Leon Trotsky - STALIN

CAPITULO II

REVOLUCIONARIO PROFESIONAL
 
En 1883, cuando Soso iba entrando en su cuarto año de edad, Bakú, la capital petrolífera del Cáucaso, estaba unida por ferrocarril con el puerto de Batum, en el mar Negro. A su espinazo de cordilleras asociaba la región otro de ferrocarriles. Después de la industria del petróleo empezó a medrar la del manganeso. En 1896, cuando Soso comenzaba a soñar con el sobrenombre de Koba, surgió la primera huelga en los talleres ferroviarios de Tiflis.
En el desarrollo de las ideas, como en la industria, el Cáucaso iba a la zaga de Rusia central. Durante la segunda mitad del último decenio del siglo, y comenzando en San Petersburgo, la tendencia dominante de la intelectualidad radical señalaba hacia el marxismo. Mientras Koba aún languidecía en la enmohecida atmósfera de la Teología seminarista, el movimiento socialdemócrata había logrado alcanzar grandes dimensiones. Una oleada tempestuosa de huelgas se extendía a lo largo y a lo ancho de todo el país. Al principio, los primeros cientos, y luego miles de intelectuales y trabajadores sufrieron prisión y destierro. Se había abierto un nuevo capítulo en el movimiento revolucionario.
En 1901, cuando Koba fue elegido miembro del Comité de Tiflis, había, aproximadamente, cuarenta mil obreros industriales en Transcaucasia ocupados en nueve mil empresas, sin contar los talleres artesanos. Un número insignificante, si se tiene en cuenta la superficie y las riquezas de esta región, bañada por dos mares; de todos modos, ya estaban sentadas las piedras angulares de la propaganda socialdemócrata. Los pozos de petróleo de Bakú, las primeras extracciones de manganeso de Chitaur, las actividades vivificantes de los ferrocarriles, todo ello dio ímpetu, no sólo al movimiento huelguístico de los obreros, sino también al pensamiento teórico de la intelectualidad georgiana. El periódico liberal Kvali (El Surco) registró, con sorpresa más que con hostilidad, la aparición en el escenario político de representantes del nuevo movimiento: "Desde 1893, algunos jóvenes que simbolizan una singular tendencia y propugnan un programa único han venido colaborando en publicaciones georgianas; defienden la teoría del materialismo económico." Para distinguirlos de la nobleza progresista y de la burguesía liberal, que habían dominado durante la década anterior, se dio a los marxistas el remoquete de Mesamedasi, que significa "el tercer grupo". A la cabeza del mismo figuraba Noé Jordania, el futuro jefe de los mencheviques ucranianos y también de la efímera democracia georgiana.
Los intelectuales pequeñoburgueses de Rusia, que aspiraban a librarse de la opresión del régimen policiaco y de la torpeza de aquel hormigueo impersonal que era la vieja sociedad, tuvieron que saltarse las etapas intermedias a causa del retraso extremo en que estaba sumido el país. El protestantismo y la democracia, bajo cuya bandera se habían producido las revoluciones de los siglos XVII y XVIII en el Occidente, llevaban mucho tiempo transformadas en doctrinas conservadoras. Los bohemios semimendicantes del Cáucaso no podían ser ya sugestionados por abstracciones liberales. Su hostilidad a las clases privilegiadas exigía una teoría nueva, que no hubiese incurrido aún en concesiones. La hallaron en el socialismo occidental, en su expresión científica más sublime, el marxismo. Ya no se litigaba sobre la igualdad ante Dios o ante la Ley, sino sobre la igualdad económica. En realidad, recurriendo a la remota perspectiva socialista, los intelectuales aseguraban su lucha antizarista contra el escepticismo de los experimentos desalentadores de la democracia occidental. Estas condiciones y circunstancias determinaron el carácter del marxismo ruso y más aún del caucásico, que era sumamente limitado y primitivo, por haberlo adaptado a las necesidades políticas de intelectuales retrasados de provincia. Falto de realismo teórico, aquel marxismo prestó, sin embargo, un señalado servicio a los intelectuales, al inspirarlos en su lucha contra el zarismo.
El lado crítico del marxismo de la última década del siglo XIX estaba orientado en primer lugar contra el estéril populismo, que mostraba un supersticioso miedo al desarrollo capitalista, esperando encontrar en Rusia rumbos históricos privilegiados, "excepcionales". La defensa de la misión progresiva del capitalismo pasó a ser entonces el tema principal del marxismo y de los intelectuales, quienes no pocas veces ponían en segundo término el programa de la lucha de clases proletaria. En la Prensa legal, Noé Jordania predicaba asiduamente la unidad de los intereses "de la nación"; en relación con esto pensaba en la necesidad de unir el proletariado y la burguesía contra la autocracia. La idea de tal unión había de convertirse más tarde en la piedra angular de, la política menchevique, y a la postre fue causa de su ruina. Los historiadores oficiales del Soviet continúan aún tomando nota de la idea de Jordania, presentándola de múltiples maneras, aunque se haya perdido hace mucho tiempo en el curso de la contienda. Al mismo tiempo, cierran sus ojos al hecho de que tres décadas más tarde Stalin aplicaba esa misma política menchevique no sólo en China, sino en España, y aun en Francia, y en circunstancias incomparablemente menos propicias que las reinantes cuando la Georgia feudal yacía bajo las plantas del zarismo.
Pero aun en aquellos días, las ideas de Jordania no fueron universalmente aceptadas. En 1895, Sasha Tsulukidze que fue más tarde uno de los más destacados propagandistas del ala izquierda, ingresó en el Mesame-dasi. Murió tuberculoso a los veintinueve años, dejando tras él multitud de trabajos periodísticos que prueban su gran preparación marxista y su talento literario. En 1897, las filas de Mesame-dasi fueron engrosadas por Lado Ketsjoveli, quien, como Koba, había sido alumno de la escuela teológico de Gori y del Seminario de Tiflis. Pero era algunos años mayor que Koba, a quien había servido de guía durante las primeras etapas de su carrera revolucionaria. Yenukidze recordaba en 1923, cuando los autores de Memorias aún disfrutaban de la libertad suficiente, que Stalin "ensalzó muchas veces con admiración los extraordinarios talentos del difunto camarada Ketsjoveli, que aun en aquellos días sabía plantear cuestiones correctamente conforme al espíritu del marxismo revolucionario". Ese testimonio, especialmente la referencia a la "admiración, refuta los relatos posteriores de que ya entonces era Koba el dirigente y Tsulukidze y Ketsjoveli tan sólo sus "auxiliares". Puede también añadirse que los artículos del joven Tsulukidze, en su contenido y forma, son muy superiores en todo a cuanto escribió Koba dos o tres años después.
Habiendo ocupado su puesto en el ala izquierda del Mesame-dasi, Ketsjoveli atrajo a su seno al joven Djugashvili en el curso del año siguiente. En aquella época no era una organización revolucionaria, sino un círculo de personas de opiniones coincidentes agrupadas en torno al periódico legal Kvali, que en 1898 pasó de manos de los liberales a las de los marxistas jóvenes, conducidos por Jordania.
"Con frecuencia visitábamos en secreto las oficinas del Kvali -relata Iremashvili-. Koba fue con nosotros varias veces, pero después se burló de los miembros del Consejo editorial." Las diferencias de opinión en el campo marxista a la sazón, aunque elementales, no por eso dejaban de tener importancia. El ala moderada no creía realmente en la revolución, y menos en que estuviera próxima, y contaba con el persistente "progreso", deseando unirse con los liberales burgueses. El ala izquierda, por el contrario, sinceramente confiaba en un levantamiento revolucionario, de las masas, y era partidaria, por lo tanto, de una política más independiente. En esencia, el ala izquierda estaba integrada por demócratas revolucionarios que se entregaban a una natural oposición frente a los semiliberales "marxistas". En virtud de su anterior ambiente y de su carácter personal, era natural que Soso se inclinase instintivamente hacia el ala izquierda. Un demócrata plebeyo, de tipo provinciano, armado de una doctrina "marxista" bastante primitiva; así fue cómo se incorporó al movimiento revolucionario, y así continuó en lo esencial hasta el fin, a pesar de la órbita fantástica de su sino personal.
En 1898, siendo aún seminarista, Koba se puso en contacto con trabajadores y entró en la organización socialdemócrata. "Una noche, Koba y yo -recuerda Iremashvili- fuimos en secreto desde el Seminario de Mtatsminda a una casita reclinada sobre una roca, y que pertenecía a un obrero de los ferrocarriles de Tiflis. Tras nosotros llegaron ocultamente otros del Seminario que compartían nuestras opiniones. También acudieron con nosotros a una organización obrera socialdemócrata de ferroviarios." Stalin mismo habló de ello en 1926, en un mitin celebrado en Tiflis:
"Recuerdo el año 1898, en que se me confió el primer círculo de trabajadores de los talleres ferroviarios. Recuerdo cómo en casa del camarada Sturua, en presencia de Silvestre Dzhibladze (que en aquel tiempo era uno de mis maestros...) y de otros aventajados trabajadores de Tiflis, recibí lecciones de trabajo práctico... Aquí, en el círculo de estos camaradas, recibí mi primer bautismo de fuego revolucionario; aquí, en el círculo de estos camaradas, me convertí en discípulo de la revolución..."
En los años 1898-1900, en los talleres ferroviarios y en diversas fábricas de Tiflis estallaron huelgas con la activa participación y, a veces, bajo la dirección de los jóvenes socialdemócratas. Entre los obreros se distribuían proclamas impresas a mano con cepillos de limpiabotas en una imprenta subterránea. El movimiento seguía aún desarrollándose dentro del espíritu del "economismo".
Parte del trabajo ilegal recayó sobre Koba; no es fácil determinar cuál fuese aquella parte. Pero, por lo visto, ya había conseguido convertirse en un iniciado en el mundo del subsuelo revolucionario.
En 1900, Lenin, que acababa de regresar de su destierro de Siberia, marchó al extranjero con el expreso designio de fundar un periódico revolucionario, para convocar con su ayuda al partido disperso y encarrilarlo definitivamente hacia el esfuerzo revolucionario. Simultáneamente, un viejo agitador, el ingeniero Víctor Kurnatovsky, confidencialmente iniciado en dichos planes, se trasladó de Siberia a Tiflis. él fue, y no Koba, como aseguran los historiadores bizantinos, quien sacó a la socialdemocracia de Tiflis de sus limitaciones "economistas" e impulsó sus actividades por una senda más revolucionaria.
Kurnatovsky había iniciado su actividad revolucionaria con el partido terrorista Narodnaya Volya (Voluntad Popular). En la  época de su tercer destierro, hacia fines del siglo, él, que ya era marxista, estrechó relaciones con Lenin y su círculo. El periódico Iskra (La Chispa), fundado por Lenin en el extranjero, y cuyos adictos comenzaron a ser conocidos por el calificativo de iskrovitas, tuvo en la persona de Kurnatovsky su principal representante en el Cáucaso. Los trabajadores viejos de Tiflis lo recuerdan: "En todas las controversias y discusiones, los camaradas acudían a Kurnatovsky. Sus conclusiones y decisiones se aceptaban siempre sin debate." De ese testimonio extrae uno la importancia que en el Cáucaso tenía aquel incansable e inflexible revolucionario, cuyo sino personal era una combinación de dos elementos: lo heroico y lo trágico.
En 1900, indudablemente por iniciativa de Kurnatovsky, se constituyó el Comité del partido socialdemócrata de Tiflis. Estaba compuesto exclusivamente de intelectuales. Koba, que evidentemente sucumbió poco después, como muchos otros, al prestigio de Kurnatovsky, no fue todavía miembro de aquel Comité, el cual dicho sea de paso, no sobrevivió mucho tiempo. Desde mayo hasta agosto, una oleada de huelgas afectó a los establecimientos comerciales de Tiflis; entre los huelguistas de los talleres ferroviarios figuraban el cerrajero Kalinin, futuro presidente de la República Soviética, y otro trabajador ruso, Alliluyev, futuro suegro de Stalin.
Mientras tanto, en el Norte, por iniciativa de unos estudiantes universitarios, comenzó un ciclo de demostraciones callejeras. Una gran manifestación de 1.º de mayo movilizó en 1900, en Jarkov, a la mayoría de los obreros de la ciudad, y levantó un eco de asombro y alborozo por todo el país. Otras ciudades siguieron el ejemplo. "La socialdemocracia comprendió -escribió el general Spiridovich, de la gendarmería- la tremenda significación agitadora de salir a la calle.
A partir de entonces tomó para sí la iniciativa de las manifestaciones atrayendo a ellas un número cada vez mayor de trabajadores. No pocas veces, las manifestaciones callejeras tuvieron su origen en huelgas." Tiflis no permaneció en calma mucho tiempo. La fiesta de 1.º de mayo (no olvidemos que aún regía en Rusia el calendario antiguo) estaba fijada para el 22 de abril de 1901, en que tuvo lugar una manifestación callejera en el corazón de la ciudad, con la participación de unas dos mil personas. En un encuentro con la policía y los cosacos, resultaron heridos catorce manifestantes y detenidos más de cincuenta. Iskra no, dejó de señalar la gran importancia sintomática de la manifestación de Tiflis: "A partir de aquel día comenzó en el Cáucaso un abierto movimiento revolucionario."
Kurnatovsky, que tenía a su cargo la labor de preparación, había sido detenido la noche del 22 de marzo, un mes antes de la manifestación. Aquella noche se hizo un registro en el observatorio donde Koba estaba empleado; pero no lo cogieron porque pudo escapar a tiempo. La administración policiaca resolvió "...localizar al citado José Djugashvili e interrogar al acusado". De este modo pasó Koba al "estado de ilegalidad" y vino a ser un "agitador profesional" para largo tiempo. Tenía entonces veintiún años. Aún quedaban dieciséis años hasta que la victoria pudiera lograrse. Habiéndose librado de la detención, Koba pasó las primeras semanas siguientes escondido en Tiflis, y así pudo arreglárselas para tomar parte en la manifestación de 1.º de mayo. Beria lo consigna así categóricamente, y añade, como siempre, que Stalin la dirigió "en persona". Por desgracia, no inspira crédito Beria. Pero en este caso existe también el testimonio de Iremashvili, aunque éste no estaba entonces en Tiflis, sino en Gori, ejerciendo la profesión de maestro. "Koba, que era uno de los dirigentes a quienes se buscaba -dice-, pudo esconderse escapando de la plaza del mercado cuando estaban a punto de detenerle... Se marchó a su ciudad hogareña de Gori. No podía vivir con su madre, porque allí era donde primero acudirían en su busca; de modo que tuvo que estar oculto en el mismo Gori. Secretamente, durante las horas de la noche, vino con frecuencia a visitarme.
Desde Gori, Koba regresó evidentemente en forma clandestina a Tiflis, pues, según informes de la administración de policía armada (gendarmería), "en otoño de 1901, Djugashvili fue elegido miembro del Comité de Tiflis..., participó en dos sesiones del mismo, y hacia fines del año fue destinado a hacer propaganda en Batum...". Como los gendarmes no tenían otro norte que el de atrapar revolucionarios, y, gracias a la agencia confidencial solían estar bien informados, podemos considerar demostrado que en 1898-1901 no desempeñó Koba el papel dirigente en Tiflis tal como se le ha atribuido en años recientes; hasta el otoño de 1901, ni siquiera fue miembro de su Comité local, sino uno de los propagandistas, esto es, un dirigente de círculos.
Hacia fines de 1901, Koba se trasladó de Tiflis a Batum, en las riberas del mar Negro, cerca de la frontera turca. Este traslado puede explicarse por una doble necesidad: la de ocultarse a los ojos de la policía de Tiflis y la de introducir propaganda revolucionaria en las provincias. Las publicaciones mencheviques dan, sin embargo, otra razón. Según ellas, desde los primeros tiempos de sus actividades en círculos de obreros, Djugashvili atrajo la atención hacia su persona por sus intrigas contra Dzhibladze, principalmente de la organización en Tiflis. A pesar de haber sido advertido, continuó propagando calumnias "con el fin de minar a los auténticos y reconocidos representantes del movimiento y de lograr una posición preeminente". Juzgado ante un tribunal del Partido, Koba fue considerado culpable de una calumnia impropia de un camarada y expulsado de la organización por unanimidad. Apenas hay posibilidad de confirmar este relato, que procede, no hay que olvidarlo, de los adversarios más enconados de Stalin. Los documentos de la gendarmería de Tiflis (en todo caso, los publicados hasta hoy) no dicen nada acerca de que José Djugashvili fuese expulsado del Partido, antes bien mencionan su designación "para hacer propaganda" en Batum. Por consiguiente, podríamos dar de lado la versión menchevique, sin más reparos si otro testigo no indicase que su traslado a Batum fue consecuencia de cierto desagradable incidente.
Uno de los primeros y más conscientes historiadores del movimiento obrero en el Cáucaso fue T. Arkomed, cuya obra se publicó en Ginebra en 1910. En ella se refiere al enojoso conflicto que surgió en la organización de Tiflis por el otoño de 1901 sobre la cuestión de incluir en el Comité representantes elegidos de los obreros: "Contra ello se pronunció cierto joven, que en todo intervenía y de todo sabía, quien, aduciendo consideraciones de conspiración, falta de preparación y de conciencia de clase entre los trabajadores, se mostró opuesto a que entrasen obreros a formar parte del Comité. Volviéndose a los obreros, terminó su intervención con estas palabras: "Aquí se adula a los obreros; y yo os pregunto: ¿Hay entre vosotros siquiera uno o dos trabajadores aptos para el Comité? ¡Decid la verdad, con la mano sobre el corazón!"" Pero los trabajadores, sin hacer caso del orador, votaron incluyendo a sus representantes en el Comité. Arkomed no mencionaba el nombre del "joven metomentodo", porque en aquellos días las circunstancias no permitían revelar nombres. En 1923, al reimprimir el libro la editorial soviética, el nombre continué callado, y nos inclinamos a creer que no por inadvertencia. Pero el mismo libro contiene una valiosa clave indirecta. "El joven camarada a quien me refiero -continúa Arkomed- trasladó sus actividades de Tiflis a Batum, de donde los trabajadores de Tiflis recibieron informes a propósito de su indecorosa conducta, su agitación hostil perturbadora contra la organización de Tiflis y sus trabajadores." Todo ello es parecido a lo que nos decía Iremashvili respecto a las querellas en el círculo del Seminario. El "joven" semeja mucho a Koba. No cabe duda de que se alude a él, pues muchas reminiscencias prueban que fue el único miembro del Comité de Tiflis trasladado a Batum en noviembre de 1901. Por lo tanto, es probable que el camino en su esfera de actividad obedeciera a que Tiflis se le hizo intolerable. Si no efectivamente "expulsado", pudo haber sido trasladado simplemente para sanear la atmósfera en Tiflis. Ello explica, a su vez, la "actitud incorrecta" de Koba frente a la organización de Tiflis, y los rumores subsiguientes sobre su expulsión. Anotemos al mismo tiempo la causa del conflicto: Koba trataba de proteger "el aparato" (la máquina política) contra la presión de abajo.
Batum, que a comienzos del siglo tenía una población aproximada de treinta mil habitantes, era un importante centro industrial del Cáucaso, con arreglo a las normas de aquellos días. El número de obreros empleados en las fábricas se aproximaba a once mil. La jornada de trabajo, como era costumbre entonces, pasaba de catorce horas, y los salarios eran mezquinos. No es de extrañar, pues, que el proletario respondiese fácilmente a la propaganda revolucionaria. Como en Tiflis, Koba no tuvo necesidad de empezar desde la nada: ya desde 1896 existían círculos ilegales en Batum. En cooperación con el trabajador Kandelyaki, Koba extendió la red de estos círculos. En una reunión celebrada la víspera del Año Nuevo, todos se unieron en una sola organización, a la que, sin embargo, no se dieron prerrogativas de Comité, y permaneció dependiente de Tiflis. Esto, evidentemente, fue una de las causas de los nuevos razonamientos a que aludía Arkomed. Koba, por regla general, no podía soportar sobre él la autoridad de nadie.
A principios de 1902, la organización de Batum consiguió montar una imprenta clandestina, muy primitiva, instalada en la vivienda de Koba. Esta violación directa de las reglas de conspiración se debió sin duda a la escasez de recursos materiales. "Un cuartucho atestado, alumbrado a medias por un quinqué. En una mesita redonda está sentado Koba, escribiendo. A un lado suyo está la prensa, en la que se afanan los tipógrafos. Los tipos se distribuyen en cajas de cerillas y de cigarrillos y en trozos de papel. Stalin alarga con frecuencia a los cajistas lo que acaba de escribir." Así es cómo evoca la escena uno de los miembros de la organización. Debe añadirse que el texto de la proclama estaba aproximadamente al mismo nivel que la técnica con que se imprimía. Poco después, con la cooperación del agitador armenio Kamo, se trajeron de Tiflis algo semejante a una prensa de imprimir, una caja registradora y tipos de imprenta. El taller se amplió y se hizo más eficaz. El nivel de las proclamas lo mismo. Pero ello en nada les restaba influencia.
El 25 de febrero de 1902, la gerencia de la instalación petrolífera de Rotschild fijó un aviso anunciando el despido de 389 obreros. En respuesta, se declaró una huelga el 27. El trastorno afectó también a otras fábricas. Hubo choques con rompehuelgas y esquiroles. El jefe de policía pidió al gobernador que le ayudase mandando tropas. El 7 de marzo, la policía detuvo a 32 obreros. A la mañana siguiente, unos 400 obreros de la empresa Rotschild se reunieron ante la prisión, pidiendo la libertad de los detenidos o la detención de todos. La policía trasladó a los reunidos a cuarteles de deportación. Por entonces, el sentimiento de solidaridad iba soldando cada vez más íntimamente a las masas trabajadoras de Rusia, y esta nueva unidad se afirmaba de diversos modos cada vez más en los más desolados rincones del país; la revolución estaba ya a tres años de distancia... Al día siguiente, 9 de marzo, tuvo lugar una manifestación más importante. A los cuarteles se acercó, según el sumario, "una gran, multitud de trabajadores, con sus dirigentes a la cabeza, avanzando en ordenadas filas, cantando, alborotando y silbando". Aquella multitud se componía de un par de millares de personas. Los obreros Jimiryants y Gogoberidze, como parlamentarios, pidieron que las autoridades militares dieran suelta a los detenidos o los arrestase a todos. La multitud, como el tribunal reconoció más tarde, "iba en actitud pacífica y sin armas". Pero las autoridades supieron acabar con aquella actitud. Los obreros contestaron al intento de los soldados de despejar la plaza a culatazos, arrojando piedras. La tropa comenzó a disparar, ocasionando catorce muertos y cincuenta y cuatro heridos. El suceso conmovió a todo el país; al comienzo del siglo, los nervios humanos reaccionaban con mucha más sensibilidad que hoy a la matanza en masa.
¿Cuál fue el papel de Koba en la manifestación? No es fácil decirlo. El biógrafo de Stalin en lengua francesa, Barbuse, que escribió al dictado del Kremlin, asegura que Koba ocupó su puesto a la cabeza de la manifestación de Batum "como blanco de tiro". Esta frase aduladora contradice no sólo el testimonio de los archivos policíacos, sino el carácter mismo de Stalin, quien nunca y en ninguna parte ocupó su puesto "como blanco de tiro" (cosa innecesaria en absoluto, dicho sea de pasada). La editorial del Comité Central, que está a las órdenes directas de Stalin, dedicó en 1937 un volumen íntegro a la manifestación de Batum, o más bien a la parte que Stalin tomó en ella. Sin embargo, las 240 primorosas páginas complican la cuestión todavía más, porque los "recuerdos" dictados difieren completamente de los relatos parciales publicados con anterioridad. "El camarada Soso estuvo siempre con nosotros", afirma Gogoberidze. El viejo trabajador de Batum, Darajvelidze, dice que "Soso iba en medio del tempestuoso mar de trabajadores, encabezando directamente el movimiento; él personalmente retiró de entre la multitud al obrero G. Kalandadze, que resultó herido en un brazo durante el tiroteo, y se lo llevó a su casa". No es admisible que quien dirige una manifestación abandone su puesto para salvar a un hombre herido; la misión de un camillero puede confiarse a cualquiera de los manifestantes menos responsables. Ninguno de los otros autores, y son veintiséis en total, menciona este dudoso episodio. Pero, en resumidas cuentas, esto es un simple pormenor. Los relatos que señalan a Koba como cabeza directa de la manifestación quedan refutados de un modo más concluyente por la circunstancia de que la manifestación citada, según se puso bien claro durante el juicio, tuvo lugar sin dirección de ningún género. A pesar de la insistencia del fiscal, el tribunal zarista reconoció que aun los obreros Gogoberidze y Jimiryants, que iban efectivamente al frente de la multitud, sólo eran simples manifestantes, como los demás. El nombre de Djugashvili, a pesar del gran número de sus defensores y testigos propicios, ni siquiera fue mencionado una sola vez en el curso de la vista. La leyenda se derrumba así ella sola. La participación de Koba en los acontecimientos de Batum fue aparentemente de índole oscura.
Después de la manifestación, Koba, según dice Beria, desarrolló un "intensísimo" trabajo, escribiendo proclamas, organizando su impresión y distribución, transformando el cortejo mortuorio en honor de las víctimas del 9 de marzo en una "grandiosa demostración política", con otras faenas por el estilo. Por desgracia, estas exageraciones prescritas no cuentan con nadie que las sostenga. En aquellos días, Koba era buscado por la policía y difícilmente pudo haber desplegado una "intensísima" actividad en una ciudad pequeña, donde, según el mismo escritor, había papel prominente ante los ojos de la multitud manifestante, la policía, las tropas y los curiosos de la calle. En la noche del 5 de abril, durante una reunión del grupo dirigente del Partido, Koba fue detenido con otros colaboradores y sometido a prisión. Aquello fue el principio de una larga serie de tediosos días.
Unos documentos publicados revelan en este respecto un episodio sumamente interesante. Tres días después de la detención de Koba, durante la entrevista regular entre los presos y sus visitantes, alguien arrojó por una ventana al patio de la prisión dos notas, contando con que uno de los visitantes pudiese recogerlas y llevarlas a su destino. Una de ellas contenía la petición de buscar al maestro de escuela Soso Iremashvili, en Gori, y decirle que "Soso Djugashvili había sido arrestado y le ruego que inmediatamente informe de ello a su madre, de modo que si el gendarme le preguntase: "¿Cuándo se marchó su hijo de Gori?", contestara que había estado allí "todo el verano y el invierno hasta el 15 de  marzo"". La segunda nota, dirigida al maestro Elisabedashvili, se refería a la necesidad de continuar las actividades revolucionarías. Los dos trozos de papel fueron interceptados por los guardianes de la prisión, y el capitán de gendarmería a caballo Djakeli, sin gran dificultad, se dio cuenta de que el autor era Djugashvili y de que había "tomado parte prominente en las revueltas obreras de Batum". Djakeli envió inmediatamente al jefe de la gendarmería de Tiflis una demanda de registro de la casa de Iremashvili, de interrogatorio de la madre de Djugashvili y la búsqueda y arresto de Elisabedashvili. Nada dicen los documentos de las consecuencias de estas operaciones.
Nos sirve de alivio saludar en las páginas de una publicación oficial un nombre que ya nos es familiar: Soso Iremashvili. Ciertamente, Beria le había mencionado ya entre los nombres del círculo del Seminario, pero diciendo muy poco acerca de las relaciones entre ambos Soso. Sin embargo, la índole de una de las notas interceptadas por la policía es una prueba incontestable de que el autor de las Memorias a que nos hemos referido más de una vez tenía intimidad con Koba. Es a este tocayo suyo y compañero de la infancia a quien el preso confía el encargo de advertir a su madre. Asimismo, confirma el hecho de que Iremashvili gozaba también de la confianza de Keke, quien, según él nos dice, le llamaba de niño "su segundo Soso". La nota disipa las últimas dudas relativas a la veracidad de sus Memorias, tan valiosas, a las que para nada se refieren los historiadores soviéticos. Las instrucciones que Koba, según confirman sus propias declaraciones durante el interrogatorio, trataba de transmitir a su madre, tenían como finalidad burlar a los gendarmes respecto al momento de su llegada a Batum, sustrayéndose así del inminente juicio. No hay por qué ver nada perjudicial en tal sentido, como es lógico. Engañar a los gendarmes era norma obligada en ese juego tan serio que se llama conspiración revolucionaria. Sin embargo, no es posible pasar por alto sin extrañeza la inconsciencia con que Koba expuso al peligro a dos de sus compañeros. El aspecto puramente político de su acción merece atención no menor. Sería natural esperar de un agitador que acaba de contribuir a preparar una manifestación de tan trágico desenlace, el deseo de compartir el banquillo de los acusados con los trabajadores rasos. No por consideraciones sentimentales, sino por arrojar luz política sobre los sucesos y condenar el proceder de las autoridades, es decir, por utilizar la tribuna de la sala de vistas para fines de propaganda revolucionaria. Tales ocasiones no eran demasiado frecuentes. La falta de tal deseo en Koba puede explicarse sólo por su estrechez de miras. Es evidente que no acertó a comprender la significación política de la manifestación, y que su móvil principal fue sustraerse a las consecuencias.
Y hasta la intriga ideada para engaitar a los gendarmes no hubiera servido de nada, si, en efecto, Koba hubiese encabezado la manifestación dirigiéndola y ofreciéndose como "blanco de tiro". En tal caso, veintenas de testigos le hubieran reconocido inevitablemente. Koba sólo hubiera escapado con bien del juicio si su participación en el acto hubiera permanecido secreta, anónima. En realidad, sólo un agente de policía, Chjiknadze, atestiguó en la investigación preliminar que había visto a Djugashvili "entre la multitud" estacionada ante la cárcel. Pero el testimonio de un solo policía no significa gran peso como prueba. En todo caso, a pesar de ese testimonio y de haber sido interceptadas las dos notas de Koba, no fue procesado en virtud de la manifestación. El juicio se celebró un año más tarde y duró nueve días. La dirección política de los debates jurídicos fue relegada íntegramente al tierno arbitrio de abogados liberales. Cierto es que salieron del paso con penas mínimas para los veintiún encartados, pero sólo a costa de disminuir la importancia revolucionaria de los acontecimientos de Batum.
El agente de policía que detuvo a los dirigentes de la organización de Batum caracterizaba a Koba en su informe como uno "que había sido expulsado del Seminario Teológico, vivía en Batum sin documentos escritos ni ocupación definida, y sin residencia propia, el vecino de Gori, José Djugashvili". La referencia a la expulsión del Seminario no es de índole documental, pues un simple agente no podía tener archivos a su disposición, y probablemente no hacía más que repetir rumores en su informe escrito; mucho más importante es la alusión al hecho de que Koba no tenía pasaporte, ocupación definida ni residencia fija; las tres típicas características del troglodita revolucionario.
En las viejas y abandonadas prisiones provinciales de Batum, Kutais y nuevamente Batum, Koba pasó más de un año y medio. En aquellos días, tal era el lapso obligado de encierro en espera de la investigación y el exilio. El régimen de las prisiones, como el del país en conjunto, era una mezcla de bárbaro y paternal. 
Unas relaciones apacibles y aun familiares con la administración de la cárcel desembocaban a veces en súbitas protestas tempestuosas, durante las cuales los presos golpeaban con las botas las paredes de sus celdas, vociferaban, silbaban, rompían las escudillas y todos los enseres. Cuando se calmaba la tormenta, volvía una temporada de sosiego. Lolua se refiere concisamente a una  de estas explosiones en la cárcel de Kutais "por iniciativa y bajo la dirección de Stalin". No hay razón para dudar de que Koba tomase parte prominente en conflictos carcelarios, y que en contactos con el personal de la prisión supiera defenderse y defender a los demás. 
"Metodizó su vida en la cárcel -escribía Kalandadze treinta y cinco años más tarde-. Se levantaba por la mañana temprano, hacía gimnasia, y luego se entregaba al estudio del idioma alemán y de la literatura sobre economía..." No es difícil, ni mucho menos, imaginarse una lista de esos libros: composiciones populares, esto es, vulgarizaciones sobre ciencias naturales; algo de Darwin; la Historia de la Cultura, de Lippert; acaso Buckle y Draper en traducciones del setenta y pico; las Biografías de Grandes Hombres en la edición de Pavlenkov; las doctrinas económicas de Marx, explicadas por el profesor ruso Sieber; algo de Historia rusa, el famoso libro de Beltov sobre materialismo histórico (bajo este seudónimo aparecía el emigrado Plejanov en la literatura legal); finalmente, la ponderada investigación del desarrollo del capitalismo ruso, publicada en el año 1899, y escrita por el desterrado V. Ulianov, el futuro N. Lenin, bajo su seudónimo legal de V. Ilin. Allí estaban todos estos libros, poco más o menos. En los conocimientos teóricos del joven agitador había, naturalmente, grandes claros. Pero no parecía estar mal pertrechado contra las enseñanzas de la Iglesia, los argumentos del liberalismo y, especialmente, los prejuicios del populismo.
En el curso de la última década del siglo pasado, las teorías del marxismo triunfaron sobre las del populismo, y esta victoria tuvo su apoyo en los éxitos capitalistas y en el desarrollo del movimiento obrero. Sin embargo, las huelgas y manifestaciones de los obreros estimularon el despertar de la aldea, lo que, a su vez, trajo como consecuencia un resurgir de la idea populista entre la intelectualidad de las ciudades. Así, al comenzar el siglo comenzó a desarrollarse con bastante rapidez aquella híbrida tendencia revolucionaria que constaba de unas migajas de marxismo, repudiaba las expresiones románticas Zemlia y Svoboda (Tierra y Libertad) y Narodnaia Volia (La Voluntad del Pueblo), adjudicándose el título más europeo de Partido Socialista Revolucionario (Partido S-R [Essar]). La lucha contra el "economismo" había terminado fundamentalmente en el invierno de l902-1903. Las ideas de la Iskra hallaron una confirmación demasiado convincente en los éxitos de la agitación política y de las manifestaciones callejeras. A partir de 1902, Iskra dedicó cada vez más espacio a atacar el programa ecléctico de los socialistas revolucionarios y los métodos de terrorismo individual que predicaban. La apasionada polémica entre los "peligrises" y los grises llegó a todos los rincones del país, incluso a las prisiones, naturalmente. En más de una ocasión, Koba se vio obligado a discutir con sus nuevos adversarios; es de creer que lo hiciera con éxito suficiente; Iskra le proporcionaba para ello excelentes argumentos.
Como Koba no fue procesado ni sometido a juicio en virtud de la manifestación, su interrogatorio corrió a cargo de los gendarmes. Los métodos de investigación secreta, como los del régimen carcelario, diferían mucho de uno a otro lugar del país. En la capital, los gendarmes eran más cultos y circunspectos; en las provincias se acentuaba su rudeza. En el Cáucaso, con sus costumbres arcaicas y sus relaciones sociales de tipo colonial, los gendarmes recurrían a las formas de violencia más brutales, sobre  todo cuando trataban con víctimas desvalidas, inexpertas y pobres de espíritu.
"Presiones, amenazas, tormentos, falsificación de declaraciones  de testigos, soborno de testigos falsos, forja e inflación de casos, dando decisiva y absoluta importancia a los informes de los agentes secretos..., tales eran las características especiales del método a que se atenían los gendarmes en los casos a ellos encomendados."
Arkomed, que escribió las anteriores líneas, dice que el gendarme Larrov solía recurrir a métodos inquisitoriales para obtener "confesiones" que sabía de antemano ser falsas. Estos procedimientos policíacos dejaron seguramente una impresión duradera  en Stalin, pues treinta años después había de aplicar los métodos del capitán Larrov en una escala colosal. De los recuerdos de la cárcel de Lolua sacamos en consecuencia, en otro aspecto, que "el camarada Soso no era partidario de hablar de vy (vos) a sus camaradas", alegando que los servidores del zar se dirigían así a los agitadores cuando los enviaban al patíbulo. En realidad, el uso del ty (tú) era corriente en los círculos revolucionarios, especialmente en el Cáucaso. Pocas décadas más tarde, Koba habría de enviar al patíbulo a no pocos de sus antiguos camaradas, con los que, a diferencia de los "servidores de los zares", había estado tuteándose desde sus años jóvenes. Pero de esto ya hablaremos detenidamente mucho más adelante.
Es sorprendente que aún no se hayan publicado los registros de los interrogatorios a que la policía sometió a Koba con ocasión de aquel primer encarcelamiento, como tampoco los referentes a sus detenciones sucesivas. Por lo general, la organización de Iskra ordenaba a sus miembros que se negasen a declarar. Los agitadores solían escribir: "Soy desde hace tiempo socialdemócrata por convicción; rechazo y niego los cargos de que se me acusa; renuncio a declarar ni a tomar parte en ninguna investigación secreta." Sólo tratándose de una vista pública, a la cual sólo acudían las autoridades en casos excepcionales, aparecían los iskrovitas con banderas desplegadas. La negativa a declarar, perfectamente justificada desde el punto de vista de los intereses del Partido en conjunto, en ciertos casos hacía bastante difícil la situación del detenido. En abril de 1902, Koba, según hemos visto, trató de probar la coartada valiéndose de una treta que ponía en riesgo la seguridad de otros. Puede suponerse que en otras ocasiones, pensara también en el éxito de su propia sutileza más que en las normas de conducta obligatorias para todos. En consecuencia, es probable que toda la serie de sus declaraciones ante la policía no constituyan un historial muy halagüeño, ni tampoco muy heroico. ésta es la única explicación posible del hecho de que no se hayan publicado los informes de las declaraciones de Stalin ante la policía.
La inmensa mayoría de los agitadores eran sometidos a penas de lo que llamaban "orden administrativo". A base de los informes de la gendarmería, la "Conferencia Especial" de San Petersburgo, compuesta de cuatro funcionarios de alta categoría de los Ministerios del Interior y de Justicia, pronunciaba veredictos en ausencia de los acusados, y el Ministerio del Interior los confirmaba. El 25 de julio de 1903, el gobernador de Tiflis recibió de la capital un fallo de este género, ordenándole desterrar a dieciséis prisioneros políticos a la Siberia oriental, bajo la vigilancia directa de la policía. Los nombres se ordenaban, como era costumbre, según la gravedad del delito o la culpabilidad del delincuente, y el lugar específico de destierro en Siberia era proporcionalmente mejor o peor. Los primeros dos lugares de aquella lista correspondieron a Kurnatovsky y Franchesky, que fueron sentenciados a cuatro años; otras catorce personas fueron desterradas por tres años, figurando en primer lugar Silvestre Dzhibladze, a quien ya conocemos, y José Djugashvili en undécimo lugar. Los jefes de la gendarmería no le consideraban, por lo visto, muy importante entre los agitadores.
En noviembre, Koba, con otros desterrados, fue trasladado desde Batum al Gobierno de Irkutsk. Transportados de una parada de penados a otra, estuvieron casi tres meses de camino. Mientras tanto, la revolución borbotaba, y cada cual trataba de huir lo  antes posible. A comienzos de 1904, el sistema de destierro se había convertido en una criba. En la mayoría de los casos no era muy difícil escapar; cada provincia tenía sus propios "centros" secretos, que suministraban pasaportes falsos, dinero y direcciones. Koba permaneció en la aldea de Novaya Uda no más de un mes, es decir, justamente el tiempo necesario para echar una ojeada, encontrar los indispensables contactos y trazar un plan  de acción. Alliluyev, padre de la segunda mujer de Stalin, manifiesta que durante su primera tentativa de fuga, Koba salió con la cara y las orejas congeladas y tuvo que regresar en busca de ropas de más abrigo. Una sólida troika siberiana, guiada por un auriga de confianza, le condujo a toda prisa por la carretera nevada a la próxima estación de ferrocarril. El viaje de regreso a  través de los Urales no duró tres meses, sino alrededor de una semana.
La revolución siguió adelante. La primera generación de la socialdemocracia rusa, encabezada por Plejanov, comenzó su actividad crítica y propagandística al comenzar la penúltima década del siglo pasado. Los precursores se contaban entonces uno a  uno; luego, por docenas. La segunda generación, guiada por Lenin (catorce años más joven que Plejanov), entró en la liza política a principios de la década siguiente, final del siglo. Los socialdemócratas ya eran unos centenares. La tercera generación, compuesta de gente diez años más joven que Lenin, se alistó en la contienda revolucionaria a fines del siglo pasado y comienzos del actual. A esa generación, formada ya por millares, pertenecían Stalin, Rikov, Zinoviev, Kamenev, el autor de este libro y otras muchos más.
En marzo de 1898, en la ciudad provinciana de Minsk, se reunieron los representantes de nueve Comités locales y fundaron el partido obrero socialdemócrata ruso. No tardaron en ser detenidos todos los participantes. Es muy posible que las resoluciones del Congreso se recibieran en seguida en Tiflis, donde el seminarista Djugashvili se proponía incorporarse a la socialdemocracia. En Congreso de Minsk, preparado por los contemporáneos de Lenin, proclamó simplemente el Partido, pero no lo creó. Un golpe fuerte de la policía zarista resultó bastante para destruir los débiles nexos del Partido por largo tiempo. En el transcurso de los pocos años siguientes, el movimiento, que principalmente tenía raíces económicas, las fijó en diferentes Localidades. Los jóvenes socialdemócratas solían desarrollar sus actividades sin salir del sitio de residencia, hasta que los detenían y enviaban al destierro. Era excepcional que fuesen de otra ciudad activistas o delegados del Partido. La transición al estado ilegal para soslayar el peligro de detención era casi desconocida entonces no se tenía la experiencia ni los medios técnicos para ello, ni tampoco los necesarios contactos.
A partir de 1900, Iskra comenzó a establecer una organización centralizada. Sin duda alguna, el director durante aquel período fue Lenin, quien, con todo derecho, relegó a segundo término a "los viejos" capitaneados por Plejanov. La construcción del Partido halló sus cimientos en el vuelo incomparablemente más amplio del movimiento obrero que levantó la nueva generación revolucionaria, considerablemente más numerosas que aquella de donde había emergido el mismo Lenin. La tarea inmediata de Iskra fue elegir entre los trabajadores locales las personas de más brío y utilizarlas en la creación de un aparato central capaz de dirigir la lucha revolucionaria en todo el país. El número de adictos a la Iskra era considerable y crecía por momentos. Pero el número de iskrovistas auténticos, de agentes de confianza del centro enclavado en el extranjero, era limitado por necesidad: no excedía de veinte a treinta personas. Lo más Característico del iskrovista era su apartamiento de la propia ciudad, del propio Gobierno, de la propia provincia, con objeto de estructurar el Partido. En el diccionario del Iskra, "localismo" era sinónimo de atraso, mezquindad, casi de retroceso. "Unidos en un compacto grupo conspirador de agitadores profesionales -escribía el general Spiridovich, de la gendarmería-, iban de un lugar a otro, adonde quiera que hubiese Comités de Partido, se ponían en contacto con sus miembros, les entregaban literatura ilegal, les ayudaban a montar imprentas clandestinas y recogían a la vez información para la Iskra. Se introducían en los Comités locales, hacían su propaganda contra el "economismo", eliminaban a sus adversarios ideológicos, y de este modo sometían los Comités a su influencia" El gendarme jubilado da en estas líneas una caracterización bastante exacta de los iskrovistas. Eran miembros de una orden errante, por encima de las organizaciones, en las cuales sólo veían un palenque donde ejercitar su influencia.
Koba no tomó parte en aquella labor de responsabilidad. Fue primero un socialdemócrata en Tiflis, como después en Batum; esto es, un agitador de vía estrecha local. El contacto del Cáucaso con Iskra y con Rusia central se estableció mediante Krassin, Kurnatovsky y otros. Toda la labor de unificar los Comités y grupos locales en un Partido centralizado se hizo sin el concurso de Koba. Esta circunstancia (que se funda sin la más ligera sombra de duda en la correspondencia de entonces, las memorias y otros documentos) es muy importante para valorar el desarrollo político de Stalin; éste avanzaba lentamente, vacilando, a tientas.
En febrero de 1902, se confiaba en celebrar en Kiev un conclave de los iskrovistas que eran agentes del centro del extranjero. "A aquella conferencia -escribe Pyatnitsky- acudieron representantes de todas partes de Rusia." Al descubrir que se les vigilaba, comenzaron a salir apresuradamente de la ciudad en todas direcciones. Sin embargo, todos fueron detenidos, unos en Kiev y otros en ruta. Pocos meses después practicaron la famosa evasión de, aquella cárcel. Koba, que por entonces trabajaba en Batum, no fue invitado a la reunión de Kiev y, sin duda, nada sabía de ella. 
El provincialismo político de Koba se aclara en forma muy instructiva por sus relaciones con el cuerpo extranjero o, más bien, por la falta de toda relación con el mismo. A mediados del siglo anterior, los emigrados seguían desempeñando casi invariablemente el papel dominante en el movimiento revolucionario ruso. Entre detenciones constantes, destierros y ejecuciones en la Rusia zarista, los sitios frecuentados por aquellos hombres, teóricos, publicistas y organizadores de lo más sobresaliente, eran los únicos sectores continuamente activos del movimiento, y así, por la naturaleza de las cosas, dejaban su impronta en él. El Consejo de redacción de Iskra se convirtió incuestionablemente a principios de siglo en el centro de la socialdemocracia. De allí emanaban no sólo las consignas políticas, sino también las instrucciones prácticas. No había agitador que no anhelase pasar lo antes posible algún tiempo en el extranjero para ver y oír a los dirigentes, para revisar y pulir sus propias opiniones para establecer contacto permanente con la Iskra y, por su mediación, con los trabajadores clandestinos dentro de la misma Rusia. V. Kozhevnikova, que en cierta época estuvo junto a Lenin ocupado en trabajo exterior, habla de cómo "desde el destierro y el camino hacia el destierro comenzó una huida general al extranjero, para encaminarse a las oficinas editoriales de Iskra... y volver otra vez a Rusia, al trabajo activo". El joven menestral Nogin (por escoger un ejemplo entre cien) se escapó en abril de 1903 del destierro al extranjero, "para ponerse al corriente de la vida -según escribía a un amigo suyo-, para leer y aprender". Pocos meses más tarde volvía ilegalmente a Rusia como agente de la Iskra. Los diez participantes en la mencionada evasión de la cárcel de Kiev, entre ellos el futuro diplomático del Soviet, Litvinov, se encontraron pronto al otro lado de las fronteras. Uno tras otro, todos ellos fueron volviendo a Rusia, para preparar el Congreso del Partido. Respecto a estos y otros agentes de confianza, Krupskaia escribe en sus memorias: "Iskra sostenía una activa correspondencia con todos. Vladimiro Ilich leía todas las cartas. Conocíamos al detalle lo que hacía cada agente de la Iskra, y con ellos discutíamos contactos y les informábamos de las detenciones y demás incidentes." Entre esos agentes los había contemporáneos de Lenin y también de Stalin. Pero, hasta entonces, Koba no figuraba en la capa superior de los agitadores, diseminadores del centralismo, constructores de un partido unificado. Seguía siendo un "activista local", caucásico, provincial congénito.

En junio de 1903, el Congreso del Partido, preparado por Iskra, se reunió, por fin, en Bruselas. Bajo la presión de los diplomáticos zaristas y la policía belga, que obsequiosamente les servía, tuvo necesidad de trasladar la sede de sus deliberaciones a Londres. El Congreso adoptó el programa trazado por Plejanov, y tomó resoluciones en cuanto a táctica; pero cuando se pasó a cuestiones de organización, surgieron inesperadas diferencias de criterio entre los mismos iskrovistas, que dominaban en el Congreso. Ambos bandos, incluso los "duros" o radicales, dirigidos por Lenin, y los "blandos" o moderados, encabezados por Martov, supusieron al principio que las diferencias no eran fundamentales. Tanto más sorprendente, pues, fue el choque entre las dos tendencias. El Partido, que acababa de unificarse, hallóse de pronto a punto de hundirse.
"Ya en 1903, estando preso, y habiéndose enterado por camaradas que regresaban del segundo Congreso de las serias diferencias de opinión entre bolcheviques y mencheviques, Stalin se unió resueltamente a los bolcheviques." Así se lee en una biografía escrita al dictado de Stalin, que viene a ser una instrucción para historiadores del Partido. Pero sería muy poco cauto considerar tal instrucción con excesiva confianza. En el Congreso que condujo a la ruptura, había tres delegados del Cáucaso. ¿Con quién de ellos se encontró Koba, y cómo habló con él precisamente, si se hallaba confinado y solitario? La sola confirmación de esta versión de Stalin viene de Iremashvili: "Koba, que siempre sido partidario entusiasta de los métodos violentos leninistas -escribe-, inmediatamente se pronunció por los bolcheviques y se convirtió en su más afamado paladín y adalid en Georgia." Sin embargo, este testimonio, a pesar de su carácter categórico, peca de flagrante anacronismo. Antes del Congreso, nadie, incluyendo al mismo Lenin, había propugnado los "violentos métodos leninistas" en oposición a los métodos de los miembros del Consejo de redacción que habían de ser los futuros jefes del menchevismo. En el Congreso, los debates no versaron sobre métodos revolucionarios; no habían surgido aún diferencias tácticas de opinión. Iremashvili se equivoca, sin duda; y no es extraño: Koba estuvo preso todo el año 1903, de modo que Iremashvili no pudo recoger directamente impresiones suyas. En general, aunque sus observaciones psicológicas y sus recuerdos de hechos reales son en absoluto convincentes y casi siempre confirmables, sus observaciones políticas ya no son tan de fiar. Parece como si le faltara el instinto y el fondo necesarios para comprender la evolución de las tendencias revolucionarias en pugna; en esa esfera nos ofrece conjeturas retrospectivas, dictadas por sus propias opiniones de tiempos más recientes.
La disputa del segundo Congreso se extendió, en realidad, a la cuestión de quién había de ser miembro del Partido; si éste había de incluir solamente a los que ya lo eran de la organización ilegal, o a quienquiera que sistemáticamente participara en la lucha revolucionaria bajo la dirección de Comités locales. En el momento de la discusión, dijo Lenin: "Yo no estimo la diferencia de opinión entre nosotros tan esencial que de ella dependa la vida o la muerte de nuestro Partido. Estamos muy lejos de hundirnos por una cláusula deficiente en nuestros reglamentos." Hacia el final del Congreso hubo también debate sobre la cuestión de personal del Consejo de redacción de Iskra y del Comité Central; y nunca traspasaron las diferencias de criterio estos reducidos límites. Lenin trató de fijar límites precisos y explícitos al Partido, una composición compacta del Consejo de redacción y una disciplina severa. Martov y sus amigos preferían una organización más holgada, algo más parecido a un círculo familiar. No obstante, ambas partes estaban sólo tanteando sus respectivos caminos, y a pesar de la aspereza del conflicto, nadie pensó que aquellas diferencias de opinión fuesen "sumamente serias". Según una observación que Lenin hizo más tarde, la lucha en el Congreso fue algo así como una "anticipación".
Lunacharsky, el primer dirigente soviético en materia de educación, escribía poco después:
"La dificultad mayor en aquella disputa consistió en que el segundo Congreso, al hendir el Partido, no había sondeado aún las diferencias realmente profundas que existían entre los martovistas, por un lado, y los leninistas, por otro. Estas diferencias parecían girar entonces en tomo a un párrafo de los estatutos del Partido y del personal del Consejo de redacción. Muchos se sentían desconcertados por la insignificancia del motivo que condujo al cisma."
En el Cáucaso, en atención a su atraso social y político, lo ocurrido en el Congreso se comprendió aún peor que en otros sitios. Verdad es que los tres delegados caucásicos, en el ardor de la pasión, se unieron a la mayoría en Londres. Pero es significativo que los tres se hicieron más tarde mencheviques: Topuridze abandonó a la mayoría al final del mismo Congreso; Zurabov y Knunyants se pasaron a los mencheviques en el curso de los años siguientes. La famosa imprenta ilegal del Cáucaso, donde predominaban las simpatías bolcheviques, siguió siendo el órgano central del Partido. "Nuestras diferencias de opinión -escribe Yenukidze- no se reflejaban para nada en nuestro trabajo." Sólo después del tercer Congreso del Partido, es decir, no hasta mediados de 1905, pasó la imprenta a poder del Comité Central bolchevique. Por consiguiente, no hay razón para dar crédito a la aserción de que Koba, encerrado en una prisión remota, pudiera valorar, desde luego, las diferencias como "sumamente serias". Nunca fue su fuerte la previsión. Y no seria difícil censurar a un joven agitador, aun menos circunspecto y suspicaz, que hubiera partido para Siberia sin tomar posiciones en la lucha interna del Partido.
Desde Siberia, Koba volvió directamente a Tiflis; este hecho no puede menos de causar asombro. Fugitivos totalmente desconocidos, rara vez volvían a sus residencias habituales, donde la policía, siempre vigilante, no tardaría en localizarlos y vigilarlos, especialmente tratándose, no de San Petersburgo o Moscú, sino de una pequeña ciudad de provincia como Tiflis. Pero el joven Djugashvili no se había desprendido aún de su cordón umbilical caucásico; el lenguaje usado en su propaganda seguía siendo georgiano casi exclusivamente. Además, no se consideraba foco de la atención de la policía. Aún no se había propuesto probar sus aptitudes en la Rusia central. No era conocido fuera del país, ni tampoco intentó salir de él. Además, al parecer, había otro motivo le retenía en Tiflis; si Iremashvili no se confunde en su cronología, por entonces ya se había casado Koba. Durante su encierro y deportación, su joven esposa se había quedado en Tiflis.
La guerra con el Japón, que habla empezado en enero de 1904, debilitó al principio el movimiento obrero, pero a fines de aquel año le infundió un ímpetu antes desconocido. Las derrotas militares del zarismo disiparon rápidamente los alardes patrioteros al principio habían invadido los círculos liberales y algunos estudiantiles. El derrotismo, aunque con un coeficiente variable, crecía en predominio, no sólo entre las masas revolucionarias, sino hasta la burguesía, de oposición. A pesar de todo ello, la socialdemocracia, antes del inminente cataclismo, pasó por meses de estancamiento y de indisposición interna. Las diferencias entre bolcheviques y mencheviques, exageradas por indefinidas aún, poco a poco empezaron a rezumar a través de los dañados confines del cuartel general del Partido, e invadieron todo el campo de la estrategia revolucionaria.
"El trabajo de Stalin durante el período 1904-1905 se volvió bajo la bandera de una enconada lucha contra el menchevismo", expone su biógrafo oficial. "Literalmente en sus propias espaldas sostuvo lo más duro de la lucha con los mencheviques en el Cáucaso, desde 1904 hasta 1908", escribe Yenukidze en sus memorias, recientemente revisadas, Beria afirma que después de su fuga desde el destierro, Stalin "organizó y dirigió la lucha contra los mencheviques, quienes, después del segundo Congreso del Partido, durante la ausencia de Stalin, desarrollaron particular actividad". Estos autores quieren evidenciar demasiado. Si tuviéramos que admitir como artículo de fe la declaración de que ya en los años 1901-1903, Stalin estaba desempeñando un puesto de dirección en la socialdemocracia caucásica, en que se había unido a los bolcheviques en 1903, y de que en febrero de 1904 había comenzado su pugna contra el menchevismo, entonces habríamos de detenernos estupefactos ante los insignificantes resultados conseguidos con tanto esfuerzo de su parte; en vísperas de la revolución de 1905, los bolcheviques georgianos se contaban literalmente uno a uno. La referencia de Beria de que los mencheviques desarrollaron articular actividad "durante la ausencia de Stalin" suena casi a ironía. La Georgia pequeñoburguesa, incluyendo a Tiflis, siguió tiendo la fortaleza del menchevismo durante una veintena de años, sin tener para nada en cuenta la presencia o la ausencia de nadie en particular. En la revolución de 1905, los trabajadores y campesinos de Georgia siguieron como un solo hombre a la facción menchevique; en las cuatro Dumas, Georgia estuvo representada invariablemente por mencheviques; en la revolución de febrero de 1917, el menchevismo georgiano proporcionó en toda Rusia dirigentes de calibre nacional: Tseretelli, Chjiedze y otros. Finalmente, aun después de establecido el Gobierno soviético en Georgia, el menchevismo seguía ejerciendo allí considerable influencia, que se manifestó más tarde en el levantamiento de 1924. "¡Toda Georgia debe ser arrasada!", decía Stalin, resumiendo las lecciones de la sublevación georgiana en la sesión del Buró político de otoño de 1924, esto es, veinte años después de haber él "iniciado una enconada lucha contra el menchevismo". Por consiguiente, sería más correcto y más justo para Stalin no exagerar el papel de Koba durante los primeros años del siglo.
Koba volvió del destierro como miembro del Comité del Cáucaso, para el cual había sido elegido en su ausencia, durante su estancia en presidio, en una conferencia de las organizaciones de Transcaucasia. Es posible que a principio de 1904 una mayoría de los miembros del Comité simpatizara ya con la mayoría del Congreso de Londres; pero eso por sí solo no indica que la simpatía estuviese con Koba. Las organizaciones locales del Cáucaso tendían claramente hacia los mencheviques. El Comité Central conciliador del Partido, que presidía Krassin, era por entonces opuesto a Lenin. La Iskra estaba enteramente en manos de los mencheviques. En estas condiciones, el Comité caucásico, con sus tendencias bolcheviques, parecía suspendido en el aire. Pero Koba prefería pisar terreno firme. Apreciaba el aparato más que la idea.
La información oficial sobre las actividades de Koba en 1904, es sumamente borrosa y poco verosímil. Deja en duda si desarrolló alguna actividad en Tiflis, y, en este caso, en qué consistió su labor. Es difícilmente admisible que un evadido de Siberia pudiera exhibirse en círculos obreros, donde eran muchos los que le conocían. Es probable que precisamente por eso se trasladara Koba a Bakú ya en junio. En cuanto a su trabajo allí, se nos informa con las frases de rigor: "Dirigió la lucha de los bolcheviques de Bakú", "puso en evidencia a los mencheviques". ¡Ni un simple hecho, ni un solo recuerdo específico! Si Koba escribió algo durante aquellos meses, es que se ha omitido su publicación, y seguramente no por olvido.
Por otra parte, los intentos tardíos de presentar a Stalin como fundador de la socialdemocracia de Bakú, no tiene ningún fundamento. Los primeros círculos de trabajadores en la humosa y triste ciudad envenenada por la pendencia entre tártaros y armenios 1896. La base de una organización más completa fue obra, tres años más tarde, de Abel Yenukidze, en colaboración con Lado Ketsjoveli; organizó el Comité de Bakú, que simpatizaba con los iskrovistas. Gracias a los esfuerzos de los hermanos Yenukidze, muy relacionados con Krassin, se montó una gran imprenta clandestina en Bakú en 1903, y esta imprenta desempeñó un importante papel en la labor preparatoria de la primera revolución. En aquella imprenta, bolcheviques y mencheviques trabajaron juntos fraternalmente hasta mediados de 1905. Cuando el viejo Abel Yenukidze, durante muchos años secretario general del Comité Ejecutivo Central de la Unión Soviética, cayó en desgracia con Stalin, fue obligado en 1935 a revisar de nuevo sus Memorias de 1923, sustituyendo hechos bien probados por meros asertos respecto al papel inspirador y director de Soso en el Cáucaso y particularmente en Bakú. Su condescendencia no salvó a Yenukidze de su sino, ni tampoco añadió un solo rasgo de vida a la 
biografía de Stalin.
Cuando primero apareció Koba en el horizonte de Bakú, en junio de 1904, la organización socialdemócrata local tenía en su haber un historial de ocho años de actividad revolucionaria. La "Ciudad negra" había intervenido eficazmente en el movimiento obrero durante los años precedentes. La primavera había abatido sobre Bakú una huelga general que desencadenó un alud de huelgas y manifestaciones por todo el sur de Rusia. Vera Zasulitch fue quien primero apreció estos avances al principio de la revolución. Por el carácter más proletario de Bakú, especialmente en comparación con Tiflis, los bolcheviques consiguieron asegurarse allí una posición firme antes que en ningún otro lugar del Cáucaso. El mismo Majaradze, que había usado el vocablo de la jerga de Tiflis, kinto, con referencia a Stalin, dice que en el otoño de 1904 se creó en Bakú, "bajo la dirección inmediata de Soso, una organización especial para trabajo revolucionario entre los atrasados obreros de la industria petrolífera, tártaros, azerbaijanos y persas". Ese testimonio despertaría menos dudas si Majaradze lo hubiera hecho constar en la primera edición de sus Memorias y no diez años después, cuando, bajo el látigo de Beria, volvió a escribir la historia entera de la socialdemocracia caucásica. El proceso de su gradual acercamiento a la "verdad" oficial tuvo su complemento en la proscripción de todas las ediciones anteriores de su obra como engendro del Espíritu Perverso, y su retirada de la circulación.
Al volver de Siberia, Koba encontró, sin duda, a Kamenev que había conocido en Tiflis y era allí uno de los primeros jóvenes adeptos de Lenin.
Es posible que fuese Kamenev, recién Regado del extranjero, quien contribuyese a convertir a Koba al bolchevismo. Pero el nombre de Kamenev fue borrado de la historia del Partido pocos años antes de que el mismo Kamenev fuese fusilado a pretexto de una fantástica acusación. De todos modos, la verdadera historia del bolchevismo caucásico comenzó, no al regresar Koba del destierro, sino en el otoño de 1904. Esta fecha se confirma en diversos aspectos, aun por parte de autores oficiales, de no verse obligados a referirse específicamente a Stalin. En noviembre de 1904 se celebró una conferencia bolchevique en Tiflis, a la que acudieron quince delegados de organizaciones locales caucásicas, en su mayoría grupos insignificantes. Se aprobó una resolución so del Partido. Este pidiendo la convocatoria de un nuevo Congreso del Partido. Este acto era una abierta declaración de guerra, no sólo contra los mencheviques, sino también contra el conciliador Comité Central. Si Koba hubiese tomado parte en esta primera conferencia de los bolcheviques del Cáucaso, Beria y los otros historiadores no hubieran dejado de consignar que la conferencia se había celebrado "Por iniciativa y bajo la dirección del camarada Stalin". El silencio absoluto sobre el particular significa que Koba, a la sazón en el Cáucaso, no participó en la conferencia, o, en otras palabras, que ni una sola organización bolchevique le envió como delegado. La conferencia eligió un Buró, y Koba no fue incluido como miembro del mismo. Todo ello hubiera sido inconcebible de haber desempeñado algún puesto prominente entre los bolcheviques del Cáucaso.
Víctor Taratuta, que asistió a la conferencia como delegado de Batum y más tarde fue miembro del Comité Central del Partido, nos da una indicación bastante clara e incuestionable respecto a quién era por entonces el dirigente de los bolcheviques caucásicos. "En la conferencia regional del Cáucaso, que tuvo lugar a fines de 1904 o primeros de 1905 -escribe-, conocí al camarada Kamenev, León Borisovich, en su calidad de dirigente de las organizaciones bolcheviques del Cáucaso. En aquella conferencia regional, el camarada Kamenev fue elegido propagandista móvil, encargado de recorrer el país en todos sentidos, a fin de propugnar la convocatoria de un nuevo Congreso del Partido. Al mismo tiempo, se delegó en él para que visitara a los Comités de todo el país y estableciese contacto con nuestros centros del extranjero por aquella época." Este autorizado testimonio no dice una sola palabra acerca de la participación de Koba.
En tales circunstancias no podía existir, naturalmente, motivo alguno para incluir a Koba en el centro general ruso de los bolcheviques, el "Buró de los Comités de la Mayoría", compuesto de diecisiete miembros, formado con objeto de convocar el Congreso. Kamenev fue elegido miembro de aquel organismo como representante del Cáucaso. Entre los demás miembros del Buró que llegaron luego a ser famosos dirigentes del Soviet, encontramos los nombres de Rikov y Litvinov. No es ocioso advertir que Kamenev y Rikov tenían dos o tres años menos que Stalin. En conjunto, el Buró estaba compuesto de representantes de la "tercera" generación. Koba volvió por segunda vez a Bakú en diciembre de 1904, esto es, poco después de celebrada la conferencia bolchevique del Cáucaso. La víspera de su llegada estalló una huelga general en los campos y fábricas de petróleo, cogiendo por sorpresa a toda Rusia. Las organizaciones del Partido no habían aprendido indudablemente a comprender todavía la índole del carácter insurreccional de las masas, agravado por el primer año de guerra. La huelga de Bakú precedió inmediatamente al famoso domingo sangriento de San Petersburgo, la trágica marcha de los trabajadores dirigidos por el famoso pope Gapon al Palacio de Invierno, el 22 de enero de 1905. Una de las "Memorias" fabricadas en el año 1935, menciona vagamente que Stalin dirigió el Comité de huelga de Bakú y que todo aconteció bajo sus orientaciones. Pero según el mismo autor, Koba llegó a Bakú después de comenzar la huelga y permaneció en la ciudad sólo diez días en total. En realidad, fue allí con una misión especial, que probablemente tenía algo que ver con preparativos para el Congreso. Por aquel tiempo es posible que se hubiera decidido ya en favor del bolchevismo.
El mismo Stalin trató de retrasar la fecha de su incorporación a los bolcheviques. No satisfecho con la declaración de que se había hecho bolchevique antes de salir de la cárcel, declaró en 1924, en la noche conmemorativa de los cadetes del Kremlin, que había establecido contacto con Lenin por vez primera durante el tiempo de su primera deportación:

"Conocí al camarada Lenin en 1903. No fue, naturalmente, un encuentro personal, sino por correspondencia, en el curso de un cambio de cartas. Pero dejó en mí una impresión indeleble, que he conservado en todas las manifestaciones de mí trabajo dentro del Partido. Por entonces estaba yo en Siberia, deportado. ' El conocimiento de las actividades revolucionarias del camarada Lenin a principios de la última década- del siglo, y especialmente desde 1901, después de aparecer Iskra, me infundió la convicción de que en el camarada Lenin teníamos un hombre extraordinario.
"No le consideraba entonces sólo como un dirigente del Partido, sino como a su verdadero creador, porque únicamente él conocía la sustancia interna del Partido y sus necesidades perentorias. Cuando le comparaba con los otros dirigentes de nuestro Partido, me parecía siempre que los compañeros de armas del camarada Lenin (Plejanov, Martov, Axelrod y otros) quedaban todos una cabeza por debajo del camarada Lenin; que, comparado con ellos, Lenin no sólo era uno de los dirigentes, sino un dirigente de máxima categoría, un águila de las montañas que no conocía el miedo en la batalla que audazmente guiaba al Partido hacia delante por los caminos inexplorados del movimiento revolucionario ruso. Aquella impresión se infiltró tan hondamente en mi espíritu que sentí la necesidad de escribir sobre ello a uno de mis amigos íntimos, que por entonces estaba en la emigración, pidiéndole una respuesta. Poco después, estando ya deportado en Siberia (hacia fines de 1903) recibí una entusiasta contestación y una carta sencilla, pero de gran contenido, del camarada Lenin, a quien, por lo visto, mi amigo había enseñado la mía. La carta del camarada Lenin era relativamente breve, pero sometía las prácticas de nuestro Partido a una crítica resuelta e impávida, y exponía en forma clara y convincente por demás todo el plan de trabajo del Partido para el período inmediato. Sólo Lenin era capaz de escribir una carta sobre los temas más complicados de un modo tan sencillo, tan terminante y decidido, que cada frase parecía perfectamente audible. Aquella carta sencilla y audaz corroboró mi convencimiento de que en Lenin teníamos el águila montañera de nuestro Partido. No puedo perdonarme que, llevado del hábito de un viejo activista clandestino, hube de quemar la carta del camarada Lenin con muchas otras. Mis relaciones con el camarada Lenin comenzaron entonces."
La cronología de esta manifestación, tan típica de Stalin por su primitivismo psicológico y de estilo, no es únicamente lo erróneo de ella. Koba no llegó al punto de su destierro hasta enero de 1904; por consiguiente, no pudo recibir allí la carta aludida en 1903. Además, no aparece muy claro dónde y precisamente cómo escribió "a uno de sus amigos íntimos" del extranjero, puesto que antes de salir deportado pasó en la cárcel año y medio. Las personas desterradas nunca sabían de antemano adónde se las deportaba; por consiguiente Koba no pudo comunicar previamente su dirección en Siberia a su amigo emigrado, y ciertamente, tampoco hubo tiempo para escribir una carta desde el destierro y recibir respuesta del extranjero en un solo mes que Koba pasó en el destierro. Según la versión del propio Stalin, la carta de Lenin no tenía carácter personal, sino programático. Ejemplares de aquel tipo de carta enviaba invariablemente Krupskaia a diversas direcciones, en tanto que el original se conservaba en los archivos del Partido en el extranjero. Es muy poco probable que en aquella ocasión se hiciera una excepción en obsequio de un joven caucásico desconocido. Pero los archivos no contienen el original de aquella carta, cuya copia Koba quemó "llevado del hábito de un viejo activista clandestino" (por entonces tenía exactamente veinticuatro años). Pero más sorprendente es el hecho de que Stalin nada diga respecto a su respuesta a Lenin. Habiendo recibido una carta del dirigente a quien, según él mismo confiesa, veneraba como a un dios, es de razón que Koba le hubiese contestado en el acto. Sin embargo, nada dice de esto Stalin, y no por casualidad: los archivos de Lenin y Krupskaia no contienen la respuesta de Stalin. Naturalmente, puede haber sido interceptada por la policía; pero en tal caso, la copia se hubiese conservado en los archivos del departamento de policía y reproducido en la Prensa soviética años después. Además, aquellas relaciones no se habrían limitado a una sola carta. Un joven socialdemócrata no hubiera dejado de considerar sumamente precioso para él un contacto permanente con el dirigente de su Partido, con su "águila montañera". En cuanto a Lenin, estimaba muy valioso todo contacto con Rusia, y contestaba meticulosamente todas las cartas. Pero no ha salido a relucir correspondencia alguna entre Lenin y Koba en el curso de estos últimos años. Todo lo que expone mueve a perplejidad, todo, salvo sus propósitos.
El año 1904 fue, quizá, el más difícil de la vida de Lenin, exceptuando los últimos años de su enfermedad. Sin desearlo ni preverlo, rompió con todos los dirigentes más conocidos de la socialdemocracia rusa, y durante mucho tiempo después no pudo encontrar a uno solo capaz de remplazar a sus antiguos compañeros de lucha. Los literatos bolcheviques se reclutaron despacio y con gran esfuerzo, y no podían equipararse a los redactores del Iskra. Lyadov, uno de los más activos bolcheviques de aquellos días, y que en 1904 estaba con Lenin en Ginebra, recordaba veinte años después: "Llegó Olminsky, llegó Varovsky, y también Bogdanov..., aguardábamos la llegada de Lunacharsky, del que Bogdanov aseguraba que se uniría a nosotros en seguida." Estos hombres iban regresando del destierro, precedidos de su reputación y esperados. Pero al movilizar el cuadro de redacción del periódico faccionario, nadie sugirió a Koba como posibilidad. Y hoy se le pinta como prominente líder bolchevique de aquella época. El primer número del periódico Vperyod (Adelante) apareció por fin el 22 de diciembre, en Ginebra. Koba no tuvo absolutamente ninguna participación en aquel trascendente episodio de la vida de su facción. Ni siquiera se puso en contacto con los redactores. El periódico no contenía artículos suyos, ni tampoco información de su procedencia. Esto sería increíble de haber sido por entonces dirigente de los bolcheviques del Cáucaso.
Por último, existe testimonio directo y documental en apoyo de la conclusión que sacábamos a base de pruebas circunstanciales. En un informe extenso y sumamente interesante a propósito José Djugashvili, escrito en el año 1911, por el jefe del Departamento de Policía Secreta de Tiflis, Karpov, se dice lo siguiente:

"Ha tenido actividad en la organización socialdemócrata desde 1902, primero como menchevique, y luego como bolchevique."

El informe de Karpov es el único documento entre los que conocemos que declare explícitamente que durante cierto lapso posterior al cisma, Stalin fue menchevique. El periódico de Tiflis, Zarya Vostoka, que fue lo bastante despreocupado para publicar ese documento en su número de 23 de diciembre de 1925, no pensó en dar explicaciones sobre el mismo, o no estaba en condiciones de darlas. Es seguro que el culpable sería cruelmente castigado por tal desliz. Es muy significativo que ni el mismo Stalin juzgase conveniente refutar tal informe. Ni uno siquiera de los biógrafos e historiadores oficiales del Partido volvió a referirse a documento tan importante, en tanto que se reproducían, repetían y refotografiaban insignificantes trocitos de papel. Supongamos por un instante que la gendarmería de Tiflis, que en todo caso había de ser la mejor informada sobre el particular, hubiera facilitado informes erróneos. Entonces surge la pregunta suplementaria: ¿cómo fue posible un error semejante? Si Koba hubiera sido, en efecto dirigente de los bolcheviques en el Cáucaso, el Departamento de Policía Secreta no habría dejado de saberlo. Sólo era posible cometer un error de tal bulto en materia de caracterización política con referencia a algún neófito verde o alguna figura de tercer orden, pero nunca a propósito de un "dirigente". Así, el único documento que por azar encontró acceso a las prensas, derrumba de un terrible soplo el mito oficial alimentado con tanto esfuerzo. ¡Y cuántos otros documentos semejantes se conservan bien guardados en cámaras refractarias, o bien han sido solícitamente relegados a las llamas!
Puede parecer que hemos gastado demasiado tiempo y esfuerzo en llegar a una conclusión muy modesta. ¿No es en realidad lo mismo que Koba se uniese a los bolcheviques a mediados de 1903, o que lo hiciera en vísperas de 1905? Pero esa modesta conclusión, aparte del hecho de que incidentalmente descubre ante nosotros la mecánica de la historiografía y la iconografía del Kremlin, es de considerable importancia para comprender debidamente la personalidad política de Stalin. La mayoría de quienes han escrito sobre él aceptan su transición al bolchevismo como algo inherente a su carácter, como cosa evidente, natural. Pero tal concepto es definitivamente parcial. Cierto es que la firmeza y la resolución predisponen a una persona a aceptar los métodos del bolchevismo. Pero estas características, por sí solas, no bastan para decidir. Había muchas personas de carácter firme entre los mencheviques y los socialistas revolucionarios. Y, en cambio, entre los bolcheviques no era raro encontrar personas débiles de espíritu, La psicología y el carácter no lo son todo en la índole del bolchevique que, en primer término, es una filosofía de la historia y una concepción política. En ciertas condiciones históricas, los trabajadores son empujados en la ruta del bolchevismo por todo el cuadro de sus circunstancias sociales. Esto sucede con independencia de la solidez o flaqueza de los caracteres individuales. Un intelectual necesitaba intuición política excepcional e imaginación teórica, fe nada común en el proceso histórico dialéctico y en los atributos revolucionarios de la clase trabajadora, para ligar seria y firmemente su destino al del partido bolchevique en los días en que el bolchevismo no era más que una anticipación histórica. La mayoría preponderante de los intelectuales que se incorporaron al bolchevismo en el período de su auge revolucionario lo abandonaron en los años siguientes. Era más difícil para Koba alistarse, pero asimismo era más difícil apartarse de él, pues no tenía imaginación teórica ni intuición histórica, ni don de la previsión, del mismo modo que, en cambio, carecía en absoluto de volubilidad. En una situación compleja, frente a nuevas consideraciones, Koba prefiere esperar la ocasión, mantenerse al margen o retirarse. En todos los casos en que por necesidad ha de elegir entre la idea y la máquina política, invariablemente se decide siempre por la máquina. El programa tiene que crear primero toda su burocracia antes de que Koba pueda guardarle el menor respeto. Falta de confianza en las masas, igual que en los individuos, es la base de su naturaleza. Su empirismo le empuja siempre a elegir el camino de la menor resistencia. Por eso, en general, en todos los grandes momentos de crisis de la historia, este revolucionario miope adopta una posición oportunista que le lleva muy cerca de los mencheviques y, en ocasiones, hasta le sitúa a la derecha de ellos. Al mismo tiempo, está constantemente inclinado a favorecer las acciones más decididas para resolver los problemas que ya ha dominado. En todas las circunstancias, la violencia bien organizada le parece el camino más corto entre dos puntos. Aquí conviene bosquejar una analogía. Los terroristas rusos eran en esencia pequeñoburgueses demócratas, pero eran sumamente resueltos y audaces. Los marxistas solían decir a propósito de ellos que eran "liberales con una bomba". Stalin siempre ha sido lo que sigue siendo hoy: un político de la "mediocridad áurea" que no vacila en recurrir a las medidas más extremas. Estratégicamente es un oportunista; tácticamente, un "revolucionario". En suma, un oportunista con una bomba.

Poco después de su salida del Seminario, Koba estuvo desempeñando un puesto de tenedor de libros o algo parecido en el Observatorio de Tiflis. A pesar de su "mísero salario", le gustaba aquella ocupación, según nos informa Iremashvili, porque le dejaba mucho tiempo libre para actividades revolucionarias. "Para él, lo menos importante era su personal bienestar." Nada pedía a la vida, pues le parecía incompatible toda exigencia con los principios socialistas. Tenía integridad suficiente para hacer sacrificios por su ideal. Koba era fiel al voto de pobreza que hacen sin ostentación ni ruido todos los jóvenes que se alistan en la clandestinidad revolucionaria. Además, a diferencia de muchos otros que así proceden, estaba acostumbrado a carecer de comodidades desde niño. "Le visité varias veces en su cuartucho pobre y mal amueblado de la Mijailovskaya -relata el insustituible segundo Soso-. A diario vestía Koba una sencilla blusa negra y la corbata negra que entonces era distintivo de todos los socialdemócratas. En el invierno se echaba por encima una vieja capa parda. A la cabeza nunca llevó otra cosa que la gorra rusa de visera. Aunque al dejar Koba el Seminario no estaba en muy buenos términos con la mayoría de los jóvenes marxistas del mismo, de vez en cuando hacían éstos una colecta, a pesar de todo, para aliviarle en sus apuros." Barbusse nos entera de que en 1900, esto es, un año después de abandonar el Seminario, José se encontró totalmente sin recursos: "Sus camaradas le procuraron medios para adquirir alimentos." Los documentos policíacos indican que Koba siguió empleado en el Observatorio hasta marzo de 1901, en que se vio obligado a ocultarse. Su empleo, como hemos oído, apenas le rendía lo suficiente para subsistir. "... Su sueldo apenas le alcanzaba para vestir con decencia -sigue diciendo Iremashvili-. Pero es lo cierto que él tampoco hacía nada por llevar la ropa por lo menos limpia y arreglada. Nunca se le podía ver sino con una blusa sucia y las botas sin cepillar. Detestaba desde el fondo de su corazón todo cuanto le pudiese recordar al burgués." La blusa sucia, las botas sin cepillar, el pelo revuelto eran también características generales de todos los jóvenes agitadores, especialmente en las provincias.
Al pasar en marzo de 1901 al estado ilegal, Koba se convirtió en un revolucionario profesional. A partir de entonces ya no tuvo nombre, por tener muchos. En diversos períodos, y en ocasiones al mismo tiempo, se llamó "David", "Koba", "Nizehradze", "Chizhijov", "Ivanovich", "Stalin". Análogamente, los gendarmes le aplicaban sus apodos particulares. El más persistente de ellos fue el de "Ryaboi", que aludía a su cara picada de viruelas. En adelante Koba sólo volvería al estado legal en la prisión o en el destierro, esto es, entre dos períodos de trabajo "subterráneo".
"Nunca se apartó de la unidad de propósito -escribía Yenukidze sobre el joven Stalin en sus Memorias corregidas-. Todas sus acciones, choques, amistades, se dirigían a un objetivo definido... Stalin nunca buscó la popularidad personal -añade-, y limitaba el círculo de sus relaciones a los trabajadores avanzados y a los agitadores profesionales." La finalidad de esta muletilla repetida en muchas Memorias oficiales, es explicar por qué, hasta el momento mismo de su exaltación al poder, Stalin permaneció ignorado de las masas de la nación y aun de los miembros del Partido en general. La buscaba con ansia, sin poder encontrarla. Desde el principio, la falta de popularidad le tuvo amarrado. Precisamente su incapacidad para ganarse fama en un ataque frontal, empujaba su vigorosa personalidad hacia caminos extraviados y tortuosos.
Desde bien pronto, el joven Koba había aspirado a dominar a las gentes, que en su mayoría se le antojaban más débiles que él mismo. Pero no era más instruido, ni más discreto, ni más elocuente que otros. No poseía ni uno solo de estos atributos que proporcionan simpatía. Ahora bien, era más rico que otros en fría persistencia y en sentido práctico. No se rendía a los impulsos; más bien sabía cómo someterlos a sus cálculos. Esa característica se reveló ya siendo un muchacho en la escuela. "Generalmente, José contestaba a las preguntas sin apresurarse -escribe Glurdzhide-. Si su respuesta estaba bien fundada en todos sus aspectos, la daba sin demora; si no, se reservaba durante un rato más o menos breve." Aparte de la exageración que supone lo de "bien fundada en todos sus aspectos", estas palabras hacen alusión a un rasgo bastante notable del joven Stalin que le dio una ventaja indiscutible entre los jóvenes revolucionarios, en su mayor parte impulsivos, precipitados e ingenuos.
Aun en aquellos primeros tiempos, Koba no vacilaba en enfrentar unos con otros a sus adversarios, en calumniarlos y en urdir intrigas contra todo aquel que, en algún sentido, pareciese superior a él o pudiese ser un obstáculo a su avance. La falta de dio pábulo a una atmósfera escrúpulos morales del joven Stalin dio sospecha y de rumores siniestros sobre él. Mucho de lo que para nada le afectaba, comenzaba a serle achacado. El socialista revolucionario Vereschak, que estuvo en estrecho contacto con Stalin en la cárcel, refirió en la Prensa de los emigrados, en 1928, que, al parecer, después de ser expulsado José Djugashvili del Seminario, el director recibió de él una denuncia relativa a un antiguo camarada de su grupo revolucionario. Cuando José fue obligado a responder de esta acusación ante la organización de Tiflis, parece ser que no sólo confesó haber sido el autor de la denuncia, sino que consideró aquello como algo meritorio; así, en vez de transformarse en popes y maestros, los expulsados se verían obligados a ser, según sus argumentos, agitadores activos. Todo este episodio, calcado por ciertos biógrafos crédulos, tiene todas las trazas de una invención. Una organización revolucionaria sólo puede mantener su existencia siendo inexorable con cuanto se refiera lo más mínimo a indicios de denuncia, provocación o traición. La más leve indulgencia en esa esfera, supone para ella el principio de la gangrena. Si Soso hubiera resultado culpable de recurrir a tales medios, mezcla de una parte de Maquiavelo con dos partes de Judas, es absolutamente inadmisible que el Partido hubiese tolerado en sus filas un momento más. Iremashvili, que por entonces pertenecía al mismo círculo seminarista que Koba, nada sabe de tal episodio. él, por su parte, consiguió graduarse y se hizo maestro. Ahora bien, no es un simple accidente que un invento tan ruin se relacione con el nombre de Stalin. Nada semejante se ha rumoreado a propósito de ninguno de los otros revolucionarios antiguos.
La juventud de la generación revolucionaria coincidió con la juventud del movimiento obrero. Era la época de la gente entre los dieciocho y los treinta años. Los revolucionarios de más edad eran pocos y parecían viejos. El movimiento, hasta entonces, carecía en absoluto de vividores, vivía de su fe en el futuro y de su espíritu de sacrificio. No existía aún rutina, fórmulas estereotipadas, gestos teatrales, trucos oratorias hechos de antemano. La lucha, naturalmente, era sobrado patética, tímida y torpe. Hasta las palabras "Comité", "Partido", eran cosa nueva, con una aureola de frescura primaveral, y sonaban en oídos jóvenes como inquietante y seductora melodía. Quien se afiliaba en una organización sabía que le esperaba la cárcel seguida del destierro a pocos meses de plazo. El colmo de su ambición era estar en la brecha el mayor tiempo posible antes de ser detenidos; mantenerse firmes frente a los gendarmes; aliviar en lo posible la situación de los camaradas; leer, durante la prisión, el mayor número posible de libros; escaparse cuanto antes del destierro al extranjero; adquirir allí conocimientos útiles, y volver después a la actividad revolucionaria dentro de Rusia.
Los revolucionarios profesionales creían cuanto predicaban. Podían no haber tenido otro incentivo para emprender la ruta del Calvario. La solidaridad bajo la persecución no era una palabra vacía, y aumentaba su valor el desprecio hacia la cobardía y la deserción. "Dando vueltas en mi mente al sinnúmero de camaradas a quienes tuve ocasión de conocer -escribe Eugenia Levisstkaya, refiriéndose a la organización clandestina de Odesa de 1901 a 1907-, no acierto a recordar ni un solo hecho reprensible o despreciable, ni una sola decepción o mentira. Había rozamientos, diferencias faccionales de opinión; pero esto era todo. En cierta medida, cada cual se vigilaba moralmente, se hacía mejor y más tratable en aquella familia de afectos." Odesa no era una excepción, naturalmente. Los jóvenes y las jóvenes que se entregaban por entero al movimiento revolucionario, sin pedir nada en cambio, no eran los peores representantes de su generación, La Orden de los "revolucionarios profesionales" no sale perdiendo en nada al compararla con cualquier otro grupo social.
José Djugashvili fue miembro de esa Orden, y compartió parte de sus atributos; muchos, pero no todos. Vio la finalidad de su vida en derribar los poderes existentes. El odio a ellos era en su espíritu infinitamente más activo que el amor a los oprimidos. La prisión, el destierro, los sacrificios, las privaciones no le asustaban. Sabía mirar al peligro cara a cara. Al mismo tiempo, se daba cuenta muy bien de ciertos defectos suyos, como son su torpeza, su falta de talento, la general mediocridad de su continente físico y moral. Su arrogante ambición estaba impregnada de envidia y malevolencia. Su impertinencia corría parejas con su espíritu vengativo. El destello ictérico de su mirada inducía a las personas sensibles a la cautela. Ya en sus días de colegio se hizo notar por su maña en advertir las flaquezas de los demás y por insistir sobre ellas despiadadamente. El ambiente del Cáucaso resultó sumamente favorable para fomentar estos atributos básicos de su carácter. Sin perder pie en medio de sus entusiastas, sin enardecerse entre quienes se inflamaban fácilmente y con igual facilidad se enfriaban, aprendió pronto en la vida a apreciar las ventajas de la entereza fría, de la circunspección y, especialmente, de la astucia, que, en su caso, se transformó sutilmente en marrullería. Especiales circunstancias históricas habrían de investir de primera importancia estos atributos esencialmente secundarios.

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