La política exterior siempre ha sido la continuación de
la política interior, pues la dirige la misma clase dominante y
persigue los mismos fines. La degeneración de la casta dirigente
de la URSS tenía que introducir una modificación correspondiente
en los fines y en los métodos de la diplomacia soviética.
La "teoría" del socialismo en un solo país, enunciada por
primera vez durante el otoño de 1924, se debió al deseo de
liberar la política extranjera de los soviets del programa de la
revolución internacional. Sin embargo, la burocracia no quería
romper sus relaciones con la Internacional Comunista, pues ésta
se hubiera transformado inevitablemente en una organización de oposición
internacional, lo que hubiera sido bastante desagradable para la URSS por
la relación de las fuerzas. Al contrario, mientras la política
de la URSS se apartaba más del antiguo internacionalismo, los dirigentes
se aferraban con mayor fuerza al timón de la III Internacional.
Con su antigua denominación, la Internacional Comunista sirvió
a nuevos fines. Estos fines nuevos exigían hombres nuevos. A partir
de 1923, la historia de la Internacional Comunista es la de la renovación
de su estado mayor moscovita y de los estados mayores de las secciones
nacionales, por medio de revoluciones palaciegas, de depuraciones, de exclusiones,
etc. En la actualidad, la Internacional Comunista no es más que
un aparato perfectamente dócil, dispuesto a seguir todos los zigzags
de la política extranjera soviética.
La burocracia no solamente ha roto con el pasado, sino que también
ha perdido la facultad de aprovechar sus lecciones capitales. Hay que recordar
que el poder de los soviets no se hubiera sostenido doce meses sin el apoyo
inmediato del proletariado mundial, europeo sobre todo, y sin el movimiento
revolucionario de los pueblos de las colonias. El militarismo austro-alemán
no pudo llevar a fondo su ofensiva contra la Rusia de los soviets, porque
sentía sobre su nuca el aliento abrasador de la revolución.
Las revoluciones de Alemania y de Austria-Hungría anularon, al cabo
de nueve meses, el tratado de Brest-Litovsk. Las revoluciones de la flota
del Mar Negro, en abril de 1919, hicieron que el Gobierno de la Tercera
República renunciara a extender las operaciones en el sur del país
soviético. Bajo la presión directa de los obreros británicos,
el Gobierno inglés evacuó el norte en septiembre de 1919.
Después de la retirada del Ejército Rojo de la vecindad de
Varsovia, en 1920, una poderosa corriente de protestas revolucionarias
fue lo único que impidió a la Entente auxiliar a Polonia
para infligir a los soviets una derrota decisiva. Las manos de Lord Curzon,
cuando dirigió en 1923 su ultimátum a Moscú, fueron
atadas por la resistencia de las organizaciones obreras de Inglaterra.
Estos episodios notables no están aislados; caracterizan el primer
periodo, el más difícil de la existencia de los soviets.
Aunque la revolución no haya vencido en ninguna parte fuera de Rusia,
las esperanzas fundadas sobre ella no fueron vanas.
Desde entonces, el Gobierno de los soviets firmó diversos tratados
con los Estados burgueses: el tratado de Brest-Litovsk en marzo de 1918;
el tratado con Estonia en febrero de 1920; el tratado de Riga con Polonia,
en octubre de 1922, y otros acuerdos diplomáticos menos importantes.
Sin embargo, ni al Gobierno de Moscú ni a ninguno de sus miembros
se les ocurrió jamas presentar a sus socios burgueses como "amigos
de la paz" ni, con mucha mayor razón, de invitar a los partidos
comunistas de Alemania, de Estonia o de Polonia, a que sostuvieran con
sus votos a los gobiernos burgueses signatarios de esos tratados. Precisamente
este problema tiene una importancia decisiva para la educación revolucionaria
de las masas. Los soviets no podían dejar de firmar la paz de Brest-Litovsk,
así como los huelguistas agotados no pueden rechazar las condiciones
más duras del patrón; pero la aprobación de ese tratado
por la socialdemocracia alemana, bajo la forma hipócrita de abstención
en el voto, fue condenada por los bolcheviques como un sostén a
los bribones y a su violencia. Aunque cuatro años más tarde
se firmó el tratado de Rapallo sobre las bases de una igualdad formal
de las partes contratantes, si el partido comunista alemán hubiera
pensado en expresar en esa ocasión su confianza a la diplomacia
de su país, hubiera sido excluido inmediatamente de la Internacional.
La idea básica de la política extranjera de los soviets era
que los acuerdos comerciales, diplomáticos y militares del Estado
soviético con los imperialistas, acuerdos inevitables, en ningún
caso debían frenar o debilitar la acción del proletariado
en los países capitalistas interesados; pues la salud del Estado
obrero no está asegurada en última instancia, más
que por el desarrollo de la revolución mundial. Cuando Chicherin
propuso, durante la preparación de la conferencia de Ginebra, introducir
en la Constitución soviética modificaciones "democráticas"
para satisfacer a la "opinión pública" americana, Lenin insistió,
en una carta oficial del 23 de enero de 1922, sobre la necesidad de enviarlo,
sin tardanza, a que reposara en un sanatorio. Si en ese tiempo alguien
se hubiera permitido proponer que se pagaran las buenas disposiciones del
imperialismo con una adhesión -digámoslo a título
de ejemplo- al pacto vacío y falso de Kellogg, o con una atenuación
en la acción de la Internacional Comunista, Lenin no hubiera dejado
de proponer el envío de ese innovador a un manicomio -y ciertamente
no hubiera encontrado la menor objeción en el Buró Político-.
Los dirigentes de esa época se mostraban particularmente implacables
en lo referente a las ilusiones pacifistas de toda clase, a la Sociedad
de las Naciones, a la seguridad colectiva, al arbitraje, al desarme, etc.,
pues no veían en ellos más que los medios para adormecer
la vigilancia de las masas obreras y sorprenderlas mejor en el momento
en que estallara la nueva guerra. El programa del partido, elaborado por
Lenin y adoptado por el congreso de 1919, contiene sobre este asunto el
pasaje siguiente, desprovisto de todo equívoco: "La presión
creciente del proletariado y, sobre todo, sus victorias en ciertos países,
aumentan la resistencia de los explotadores y los conducen a nuevas formas
de asociaciones capitalistas internacionales (la Sociedad de las Naciones,
etc.), que, al organizar a escala mundial la explotación sistemática
de los pueblos del globo, tratan, en primer lugar, de reprimir el movimiento
revolucionario de los proletarios de todos los países. Esto implica
inevitablemente guerras civiles en el seno de diversos Estados, coincidiendo
con las guerras revolucionarias de los países proletarios que se
defienden, y de los pueblos oprimidos sublevados contra las potencias imperialistas.
En estas condiciones, las consignas del pacifismo, tales como el desarme
internacional en el régimen capitalista, los tribunales de arbitraje,
etc., no revelan solamente utopismo reaccionario, sino que además,
constituyen para los trabajadores un engaño manifiesto tendente
a desarmarlos y alejarlos de la tarea de desarmar a los explotadores".
Estas líneas del programa bolchevique, formulan anticipadamente
un juicio implacable sobre la actual política extranjera de la URSS,
la política de la Internacional Comunista y la de todos sus "amigos"
pacifistas de todas partes del mundo.
Es cierto que, después del periodo de intervención y
del bloqueo, la presión militar y económica del mundo capitalista
sobre la Unión Soviética fue mucho menos fuerte de lo que
se había temido. Europa vivía aún bajo el signo de
la guerra próxima. Sobrevino enseguida una crisis económica
mundial de una gravedad extrema, que hundió en la postración
a las clases dirigentes del mundo entero. Esta situación permitió
a la URSS infligiese impunemente las pruebas del primer plan quinquenal,
que entregó de nuevo el país al hambre, a la guerra civil
y a las epidemias. Los primeros años del segundo plan quinquenal,
que producen una mejoría evidente en la situación interior,
coinciden con el comienzo de una atenuación de la crisis en los
países capitalistas, con un aflujo de esperanzas, de deseos, de
impaciencia y, en fin, con la reanudación del armamentismo. El peligro
de una agresión combinada contra la URSS, en nuestra opinión
sólo reviste formas sensibles porque el país de los soviets
aún está aislado; porque en gran parte del territorio de
"la sexta parte del mundo" reina la barbarie primitiva; porque el rendimiento
del trabajo, a pesar de la nacionalización de los medios de producción,
es mucho más bajo que en los países capitalistas; en fin,
porque -y éste es actualmente el hecho capital- los principales
contingentes del proletariado mundial están derrotados y carecen
de seguridad y de dirección. La Revolución de Octubre, a
la que sus jefes consideraban como el comienzo de la revolución
mundial, pero que, por la fuerza de las cosas, se transformó temporalmente
en un factor en sí, revela en esta nueva fase de la historia cuán
profundamente depende del desarrollo internacional. Se hace de nuevo evidente
que el problema histórico de "¿quién triunfará?",
no puede resolverse dentro de límites nacionales; que los éxitos
o los fracasos del interior no hacen más que preparar las condiciones
más o menos favorables para una solución internacional del
problema.
La burocracia soviética -hagámosle justicia- ha adquirido
una vasta experiencia en el manejo de las masas humanas; ya se trate de
adormecerías, de dividirlas, de debilitarlas o simplemente de engañarlas
con el objeto de ejercer sobre ellas un poder absoluto. Pero, justamente
por eso, la burocracia ha perdido toda posibilidad de educarlas revolucionariamente.
Por lo mismo que ha agotado la espontaneidad y la iniciativa de las masas
populares en su propio país, no puede despertar en el mundo el pensamiento
crítico y la audacia revolucionaria. Por otra parte, como formación
dirigente y privilegiada, aprecia infinitamente más la ayuda y la
amistad de los radicales burgueses, de los parlamentarios reformistas,
de los burócratas sindicales de Occidente, que la de los obreros
separados de ella por un abismo. No es éste el sitio para trazar
la historia de la decadencia y de la degeneración de la III Internacional,
tema al que el autor ha consagrado varios estudios especiales traducidos
en casi todas las lenguas de los países civilizados. El hecho es
que, en su calidad de dirigente de la Internacional Comunista, la burocracia
soviética, ignorante e irresponsable, conservadora e imbuida de
un espíritu nacional limitadísimo, no ha valido al movimiento
obrero del mundo más que calamidades. Como por una especie de rescate
histórico, en la actualidad la situación internacional de
la URSS está mucho menos determinada por el éxito de la edificación
del socialismo en un país aislado, que por las derrotas del proletariado
mundial. Basta recordar que el desastre de la revolución china en
1925-27, que desató las manos del imperialismo japonés en
Extremo Oriente, y el desastre del proletariado alemán que condujo
al triunfo de Hitler y al frenesí armamentista del Tercer Reich
son, en la misma medida, frutos de la política de la Internacional
Comunista.
Al traicionar a la revolución mundial, pero sintiéndose
traicionada por ella, la burocracia termidoriana se asigna como objetivo
principal el de "neutralizar" a la burguesía. Para alcanzar este
fin tiene que adoptar una apariencia moderada y sólida, de verdadera
guardiana del orden. Pero a la larga, para parecerlo hay que llegar a serlo.
La evolución orgánica de los medios dirigentes lo ha logrado,
Retrocediendo así, poco a poco, ante las consecuencias de sus propias
faltas, la burocracia ha terminado por concebir, para afianzar la seguridad
de la URSS, la integración de ésta en el sistema de statu
quo de la Europa Occidental. ¿Qué cosa mejor que un pacto
perpetuo de no agresión entre el socialismo y el capitalismo? La
fórmula actual de la política extranjera oficial, ampliamente
publicada por la diplomacia soviética, a la que está permitiendo
hablar el lenguaje convencional del oficio, y también por la Internacional
Comunista que, según creemos, debería expresarse en el lenguaje
de la revolución, dice: "No queremos una pulgada de territorio extranjero,
pero no cederemos una sola del nuestro". ¡Como si se tratara de simples
conflictos territoriales y no de la lucha mundial de dos sistemas irreconciliables!
Cuando la URSS creyó prudente ceder a Japón el ferrocarril
de la China Oriental, este acto de debilidad, preparado por la derrota
de la revolución china, fue alabado como una manifestación
de fuerza y de seguridad al servicio de la paz. En realidad, al entregar
al enemigo una importante vía estratégica, el Gobierno soviético
facilitaba a Japón sus conquistas posteriores en el norte de China
y sus atentados contra Mongolia. El sacrificio obligado no significaba
una neutralización del peligro, sino, en el mejor de los casos,
una breve tregua y, en cambio, excitaba poderosamente los apetitos de la
camarilla militar de Tokio.
El problema de Mongolia es el de las posibilidades estratégicas
avanzadas de Japón, en la guerra contra la URSS. El Gobierno soviético
se vio obligado a declarar que respondería con la guerra a la invasión
de Mongolia. Aquí no se trata de la defensa de "nuestro territorio":
Mongolia es un Estado independiente. La defensa pasiva de las fronteras
soviéticas parecía suficiente cuando nadie las amenazaba
seriamente. La verdadera defensa de la URSS consiste en debilitar las posiciones
del imperialismo, y en consolidar las del proletariado y las de los pueblos
coloniales del mundo entero. Una relación desventajosa de las fuerzas,
puede obligarnos a ceder numerosas pulgadas de territorio, como sucedió
con la paz de Brest-Litovsk, con la de Riga y, en fin, con la concesión
del ferrocarril de la China Oriental. La lucha para modificar favorablemente
las fuerzas mundiales, impone al Estado obrero el deber constante de ayudar
a los movimientos emancipadores de los otros países, labor esencial,
que es justamente irreconciliable con la política conservadora del
statu quo.
LA SOCIEDAD DE NACIONES
Y LA INTERNACIONAL COMUNISTA
Debido a la victoria del nacionalsocialismo, el acercamiento a Francia,
que bien pronto se convirtió en un acuerdo militar, asegura a Francia,
guardiana principal del statu quo, muchas más ventajas que a la
URSS. Según el pacto, el concurso militar de la URSS a Francia es
incondicional; por el contrario, el concurso de Francia a la URSS está
condicionado por el consentimiento previo de Inglaterra y de Italia, lo
que abre un campo ilimitado a las maquinaciones en contra de la URSS. La
entrada de las tropas hitlerianas en la zona renana ha demostrado que,
si Moscú diera pruebas de mayor firmeza, podría obtener garantías
mucho más serias de Francia, si es que los tratados pueden constituir
garantías en una época de virajes bruscos, de crisis diplomáticas
permanentes, de acercamientos y de rupturas. Pero no es la primera vez
que la diplomacia soviética se muestra mucho más firme en
su lucha contra los obreros de su propio país que en las negociaciones
con los diplomáticos burgueses.
El argumento según el cual el socorro de la URSS a Francia sería
poco efectivo por falta de una frontera común entre la URSS y el
Reich, no puede tomarse en serio. En caso de agresión alemana contra
la URSS, el agresor encontrará evidentemente la frontera indispensable.
En caso de agresión alemana contra Austria, Checoslovaquia y Francia,
Polonia no podrá permanecer neutral ni un solo día. Si cumple
sus obligaciones con Francia abrirá inmediatamente sus fronteras
al Ejército Rojo; si, por el contrario, desgarra el tratado de alianza
y se transforma en auxiliar de Alemania, la URSS descubrirá fácilmente
la "frontera común". Por otra parte, en la guerra futura, las "fronteras
marítimas y aéreas desempeñarán un papel no
menos importante que las terrestres".
El ingreso de la URSS en la Liga de las Naciones [-Sociedad de Naciones-],
presentado al país, por medio de una propaganda digna de Goebbels,
como el triunfo del socialismo y el resultado de la "presión" del
proletariado mundial, sólo ha sido aceptable para la burguesía
a consecuencia del debilitamiento del peligro revolucionario; no ha sido
una victoria de la URSS, sino una capitulación de la burocracia
termidoriana ante la institución de Ginebra, profundamente comprometida
y que, según el programa bolchevique que ya conocemos, "consagra
sus esfuerzos inmediatos a reprimir los movimientos revolucionarios". ¿Qué
es, pues, lo que ha cambiado tan radicalmente desde el día en que
fue adoptada la carta del bolchevismo? ¿La naturaleza de la Sociedad
de Naciones'? ¿La función del pacifismo en la sociedad capitalista?
¿La política de los soviets? Plantear el problema es resolverlo.
La experiencia ha demostrado rápidamente que la participación
en la Sociedad de las Naciones no añade nada a las ventajas prácticas
que se podían asegurar por medio de acuerdos separados con los Estados
burgueses, pero que imponía, al contrario, restricciones obligaciones
meticulosamente cumplidas por la URSS en interés de su reciente
prestigio conservador. La necesidad de adaptar su política a la
de Francia y sus aliados, ha impuesto a la URSS una actitud de las más
equivocas en el conflicto italo-abisinio. Mientras que Litinov -que no
era más que la sombra de monsieur Laval- expresaba a los diplomáticos
franceses su gratitud por sus esfuerzos "en favor de la paz", tan felizmente
coronados por la conquista de Abisinia, el petróleo del Cáucaso
continuaba alimentando a la flota italiana. Se puede comprender que el
Gobierno de Moscú haya evitado romper abiertamente un contrato comercial;
pero los sindicatos soviéticos no estaban de ninguna manera obligados
a cumplir con las obligaciones del Comisariado del Comercio Exterior. De
hecho, la suspensión de la exportación de petróleo
soviético a Italia por decisión de los sindicatos soviéticos,
hubiera sido indiscutiblemente el punto de partida de un movimiento internacional
de boicot, mucho más eficaz que las pérfidas "sanciones"
determinadas de antemano por los diplomáticos y juristas de acuerdo
con Mussolini. Y si los sindicatos soviéticos que en 1926 recolectaban
abiertamente millones para sostener la huelga de los mineros británicos,
no hicieron absolutamente nada, es porque la burocracia dirigente les prohibió
toda iniciativa de este género, principalmente por la complacencia
hacia Francia. Pero, en la guerra futura, ninguna alianza militar compensará
a la URSS de la confianza perdida por los pueblos de las colonias y por
las masas trabajadoras en general.
¿Es posible que el Kremlin no lo comprenda? "El fin esencial
del fascismo alemán -nos responde el órgano oficioso de Moscú-
era aislar a la URSS. Pues bien, en la actualidad la URSS tiene en el mundo
más amigos que nunca" (Izvestia, 17/9/35). El proletariado italiano
está bajo la bota del fascismo; la revolución china está
vencida; el proletariado chino está vencido; el proletariado alemán
está tan profundamente derrotado que los plebiscitos hitlerianos
no encontraron resistencia alguna por su parte; el proletariado austríaco
está atado de pies y manos; los partidos revolucionarios de los
Balcanes están fuera de la ley; en Francia y en España, los
obreros siguen a la burguesía radical. Pero el Gobierno de los soviets,
desde que entró en la Liga de las Naciones, "tiene en el mundo más
amigos que nunca". Esta habladuría, fantástica a primera
vista, adquiere un sentido completamente real si no se la refiere al Estado
obrero, sino a sus dirigentes; pues justamente las crueles derrotas del
proletariado alemán son las que han permitido a la burocracia soviética
usurpar el poder en su propio país y obtener, más o menos,
la aceptación de la "opinión pública" de los países
capitalistas. A medida que la Internacional Comunista es menos peligrosa
para las posiciones del capital, el Gobierno del Kremlin parece más
solvente a los ojos de la burguesía francesa, checoslovaca y otras.
La fuerza de la burocracia en el interior y en el exterior está
en proporción inversa a la de la URSS, Estado socialista y base
de la revolución proletaria. Pero esto no es más que el anverso
de la medalla; hay, además, un reverso.
Lloyd George, cuyas variaciones y cambios sensacionales no están
desprovistos de fulgores de perspicacia, en noviembre de 1934 ponía
en guardia a la Cámara de los Comunes contra una condena de la Alemania
fascista, llamada a ser la fortaleza más segura de Europa ante el
comunismo. "La saludaremos un día como amiga". ¡Palabras significativas!
Los elogios semiprotectores, semiirónicos, concedidos por la burguesía
mundial al Kremlin, no son la menor garantía para la paz y ni siquiera
implican una disminución del peligro de guerra. La evolución
de la burocracia soviética interesa en último lugar a la
burguesía mundial, desde el punto de vista de las formas de la propiedad.
Napoleón I, aunque hubiese roto radicalmente con las tradiciones
del jacobinismo, aunque se hubiese coronado y restaurado la religión
católica, seguía siendo objeto de odio de toda la Europa
dirigente semifeudal, porque continuaba defendiendo la propiedad surgida
de la revolución. Mientras que el monopolio del comercio exterior
no sea abolido, mientras que los derechos del capital no sean restablecidos,
la URSS, a pesar de todos los "méritos" de sus gobernantes, seguirá
siendo para la burguesía del mundo entero un enemigo irreconciliable;
y el nacionalsocialismo alemán, un amigo, si no de hoy, cuando menos
de mañana. Desde que se iniciaron las negociaciones entre Barthou,
Laval y Moscú, la gran burguesía francesa rehusó obstinadamente
jugar la carta soviética, a pesar de la gravedad del peligro hitleriano
y de la brusca conversión al patriotismo del Partido Comunista Francés.
Después de la firma del pacto franco-soviético, Laval fue
acusado en la izquierda de que, en realidad, al agitar en Berlín
el espectro de Moscú, había aproximado a Berlín y
a Roma. Estas apreciaciones que probablemente se anticipan un poco a los
acontecimientos, en realidad no están en contradicción con
su curso normal.
Independientemente de las opiniones que se pueden tener sobre las ventajas
y los inconvenientes del pacto franco-soviético, ningún político
revolucionario serio negará al Estado soviético el derecho
de buscar un apoyo complementario en acuerdos momentáneos con tal
o cual imperialismo. Solamente importa señalar a las masas, con
claridad y con franqueza, el sitio que un acuerdo táctico parcial
de ese género tiene en el sistema de conjunto de las fuerzas históricas.
Para aprovechar el antagonismo entre Francia y Alemania, no es necesario
idealizar a la aliada burguesa o a la combinación imperialista,
momentáneamente enmascarada por la URSS. Pero la diplomacia soviética,
seguida por la Internacional Comunista, transforma sistemáticamente
a los aliados episódicos de Moscú en "amigos de la paz",
engaña a los obreros hablando de "seguridad colectiva" y de "desarme"
y se transforma, por eso mismo, en una filial política de los imperialistas
en el seno de las masas obreras.
La memorable entrevista que concedió Stalin al presidente de
Scripps-Howard Newspapers, Roy Howard, el 1 de marzo de 1935, constituye
un documento inapreciable que muestra la ceguera burocrática en
los grandes problemas de la política mundial y la hipocresía
de las relaciones entre los jefes de la URSS y el movimiento obrero mundial.
A la pregunta: "¿La guerra es inevitable?", Stalin responde: "Considero
que las posiciones de los amigos de la paz se consolidan; pueden trabajar
abiertamente, están sostenidos por la opinión pública
y disponen de medios tales como la Sociedad de las Naciones". No hay el
menor sentido de la realidad en estas palabras. Los Estados burgueses no
se dividen en "amigos y enemigos" de la paz, ni hay "paz" en sí.
Cada país imperialista está interesado en mantener su paz,
y lo está tanto más cuanto más pesada sea esta paz
para sus adversarios.
La fórmula común a Stalin, Baldwin, León Blum
y otros: "La paz estaría verdaderamente asegurada si todos los Estados
se agruparan en la Sociedad de las Naciones para defenderla", significa
únicamente que la paz estaría asegurada si no hubiera razones
para atacarla. La idea es sin duda justa, pero poco sustancial. Las grandes
potencias que están alejadas de la Sociedad de las Naciones, evidentemente
aprecian más su libertad de movimientos que la abstracción
"paz". ¿Por qué necesitan su libertad de movimientos? Es
lo que mostrarán a su tiempo. Los Estados que se retiran de la Sociedad
de las Naciones, como Japón y Alemania, o se "alejan" momentáneamente
como Italia, tienen para ello razones suficientes. Su ruptura con la Sociedad
de las Naciones no hace más que modificar la forma diplomática
de los antagonismos, sin tocar el fondo, y sin alterar la naturaleza misma
de la Sociedad de las Naciones. Los justos que juran fidelidad inquebrantable
a la Sociedad de las Naciones, tratan de servirse de ésta para el
mantenimiento de su paz. Pero no están de acuerdo entre sí.
Inglaterra está dispuesta a sacrificar la seguridad de las comunicaciones
marítimas del Imperio Británico para obtener el apoyo de
Italia. Para defender sus propios intereses, cada potencia está
dispuesta a recurrir a la guerra, a una guerra que naturalmente sería
la más justa de las guerras. Los pequeños Estados que, a
falta de cosa mejor, buscan un abrigo en la Sociedad de las Naciones, no
se colocarán, al fin y al cabo, al lado de la paz, sino al lado
del más fuerte en la guerra.
La Sociedad de las Naciones defiende el statu quo, que no es la organización
de la "paz", sino la de la violencia imperialista de la minoría
sobre la inmensa mayoría de la humanidad. Este "orden" sólo
puede ser mantenido con guerras incesantes, pequeñas y grandes;
en las colonias, hoy; mañana, entre las metrópolis. La fidelidad
imperialista al statu quo en Europa pero no en áfrica; nadie sabe
cuál será su política de mañana, pero la modificación
de las fronteras en áfrica ya tiene una repercusión en Europa:
Hitler sólo se permitió mandar sus tropas a Renania porque
Mussolini invadía Etiopía. Sería ridículo contar
a Italia entre los "amigos" de la paz; sin embargo, a Francia le interesa
más la amistad italiana que la soviética. Inglaterra, por
su parte, busca la amistad alemana. Los grupos cambian pero los apetitos
subsisten. La tarea de los partidarios del statu quo consiste, en realidad,
en encontrar en la Sociedad de las Naciones la combinación de fuerzas
más favorables y el camouflage más cómodo para la
preparación de la próxima guerra. ¿Quien la comenzará
y cuando? Esto depende de circunstancias secundarias, pero será
necesario que alguien comience, pues el statu quo no es más que
un vasto polvorín.
El programa del "desarme" sólo será una de las más
nefastas ficciones mientras que subsistan los antagonismos sociales. Aun
cuando se realizara por medio de convenciones -hipótesis verdaderamente
fantástica-, no sería un obstáculo para la guerra.
Los imperialistas no hacen la guerra porque tengan armas, sino al contrario,
fabrican armas cuando tienen necesidad de guerra. La técnica moderna
hace posible un rearme extraordinariamente rápido. Todas las convenciones
de desarme o de limitación de los armamentos no impedirán
que las fábricas de armamentos, los laboratorios y las industrias
capitalistas en conjunto, conserven su potencialidad. Alemania desarmada,
bajo el control atento de sus vencedores (única forma real de "desarme",
dicho sea de paso), vuelve a ser, gracias a su poderosa industria, la ciudadela
del militarismo europeo y se prepara para "desarmar", a su vez, a ciertos
de sus vecinos. La idea de un "desarme progresivo" se reduce a una tentativa
para disminuir en tiempo de paz los gastos militares exagerados; se trata
de la caja fuerte y no del amor a la paz. Esta idea también resulta
irrealizable. Las diferencias de situación geográfica, de
poder económico y de saturación colonial, hacen que toda
norma de desarme modifique la relación de fuerzas en favor de unos
v en perjuicio de otros. De ahí, la esterilidad de las tentativas
ginebrinas. En cerca de veinte años, las negociaciones y las conversaciones
sobre el desarme sólo han provocado una nueva rivalidad de armamentos,
que deja atrás a todo lo que hasta ahora se había visto.
Fundar la política revolucionaria del proletariado sobre el programa
del desarme no es ni siquiera construir sobre arena, es tratar de construir
sobre la cortina de humo del militarismo.
El estrangulamiento de la lucha de clases en favor de un progreso sin
límites de la carnicería sólo puede asegurarse con
el concurso de los lideres de las organizaciones obreras de masas. Las
consignas que en 1914 permitieron triunfar en esta labor: la "última
guerra", la "guerra contra el militarismo prusiano", la "guerra de la democracia",
están demasiado comprometidas por la historia de los últimos
veinte años. "La seguridad colectiva" y el "desarme general" las
reemplazan. Con el pretexto de sostener a la Sociedad de las Naciones,
los líderes de las organizaciones obreras de Europa preparan una
reedición de la unión sagrada, no menos necesaria para la
guerra que los tanques, la aviación y los gases asfixiantes "prohibidos".
La III Internacional nació de una protesta indignada contra
el social-patriotismo. Pero el contenido revolucionario que le había
insuflado la Revolución de Octubre se ha agotado hace mucho tiempo.
Actualmente, la Internacional Comunista se coloca bajo el signo de la Sociedad
de las Naciones, como la II Internacional, pero con una provisión
de cinismo más fresca. Cuando el socialista inglés Stafford
Cripps llama a la Sociedad de las Naciones una asociación internacional
de bandidos, lo que indudablemente no es cortés pero tampoco inexacto,
el Times pregunta irónicamente: "¿En ese caso, cómo
se explica la adhesión de la URSS a la Sociedad de las Naciones?".
No sería fácil responderle. De esta manera, la burocracia
moscovita presta una poderosa ayuda al social-patriotismo, al que la Revolución
de Octubre dio en su momento un golpe terrible.
Roy Howard ha tratado de obtener a este propósito una explicación:
"¿Cuáles son -pregunta a Stalin- vuestros planes y vuestras
intenciones de revolución mundial?".
-Jamás hemos tenido tales proyectos
-Sin embargo...
-Es el fruto de una equivocación.
-¿Una equivocación trágica?
-No, cómica; o más bien, tragicómica.
Citamos textualmente. "¿Qué peligro pueden constituir
-continúa Stalin- para los Estados vecinos, las ideas de los ciudadanos
soviéticos, si estos Estados están bien consolidados?". El
entrevistador hubiera podido preguntar aquí: ¿Y si no lo
están'? Stalin proporcionó, además, otro argumento
tranquilizador: "La exportación de las revoluciones es una broma.
Cada país puede hacer su revolución. Nuestro país
ha querido hacer una revolución y la ha hecho...". Citamos textualmente.
De la teoría del socialismo en un solo país, la transición
es natural a la teoría de la revolución en un solo país.
¿Pero, en tal caso, por qué existe la Internacional? -hubiera
podido preguntar el entrevistador si no conociera, evidentemente, los límites
de la curiosidad legítima-. Las tranquilizadoras explicaciones de
Stalin, leídas por los obreros tanto como por los, capitalistas,
están llenas de lagunas. Antes de que "nuestro país" hubiera
querido hacer la revolución, importamos las ideas marxistas de otros
países y aprovechamos la experiencia de otros... Durante decenas
de años tuvimos una emigración revolucionaria que dirigía
la lucha en Rusia; fuimos sostenidos, moral y materialmente, por las organizaciones
obreras de Europa y América. Al triunfar, organizamos, en 1919,
la Internacional Comunista y proclamamos muchas veces que el proletariado
del país revolucionario victorioso está obligado a auxiliar
a las clases oprimidas y rebeladas, no solamente en el terreno de las ideas,
sino también, si esto es posible, con las armas en la mano. No nos
contentamos con declararlo; sostuvimos por medio de las armas a los obreros
de Finlandia, de Letonia, de Estonia, de Georgia; al hacer marchar al Ejército
Rojo sobre Polonia, tratamos de proporcionar al proletariado polaco la
oportunidad de sublevarse; enviamos organizadores e instructores militares
a los revolucionarios chinos; en 1926 reunimos millones de rublos para
los huelguistas ingleses. Resulta ahora que no eran más que equivocaciones.
¿Trágico? No, cómico. Stalin no se equivoca al decir
que la vida en la URSS se ha vuelto "alegre" la misma Internacional Comunista
se ha vuelto cómica.
Stalin hubiera sido más convincente si, en lugar de calumniar
al pasado, hubiera afirmado claramente que la política termidoriana
está en oposición con la de Octubre. "A los ojos de Lenin
-hubiera podido decir- la Sociedad de las Naciones estaba destinada a preparar
nuevas guerras imperialistas. Nosotros la consideramos como el instrumento
de la paz. Lenin consideraba inevitables las guerras imperialistas. Nosotros
consideramos que la exportación de revoluciones es una broma. Lenin
condenaba la alianza del proletariado y de la burguesía imperialista
como una traición. Nosotros empujamos al proletariado internacional
hacia ella, con todas nuestras fuerzas. Lenin se burlaba de la consigna
del desarme en el régimen capitalista; creía que era un engaño
para los trabajadores. Nosotros fundamos toda nuestra política sobre
esa consigna. Y vuestra equivocación tragicómica -podía
terminar Stalin- consiste en tomarnos por los continuadores del bolchevismo,
cuando en realidad somos sus sepultureros".
EL EJÉRCITO ROJO
Y SU DOCTRINA
El antiguo soldado ruso, formado en las condiciones patriarcales de
la "Paz" campesina, se distinguía sobre todo por su espíritu
ciegamente gregario. Suvarov, generalísimo de Catalina II y de Pablo
I, fue el amo indiscutible de ejércitos de siervos. La Gran Revolución
Francesa liquidó para siempre el arte militar de la vieja Europa
y de la Rusia de los zares. Aunque el imperio añadió más
tarde a su historia grandes conquistas, ya no supo de victorias sobre los
ejércitos de los países civilizados. Fueron necesarias derrotas
en las guerras extranjeras y convulsiones interiores para templar de nuevo
el carácter nacional de los ejércitos rusos. El Ejército
Rojo sólo podía nacer sobre una base social y psicológica
nueva. La pasividad, el espíritu gregario y la sumisión a
la naturaleza, dejaron su sitio, con las nuevas generaciones, a la audacia
y al culto de la técnica.
Al mismo tiempo que despertaba el individuo, el nivel cultural mejoraba.
Los reclutas analfabetos disminuían constantemente; del Ejército
Rojo no sale un hombre que no sepa leer y escribir. Se practican todos
los deportes con entusiasmo y se extienden a otras partes. La insignia
del buen tirador se ha hecho popular entre los empleados, los obreros,
los estudiantes. Durante el invierno, los esquíes prestan a las
unidades de tropa una movilidad antes desconocida. Se han obtenido resultados
notables en el paracaidismo, en el vuelo sin motor, en la aviación.
Las hazañas de la aviación en el ártico y en la estratosfera
están presentes en todos los espíritus. Estas cimas indican
toda una cadena de alturas conquistadas.
No hay necesidad de idealizar la organización o las cualidades
del Ejército Rojo durante la guerra civil. Estos años fueron
para los cuadros jóvenes un gran bautismo. Siempre los soldados
del ejército imperial, suboficiales, subtenientes, se revelaban
como organizadores y jefes; su voluntad se templaba en vastas luchas. Estos
autodidactas fueron derrotados con frecuencia, pero terminaron por vencer.
Los mejores de ellos se dedicaron enseguida a estudiar con aplicación.
De los jefes militares actuales, todos los cuales han pasado por la escuela
de la guerra civil, la mayor parte ha terminado sus estudios en la academia
militar y ha seguido cursos especiales de perfeccionamiento. Cerca de la
mitad de los oficiales superiores han recibido una instrucción militar
adecuada; los otros poseen una instrucción media. La teoría
les ha dado la disciplina indispensable del pensamiento, sin matar la audacia
estimulada por las operaciones dramáticas de la guerra civil. Actualmente,
esta generación tiene de cuarenta a cincuenta años, la edad
del equilibrio de las fuerzas físicas y morales, en la que la iniciativa
audaz se apoya sobre la experiencia sin que ésta la estorbe,
El partido, las Juventudes Comunistas, los sindicatos independientemente
del método con que desempeñen su misión socialista-,
forman innumerables cuadros de administradores, acostumbrados a manejar
masas humanas y masas de mercancías y a identificarse con el Estado:
éstas son las reservas naturales de los cuadros del ejército.
La preparación de la juventud para el servicio militar constituye
otra reserva. Los estudiantes forman batallones escolares susceptibles,
en caso de movilización, de transformarse en escuelas de aspirantes.
Para darse cuenta de la importancia de estos recursos, basta con indicar
que el número de estudiantes salidos de las escuelas superiores
llega en estos momentos a 80.000 por año, el número total
de estudiantes sobrepasa al medio millón, el de alumnos del conjunto
de establecimientos se aproxima a 28 millones.
En el dominio de la economía, y sobre todo, de la industria,
la revolución social ha asegurado a la defensa del país ventajas
en las que la vieja Rusia no podía pensar. Los métodos del
plan significan la movilización de la industria, y permiten comenzar
la defensa desde la construcción y el utillaje de nuevas empresas.
Se puede considerar la relación entre la fuerza viva y la fuerza
técnica del Ejército Rojo como igual a la de los ejércitos
más avanzados de Occidente. La renovación del material de
artillería se ha realizado con éxito decisivo durante el
primer periodo quinquenal. Se han consagrado sumas enormes a la construcción
de coches blindados, de camiones, de tanques y de aviones. El país
tiene cerca de medio millón de tractores y, en 1936, deben fabricarse
60.000, con una fuerza global de 8,5 millones de caballos-vapor. La construcción
de carros de asalto alcanza sumas semejantes. Las previsiones son de treinta
a cuarenta y cinco carros por kilómetro de frente activo, en caso
de movilización.
Después de la gran guerra, la flota se encontró reducida
de 548.000 toneladas en 1917, a 82.000 en 1928. Había que empezar
por el principio. En enero de 1936, Tujachevski declaraba al Ejecutivo:
"Creamos una flota poderosa concentrando nuestros esfuerzos sobre los submarinos".
El almirantazgo japonés, hay que admitirlo, está bien informado
sobre los éxitos obtenidos en este terreno. En la actualidad, el
Báltico es objeto de una atención equivalente. Sin embargo,
durante los próximos años, la flota de alta mar no podrá
desempeñar más que un papel auxiliar en la defensa de las
fronteras navales.
En cambio, la flota aérea se desarrolla notablemente. Hace más
de dos años, una delegación de técnicos franceses
de aviación expresaba a este respecto, según la prensa, "su
asombro y admiración". Se había podido convencer de que el
Ejército Rojo construye, en número creciente, aviones pesados
de bombardeo de un radio de acción de 1.200 a 1.500 kilómetros.
En caso de conflicto en el Extremo Oriente, los centros políticos
y económicos de Japón estarían expuestos a los ataques
de la aviación de la región marítima de Vladivostok.
Los informes proporcionados a la prensa hacen saber que el plan quinquenal
preveía la formación de 62 regimientos de aviación,
susceptibles de poner en línea 5.000 aparatos (para 1935). No hay
duda de que en este aspecto el plan fue ejecutado y probablemente superado.
La aviación está indisolublemente ligada a un dominio
de la industria que antes no existía en Rusia, pero que ha realizado
grandes progresos en los últimos tiempos: la química. No
es un secreto que el Gobierno soviético, como todos los demás
gobiernos, no ha creído un solo instante en las repetidas "prohibiciones"
de la guerra de gases. La obra de los "civilizadores" italianos en Abisinia
ha demostrado una vez más lo que valen las limitaciones humanitarias
al bandidaje internacional. Se puede pensar que el Ejército Rojo
está prevenido contra las sorpresas catastróficas de la guerra
química o bacteriológico -las regiones más misteriosas
y terroríficas del armamento-, al mismo grado que los ejércitos
de Occidente.
La calidad de los productos de la industria de guerra debe provocar
dudas legítimas. Recordemos a este respecto que, en la URSS, los
medios de producción son de mejor calidad que los artículos
de consumo; ahora que, como los pedidos de guerra se hacen por medio de
los grupos influyentes de la burocracia dirigente, la calidad de la producción
se eleva sensiblemente sobre el nivel ordinario, que es muy bajo. Los servicios
de guerra son los clientes más influyentes de la industria. No nos
asombremos, pues, de que lo,, aparatos de destrucción sean de una
calidad superior a los artículos de consumo y aun a los medios de
producción. Sin embargo, la industria de guerra es una parte de
la industria en general y refleja, aunque con atenuantes, todos los defectos
de ésta. Vorochilov y Tujachevski no pierden ocasión para
recordar públicamente a los administradores que "no siempre estamos
satisfechos de la calidad de la producción que dais al Ejército
Rojo". Hay motivos para creer que, entre ellos, los dirigentes de la defensa
se expresan en términos más claros. Por regla general, el
equipo de la intendencia es inferior al armamento y a las municiones. Las
botas son menos buenas que las ametralladoras. El motor de avión,
a pesar de los grandes progresos realizados, es aún inferior a los
mejores modelos de Occidente. El antiguo objetivo -aproximarse lo más
posible al nivel del enemigo futuro- subsiste en cuanto a la técnica
de la guerra.
La situación es más desagradable en la agricultura. Se
repite frecuentemente en Moscú que como los ingresos de la industria
han sobrepasado a los de la agricultura, la preponderancia ha pasado en
la URSS de la agricultura a la industria. En realidad, las proporciones
nuevas de los ingresos están determinadas menos por el crecimiento
de la industria, por importante que sea, que por el nivel bajísimo
de la agricultura. El espíritu extremadamente conciliador de que
ha dado pruebas la diplomacia soviética con Japón, durante
años, se ha debido entre otras causas a las grandes dificultades
de avituallamiento. Sin embargo, los tres últimos años han
señalado una mejoría real y han permitido la creación
de serias bases de aprovisionamiento para la defensa de Extremo Oriente.
Por paradójico que esto parezca, el caballo es el punto más
vulnerable del ejército. La colectivización total provocó
la pérdida de cerca del 55% de los caballos; y, a pesar de la motorización,
los ejércitos actuales necesitan un caballo por cada tres hombres
como en la época de Napoleón. Un cambio favorable se observó
el año pasado a este respecto, pues el número de caballos
comenzó a aumentar. En cualquier caso, aun si la guerra estallara
dentro de algunos meses, un país de 170 millones de habitantes tendrá
siempre la posibilidad de movilizar los recursos y los caballos necesarios,
aunque en perjuicio, es inútil decirlo, del conjunto de la población.
Pero en caso de guerra, las masas populares de todos los países
sólo pueden esperar el hambre, los gases, las epidemias.
*
La Gran Revolución Francesa creó su ejército con
la amalgama de las nuevas formaciones y de las tropas de línea del
ejército real. La Revolución de Octubre liquidó completamente
al ejército del antiguo régimen. El Ejército Rojo
fue creado desde la base. Nacido al mismo tiempo que el régimen
soviético, compartió todas sus vicisitudes. Su superioridad
inconmensurable sobre el ejército del zar se debió exclusivamente
a la profunda transformación social. Actualmente, el Ejército
Rojo no ha escapado a la degeneración del régimen soviético;
al contrario, ésta ha encontrado en el ejército su expresión
más acabada. Antes de tratar de determinar el posible papel del
Ejército Rojo en un futuro cataclismo militar, es necesario que
nos detengamos un momento en la evolución de sus ideas básicas
y en su estructura.
El decreto del Consejo de Comisarios del Pueblo del 12 de enero de
1918, que creó un ejército regular, fijaba en estos términos
su misión: "El paso del poder a las clases trabajadoras y explotadas
hace necesario un ejército nuevo que será el baluarte del
poder de los soviets (...) y el apoyo de la próxima revolución
socialista de Europa". Al repetir, el 1º de Mayo, el "juramento socialista",
cuyo texto no se ha cambiado desde 1918, los jóvenes soldados rojos
se comprometen "ante las clases trabajadoras de Rusia y del mundo" a combatir
"por el socialismo y la fraternidad de los pueblos, sin regatear sus esfuerzos
ni su vida". Cuando Stalin dice actualmente que el internacionalismo de
la revolución es una "cómica equivocación", le falta
al respeto a los decretos fundamentales del poder de los soviets que no
han sido todavía derogados.
Naturalmente que el Ejército profesaba las mismas ideas que
el partido y el Estado. La legislación, la prensa, la agitación,
se inspiraban igualmente en la revolución mundial concebida como
un objetivo. El programa del internacionalismo revolucionario revistió
muchas veces un aspecto exagerado en los servicios de guerra. El difunto
Gussev, que durante algún tiempo fue el jefe del servicio Político
del Ejército, y más tarde uno de los colaboradores más
cercanos de Stalin, escribía en 1921 en una revista militar: "Preparamos
el ejército de clase del proletariado (...) no solamente para defendernos
de la contrarrevolución burguesa y señorial, sino también
para guerras revolucionarias (defensivas y ofensivas), contra las potencias
imperialistas". Gussev reprochaba al jefe del Ejército Rojo que
lo preparaba insuficientemente para sus tareas internacionales. El autor
explicó en la prensa al camarada Gussev que la fuerza armada extranjera
está llamada a desempeñar en las revoluciones un papel auxiliar,
no principal; no puede precipitar y facilitar la victoria si no intervienen
condiciones favorables. "La intervención militar es útil
como el forceps del partero; empleada a tiempo puede abreviar los dolores
del parto; empleada prematuramente, sólo puede provocar el aborto"
(5 de diciembre de 1925). Desgraciadamente, no podemos exponer aquí,
como sería de desear, la historia de las ideas sobre este importante
capítulo. Notemos, sin embargo, que Tujachevski, actualmente mariscal,
en 1921 propuso al congreso de la Internacional Comunista la constitución
de un "Estado Mayor Internacional": esta interesante carta fue publicada
en su época en un volumen de artículos titulado La guerra
de clases. Dotado para el mando, pero de una impetuosidad exagerada, este
capitán supo por un artículo dedicado a él que "el
Estado Mayor Internacional podría ser creado por los estados mayores
nacionales de los diversos Estados proletarios; mientras que esto no suceda,
un estado mayor internacional sería inevitablemente caricaturesco".
Stalin procuraba no tomar partido ante los problemas de principios, sobre
todo ante los nuevos; pero muchos de sus futuros compañeros se situaban,
durante esos años, a la "izquierda" de la dirección del partido
y del Ejército. Sus ideas contenían no pocas exageraciones
ingenuas o, si se prefiere, "cómicas equivocaciones". ¿Una
gran revolución es posible sin esto? Combatimos la "caricatura"
extremista del internacionalismo, mucho tiempo antes de que hubiéramos
tenido que volver nuestras armas en contra de la teoría no menos
caricaturesca del "socialismo en un solo país".
Al contrario de lo que se afirmó posteriormente, la vida ideológica
del bolchevismo fue muy intensa, justamente en la época más
penosa de la guerra civil. Se entablan largas discusiones en todos los
grados del partido, del Estado o del Ejército, sobre todo acerca
de problemas militares. La política de los dirigentes está
sometida a una crítica libre y con frecuencia cruel. A propósito
de los excesos de celo de la censura, el jefe del Ejército escribía
entonces: "Convengo gustoso en que la censura hace enormes tonterías
y en que es muy necesario exigirle a esa honorable persona mayor modestia.
La misión de la censura es vigilar los secretos de guerra... el
resto no le interesa" (23 de febrero de 1919).
El episodio del Estado Mayor Internacional fue de poca importancia
en la lucha ideológica que, sin salirse de los límites trazados
por la disciplina de la acción, condujo a la formación de
una especie de fracción de oposición en el ejército,
al menos en sus medios dirigentes. La escuela de la "doctrina proletaria
de la guerra", a la que pertenecían o se adherían Frunzé,
Tujachevski, Gussev, Vorochilov y otros, procedía de la convicción
a priori de que el Ejército Rojo en sus fines políticos y
en su estructura, así como en su estrategia y su táctica,
no debía tener nada en común con los ejércitos nacionales
de los países capitalistas. La nueva clase dominante debía
tener, en todos los aspectos, un sistema político distinto. Durante
la guerra civil, todo se limitó a formular protestas de principio
en contra del empleo de generales, es decir, de los antiguos oficiales
del ejército del zar, y a enfrentarse al mando superior que luchaba
contra las improvisaciones generales y los ataques incesantes a la disciplina.
Los promotores más decididos de la nueva palabra trataron incluso
de condenar en nombre de los principios de la "maniobra" y de la "ofensiva"
erigidas en imperativos absolutos, a la organización centralizada
del Ejército, susceptible de dificultar la iniciativa revolucionaria
en los futuros campos de batallas internacionales. En el fondo, era una
tentativa para elevar los métodos de la guerra de fracciones del
comienzo de la guerra civil, a la altura de un sistema permanente y universal.
Los capitanes se pronunciaban en favor de la nueva doctrina con tanto más
calor cuanto que no querían estudiar la antigua. Tsaritsin (actualmente
Stalingrado) era el foco principal de estas ideas: Budioni, Vorochilov
(y un poco más tarde, Stalin), habían comenzado allí
sus actividades militares.
Se necesitó que llegara la paz para que se hiciera una tentativa
más coordinada para transformar estas tendencias innovadoras en
doctrina. Uno de los mejores jefes de la guerra civil, un antiguo condenado
político, el difunto Frunzé, tomó esta iniciativa
sostenido por Vorochilov y, parcialmente, por Tujachevski. En el fondo,
la doctrina proletaria de la guerra era muy análoga a la de la "cultura
proletaria", cuyo carácter esquemático y metafísico
compartía enteramente. Los escasos trabajos que dejaron sus autores,
sólo encierran unas cuantas recetas prácticas, nada nuevas,
obtenidas por deducción de una definición estereotipado del
proletariado, clase internacional en plan de ofensiva; es decir, inspiradas
en abstracciones psicológicas y no en las condiciones reales de
lugar y de tiempo. El marxismo, citado a cada línea, dejaba su lugar
al más puro idealismo. Tomando en cuenta la sinceridad de estos
errores, no es difícil descubrir, sin embargo, el germen de la suficiencia
burocrática, deseosa de pensar y de obligar a pensar a los demás
que ella es capaz de realizar en todos los terrenos, sin preparación
especial y aun sin bases materiales, milagros históricos.
El jefe del ejército en esa época, respondía a
Frunzé: "Por mi parte no dudo de que, si un país dotado de
una economía socialista desarrollada se viera obligado a hacer la
guerra a un país burgués, su estrategia tendría otro
aspecto. Pero esto no es una razón para que hoy queramos imaginar
una estrategia proletaria. Desarrollando la economía socialista,
elevando el nivel cultural de las masas (...) enriqueceremos, indudablemente,
el arte militar con nuevos métodos". Para lograrlo, estudiemos con
aplicación en la escuela de los países capitalistas avanzados,
sin tratar de "deducir por procedimientos lógicos una estrategia
nueva de la naturaleza revolucionaria del proletariado" (1 de abril de
1923). Arquímedes prometía mover la tierra si se le daba
un punto de apoyo. Estaba en lo cierto. Pero si se le hubiera ofrecido
el punto de apoyo se habría dado cuenta de que la palanca y la fuerza
le faltaban. La revolución victoriosa nos daba un nuevo punto de
apoyo; pero aún no se construyen las palancas para mover al mundo.
"La doctrina proletaria de la guerra" fue rechazada por el partido
como su hermana mayor, la doctrina de la "cultura proletaria". Posteriormente,
sus destinos cambiaron; Stalin y Bujarin recogieron el estandarte de la
"cultura proletaria", sin resultados apreciables es cierto, durante los
siete años que separan la proclamación del socialismo en
un solo país a la liquidación de todas las clases (1924-1931).
La "doctrina proletaria de la guerra", por el contrario, no ha sido reconocida,
aunque sus antiguos promotores llegasen rápidamente al poder. La
diferencia entre los destinos de estas dos doctrinas tan semejantes, es
muy característica de la sociedad soviética. La "cultura
proletaria" se refería a cosas imponderables, y la burocracia ofreció
al proletariado esta compensación mientras lo alejaba brutalmente
del poder. La doctrina militar, por el contrario, tocaba los intereses
de la defensa y los de la capa dirigente; no dejaba lugar a las fantasías
ideológicas. Los antiguos adversarios del empleo de generales habían
llegado a transformarse en generales; los promotores del Estado Mayor Internacional
se habían vuelto cuerdos bajo la égida del "Estado Mayor
en un sólo país"; la doctrina de la "seguridad colectiva"
sustituía a la de la "guerra de clases"; la perspectiva de la revolución
mundial cedía su sitio al culto del statu quo. Para inspirar confianza
a los aliados hipotéticos y no irritar demasiado a los adversarios,
se necesitaba parecerse lo más posible a los ejércitos capitalistas.
Las modificaciones de doctrina y de fachada disimulaban procesos sociales
de importancia histórica. El año de 1935 se señaló
por una especie de golpe de Estado doble, respecto al sistema de las milicias
y al de los cuadros.
LIQUIDACIÓN DE LAS
MILICIAS Y RESTABLECIMIENTO DE LOS GRADOS
¿En qué medida la fuerza armada soviética, cerca
de veinte años después de la revolución, corresponde
al tipo deseado por el programa del partido bolchevique?
Conforme al programa del partido, el ejército de la dictadura
del proletariado debe "tener un franco carácter de clase; es decir,
debe formarse exclusivamente de proletarios y de campesinos pertenecientes
a las capas pobres semiproletarias de la población del campo. Este
ejército de clase sólo será una milicia socialista
de todo el pueblo, después de la supresión de las clases".
Al renunciar provisionalmente a un ejército que representa a la
totalidad del país, el partido no renunciaba al sistema de milicias.
Por el contrario, una decisión del VIII Congreso del PC dice que
"fundamos las milicias sobre una base de clase y las transformamos en milicias
socialistas". El objetivo era crear un ejército "sin cuarteles,
en la medida de lo posible; es decir, colocado en condiciones semejantes
a las de la clase obrera en el trabajo". Las diversas unidades debían,
finalmente, corresponder a las fábricas, a las minas, a los burgos,
a las comunas agrícolas y a otras formaciones orgánicas "provistas
de un mando local y de reservas locales de armamentos y de aprovisionamiento".
La cohesión regional escolar, industrial y deportiva de la juventud,
debía reemplazar con ventaja al espíritu militar inculcado
por el cuartel e implantar una disciplina consciente sin recurrir al cuerpo
de oficiales profesionales que dominaran al ejército.
Respondiendo a la naturaleza de la sociedad socialista, la milicia
exige una economía avanzada. El ejército territorial expresa
mucho más directamente el estado real del país. Mientras
más primitiva es la cultura, mayor será la diferencia entre
el campo y la ciudad, y la milicia será menos homogénea y
bien organizada. La insuficiencia de las vías férreas, de
carreteras y de vías fluviales, la falta de caminos, la debilidad
del transporte automóvil, condenan al ejército territorial
durante las primeras semanas y los primeros meses críticos de la
guerra a una extremada lentitud. Para asegurar el resguardo de las fronteras
durante la movilización, así como los transportes estratégicos
y la concentración de las fuerzas, es necesario disponer de un ejército
permanente al mismo tiempo que de las milicias. El Ejército Rojo
fue concebido, desde el principio, como un compromiso obligatorio de los
dos sistemas, en el que, sin embargo, prevalecía el ejército
permanente.
El jefe del ejército escribía en 1924: "No hay que perder
de vista estas dos consideraciones: si el establecimiento del régimen
soviético crea por primera vez la posibilidad de un sistema de milicias,
el tiempo que necesitemos para lograrlo estará determinado por el
estado general de la cultura del país -técnica, comunicaciones,
instrucción, etcétera-. Las bases políticas de las
milicias están firmemente establecidas entre nosotros, pero sus
bases económicas y culturales están muy atrasadas". Si las
condiciones materiales necesarias estuvieran dadas, el ejército
territorial, lejos de ceder ante el ejército permanente, le sería
francamente superior. La URSS paga cara su defensa porque es demasiado
pobre para tener un ejército territorial que resultaría menos
caro. No nos asombremos; justamente porque la URSS es pobre, se hunde bajo
el peso de una costosa burocracia.
Un problema similar se presenta con notable frecuencia en todos los
dominios de la vida social, sin excepción, y es el de la desproporción
entre el fundamento económico y la superestructura social. En la
fábrica, el koljós, en la familia, en la escuela, en la literatura,
en el ejército, todas las relaciones reposan sobre la contradicción
entre el bajo nivel (aun desde el punto de vista capitalista) de las fuerzas
de producción y las formas, socialistas en principio, de la propiedad.
Las nuevas relaciones sociales elevan la cultura. Pero la cultura insuficiente
rebaja las formas sociales. La realidad soviética es el resultado
de dos tendencias. En el ejército, gracias a la estructura perfectamente
definida del organismo, la resultante se mide con cifras bastante exactas.
Las proporciones de las unidades permanentes y territoriales pueden servir
de índice y caracterizar el avance hacia el socialismo.
La naturaleza y la historia han atribuido a la URSS fronteras abiertas,
a 10.000 kilómetros la una de la otra, con una población
diseminada y malos caminos. El 15 de octubre de 1924, la antigua dirección
del ejército, que estaba en los últimos meses de su actividad,
invitó de nuevo al país a que no olvidara que "la organización
de las milicias no podrá tener en el futuro inmediato más
que un carácter necesariamente preparatorio. Todo progreso en este
sentido debe pedírsenos por la verificación rigurosa de los
resultados" Pero en 1925 se abre una nueva era: los antiguos protagonistas
de la "doctrina proletaria de guerra" llegan al poder. En realidad, el
ejército territorial estaba en contradicción radical con
el ideal de "ofensiva" y de "maniobra" que había sido el de esta
escuela. Solamente que se olvidaba de la revolución mundial. Los
nuevos jefes esperaban evitar la guerra "neutralizando" a la burguesía.
En los años que siguieron, el 74% de los efectivos del ejército
pasaron al sistema de milicias.
Mientras que Alemania permanecía desarmada y, además,
"amiga", el cuartel general de Moscú señalaba, en lo que
se refiere a las fronteras occidentales, a las fuerzas de los vecinos de
la URSS: Polonia, Rumania, Lituania, Letonia, Estonia, Finlandia, como
adversarios que probablemente estarían ayudados por las grandes
potencias, sobre todo por Francia. En aquella época ya lejana (acabó
en 1933), Francia aún no era la amiga providencial de la paz. Los
Estados limítrofes podían, en conjunto, movilizar a cerca
de 120 divisiones de infantería, o sea a cerca de 3.500.000 hombres.
El plan de movilización del ejército tendía a asegurar
en la frontera occidental una concentración de fuerzas casi equivalentes.
En el Extremo Oriente, las condiciones particulares del teatro de la guerra
obligan a contar con centenares de miles y con millones de combatientes.
Por cada cien hombres en el frente, se necesitan, en un año, 75
reemplazantes. De manera que dos años de guerra costarían
al país -sin tener en cuenta los soldados que al salir de los hospitales
se reintegrarían al frente-, de 10 a 12 millones de hombres. Hasta
1935, el Ejército Rojo no tenía más que 562.000 hombres
de efectivos; 620.000 con las tropas de la GPU, de los cuales 40.000 eran
oficiales. De estas fuerzas, repitámoslo, el 74% pertenecía
a las divisiones territoriales y solamente el 26% a las unidades acuarteladas.
¿Se podía pedir mejor prueba de la victoria del sistema de
las milicias -no en la medida de 100, sino del 74%-, y en todo caso, a
título "definitivo e irrevocable"?
Todos estos cálculos, bastantes precarios en sí mismos,
se bambolearon con la llegada de Hitler al poder; Alemania se armó
febrilmente, contra la URSS ante todo. La perspectiva de cohabitar pacíficamente
con el capitalismo se borró al momento. La amenaza de guerra, cada
vez más precisa, obligó al Gobierno soviético a modificar
radicalmente la estructura del Ejército Rojo, aumentando sus efectivos
a 1.300.000 hombres. En la actualidad, el ejército comprende un
77% de las divisiones llamadas de cuadro y un 23% de divisiones territoriales.
Esta eliminación de las formaciones territoriales se parece mucho
al abandono del sistema de milicias, si se piensa que el ejército
no es indispensable para sostener una paz sin nubes, sino para la guerra.
La experiencia histórica revela, de este modo, comenzando por el
dominio en que las bromas son menos adecuadas, que no se conquista "definitiva
e irrevocablemente" más que lo que está asegurado por la
base de producción de la sociedad.
A pesar de esto, el descenso del 74% al 23% parece excesivo. Hay que
creer que no se ha producido sin una presión "amistosa" del Estado
Mayor francés. Es más probable todavía que la burocracia
haya acogido la ocasión propicia para terminar con este sistema,
por razones dictadas en amplia medida por la política. Por definición,
las divisiones territoriales están bajo la dependencia directa de
la población, lo cual es su ventaja, desde el punto de vista socialista,
y también su inconveniente desde el punto de vista del Kremlin.
En efecto, a causa de la gran proximidad del ejército y del pueblo,
los países capitalistas avanzados, en los que el sistema de las
milicias sería perfectamente realizable, lo rechazan. La viva fermentación
del Ejército Rojo durante la ejecución del primer plan quinquenal
fue, indudablemente, un motivo más para reformar las divisiones
territoriales.
Nuestra hipótesis se confirmaría, con toda seguridad,
por un diagrama que mostrara la composición del Ejército
Rojo antes y después de la reforma; pero no lo tenemos, y de tenerlo
no nos permitiríamos comentarlo en estas páginas. Un hecho
es notorio: mientras que el Gobierno soviético reduce en un 51%
la importancia específica de las milicias territoriales, restablece
las unidades cosacas, únicas formaciones territoriales del antiguo
régimen. La caballería siempre ha sido el elemento privilegiado
y conservador de un ejército. Durante la guerra y la revolución,
los cosacos sirvieron como fuerza de policía al zar y, enseguida,
a Kerenski. Bajo el régimen de los soviets, fueron invariablemente
"vendeanos" [refiriéndose a la Vendée de la revolución
francesa -NE]. La colectivización implantada entre ellos con una
violencia particular no ha podido modificar sus tradiciones ni su mentalidad.
En cambio, se les ha concedido el derecho, a título excepcional,
de poseer caballos. Claro está que no les faltan otros favores.
¿Se puede dudar que los jinetes de las estepas se pondrán
de nuevo al lado de los privilegiados, contra los descontentos? Ante las
incesantes medidas de represión contra la juventud obrera oposicionista,
la reaparición de los galones y de los cosacos de gorros belicosos
son un signo de los más notables del Termidor.
El decreto que restablece el cuerpo de oficiales en todo su esplendor
burgués, ha dado a los principios de la Revolución de Octubre
un golpe aún más duro. Con sus defectos, pero también
con sus cualidades inapreciables, los cuadros del Ejército Rojo
se habían formado en la revolución y en la guerra civil.
La juventud, privada de actividad política libre, proporciona todavía
excelentes comandantes rojos. Por otra parte, la degeneración progresiva
del Estado se ha dejado sentir en el estado mayor. Vorochilov, al enunciar
en una conferencia pública verdades fundamentales sobre el ejemplo
que los comandantes deben dar a sus subordinados, tuvo que confesar que
"no puedo, con gran pena de mí parte, felicitarme"; "los cuadros,
con demasiada frecuencia, no pueden seguir los progresos" realizados en
filas; "los comandantes son con demasiada frecuencia incapaces de hacer
frente a las situaciones nuevas" etc. Estas amargas confesiones del jefe
más alto del ejército, formalmente cuando menos, pueden inquietar
pero no asombrar; lo que Vorochilov dice del ejército puede aplicarse
a toda la burocracia. Es cierto que el orador no admite que pueda contarse
a los dirigentes entre los "atrasados", puesto que apresuran a todo el
mundo y multiplican las órdenes para estar a la altura. Pero en
realidad, la corporación incontrolado de los jefes, a la que pertenece
Vorochilov, es la principal causa del atraso, de la rutina y de muchas
otras cosas.
El ejército no es más que un elemento de la sociedad
y padece todas las enfermedades de ésta; sobre todo, cuando sube
la temperatura. El oficio de la guerra es demasiado severo para soportar
las ficciones y las falsificaciones. El ejército de una revolución
tiene necesidad de una amplísima crítica; y el mando, de
un control democrático. Los organizadores del ejército lo
comprendieron tan bien desde el comienzo, que creyeron necesario preparar
la elegibilidad de los jefes. La decisión capital del partido a
este propósito dice: "El aumento del espíritu del cuerpo
de las unidades y la formación del espíritu crítico
de los soldados respecto a sí mismos y a sus jefes, crearán
las condiciones favorables para la aplicación cada vez más
amplia del principio de elegibilidad de los jefes". Pero quince años
después de adaptarse esta moción -tiempo suficiente, parece,
para consolidar el espíritu de cuerpo y la autocrítica-,
los dirigentes soviéticos toman el camino opuesto.
El mundo civilizado -amigos y enemigos- supo con estupor, en septiembre
de 1935, que el Ejército Rojo tendría una jerarquía
de oficiales, comenzando por teniente para acabar en mariscal. El jefe
verdadero del ejército, Tujachevski, explicó que "el restablecimiento
de los grados creaba una base más estable a los cuadros del ejército,
tanto técnicos como de mando". Explicación intencionalmente
equívoca. El mando se consolida, sobre todo, por la confianza en
los hombres. Justamente por esto, el Ejército Rojo comenzó
por la liquidación de los cuerpos de oficiales. El interés
de la defensa no exige el restablecimiento de una casta de oficiales. Lo
que importa prácticamente es el puesto de mando y no el grado. Los
ingenieros y los médicos no poseen grados, y, sin embargo, la sociedad
encuentra el medio de ponerlos en su sitio. El derecho a un puesto de mando
está asegurado por los conocimientos, el talento, el carácter,
la experiencia; factores que exigen una apreciación incesante e
individual. El grado de mayor no agrega nada al comandante de un batallón.
Las estrellas de los mariscales no confieren a los cinco jefes superiores
del Ejército Rojo ni nuevos talentos, ni mayor autoridad. La base
"estable' 1 en realidad no se ofrece al ejército, sino al cuerpo
de oficiales, al precio de su alejamiento del ejército. Esta reforma
persigue un fin puramente político: dar al cuerpo de oficiales un
peso social. Mólotov lo dice, en suma, cuando justifica el decreto
por la necesidad de "aumentar la importancia de los cuadros dirigentes
del ejército". Al hacer esto, no se limita a restablecer los cuadros.
Se construyen precipitadamente habitaciones para los oficiales. En 1936,
47.000 habitaciones deben ser puestas a su disposición; una suma,
mayor en un 75% que los créditos del año precedente, está
consagrada a sus haberes. "Aumentar la importancia" es ligar más
estrechamente a los oficiales con los medios dirigentes, debilitando su
unión con el ejército.
Hecho digno de mencionarse: los reformadores no se han creído
con el deber de inventar para los grados denominaciones nuevas; al contrario,
han deseado, evidentemente, imitar a Occidente. Con eso mismo han descubierto
su talón de Aquiles, al no atreverse a restablecer el grado de general,
que en ruso despierta demasiada ironía. La prensa soviética,
al comentar la promoción de cinco mariscales -elegidos, hagámoslo
notar, por su devoción a Stalin, más que por sus talentos
y por los servicios prestados-, no dejó de evocar al antiguo ejército
zarista "con su espíritu de casta, su veneración de los grados
y su servilismo jerárquico". Entonces, ¿por qué imitarlo
tan bajamente? La burocracia, al crear nuevos privilegios, usa los mismos
argumentos que sirvieron antes para destruir a los antiguos. La insolencia
se combina, así, con la pusilanimidad y se completa con dosis cada
vez mayores de hipocresía.
Por inesperado que haya podido parecer el restablecimiento del "espíritu
de casta, de la veneración de los grados y del servilismo jerárquico",
el Gobierno probablemente no tenía otro remedio. La designación
de los comandantes por sus virtudes personales sólo es posible si
la crítica y la iniciativa se manifiestan libremente en un ejército
colocado bajo el control de la opinión pública. Una rigurosa
disciplina puede acomodarse muy bien con una amplia democracia, y aun encontrar
apoyo en ella. Pero ningún ejército puede ser más
democrático que el régimen que lo nutre. El burocratismo,
con su rutina y su suficiencia, no deriva de las necesidades especiales
de la organización militar, sino de las necesidades políticas
de sus dirigentes; sólo que estas necesidades encuentran en el ejército
su expresión más acabada. El restablecimiento de la casta
de oficiales, dieciocho años después de su supresión
revolucionaria, atestigua con igual fuerza el abismo que se ha abierto
entre los dirigentes y los dirigidos, y que el ejército ha perdido
las cualidades esenciales que le permitían llamarse Ejército
Rojo, así como el cinismo de la burocracia que hace ley de las consecuencias
de esta desmoralización.
La prensa burguesa ha comprendido esta reforma, como era natural. Le
Temps escribía, el 25 de septiembre de 1935: "Esta transformación
exterior es uno de los indicios de la profunda transformación que
se realiza actualmente en toda la URSS. El régimen definitivamente
consolidado se establece poco a poco. Los hábitos las costumbres
revolucionarias ceden su lugar, en la familia soviética y en la
sociedad, a los sentimientos y a las costumbres que siguen dominando en
los países llamados capitalistas. Los soviets se aburguesan". Casi
no tenemos nada que añadir a esta apreciación.
LA URSS Y LA GUERRA
El peligro de guerra no es más que una de las expresiones de
la dependencia de la URSS respecto al mundo y, en consecuencia, uno de
los argumentos contra la utopía de una sociedad socialista aislada;
argumento temible que surge ahora al primer plano.
Sería vano querer prever todos los factores de la próxima
lucha de los pueblos: si un cálculo de este género fuese
posible, el conflicto de los intereses se resolvería siempre por
una apacible transacción entre los querellantes. Hay demasiadas
incógnitas en la sangrienta ecuación de la guerra. En todo
caso, la URSS goza de grandes ventajas heredadas del pasado y creadas por
el nuevo régimen. La experiencia de la intervención, durante
la guerra civil, demostró que su extensión sigue constituyendo
una gran superioridad para Rusia. La pequeña Hungría soviética
fue derrumbada en unos cuantos días por el imperialismo extranjero,
ayudado, es cierto, por e torpe dictador Bela Kun. La Rusia de los soviets,
cortada desde el principio por su periferia, resistió a la intervención
tres años; en ciertos momentos, el territorio de la revolución
se encontró casi reducido al del antiguo gran ducado de Moscovia;
pero no necesitó más que sostenerse y vencer posteriormente.
La reserva humana constituye una segunda ventaja considerable. La población
de la URSS, con un aumento de tres millones de almas al año, ha
sobrepasado los 170 millones. Una clase joven comprende 1.300.000 jóvenes.
La selección más rigurosa, física y política,
no elimina más que 400.000. Reservas que se pueden estimar de 18
a 20 millones de hombres son prácticamente inagotables.
Pero la naturaleza y los hombres no hacen más que dar la materia
prima de la guerra. El "potencial" militar depende, ante todo, de la potencia
económica del Estado. Desde este punto de vista, las ventajas de
la URSS son inmensas con relación a las de la antigua Rusia. Ya
hemos indicado que la economía planificada ha proporcionado mayores
resultados, hasta ahora, en el dominio militar. La industrialización
de las regiones más alejadas, de Siberia principalmente, da a las
extensiones de las estepas y de los bosques una nueva importancia. Sin
embargo, la URSS sigue siendo un país atrasado. El bajo rendimiento
del trabajo, la mediocre calidad de la producción, la debilidad
de los transportes, sólo están compensados parcialmente por
las riquezas naturales y la población. En tiempos de paz, la medida
de las fuerzas económicas de sistemas sociales opuestos puede diferirse
-por largo tiempo, pero no para siempre- por iniciativas políticas
y principalmente por el monopolio del comercio exterior. En tiempo de guerra,
la prueba es directa en los campos de batalla. De ahí el peligro.
Las derrotas, aunque suelen producir grandes cambios políticos,
están lejos de producir siempre transformaciones económicas.
Un régimen social que asegure un alto nivel de cultura y de gran
riqueza, no puede ser derrocado por las bayonetas. Al contrario, siempre
se observa que los vencedores adoptan las costumbres de los vencidos, cuando
éstos son superiores por su desarrollo. Las formas de la propiedad
no pueden ser modificadas por la guerra más que en el caso de que
estén en grave contradicción con las bases económicas
del país. La derrota de Alemania en una guerra contra la URSS provocaría
inevitablemente la caída de Hitler y también la del sistema
capitalista. No se puede dudar, por otra parte, que la derrota no sea fatal
a los dirigentes de la URSS y para las bases sociales del país.
La inestabilidad del régimen actual de Alemania proviene de que
sus fuerzas productivas han sobrepasado, desde hace mucho tiempo, las normas
de la propiedad privada capitalista. La inestabilidad del régimen
soviético, por el contrario, se debe al hecho de que sus fuerzas
productivas aún están lejos de alcanzar la altura de la propiedad
socialista. Las bases sociales de la URSS están amenazadas por la
guerra, por las mismas razones que hacen que, en tiempo de paz, necesite
de la burocracia y del monopolio del comercio exterior, es decir, por su
debilidad.
¿Se puede esperar que la URSS saldrá sin derrota de la
próxima guerra? Respondamos claramente a una pregunta planteada
con toda claridad: si la guerra no fuera más que una guerra, la
derrota de la URSS sería inevitable. Desde el punto de vista de
la técnica, de la economía y del arte militar, el imperialismo
es infinitamente más poderoso que la URSS y, si no es paralizado
por la revolución en Occidente, arrastrará al régimen
nacido de la Revolución de Octubre.
A esto se puede responder que el imperialismo es una abstracción,
pues está desgarrado por sus propias contradicciones. Es cierto;
y sin ellas, hace mucho tiempo que la URSS habría abandonado la
escena. Los acuerdos diplomáticos y militares de la URSS reposan,
en parte, sobre estas contradicciones. Pero se cometería un error
funesto al negarse a ver un límite después del cual cesan
esos desgarramientos. Así como la lucha de los partidos burgueses
y pequeño burgueses, de los más reaccionarios a los más
socialdemócratas, cesa ante el peligro inmediato de la revolución
proletaria, los antagonismos imperialistas se resolverán siempre
para impedir la victoria militar de la URSS.
Los acuerdos diplomáticos no son más que papel mojado,
según el dicho, no desprovisto de razón, de un canciller
del Reich. En ninguna parte está escrito que durarán hasta
la guerra. Ningún tratado con la URSS resistirá a la amenaza
de una revolución inminente en cualquier parte de Europa. Bastará
con que la crisis política de España (para no hablar de la
de Francia) entre en una fase revolucionaria para que las esperanzas en
Hitler el salvador, loadas por Lloyd George, ganen irresistiblemente a
todos los gobiernos burgueses. Por lo demás, si la situación
inestable de España, de Francia, de Bélgica, terminara con
una victoria de la reacción, no quedaría huella de los pactos
soviéticos. En fin, admitiendo que el papel mojado guarde su fuerza
en la primera fase de las operaciones militares, es indudable que la agrupación
de las fuerzas en la fase decisiva estará determinada por factores
mucho más poderosos que las solemnes promesas de diplomáticos
especializados, precisamente, en la felonía.
La situación cambiaría por completo si los gobiernos
burgueses obtuvieran garantías materiales de que el Gobierno de
Moscú no solamente se pondrá de su parte en la guerra, sino,
además, en la lucha de clases. Aprovechando las dificultades de
la URSS, cogida entre dos fuegos, los "amigos" capitalistas "de la paz"
tomarán todas las medidas necesarias para acabar con el monopolio
del comercio exterior y las leyes soviéticas que rigen la propiedad.
El movimiento de defensa nacional que crece entre los emigrados rusos de
Francia y de Checoslovaquia se alimenta con esas esperanzas. Y si hay que
contar con que la lucha mundial sólo tendrá su desenlace
por medio de la guerra, los aliados tendrán grandes oportunidades
para alcanzar su fin. Sin intervención de la revolución,
las bases sociales de la URSS se derrumbarán, tanto en caso de victoria
como en caso de derrota.
No hace más de dos años, un documento-programa titulado
La IV Internacional y la guerra, esbozaba en los siguientes términos
esa perspectiva: "Bajo la influencia de la viva necesidad de artículos
de primera necesidad experimentada por el Estado, las tendencias individualistas
de la economía rural se reforzarían y las fuerzas centrífugas
aumentarían de mes a mes en el seno de los koljoses. (...) Podría
esperarse (...) en la atmósfera sobrecargada de la guerra, en un
llamamiento a los capitalistas extranjeros "aliados", en atentados contra
el monopolio del comercio exterior, en el debilitamiento del control del
Estado sobre los trust, en conflictos entre trust y obreros, etc. En otras
palabras, una larga guerra, si el proletariado internacional permaneciera
en actitud pasiva, podría, y aún más, debería
provocar la resolución de las contradicciones internas de la URSS
por medio de una contrarrevolución bonapartista". Los acontecimientos
de estos dos últimos años no han hecho más que aumentar
esta probabilidad.
Todo lo que precede no exige, sin embargo, conclusiones "pesimistas".
No queremos cerrar los ojos ante la enorme superioridad material del mundo
capitalista, ni ignorar la inevitable felonía de los "aliados" imperialistas,
ni engañarnos sobre las contradicciones internas del régimen
soviético; pero tampoco estamos inclinados a sobreestimar la solidez
del sistema capitalista en los países hostiles tanto como en los
aliados. Mucho antes de que la guerra pueda poner a prueba la proporción
de las fuerzas, someterá la estabilidad de estos regímenes
a un rudo examen. Todos los teóricos de la futura matanza de pueblos
cuentan con la probabilidad y aún con la certeza de revoluciones.
La idea, cada vez más generalizada en ciertas esferas, de pequeños
ejércitos profesionales, idea apenas un poco más realista
que un duelo de héroes, inspirado en el precedente de David y Goliat,
revela, por lo que tiene de fantástica, el temor que se experimenta
ante el pueblo armado. Hitler no deja pasar una ocasión para subrayar
su deseo de paz, aludiendo al inevitable desbordamiento del bolchevismo
que la guerra provocaría en Occidente. La fuerza que aún
contiene a la guerra próxima a desencadenarse no está en
la Sociedad de las Naciones, ni en los pactos de garantía, ni en
los referéndums pacifistas, sino, única y exclusivamente,
en el temor saludable que las potencias tienen a la revolución.
Como todos los fenómenos, los regímenes sociales deben
ser juzgados por comparación. A pesar de sus contradicciones, el
régimen soviético, desde el punto de vista de la estabilidad,
tiene inmensas ventajas sobre sus probables adversarios. La posibilidad
misma del dominio de los nazis sobre el pueblo alemán, se debe a
la tensión prodigiosa de los antagonismos sociales en Alemania.
Estos antagonismos no han desaparecido ni se han atenuado; la losa del
fascismo solamente los comprime. La guerra los exteriorizaría. Hitler
tiene muchas menos oportunidades de las que tuvo Guillermo II para terminar
victoriosamente la guerra. Sólo una revolución hecha a tiempo
podría evitar la guerra a Alemania, librándola de una nueva
derrota.
La prensa mundial presenta los asesinatos de ministros japoneses por
oficiales como manifestaciones imprudentes de un patriotismo apasionado.
En realidad, estos actos se clasifican, a pesar de la diferencia de ideologías,
en la misma rúbrica que las bombas arrojadas por los nihilistas
rusos contra la burocracia del zar. La Población de Japón
se ahoga bajo el yugo combinado de una explotación agraria asiática
y de un capitalismo ultramoderno; al primer relajamiento de las coerciones
militares, Corea, Manchukuo y China se levantarán contra la tiranía
japonesa. La guerra hundirá al imperio en un cataclismo social.
La situación de Polonia no es sensiblemente mejor. El régimen
establecido por Pilsudski, el más estéril que se conozca,
ni siquiera ha logrado suavizar la servidumbre de los campesinos. La Ucrania
occidental (Galitzia) sufre una cruel opresión que hiere a todos
los sentimientos nacionales. Las huelgas y las sublevaciones son interminables
en los centros obreros. La burguesía polaca, al tratar de asegurarse
para el porvenir la alianza de Francia y la amistad de Alemania, sólo
conseguirá precipitar la guerra en la que encontrará su pérdida.
El peligro de guerra y el de una derrota de la URSS son realidades.
Si la revolución no impide la guerra, la guerra podrá ayudar
a la revolución. Un segundo parto es generalmente más fácil
que el primero. La primera revuelta no se hará esperar dos años
y medio en la próxima guerra. Y una vez comenzadas, las revoluciones
no se detendrán a medio camino. El destino de la URSS no se decidirá,
en definitiva, en los mapas de los estados mayores, sino en la lucha de
clases. El proletariado europeo, irreductiblemente levantado contra su
burguesía, aun entre los amigos "de la paz", será el único
que podrá impedir que la URSS sea derrotada o apuñalada por
la espalda por sus "aliados". Y la misma derrota de la URSS no sería
más que un episodio de corta duración si el proletariado
alcanzará la victoria en otros países. Por el contrario,
ninguna victoria militar salvará la herencia de la Revolución
de Octubre, sí el imperialismo se mantiene en el resto del mundo.
Los partidarios de la burocracia dirán que "subestimamos" las
fuerzas interiores del Ejército Rojo, etc., como dijeron antes que
"negábamos" la posibilidad de la edificación socialista en
un solo país. Estos argumentos son de tan baja calidad, que ni siquiera
permiten un intercambio de opiniones por infecundo que fuera. Sin Ejecito
Rojo, la URSS ya hubiera sido derrotada y desmembrada como China. Sólo
su larga resistencia heroica y testaruda podrá crear las condiciones
favorables para el desarrollo de la lucha de clases en los países
imperialistas. El Ejército Rojo es, de este modo, un factor de importancia
histórica inapreciable; nos basta con que pueda impulsar potentemente
a la revolución. Pero sólo la revolución podrá
cumplir la misión principal que está por encima de las fuerzas
del Ejército Rojo.
Nadie exige que el Gobierno soviético se exponga a aventuras
internacionales y deje de obedecer a la razón, tratando de forzar
el curso de los acontecimientos mundiales. Las tentativas de este género
que se hicieron antes (Bulgaria, Estonia, Cantón...), sólo
han beneficiado a la reacción y fueron condenadas en su tiempo por
la Oposición de Izquierda. Se trata de la orientación general
de la política exterior soviética. La contradicción
entre la política extranjera de la URSS y los intereses del proletariado
mundial internacional y de los pueblos coloniales encuentra su expresión
más funesta en la subordinación de la Internacional Comunista
a la burocracia conservadora y en su nueva religión de la inmovilidad.
No es bajo la bandera del statu quo que los obreros europeos v los
pueblos coloniales podrán rebelarse contra el imperialismo y la
guerra; ésta tiene que estallar y barrer el statu quo con análoga
inevitabilidad que la que conduce al niño, llegado el momento, a
terminar con el statu quo de la gravidez. Los trabajadores no tienen el
menor interés en defender las fronteras actuales, sobre todo en
Europa, así sea bajo las órdenes de la burguesía o
en la insurrección revolucionaria contra ellas. La decadencia de
Europa proviene justamente de que está despedazada económicamente
en cerca de cuarenta Estados casi nacionales, que con sus aduanas, sus
pasaportes, sus sistemas monetarios y sus ejércitos monstruosos
al servicio del particularismo nacional se han transformado en el mayor
de los obstáculos para el desarrollo económico de la humanidad
y para la civilización.
La misión del proletariado europeo no es eternizar las fronteras,
sino suprimirlas revolucionariamente. Statu quo? ¡No! Estados Unidos
de Europa.