momento de disponemos." Aunque Lenin y Martov habían
comenzado a "hablar alemán", su lenguaje era completamente distinto
en realidad. Para Martov, "hablar alemán" significaba adaptarse
al semiabsolutismo ruso con idea de "europeizarlo" gradualmente; para Lenin,
esa expresión quería decir tanto como utilizar, mediante
el partido ilegal, las mínimas posibilidades legales de preparar
una nueva revolución. Como demostró la subsiguiente degeneración
oportunista de la socialdemocracia alemana; los mencheviques reflejaron
con más exactitud el espíritu "del habla alemana" en política.
Pero Lenin comprendió mucho más acertadamente el curso objetivo
de la evolución en Alemania como en Rusia: la época de reformas
pacíficas iba siendo remplazada por la de las catástrofes.
En cuanto a Koba, no sabía francés ni alemán.
Sin embargo, todas sus inclinaciones le impelían hacia la posición
de Lenin. Koba no buscaba el palenque abierto como los oradores y los periodistas
del menchevismo, porque el palenque abierto dejaba al aire sus atributos
débiles más bien que los sólidos. Ante todo, necesitaba
una máquina centralizada. Pero en las condiciones de un régimen
contrarrevolucionario aquella máquina no podía ser más
que ilegal. Aunque Koba carecía de perspectiva hist6rica, estaba
más que ampliamente dotado de perseverancia. Durante los años
de reacción no fue uno de las decenas de millares que desertaron
del Partido, sino uno de los poquísimos centenares que, a pesar
de todo, permanecieron leales a él.
Poco antes del Congreso de Londres, los jóvenes Zinoviev, que
había sido elegido miembro del Comité Central, y Kamenev,
que fue miembro del Centro Bolchevique, tuvieron que emigrar. Koba se quedó
en Rusia. Más tarde alardeaba de ello como de una hazaña
extraordinaria. En realidad, no era así. La selección de
sitio y clase de trabajo dependía en poquísimo de la voluntad
de cada individuo. Si el Comité Central hubiese visto en Koba un
joven teórico y publicista capaz de dedicarse a cosas de más
monta en el extranjero, indudablemente le hubiera ordenado emigrar y no
habría tenido ocasión ni deseos de renunciar. Pero nadie
le llamó al extranjero. Desde que en las altas esferas del Partido
se fijaron en él fue tenido siempre por un "práctico", esto
es, por un revolucionario subalterno, útil en principio la actividad
organizadora regional. Y Koba mismo, que había ensayado sus propias
aptitudes en los Congresos de Tammerfors. Estocolmo y Londres, se sentía
poco inclinado a unirse a los emigrados, entre los cuales se le hubiera
relegado a tercer término. Después, al morir Lenin, la necesidad
se transformó en virtud, y la palabra "emigrado" sonó en
los labios de la nueva burocracia casi como había sonado en los
de los conservadores de tiempos del zarismo.
Al volver al destierro, Lenin tuvo la impresión, según
sus propias palabras, de que iba hundiéndose en su tumba. "Aquí
estamos horriblemente aislados de todo... -escribía desde París
en el otoño de 1909-. Estos años han sido realmente difíciles..."
En la Prensa burguesa de Rusia comenzaron a aparecer artículos en
desdoro de la emigración, que, al parecer, compendiaban la revolución
vencida, repudiada por los círculos cultivados. En el año
1912, Lenin replicó a aquellos libelos en el periódico bolchevique
de San Petersburgo: "Sí, hay mucho duro que soportar en el ambiente
de la emigración... Hay aquí más necesidad y pobreza
que en parte alguna. Entre nosotros es particularmente elevada la proporción
de suicidios... Sin embargo, sólo aquí y en ninguna otra
parte se han planteado y considerado las más importantes cuestiones
fundamentales de la Democracia rusa en su conjunto durante los años
de confusión e interregno." Las ideas directrices de la Revolución
de 1917 estaban siendo preparadas en el transcurso de las tediosas y agotadoras
batallas de los grupos de emigrados. En aquella labor, Koba no tomó
la más mínima parte.
Desde el otoño de 1907 hasta marzo de 1908, Koba siguió
desplegando actividad revolucionaria en Bakú. Es imposible fijar
la fecha de su traslado allí. Es posible que saliera de Tiflis en
el mismo momento en que Kamo se hallaba cargando su, última bomba:
la circunspección era el aspecto dominante del carácter de
Koba. Bakú, ciudad de muchas y diversas razas, que a principios
de siglo tenía ya una población de, más de cien mil
habitantes, seguía creciendo con rapidez, atrayendo a la industria
petrolífera masas de tártaros de Azerbaiján. Las autoridades
zaristas contestaron, no sin cierto éxito, al movimiento revolucionario
de 1905 instigando a los tártaros contra los armenios, más
adelantados. Sin embargo, la revolución ganó incluso a los
atrasados azerbaijanos. Tardíamente, en relación con el resto
de la comarca, participaron en masa en las huelgas de 1907.
En la "ciudad negra", Koba pasó unos ocho meses, de los que
ha de deducirse el tiempo que invirtió en su viaje a Berlín.
"Bajo la dirección del camarada Stalin -escribe Beria, no muy sobrado
de inventiva-, la organización bolchevique de Bakú creció,
tomó fuerzas y se templó durante su lucha contra los mencheviques."
Koba era enviado a regiones donde los adversarios eran especialmente fuertes.
"Bajo la dirección del camarada Stalin, los bolcheviques quebrantaron
la influencia de los mencheviques y los essars...", y así sucesivamente.
Poco más sabemos por Alliluyev. La concentración de fuerzas
bolcheviques después del destrozo ocasionado por la policía,
tuvo lugar, según él, "bajo la inmediata dirección
y con la activa ayuda del camarada Stalin... Su talento organizador, su
entusiasmo genuinamente revolucionario, su inagotable energía, firme
voluntad y persistencia bolchevique...", etc. Por desgracia, las Memorias
del suegro de Stalin están escritas en 1937. La fórmula de
"bajo la inmediata dirección y con la activa ayuda" traslucen sin
la menor duda la marca de fábrica de Beria. El essar Vereshchak,
que trabajaba por entonces en Bakú y observaba a Koba con ojos de
adversario político, reconoce en él un talento organizador
excepcional, pero niega en absoluto que tenga influencia alguna personal
entre los trabajadores. "Su personalidad -escribe- producía mala
impresión a primera vista. Koba lo sabía muy bien. Nunca
hablaba abiertamente en mítines de masas... La presencia de Koba
en este o el otro distrito obrero era siempre cosa secreta, y sólo
se advertía por la renovada actividad de los bolcheviques." Esto
es más verosímil. Ya tendremos ocasión de encontrar
de nuevo a Vereshchak.
Las memorias de bolcheviques escritas antes de la era totalitaria dan
el primer puesto en la organización de Bakú no a Koba, sino
a Sha'umyan y a Dzhaparidze, dos revolucionarios excepcionales muertos
por los ingleses durante la ocupación de Transcaucasia por ellos,
el 20 de setiembre de 1918. "De los viejos camaradas de Bakú -dice
Karimpan, biógrafo de Sha'umyan-, los camaradas A. Yenukidze, Koba
(Stalin), Timofei (Spandaryan), Alyosha (Dihaparidze) eran entonces activistas.
La organización bolchevique... tenía una amplia base de trabajo
en el Sindicato de los trabajadores de la industria petrolífera.
El verdadero organizador y secretario de todo el trabajo de Sindicato era
Alyosha (Dzhaparidze)"; Yenukidze se menciona delante de Koba; el papel
principal se asigna a Dzhaparidze. Más adelante: "Ambos (Sha'umyan
y Dzhaparidze) eran los dirigentes más queridos del proletariado
de Bakú." Aún no se le había ocurrido a Karimyan,
que escribía esto en 1924, nombrar a Koba entre "los dirigentes
más queridos".
El bolchevique Stopani, de Bakú, nos cuenta cómo le llegó
a absorber en 1907 el trabajo de Sindicato, "la tarea más candente
para el Bakú de aquellos días". El Sindicato estaba dirigido
por los bolcheviques. En él "desempeñaba prominente papel
el insustituible Alyosha (Dzhaparidze), y algo menor el camarada Koba (Djugashvili),
quien dedicaba el máximo esfuerzo sobre todo al trabajo de partido,
que le estaba confiado...". Stopani no especifica en qué consistía
este "trabajo de partido", aparte de "la tarea más candente" de
dirigirlos Sindicatos. Pero hace una observación casual muy interesante
relativa a disensiones entre los bolcheviques de Bakú. Todos ellos
convenían en la necesidad de "consolidar" de un modo organizado
la influencia del Partido en los Sindicatos, pero en cuanto "al grado y
a la forma de aquella consolidación había también
discordia entre nosotros mismos: teníamos nuestra propia "izquierda"
(Koba - Stalin) y "derecha" (Alyosha-Dzhaparidze y otros, incluyéndome
yo); las divergencias no versaban sobre cuestiones fundamentales, sino
sobre táctica o métodos de establecer aquel contacto". Las
palabras de Stopani, deliberadamente vagas (Stalin era ya entonces muy
poderoso) nos permiten imaginar sin posible error la disposición
real de las figuras. Por la oleada tardía del movimiento huelguístico,
el Sindicato había adquirido una importancia primordial. Los dirigentes
del mismo resultaron ser, naturalmente, aquellos que sabían hablar
a las masas y guiarlas: Dzhaparidze y Sha'umyan. Relegado de nuevo a segundo
término, Koba se atrincheró en el Comité clandestino.
La lucha del Partido por asegurarse creciente influencia dentro del Sindicato,
significaba para Koba que los dirigentes de las masas, Dzhaparidze y, Sha'umyan,
habían de someterse a su predominio. En la contienda por esta especie
de "consolidación" de su propio poder personal, Koba, según
se desprende claramente de las palabras de Stopani, levantó contra
sí a todos los dirigentes bolcheviques. La actividad de las masas
no era favorable a los planes del intrigante solapado.
Llegó a ser excepcionalmente agria la rivalidad entre Koba y
Sha'umyan. Las cosas llegaron a tal extremo que después de la detención
de Sha'umyan, según el testimonio de los mencheviques georgianos,
los trabajadores sospechaban que Koba hubiese denunciado a su contendiente
a la policía, y solicitaron que le juzgase un tribunal del Partido.
Su campaña terminó sólo al ser detenido Koba. No es
probable que los acusadores tuviesen pruebas definidas. Su sospecha puede
haberse basado en algunas coincidencias circunstanciales. Baste decir,
de todos modos, que los camaradas del Partido de Koba le juzgaban capaz
de hacerse confidente, si a ello le arrastraba una ambición contraria.
¡Tales cosas no se han dicho nunca de otro alguno!
Respecto al sostenimiento económico del Comité de Bakú
en la época en que Koba formaba parte de él, hay pruebas
circunstanciales, pero no indudables, ni mucho menos, referentes a la "expropiación"
armada; tributos financieros impuestos a los industriales bajo amenaza
de muerte o de incendiar sus pozos de petróleo; fabricación
y circulación de moneda falsa, y otros arbitrios por el estilo.
Es difícil decidir si estos hechos, que realmente se produjeron,
se achacaban a la iniciativa de Koba ya en aquellos remotos años,
o si la mayoría de ellos tuvieron relación por primera vez
con su nombre mucho después. En todo caso, la participación
de Koba en empresas tan arriesgadas, no hubiera podido ser directa; de
otro modo, se hubiera descubierto sin remedio. Lo más probable es
que guiase las operaciones militantes como había tratado de guiar
el Sindicato, desde el margen. Merece tenerse en cuenta, a este propósito,
que se conoce muy poco de la vida de Koba durante aquel, período
de Bakú. Los insignificantes episodios que se consignan siempre
tienden a realzar la fama del "Maestro", pero su actividad revolucionaria
sólo se refleja en frases de sentido general. El grado de omisión
no puede ser accidental.
El essar Vereshchak, siendo aún joven, ingresó en el
año 1909 en la llamada cárcel Bailov, de Bakú, donde
pasó tres años y medio. Koba, que fue detenido el 25 de marzo,
estuvo allí seis meses y salió después deportado;
regresó a los nueve meses a Bakú, clandestinamente; le volvieron
a detener en marzo de 1910, y estuvo nuevamente medio año preso
en aquella cárcel, junto a Vereshchak. En 1912, ambos camaradas
de presidio se encontraron otra vez en Narym, Siberia. Finalmente, después
de la Revolución de febrero, Vereshchak, delegado entonces de la
guarnición de Tiflis, coincidió con su antiguo conocido en
el primer Congreso de los Soviets en Petrogrado.
Después del auge de la estrella política de Stalin, Vereshchak
hizo un relato detallado de su vida conjunta en prisiones, que se publicó
en la Prensa de los emigrados. Acaso no todo es fidedigno en su narración,
ni convincentes todos sus juicios. Así, Vereshak asegura, sin duda
por referencias, que el mismo Koba había reconocido que "por móviles
revolucionarios" había traicionado a varios de sus compañeros
seminaristas; ya se ha apuntado la inverosimilitud de tal aserto. Lo que
el autor populista discurre acerca del marxismo de Koba es sumamente ingenuo.
Pero Vereshchak tuvo la inapreciable ventaja de observar a Koba en un ambiente
en que, se quiera o no, llegan a atrofiarse las costumbres y condiciones
de la coexistencia culta. Destinada para albergar cuatrocientos presos,
la cárcel de Bakú alojaba por entonces más de mil
quinientos. Los reclusos dormían en las celdas atestadas, en los
corredores, en los rellanos y los peldaños de las escaleras. No
podía haber aislamiento de ninguna clase en tales condiciones de
aglomeración. Todas las puertas, salvo las de las celdas de castigo,
estaban abiertas de par en par. Los presos comunes y los políticos
iban y venían libremente de una celda a otra, de pabellón
a pabellón, o paseaban por el patio. "Era imposible sentarse o echarse
sin pisar a alguien." En tales circunstancias, se veían unos a otros,
y algunos a sí mismos, bajo aspectos completamente inesperados.
Aun personas frías y retraídas, descubrían rasgos
de carácter que en la vida ordinaria solían mantener ocultos.
"Koba era una persona sumamente sectaria -escribe Vereshchak-. No tenía
principios generales ni fondo de educación adecuado. Por su mismo
carácter, había sido siempre una persona poco culta, tosca.
Todo esto se hallaba asociado en él a una astucia peculiarmente
estudiada, que al principio velaba, aun para quien fuese muy buen observador,
los otros rasgos disimulados bajo éste." Por "principios generales",
el autor parece entender principios morales: como populista, era un adicto
a la escuela del socialismo "ético". Vereshchak se vio sorprendido
por la flema de Koba. En aquella prisión era una costumbre cruel
la de poner frenético al adversario en las llamadas discusiones,
a tuertas o a derechas; a esto lo llamaban "hinchar la burbuja". "Nunca
fue posible hacer perder a Koba la serenidad... -afirma Vereshchak-; nada
era capaz de exasperarle..."
Aquel juego era inocente comparado con el que corría de cuenta
de las autoridades. Entre los presos había personas condenadas a
muerte más o menos recientemente, y que aguardaban de un momento
a otro la culminación de su destino. Los condenados comían
y dormían con los demás. A la vista de todos se llevaban
por la noche y los colgaban en el patio de la prisión, de modo que
desde las celdas "se oían los gritos y gemidos de los ahorcados".
Todos los presos padecían por efecto de la tensión nerviosa.
"Koba dormía profundamente -dice Vereshchak-, o estudiaba tan tranquilo
esperanto (estaba convencido de que el esperanto era el idioma del porvenir)."
Sería necio creer que Koba era indiferente, a las ejecuciones; pero
tenía nervios resistentes. No sentía por los demás
como por él mismo. Nervios como los suyos eran de por sí
una buena cualidad.
A pesar del caos, de los ahorcados, de los conflictos personales y
de partido, la cárcel de Bakú era una importante escuela
revolucionaria. Koba destacaba entre los dirigentes marxistas. No participaba
en discusiones particulares, y prefería hablar en público,
signo seguro de que en educación y experiencia Koba era superior
a la mayoría de sus compañeros de prisión. "El aspecto
exterior de Koba y su brusquedad polémica hacían siempre
desagradable su presencia. Sus peroratas carecían de donaire, y
en cuanto a forma era una exposición seca y formalista." Vereshchak
recuerda cierta discusión "agraria", durante la cual Ordzhonikidze,
compañero de Koba, "dio un bofetón a su antagonista, el essar
Elías Kartesevadz, y fue por eso cruelmente golpeado por los otros
essars". Esto no es invención: Ordzhonikidze era muy fogoso, y conservó
su predilección por los argumentos físicos hasta el tiempo
en que llegó a ser un prominente dignatario soviético. Una
vez Lenin propuso expulsarle del Partido por esta causa.
Vereshchak estaba asombrado de la "memoria mecánica" de Koba,
cuya cabeza pequeña, de "frente poco desarrollada", contenía,
al parecer, todo el Capital de Marx. "El marxismo era su elemento; en eso
era invencible... Sabía arreglarlo todo con las fórmulas
apropiadas de Marx. Aquel hombre causaba una fuerte impresión en
la gente joven del Partido poco versada en política." Vereshchak
mismo estaba entre los "poco versados". El bagaje marxista de Koba debió
de parecer demasiado imponente a es joven populista, educado en la doméstica
sociología literaria rusa. En realidad, era bastante modesto. Koba
no tenía curiosidad teórica, perseverancia en el estudio
ni disciplina mental, Ni siquiera es justo hablar de su "memoria mecánica".
Es estrecha empírica, utilitaria, pero, a despecho de la preparación
seminarista, no tiene nada de mecánica. Es una memoria de campesino,
exenta de vuelo y de síntesis, pero firme y tenaz, especialmente
en encono. No es nada cierto que Koba tuviera la cabeza repleta de citas
preparadas para todas las ocasiones. Koba no fue nunca un erudito ni escolástico.
A través de Plejanov y Lenin recogió del marxismo las expresiones
más elementales relativas a la lucha de clases y la importancia
secundaria de las ideas con relación a los factores materiales.
Aunque por su cuenta simplificó hasta el exceso estas proposiciones,
nunca fue capaz de aplicarlas con éxito contra los populistas, ni
siquiera como una persona armada de un revólver anticuado puede
luchar con éxito contra un individuo provisto de un bumerang. Koba
permaneció, en esencia, indiferente a la doctrina marxista.
Durante su encierro en las cárceles de Batum y Kutais, según
recordamos, Koba intentó descubrir los misterios de la lengua alemana:
por entonces, la influencia de la socialdemocracia alemana sobre la rusa
era sumamente grande. Pero Koba tuvo aún menos fortuna con el idioma
de Marx que con su doctrina. En la prisión de Bakú empezó
a aprender esperanto como "lengua del porvenir". Este rasgo expone muy
significativamente la calidad del equipo intelectual de Koba, que en la
esfera del estudio buscaba siempre la línea de mínima resistencia.
Aunque pasó ocho años en la cárcel y en el destierro,
nunca consiguió aprender una sola lengua extranjera, sin exceptuar
su malhadado esperanto.
Por regla general, los presos políticos evitaban la compañía
de los criminales. Koba, por el contrario, "siempre se exhibía con
rufianes, chantajistas, y andaba entre los rateros". Se sentía en
pie de igualdad con ellos. "Siempre le hacía impresión la
gente expedita en los "negocios". Y la política era para él
un "negocio" en que convenía saber a ciencia cierta hacer y deshacer."
He aquí una observación muy pertinente. Pero esta misma observación
refuta mejor que todo lo demás las observaciones sobre su "memoria
mecánica", llena de citas preparadas. La compañía
de gente de miras intelectuales más elevadas que las suyas era fastidiosa
para Koba. En el Politburó del tiempo de Lenin casi siempre pasaba
las horas sentado, hosco e irritable. Por el contrario, se hacía
más sociable, sosegado y humano entre personas de mentalidad primitiva,
no refrenados por ninguna predilección de orden intelectual. Durante
la guerra civil, cuando ciertas secciones del Ejército, habitualmente
los cuerpos de Caballería, se desbordaban lanzándose a la
bravata y la violencia, Lenin solía decir: "¿No haríamos
mejor mandando a Stalin allá? él sabe cómo hay que
hablar a gente de ésa."
Koba no era el iniciador de protestas o manifestaciones carcelarias,
pero siempre apoyaba a los iniciadores. "Esto le convertía en un
excelente camarada a los ojos de los encerrados." También es pertinente
esta observación. Koba nunca fue un iniciador de nada ni en parte
alguna. Pero era muy capaz de utilizar la iniciativa de otro, empujar a
los iniciadores, reservándose la libertad de decisión. Esto
no quiere decir que le faltase valor; simplemente, es que prefería
no malgastarlo. El régimen carcelario era una mezcla de laxitud
y crueldad. Los reclusos gozaban de considerable libertad dentro de los
muros de la prisión. Pero cuando se trasponía cierta ilusoria
barrera, la administración recurría a la fuerza militar.
Vereshchak nos refiere que en 1909 (sin duda quiere decir 1908), el primer
día de Resurrección, una compañía del Regimiento
de Salyan maltrató a todos los presos políticos, sometiéndolos
a una carrera de baquetas. "Koba marchaba sin bajar la cabeza aguantando
los culatazos, con un libro en las manos. Y cuando se dio la voz de escapar,
Koba forzó las puertas de su celda con el cubo del agua sucia, despreciando
la amenaza de las bayonetas." Aquel hombre reservado (aunque en raras ocasiones),
era capaz de un cierto furor.
El "historiador" moscovita Yaroslavsky plagiaba a Vereshchak como sigue:
"Stalin pasó las baquetas entre los soldados leyendo a Marx..."
El nombre de Marx se introduce aquí por igual razón que se
pone una rosa en las manos de la Virgen María. Toda la historiografía
del Soviet está hecha con rosas de éstas. Koba, con un libro
de Marx aguantando culatazos, se ha convertido en tema de enseñanza
soviética, en prosa y en verso. Pero tal conducta no era en modo
alguno excepcional. Las palizas carcelarias, como el heroísmo del
cautiverio, estaban en el orden del día. Pyatnitsky refiere que
después de detenerle en Wilno, en 1902, siendo aún muchacho,
la policía propuso enviarle al funcionario de policía del
distrito, famoso por sus vapuleos, a fin de arrancarle una declaración.
Pero el agente más veterano replicó: "Nada dirá allí
tampoco. Es de la Iskra." Ya en aquellos lejanos días, los revolucionarios
de la escuela de Lenin tenían fama de ser firmes. Para asegurarse
de que Kamo había perdido realmente la sensibilidad, como se alegaba,
los médicos le clavaban alfileres bajo las uñas, y sólo
después de resistir como duro diariamente tales pruebas durante
años enteros, le declararon, al fin, loco incurable. ¿Qué
valor tienen unos cuantos culatazos, en comparación con esto? No
hay por qué menospreciar el valor de Koba, pero debe confinarse
dentro de los límites de su tiempo y lugar.
Por las condiciones del encierro, Vereshchak no tuvo dificultad en
advertir cierta particularidad de Stalin que le permitió seguir
ignorando durante tan largo tiempo. "ésta era su habilidad para
iniciar sigilosamente a otros, mientras él permanecía al
margen." Luego siguen dos ejemplos. En una ocasión estaban golpeando
a un joven georgiano en un pasillo del pabellón de "políticos".
La injuriosa palabra "provocador" resonaba por todo el edificio. únicamente
los soldados de la guardia consiguieron poner fin al escarmiento; el cuerpo
ensangrentado fue conducido en una camilla al hospital. ¿Era un
provocador, en efecto? Y si lo era, ¿por qué no lo mataron?
"En la cárcel de Bailov, los provocadores, como se probase que lo
eran, no solían escapar con vida -advierte Vereshchak, de pasada-.
Nadie sabía nada ni acertaba a explicarse aquello, y sólo
mucho después nos enceramos de que el rumor había partido
de Koba." Nunca se supo si el golpeado era realmente un provocador. ¿No
pudo haber sido sencillamente uno de los trabajadores que se oponían
a las expropiaciones, o el que acusó a Koba de haber denunciado
a Sha'umyan?
Otro ejemplo. En los peldaños de la escalera que daba acceso
al pabellón de "políticos", cierto preso conocido por "el
griego" apuñaló a un joven trabajador recién ingresado
en la cárcel. El "griego" mismo consideraba a su víctima
como un confidente, aunque no le conocía de antes. Este suceso sangriento,
que conmovió a toda la cárcel, continuó siendo un
misterio durante mucho tiempo. Al cabo, el "griego" comenzó a insinuar
que, por lo visto, le habían "descarriado" con mala intención:
el descarrío era obra de Koba.
Vereshchak menciona además, esta vez sin duda por referencias,
diversas y arriesgadas empresas de Koba durante sus actividades en Bakú:
la organización de falsificaciones, el robo de tesorerías
del Estado y otras análogas.
"Nunca fue juzgado por ninguno de estos asuntos, aunque los falsificadores
y los expropiadores estaban en la cárcel lo mismo que él."
Si los otros hubieran conocido su misión, alguno de ellos le habría
traicionado inevitablemente. "La habilidad de ejecutar sus planes por medio
de los demás, permaneciendo por su parte completamente ignorado,
hacía de Koba un taimado arbitrista que no reparaba en medios y
se hurtaba a la justificación pública y a la responsabilidad."
Así aprendemos más de la vida de Koba en la cárcel
que de sus actividades fuera de ella. Pero en ambos sitios sigue siendo
fiel a sí mismo. Entre discusiones con los populistas y alguna que
otra charla con atracadores, no se olvidaba de su organización revolucionaria.
Beria nos informa de que Koba consiguió establecer contacto regular
desde la cárcel con el Comité de Bakú. Esto es muy
posible: donde no había separación entre presos comunes y
políticos, y éstos comunicaban entre sí, era imposible
quedar totalmente aislado del exterior. Uno de los números del periódico
ilegal se preparó en su totalidad dentro de la prisión. El
pulso de la revolución, aunque muy debilitado, continuaba latiendo.
La cárcel puede no haber estimulado el interés de Koba por
la teoría; pero tampoco quebró su espíritu combativo.
El 20 de setiembre, Koba fue trasladado a Solvychegodsk, en la parte
norte de la provincia de Vologda. Aquello era un destierro privilegiado;
sólo por dos años, y no en Siberia, sino en Rusia europea;
no en un poblado, sino en una pequeña ciudad de dos mil habitantes,
con grandes oportunidades para huir. Esto significaba que los gendarmes
no tenían pruebas de gravedad siquiera moderada contra Koba. Dado
el reducidísimo coste de la vida en aquellos confines remotos, no
era muy difícil para los desterrados arreglarse con los contados
rublos al mes que el Gobierno les concedía; para extraordinarios
recibían ayuda de sus amigos y de la Cruz Roja revolucionaria. No
sabemos cómo pasó Koba sus nueve meses en Solvychegodsk,
lo que allí hizo ni si estudió. No se han publicado documentos
de ningún género: ni sus ensayos, ni sus diarios, ni sus
cartas. En el "caso de José Djugashvili", se lee: "grosero, imprudente,
irrespetuoso con sus superiores". La "irresponsabilidad" era atributo común
a todos los revolucionarios; la "grosería", el suyo personal.
En la primavera de 1909, Alliluyev, que ya estaba en San Petersburgo,
recibió una carta de Koba, entonces en el destierro, preguntándole
por su dirección. "A fines de aquel verano huyó Stalin del
destierro y fue a San Petersburgo, donde le encontré por casualidad
en una de las calles del distrito de Lityeiny." Sucedió que Stalin
no encontró a Alliluyev en su casa ni en su lugar de trabajo, y
se vio obligado a vagar por las calles durante mucho tiempo sin tener dónde
refugiarse. "Cuando le encontré de improviso en la calle estaba
sumamente cansado." Alliluyev procuró a Koba alojamiento en casa
de un conserje de uno de los regimientos de la guardia, simpatizante de
la revolución. "Allí vivió Stalin tranquilamente una
temporada, vio a algunos miembros de la facción bolchevique de la
tercera Duma, y luego se marchó al Sur, a Bakú."
¡Otra vez a Bakú! No es fácil que hacia allí
le empujara el patriotismo local. Sería más acertado suponer
que Koba no era conocido en San Petersburgo, que los diputados de la Duma
no le hicieron mucho caso, que nadie le pidió quedarse ni le ofrecieron
la ayuda que tan indispensable era a un residente ilegal. "Al regresar
a Bakú, se consagró de nuevo con energía a reforzar
las organizaciones bolcheviques... En octubre de 1909 fue a Tiflis, y organizó
y dirigió la lucha de la organización bolchevique local contra
los liquidadores mencheviques." El lector reconocerá sin duda el
estilo de Beria.
En la Prensa ilegal, publicó Koba varios artículos, que
sólo interesan por haberlos escrito el futuro Stalin. A falta de
cosa más notable, actualmente se atribuye excepcional importancia
a la correspondencia escrita por Koba en diciembre de 1909 para el periódico
extranjero del Partido. Al parangonar el activo centro industrial de Bakú
con Tiflis, paralizada con sus funcionarios públicos, tenderos y
artesanos, su "Carta del Cáucaso" explica muy bien el dominio de
los mencheviques en Tiflis, en términos de estructura social. Sigue
luego una polémica contra el perenne dirigente de la socialdemocracia
georgiana, Jordania, que de nuevo proclamaba la necesidad de "unir las
fuerzas de la burguesía y del proletariado". Los obreros debían
renunciar a su política de intransigencia, porque, como decía
Jordania, "cuanto más débil sea la lucha de clases entre
el proletariado y la burguesía, tanto mayor será la victoria
de ésta...". Koba oponía a esto la proposición diametralmente
antagónica: "Cuanto más se apoye la revolución en
la lucha de clases del proletariado, que conducirá a los pobres
de la aldea contra los terratenientes y la burguesía liberal, más
completo será el triunfo de la revolución." Todo esto era
perfectamente justo en esencia, pero no contenía una sola palabra
nueva; a partir de la primavera de 1905, tales polémicas se repitieron
innumerables veces. Si esta correspondencia tuvo algún valor para
Lenin, no fue por la ampulosa reproducción de sus propios pensamientos,
sino porque era una voz viviente de Rusia en una época en que se
habían extinguido la mayoría de ellas. Sin embargo, en 1937,
esta "Carta del Cáucaso" fue proclamada "el ejemplo clásico
del la táctica leninista-stalinista". "En nuestros escritos y en
todas nuestras enseñanzas -escribe uno de tales panegiristas-, no
poca luz se ha proyectado sobre este artículo, extraordinario por
su fondo, su riqueza deductiva y su importancia histórica." Lo más
generoso es darlo de lado.
"En marzo y abril de 1910 fue posible al fin -nos informa el mismo
historiador, un tal Rabichev-, crear una filial (collegium) rusa del Comité
Central. Entre sus miembros se contaba Stalin. Pero, antes de que dicha
filial comenzara a trabajar, sus componentes fueron detenidos." Si esto
es verdad, Koba, al menos en la forma, se incorporó al Comité
Central en 1910. ¡Un hito de importancia en su biografía!
Pero no lo es. Quince años antes que Rabichev, el viejo bolchevique
Germanov (Frumkin) refería lo siguiente: "En la conferencia entre
el autor de estas línea y Nogin se decidió proponer que el
Comité Central confirmase la siguiente lista de cinco nombres como
Sección rusa del Comité Central: Nogin, Dubrovinsky, Malinovsky,
Stalin y Milyutin." Por consiguiente, no se trataba de una decisión
del Comité Central, sino solamente del proyecto de los bolcheviques.
"Ambos conocíamos a Stalin -sigue diciendo Germanov- como uno de
los mejores y más activos trabajadores de Bakú. Nogin fue
a Bakú para cambiar impresiones con él; pero, por diversas
razones, Stalin no pudo asumir el cargo de miembro del Comité Central."
Germanov nada dice del motivo exacto de la dificultad. Dos años
más tarde, el mismo Nogin escribió, con relación a
su viaje a Bakú, lo que sigue: "... en la clandestinidad más
profunda se hallaba Stalin (Koba), muy conocido en el Cáucaso en
aquellos días, y obligado a permanecer escondido en los campos petrolíferos
de Balajana." De aquí se desprende que Nogin no llegó siquiera
a ver a Koba.
La reticencia respecto a las razones que impidieron a Stalin entrar
en la filial rusa del Comité Central sugiere algunas deducciones
interesantes. El año 1910 fue el período de máxima
degeneración del movimiento y de más fusión de tendencias
conciliatorias. En enero se celebró en París un pleno del
Comité Central, y en él los conciliadores ganaron una batalla
muy inestable. Se decidió restaurar el Comité Central en
Rusia, con participación de los liquidadores. Nogin y Germanov eran
conciliadores bolcheviques. El resurgimiento de la Sección "rusa"
(esto es, del que había de actuar ilegalmente en Rusia) era tarea
de Nogin. A falta de figuras prominentes, se hicieron varias tentativas
para atraer a las de provincias. Entre éstas se contaba Koba, a
quien Nogin y Germanov conocían "como uno de los mejores trabajadores
de Bakú". Sin embargo, nadie pensó en él. El documentado
autor del artículo alemán a que nos hemos referido en otro
lugar manifiesta que aunque "los biógrafos oficiales bolcheviques
tratan de presentar (sus) expropiaciones y expulsión del Partido
como inexistentes..., sin embargo, los mismos bolcheviques dudaban de situar
a Koba en ningún puesto notable de dirección". Puede suponerse
con seguridad que el motivo del fracaso de la misión de Nogin fue
la reciente participación de Koba en "actividades militantes". El
pleno de París había tildado a los expropiadores de personas
guiadas por "una falsa comprensión de los intereses del Partido".
Luchando por la legalidad, los mencheviques no podían consentir
de ningún modo en colaborar con un declarado cabecilla de expropiadores.
Nogin vino a comprender esto, al parecer, sólo en el curso de sus
negociaciones con destacados mencheviques del Cáucaso. No se organizó
filial ninguna con Koba entre sus miembros. Adviértase que de los
conciliadores que protegían a Stalin, Germanov es de los desaparecidos
sin dejar rastro; en cuanto a Nogin, sólo su muerte prematura en
1924 le salvó de la suerte de Rikov, Tomsky, Germanov y otros amigos
íntimos suyos.
La actividad de Koba en Bakú tuvo sin duda mucho más
éxito que en Tiflis, ya desempeñara allí un papel
de primero, segundo o tercer orden. Pero la idea de que la organización
de Bakú fue la única fortaleza inexpugnable del bolchevismo
es un mito. A fines de 1911, Lenin mismo dio accidentalmente pie a este
mito citando la organización de Bakú junto a la de Kiev,
entre las "ejemplares y progresivas de Rusia en 1910 y 1911", esto es,
en los años de la disgregación total del partido y del comienzo
de su resurgimiento. "La organización de Bakú existió
sin interrupción durante los años difíciles del dominio
reaccionario, y desempeñó una parte sumamente activa en todas
las manifestaciones del movimiento obrero", dice una de las citas del volumen
XV de las obras de Lenin. Ambas opiniones, que actualmente se relacionan
muy de cerca con las actividades de Koba, han resultado ser completamente
erróneas al investigar los hechos. A decir verdad, después
de resurgir, Bakú pasó por las mismas fases de declinación
que los demás centros industriales del país, algo más
tarde, pero, en cambio, de un modo mucho más rudo.
Stopani escribe en sus Memorias.- "A partir de 1910, la vida del Partido
y del Sindicato de Bakú se extinguió por completo." Quedaron
restos desperdigados del Sindicato languideciendo por algún tiempo,
pero aun éstos tenían a su frente una mayoría de mencheviques.
"Pronto se apagó virtualmente toda actividad bolchevique, gracias
a constantes fracasos por detenciones, falta de activistas y desorden general"
La situación era aún peor en 1911. Ordzhonikidze, que visitó
en marzo de 1912, cuando la marea iba comenzando a subir de nuevo apreciablemente
por todo el país, escribió desde el extranjero: "Ayer pude
reunir por fin a unos cuantos trabajadores... No hay organización,
esto es, del centro local; por lo tanto, nos tuvimos que contentar con
conferencias en privado..." Estos dos testimonios son suficientes. Recordemos
además la aseveración de Olminsky, ya citada, de que "el
resurgimiento fue más remiso en las ciudades donde las "exes" habían
sido más numerosas (como ejemplo, puedo citar Bakú y Saratov)".
El error de Lenin al evaluar la organización de Bakú es un
ejemplo corriente del error de un emigrado que ha de juzgar desde lejos
a base de informaciones parciales o inciertas, entre las cuales podían
contarse las noticias excesivamente optimistas suministradas por el mismo
Koba.
El cuadro general así trazado es bastante claro. Koba no tomó
parte activa en el movimiento sindical, que en aquel tiempo era palenque
principal de la contienda (Kariyan, Stopani). No habló en los mítines
de trabajadores (Vereshchak), sino que se hallaba en "la más profunda
clandestinidad" (Nogin). No pudo, "por diversos motivos", entrar a formar
parte de la filial rusa del Comité Central (Germanov). En Bakú,
las "exes" habían sido más numerosas que en parte alguna
(Olminsky), igual que los actos de terrorismo individual (Vereshchak).
Se atribuía a Koba la dirección inmediata de las actividades
"militantes" de Bakú (Vereshchak, Martov y otros). Tales actividades
exigían sin duda apartarse de las masas y sumirse en la más
"profunda clandestinidad". Durante algún tiempo, la existencia de
la organización ilegal se sostuvo con los medios obtenidos del robo
de dinero. De ahí que fuese más fuerte el golpe de la reacción
y el resurgimiento más atrasado. Esta conclusión no tiene
sólo importancia biográfica, sino también teórica,
pues contribuye a proyectar claridad sobre ciertas leyes generales del
movimiento de masas.
El 24 de marzo de 1919, el capitán de gendarmes Martynoc declaró
haber arrestado a José Djugashvili, conocido por el alias de Koba,
miembro del Comité de Bakú, trabajador sumamente activo,
que ocupaba una posición dirigente (admitiendo que el documento
no haya sido corregido por mano de Beria). Con relación a este arresto,
otro gendarme informaba de oficio: "En vista de la persistente participación
de Djugashvili en la actividad revolucionaria, y de sus "dos escapatorias",
él, capitán Galimbatovski, "se permitía proponer el
castigo más severo"." Pero no hay que pensar que se refiera con
esto a la ejecución: "el castigo más severo" en el orden
administrativo significaba la deportación a puntos remotos, de Siberia
por término de cinco años.
Entretanto, Koba permanecía en la cárcel de Bakú,
que conocía muy bien. La situación política del país
y el régimen penitenciario habían sufrido profundos cambios
en el curso del año y medio transcurrido. Alboreaba el 1910. La
reacción estaba triunfando en toda la línea. No sólo
el movimiento de masas, sino también las expropiaciones, el terrorismo
y los actos de desesperación individual disminuyeron. La cárcel
se hizo más severa y reposada. No había siquiera conversaciones
ni discusiones colectivas. Koba tuvo tiempo bastante para aprender esperanto,
si es que no había perdido la ilusión por el idioma del porvenir.
El 27 de agosto, por orden del gobernador general del Cáucaso, se
prohibió a Djugashvili vivir en Transcaucasia durante los siguientes
cinco años. Pero las propuestas del capitán Galimbatovski,
que por lo visto no pudo alegar cargos muy graves, encontraron oídos
sordos en San Petersburgo: Koba fue enviado de nuevo a la provincia de
Vologda para cumplir el resto de su destierro de dos años.