En 1883, cuando Soso iba entrando en su cuarto año de edad,
Bakú, la capital petrolífera del Cáucaso, estaba unida
por ferrocarril con el puerto de Batum, en el mar Negro. A su espinazo
de cordilleras asociaba la región otro de ferrocarriles. Después
de la industria del petróleo empezó a medrar la del manganeso.
En 1896, cuando Soso comenzaba a soñar con el sobrenombre de Koba,
surgió la primera huelga en los talleres ferroviarios de Tiflis.
En el desarrollo de las ideas, como en la industria, el Cáucaso
iba a la zaga de Rusia central. Durante la segunda mitad del último
decenio del siglo, y comenzando en San Petersburgo, la tendencia dominante
de la intelectualidad radical señalaba hacia el marxismo. Mientras
Koba aún languidecía en la enmohecida atmósfera de
la Teología seminarista, el movimiento socialdemócrata había
logrado alcanzar grandes dimensiones. Una oleada tempestuosa de huelgas
se extendía a lo largo y a lo ancho de todo el país. Al principio,
los primeros cientos, y luego miles de intelectuales y trabajadores sufrieron
prisión y destierro. Se había abierto un nuevo capítulo
en el movimiento revolucionario.
En 1901, cuando Koba fue elegido miembro del Comité de Tiflis,
había, aproximadamente, cuarenta mil obreros industriales en Transcaucasia
ocupados en nueve mil empresas, sin contar los talleres artesanos. Un número
insignificante, si se tiene en cuenta la superficie y las riquezas de esta
región, bañada por dos mares; de todos modos, ya estaban
sentadas las piedras angulares de la propaganda socialdemócrata.
Los pozos de petróleo de Bakú, las primeras extracciones
de manganeso de Chitaur, las actividades vivificantes de los ferrocarriles,
todo ello dio ímpetu, no sólo al movimiento huelguístico
de los obreros, sino también al pensamiento teórico de la
intelectualidad georgiana. El periódico liberal Kvali (El Surco)
registró, con sorpresa más que con hostilidad, la aparición
en el escenario político de representantes del nuevo movimiento:
"Desde 1893, algunos jóvenes que simbolizan una singular tendencia
y propugnan un programa único han venido colaborando en publicaciones
georgianas; defienden la teoría del materialismo económico."
Para distinguirlos de la nobleza progresista y de la burguesía liberal,
que habían dominado durante la década anterior, se dio a
los marxistas el remoquete de Mesamedasi, que significa "el tercer grupo".
A la cabeza del mismo figuraba Noé
Jordania, el futuro jefe de
los mencheviques ucranianos y también de la efímera democracia
georgiana.
Los intelectuales pequeñoburgueses de Rusia, que aspiraban a
librarse de la opresión del régimen policiaco y de la torpeza
de aquel hormigueo impersonal que era la vieja sociedad, tuvieron que saltarse
las etapas intermedias a causa del retraso extremo en que estaba sumido
el país. El protestantismo y la democracia, bajo cuya bandera se
habían producido las revoluciones de los siglos XVII y XVIII en
el Occidente, llevaban mucho tiempo transformadas en doctrinas conservadoras.
Los bohemios semimendicantes del Cáucaso no podían ser ya
sugestionados por abstracciones liberales. Su hostilidad a las clases privilegiadas
exigía una teoría nueva, que no hubiese incurrido aún
en concesiones. La hallaron en el socialismo occidental, en su expresión
científica más sublime, el marxismo. Ya no se litigaba sobre
la igualdad ante Dios o ante la Ley, sino sobre la igualdad económica.
En realidad, recurriendo a la remota perspectiva socialista, los intelectuales
aseguraban su lucha antizarista contra el escepticismo de los experimentos
desalentadores de la democracia occidental. Estas condiciones y circunstancias
determinaron el carácter del marxismo ruso y más aún
del caucásico, que era sumamente limitado y primitivo, por haberlo
adaptado a las necesidades políticas de intelectuales retrasados
de provincia. Falto de realismo teórico, aquel marxismo prestó,
sin embargo, un señalado servicio a los intelectuales, al inspirarlos
en su lucha contra el zarismo.
El lado crítico del marxismo de la última década
del siglo XIX estaba orientado en primer lugar contra el estéril
populismo, que mostraba un supersticioso miedo al desarrollo capitalista,
esperando encontrar en Rusia rumbos históricos privilegiados, "excepcionales".
La defensa de la misión progresiva del capitalismo pasó a
ser entonces el tema principal del marxismo y de los intelectuales, quienes
no pocas veces ponían en segundo término el programa de la
lucha de clases proletaria. En la Prensa legal, Noé Jordania predicaba
asiduamente la unidad de los intereses "de la nación"; en relación
con esto pensaba en la necesidad de unir el proletariado y la burguesía
contra la autocracia. La idea de tal unión había de convertirse
más tarde en la piedra angular de, la política menchevique,
y a la postre fue causa de su ruina. Los historiadores oficiales del Soviet
continúan aún tomando nota de la idea de Jordania, presentándola
de múltiples maneras, aunque se haya perdido hace mucho tiempo en
el curso de la contienda. Al mismo tiempo, cierran sus ojos al hecho de
que tres décadas más tarde Stalin aplicaba esa misma política
menchevique no sólo en China, sino en España, y aun en Francia,
y en circunstancias incomparablemente menos propicias que las reinantes
cuando la Georgia feudal yacía bajo las plantas del zarismo.
Pero aun en aquellos días, las ideas de Jordania no fueron universalmente
aceptadas. En 1895,
Sasha Tsulukidze que fue más tarde uno de los
más destacados propagandistas del ala izquierda, ingresó
en el Mesame-dasi. Murió tuberculoso a los veintinueve años,
dejando tras él multitud de trabajos periodísticos que prueban
su gran preparación marxista y su talento literario. En 1897, las
filas de Mesame-dasi fueron engrosadas por
Lado Ketsjoveli, quien, como
Koba, había sido alumno de la escuela teológico de Gori y
del Seminario de Tiflis. Pero era algunos años mayor que Koba, a
quien había servido de guía durante las primeras etapas de
su carrera revolucionaria. Yenukidze recordaba en 1923, cuando los autores
de Memorias aún disfrutaban de la libertad suficiente, que Stalin
"ensalzó muchas veces con admiración los extraordinarios
talentos del difunto camarada Ketsjoveli, que aun en aquellos días
sabía plantear cuestiones correctamente conforme al espíritu
del marxismo revolucionario". Ese testimonio, especialmente la referencia
a la "admiración, refuta los relatos posteriores de que ya entonces
era Koba el dirigente y Tsulukidze y Ketsjoveli tan sólo sus "auxiliares".
Puede también añadirse que los artículos del joven
Tsulukidze, en su contenido y forma, son muy superiores en todo a cuanto
escribió Koba dos o tres años después.
Habiendo ocupado su puesto en el ala izquierda del Mesame-dasi, Ketsjoveli
atrajo a su seno al joven Djugashvili en el curso del año siguiente.
En aquella época no era una organización revolucionaria,
sino un círculo de personas de opiniones coincidentes agrupadas
en torno al periódico legal Kvali, que en 1898 pasó de manos
de los liberales a las de los marxistas jóvenes, conducidos por
Jordania.
"Con frecuencia visitábamos en secreto las oficinas del Kvali
-relata Iremashvili-. Koba fue con nosotros varias veces, pero después
se burló de los miembros del Consejo editorial." Las diferencias
de opinión en el campo marxista a la sazón, aunque elementales,
no por eso dejaban de tener importancia. El ala moderada no creía
realmente en la revolución, y menos en que estuviera próxima,
y contaba con el persistente "progreso", deseando unirse con los liberales
burgueses. El ala izquierda, por el contrario, sinceramente confiaba en
un levantamiento revolucionario, de las masas, y era partidaria, por lo
tanto, de una política más independiente. En esencia, el
ala izquierda estaba integrada por demócratas revolucionarios que
se entregaban a una natural oposición frente a los semiliberales
"marxistas". En virtud de su anterior ambiente y de su carácter
personal, era natural que Soso se inclinase instintivamente hacia el ala
izquierda. Un demócrata plebeyo, de tipo provinciano, armado de
una doctrina "marxista" bastante primitiva; así fue cómo
se incorporó al movimiento revolucionario, y así continuó
en lo esencial hasta el fin, a pesar de la órbita fantástica
de su sino personal.
En 1898, siendo aún seminarista, Koba se puso en contacto con
trabajadores y entró en la organización socialdemócrata.
"Una noche, Koba y yo -recuerda Iremashvili- fuimos en secreto desde el
Seminario de Mtatsminda a una casita reclinada sobre una roca, y que pertenecía
a un obrero de los ferrocarriles de Tiflis. Tras nosotros llegaron ocultamente
otros del Seminario que compartían nuestras opiniones. También
acudieron con nosotros a una organización obrera socialdemócrata
de ferroviarios." Stalin mismo habló de ello en 1926, en un mitin
celebrado en Tiflis:
"Recuerdo el año 1898, en que se me confió el primer
círculo de trabajadores de los talleres ferroviarios. Recuerdo cómo
en casa del camarada Sturua, en presencia de Silvestre Dzhibladze (que
en aquel tiempo era uno de mis maestros...) y de otros aventajados trabajadores
de Tiflis, recibí lecciones de trabajo práctico... Aquí,
en el círculo de estos camaradas, recibí mi primer bautismo
de fuego revolucionario; aquí, en el círculo de estos camaradas,
me convertí en discípulo de la revolución..."
En los años 1898-1900, en los talleres ferroviarios y en diversas
fábricas de Tiflis estallaron huelgas con la activa participación
y, a veces, bajo la dirección de los jóvenes socialdemócratas.
Entre los obreros se distribuían proclamas impresas a mano con cepillos
de limpiabotas en una imprenta subterránea. El movimiento seguía
aún desarrollándose dentro del espíritu del "economismo".
Parte del trabajo ilegal recayó sobre Koba; no es fácil
determinar cuál fuese aquella parte. Pero, por lo visto, ya había
conseguido convertirse en un iniciado en el mundo del subsuelo revolucionario.
En 1900, Lenin, que acababa de regresar de su destierro de Siberia,
marchó al extranjero con el expreso designio de fundar un periódico
revolucionario, para convocar con su ayuda al partido disperso y encarrilarlo
definitivamente hacia el esfuerzo revolucionario. Simultáneamente,
un viejo agitador, el ingeniero Víctor Kurnatovsky, confidencialmente
iniciado en dichos planes, se trasladó de Siberia a Tiflis. él
fue, y no Koba, como aseguran los historiadores bizantinos, quien sacó
a la socialdemocracia de Tiflis de sus limitaciones "economistas" e impulsó
sus actividades por una senda más revolucionaria.
Kurnatovsky había iniciado su actividad revolucionaria con el
partido terrorista Narodnaya Volya (Voluntad Popular). En la época
de su tercer destierro, hacia fines del siglo, él, que ya era marxista,
estrechó relaciones con Lenin y su círculo. El periódico
Iskra (La Chispa), fundado por Lenin en el extranjero, y cuyos adictos
comenzaron a ser conocidos por el calificativo de iskrovitas, tuvo en la
persona de Kurnatovsky su principal representante en el Cáucaso.
Los trabajadores viejos de Tiflis lo recuerdan: "En todas las controversias
y discusiones, los camaradas acudían a Kurnatovsky. Sus conclusiones
y decisiones se aceptaban siempre sin debate." De ese testimonio extrae
uno la importancia que en el Cáucaso tenía aquel incansable
e inflexible revolucionario, cuyo sino personal era una combinación
de dos elementos: lo heroico y lo trágico.
En 1900, indudablemente por iniciativa de Kurnatovsky, se constituyó
el Comité del partido socialdemócrata de Tiflis. Estaba compuesto
exclusivamente de intelectuales. Koba, que evidentemente sucumbió
poco después, como muchos otros, al prestigio de Kurnatovsky, no
fue todavía miembro de aquel Comité, el cual dicho sea de
paso, no sobrevivió mucho tiempo. Desde mayo hasta agosto, una oleada
de huelgas afectó a los establecimientos comerciales de Tiflis;
entre los huelguistas de los talleres ferroviarios figuraban el cerrajero
Kalinin, futuro presidente de la República Soviética, y otro
trabajador ruso, Alliluyev, futuro suegro de Stalin.
Mientras tanto, en el Norte, por iniciativa de unos estudiantes universitarios,
comenzó un ciclo de demostraciones callejeras. Una gran manifestación
de 1.º de mayo movilizó en 1900, en Jarkov, a la mayoría
de los obreros de la ciudad, y levantó un eco de asombro y alborozo
por todo el país. Otras ciudades siguieron el ejemplo. "La socialdemocracia
comprendió -escribió el general Spiridovich, de la gendarmería-
la tremenda significación agitadora de salir a la calle.
A partir de entonces tomó para sí la iniciativa de las
manifestaciones atrayendo a ellas un número cada vez mayor de trabajadores.
No pocas veces, las manifestaciones callejeras tuvieron su origen en huelgas."
Tiflis no permaneció en calma mucho tiempo. La fiesta de 1.º
de mayo (no olvidemos que aún regía en Rusia el calendario
antiguo) estaba fijada para el 22 de abril de 1901, en que tuvo lugar una
manifestación callejera en el corazón de la ciudad, con la
participación de unas dos mil personas. En un encuentro con la policía
y los cosacos, resultaron heridos catorce manifestantes y detenidos más
de cincuenta. Iskra no, dejó de señalar la gran importancia
sintomática de la manifestación de Tiflis: "A partir de aquel
día comenzó en el Cáucaso un abierto movimiento revolucionario."
Kurnatovsky, que tenía a su cargo la labor de preparación,
había sido detenido la noche del 22 de marzo, un mes antes de la
manifestación. Aquella noche se hizo un registro en el observatorio
donde Koba estaba empleado; pero no lo cogieron porque pudo escapar a tiempo.
La administración policiaca resolvió "...localizar al citado
José Djugashvili e interrogar al acusado". De este modo pasó
Koba al "estado de ilegalidad" y vino a ser un "agitador profesional" para
largo tiempo. Tenía entonces veintiún años. Aún
quedaban dieciséis años hasta que la victoria pudiera lograrse.
Habiéndose librado de la detención, Koba pasó las
primeras semanas siguientes escondido en Tiflis, y así pudo arreglárselas
para tomar parte en la manifestación de 1.º de mayo. Beria
lo consigna así categóricamente, y añade, como siempre,
que Stalin la dirigió "en persona". Por desgracia, no inspira crédito
Beria. Pero en este caso existe también el testimonio de Iremashvili,
aunque éste no estaba entonces en Tiflis, sino en Gori, ejerciendo
la profesión de maestro. "Koba, que era uno de los dirigentes a
quienes se buscaba -dice-, pudo esconderse escapando de la plaza del mercado
cuando estaban a punto de detenerle... Se marchó a su ciudad hogareña
de Gori. No podía vivir con su madre, porque allí era donde
primero acudirían en su busca; de modo que tuvo que estar oculto
en el mismo Gori. Secretamente, durante las horas de la noche, vino con
frecuencia a visitarme.
Desde Gori, Koba regresó evidentemente en forma clandestina
a Tiflis, pues, según informes de la administración de policía
armada (gendarmería), "en otoño de 1901, Djugashvili fue
elegido miembro del Comité de Tiflis..., participó en dos
sesiones del mismo, y hacia fines del año fue destinado a hacer
propaganda en Batum...". Como los gendarmes no tenían otro norte
que el de atrapar revolucionarios, y, gracias a la agencia confidencial
solían estar bien informados, podemos considerar demostrado que
en 1898-1901 no desempeñó Koba el papel dirigente en Tiflis
tal como se le ha atribuido en años recientes; hasta el otoño
de 1901, ni siquiera fue miembro de su Comité local, sino uno de
los propagandistas, esto es, un dirigente de círculos.
Hacia fines de 1901, Koba se trasladó de Tiflis a Batum, en
las riberas del mar Negro, cerca de la frontera turca. Este traslado puede
explicarse por una doble necesidad: la de ocultarse a los ojos de la policía
de Tiflis y la de introducir propaganda revolucionaria en las provincias.
Las publicaciones mencheviques dan, sin embargo, otra razón. Según
ellas, desde los primeros tiempos de sus actividades en círculos
de obreros, Djugashvili atrajo la atención hacia su persona por
sus intrigas contra Dzhibladze, principalmente de la organización
en Tiflis. A pesar de haber sido advertido, continuó propagando
calumnias "con el fin de minar a los auténticos y reconocidos representantes
del movimiento y de lograr una posición preeminente". Juzgado ante
un tribunal del Partido, Koba fue considerado culpable de una calumnia
impropia de un camarada y expulsado de la organización por unanimidad.
Apenas hay posibilidad de confirmar este relato, que procede, no hay que
olvidarlo, de los adversarios más enconados de Stalin. Los documentos
de la gendarmería de Tiflis (en todo caso, los publicados hasta
hoy) no dicen nada acerca de que José Djugashvili fuese expulsado
del Partido, antes bien mencionan su designación "para hacer propaganda"
en Batum. Por consiguiente, podríamos dar de lado la versión
menchevique, sin más reparos si otro testigo no indicase que su
traslado a Batum fue consecuencia de cierto desagradable incidente.
Uno de los primeros y más conscientes historiadores del movimiento
obrero en el Cáucaso fue T. Arkomed, cuya obra se publicó
en Ginebra en 1910. En ella se refiere al enojoso conflicto que surgió
en la organización de Tiflis por el otoño de 1901 sobre la
cuestión de incluir en el Comité representantes elegidos
de los obreros: "Contra ello se pronunció cierto joven, que en todo
intervenía y de todo sabía, quien, aduciendo consideraciones
de conspiración, falta de preparación y de conciencia de
clase entre los trabajadores, se mostró opuesto a que entrasen obreros
a formar parte del Comité. Volviéndose a los obreros, terminó
su intervención con estas palabras: "Aquí se adula a los
obreros; y yo os pregunto: ¿Hay entre vosotros siquiera uno o dos
trabajadores aptos para el Comité? ¡Decid la verdad, con la
mano sobre el corazón!"" Pero los trabajadores, sin hacer caso del
orador, votaron incluyendo a sus representantes en el Comité. Arkomed
no mencionaba el nombre del "joven metomentodo", porque en aquellos días
las circunstancias no permitían revelar nombres. En 1923, al reimprimir
el libro la editorial soviética, el nombre continué callado,
y nos inclinamos a creer que no por inadvertencia. Pero el mismo libro
contiene una valiosa clave indirecta. "El joven camarada a quien me refiero
-continúa Arkomed- trasladó sus actividades de Tiflis a Batum,
de donde los trabajadores de Tiflis recibieron informes a propósito
de su indecorosa conducta, su agitación hostil perturbadora contra
la organización de Tiflis y sus trabajadores." Todo ello es parecido
a lo que nos decía Iremashvili respecto a las querellas en el círculo
del Seminario. El "joven" semeja mucho a Koba. No cabe duda de que se alude
a él, pues muchas reminiscencias prueban que fue el único
miembro del Comité de Tiflis trasladado a Batum en noviembre de
1901. Por lo tanto, es probable que el camino en su esfera de actividad
obedeciera a que Tiflis se le hizo intolerable. Si no efectivamente "expulsado",
pudo haber sido trasladado simplemente para sanear la atmósfera
en Tiflis. Ello explica, a su vez, la "actitud incorrecta" de Koba frente
a la organización de Tiflis, y los rumores subsiguientes sobre su
expulsión. Anotemos al mismo tiempo la causa del conflicto: Koba
trataba de proteger "el aparato" (la máquina política) contra
la presión de abajo.
Batum, que a comienzos del siglo tenía una población
aproximada de treinta mil habitantes, era un importante centro industrial
del Cáucaso, con arreglo a las normas de aquellos días. El
número de obreros empleados en las fábricas se aproximaba
a once mil. La jornada de trabajo, como era costumbre entonces, pasaba
de catorce horas, y los salarios eran mezquinos. No es de extrañar,
pues, que el proletario respondiese fácilmente a la propaganda revolucionaria.
Como en Tiflis, Koba no tuvo necesidad de empezar desde la nada: ya desde
1896 existían círculos ilegales en Batum. En cooperación
con el trabajador Kandelyaki, Koba extendió la red de estos círculos.
En una reunión celebrada la víspera del Año Nuevo,
todos se unieron en una sola organización, a la que, sin embargo,
no se dieron prerrogativas de Comité, y permaneció dependiente
de Tiflis. Esto, evidentemente, fue una de las causas de los nuevos razonamientos
a que aludía Arkomed. Koba, por regla general, no podía soportar
sobre él la autoridad de nadie.
A principios de 1902, la organización de Batum consiguió
montar una imprenta clandestina, muy primitiva, instalada en la vivienda
de Koba. Esta violación directa de las reglas de conspiración
se debió sin duda a la escasez de recursos materiales. "Un cuartucho
atestado, alumbrado a medias por un quinqué. En una mesita redonda
está sentado Koba, escribiendo. A un lado suyo está la prensa,
en la que se afanan los tipógrafos. Los tipos se distribuyen en
cajas de cerillas y de cigarrillos y en trozos de papel. Stalin alarga
con frecuencia a los cajistas lo que acaba de escribir." Así es
cómo evoca la escena uno de los miembros de la organización.
Debe añadirse que el texto de la proclama estaba aproximadamente
al mismo nivel que la técnica con que se imprimía. Poco después,
con la cooperación del agitador armenio Kamo, se trajeron de Tiflis
algo semejante a una prensa de imprimir, una caja registradora y tipos
de imprenta. El taller se amplió y se hizo más eficaz. El
nivel de las proclamas lo mismo. Pero ello en nada les restaba influencia.
El 25 de febrero de 1902, la gerencia de la instalación petrolífera
de Rotschild fijó un aviso anunciando el despido de 389 obreros.
En respuesta, se declaró una huelga el 27. El trastorno afectó
también a otras fábricas. Hubo choques con rompehuelgas y
esquiroles. El jefe de policía pidió al gobernador que le
ayudase mandando tropas. El 7 de marzo, la policía detuvo a 32 obreros.
A la mañana siguiente, unos 400 obreros de la empresa Rotschild
se reunieron ante la prisión, pidiendo la libertad de los detenidos
o la detención de todos. La policía trasladó a los
reunidos a cuarteles de deportación. Por entonces, el sentimiento
de solidaridad iba soldando cada vez más íntimamente a las
masas trabajadoras de Rusia, y esta nueva unidad se afirmaba de diversos
modos cada vez más en los más desolados rincones del país;
la revolución estaba ya a tres años de distancia... Al día
siguiente, 9 de marzo, tuvo lugar una manifestación más importante.
A los cuarteles se acercó, según el sumario, "una gran, multitud
de trabajadores, con sus dirigentes a la cabeza, avanzando en ordenadas
filas, cantando, alborotando y silbando". Aquella multitud se componía
de un par de millares de personas. Los obreros Jimiryants y Gogoberidze,
como parlamentarios, pidieron que las autoridades militares dieran suelta
a los detenidos o los arrestase a todos. La multitud, como el tribunal
reconoció más tarde, "iba en actitud pacífica y sin
armas". Pero las autoridades supieron acabar con aquella actitud. Los obreros
contestaron al intento de los soldados de despejar la plaza a culatazos,
arrojando piedras. La tropa comenzó a disparar, ocasionando catorce
muertos y cincuenta y cuatro heridos. El suceso conmovió a todo
el país; al comienzo del siglo, los nervios humanos reaccionaban
con mucha más sensibilidad que hoy a la matanza en masa.
¿Cuál fue el papel de Koba en la manifestación?
No es fácil decirlo. El biógrafo de Stalin en lengua francesa,
Barbuse, que escribió al dictado del Kremlin, asegura que Koba ocupó
su puesto a la cabeza de la manifestación de Batum "como blanco
de tiro". Esta frase aduladora contradice no sólo el testimonio
de los archivos policíacos, sino el carácter mismo de Stalin,
quien nunca y en ninguna parte ocupó su puesto "como blanco de tiro"
(cosa innecesaria en absoluto, dicho sea de pasada). La editorial del Comité
Central, que está a las órdenes directas de Stalin, dedicó
en 1937 un volumen íntegro a la manifestación de Batum, o
más bien a la parte que Stalin tomó en ella. Sin embargo,
las 240 primorosas páginas complican la cuestión todavía
más, porque los "recuerdos" dictados difieren completamente de los
relatos parciales publicados con anterioridad. "El camarada Soso estuvo
siempre con nosotros", afirma Gogoberidze. El viejo trabajador de Batum,
Darajvelidze, dice que "Soso iba en medio del tempestuoso mar de trabajadores,
encabezando directamente el movimiento; él personalmente retiró
de entre la multitud al obrero G. Kalandadze, que resultó herido
en un brazo durante el tiroteo, y se lo llevó a su casa". No es
admisible que quien dirige una manifestación abandone su puesto
para salvar a un hombre herido; la misión de un camillero puede
confiarse a cualquiera de los manifestantes menos responsables. Ninguno
de los otros autores, y son veintiséis en total, menciona este dudoso
episodio. Pero, en resumidas cuentas, esto es un simple pormenor. Los relatos
que señalan a Koba como cabeza directa de la manifestación
quedan refutados de un modo más concluyente por la circunstancia
de que la manifestación citada, según se puso bien claro
durante el juicio, tuvo lugar sin dirección de ningún género.
A pesar de la insistencia del fiscal, el tribunal zarista reconoció
que aun los obreros Gogoberidze y Jimiryants, que iban efectivamente al
frente de la multitud, sólo eran simples manifestantes, como los
demás. El nombre de Djugashvili, a pesar del gran número
de sus defensores y testigos propicios, ni siquiera fue mencionado una
sola vez en el curso de la vista. La leyenda se derrumba así ella
sola. La participación de Koba en los acontecimientos de Batum fue
aparentemente de índole oscura.
Después de la manifestación, Koba, según dice
Beria, desarrolló un "intensísimo" trabajo, escribiendo proclamas,
organizando su impresión y distribución, transformando el
cortejo mortuorio en honor de las víctimas del 9 de marzo en una
"grandiosa demostración política", con otras faenas por el
estilo. Por desgracia, estas exageraciones prescritas no cuentan con nadie
que las sostenga. En aquellos días, Koba era buscado por la policía
y difícilmente pudo haber desplegado una "intensísima" actividad
en una ciudad pequeña, donde, según el mismo escritor, había
papel prominente ante los ojos de la multitud manifestante, la policía,
las tropas y los curiosos de la calle. En la noche del 5 de abril, durante
una reunión del grupo dirigente del Partido, Koba fue detenido con
otros colaboradores y sometido a prisión. Aquello fue el principio
de una larga serie de tediosos días.
Unos documentos publicados revelan en este respecto un episodio sumamente
interesante. Tres días después de la detención de
Koba, durante la entrevista regular entre los presos y sus visitantes,
alguien arrojó por una ventana al patio de la prisión dos
notas, contando con que uno de los visitantes pudiese recogerlas y llevarlas
a su destino. Una de ellas contenía la petición de buscar
al maestro de escuela Soso Iremashvili, en Gori, y decirle que "Soso Djugashvili
había sido arrestado y le ruego que inmediatamente informe de ello
a su madre, de modo que si el gendarme le preguntase: "¿Cuándo
se marchó su hijo de Gori?", contestara que había estado
allí "todo el verano y el invierno hasta el 15 de marzo"".
La segunda nota, dirigida al maestro Elisabedashvili, se refería
a la necesidad de continuar las actividades revolucionarías. Los
dos trozos de papel fueron interceptados por los guardianes de la prisión,
y el capitán de gendarmería a caballo Djakeli, sin gran dificultad,
se dio cuenta de que el autor era Djugashvili y de que había "tomado
parte prominente en las revueltas obreras de Batum". Djakeli envió
inmediatamente al jefe de la gendarmería de Tiflis una demanda de
registro de la casa de Iremashvili, de interrogatorio de la madre de Djugashvili
y la búsqueda y arresto de Elisabedashvili. Nada dicen los documentos
de las consecuencias de estas operaciones.
Nos sirve de alivio saludar en las páginas de una publicación
oficial un nombre que ya nos es familiar: Soso Iremashvili. Ciertamente,
Beria le había mencionado ya entre los nombres del círculo
del Seminario, pero diciendo muy poco acerca de las relaciones entre ambos
Soso. Sin embargo, la índole de una de las notas interceptadas por
la policía es una prueba incontestable de que el autor de las Memorias
a que nos hemos referido más de una vez tenía intimidad con
Koba. Es a este tocayo suyo y compañero de la infancia a quien el
preso confía el encargo de advertir a su madre. Asimismo, confirma
el hecho de que Iremashvili gozaba también de la confianza de Keke,
quien, según él nos dice, le llamaba de niño "su segundo
Soso". La nota disipa las últimas dudas relativas a la veracidad
de sus Memorias, tan valiosas, a las que para nada se refieren los historiadores
soviéticos. Las instrucciones que Koba, según confirman sus
propias declaraciones durante el interrogatorio, trataba de transmitir
a su madre, tenían como finalidad burlar a los gendarmes respecto
al momento de su llegada a Batum, sustrayéndose así del inminente
juicio. No hay por qué ver nada perjudicial en tal sentido, como
es lógico. Engañar a los gendarmes era norma obligada en
ese juego tan serio que se llama conspiración revolucionaria. Sin
embargo, no es posible pasar por alto sin extrañeza la inconsciencia
con que Koba expuso al peligro a dos de sus compañeros. El aspecto
puramente político de su acción merece atención no
menor. Sería natural esperar de un agitador que acaba de contribuir
a preparar una manifestación de tan trágico desenlace, el
deseo de compartir el banquillo de los acusados con los trabajadores rasos.
No por consideraciones sentimentales, sino por arrojar luz política
sobre los sucesos y condenar el proceder de las autoridades, es decir,
por utilizar la tribuna de la sala de vistas para fines de propaganda revolucionaria.
Tales ocasiones no eran demasiado frecuentes. La falta de tal deseo en
Koba puede explicarse sólo por su estrechez de miras. Es evidente
que no acertó a comprender la significación política
de la manifestación, y que su móvil principal fue sustraerse
a las consecuencias.
Y hasta la intriga ideada para engaitar a los gendarmes no hubiera
servido de nada, si, en efecto, Koba hubiese encabezado la manifestación
dirigiéndola y ofreciéndose como "blanco de tiro". En tal
caso, veintenas de testigos le hubieran reconocido inevitablemente. Koba
sólo hubiera escapado con bien del juicio si su participación
en el acto hubiera permanecido secreta, anónima. En realidad, sólo
un agente de policía, Chjiknadze, atestiguó en la investigación
preliminar que había visto a Djugashvili "entre la multitud" estacionada
ante la cárcel. Pero el testimonio de un solo policía no
significa gran peso como prueba. En todo caso, a pesar de ese testimonio
y de haber sido interceptadas las dos notas de Koba, no fue procesado en
virtud de la manifestación. El juicio se celebró un año
más tarde y duró nueve días. La dirección política
de los debates jurídicos fue relegada íntegramente al tierno
arbitrio de abogados liberales. Cierto es que salieron del paso con penas
mínimas para los veintiún encartados, pero sólo a
costa de disminuir la importancia revolucionaria de los acontecimientos
de Batum.
El agente de policía que detuvo a los dirigentes de la organización
de Batum caracterizaba a Koba en su informe como uno "que había
sido expulsado del Seminario Teológico, vivía en Batum sin
documentos escritos ni ocupación definida, y sin residencia propia,
el vecino de Gori, José Djugashvili". La referencia a la expulsión
del Seminario no es de índole documental, pues un simple agente
no podía tener archivos a su disposición, y probablemente
no hacía más que repetir rumores en su informe escrito; mucho
más importante es la alusión al hecho de que Koba no tenía
pasaporte, ocupación definida ni residencia fija; las tres típicas
características del troglodita revolucionario.
En las viejas y abandonadas prisiones provinciales de Batum, Kutais
y nuevamente Batum, Koba pasó más de un año y medio.
En aquellos días, tal era el lapso obligado de encierro en espera
de la investigación y el exilio. El régimen de las prisiones,
como el del país en conjunto, era una mezcla de bárbaro y
paternal.
Unas relaciones apacibles y aun familiares con la administración
de la cárcel desembocaban a veces en súbitas protestas tempestuosas,
durante las cuales los presos golpeaban con las botas las paredes de sus
celdas, vociferaban, silbaban, rompían las escudillas y todos los
enseres. Cuando se calmaba la tormenta, volvía una temporada de
sosiego. Lolua se refiere concisamente a una de estas explosiones
en la cárcel de Kutais "por iniciativa y bajo la dirección
de Stalin". No hay razón para dudar de que Koba tomase parte prominente
en conflictos carcelarios, y que en contactos con el personal de la prisión
supiera defenderse y defender a los demás.
"Metodizó su vida en la cárcel -escribía Kalandadze
treinta y cinco años más tarde-. Se levantaba por la mañana
temprano, hacía gimnasia, y luego se entregaba al estudio del idioma
alemán y de la literatura sobre economía..." No es difícil,
ni mucho menos, imaginarse una lista de esos libros: composiciones populares,
esto es, vulgarizaciones sobre ciencias naturales; algo de Darwin; la Historia
de la Cultura, de Lippert; acaso Buckle y Draper en traducciones del setenta
y pico; las Biografías de Grandes Hombres en la edición de
Pavlenkov; las doctrinas económicas de Marx, explicadas por el profesor
ruso Sieber; algo de Historia rusa, el famoso libro de Beltov sobre materialismo
histórico (bajo este seudónimo aparecía el emigrado
Plejanov en la literatura legal); finalmente, la ponderada investigación
del desarrollo del capitalismo ruso, publicada en el año 1899, y
escrita por el desterrado V. Ulianov, el futuro N. Lenin, bajo su seudónimo
legal de V. Ilin. Allí estaban todos estos libros, poco más
o menos. En los conocimientos teóricos del joven agitador había,
naturalmente, grandes claros. Pero no parecía estar mal pertrechado
contra las enseñanzas de la Iglesia, los argumentos del liberalismo
y, especialmente, los prejuicios del populismo.
En el curso de la última década del siglo pasado, las
teorías del marxismo triunfaron sobre las del populismo, y esta
victoria tuvo su apoyo en los éxitos capitalistas y en el desarrollo
del movimiento obrero. Sin embargo, las huelgas y manifestaciones de los
obreros estimularon el despertar de la aldea, lo que, a su vez, trajo como
consecuencia un resurgir de la idea populista entre la intelectualidad
de las ciudades. Así, al comenzar el siglo comenzó a desarrollarse
con bastante rapidez aquella híbrida tendencia revolucionaria que
constaba de unas migajas de marxismo, repudiaba las expresiones románticas
Zemlia y Svoboda (Tierra y Libertad) y Narodnaia Volia (La Voluntad del
Pueblo), adjudicándose el título más europeo de Partido
Socialista Revolucionario (Partido S-R [Essar]). La lucha contra el "economismo"
había terminado fundamentalmente en el invierno de l902-1903. Las
ideas de la Iskra hallaron una confirmación demasiado convincente
en los éxitos de la agitación política y de las manifestaciones
callejeras. A partir de 1902, Iskra dedicó cada vez más espacio
a atacar el programa ecléctico de los socialistas revolucionarios
y los métodos de terrorismo individual que predicaban. La apasionada
polémica entre los "peligrises" y los
grises llegó a todos
los rincones del país, incluso a las prisiones, naturalmente. En
más de una ocasión, Koba se vio obligado a discutir con sus
nuevos adversarios; es de creer que lo hiciera con éxito suficiente;
Iskra le proporcionaba para ello excelentes argumentos.
Como Koba no fue procesado ni sometido a juicio en virtud de la manifestación,
su interrogatorio corrió a cargo de los gendarmes. Los métodos
de investigación secreta, como los del régimen carcelario,
diferían mucho de uno a otro lugar del país. En la capital,
los gendarmes eran más cultos y circunspectos; en las provincias
se acentuaba su rudeza. En el Cáucaso, con sus costumbres arcaicas
y sus relaciones sociales de tipo colonial, los gendarmes recurrían
a las formas de violencia más brutales, sobre todo cuando
trataban con víctimas desvalidas, inexpertas y pobres de espíritu.
"Presiones, amenazas, tormentos, falsificación de declaraciones
de testigos, soborno de testigos falsos, forja e inflación de casos,
dando decisiva y absoluta importancia a los informes de los agentes secretos...,
tales eran las características especiales del método a que
se atenían los gendarmes en los casos a ellos encomendados."
Arkomed, que escribió las anteriores líneas, dice que
el gendarme Larrov solía recurrir a métodos inquisitoriales
para obtener "confesiones" que sabía de antemano ser falsas. Estos
procedimientos policíacos dejaron seguramente una impresión
duradera en Stalin, pues treinta años después había
de aplicar los métodos del capitán Larrov en una escala colosal.
De los recuerdos de la cárcel de Lolua sacamos en consecuencia,
en otro aspecto, que "el camarada Soso no era partidario de hablar de vy
(vos) a sus camaradas", alegando que los servidores del zar se dirigían
así a los agitadores cuando los enviaban al patíbulo. En
realidad, el uso del ty (tú) era corriente en los círculos
revolucionarios, especialmente en el Cáucaso. Pocas décadas
más tarde, Koba habría de enviar al patíbulo a no
pocos de sus antiguos camaradas, con los que, a diferencia de los "servidores
de los zares", había estado
tuteándose desde sus años
jóvenes. Pero de esto ya hablaremos detenidamente mucho más
adelante.
Es sorprendente que aún no se hayan publicado los registros
de los interrogatorios a que la policía sometió a Koba con
ocasión de aquel primer encarcelamiento, como tampoco los referentes
a sus detenciones sucesivas. Por lo general, la organización de
Iskra ordenaba a sus miembros que se negasen a declarar. Los agitadores
solían escribir: "Soy desde hace tiempo socialdemócrata por
convicción; rechazo y niego los cargos de que se me acusa; renuncio
a declarar ni a tomar parte en ninguna investigación secreta." Sólo
tratándose de una vista pública, a la cual sólo acudían
las autoridades en casos excepcionales, aparecían los iskrovitas
con banderas desplegadas. La negativa a declarar, perfectamente justificada
desde el punto de vista de los intereses del Partido en conjunto, en ciertos
casos hacía bastante difícil la situación del detenido.
En abril de 1902, Koba, según hemos visto, trató de probar
la coartada valiéndose de una treta que ponía en riesgo la
seguridad de otros. Puede suponerse que en otras ocasiones, pensara también
en el éxito de su propia sutileza más que en las normas de
conducta obligatorias para todos. En consecuencia, es probable que toda
la serie de sus declaraciones ante la policía no constituyan un
historial muy halagüeño, ni tampoco muy heroico. ésta
es la única explicación posible del hecho de que no se hayan
publicado los informes de las declaraciones de Stalin ante la policía.
La inmensa mayoría de los agitadores eran sometidos a penas
de lo que llamaban "orden administrativo". A base de los informes de la
gendarmería, la "Conferencia Especial" de San Petersburgo, compuesta
de cuatro funcionarios de alta categoría de los Ministerios del
Interior y de Justicia, pronunciaba veredictos en ausencia de los acusados,
y el Ministerio del Interior los confirmaba. El 25 de julio de 1903, el
gobernador de Tiflis recibió de la capital un fallo de este género,
ordenándole desterrar a dieciséis prisioneros políticos
a la Siberia oriental, bajo la vigilancia directa de la policía.
Los nombres se ordenaban, como era costumbre, según la gravedad
del delito o la culpabilidad del delincuente, y el lugar específico
de destierro en Siberia era proporcionalmente mejor o peor. Los primeros
dos lugares de aquella lista correspondieron a Kurnatovsky y Franchesky,
que fueron sentenciados a cuatro años; otras catorce personas fueron
desterradas por tres años, figurando en primer lugar Silvestre Dzhibladze,
a quien ya conocemos, y José Djugashvili en undécimo lugar.
Los jefes de la gendarmería no le consideraban, por lo visto, muy
importante entre los agitadores.
En noviembre, Koba, con otros desterrados, fue trasladado desde Batum
al Gobierno de Irkutsk. Transportados de una parada de penados a otra,
estuvieron casi tres meses de camino. Mientras tanto, la revolución
borbotaba, y cada cual trataba de huir lo antes posible. A comienzos
de 1904, el sistema de destierro se había convertido en una criba.
En la mayoría de los casos no era muy difícil escapar; cada
provincia tenía sus propios "centros" secretos, que suministraban
pasaportes falsos, dinero y direcciones. Koba permaneció en la aldea
de Novaya Uda no más de un mes, es decir, justamente el tiempo necesario
para echar una ojeada, encontrar los indispensables contactos y trazar
un plan de acción. Alliluyev, padre de la segunda mujer de
Stalin, manifiesta que durante su primera tentativa de fuga, Koba salió
con la cara y las orejas congeladas y tuvo que regresar en busca de ropas
de más abrigo. Una sólida troika siberiana, guiada por un
auriga de confianza, le condujo a toda prisa por la carretera nevada a
la próxima estación de ferrocarril. El viaje de regreso a
través de los Urales no duró tres meses, sino alrededor de
una semana.
La revolución siguió adelante. La primera generación
de la socialdemocracia rusa, encabezada por Plejanov, comenzó su
actividad crítica y propagandística al comenzar la penúltima
década del siglo pasado. Los precursores se contaban entonces uno
a uno; luego, por docenas. La segunda generación, guiada por
Lenin (catorce años más joven que Plejanov), entró
en la liza política a principios de la década siguiente,
final del siglo. Los socialdemócratas ya eran unos centenares. La
tercera generación, compuesta de gente diez años más
joven que Lenin, se alistó en la contienda revolucionaria a fines
del siglo pasado y comienzos del actual. A esa generación, formada
ya por millares, pertenecían Stalin, Rikov, Zinoviev, Kamenev, el
autor de este libro y otras muchos más.
En marzo de 1898, en la ciudad provinciana de Minsk, se reunieron los
representantes de nueve Comités locales y fundaron el partido obrero
socialdemócrata ruso. No tardaron en ser detenidos todos los participantes.
Es muy posible que las resoluciones del Congreso se recibieran en seguida
en Tiflis, donde el seminarista Djugashvili se proponía incorporarse
a la socialdemocracia. En Congreso de Minsk, preparado por los contemporáneos
de Lenin, proclamó simplemente el Partido, pero no lo creó.
Un golpe fuerte de la policía zarista resultó bastante para
destruir los débiles nexos del Partido por largo tiempo. En el transcurso
de los pocos años siguientes, el movimiento, que principalmente
tenía raíces económicas, las fijó en diferentes
Localidades. Los jóvenes socialdemócratas solían desarrollar
sus actividades sin salir del sitio de residencia, hasta que los detenían
y enviaban al destierro. Era excepcional que fuesen de otra ciudad activistas
o delegados del Partido. La transición al estado ilegal para soslayar
el peligro de detención era casi desconocida entonces no se tenía
la experiencia ni los medios técnicos para ello, ni tampoco los
necesarios contactos.
A partir de 1900, Iskra comenzó a establecer una organización
centralizada. Sin duda alguna, el director durante aquel período
fue Lenin, quien, con todo derecho, relegó a segundo término
a "los viejos" capitaneados por Plejanov. La construcción del Partido
halló sus cimientos en el vuelo incomparablemente más amplio
del movimiento obrero que levantó la nueva generación revolucionaria,
considerablemente más numerosas que aquella de donde había
emergido el mismo Lenin. La tarea inmediata de Iskra fue elegir entre los
trabajadores locales las personas de más brío y utilizarlas
en la creación de un aparato central capaz de dirigir la lucha revolucionaria
en todo el país. El número de adictos a la Iskra era considerable
y crecía por momentos. Pero el número de iskrovistas auténticos,
de agentes de confianza del centro enclavado en el extranjero, era limitado
por necesidad: no excedía de veinte a treinta personas. Lo más
Característico del iskrovista era su apartamiento de la propia ciudad,
del propio Gobierno, de la propia provincia, con objeto de estructurar
el Partido. En el diccionario del Iskra, "localismo" era sinónimo
de atraso, mezquindad, casi de retroceso. "Unidos en un compacto grupo
conspirador de agitadores profesionales -escribía el general Spiridovich,
de la gendarmería-, iban de un lugar a otro, adonde quiera que hubiese
Comités de Partido, se ponían en contacto con sus miembros,
les entregaban literatura ilegal, les ayudaban a montar imprentas clandestinas
y recogían a la vez información para la Iskra. Se introducían
en los Comités locales, hacían su propaganda contra el "economismo",
eliminaban a sus adversarios ideológicos, y de este modo sometían
los Comités a su influencia" El gendarme jubilado da en estas líneas
una caracterización bastante exacta de los iskrovistas. Eran miembros
de una orden errante, por encima de las organizaciones, en las cuales sólo
veían un palenque donde ejercitar su influencia.
Koba no tomó parte en aquella labor de responsabilidad. Fue
primero un socialdemócrata en Tiflis, como después en Batum;
esto es, un agitador de vía estrecha local. El contacto del Cáucaso
con Iskra y con Rusia central se estableció mediante Krassin, Kurnatovsky
y otros. Toda la labor de unificar los Comités y grupos locales
en un Partido centralizado se hizo sin el concurso de Koba. Esta circunstancia
(que se funda sin la más ligera sombra de duda en la correspondencia
de entonces, las memorias y otros documentos) es muy importante para valorar
el desarrollo político de Stalin; éste avanzaba lentamente,
vacilando, a tientas.
En febrero de 1902, se confiaba en celebrar en Kiev un conclave de
los iskrovistas que eran agentes del centro del extranjero. "A aquella
conferencia -escribe Pyatnitsky- acudieron representantes de todas partes
de Rusia." Al descubrir que se les vigilaba, comenzaron a salir apresuradamente
de la ciudad en todas direcciones. Sin embargo, todos fueron detenidos,
unos en Kiev y otros en ruta. Pocos meses después practicaron la
famosa evasión de, aquella cárcel. Koba, que por entonces
trabajaba en Batum, no fue invitado a la reunión de Kiev y, sin
duda, nada sabía de ella.
El provincialismo político de Koba se aclara en forma muy instructiva
por sus relaciones con el cuerpo extranjero o, más bien, por la
falta de toda relación con el mismo. A mediados del siglo anterior,
los emigrados seguían desempeñando casi invariablemente el
papel dominante en el movimiento revolucionario ruso. Entre detenciones
constantes, destierros y ejecuciones en la Rusia zarista, los sitios frecuentados
por aquellos hombres, teóricos, publicistas y organizadores de lo
más sobresaliente, eran los únicos sectores continuamente
activos del movimiento, y así, por la naturaleza de las cosas, dejaban
su impronta en él. El Consejo de redacción de Iskra se convirtió
incuestionablemente a principios de siglo en el centro de la socialdemocracia.
De allí emanaban no sólo las consignas políticas,
sino también las instrucciones prácticas. No había
agitador que no anhelase pasar lo antes posible algún tiempo en
el extranjero para ver y oír a los dirigentes, para revisar y pulir
sus propias opiniones para establecer contacto permanente con la Iskra
y, por su mediación, con los trabajadores clandestinos dentro de
la misma Rusia. V. Kozhevnikova, que en cierta época estuvo junto
a Lenin ocupado en trabajo exterior, habla de cómo "desde el destierro
y el camino hacia el destierro comenzó una huida general al extranjero,
para encaminarse a las oficinas editoriales de Iskra... y volver otra vez
a Rusia, al trabajo activo". El joven menestral Nogin (por escoger un ejemplo
entre cien) se escapó en abril de 1903 del destierro al extranjero,
"para ponerse al corriente de la vida -según escribía a un
amigo suyo-, para leer y aprender". Pocos meses más tarde volvía
ilegalmente a Rusia como agente de la Iskra. Los diez participantes en
la mencionada evasión de la cárcel de Kiev, entre ellos el
futuro diplomático del Soviet, Litvinov, se encontraron pronto al
otro lado de las fronteras. Uno tras otro, todos ellos fueron volviendo
a Rusia, para preparar el Congreso del Partido. Respecto a estos y otros
agentes de confianza, Krupskaia escribe en sus memorias: "Iskra sostenía
una activa correspondencia con todos. Vladimiro Ilich leía todas
las cartas. Conocíamos al detalle lo que hacía cada agente
de la Iskra, y con ellos discutíamos contactos y les informábamos
de las detenciones y demás incidentes." Entre esos agentes los había
contemporáneos de Lenin y también de Stalin. Pero, hasta
entonces, Koba no figuraba en la capa superior de los agitadores, diseminadores
del centralismo, constructores de un partido unificado. Seguía siendo
un "activista local", caucásico, provincial congénito.
En junio de 1903, el Congreso del Partido, preparado por Iskra, se reunió,
por fin, en Bruselas. Bajo la presión de los diplomáticos
zaristas y la policía belga, que obsequiosamente les servía,
tuvo necesidad de trasladar la sede de sus deliberaciones a Londres. El
Congreso adoptó el programa trazado por Plejanov, y tomó
resoluciones en cuanto a táctica; pero cuando se pasó a cuestiones
de organización, surgieron inesperadas diferencias de criterio entre
los mismos iskrovistas, que dominaban en el Congreso. Ambos bandos, incluso
los "duros" o radicales, dirigidos por Lenin, y los "blandos" o moderados,
encabezados por Martov, supusieron al principio que las diferencias no
eran fundamentales. Tanto más sorprendente, pues, fue el choque
entre las dos tendencias. El Partido, que acababa de unificarse, hallóse
de pronto a punto de hundirse.
"Ya en 1903, estando preso, y habiéndose enterado por camaradas
que regresaban del segundo Congreso de las serias diferencias de opinión
entre bolcheviques y mencheviques, Stalin se unió resueltamente
a los bolcheviques." Así se lee en una biografía escrita
al dictado de Stalin, que viene a ser una instrucción para historiadores
del Partido. Pero sería muy poco cauto considerar tal instrucción
con excesiva confianza. En el Congreso que condujo a la ruptura, había
tres delegados del Cáucaso. ¿Con quién de ellos se
encontró Koba, y cómo habló con él precisamente,
si se hallaba confinado y solitario? La sola confirmación de esta
versión de Stalin viene de Iremashvili: "Koba, que siempre sido
partidario entusiasta de los métodos violentos leninistas -escribe-,
inmediatamente se pronunció por los bolcheviques y se convirtió
en su más afamado paladín y adalid en Georgia." Sin embargo,
este testimonio, a pesar de su carácter categórico, peca
de flagrante anacronismo. Antes del Congreso, nadie, incluyendo al mismo
Lenin, había propugnado los "violentos métodos leninistas"
en oposición a los métodos de los miembros del Consejo de
redacción que habían de ser los futuros jefes del menchevismo.
En el Congreso, los debates no versaron sobre métodos revolucionarios;
no habían surgido aún diferencias tácticas de opinión.
Iremashvili se equivoca, sin duda; y no es extraño: Koba estuvo
preso todo el año 1903, de modo que Iremashvili no pudo recoger
directamente impresiones suyas. En general, aunque sus observaciones psicológicas
y sus recuerdos de hechos reales son en absoluto convincentes y casi siempre
confirmables, sus observaciones políticas ya no son tan de fiar.
Parece como si le faltara el instinto y el fondo necesarios para comprender
la evolución de las tendencias revolucionarias en pugna; en esa
esfera nos ofrece conjeturas retrospectivas, dictadas por sus propias opiniones
de tiempos más recientes.
La disputa del segundo Congreso se extendió, en realidad, a
la cuestión de quién había de ser miembro del Partido;
si éste había de incluir solamente a los que ya lo eran de
la organización ilegal, o a quienquiera que sistemáticamente
participara en la lucha revolucionaria bajo la dirección de Comités
locales. En el momento de la discusión, dijo Lenin: "Yo no estimo
la diferencia de opinión entre nosotros tan esencial que de ella
dependa la vida o la muerte de nuestro Partido. Estamos muy lejos de hundirnos
por una cláusula deficiente en nuestros reglamentos." Hacia el final
del Congreso hubo también debate sobre la cuestión de personal
del Consejo de redacción de Iskra y del Comité Central; y
nunca traspasaron las diferencias de criterio estos reducidos límites.
Lenin trató de fijar límites precisos y explícitos
al Partido, una composición compacta del Consejo de redacción
y una disciplina severa. Martov y sus amigos preferían una organización
más holgada, algo más parecido a un círculo familiar.
No obstante, ambas partes estaban sólo tanteando sus respectivos
caminos, y a pesar de la aspereza del conflicto, nadie pensó que
aquellas diferencias de opinión fuesen "sumamente serias". Según
una observación que Lenin hizo más tarde, la lucha en el
Congreso fue algo así como una "anticipación".
Lunacharsky, el primer dirigente soviético en materia de educación,
escribía poco después:
"La dificultad mayor en aquella disputa consistió en que el
segundo Congreso, al hendir el Partido, no había sondeado aún
las diferencias realmente profundas que existían entre los martovistas,
por un lado, y los leninistas, por otro. Estas diferencias parecían
girar entonces en tomo a un párrafo de los estatutos del Partido
y del personal del Consejo de redacción. Muchos se sentían
desconcertados por la insignificancia del motivo que condujo al cisma."
En el Cáucaso, en atención a su atraso social y político,
lo ocurrido en el Congreso se comprendió aún peor que en
otros sitios. Verdad es que los tres delegados caucásicos, en el
ardor de la pasión, se unieron a la mayoría en Londres. Pero
es significativo que los tres se hicieron más tarde mencheviques:
Topuridze abandonó a la mayoría al final del mismo Congreso;
Zurabov y Knunyants se pasaron a los mencheviques en el curso de los años
siguientes. La famosa imprenta ilegal del Cáucaso, donde predominaban
las simpatías bolcheviques, siguió siendo el órgano
central del Partido. "Nuestras diferencias de opinión -escribe Yenukidze-
no se reflejaban para nada en nuestro trabajo." Sólo después
del tercer Congreso del Partido, es decir, no hasta mediados de 1905, pasó
la imprenta a poder del Comité Central bolchevique. Por consiguiente,
no hay razón para dar crédito a la aserción de que
Koba, encerrado en una prisión remota, pudiera valorar, desde luego,
las diferencias como "sumamente serias". Nunca fue su fuerte la previsión.
Y no seria difícil censurar a un joven agitador, aun menos circunspecto
y suspicaz, que hubiera partido para Siberia sin tomar posiciones en la
lucha interna del Partido.
Desde Siberia, Koba volvió directamente a Tiflis; este hecho
no puede menos de causar asombro. Fugitivos totalmente desconocidos, rara
vez volvían a sus residencias habituales, donde la policía,
siempre vigilante, no tardaría en localizarlos y vigilarlos, especialmente
tratándose, no de San Petersburgo o Moscú, sino de una pequeña
ciudad de provincia como Tiflis. Pero el joven Djugashvili no se había
desprendido aún de su cordón umbilical caucásico;
el lenguaje usado en su propaganda seguía siendo georgiano casi
exclusivamente. Además, no se consideraba foco de la atención
de la policía. Aún no se había propuesto probar sus
aptitudes en la Rusia central. No era conocido fuera del país, ni
tampoco intentó salir de él. Además, al parecer, había
otro motivo le retenía en Tiflis; si Iremashvili no se confunde
en su cronología, por entonces ya se había casado Koba. Durante
su encierro y deportación, su joven esposa se había quedado
en Tiflis.
La guerra con el Japón, que habla empezado en enero de 1904,
debilitó al principio el movimiento obrero, pero a fines de aquel
año le infundió un ímpetu antes desconocido. Las derrotas
militares del zarismo disiparon rápidamente los alardes patrioteros
al principio habían invadido los círculos liberales y algunos
estudiantiles. El derrotismo, aunque con un coeficiente variable, crecía
en predominio, no sólo entre las masas revolucionarias, sino hasta
la burguesía, de oposición. A pesar de todo ello, la socialdemocracia,
antes del inminente cataclismo, pasó por meses de estancamiento
y de indisposición interna. Las diferencias entre bolcheviques y
mencheviques, exageradas por indefinidas aún, poco a poco empezaron
a rezumar a través de los dañados confines del cuartel general
del Partido, e invadieron todo el campo de la estrategia revolucionaria.
"El trabajo de Stalin durante el período 1904-1905 se volvió
bajo la bandera de una enconada lucha contra el menchevismo", expone su
biógrafo oficial. "Literalmente en sus propias espaldas sostuvo
lo más duro de la lucha con los mencheviques en el Cáucaso,
desde 1904 hasta 1908", escribe Yenukidze en sus memorias, recientemente
revisadas, Beria afirma que después de su fuga desde el destierro,
Stalin "organizó y dirigió la lucha contra los mencheviques,
quienes, después del segundo Congreso del Partido, durante la ausencia
de Stalin, desarrollaron particular actividad". Estos autores quieren evidenciar
demasiado. Si tuviéramos que admitir como artículo de fe
la declaración de que ya en los años 1901-1903, Stalin estaba
desempeñando un puesto de dirección en la socialdemocracia
caucásica, en que se había unido a los bolcheviques en 1903,
y de que en febrero de 1904 había comenzado su pugna contra el menchevismo,
entonces habríamos de detenernos estupefactos ante los insignificantes
resultados conseguidos con tanto esfuerzo de su parte; en vísperas
de la revolución de 1905, los bolcheviques georgianos se contaban
literalmente uno a uno. La referencia de Beria de que los mencheviques
desarrollaron articular actividad "durante la ausencia de Stalin" suena
casi a ironía. La Georgia pequeñoburguesa, incluyendo a Tiflis,
siguió tiendo la fortaleza del menchevismo durante una veintena
de años, sin tener para nada en cuenta la presencia o la ausencia
de nadie en particular. En la revolución de 1905, los trabajadores
y campesinos de Georgia siguieron como un solo hombre a la facción
menchevique; en las cuatro Dumas, Georgia estuvo representada invariablemente
por mencheviques; en la revolución de febrero de 1917, el menchevismo
georgiano proporcionó en toda Rusia dirigentes de calibre nacional:
Tseretelli,
Chjiedze y otros. Finalmente, aun después de establecido el Gobierno
soviético en Georgia, el menchevismo seguía ejerciendo allí
considerable influencia, que se manifestó más tarde en el
levantamiento de 1924. "¡Toda Georgia debe ser arrasada!", decía
Stalin, resumiendo las lecciones de la sublevación georgiana en
la sesión del Buró político de otoño de 1924,
esto es, veinte años después de haber él "iniciado
una enconada lucha contra el menchevismo". Por consiguiente, sería
más correcto y más justo para Stalin no exagerar el papel
de Koba durante los primeros años del siglo.
Koba volvió del destierro como miembro del Comité del
Cáucaso, para el cual había sido elegido en su ausencia,
durante su estancia en presidio, en una conferencia de las organizaciones
de Transcaucasia. Es posible que a principio de 1904 una mayoría
de los miembros del Comité simpatizara ya con la mayoría
del Congreso de Londres; pero eso por sí solo no indica que la simpatía
estuviese con Koba. Las organizaciones locales del Cáucaso tendían
claramente hacia los mencheviques. El Comité Central conciliador
del Partido, que presidía Krassin, era por entonces opuesto a Lenin.
La Iskra estaba enteramente en manos de los mencheviques. En estas condiciones,
el Comité caucásico, con sus tendencias bolcheviques, parecía
suspendido en el aire. Pero Koba prefería pisar terreno firme. Apreciaba
el aparato más que la idea.
La información oficial sobre las actividades de Koba en 1904,
es sumamente borrosa y poco verosímil. Deja en duda si desarrolló
alguna actividad en Tiflis, y, en este caso, en qué consistió
su labor. Es difícilmente admisible que un evadido de Siberia pudiera
exhibirse en círculos obreros, donde eran muchos los que le conocían.
Es probable que precisamente por eso se trasladara Koba a Bakú ya
en junio. En cuanto a su trabajo allí, se nos informa con las frases
de rigor: "Dirigió la lucha de los bolcheviques de Bakú",
"puso en evidencia a los mencheviques". ¡Ni un simple hecho, ni un
solo recuerdo específico! Si Koba escribió algo durante aquellos
meses, es que se ha omitido su publicación, y seguramente no por
olvido.
Por otra parte, los intentos tardíos de presentar a Stalin como
fundador de la socialdemocracia de Bakú, no tiene ningún
fundamento. Los primeros círculos de trabajadores en la humosa y
triste ciudad envenenada por la pendencia entre tártaros y armenios
1896. La base de una organización más completa fue obra,
tres años más tarde, de Abel Yenukidze, en colaboración
con Lado Ketsjoveli; organizó el Comité de Bakú, que
simpatizaba con los iskrovistas. Gracias a los esfuerzos de los hermanos
Yenukidze, muy relacionados con Krassin, se montó una gran imprenta
clandestina en Bakú en 1903, y esta imprenta desempeñó
un importante papel en la labor preparatoria de la primera revolución.
En aquella imprenta, bolcheviques y mencheviques trabajaron juntos fraternalmente
hasta mediados de 1905. Cuando el viejo Abel Yenukidze, durante muchos
años secretario general del Comité Ejecutivo Central de la
Unión Soviética, cayó en desgracia con Stalin, fue
obligado en 1935 a revisar de nuevo sus Memorias de 1923, sustituyendo
hechos bien probados por meros asertos respecto al papel inspirador y director
de Soso en el Cáucaso y particularmente en Bakú. Su condescendencia
no salvó a Yenukidze de su sino, ni tampoco añadió
un solo rasgo de vida a la
biografía de Stalin.
Cuando primero apareció Koba en el horizonte de Bakú,
en junio de 1904, la organización socialdemócrata local tenía
en su haber un historial de ocho años de actividad revolucionaria.
La "Ciudad negra" había intervenido eficazmente en el movimiento
obrero durante los años precedentes. La primavera había abatido
sobre Bakú una huelga general que desencadenó un alud de
huelgas y manifestaciones por todo el sur de Rusia. Vera Zasulitch fue
quien primero apreció estos avances al principio de la revolución.
Por el carácter más proletario de Bakú, especialmente
en comparación con Tiflis, los bolcheviques consiguieron asegurarse
allí una posición firme antes que en ningún otro lugar
del Cáucaso. El mismo Majaradze, que había usado el vocablo
de la jerga de Tiflis, kinto, con referencia a Stalin, dice que en el otoño
de 1904 se creó en Bakú, "bajo la dirección inmediata
de Soso, una organización especial para trabajo revolucionario entre
los atrasados obreros de la industria petrolífera, tártaros,
azerbaijanos y persas". Ese testimonio despertaría menos dudas si
Majaradze lo hubiera hecho constar en la primera edición de sus
Memorias y no diez años después, cuando, bajo el látigo
de Beria, volvió a escribir la historia entera de la socialdemocracia
caucásica. El proceso de su gradual acercamiento a la "verdad" oficial
tuvo su complemento en la proscripción de todas las ediciones anteriores
de su obra como engendro del Espíritu Perverso, y su retirada de
la circulación.
Al volver de Siberia, Koba encontró, sin duda, a Kamenev que
había conocido en Tiflis y era allí uno de los primeros
jóvenes adeptos de Lenin.
Es posible que fuese Kamenev, recién Regado del extranjero,
quien contribuyese a convertir a Koba al bolchevismo. Pero el nombre de
Kamenev fue borrado de la historia del Partido pocos años antes
de que el mismo Kamenev fuese fusilado a pretexto de una fantástica
acusación. De todos modos, la verdadera historia del bolchevismo
caucásico comenzó, no al regresar Koba del destierro, sino
en el otoño de 1904. Esta fecha se confirma en diversos aspectos,
aun por parte de autores oficiales, de no verse obligados a referirse específicamente
a Stalin. En noviembre de 1904 se celebró una conferencia bolchevique
en Tiflis, a la que acudieron quince delegados de organizaciones locales
caucásicas, en su mayoría grupos insignificantes. Se aprobó
una resolución so del Partido. Este pidiendo la convocatoria de
un nuevo Congreso del Partido. Este acto era una abierta declaración
de guerra, no sólo contra los mencheviques, sino también
contra el conciliador Comité Central. Si Koba hubiese tomado parte
en esta primera conferencia de los bolcheviques del Cáucaso, Beria
y los otros historiadores no hubieran dejado de consignar que la conferencia
se había celebrado "Por iniciativa y bajo la dirección del
camarada Stalin". El silencio absoluto sobre el particular significa que
Koba, a la sazón en el Cáucaso, no participó en la
conferencia, o, en otras palabras, que ni una sola organización
bolchevique le envió como delegado. La conferencia eligió
un Buró, y Koba no fue incluido como miembro del mismo. Todo ello
hubiera sido inconcebible de haber desempeñado algún puesto
prominente entre los bolcheviques del Cáucaso.
Víctor Taratuta, que asistió a la conferencia como delegado
de Batum y más tarde fue miembro del Comité Central del Partido,
nos da una indicación bastante clara e incuestionable respecto a
quién era por entonces el dirigente de los bolcheviques caucásicos.
"En la conferencia regional del Cáucaso, que tuvo lugar a fines
de 1904 o primeros de 1905 -escribe-, conocí al camarada Kamenev,
León Borisovich, en su calidad de dirigente de las organizaciones
bolcheviques del Cáucaso. En aquella conferencia regional, el camarada
Kamenev fue elegido propagandista móvil, encargado de recorrer el
país en todos sentidos, a fin de propugnar la convocatoria de un
nuevo Congreso del Partido. Al mismo tiempo, se delegó en él
para que visitara a los Comités de todo el país y estableciese
contacto con nuestros centros del extranjero por aquella época."
Este autorizado testimonio no dice una sola palabra acerca de la participación
de Koba.
En tales circunstancias no podía existir, naturalmente, motivo
alguno para incluir a Koba en el centro general ruso de los bolcheviques,
el "Buró de los Comités de la Mayoría", compuesto
de diecisiete miembros, formado con objeto de convocar el Congreso. Kamenev
fue elegido miembro de aquel organismo como representante del Cáucaso.
Entre los demás miembros del Buró que llegaron luego a ser
famosos dirigentes del Soviet, encontramos los nombres de Rikov y Litvinov.
No es ocioso advertir que Kamenev y Rikov tenían dos o tres años
menos que Stalin. En conjunto, el Buró estaba compuesto de representantes
de la "tercera" generación. Koba volvió por segunda vez a
Bakú en diciembre de 1904, esto es, poco después de celebrada
la conferencia bolchevique del Cáucaso. La víspera de su
llegada estalló una huelga general en los campos y fábricas
de petróleo, cogiendo por sorpresa a toda Rusia. Las organizaciones
del Partido no habían aprendido indudablemente a comprender todavía
la índole del carácter insurreccional de las masas, agravado
por el primer año de guerra. La huelga de Bakú precedió
inmediatamente al famoso domingo sangriento de San Petersburgo, la trágica
marcha de los trabajadores dirigidos por el famoso pope Gapon al Palacio
de Invierno, el 22 de enero de 1905. Una de las "Memorias" fabricadas en
el año 1935, menciona vagamente que Stalin dirigió el Comité
de huelga de Bakú y que todo aconteció bajo sus orientaciones.
Pero según el mismo autor, Koba llegó a Bakú después
de comenzar la huelga y permaneció en la ciudad sólo diez
días en total. En realidad, fue allí con una misión
especial, que probablemente tenía algo que ver con preparativos
para el Congreso. Por aquel tiempo es posible que se hubiera decidido ya
en favor del bolchevismo.
El mismo Stalin trató de retrasar la fecha de su incorporación
a los bolcheviques. No satisfecho con la declaración de que se había
hecho bolchevique antes de salir de la cárcel, declaró en
1924, en la noche conmemorativa de los cadetes del Kremlin, que había
establecido contacto con Lenin por vez primera durante el tiempo de su
primera deportación:
"Conocí al camarada Lenin en 1903. No fue, naturalmente, un encuentro
personal, sino por correspondencia, en el curso de un cambio de cartas.
Pero dejó en mí una impresión indeleble, que he conservado
en todas las manifestaciones de mí trabajo dentro del Partido. Por
entonces estaba yo en Siberia, deportado. ' El conocimiento de las actividades
revolucionarias del camarada Lenin a principios de la última década-
del siglo, y especialmente desde 1901, después de aparecer Iskra,
me infundió la convicción de que en el camarada Lenin teníamos
un hombre extraordinario.
"No le consideraba entonces sólo como un dirigente del Partido,
sino como a su verdadero creador, porque únicamente él conocía
la sustancia interna del Partido y sus necesidades perentorias. Cuando
le comparaba con los otros dirigentes de nuestro Partido, me parecía
siempre que los compañeros de armas del camarada Lenin (Plejanov,
Martov, Axelrod y otros) quedaban todos una cabeza por debajo del camarada
Lenin; que, comparado con ellos, Lenin no sólo era uno de los dirigentes,
sino un dirigente de máxima categoría, un águila de
las montañas que no conocía el miedo en la batalla que audazmente
guiaba al Partido hacia delante por los caminos inexplorados del movimiento
revolucionario ruso. Aquella impresión se infiltró tan hondamente
en mi espíritu que sentí la necesidad de escribir sobre ello
a uno de mis amigos íntimos, que por entonces estaba en la emigración,
pidiéndole una respuesta. Poco después, estando ya deportado
en Siberia (hacia fines de 1903) recibí una entusiasta contestación
y una carta sencilla, pero de gran contenido, del camarada Lenin, a quien,
por lo visto, mi amigo había enseñado la mía. La carta
del camarada Lenin era relativamente breve, pero sometía las prácticas
de nuestro Partido a una crítica resuelta e impávida, y exponía
en forma clara y convincente por demás todo el plan de trabajo del
Partido para el período inmediato. Sólo Lenin era capaz de
escribir una carta sobre los temas más complicados de un modo tan
sencillo, tan terminante y decidido, que cada frase parecía perfectamente
audible. Aquella carta sencilla y audaz corroboró mi convencimiento
de que en Lenin teníamos el águila montañera de nuestro
Partido. No puedo perdonarme que, llevado del hábito de un viejo
activista clandestino, hube de quemar la carta del camarada Lenin con muchas
otras. Mis relaciones con el camarada Lenin comenzaron entonces."
La cronología de esta manifestación, tan típica
de Stalin por su primitivismo psicológico y de estilo, no es únicamente
lo erróneo de ella. Koba no llegó al punto de su destierro
hasta enero de 1904; por consiguiente, no pudo recibir allí la carta
aludida en 1903. Además, no aparece muy claro dónde y precisamente
cómo escribió "a uno de sus amigos íntimos" del extranjero,
puesto que antes de salir deportado pasó en la cárcel año
y medio. Las personas desterradas nunca sabían de antemano adónde
se las deportaba; por consiguiente Koba no pudo comunicar previamente su
dirección en Siberia a su amigo emigrado, y ciertamente, tampoco
hubo tiempo para escribir una carta desde el destierro y recibir respuesta
del extranjero en un solo mes que Koba pasó en el destierro. Según
la versión del propio Stalin, la carta de Lenin no tenía
carácter personal, sino programático. Ejemplares de aquel
tipo de carta enviaba invariablemente Krupskaia a diversas direcciones,
en tanto que el original se conservaba en los archivos del Partido en el
extranjero. Es muy poco probable que en aquella ocasión se hiciera
una excepción en obsequio de un joven caucásico desconocido.
Pero los archivos no contienen el original de aquella carta, cuya copia
Koba quemó "llevado del hábito de un viejo activista clandestino"
(por entonces tenía exactamente veinticuatro años). Pero
más sorprendente es el hecho de que Stalin nada diga respecto a
su respuesta a Lenin. Habiendo recibido una carta del dirigente a quien,
según él mismo confiesa, veneraba como a un dios, es de razón
que Koba le hubiese contestado en el acto. Sin embargo, nada dice de esto
Stalin, y no por casualidad: los archivos de Lenin y Krupskaia no contienen
la respuesta de Stalin. Naturalmente, puede haber sido interceptada por
la policía; pero en tal caso, la copia se hubiese conservado en
los archivos del departamento de policía y reproducido en la Prensa
soviética años después. Además, aquellas relaciones
no se habrían limitado a una sola carta. Un joven socialdemócrata
no hubiera dejado de considerar sumamente precioso para él un contacto
permanente con el dirigente de su Partido, con su "águila montañera".
En cuanto a Lenin, estimaba muy valioso todo contacto con Rusia, y contestaba
meticulosamente todas las cartas. Pero no ha salido a relucir correspondencia
alguna entre Lenin y Koba en el curso de estos últimos años.
Todo lo que expone mueve a perplejidad, todo, salvo sus propósitos.
El año 1904 fue, quizá, el más difícil
de la vida de Lenin, exceptuando los últimos años de su enfermedad.
Sin desearlo ni preverlo, rompió con todos los dirigentes más
conocidos de la socialdemocracia rusa, y durante mucho tiempo después
no pudo encontrar a uno solo capaz de remplazar a sus antiguos compañeros
de lucha. Los literatos bolcheviques se reclutaron despacio y con gran
esfuerzo, y no podían equipararse a los redactores del Iskra. Lyadov,
uno de los más activos bolcheviques de aquellos días, y que
en 1904 estaba con Lenin en Ginebra, recordaba veinte años después:
"Llegó Olminsky, llegó Varovsky, y también Bogdanov...,
aguardábamos la llegada de Lunacharsky, del que Bogdanov aseguraba
que se uniría a nosotros en seguida." Estos hombres iban regresando
del destierro, precedidos de su reputación y esperados. Pero al
movilizar el cuadro de redacción del periódico faccionario,
nadie sugirió a Koba como posibilidad. Y hoy se le pinta como prominente
líder bolchevique de aquella época. El primer número
del periódico Vperyod (Adelante) apareció por fin el 22 de
diciembre, en Ginebra. Koba no tuvo absolutamente ninguna participación
en aquel trascendente episodio de la vida de su facción. Ni siquiera
se puso en contacto con los redactores. El periódico no contenía
artículos suyos, ni tampoco información de su procedencia.
Esto sería increíble de haber sido por entonces dirigente
de los bolcheviques del Cáucaso.
Por último, existe testimonio directo y documental en apoyo
de la conclusión que sacábamos a base de pruebas circunstanciales.
En un informe extenso y sumamente interesante a propósito José
Djugashvili, escrito en el año 1911, por el jefe del Departamento
de Policía Secreta de Tiflis, Karpov, se dice lo siguiente:
"Ha tenido actividad en la organización socialdemócrata
desde 1902, primero como menchevique, y luego como bolchevique."
El informe de Karpov es el único documento entre los que conocemos
que declare explícitamente que durante cierto lapso posterior al
cisma, Stalin fue menchevique. El periódico de Tiflis, Zarya Vostoka,
que fue lo bastante despreocupado para publicar ese documento en su número
de 23 de diciembre de 1925, no pensó en dar explicaciones sobre
el mismo, o no estaba en condiciones de darlas. Es seguro que el culpable
sería cruelmente castigado por tal desliz. Es muy significativo
que ni el mismo Stalin juzgase conveniente refutar tal informe. Ni uno
siquiera de los biógrafos e historiadores oficiales del Partido
volvió a referirse a documento tan importante, en tanto que se reproducían,
repetían y refotografiaban insignificantes trocitos de papel. Supongamos
por un instante que la gendarmería de Tiflis, que en todo caso había
de ser la mejor informada sobre el particular, hubiera facilitado informes
erróneos. Entonces surge la pregunta suplementaria: ¿cómo
fue posible un error semejante? Si Koba hubiera sido, en efecto dirigente
de los bolcheviques en el Cáucaso, el Departamento de Policía
Secreta no habría dejado de saberlo. Sólo era posible cometer
un error de tal bulto en materia de caracterización política
con referencia a algún neófito verde o alguna figura de tercer
orden, pero nunca a propósito de un "dirigente". Así, el
único documento que por azar encontró acceso a las prensas,
derrumba de un terrible soplo el mito oficial alimentado con tanto esfuerzo.
¡Y cuántos otros documentos semejantes se conservan bien guardados
en cámaras refractarias, o bien han sido solícitamente relegados
a las llamas!
Puede parecer que hemos gastado demasiado tiempo y esfuerzo en llegar
a una conclusión muy modesta. ¿No es en realidad lo mismo
que Koba se uniese a los bolcheviques a mediados de 1903, o que lo hiciera
en vísperas de 1905? Pero esa modesta conclusión, aparte
del hecho de que incidentalmente descubre ante nosotros la mecánica
de la historiografía y la iconografía del Kremlin, es de
considerable importancia para comprender debidamente la personalidad política
de Stalin. La mayoría de quienes han escrito sobre él aceptan
su transición al bolchevismo como algo inherente a su carácter,
como cosa evidente, natural. Pero tal concepto es definitivamente parcial.
Cierto es que la firmeza y la resolución predisponen a una persona
a aceptar los métodos del bolchevismo. Pero estas características,
por sí solas, no bastan para decidir. Había muchas personas
de carácter firme entre los mencheviques y los socialistas revolucionarios.
Y, en cambio, entre los bolcheviques no era raro encontrar personas débiles
de espíritu, La psicología y el carácter no lo son
todo en la índole del bolchevique que, en primer término,
es una filosofía de la historia y una concepción política.
En ciertas condiciones históricas, los trabajadores son empujados
en la ruta del bolchevismo por todo el cuadro de sus circunstancias sociales.
Esto sucede con independencia de la solidez o flaqueza de los caracteres
individuales. Un intelectual necesitaba intuición política
excepcional e imaginación teórica, fe nada común en
el proceso histórico dialéctico y en los atributos revolucionarios
de la clase trabajadora, para ligar seria y firmemente su destino al del
partido bolchevique en los días en que el bolchevismo no era más
que una anticipación histórica. La mayoría preponderante
de los intelectuales que se incorporaron al bolchevismo en el período
de su auge revolucionario lo abandonaron en los años siguientes.
Era más difícil para Koba alistarse, pero asimismo era más
difícil apartarse de él, pues no tenía imaginación
teórica ni intuición histórica, ni don de la previsión,
del mismo modo que, en cambio, carecía en absoluto de volubilidad.
En una situación compleja, frente a nuevas consideraciones, Koba
prefiere esperar la ocasión, mantenerse al margen o retirarse. En
todos los casos en que por necesidad ha de elegir entre la idea y la máquina
política, invariablemente se decide siempre por la máquina.
El programa tiene que crear primero toda su burocracia antes de que Koba
pueda guardarle el menor respeto. Falta de confianza en las masas, igual
que en los individuos, es la base de su naturaleza. Su empirismo le empuja
siempre a elegir el camino de la menor resistencia. Por eso, en general,
en todos los grandes momentos de crisis de la historia, este revolucionario
miope adopta una posición oportunista que le lleva muy cerca de
los mencheviques y, en ocasiones, hasta le sitúa a la derecha de
ellos. Al mismo tiempo, está constantemente inclinado a favorecer
las acciones más decididas para resolver los problemas que ya ha
dominado. En todas las circunstancias, la violencia bien organizada le
parece el camino más corto entre dos puntos. Aquí conviene
bosquejar una analogía. Los terroristas rusos eran en esencia pequeñoburgueses
demócratas, pero eran sumamente resueltos y audaces. Los marxistas
solían decir a propósito de ellos que eran "liberales con
una bomba". Stalin siempre ha sido lo que sigue siendo hoy: un político
de la "mediocridad áurea" que no vacila en recurrir a las medidas
más extremas. Estratégicamente es un oportunista; tácticamente,
un "revolucionario". En suma, un oportunista con una bomba.
Poco después de su salida del Seminario, Koba estuvo desempeñando
un puesto de tenedor de libros o algo parecido en el Observatorio de Tiflis.
A pesar de su "mísero salario", le gustaba aquella ocupación,
según nos informa Iremashvili, porque le dejaba mucho tiempo libre
para actividades revolucionarias. "Para él, lo menos importante
era su personal bienestar." Nada pedía a la vida, pues le parecía
incompatible toda exigencia con los principios socialistas. Tenía
integridad suficiente para hacer sacrificios por su ideal. Koba era fiel
al voto de pobreza que hacen sin ostentación ni ruido todos los
jóvenes que se alistan en la clandestinidad revolucionaria. Además,
a diferencia de muchos otros que así proceden, estaba acostumbrado
a carecer de comodidades desde niño. "Le visité varias veces
en su cuartucho pobre y mal amueblado de la Mijailovskaya -relata el insustituible
segundo Soso-. A diario vestía Koba una sencilla blusa negra y la
corbata negra que entonces era distintivo de todos los socialdemócratas.
En el invierno se echaba por encima una vieja capa parda. A la cabeza nunca
llevó otra cosa que la gorra rusa de visera. Aunque al dejar Koba
el Seminario no estaba en muy buenos términos con la mayoría
de los jóvenes marxistas del mismo, de vez en cuando hacían
éstos una colecta, a pesar de todo, para aliviarle en sus apuros."
Barbusse nos entera de que en 1900, esto es, un año después
de abandonar el Seminario, José se encontró totalmente sin
recursos: "Sus camaradas le procuraron medios para adquirir alimentos."
Los documentos policíacos indican que Koba siguió empleado
en el Observatorio hasta marzo de 1901, en que se vio obligado a ocultarse.
Su empleo, como hemos oído, apenas le rendía lo suficiente
para subsistir. "... Su sueldo apenas le alcanzaba para vestir con decencia
-sigue diciendo Iremashvili-. Pero es lo cierto que él tampoco hacía
nada por llevar la ropa por lo menos limpia y arreglada. Nunca se le podía
ver sino con una blusa sucia y las botas sin cepillar. Detestaba desde
el fondo de su corazón todo cuanto le pudiese recordar al burgués."
La blusa sucia, las botas sin cepillar, el pelo revuelto eran también
características generales de todos los jóvenes agitadores,
especialmente en las provincias.
Al pasar en marzo de 1901 al estado ilegal, Koba se convirtió
en un revolucionario profesional. A partir de entonces ya no tuvo nombre,
por tener muchos. En diversos períodos, y en ocasiones al mismo
tiempo, se llamó "David", "Koba", "Nizehradze", "Chizhijov", "Ivanovich",
"Stalin". Análogamente, los gendarmes le aplicaban sus apodos particulares.
El más persistente de ellos fue el de "Ryaboi", que aludía
a su cara picada de viruelas. En adelante Koba sólo volvería
al estado legal en la prisión o en el destierro, esto es, entre
dos períodos de trabajo "subterráneo".
"Nunca se apartó de la unidad de propósito -escribía
Yenukidze sobre el joven Stalin en sus Memorias corregidas-. Todas sus
acciones, choques, amistades, se dirigían a un objetivo definido...
Stalin nunca buscó la popularidad personal -añade-, y limitaba
el círculo de sus relaciones a los trabajadores avanzados y a los
agitadores profesionales." La finalidad de esta muletilla repetida en muchas
Memorias oficiales, es explicar por qué, hasta el momento mismo
de su exaltación al poder, Stalin permaneció ignorado de
las masas de la nación y aun de los miembros del Partido en general.
La buscaba con ansia, sin poder encontrarla. Desde el principio, la falta
de popularidad le tuvo amarrado. Precisamente su incapacidad para ganarse
fama en un ataque frontal, empujaba su vigorosa personalidad hacia caminos
extraviados y tortuosos.
Desde bien pronto, el joven Koba había aspirado a dominar a
las gentes, que en su mayoría se le antojaban más débiles
que él mismo. Pero no era más instruido, ni más discreto,
ni más elocuente que otros. No poseía ni uno solo de estos
atributos que proporcionan simpatía. Ahora bien, era más
rico que otros en fría persistencia y en sentido práctico.
No se rendía a los impulsos; más bien sabía cómo
someterlos a sus cálculos. Esa característica se reveló
ya siendo un muchacho en la escuela. "Generalmente, José contestaba
a las preguntas sin apresurarse -escribe Glurdzhide-. Si su respuesta estaba
bien fundada en todos sus aspectos, la daba sin demora; si no, se reservaba
durante un rato más o menos breve." Aparte de la exageración
que supone lo de "bien fundada en todos sus aspectos", estas palabras hacen
alusión a un rasgo bastante notable del joven Stalin que le dio
una ventaja indiscutible entre los jóvenes revolucionarios, en su
mayor parte impulsivos, precipitados e ingenuos.
Aun en aquellos primeros tiempos, Koba no vacilaba en enfrentar unos
con otros a sus adversarios, en calumniarlos y en urdir intrigas contra
todo aquel que, en algún sentido, pareciese superior a él
o pudiese ser un obstáculo a su avance. La falta de dio pábulo
a una atmósfera escrúpulos morales del joven Stalin dio sospecha
y de rumores siniestros sobre él. Mucho de lo que para nada le afectaba,
comenzaba a serle achacado. El socialista revolucionario Vereschak, que
estuvo en estrecho contacto con Stalin en la cárcel, refirió
en la Prensa de los emigrados, en 1928, que, al parecer, después
de ser expulsado José Djugashvili del Seminario, el director recibió
de él una denuncia relativa a un antiguo camarada de su grupo revolucionario.
Cuando José fue obligado a responder de esta acusación ante
la organización de Tiflis, parece ser que no sólo confesó
haber sido el autor de la denuncia, sino que consideró aquello como
algo meritorio; así, en vez de transformarse en popes y maestros,
los expulsados se verían obligados a ser, según sus argumentos,
agitadores activos. Todo este episodio, calcado por ciertos biógrafos
crédulos, tiene todas las trazas de una invención. Una organización
revolucionaria sólo puede mantener su existencia siendo inexorable
con cuanto se refiera lo más mínimo a indicios de denuncia,
provocación o traición. La más leve indulgencia en
esa esfera, supone para ella el principio de la gangrena. Si Soso hubiera
resultado culpable de recurrir a tales medios, mezcla de una parte de Maquiavelo
con dos partes de Judas, es absolutamente inadmisible que el Partido hubiese
tolerado en sus filas un momento más. Iremashvili, que por entonces
pertenecía al mismo círculo seminarista que Koba, nada sabe
de tal episodio. él, por su parte, consiguió graduarse y
se hizo maestro. Ahora bien, no es un simple accidente que un invento tan
ruin se relacione con el nombre de Stalin. Nada semejante se ha rumoreado
a propósito de ninguno de los otros revolucionarios antiguos.
La juventud de la generación revolucionaria coincidió
con la juventud del movimiento obrero. Era la época de la gente
entre los dieciocho y los treinta años. Los revolucionarios de más
edad eran pocos y parecían viejos. El movimiento, hasta entonces,
carecía en absoluto de vividores, vivía de su fe en el futuro
y de su espíritu de sacrificio. No existía aún rutina,
fórmulas estereotipadas, gestos teatrales, trucos oratorias hechos
de antemano. La lucha, naturalmente, era sobrado patética, tímida
y torpe. Hasta las palabras "Comité", "Partido", eran cosa nueva,
con una aureola de frescura primaveral, y sonaban en oídos jóvenes
como inquietante y seductora melodía. Quien se afiliaba en una organización
sabía que le esperaba la cárcel seguida del destierro a pocos
meses de plazo. El colmo de su ambición era estar en la brecha el
mayor tiempo posible antes de ser detenidos; mantenerse firmes frente a
los gendarmes; aliviar en lo posible la situación de los camaradas;
leer, durante la prisión, el mayor número posible de libros;
escaparse cuanto antes del destierro al extranjero; adquirir allí
conocimientos útiles, y volver después a la actividad revolucionaria
dentro de Rusia.
Los revolucionarios profesionales creían cuanto predicaban.
Podían no haber tenido otro incentivo para emprender la ruta del
Calvario. La solidaridad bajo la persecución no era una palabra
vacía, y aumentaba su valor el desprecio hacia la cobardía
y la deserción. "Dando vueltas en mi mente al sinnúmero de
camaradas a quienes tuve ocasión de conocer -escribe Eugenia Levisstkaya,
refiriéndose a la organización clandestina de Odesa de 1901
a 1907-, no acierto a recordar ni un solo hecho reprensible o despreciable,
ni una sola decepción o mentira. Había rozamientos, diferencias
faccionales de opinión; pero esto era todo. En cierta medida, cada
cual se vigilaba moralmente, se hacía mejor y más tratable
en aquella familia de afectos." Odesa no era una excepción, naturalmente.
Los jóvenes y las jóvenes que se entregaban por entero al
movimiento revolucionario, sin pedir nada en cambio, no eran los peores
representantes de su generación, La Orden de los "revolucionarios
profesionales" no sale perdiendo en nada al compararla con cualquier otro
grupo social.
José Djugashvili fue miembro de esa Orden, y compartió
parte de sus atributos; muchos, pero no todos. Vio la finalidad de su vida
en derribar los poderes existentes. El odio a ellos era en su espíritu
infinitamente más activo que el amor a los oprimidos. La prisión,
el destierro, los sacrificios, las privaciones no le asustaban. Sabía
mirar al peligro cara a cara. Al mismo tiempo, se daba cuenta muy bien
de ciertos defectos suyos, como son su torpeza, su falta de talento, la
general mediocridad de su continente físico y moral. Su arrogante
ambición estaba impregnada de envidia y malevolencia. Su impertinencia
corría parejas con su espíritu vengativo. El destello ictérico
de su mirada inducía a las personas sensibles a la cautela. Ya en
sus días de colegio se hizo notar por su maña en advertir
las flaquezas de los demás y por insistir sobre ellas despiadadamente.
El ambiente del Cáucaso resultó sumamente favorable para
fomentar
estos atributos básicos de su carácter. Sin perder pie en
medio de sus entusiastas, sin enardecerse entre quienes se inflamaban fácilmente
y con igual facilidad se enfriaban, aprendió pronto en la vida a
apreciar las ventajas de la entereza fría, de la circunspección
y, especialmente, de la astucia, que, en su caso, se transformó
sutilmente en marrullería. Especiales circunstancias históricas
habrían de investir de primera importancia estos atributos esencialmente
secundarios.