La propiedad estatalizada de los medios de producción domina
casi exclusivamente en la industria. En la agricultura sólo está
representada por los sovjoses, que no abarcan más que el 10% de
las superficies sembradas. En los koljoses, la propiedad cooperativa o
la de asociaciones se combina en proporciones variables con las del Estado
y las del individuo. El suelo perteneciente jurídicamente al Estado,
pero concedido "a goce perpetuo" a los koljoses, difiere poco de la propiedad
de las asociaciones. Los tractores y las máquinas pertenecen al
Estado; el equipo de menor importancia, a la explotación colectiva.
Todo campesino de koljós tiene, además, su empresa privada.
El 10% de los campesinos permanecen aislados.
Según el censo de 1934, el 28'1% de la población estaba
compuesto por obreros y empleados del Estado. Los obreros de la industria
y de la construcción eran 7,5 millones en 1935, sin incluir a sus
familias. Los koljoses y los oficios organizados en cooperativas constituían,
en la época del censo, el 45,9% de la población. Los estudiantes,
los militares, los pensionistas y otras categorías que dependen
inmediatamente del Estado, el 3'4%. En total, el 74% de la población
pertenecía al "sector socialista" y disponía del 95,8% del
capital del país. Los campesinos aislados y los artesanos representaban
todavía (en 1934) el 22,5% de la población, pero apenas poseían
un poco más del 4% del capital nacional.
No ha habido censo desde 1934, y el próximo se efectuará
en 1937. Sin embargo, es indudable que el sector privado de la economía
ha sufrido nuevas limitaciones en favor del "sector socialista". Los cultivadores
individuales y los artesanos constituyen en la actualidad, según
los órganos oficiales, cerca del 10% de la población, o sea
17 millones de almas; su importancia económica ha caído mucho
más bajo que su importancia numérica. Andreev, secretario
del Comité Central, declaraba en abril de 1936: "En 1936 el peso
específico de la producción socialista en nuestro país
debe constituir el 98,5%, de manera que no le quedará al sector
no socialista más que un insignificante 1,5%". Estas cifras optimistas
parecen, a primera vista, probar irrefutablemente la victoria "definitiva
e irrevocable" del socialismo. Pero desdichado del que detrás de
la aritmética no vea la realidad social.
Estas mismas cifras son un poco forzadas. Basta indicar que la propiedad
privada de los miembros de los koljoses está comprendida en el "sector
socialista". Sin embargo, el eje del problema no está allí.
La indiscutible y enorme superioridad estadística de las formas
estatales y colectivas de la economía, por importante que sea para
el porvenir, no aleja otro problema igualmente importante: el del poder
de las tendencias burguesas en el seno mismo del "sector socialista", y
no solamente en la agricultura, sino también en la industria. La
mejora del nivel de vida obtenida en el país, basta para provocar
un crecimiento de las necesidades, pero de ninguna manera basta para satisfacerlas.
El propio dinamismo del desarrollo económico implica cierto despertar
de los apetitos pequeño burgueses, y no únicamente entre
los campesinos y los representantes del trabajo "intelectual", sino también
entre los obreros privilegiados. La simple oposición de los propietarios
individuales a los koljoses y de los artesanos a la industria estatalizada,
no dan la menor idea de la potencia explosiva de estos apetitos que penetran
en toda la economía del país y se expresan, para hablar sumariamente,
en la tendencia de todos y de cada uno, de dar a la sociedad lo menos que
pueden y sacar de ella lo más.
La solución de los problemas de consumo y de competencia por
la existencia, exige la misma energía e ingenio, cuando menos, que
la edificación socialista en el sentido propio de la palabra; de
allí proviene, en parte, el débil rendimiento del trabajo
social. Mientras que el Estado lucha incesantemente contra la acción
molecular de las fuerzas centrífugas, los propios medios dirigentes
constituyen el lazo principal de la acumulación privada lícita
o ilícita. Enmascaradas por las nuevas normas jurídicas,
las tendencias pequeño burguesas no se dejan asir fácilmente
por la estadística. Pero la burocracia "socialista", esta asombrosa
contradictio in adjecto, monstruosa excrecencia social, siempre creciente
y que se transforma, a su vez, en causa de fiebres malignas de la sociedad,
demuestra su claro predominio en la vida económica.
La nueva Constitución, construida enteramente, tal como veremos,
sobre la identificación de la burocracia y del Estado -así
como del pueblo y del Estado-, dice: "La propiedad del Estado, en otras
palabras, la de todo el pueblo...". Sofisma fundamental de la doctrina
oficial. No es discutible que los marxistas, comenzando por el mismo Marx,
hayan empleado con relación al Estado obrero los términos
de propiedad "estatal", "nacional" o "socialista" como sinónimos.
A grandes escalas históricas, esta manera de hablar no presentaba
inconvenientes; pero se transforma en fuente de groseros errores y de engañifas
al tratarse de las primeras etapas, aún no aseguradas, de la evolución
de la nueva sociedad aislada y retrasada, desde el punto de vista económico,
con relación a los países capitalistas.
Para que la propiedad privada pueda llegar a ser social, tiene que
pasar ineludiblemente por la estatalización, del mismo modo que
la oruga para transformarse en mariposa tiene que pasar por la crisálida.
Pero la crisálida no es una mariposa. Miriadas de crisálidas
perecen antes de ser mariposas. La propiedad del Estado no es la de "todo
el pueblo" más que en la medida en que desaparecen los privilegios
y las distinciones sociales y en que, en consecuencia, el Estado pierde
su razón de ser. Dicho de otra manera: la propiedad del Estado se
hace socialista a medida que deja de ser propiedad del Estado. Por el contrario,
mientras el Estado soviético se eleva más sobre el pueblo,
más duramente se opone, como el guardián de la propiedad,
al pueblo dilapidador, y más claramente se declara contra el carácter
socialista de la propiedad estatalizada.
"Aún estamos lejos de la supresión de las clases", reconoce
la prensa oficial, y se refiere a las diferencias que subsisten entre la
ciudad y el campo, entre el trabajo intelectual y el manual. Esta confesión
puramente académica tiene la ventaja de justificar como trabajo
"intelectual" los ingresos de la burocracia. Los "amigos", para quienes
Platón es más caro que la verdad, también se limitan
a admitir en estilo académico la existencia de vestigios de desigualdad.
Pero estos vestigios están muy lejos de bastar para dar tina explicación
a la realidad soviética. Si la diferencia entre la ciudad y el campo
se ha atenuado desde distintos puntos de vista, en cambio desde otros se
ha profundizado a causa del rápido crecimiento de la civilización
y del confort en las ciudades, es decir, de la minoría ciudadana.
La distancia social entre el trabajo manual y el intelectual, en lugar
de disminuir ha aumentado durante los últimos años, a pesar
de la formación de cuadros científicos salidos del pueblo.
Las barreras milenarias de las castas que aislan al hombre -al ciudadano
educado del mujik inculto, al mago de la ciencia del peón-, no solamente
se han mantenido bajo formas más o menos atenuadas, sino que renacen
abundantemente y revisten sin aspecto provocativo.
La famosa consigna: "Los cuadros lo deciden todo", caracteriza mucho
más francamente de lo que quisiera Stalin a la sociedad soviética.
Por definición, los cuadros están llamados a ejercer la autoridad.
El culto a los cuadros significa, ante todo, el de la burocracia, de la
administración, de la aristocracia técnica. En la formación
y en la educación de los cuadros, como en otros dominios, el régimen
soviético realiza una labor que la burguesía ha terminado
desde hace largo tiempo. Pero como los cuadros soviéticos aparecen
bajo el estandarte socialista, exigen honores casi divinos y emolumentos
cada vez más elevados. De manera que la formación de cuadros
"socialistas" va acompañada por un renacimiento de la desigualdad
burguesa.
Puede parecer que no existe ninguna diferencia, desde el punto de vista
de la propiedad de los medios de producción, entre el mariscal y
la criada, entre el director de trust y el peón, entre el hijo del
comisario del pueblo y el vagabundo. Sin embargo, los unos ocupan bellos
apartamentos, disponen de varias villas en diversos rincones del país,
tienen los mejores automóviles y, desde hace largo tiempo, ya no
saben cómo se limpia un par de zapatos; los otros viven en barracas,
en las que frecuentemente faltan los tabiques están familiarizados
con el hambre y no se limpian los zapatos porque andan descalzos. Para
el dignatario, esta diferencia no tiene importancia: para el peón,
es de las más importantes.
Algunos "teóricos" superficiales pueden consolarse diciéndose
que el reparto de bienes es un factor de segundo orden en comparación
con la producción. Sin embargo, la dialéctica de las influencias
recíprocas guarda toda su fuerza. El destino de los medios nacionalizados
de producción se decidirá, a fin de cuentas, según
la evolución de las diferentes condiciones personales. Si un vapor
se declara propiedad colectiva, y los pasajeros quedan divididos en primera,
segunda y tercera clase, es comprensible que la diferencia de las condiciones
reales terminará por tener, a los ojos de los pasajeros de tercera,
una importancia mucho mayor que el cambio jurídico de la propiedad.
Por el contrario, los pasajeros de primera expondrán gustosamente,
entre café y cigarrillos, que la propiedad colectiva es todo, que
comparativamente la comodidad de los camarotes no es nada. Y el antagonismo
resultante de estas situaciones asestará rudos golpes a una colectividad
inestable.
La prensa soviética ha relatado con satisfacción que
un chiquillo al visitar el zoo de Moscú, preguntó a quién
pertenecía el elefante, y al oír decir "al Estado", concluyó
inmediatamente: "Entonces, también es un poco mío". Si en
realidad hubiera que repartir el elefante, los valiosos colmillos irían
a los privilegiados, algunos dichosos apreciarían el jamón
del paquidermo, y la mayoría tendría que contentarse con
las tripas y las sobras. Los chiquillos perjudicados en el reparto se sentirían
poco inclinados a confundir su propiedad con la del Estado. Los jóvenes
vagabundos no tienen como propiedad más que lo que acaban de robar
al Estado. Es muy probable que el chiquillo del zoo fuese el hijo de un
personaje influyente habituado a pensar que "el Estado soy yo".
Si traducimos, para expresarnos mejor, las relaciones socialistas en
términos de Bolsa, los ciudadanos serían los accionistas
de una empresa que poseyera las riquezas del país. El carácter
colectivo de la propiedad supone un reparto "Igualitario" de las acciones
y, por tanto, un derecho a dividendos iguales para todos los accionistas.
Los ciudadanos, sin embargo, participan en la empresa como accionistas
y como productores. En la fase inferior del comunismo, que hemos llamado
socialismo, la remuneración del trabajo se hace aun según
las normas burguesas, es decir, de acuerdo con la cualificación
del trabajo, su intensidad, etc.
Los ingresos teóricos de un ciudadano se forman, pues, de dos
partes: a + b, el dividendo más el salario. Cuanto más desarrollada
es la técnica y la organización económica está
más perfeccionada, mayor será la importancia del factor a
con relación a b; y, será menor la influencia ejercida sobre
la condición material por las diferencias individuales del trabajo.
El hecho de que las diferencias de salario en la URSS no sean menores,
sino mayores que en los países capitalistas, nos impone la conclusión
de que las acciones están repartidas desigualmente y que los ingresos
de los ciudadanos implican, al mismo tiempo que un salario desigual, partes
desiguales del dividendo. Mientras que el peón no recibe más
que b, salario mínimo que recibiría en idénticas condiciones
en una empresa capitalista, el estajanovista y el funcionario reciben 2a+
b o 3a + b, y así sucesivamente. Por otra parte, b puede transformarse
en 2b, 3b, etc. En otras palabras, la diferencia de los ingresos no solo
está determinada por la simple diferencia del rendimiento individual,
sino por la apropiación enmascarada del trabajo de otros. La minoría
privilegiada de los accionistas vive a costa de la mayoría expoliada.
Si se admite que el peón soviético recibe más
de lo que recibiría, con el mismo nivel técnico y cultural,
en una empresa capitalista, es decir, que un pequeño accionista,
su salario debe considerarse como a + b. Los salarlos de las categorías
mejor pagadas serán expresados, en este caso, por la fórmula
3a + 2b; 10a + 15b, etc., lo que significaría que mientras que el
peón tiene una acción, el estajanovista tiene tres y el especialista
diez; y que, además, sus salarios, en el sentido propio de la palabra,
están en la proporción de 1 a 2 y a 15. Los himnos a la sagrada
propiedad socialista parecen, bajo estas condiciones, mucho más
convincentes para el director de fábrica o de trust o el estajanovista,
que para el obrero ordinario o para el campesino del koljós. Ahora
bien, los trabajadores no cualificados constituyen la inmensa mayoría
en la sociedad, y el socialismo debe contar con ellos v no con una nueva
aristocracia.
"El obrero no es, en nuestro país, un esclavo asalariado, un
vendedor de trabajo-mercancía. Es un trabajador libre" (Pravda).
En la actualidad esta fórmula elocuente no es más que una
inadmisible fanfarronada. El paso de las fábricas al poder del Estado
no ha cambiado más que la situación jurídica del obrero;
de hecho, vive en medio de la necesidad, trabajando cierto número
de horas por un salario dado. Las esperanzas que el obrero fundaba antes
en el partido y en los sindicatos, las ha trasladado después de
la Revolución sobre el Estado que él mismo ha creado. Pero
el trabajo útil de ese Estado se ha visto limitado por la insuficiencia
de la técnica y de la cultura. Para mejorar una y otra, el nuevo
Estado ha recurrido a los viejos métodos: agotamiento de los nervios
y de los músculos de los trabajadores. Se ha formado todo un cuerpo
de aguijoneadores. La gestión de la industria se ha hecho extremadamente
burocrática. Los obreros han perdido toda influencia en la dirección
de las fábricas. Trabajando a destajo, viviendo en medio de un malestar
profundo, privado de la libertad de desplazarse, sufriendo hasta en la
misma fábrica un terrible régimen policíaco, el obrero
difícilmente podrá sentirse "un trabajador libre". Para él,
el funcionario es un jefe; el Estado, un amo. El trabajo libre es incompatible
con la existencia del Estado burocrático.
Todo lo que acabamos de decir se aplica al campo, con algunos correctivos
necesarios,. La teoría oficial erige la propiedad de los koljoses
en propiedad socialista. Pravda escribe que los koljoses "ya son en realidad
comparables a las empresas de Estado del tipo socialista". Agrega inmediatamente
que la "garantía del desarrollo socialista de la agricultura reside
en la dirección de los koljoses por el partido bolchevique", esto
es trasladarnos de la economía a la política. Es decir, que
las relaciones socialistas están establecidas, por el momento, no
en las verdaderas relaciones entre los hombres, sino en el corazón
tutelar de los superiores. Los trabajadores harán bien en desconfiar
de este corazón. La verdad es que la economía de los koljoses
está a medio camino entre la agricultura parcelaria individual y
la economía estatal; y que las tendencias pequeño burguesas
en el seno de los koljoses son completadas, de la mejor manera por el rápido
crecimiento del haber individual de los campesinos.
Con sólo 4 millones de hectáreas contra 108 millones
de hectáreas colectivas, o sea menos del 4%, las parcelas individuales
de los miembros de los koljoses, sometidas a un cultivo intensivo, proporcionan
al campesino los artículos más indispensables para su consumo.
La mayor parte del ganado mayor, de los corderos, de los cerdos, pertenece
a los miembros de los koljoses y no a los koljoses. Sucede frecuentemente
que los campesinos den a sus parcelas individuales el principal cuidado
y releguen a segundo término los koljoses de flojo rendimiento.
Los koljoses que pagan mejor la jornada de trabajo ascienden, por el contrario,
un escalón, formando una categoría de granjeros acomodados.
Las tendencias centrífugas no desaparecen aún, por el contrario
se fortifican y extienden. En cualquier caso, los koljoses por el momento
no han logrado mas que transformar las formas jurídicas de la economía
en el campo; particularmente en el modo de reparto de los ingresos. Casi
no han afectado a la antigua isba, a los huertos, a la cría de ganado,
al ritmo del penoso trabajo de la tierra, ni aun a la antigua manera de
considerar al Estado, que si ya no sirve a los propietarios territoriales
y a la burguesía, toma demasiado al campo para la ciudad y mantiene
a demasiados funcionarios voraces.
Las categorías siguientes figurarán en el censo del 6
de enero de 1937: obreros, empleados, trabajadores de koljoses, cultivadores
individuales, artesanos, profesiones libres, servidores del culto, no trabajadores.
El comentario oficial precisa que no se incluyan otras rúbricas
porque no hay clases en la URSS. En realidad tal estadística está
concebida para disimular la existencia de medios privilegiados y de bajos
fondos desheredados. Las verdaderas capas sociales a las que se hubiera
debido señalar, por medio de un censo honrado, son éstas:
altos funcionarios, especialistas y otras personas que viven como burgueses;
capas medias e inferiores de funcionarios y especialistas que viven como
pequeño burgueses; aristocracia obrera y koljosiana, situada casi
en las mismas condiciones que los anteriores; obreros medios; campesinos
medios de los koljoses; obreros y campesinos próximos al lumpen
proletariat o proletariado déclassé; jóvenes vagabundos,
prostitutas y otros.
Cuando la nueva Constitución declara que "la explotación
del hombre por el hombre se ha abolido en la URSS", dice lo contrario de
la verdad. La nueva diferenciación social ha creado las condiciones
para un renacimiento de la explotación bajo las formas más
bárbaras, como son la compra del hombre para el servicio personal
de otro. El servicio domestico no figura en las hojas del censo, debiendo
comprenderse, evidentemente bajo la firma de "obreros". Los problemas siguientes
no se plantean: ¿El ciudadano soviético tiene sirvientes,
y cuáles (camarera, cocinera, nodriza, niñera, chófer)?
¿Tiene un coche a su servicio? ¿De cuántas habitaciones
dispone'? No se habla de la magnitud de su salario. Si volviera a ponerse
en vigor la regla soviética que priva de derechos políticos
a quien explote el trabajo de otro, se vería que las cumbres dirigentes
de la sociedad soviética debían ser privadas del beneficio
de la Constitución. Felizmente, se ha establecido una igualdad completa
de los derechos... entre el amo y los criados.
Dos tendencias opuestas se desarrollan en el seno del régimen.
Al desarrollar las fuerzas productivas -al contrario del capitalismo estancado-,
ha creado los fundamentos económicos del socialismo. Al llevar hasta
el extremo -con su complacencia para los dirigentes- las normas burguesas
del reparto, prepara una restauración capitalista. La contradicción
entre las formas de la propiedad y las normas de reparto no puede crecer
indefinidamente. De manera que las normas burguesas tendrán que
extenderse a los medios de producción o las normas de distribución
tendrán que corresponderse con el sistema de propiedad socialista.
La burocracia teme la revelación de esta alternativa. En todas
partes: la prensa, en la tribuna, en la estadística, en las novelas
de sus escritores y en los versos de sus poetas, en el texto de su nueva
Constitución, emplea las abstracciones del vocabulario socialista
para ocultar las relaciones reales tanto en la ciudad como en el campo.
Esto es lo que hace tan falsa, tan mediocre y tan artificial la ideología
oficial.
¿CAPITALISMO DE
ESTADO?
Ante fenómenos nuevos, los hombres suelen buscar un refugio en
las palabras viejas. Se ha tratado de disfrazar el enigma soviético
con el término capitalismo de Estado, que presenta la ventaja de
no ofrecerle a nadie un significado preciso. Sirvió primero para
designar los casos en que el Estado burgués asume la gestión
de los medios de transporte y de determinadas industrias. La necesidad
de medidas semejantes es uno de los síntomas de que las fuerzas
productivas del capitalismo superan al capitalismo y lo niegan parcialmente
en la práctica. Pero el sistema se sobrevive y sigue siendo capitalista,
a pesar de los casos en que llega a negarse a sí mismo.
En el plano de la teoría, podemos representarnos una situación
en la que la burguesía entera se constituyera en sociedad por acciones
para administrar, por medio del Estado, toda la economía nacional.
El mecanismo económico de un régimen de esta especie no ofrecería
ningún misterio. El capitalista, lo sabemos, no recibe bajo forma
de beneficio la plusvalía creada por sus propios obreros, sino una
fracción de la plusvalía de un país entero, proporcional
a su parte de capital. En un "capitalismo de Estado" integral, la ley del
reparto igual de los beneficios se aplicaría directamente, sin concurrencia
de los capitales, por medio de una simple operación de contabilidad.
Jamás ha existido un régimen de este género, ni lo
habrá jamás, a causa de las contradicciones profundas que
dividen a los poseedores entre sí, y tanto más cuanto que
el Estado, representante único de la propiedad capitalista, constituiría
para la revolución social un objeto demasiado tentador.
Después de la guerra, y sobre todo después de las experiencias
de la economía fascista, se entiende por "capitalismo de Estado"
un sistema de intervención y de dirección económica
por el Estado. Los franceses usan en tal caso una palabra mucho más
apropiada: el estatismo. El capitalismo de Estado y el estatismo indudablemente
se tocan: pero como sistemas, serían más bien opuestos. El
capitalismo de Estado significa la sustitución de la propiedad privada
por la propiedad estatalizada, y conserva, por esto mismo, un carácter
parcial. El estatismo -así sea la Italia de Mussolini, la Alemania
de Hitler, los Estados Unidos de Roosevelt o la Francia de León
Blum-, significa la intervención del Estado sobre las bases de la
propiedad privada, para salvarla. Cualesquiera que sean los programas de
los gobiernos, el estatismo consiste, inevitablemente, en trasladar las
cargas del sistema agonizante de los más fuertes a los más
débiles. Salva del desastre a los pequeños propietarios,
únicamente porque su existencia es necesaria para el sostenimiento
de la gran propiedad. El estatismo, en sus esfuerzos de economía
dirigida, no se inspira en la necesidad de desarrollar las fuerzas productivas,
sino en la preocupación de conservar- la propiedad privada en detrimento
de las fuerzas productivas que se rebelan contra ella. El estatismo frena
el desarrollo de la técnica, al sostener a empresas no viables y
al mantener capas sociales parasitarias: en una palabra, es profundamente
reaccionario.
La frase de Mussolini: "Las tres cuartas partes de la economía
italiana, industrial y agrícola, están en manos del Estado"
(26 de mayo de 1934), no debe tomarse al pie de la letra. El Estado fascista
no es propietario de las empresas, no es más que intermediario entre
los capitalistas. ¡Diferencia apreciable! El Popolo d'Italia dice
a ese respecto: "El Estado corporativo une y dirige la economía,
pero no la administra (dirige e porta alla unitá l'economia, ma
non fa l'economia, non gestice), lo que no sería otra cosa, con
el monopolio de la producción, que el colectivismo" (12 de junio
de 1936).
Con los campesinos en general, con los pequeños propietarios,
la burocracia interviene como un poderoso señor; con los magnates
del capital, como su primer poder. "El Estado corporativo -escribe precisamente
el marxista italiano Feroci- no es más que el agente del capital
monopolista (...) Mussolini hace que el Estado corra con todos los riesgos
de las empresas y deja a los capitalistas todos los beneficios de la explotación".
En este aspecto, Hitler sigue las huellas de Mussolini. La dependencia
de clase del Estado fascista determina los límites de la nueva economía
dirigida, y también su contenido real; no se trata de aumentar el
poder del hombre sobre la naturaleza en interés de la sociedad,
sino de explotar a la sociedad en interés de una minoría:
"SI yo quisiera -se alababa Mussolini- establecer en Italia el capitalismo
de Estado o el socialismo de Estado, lo que no sucederá, encontraría
en la actualidad todas las condiciones necesarias". Salvo una: la expropiación
de la clase capitalista. Y para realizar esta condición, el fascismo
tendría que colocarse del otro lado de la barricada, "lo que no
sucederá" se apresura a añadir Mussolini, y con razón,
pues la expropiación de los capitalistas necesita otras fuerzas,
otros cuadros y otros jefes.
La primera concentración de los medios de producción en
manos del Estado conocida por la historia, la realizó el proletariado
por medio de la revolución social, y no los capitalistas por medio
de los trust estatalizados. Este breve análisis bastará para
mostrar cuán absurdas son las tentativas de identificar el estatismo
capitalismo con el sistema soviético. El primero es reaccionario,
el segundo realiza un gran progreso.
¿ES LA BUROCRACIA
UNA CLASE DIRIGENTE?
Las clases se definen por el sitio que ocupan en la economía
social y, sobre todo, con relación a los medios de producción.
En las naciones civilizadas, la ley fija las relaciones de propiedad. La
nacionalización del suelo, de los medios de producción, de
los transportes y de los cambios, así como el monopolio del comercio
exterior, forman las bases de la sociedad soviética. Para nosotros,
esta adquisición de la revolución proletaria define a la
URSS como un Estado proletario.
Por la función de reguladora y de intermediaria, por el cuidado
que tiene en mantener la jerarquía social, por la explotación,
con estos mismos fines, del aparato del Estado, la burocracia soviética
se parece a cualquier otra y, sobre todo, a la del fascismo. Pero también
se distingue de ésta en caracteres de una extrema importancia. Bajo
ningún otro régimen, la burocracia alcanza semejante independencia.
En la sociedad burguesa, la burocracia representa los intereses de la clase
poseedora e instruida que dispone de gran número de medios de control
sobre sus administraciones. La burocracia soviética se ha elevado
por encima de una clase que apenas salía de la miseria y de las
tinieblas, y que no tenía tradiciones demando y de dominio. Mientras
que los fascistas, una vez llegados al poder, se alían con la burguesía
por los intereses comunes, la amistad, los matrimonios, etc., etc., la
burocracia de la URSS asimila las costumbres burguesas sin tener a su lado
una burguesía nacional. En este sentido, no se puede negar que es
algo más que una simple burocracia. Es la única capa social
privilegiada y dominante, en el sentido pleno de estas palabras, en la
sociedad soviética.
Otra particularidad presenta Igual importancia. La burocracia soviética
ha expropiado políticamente al proletariado para defender con sus
propios métodos las conquistas sociales de éste. Pero el
hecho mismo de que se haya apropiado del poder en un país en donde
los medios de producción más importantes pertenecen al Estado,
crea entre ella y las riquezas de la nación relaciones enteramente
nuevas. Los medios de producción pertenecen al Estado. El Estado
"pertenece", en cierto modo, a la burocracia. Si estas relaciones completamente
nuevas se estabilizaran, se legalizaran, se hicieran normales, sin resistencia
o contra la resistencia de los trabajadores, concluirían por liquidar
completamente las conquistas de la revolución proletaria. Pero esta
hipótesis es prematura. El proletariado aun no ha dicho su última
palabra. La burocracia no le ha creado una base social a su dominio, bajo
la forma de condiciones particulares de propiedad. Esta obligada a defender
la propiedad del Estado, fuente de su poder y de sus rentas. Desde este
punto de vista, sigue siendo el instrumento de la dictadura del proletariado.
Las tentativas de presentar a la burocracia soviética como una
clase "capitalista de Estado", no resiste crítica. La burocracia
no tiene títulos ni acciones. Se recluta, se completa y se renueva
gracias a una jerarquía administrativa, sin tener derechos particulares
en materia de propiedad. El funcionario no puede transmitir a sus herederos
su derecho de explotación del Estado. Los privilegios de la burocracia
son abusos. Oculta sus privilegios y finge no existir como grupo social.
Su apropiación de una inmensa parte de la renta nacional es un hecho
de parasitismo social. Todo esto hace la situación de los dirigentes
soviéticos altamente contradictoria, equívoca e indigna,
a pesar de la plenitud de poder y de la cortina de humo de las adulaciones.
En el curso de su carrera, la sociedad burguesa ha cambiado muchas
veces de regímenes y de castas burocráticas, sin modificar,
por eso, sus bases sociales. Se ha inmunizado contra la restauración
del feudalismo y de sus corporaciones, por la superioridad de su modo de
producción. El poder sólo podía secundar o estorbar
el desarrollo capitalista; las fuerzas productivas, fundadas sobre la propiedad
privada y la concurrencia, trabajan por su cuenta. Al contrario de ésto,
las relaciones de propiedad establecidas por la revolución socialista
están indisolublemente ligadas al nuevo Estado que las sostiene.
El predominio de las tendencias socialistas sobre las tendencias pequeño
burguesas no está asegurado por el automatismo económico
-aún estamos lejos de ello-, sino por el poder político de
la dictadura. Así es que el carácter de la economía
depende completamente del poder.
La caída del régimen soviético provocaría
infaliblemente la de la economía planificada y, por tanto, la liquidación
de la propiedad estatalizada. El lazo obligado entre los trusts y las fábricas
en el seno de los primeros, se rompería. Las empresas más
favorecidas serían abandonadas a sí mismas. Podrían
transformarse en sociedades por acciones o adoptar cualquier otra forma
transitoria de propiedad, tal como la participación de los obreros
en los beneficios. Los koljoses se disgregarían al mismo tiempo,
y con mayor facilidad. La caída de la dictadura burocrática
actual, sin que fuera reemplazada por un nuevo poder socialista, anunciaría,
también, el regreso al sistema capitalista con una baja catastrófica
de la economía y de la cultura.
Pero si el poder socialista es aún absolutamente necesario para
la conservación y el desarrollo de la economía planificada,
el problema de saber sobre qué se apoya el poder soviético
actual y en qué medida el espíritu socialista de su política
está asegurado, se hace cada vez más grave. Lenin, hablando
al XI Congreso del partido como si le diera sus adioses, decía a
los medios dirigentes: "La historia conoce transformaciones de todas clases;
en política no es serio contar con las convicciones, la devoción
y las bellas cualidades del alma...". La condición determina la
conciencia. En unos quince años, el poder modificó la composición
social de los medios dirigentes más profundamente que sus ideas.
Como la burocracia es la capa social que ha resuelto mejor su propio problema
social, está plenamente satisfecha de lo que sucede y, por eso mismo,
no proporciona ninguna garantía moral en la orientación socialista
de su política. Continúa defendiendo la propiedad nacionalizada
por miedo al Proletariado. Este temor saludable lo mantiene y alimenta
el partido ilegal de los bolcheviques-leninistas, que es la expresión
más consciente de la corriente socialista contra el espíritu
de reacción burguesa que penetra profundamente a la burocracia termidoriana.
Como fuerza política consciente, la burocracia ha traicionado a
la revolución, pero por fortuna, la revolución victoriosa
no es solamente una bandera, un programa, un conjunto de instituciones
políticas; es también un sistema de relaciones sociales.
No basta traicionarla, es necesario, además, derrumbarla. Sus dirigentes
han traicionado a la Revolución de Octubre pero no la han derrumbado,
y la revolución tiene una gran capacidad de resistencia que coincide
con las nuevas relaciones de propiedad, con la fuerza viva del proletariado,
con la conciencia de sus mejores elementos, con la situación sin
salida del capitalismo mundial, con la inevitabilidad de la revolución
mundial.
EL PROBLEMA DEL CARáCTER
SOCIAL DE LA URSS AúN NO ESTá RESUELTO POR LA HISTORIA
Para comprender mejor el carácter social de la URSS de hoy, formulemos
dos hipótesis para el futuro. Supongamos que la burocracia soviética
es arrojada del poder por un partido revolucionario que tenga todas las
cualidades del viejo partido bolchevique; y que, además, esté
enriquecido con la experiencia mundial de los últimos tiempos. Este
partido comenzaría por restablecer la democracia en los sindicatos
y en los soviets. Podría y debería restablecer la libertad
de los partidos soviéticos. Con las masas, a la cabeza de las masas,
procedería a una limpieza implacable de los servicios del Estado;
aboliría los grados, las condecoraciones, los privilegios, y restringiría
la desigualdad en la retribución del trabajo, en la medida que lo
permitieran la economía y el Estado. Daría a la juventud
la posibilidad de pensar libremente, de aprender, de criticar, en una palabra,
de formarse. Introduciría profundas modificaciones en el reparto
de la renta nacional, conforme a la voluntad de las masas obreros y campesinas.
No tendría que recurrir a medidas revolucionarias en materia de
propiedad. Continuaría y ahondaría la experiencia de la economía
planificada. Después de la revolución política, después
de la caída de la burocracia, el proletariado realizaría
en la economía importantísimas reformas sin que necesitara
una nueva revolución social.
Si, por el contrario, un partido burgués derribara a la casta
soviética dirigente, encontraría no pocos servidores entre
los burócratas actuales, los técnicos, los directores, los
secretarios del partido y los dirigentes en general. Una depuración
de los servicios del Estado también se impondría en este
caso; pero la restauración burguesa tendría que deshacerse
de menos gente que un partido revolucionario. El objetivo principal del
nuevo poder sería restablecer la propiedad privada de los medios
de producción. Ante todo, debería dar la posibilidad de formar
granjeros fuertes a partir de granjas colectivas débiles, y transformar
a los koljoses fuertes en cooperativas de producción de tipo burgués
o en sociedades anónimas agrícolas. En la industria, la desnacionalización
comenzaría por las empresas de la industria ligera y las de alimentación.
En los primeros momentos, el plan se reduciría a compromisos entre
el poder y las "corporaciones", es decir, los capitanes de la industria
soviética, sus propietarios potenciales, los antiguos propietarios
emigrados y los capitalistas extranjeros. Aunque la burocracia soviética
haya hecho mucho por la restauración burguesa, el nuevo régimen
se vería obligado a llevar a cabo, en el régimen de la propiedad
y el modo de gestión, una verdadera revolución y no una simple
reforma.
Sin embargo, admitamos que ni el partido revolucionario ni el contrarrevolucionario
se adueñen del poder. La burocracia continúa a la cabeza
del Estado. La evolución de las relaciones sociales no cesa. Es
evidente que no puede pensarse que la burocracia abdicará en favor
de la igualdad socialista. Ya desde ahora se ha visto obligada, a pesar
de los inconvenientes que esto presenta, a restablecer los grados y las
condecoraciones; en el futuro, será inevitable que busque apoyo
en las relaciones de propiedad. Probablemente se objetará que poco
importan al funcionario elevado las formas de propiedad de las que obtiene
sus ingresos. Esto es ignorar la inestabilidad de los derechos de la burocracia
y el problema de su descendencia. El reciente culto de la familia soviética
no ha caído del cielo. Los privilegios, que no se pueden legar a
los hijos pierden la mitad de su valor; y el derecho de testar es inseparable
del derecho de la propiedad. No basta ser director de trust, hay que ser
accionista. La victoria de la burocracia en ese sector decisivo crearía
una nueva clase poseedora. Por el contrario, la victoria del proletariado
sobre la burocracia señalaría el renacimiento de la revolución
socialista. La tercera hipótesis nos conduce así, a las dos
primeras, que citamos primero para mayor claridad y simplicidad.
*
Calificar de transitorio o de intermediario al régimen soviético,
es descartar las categorías sociales acabadas como el capitalismo
(incluyendo al "capitalismo de Estado"), y el socialismo. Pero esta definición
es en sí misma insuficiente y susceptible de sugerir la idea falsa
de que la única transición posible del régimen soviético
conduce al socialismo. Sin embargo, sin retroceso hacia el capitalismo
sigue siendo perfectamente posible. Una definición más completa
sería, necesariamente, más larga y más pesada.
La URSS es una sociedad intermedia entre el capitalismo y el socialismo,
en la que: a) Las fuerzas productivas son aún insuficientes para
dar a la propiedad del Estado un carácter socialista; b) La tendencia
a la acumulación primitiva, nacida de la sociedad, se manifiesta
a través de todos los poros de la economía planificada; c)
Las normas del reparto, de naturaleza burguesa, están en la base
de la diferenciación social; d) El desarrollo económico,
al mismo tiempo que mejora lentamente la condición de los trabajadores,
contribuye a formar rápidamente una capa de privilegiados; e) La
burocracia, al explotar los antagonismos sociales, se ha convertido en
una casta incontrolada, extraña al socialismo; f) La revolución
social, traicionada por el partido gobernante, vive aún en las relaciones
de propiedad y en la conciencia de los trabajadores; g) La evolución
de las contradicciones acumuladas puede conducir al socialismo o lanzar
a la sociedad hacia el capitalismo; h) La contrarrevolución en marcha
hacia el capitalismo tendrá que romper la resistencia de los obreros;
i) Los obreros, al marchar hacia el socialismo, tendrán que derrocar
a la burocracia. El problema será resuelto definitivamente por la
lucha de dos fuerzas vivas en el terreno nacional y el internacional.
Naturalmente que los doctrinarios no quedarán satisfechos con
una definición tan hipotética. Quisieran fórmulas
categóricas; sí y sí, no y no. Los fenómenos
sociológicos serían mucho más simples si los fenómenos
sociales tuviesen siempre contornos precisos. Pero nada es más peligroso
que eliminar, para alcanzar la precisión lógica, los elementos
que desde ahora contrarían nuestros esquemas y que mañana
pueden refutarlos. En nuestro análisis tememos, ante todo, violentar
el dinamismo de una formación social sin precedentes y, que no tiene
analogía. El fin científico y político que perseguimos
no es dar una definición acabada de un proceso inacabado, sino observar
todas las fases del fenómeno y desprender de ellas las tendencias
progresistas y, las reaccionarias, revelar su interacción, prever
las diversas variantes del desarrollo ulterior y encontrar en esta previsión
un punto de apoyo para la acción.