El historiador de la URSS tendrá que reconocer que, en los grandes
problemas, la política de la burocracia dirigente ha sido contradictoria
y compuesta de una serie de zigzags. Explicar o justificar estos zigzags
por el "cambio de circunstancias" es algo visiblemente inconsistente. En
cierto modo, cuanto menos, gobernar es prever. La fracción Stalin
no ha previsto para nada los inevitables resultados del desarrollo que
persigue; ha reaccionado con reflejos administrativos creando, posteriormente
a los hechos, una teoría de sus cambios de opinión, sin preocuparse
de lo que proclamaba la víspera. Los hechos y los documentos indiscutibles
también obligarán al historiador a aceptar que la Oposición
de Izquierda analizó de una manera infinitamente más justa
las evoluciones que se desarrollaban en el país, y que previó
mucho mejor su curso posterior.
A primera vista, esta afirmación parece contradictoria por el
simple hecho de que la fracción del partido menos capaz de prever
alcanzó incesantes victorias, en tanto que el grupo más perspicaz
fue de derrota en derrota. Esta objeción que se presenta espontáneamente
al espíritu sólo es convincente para el que, aplicando a
la política el pensamiento racionalista, no ve en ella más
que un debate lógico o una partida de ajedrez. Pero en el fondo,
la lucha política es la de los intereses y de las fuerzas, no la
de los argumentos. Las cualidades de los que dirigen no son indiferentes
para el resultado de los combates, pero no son el único factor ni
el decisivo. Por lo demás, los campos adversos exigen jefes hechos
a su imagen.
Si la Revolución de Febrero llevó al poder a Kerenski
y a Tseretelli, no fue porque éstos hayan sido "más inteligentes"
o "más hábiles" que la camarilla gobernante del zar, sino
porque representaban, cuanto menos temporalmente, a las masas populares
levantadas contra el antiguo régimen. Si Kerenski pudo lanzar a
Lenin a la ilegalidad y encarcelar a otros líderes bolcheviques,
no se debió a que sus cualidades personales le hubiesen dado la
superioridad sobre ellos, sino a que la mayoría de los obreros y
los soldados aún seguían en esos días a la pequeña
burguesía patriota. La "superioridad" personal de Kerenski, si esta
palabra no está mal empleada aquí, consistía, precisamente,
en no ver más lejos que la gran mayoría. A su vez, los bolcheviques
no vencieron a la democracia pequeño burguesa por la superioridad
de sus jefes, sino gracias a un reagrupamiento de las fuerzas, cuando el
proletariado consiguió por fin arrastrar al campesino descontento
contra la burguesía.
La continuidad de las etapas de la Gran Revolución Francesa,
tanto en su época ascendente como en su etapa descendente, muestra
de una manera indiscutible que la fuerza de los "jefes" y de los "héroes"
consistía, sobre todo, en su acuerdo con el carácter de las
clases y de las capas sociales que los apoyaban ; sólo esta correspondencia,
y no superioridades absolutas, permitió a cada uno de ellos marcar
con su personalidad cierto periodo histórico. Hay, en la sucesión
al poder de los Mirabeu, Brissot, Robespierre, Barras, Bonaparte, una legítima
objetividad infinitamente más poderosa que los rasgos particulares
de los protagonistas históricos mismos.
Se sabe suficientemente que hasta ahora todas las revoluciones han
suscitado reacciones y aun contrarrevoluciones posteriores que, por lo
demás, nunca han logrado que la nación vuelva a su primitivo
punto de partida, aunque siempre se han adueñado de la parte del
león en el reparto de las conquistas. Por regla general, los pioneros,
los iniciadores, los conductores, que se encontraban a la cabeza de las
masas durante el primer periodo, son las víctimas de la primera
corriente de reacción, mientras que surgen al primer plano hombres
del segundo, unidos a los antiguos enemigos de la revolución. Bajo
este dramático duelo de corifeos sobre la escena política
abierta, se ocultan los cambios habidos en las relaciones entre las clases
y, no menos importante, profundos cambios en la psicología de las
masas hasta hace poco revolucionarias.
Respondiendo a numerosos camaradas que se preguntaban con asombro lo
que había pasado con la actividad del partido bolchevique y de la
clase obrera, de su iniciativa revolucionaria, de su orgullo plebeyo, y
cómo habían surgido, en lugar de estas cualidades, tanta
villanía, cobardía, pusilanimidad y arribismo -Rakovski evocaba
las peripecias de la Revolución Francesa del siglo XVIII y el ejemplo
de Babeuf cuando, al salir de la prisión de la Abadía, se
preguntaba también con estupor lo que había pasado con el
pueblo heroico de los arrabales de París-. La revolución
es una gran devoradora de energías individuales y colectivas: los
nervios no la resisten, las conciencias se doblan, los caracteres se gastan.
Los acontecimientos marchan con demasiada rapidez para que el aflujo de
fuerzas nuevas pueda compensar las pérdidas. El hambre, la desocupación,
la pérdida de los cuadros de la revolución, la eliminación
de las masas de los puestos dirigentes, habían provocado tal anemia
física y moral en los arrabales que se necesitaron más de
treinta años para que se rehicieran.
La afirmación axiomática de los publicistas soviéticos
de que las leyes de las revoluciones burguesas son "inaplicables" a la
revolución proletaria, está completamente desprovista de
contenido científico. El carácter proletario de la Revolución
de Octubre resultó de la situación mundial y de cierta relación
de las fuerzas en el interior. Pero las clases mismas que se habían
formado en Rusia en el seno de la barbarie zarista y de un capitalismo
atrasado, no se habían preparado especialmente para la revolución
socialista. Antes al contrario, justamente porque el proletariado ruso,
todavía atrasado en muchos aspectos, dio en unos meses el salto
sin precedentes en la historia desde una monarquía semifeudal hasta
la dictadura socialista, la reacción tenía ineludiblemente
que hacer valer sus derechos en las propias filas revolucionarias. La reacción
creció durante el curso de las guerras que siguieron; las condiciones
exteriores y los acontecimientos la nutrieron sin cesar. Una intervención
sucedía a la otra; los países de Occidente no prestaban ayuda
directa; y en lugar del bienestar esperado, el país vio que la miseria
se instalaba en él por mucho tiempo. Los representantes más
notables de la clase obrera habían perecido en la guerra civil o,
al elevarse unos grados, se habían separado de las masas. Así
sobrevino, después de una tensión prodigiosa de las fuerzas,
de las esperanzas, de las ilusiones, un largo periodo de fatiga, de depresión
y de desilusión. El reflujo del "orgullo plebeyo" tuvo por consecuencia
un aflujo de arribismo y de pusilanimidad. Estas mareas llevaron al poder
a una nueva capa de dirigentes.
La desmovilización de un Ejército Rojo de cinco millones
de hombres debía desempeñar en la formación de la
burocracia un papel considerable. Los comandantes victoriosos tomaron los
puestos importantes en los soviets locales, en la producción, en
las escuelas, y a todas partes llevaron obstinadamente el régimen
que les había hecho ganar la guerra civil. Las masas fueron eliminadas
poco a poco de la participación efectiva del poder.
La reacción en el seno del proletariado hizo nacer grandes esperanzas
y gran seguridad en la pequeña burguesía de las ciudades
y del campo que, llamada por la NEP a una vida nueva, se hacía cada
vez más audaz. La joven burocracia, formada primitivamente con el
fin de servir al proletariado, se sintió el árbitro entre
las clases, adquirió una autonomía creciente.
La situación internacional obraba poderosamente en el mismo
sentido. La burocracia soviética adquiría más seguridad
a medida que las derrotas de la clase obrera internacional eran más
terribles. Entre estos dos hechos la relación no es solamente cronológica,
es causal; y lo es en los dos sentidos: la dirección burocrática
del movimiento contribuía a las derrotas; las derrotas afianzaban
a la burocracia. La derrota de la insurrección búlgara y
la retirada sin gloria de los obreros alemanes en 1923; el fracaso de una
tentativa de sublevación en Estonia, en 1924; la pérfida
liquidación de la huelga general en Inglaterra y la conducta indigna
de los comunistas polacos durante el golpe de fuerza de Pilsudski, en 1926;
la espantosa derrota de la Revolución China, en 1927; las derrotas,
más graves aún, que siguieron en Alemania y en Austria: son
las catástrofes mundiales que han arruinado la confianza de las
masas en la revolución mundial y han permitido a la burocracia soviética
elevarse cada vez más alta, como un faro que indicase el camino
de la salvación.
A propósito de las causas de las derrotas del proletariado mundial
durante los últimos trece años, el autor se ve obligado a
referirse a sus obras anteriores, en las que ha tratado de poner de relieve
el papel funesto de los dirigentes conservadores del Kremlin en el movimiento
revolucionario de todos los países. Lo que aquí nos interesa
sobre todo, es el hecho edificante e indiscutible de que las continuas
derrotas de la revolución en Europa y Asia, al mismo tiempo que
debilitan la situación internacional de la URSS han afianzado extraordinariamente
a la burocracia soviética. Dos fechas son memorables, sobre todo,
en esta serie histórica. En la segunda mitad del año 1923,
la atención de los obreros soviéticos se concentró
apasionadamente en Alemania, en donde el proletariado parecía tender
la mano hacia el poder; la horrorizada retirada del Partido Comunista alemán
fue una penosa decepción para las masas obreras de la URSS. La burocracia
soviética desencadenó inmediatamente una campaña contra
la "revolución permanente" e hizo sufrir a la Oposición de
Izquierda su primera cruel derrota. En 1926-27, la población de
la URSS tuvo un nuevo aflujo e esperanza; esta vez, todas las miradas se
dirigieron a Oriente, en donde se desarrollaba el drama de la Revolución
China. La Oposición de Izquierda se rehizo de sus reveses y reclutó
nuevos militantes. A fines de 1927, la Revolución China fue torpedeada
por el verdugo Chiang Kai-Chek, al que los dirigentes de la Internacional
Comunista habían entregado, literalmente, los obreros y campesinos
chinos. Una fría corriente de desencanto pasó sobre las masas
de la URSS. Después de una campaña frenética en la
prensa y en las reuniones, la burocracia decidió, por fin, arrestar
en masa a los opositores (1928).
Decenas de millares de militantes revolucionarios se habían
agrupado bajo la bandera de los bolcheviques-leninistas. Los obreros miraban
a la Oposición con una simpatía evidente. Pero era una simpatía
pasiva, pues ya no creían poder modificar la situación por
medio de la lucha. En cambio, la burocracia afirmaba que "la Oposición
se prepara a arrojarnos en una guerra revolucionaria por la revolución
internacional. ¡Basta de trastornos! Hemos ganado un descanso. Construiremos
en nuestro país la sociedad socialista. Contad con nosotros, que
somos vuestros jefes". Esta propaganda del reposo, cimentando el bloque
de los funcionarios y de los militares, encontraba indudablemente un eco
en los obreros fatigados y, más aún, en las masas campesinas
que se preguntaban si la Oposición no estaría realmente dispuesta
a sacrificar los intereses de la URSS por la "revolución permanente".
Los intereses vitales de la URSS estaban realmente en juego. En diez años,
la falsa política de la Internacional Comunista había asegurado
la victoria de Hitler en Alemania, es decir, un grave peligro de guerra
en el Oeste; una política no menos falsa fortificaba al imperialismo
japonés y aumentaba hasta el último grado el peligro en el
Oriente. Pero los periodos de reacción se caracterizan, sobre todo,
por la falta de valor intelectual.
La Oposición se encontró aislada. La burocracia se aprovechaba
de la situación. Explotando la confusión y la pasividad de
los trabajadores, lanzando a los más atrasados contra los más
avanzados, apoyándose siempre y con más audacia en el kulak
y, de manera general, en la pequeña burguesía, la burocracia
logró triunfar en unos cuantos años sobre la vanguardia revolucionaria
del proletariado.
Sería ingenuo creer que Stalin, desconocido por las masas, surgió
repentinamente de los bastidores armado de un plan estratégico completamente
elaborado. No. Antes de que él hubiera previsto su camino, la burocracia
lo había adivinado; Stalin le daba todas las garantías deseables:
el prestigio del viejo bolchevique, un carácter firme, un espíritu
estrecho, una relación indisoluble con las oficinas, única
fuente de su influencia personal. Al principio, Stalin se sorprendió
con su propio éxito. Era la aprobación unánime de
una nueva capa dirigente que trataba de liberarse de los viejos principios
así como del control de las masas, y que necesitaba un árbitro
seguro en sus asuntos interiores. Figura de segundo plano ante las masas
y ante la revolución, Stalin se reveló como el jefe indiscutido
de la burocracia termidoriana, el primero entre los termidorianos.
Se vio bien pronto que la nueva capa dirigente tenía sus ideas
propias, sus sentimientos y, lo que es más importante, sus intereses.
La gran mayoría de los burócratas de la generación
actual, durante la Revolución de Octubre estuvieron del otro lado
de la barricada (es el caso, para no hablar más que de los diplomáticos
soviéticos, de Troianovski, Maiski, Potemkin, Suritz, Jinchuk y
otros...) o, en el mejor de los casos, alejados de la lucha. Los burócratas
actuales que en los días de Octubre estuvieron con los bolcheviques
no desempeñaron, en su mayor parte, ningún papel. En cuanto
a los jóvenes burócratas, han sido formados y seleccionados
por los viejos, frecuentemente elegidos entre su propia casta. Estos hombres
no hubieran sido capaces de hacer la Revolución de Octubre; pero
han sido los mejor adaptados para explotarla.
Naturalmente que los factores individuales han tenido alguna influencia
en esta sucesión de capítulos históricos. Es cierto
que la enfermedad y la muerte de Lenin precipitaron su desenlace. Si Lenin
hubiera vivido más tiempo, el avance de la potencia burocrática
hubiese sido más lento, al menos en los primeros años. Pero
ya en 1926, Kurpskaia decía a los oposicionistas de izquierda: "Si
Lenin viviera, estaría seguramente en la prisión". Las previsiones
y los temores de Lenin estaban aún frescos en su memoria y no se
hacía ilusiones sobre su poder total respecto a los vientos y a
las corrientes contrarias de la historia.
La burocracia no sólo ha vencido a la Oposición de Izquierda,
ha vencido también al partido bolchevique. Ha vencido al programa
de Lenin, que veía el principal peligro en la transformación
de los órganos del Estado "de servidores de la sociedad en amos
de ella". Ha vencido a todos sus adversarios -la Oposición, el partido
de Lenin-, no por medio de argumentos y de ideas, sino aplastándolo
bajo su propio peso social. El último vagón fue más
pesado que la cabeza de la Revolución. Tal es la explicación
del termidor soviético.
LA DEGENERACIÓN
DEL PARTIDO BOLCHEVIQUE
El partido bolchevique preparó y alcanzó la victoria de
Octubre. Construyó el Estado soviético, dándole un
sólido esqueleto. La degeneración del partido fue la causa
y la consecuencia de la burocratización del Estado. Es importante
mostrar, al menos brevemente, cómo pasaron las cosas.
El régimen interior del partido bolchevique está caracterizado
por los méritos del centralismo democrático. La reunión
de estas dos nociones no implica ninguna contradicción. El partido
velaba para que sus fronteras fuesen siempre estrictamente delimitadas,
pero trataba de que todos los que franqueaban esas fronteras tuvieran realmente
el derecho de determinar la orientación de su política. La
libertad de crítica y la lucha de las ideas formaban el contenido
intangible de la democracia del partido. La doctrina actual que proclama
la incompatibilidad del bolchevismo con la existencia de fracciones está
en desacuerdo con los hechos. Es un mito de la decadencia. La historia
del bolchevismo es en realidad la de la lucha de las fracciones. ¿Y
cómo un organismo que se propone cambiar el mundo y reúne
bajo sus banderas a negadores, rebeldes y combatientes temerarios, podría
vivir y crecer sin conflictos ideológicos, sin agrupaciones, sin
formaciones fraccionales temporales? La clarividencia de la dirección
del partido logró muchas veces atenuar y abreviar las luchas fraccionales,
pero no pudo hacer más. El Comité Central se apoyaba en esta
base efervescente y de ahí sacaba la audacia para decidir y ordenar.
La justeza manifiesta de sus opiniones en todas las etapas críticas
le confería una alta autoridad, precioso capital moral del centralismo.
El régimen del partido bolchevique, sobre todo antes de la toma
del poder, era, pues, el antípoda del de la Internacional Comunista
actual con sus "jefes" nombrados jerárquicamente, sus virajes hechos
sobre pedido, sus oficinas incontroladas, su desdén por la base,
su servilismo hacia el Kremlin. En los primeros años que siguieron
a la toma del poder, cuando el partido comenzaba a cubrirse con el orín
burocrático, cualquier bolchevique, y Stalin como cualquier otro
hubiera tratado de infame calumniador al que hubiese proyectado sobre la
pantalla la imagen del partido tal como debía ser diez o quince
años después.
Lenin y sus colaboradores tuvieron invariablemente como primer cuidado
el de preservar a las filas del partido bolchevique de las taras del poder.
Sin embargo, la estrecha conexión, y algunas veces la fusión,
de los órganos del partido y del Estado, provocaron desde los primeros
años un perjuicio cierto a la libertad y la elasticidad del régimen
interior del partido. La democracia se estrechaba a medida que crecían
las dificultades. El partido quiso y esperaba conservar en el cuadro de
los soviets la libertad de las luchas políticas. La guerra civil
trajo una seria consecuencia: los partidos de oposición fueron suprimidos
unos después de otros. Los jefes del bolchevismo veían en
estas medidas, en contradicción evidente con el espíritu
de la democracia soviética, necesidades episódicas de la
defensa y no decisiones de principio.
El rápido crecimiento del partido gobernante, ante la novedad
y la inmensidad de las labores, engendraba inevitablemente divergencias
de opinión. Las corrientes de oposición, subyacentes en el
país, ejercían de diversos modos su presión sobre
el único partido legal, agravando la aspereza de las luchas fraccionases.
Hacia el fin de la guerra civil esta lucha revistió formas tan vivas
que amenazó quebrantar el poder. En marzo de 1921, durante la sublevación
de Kronstadt, que arrastró a no pocos bolcheviques, el X Congreso
del partido se vio obligado a recurrir a la prohibición de las fracciones,
es decir, a aplicar el régimen político del Estado a la vida
interior del partido dirigente. La prohibición de las fracciones,
repitámoslo, se concebía como una medida excepcional destinada
a desaparecer con la primera mejoría real de la situación.
Por lo demás, el Comité Central se mostraba extremadamente
circunspecto en la aplicación de la nueva ley y cuidaba, sobre todo,
de no ahogar la vida interior del partido.
Pero, lo que primitivamente no había sido más que un
tributo pagado por necesidad a circunstancias penosas, fue muy del agrado
de la burocracia que consideraba la vida interior del partido desde el
punto de vista de la comodidad de los gobernantes. En 1922, durante una
mejoría momentánea de su salud, Lenin se atemorizó
con el crecimiento amenazador de la burocracia y preparó una ofensiva
en contra de la fracción de Stalin, que había llegado a ser
el pivote del aparato del partido antes de apoderarse del Estado. El segundo
ataque de su enfermedad, y después la muerte, no le permitieron
medir sus fuerzas con las de la reacción.
Todos los esfuerzos de Stalin, con quien estaban en ese momento Zinóviev
y Kámenev, tendieron, desde entonces, a liberar el aparato del partido
del control de sus miembros. En esta lucha por la "estabilidad" del Comité
Central, Stalin fue más consecuente y más firme que sus aliados
pues no lo desviaban los problemas internacionales de los que jamás
se había ocupado. La mentalidad pequeño burguesa de la nueva
capa dirigente era la suya. Creía profundamente que la construcción
del socialismo era de orden nacional y administrativo; consideraba a la
Internacional Comunista como un mal necesario al que había que aprovechar,
en la medida de lo posible, con fines de política exterior. El partido
sólo significaba a sus ojos la base obediente de las oficinas.
Al mismo tiempo que la teoría del socialismo en un sólo
país, se formuló otra para uso de la burocracia según
la cual, para el bolchevismo, el Comité Central lo es todo, el partido,
nada. En todo caso, esta segunda teoría fue realizada con más
éxito que la primera. Aprovechando la muerte de Lenin, la burocracia
comenzó la campaña de reclutamiento llamada de la "promoción
de Lenin". Las puertas del partido, hasta entonces bien vigiladas, se abrieron
de par en par a todo el mundo: los obreros, los empleados, los funcionarios,
entraron en masa. Políticamente, se trataba de absorber la vanguardia
revolucionaria en un material humano desprovisto de experiencia y personalidad
pero acostumbrado, en cambio, a obedecer a los jefes. Este proyecto se
logró. Al liberar a la burocracia del control de la vanguardia proletaria,
la "promoción de Lenin" dio un golpe mortal al partido de Lenin.
Las oficinas habían conquistado la independencia que les era necesaria.
El centralismo democrático cedió su lugar al centralismo
burocrático. Los servicios del partido fueron totalmente renovados,
de arriba a abajo; la obediencia fue la principal virtud del bolchevique.
Bajo la bandera de la lucha contra la Oposición, los revolucionarios
fueron reemplazados por funcionarios. La historia del partido bolchevique
se transformó en la de su propia degeneración.
El significado político de la lucha se oscureció mucho
por el hecho de que los dirigentes de las tres tendencias, la derecha,
el centro y la izquierda, pertenecían a un solo estado mayor, el
del Kremlin, el Buró Político: los espíritus superficiales
creían en rivalidades personales, en la lucha por la "sucesión"
de Lenin. Pero bajo una dictadura de hierro, los antagonismos sociales
no podían manifestarse al principio más que a través
de las instituciones del partido gobernante, Muchos termidorianos salieron
antiguamente del partido jacobino del que Bonaparte mismo fue miembro;
y entre los antiguos jacobinos, el Primer Cónsul, más tarde
Emperador de los Franceses, encontró sus más fieles servidores.
Los tiempos cambian y los jacobinos, comprendiendo a los del siglo XX,
cambian junto con el tiempo.
Del Buró Político del tiempo de Lenin no quedó
más que Stalin; dos de sus miembros, Zinóviev y Kámenev,
que durante largos años de emigración fueron los colaboradores
más íntimos de Lenin, purgan, en el momento en que escribo,
una pena de diez años de reclusión por un crimen que no han
cometido; otros tres, Rizhkov, Bujarin y Tomski, están completamente
alejados del poder, aunque se haya recompensado su renuncia concediéndoles
funciones de segundo orden; en fin, el autor de estas líneas, está
desterrado. La viuda de Lenin, Krupskaia, es considerada como sospechosa,
pues no ha podido, a pesar de sus esfuerzos, adaptarse al Termidor.
Los miembros actuales del Buró Político han ocupado en
la historia del partido bolchevique puestos secundarios. Si alguien hubiera
profetizado su elevación, durante los primeros años de la
revolución, se hubiesen quedado estupefactos, sin la menor falsa
modestia. La regla según la cual el Buró Político
siempre tiene razón, y nadie, en todo caso, puede tener razón
en contra de él, es aplicada con más rigor que nunca. Por
lo demás, el Buró Político mismo no podría
tener razón en contra de Stalin, quien, como nunca puede engañarse,
tampoco puede, en consecuencia, tener razón en contra de sí
mismo.
El regreso del partido a la democracia fue en su tiempo la más
obstinada y la más desesperada de las reivindicaciones de todos
los grupos de oposición. La plataforma de la Oposición de
Izquierda en 1927 exigía la introducción de un artículo
en el Código Penal que "castigara como un crimen grave contra el
Estado toda persecución directa o indirecta de un obrero a causa
de críticas que hubiera formulado...". Más tarde se encontró
en el Código Penal un artículo que podía aplicarse
a la Oposición.
De la democracia del partido no quedan más que recuerdos en
la memoria de la vieja generación. Con ella se ha evaporado la democracia
de los soviets, de los sindicatos, de las cooperativas, de las organizaciones
deportivas y culturales. La jerarquía de los secretarios domina
sobre todo y sobre todos. El régimen había adquirido un carácter
totalitario antes de que Alemania inventara la palabra. "Con ayuda de los
métodos desmoralizadores que transforman a los comunistas pensantes
en autómatas, que matan la voluntad, el carácter, la dignidad
humana -escribía Rakovski en 1928-, la pandilla gobernante ha sabido
transformarse en una oligarquía inamovible e inviolable que ha sustituido
a la clase y al partido". Después de que estas líneas indignadas
fueran escritas, la degeneración ha hecho inmensos progresos. La
GPU ha llegado a ser el factor decisivo en la vida interior del partido.
Si en marzo de 1936 Mólotov podía felicitarse ante un periodista
francés de que el partido gobernante ya no tuviera luchas fraccionases,
se debía únicamente a que ahora las divergencias de opiniones
son reglamentadas por la intervención mecánica de la policía
política. El viejo partido bolchevique ha muerto y ninguna fuerza
será capaz de resucitarlo.
*
Paralelamente a la degeneración política del partido,
se acentuaba la corrupción de una burocracia que escapa a todo control.
Aplicada al alto funcionario privilegiado, la palabra sovbur -burgués
soviético- entró en el vocabulario obrero. Con la NEP, las
tendencias burguesas disfrutaron de un terreno más favorable. En
marzo de 1922 Lenin puso en guardia al XI Congreso del partido contra la
corrupción de los medios dirigentes. "Más de una vez ha sucedido
en la historia -decía- que el vencedor haya adoptado la civilización
del vencido, si ésta era superior. La cultura de la burguesía
y de la burocracia rusas era miserable, sin duda. Pero, ¡ay!, las
nuevas capas dirigentes les son aún inferiores. Cuatro mil setecientos
comunistas responsables dirigen en Moscú la máquina gubernamental.
¿Quién dirige y quién es dirigido? Dudo mucho que
pueda decirse que son los comunistas quienes dirigen...". Lenin no volvió
a tomar la palabra en el congreso del partido. Pero todo su pensamiento,
durante los últimos meses de su vida, se dirigió a la necesidad
de prevenir y de armar a los obreros contra la opresión, la arbitrariedad
y la corrupción burocráticas. Sin embargo, no había
podido observar más que los primeros síntomas del mal.
Christian Rakovski, ex presidente del Consejo de Comisarios del Pueblo
de Ucrania, más tarde embajador de los soviets en Londres y París,
hallándose deportado, envió a sus amigos en 1928 un corto
estudio sobre la burocracia del que ya hemos tomado algunas líneas,
pues sigue siendo lo mejor que sobre el asunto se ha escrito. "En el espíritu
de Lenin y en todos nuestros espíritus -escribe Rakovski- el objeto
de la dirección del partido era preservar al partido y a la clase
obrera de la acción disolvente de los privilegios, de las ventajas
y de los favores propios del poder -de preservarlos de toda aproximación
a los restos de la antigua nobleza y de la antigua pequeña burguesía,
de la influencia desmoralizadora de la NEP, de la seducción de las
costumbres burguesas y de su ideología-. (...) Hay que decir en
voz alta, franca y claramente, que los burós del partido no han
cumplido esta tarea, que han dado pruebas de una incapacidad completa en
su doble papel de educación y de preservación, que han quebrado,
que han faltado a su deber ".
Es cierto que Rakovski, deshecho por la represión burocrática,
renegó más tarde de sus críticas. Pero cuando el septuagenario
Galileo fue obligado en los potros de la Santa Inquisición a abjurar
del sistema de Copérnico, esto no impidió que la tierra girase.
No creemos en la abjuración del sexagenario Rakovski, pues más
de una vez ha analizado implacablemente esta clase de abjuraciones. Pero
su crítica política ha encontrado en los hechos objetivos
una base mucho más segura que en la firmeza subjetiva de su autor.
La conquista del poder no modifica solamente la actitud del proletariado
hacia las otras clases; cambia, también, su estructura interior.
El ejercicio del poder se transforma en la especialidad de un grupo social
determinado, que tiende a resolver su propio "problema social" con tanta
más impaciencia cuanto más alta cree su misión. "En
el Estado proletario, en donde la acumulación capitalista no se
permite a los miembros del partido dirigente, la diferenciación
es por lo pronto funcional; más tarde, será social. No digo
que llegue a ser una diferenciación de clase, digo que es social"...
Rakovski explica: "La posición social del comunista que tiene a
su disposición un coche, una buena habitación, vacaciones
regulares y que recibe el máximo del fijado por el partido, difiere
de la del comunista que trabajando en las minas de hulla gana de 50 a 60
rublos al mes".
Enumerando las causas de la degeneración de los jacobinos en
el poder, el enriquecimiento, los abastecimientos del Estado, etc., Rakovski
cita una curiosa observación de Babeuf sobre el papel desempeñado
en esta evolución por las mujeres de la nobleza, muy codiciadas
por los jacobinos. "¿Qué hacéis -exclama Babeuf- cobardes
plebeyos? ¿Os acarician hoy? ¡Mañana os degollarán!".
El censo de las esposas de los dirigentes de la URSS daría un cuadro
análogo. Sosnovski, conocido periodista soviético, indicaba
el papel del "factor auto-harén", en la formación de la burocracia.
Es cierto que, junto con Rakovski, Sosnovski se ha arrepentido y ha regresado
de Siberia. Las costumbres de la burocracia no han mejorado con ello. Por
el contrario, el arrepentimiento de un Sosnovski prueba el progreso de
la desmoralización.
Los viejos artículos de Sosnovski, que pasaban manuscritos de
mano en mano, contienen justamente inolvidables episodios de la vida de
los nuevos dirigentes, mostrando hasta qué punto los vencedores
han asimilado las costumbres de los vencidos. Para no remontarnos a los
años pasados -Sosnovski en 1934 trocó definitivamente su
fusta por una lira-, limitémonos a ejemplos recientes, tomados de
la prensa soviética, escogiendo no solamente los "abusos" sino los
hechos ordinarios oficialmente admitidos por la opinión pública.
El director de una fábrica moscovita, comunista conocido, se
felicita en Pravda del desarrollo cultural de su empresa. Un mecánico
le telefonea: "¿Ordena usted que detenga las máquinas o espero?...
Le respondo -dice- espera un momento"... El mecánico le habla con
deferencia, el director lo tutea. Y este diálogo indigno, imposible
en un país capitalista civilizado, es relatado por el mismo director
como un hecho corriente. La redacción no puso objeciones pues no
observó nada; los lectores no protestan pues ya están habituados.
Tampoco nos asombremos: en las audiencias solemnes del Kremlin, los "jefes"
y los comisarios del pueblo tutean a sus subordinados, directores de fábricas,
presidentes de koljoses, contramaestres y obreros invitados para ser condecorados.
¿Cómo no recordar que una de las consignas revolucionarias
más populares bajo el antiguo régimen exigía el fin
del tuteo de los subordinados por los jefes?
Asombrosos por su despreocupación señorial, los diálogos
de los dirigentes del Kremlin con el "pueblo" comprueban sin error posible
que, a pesar de la Revolución de Octubre, de la nacionalización
de los medios de producción, de la colectivización y de la
"liquidación de los kulaks como clase", las relaciones entre los
hombres y la cima de la pirámide soviética, lejos de elevarse
hasta el socialismo, no alcanzan aún, en muchos aspectos, el nivel
del capitalismo cultivado. Se ha dado un enorme paso atrás en este
importante dominio, durante los últimos años; el Termidor
soviético que ha concedido una independencia completa a una burocracia
poco cultivada, sustraída a todo control, mientras ordena el silencio
y la obediencia de las masas, es indiscutiblemente la causa de la resurrección
de la vieja barbarie rusa.
No pensamos oponer a la abstracción dictadura, la abstracción
democracia para pesar sus cualidades respectivas en la balanza de la razón
pura. Todo es relativo en este mundo en donde lo único permanente
es el cambio. La dictadura del partido bolchevique fue en la historia uno
de los instrumentos más poderosos del progreso. Pero aquí,
según el poeta,
Vernuft wird Unsinn, Wohltat-Plage
. La prohibición
de los partidos de oposición produjo la de las fracciones; la prohibición
de las fracciones llevó a prohibir el pensar de otra manera que
el jefe infalible. El monolitismo policíaco del partido tuvo por
consecuencia la impunidad burocrática que, a su vez, se transformó
en la causa de todas las variantes de la desmoralización y de la
corrupción.
LAS CAUSAS SOCIALES DEL
TERMIDOR
Hemos definido al Termidor soviético como la victoria de la burocracia
sobre las masas. Hemos tratado de mostrar las condiciones históricas
de esta victoria. La vanguardia revolucionaria del proletariado fue absorbida
en parte por los servicios del Estado y poco a poco desmoralizada, en parte
fue destruida en la guerra civil; y en parte, fue eliminada y aplastada.
Las masas fatigadas y desengañadas sólo sentían indiferencia
por lo que pasaba en los medios dirigentes. Estas condiciones, por importantes
que sean, no bastan de ninguna manera para explicarnos cómo la burocracia
logró elevarse por encima de la sociedad y tomar en sus manos, por
largo tiempo, los destinos de ésta; su propia voluntad hubiera sido
en to do caso insuficiente para ello; la formación de una nueva
capa dirigente debe tener causas sociales más profundas.
El cansancio de las masas y la desmoralización de los cuadros
contribuyeron también en el siglo XVIII a la victoria de los termidorianos
sobre los jacobinos. Pero bajo estos fenómenos, en realidad temporales,
se realizaba un proceso orgánico más profundo. Los jacobinos
estaban apoyados por las capas inferiores de la pequeña burguesía,
alzadas por la poderosa corriente, y como la revolución del siglo
XVIII respondía al desarrollo de las fuerzas productivas, no podía
menos que llevar al fin y al cabo a la gran burguesía al poder.
Termidor no fue más que una de las etapas de esta evolución
inevitable. ¿Qué necesidad social expresa el Termidor soviético?
Ya hemos tratado en un capítulo anterior de dar una explicación
previa del triunfo del gendarme. Nos es forzoso continuar aquí el
análisis de las condiciones del paso del capitalismo al socialismo
y del papel que en él desempeña el Estado. Confrontemos una
vez más la previsión teórica y la realidad: "Aún
es necesario imponerse a la burguesía -escribía Lenin en
1917, hablando del periodo que debía seguir a la conquista del poder-,
pero el órgano de la imposición ya es la mayoría de
la población y no la minoría como siempre había sido
hasta ahora (...). En este sentido, el Estado comienza a agonizar". ¿Cómo
se expresa esta agonía? Desde luego, en que, en lugar de "Instituciones
especiales pertenecientes a la minoría privilegiada" (funcionarios
privilegiados, mando del ejército permanente), la mayoría
puede "desempeñar las funciones de coerción". Lenin formula
más adelante una tesis indiscutible bajo una forma axiomática.
"A medida que las funciones del poder son las del pueblo entero, este poder
es menos necesario. La abolición de la propiedad privada de los
medios de producción elimina la labor principal del Estado formado
por la historia: la defensa de los privilegios de la minoría contra
la inmensa mayoría".
Según Lenin, la agonía del Estado comienza inmediatamente
después de la expropiación de los expropiadores, es decir,
antes de que el nuevo régimen haya podido abordar sus tareas económicas
y culturales. Cada éxito en el cumplimiento de estas tareas significa
una nueva etapa de la reabsorción del Estado en la sociedad socialista.
El grado de esta reabsorción es el mejor índice de la profundidad
y de la eficacia de la edificación socialista. Se puede formular
un teorema sociológico de este género: La imposición
ejercida por las masas en el Estado obrero, está en proporción
directa con las fuerzas tendentes a la explotación o a la restauración
capitalista, y en proporción inversa a la solidaridad social y a
la devoción común hacia el nuevo régimen. La burocracia
-en otras palabras, "los funcionarios privilegiados y el mando del ejército
permanente" responde a una variedad particular de la imposición
que las masas no pueden o no quieren aplicar y que se ejerce así,
o de otra manera, sobre ellas.
Si los soviets democráticos hubiesen conservado hasta ese día
su fuerza y su independencia, en tanto que permanecían obligados
a recurrir a la coerción en la misma medida que durante los primeros
años, este hecho hubiese bastado para inquietarnos seriamente. ¿Cuál
no será nuestra inquietud ante una situación en la que los
soviets de las masas han abandonado definitivamente la escena cediendo
sus funciones coercitivas a Stalin, Yagoda y compañía? ¡Y
qué funciones coercitivas! Preguntémonos para comenzar, cuál
es la causa social de esta vitalidad testaruda del Estado, y sobre todo,
su "gendarmización". La importancia de este problema es evidente
por sí mismo: según la respuesta que le demos, deberemos
revisar radicalmente nuestras ideas tradicionales sobre la sociedad socialista
en general, o rechazar, también radicalmente, las apreciaciones
oficiales sobre la URSS.
Tomemos de un número reciente de un periódico de Moscú
la característica estereotipado del régimen soviético
actual, una de esas características que se repiten de día
en día y que los escolares aprenden de memoria. "Las clases parasitarias
de los capitalistas, de los propietarios territoriales y de los campesinos
ricos se han liquidado para siempre en la URSS, terminando para siempre,
de este modo, con la explotación del hombre por el hombre. Toda
la economía nacional es socialista y el creciente movimiento Stajanov
prepara las condiciones del paso del socialismo al comunismo" (Pravda,
4 de abril de 1936). La prensa mundial de la Internacional Comunista no
dice otra cosa, como de costumbre. Pero si se ha terminado "para siempre"
con la explotación, si el país ha entrado realmente en la
vía del socialismo, es decir, en la fase inferior del comunismo
que conduce a la fase superior, no le queda a la sociedad más que
arrojar, por fin, la camisa de fuerza del Estado. En lugar de esto -apenas
es creíble- el Estado soviético toma un aspecto burocrático
y totalitario.
Se puede observar la misma contradicción fatal, evocando la
suerte del partido. El problema se plantea, más o menos, así:
¿Por qué, en 1917-21, cuando las viejas clases dominantes
aún resistían con las armas en la mano, cuando los imperialistas
del mundo entero las sostenían efectivamente, cuando los kulaks
armados saboteaban la defensa y el abastecimiento del país, en el
partido se podían discutir libremente, sin temor, todos los problemas
más graves de la política? ¿Por qué, en la
actualidad, después de la intervención, de la derrota de
las clases explotadoras, los éxitos indiscutibles de la industrialización,
la colectivización de la gran mayoría de los campesinos,
no se puede admitir la menor crítica a los dirigentes inamovibles?
¿Por qué el bolchevique que, de acuerdo con los estatutos
del partido, tratara de reclamar la convocatoria de un congreso, sería
inmediatamente excluido? Todo ciudadano que emitiera públicamente
dudas sobre la infalibilidad de Stalin sería tratado, inmediatamente,
casi como el participante en un complot terrorista. ¿De dónde
viene esta monstruosa, esta intolerable potencia de la represión
del aparato policíaco?
La teoría no es una letra de cambio que se pueda cobrar en cualquier
momento. Si comete errores, es conveniente revisarla o llenar sus lagunas.
Descubramos las verdaderas fuerzas sociales que han hecho nacer la contradicción
entre la realidad soviética y el marxismo tradicional. En todo caso,
no es posible errar en medio de las tinieblas; repitiendo las frases rituales,
probablemente útiles para el prestigio de los jefes pero que abofetean
a la realidad vivida. Lo veremos en este momento, gracias a un ejemplo
convincente.
El presidente del Consejo de Comisarios del Pueblo declaraba en enero
de 1936 al Ejecutivo que "la economía nacional se ha hecho socialista
(aplausos). Desde este aspecto (?) hemos resuelto el problema de la liquidación
de las clases (aplausos)". El pasado aún nos deja, sin embargo,
"elementos vitalmente hostiles", desechos de las clases antiguamente dominantes.
Se encuentran, además, entre los trabajadores de los koljoses, entre
los funcionarios del Estado, a veces entre los mismos obreros, "minúsculos
especuladores", "dilapidadores de los bienes del Estado y de los koljoses",
"divulgadores de chismes antisoviéticos", etc., etc. De ahí
la necesidad de consolidar más la dictadura. Al contrario de lo
que esperaba Engels, el Estado obrero, en vez de "adormecerse", debe estar
cada vez más alerta.
El cuadro descrito por el jefe del Estado soviético sería
de lo más tranquilizador si no encerrase una contradicción
mortal. El socialismo se ha instalado definitivamente en el país;
"desde este punto de vista" las clases han sido anonadadas (si lo han sido
desde este punto de vista, también lo deben haber sido desde todos
los otros). Indudablemente que la armonía social es perturbada,
aquí y allá, por las escorias y los restos del pasado; sin
embargo, no es posible pensar que gentes dispersas, privadas de poder y
de propiedad puedan destruir la sociedad sin clases con la ayuda de "minúsculos
especuladores" (ni siquiera son especuladores a secas). Como vemos, parece
que todo marcha de la mejor manera posible. Pero, en ese caso, lo repetimos
una vez más, ¿qué objeto tiene la dictadura de bronce
de la burocracia?
Los soñadores reaccionarios desaparecen poco a poco, tenemos
que creerlo. Los soviets archidemocráticos bastarían perfectamente
para dar cuenta de los "minúsculos especuladores" y de los "chismosos".
"No somos utópicos -replicaba Lenin en 1917 a los teóricos
burgueses y reformistas del Estado burocrático-, no discutimos absolutamente
la posibilidad y la inevitabilidad de los excesos cometidos por individuos,
así como la necesidad de reprimir esos excesos... Pero no es necesario,
para este fin, un aparato especial de represión; para ello bastará
el pueblo armado, con la misma facilidad con que una multitud civilizada
separa a dos hombres que se golpean o impide que se insulte a una mujer".
Estas palabras parecen haber sido destinadas a refutar las consideraciones
de uno de los sucesores de Lenin. Se estudia a Lenin en las escuelas de
la URSS, pero no, evidentemente, en el Consejo de Comisarios del Pueblo.
En caso contrario sería inexplicable que un Mólotov empleara,
sin reflexionar, los argumentos contra los que Lenin dirigía su
arma acerada. ¡Flagrante contradicción entre el fundador y
los epígonos! Mientras que Lenin consideraba posible la liquidación
de las clases explotadoras sin necesidad de un aparato burocrático,
Mólotov, para justificar el estrangulamiento de toda iniciativa
popular por medio de la máquina burocrática, después
de la liquidación de las clases, no encuentra nada mejor que invocar
los "restos" de las clases liquidadas.
Pero resulta tanto más difícil alimentarse con estos
"restos", por cuanto que, según confesión de los representantes
autorizados de la burocracia, los antiguos enemigos de clase son asimilados
con éxito por la sociedad soviética. Postichev, uno de los
secretarios del Comité Central, decía en abril de 1936 al
Congreso de las Juventudes Comunistas: "Numerosos saboteadores se han arrepentido
sinceramente y se han incorporado a las filas del pueblo soviético...".
En vista del éxito de la colectivización, "los hijos de los
kulaks no deben responder por sus padres". Esto no es todo: "en la actualidad,
el mismo kulak no cree, indudablemente, poder recobrar su situación
de explotador en la aldea". No sin razón, el Gobierno ha comenzado
a abolir las restricciones legales de origen social. Pero si las afirmaciones
de Postichev, aprobadas sin reservas por Mólotov, tienen algún
sentido, sólo puede ser éste: la burocracia se ha transformado
en un monstruoso anacronismo y la coerción estatal ya no tiene objeto
en la tierra de los soviets. Sin embargo, ni Mólotov ni Postichev
admiten esta conclusión rigurosamente lógica. Prefieren conservar
el poder, aun a costa de contradecirse.
En realidad, no pueden renunciar. En términos objetivos: la
sociedad soviética actual no puede pasarse sin el Estado y aun -en
cierta medida- sin la burocracia. No son los miserables restos del pasado,
sino las poderosas tendencias del presente las que crean esta situación.
La justificación del Estado soviético, considerada como mecanismo
coercitivo, es que el periodo transitorio actual aún está
lleno de contradicciones sociales que en el dominio del consumo -el más
familiar y el más sensible para todo el mundo- revisten un carácter
extremadamente grave, que amenaza continuamente surgir en el dominio de
la producción. Por tanto, la victoria del socialismo no puede llamarse
definitiva ni asegurada.
La autoridad burocrática tiene como base la pobreza de artículos
de consumo y la lucha de todos contra todos que de allí resulta.
Cuando hay bastantes mercancías en el almacén, los parroquianos
pueden llegar en cualquier momento; cuando hay pocas mercancías,
tienen que hacer cola en la puerta. Tan pronto como la cola es demasiado
larga se impone la presencia de un agente de policía que mantenga
el orden. Tal es el punto de partida de la burocracia soviética.
"Sabe" a quién hay que dar y quién debe esperar.
A primera vista, la mejoría de la situación material
y cultural debería reducir la necesidad de los privilegios, estrechar
el dominio del "derecho burgués" y, por lo mismo, quitar terreno
a la burocracia, guardiana de esos derechos. Sin embargo, ha sucedido lo
contrario: el crecimiento de las fuerzas producidas ha ido acompañado,
hasta ahora, de un extremado desarrollo de todas las formas de desigualdad
y de privilegios, así como de la burocracia. Esto tampoco ha sucedido
sin razón.
En su primer periodo, el régimen soviético tuvo un carácter
indiscutiblemente más igualitario y menos burocrático que
ahora. Pero su igualdad fue la de la miseria común. Los recursos
del país eran tan limitados que no permitían que de las masas
surgieran medios siquiera un poco privilegiados. El salario "igualitario"
al suprimir el estímulo individual fue un obstáculo para
el desarrollo de las fuerzas productivas. La economía soviética
tenía que librarse de su indigencia para que la acumulación
de esas materias grasas que son los privilegios fuera posible. El estado
actual de la Producción está aún muy lejos de proporcionar
a todos lo necesario. Pero, en cambio, ya permite la concesión de
ventajas importantes a la minoría y hacer de la desigualdad un aguijón
para la mayoría. ésta es la primera razón por la cual
el crecimiento de la producción hasta ahora ha reforzado los rasgos
burgueses v no los socialistas del Estado.
Esta razón no es la única. Al lado del factor económico
que, en la fase actual, exige recurrir a los métodos capitalistas
de remuneración del trabajo, obra el factor político encarnado
por la misma burocracia. Por su propia naturaleza, ésta crea y defiende
privilegios; surge primeramente como el órgano burgués de
la clase obrera; al establecer y al mantener los privilegios de la minoría
se asigna, naturalmente, la mejor parte; el que distribuye bienes jamás
se perjudica a sí mismo. De esta manera, de las necesidades de la
sociedad nace un órgano que, al sobrepasar en mucho su función
social necesaria, se transforma en un factor autónomo, así
como en fuente de grandes peligros para el organismo social.
La significación del Termidor soviético comienza a precisarse
ante nosotros. La pobreza y el estado inculto de las masas se materializan
de nuevo bajo las formas amenazadoras del jefe provisto de un poderoso
garrote. Primitivamente expulsada y condenada, la burocracia se transformó
de servidora de la sociedad en su dueña. Al hacerlo, se alejó
a tal grado de las masas, social y moralmente, que ya no puede admitir
ningún control sobre sus actos y sobre sus rentas.
El miedo aparentemente místico de la burocracia por "los pequeños
especuladores, los malversadores y los chismosos" encuentra así
una explicación natural. Incapaz por ahora de satisfacer las necesidades
elementales de la población, la economía soviética
crea y resucita a cada paso tendencias hacia el soborno y la especulación.
Por otro lado, los privilegios de la nueva aristocracia despiertan en las
masas de la población una tendencia a prestar atención a
los chismes antisoviéticos, esto es, a quien quiera que, aunque
sea en un murmullo, critique a los codiciosos y caprichosos jefes. Es cuestión,
por tanto, no de espectros del pasado, ni de amenazas de lo que ya no existe,
ni, por decirlo brevemente, de nieves pasadas sino de unas tendencias nuevas,
poderosas y continuamente renacientes hacia la acumulación personal.
La todavía pequeña primera ola de prosperidad en el país,
precisamente debido a su endeblez, no ha debilitado sino fortalecido estas
tendencias centrífugas. Al tiempo, ha desarrollado un deseo simultáneo
de los no privilegiados por abofetear las acaparadoras manos de la nueva
nobleza. La lucha social se agudiza de nuevo. Tales son las fuentes del
poder de la burocracia. Pero de estas mismas fuentes proviene también
la amenaza a su poder.