Hemos tratado de poner a prueba al régimen soviético desde
el punto de vista del Estado. Podemos hacer lo mismo desde el punto de
vista de la circulación monetaria. Los dos problemas, el del Estado
y el del dinero, tienen diversos aspectos comunes, pues se reducen ambos,
a fin de cuentas, al problema de problemas que es el rendimiento del trabajo.
La imposición estatal y la imposición monetaria son una herencia
de la sociedad dividida en clases, que no puede determinar las relaciones
entre los hombres más que ayudándose de fetiches religiosos
o laicos, a los que coloca bajo la protección del más temible
de ellos, el Estado -con un gran cuchillo entre los dientes-. En la sociedad
comunista, el Estado y el dinero desaparecerán y su agonía
progresiva debe comenzar en el régimen soviético. No se podrá
hablar de victoria real del socialismo más que a partir del momento
histórico en que el Estado sólo lo sea a medias y en que
el dinero comience a perder su poder mágico. Esto significará
que el socialismo, liberándose de fetiches capitalistas, comenzará
a establecer relaciones más límpidas, más libres y
más dignas entre los hombres.
Los postulados de "abolición" del dinero, de "abolición"
del salario, o de "eliminación" del Estado y de la familia, característicos
del anarquismo, sólo pueden presentar interés como modelos
de pensamiento mecánico. El dinero no puede ser "abolido" arbitrariamente,
no podrían ser "eliminados" el Estado y la familia; tienen que agotar
antes su misión histórica, perder su significado y desaparecer.
El fetichismo y el dinero sólo recibirán el golpe de gracia
cuando el crecimiento ininterrumpido de la riqueza social libre a los bípedos
de la avaricia por cada minuto suplementario de trabajo y del miedo humillante
por la magnitud de sus raciones. Al perder su poder para proporcionar felicidad
y para hundir en el polvo, el dinero se reducirá a un cómodo
medio de contabilidad para la estadística y para la planificación;
después, es probable que ya no sea necesario ni aun para esto. Pero
estos cuidados debemos dejarlos a nuestros bisnietos, que seguramente serán
más inteligentes que nosotros.
La nacionalización de los medios de producción, del crédito,
la presión de las cooperativas y del Estado sobre el comercio interior,
el monopolio del comercio exterior, la colectivización de la agricultura,
la legislación sobre la herencia, imponen estrechos límites
a la acumulación personal de dinero y dificultan la transformación
del dinero en capital privado (usuario, comercial e industrial). Sin embargo,
esta función del dinero, unida a la explotación no podrá
ser liquidada al comienzo de la revolución proletaria, sino que
será transferida, bajo un nuevo aspecto, al Estado comerciante,
banquero e industrial universal. Por lo demás, las funciones más
elementales del dinero, medida de valor, medio de circulación y
de pago, se conservarán y adquirirán, al mismo tiempo, un
campo de acción más amplio que el que tuvieron en el régimen
capitalista.
La planificación administrativa ha demostrado suficientemente
su fuerza y, al mismo tiempo, sus limitaciones. Un plan económico
concebido a priori, sobre todo en un país de 170 millones de habitantes
y atrasado, que sufre las contradicciones entre el campo y la ciudad, no
es un dogma inmutable sino una hipótesis de trabajo que debe ser
verificada y transformada durante su ejecución. Se puede hasta dar
esta regla: mientras la dirección administrativa está más
ajustada a un plan, más difícil es la situación de
los dirigentes de la economía. Dos palancas deben servir para reglamentar
y adaptar el plan: una palanca política, creada por la participación
real de las masas en la dirección, lo que no se concibe sin democracia
soviética; y una palanca financiera resultante de la verificación
efectiva de los cálculos a priori, por medio de un equivalente general,
lo que es imposible sin un sistema monetario estable.
El papel del dinero en la economía soviética, lejos de
haber terminado, debe desarrollarse a fondo. La época transitoria
entre el capitalismo y el socialismo, considerada en su conjunto, no exige
la disminución de la circulación de mercancías, sino,
por el contrario, su extremo desarrollo. Todas las ramas de la industria
se transforman y crecen, se crean nuevas incesantemente, y todas deben
determinar cuantitativa y cualitativamente sus situaciones recíprocas.
La liquidación simultánea de la economía rural que
producía para el consumo individual y el de la familia, significa
la entrada en la circulación social, y por tanto, en la circulación
monetaria, de toda la energía de trabajo que se dispersaba antes
en los límites de una granja o de las paredes de una habitación.
Por primera vez en la historia, todos los productos y todos los servicios
pueden cambiarse unos por otros.
Por otra parte, el éxito de una edificación socialista
no se concibe sin que el sistema planificado esté integrado por
el interés personal inmediato, por el egoísmo del productor
y del consumidor, factores que no pueden manifestarse útilmente
si no disponen de ese medio habitual, seguro y flexible, el dinero. El
aumento del rendimiento del trabajo y la mejora en la calidad de la producción
son absolutamente imposibles sin un patrón de medida que penetre
libremente en todos los poros de la economía, es decir, una firme
unidad monetaria. Se desprende claramente de esto que en la economía
transitoria, como en el régimen capitalista, la única moneda
verdadera es la que se basa sobre el oro. Cualquier otra moneda no será
más que un sucedáneo. Es verdad que el Estado soviético
es a la vez el dueño de la masa de mercancías y de los órganos
de emisión; pero esto no altera el problema: las manipulaciones
administrativas concernientes a los precios fijos de las mercancías
no crean, de ninguna manera, una unidad monetaria estable ni la sustituyen
para el comercio interior ni, con mucha razón, para el comercio
exterior.
Privado de una base propia, es decir, de una base-oro, el sistema monetario
de la URSS, así como el de diversos países capitalistas,
tiene forzosamente un carácter cerrado: el rublo no existe para
el mercado mundial. Si la URSS puede soportar mucho mejor que Italia o
Alemania las desventajas de un sistema de este género, es, en parte,
gracias al monopolio del comercio exterior y, principalmente, gracias a
las riquezas naturales del país que son lo único que le permite
no ahogarse en las garras de la autarquía. Pero la tarea histórica
no consiste en no ahogarse sino en crear, frente a las más altas
adquisiciones del mercado mundial, una poderosa economía completamente
racional que asegure el mejor empleo del tiempo y, por tanto, el desarrollo
más elevado de la cultura.
La economía soviética es precisamente la que, atravesando
incesantes revoluciones técnicas y experiencias grandiosas, tiene
la mayor necesidad de una constante verificación por medio de una
medida estable de valor. En teoría, es indudable que, si la URSS
hubiera dispuesto de un rublo-oro, el resultado de los planes quinquenales
hubiera sido infinitamente mejor que el obtenido hasta ahora. Pero no puede
juzgarse sobre lo que no existe. Sin embargo, no hay que hacer de la necesidad
virtud pues esto nos llevaría a nuevas pérdidas y a nuevos
errores económicos.
LA INFLACIÓN "SOCIALISTA"
La historia del sistema monetario soviético es, al mismo tiempo
que la de las dificultades económicas, la de los éxitos y
de los fracasos, la de los zigzags del pensamiento burocrático.
La restauración del rublo en 1922-24, en conexión con
el paso a la NEP, está indisolublemente ligada a la restauración
de las "normas del derecho burgués"en el terreno del reparto de
los artículos de consumo. Cuando el Gobierno se inclinaba en favor
del cultivador, el chervonets fue objeto de sus atenciones. Por el contrario,
todas las esclusas de la inflación fueron abiertas durante el primer
periodo quinquenal. De 700 millones de rublos a comienzos de 1925, la suma
total de las emisiones pasó, a comienzos de 1928, a la cifra relativamente
modesta de 1.700 millones que casi igualó a la circulación
de papel-moneda del Imperio en vísperas de la guerra, pero evidentemente
sin la antigua base metálica. Más tarde, la curva de la inflación
da de año en año estos saltos febriles: 2.000, 2.800, 4.300,
5.500, 8.400. La última cifra, 8.400 millones de rublos, se alcanzó
al comenzar el año de 1933. En este punto comienzan años
de reflexión y de retirada: 6.690, 7.700, 7.900 (1935).
El rublo de 1924, oficialmente cotizado a 13 francos, cayó en
noviembre de 1935 a 3 francos, o sea más de cuatro veces; casi tanto
como el franco francés después de la guerra. Ambas situaciones,
la antigua y la nueva, son muy convencionales; la capacidad de compra del
rublo, en precios mundiales, no llega probablemente a 1,5 francos. Pero
la importancia de la devaluación muestra, sin embargo, cuál
fue el descenso vertiginoso de las divisas soviéticas hasta 1934.
En lo más fuerte de su aventurerismo económico, Stalin
prometió enviar a la NEP, es decir al mercado, "al diablo". Toda
la prensa habló, como en 1918, de la sustitución definitiva
de la compraventa por un "reparto socialista directo", cuya cartilla de
racionamiento era el signo exterior. La inflación fue categóricamente
negada como un fenómeno extraño, de manera general, al sistema
soviético. "La estabilidad de la divisa soviética -decía
Stalin en enero de 1933-, está asegurada, ante todo, por las enormes
cantidades de mercancías que el Estado posee y que pone en circulación
con precios fijos". Aunque este enigmático aforismo no haya sido
desarrollado ni comentado (y, en parte, por esto mismo), se convirtió
en la ley fundamental de la teoría monetaria soviética o,
más exactamente, de la inflación negada. El chervonets ya
no era un equivalente general, no era más que la sombra general
de una "enorme" cantidad de mercancías, cosa que le permitía
alargarse y encogerse como toda sombra. Si esta doctrina consoladora tenía
un sentido, no era más que éste: la moneda soviética
había dejado de ser una moneda; ya no era medida de valor; los "precios
estables" estaban fijados por el Gobierno; el chervonets ya no era más
que el signo convencional de la economía planificada, una especie
de carta de reparto universal; en una palabra, el socialismo había
vencido "definitivamente y sin retorno".
Las ideas más utópicas del comunismo de guerra reaparecían
sobre una base económica nueva, un poco más elevada es cierto,
pero, ¡ay!, todavía completamente insuficiente para la liquidación
del dinero. En los medios dirigentes prevalecía la opinión
de que la inflación no era de temerse en una economía planificada.
Era tanto como decir que una vía de agua no es peligrosa a bordo
con tal de que se posea una brújula. En realidad, como la inflación
monetaria conduce invariablemente a la del crédito, sustituye con
valores reales y devora en el interior a la economía planificada.
Es inútil decir que la inflación significaba el cobro
de un impuesto extremadamente pesado a las masas trabajadoras. En cuanto
a sus ventajas para el socialismo, son más que dudosas. El aparato
de la producción continuaba, es cierto, creciendo rápidamente,
pero la eficiencia económica de las vastas empresas nuevamente construidas
era apreciada por medio de la estadística y no por medio de la economía.
Mandando al rublo, es decir, dándole arbitrariamente diversas capacidades
de compra en las diversas capas de la población, la burocracia se
privó de un instrumento indispensable para la medida objetiva de
sus propios éxitos y fracasos. En ausencia de una contabilidad exacta,
ausencia enmascarada en el papel por las combinaciones del "rublo convencional",
se llegaba, en realidad, a la pérdida del estímulo individual,
al bajo rendimiento del trabajo y a una calidad aún más baja
de las mercancías.
El mal adquirió, desde el primer periodo quinquenal, proporciones
amenazadoras. En julio de 1931, Stalin formuló sus conocidas "seis
condiciones", cuyo objeto era disminuir los precios de costo. Estas "condiciones"
(salario conforme al rendimiento individual del trabajo, cálculo
del precio de costo, etc), no tenían nada de nuevo: las "normas
del derecho burgués" databan del comienzo de la NEP y habían
sido desarrolladas en el XII Congreso del partido a principios de 1923.
Stalin no tropezó con ellas sino hasta 1931, obligado por la eficacia
decreciente de las inversiones en la industria. Durante los dos años
siguientes casi no apareció artículo en la prensa soviética
en el que no se invocara el poder salvador de las "condiciones". Pero la
inflación continuaba y las enfermedades que provocaba no se prestaban,
naturalmente, al tratamiento. Las severas medidas de represión tomadas
en contra de los saboteadores ya no daban resultados.
Actualmente parece casi inverosímil que la burocracia, a pesar
de que ha declarado la guerra al "anonimato" y al "igualitarismo" en el
trabajo, es decir, al trabajo medio pagado con un salario "medio" igual
para todos, ha enviado "al diablo" a la NEP, o en otras palabras, a la
evaluación monetaria de las mercancías, incluida la fuerza
de trabajo. Restableciendo, por una parte, las "normas burguesas", destruía,
por otra, el único instrumento útil. La sustitución
del comercio por los "almacenes reservados" y el caos de los precios, hacían
necesariamente que desapareciera toda correspondencia entre el trabajo
individual y el salario individual; suprimiendo así el estímulo
del interés personal del obrero.
Las prescripciones más severas referentes a los cálculos
económicos, la calidad de los productos, el precio de costo, el
rendimiento del trabajo, se balanceaban en el vacío. Lo que no impedía,
absolutamente, que los dirigentes imputaran todos los fracasos a la no
aplicación intencionada de las seis recetas de Stalin. La alusión
más prudente a la inflación se transformaba en un crimen.
Las autoridades daban pruebas de la misma buena fe al acusar a veces a
los maestros de escuela de descuidar las reglas de higiene, al mismo tiempo
que les prohibían invocar la falta de jabón.
El problema de los destinos del chervonets había ocupado el
primer lugar en la lucha de las fracciones del partido bolchevique. La
plataforma de la Oposición (1927) exigía "la estabilidad
absoluta de la unidad monetaria". Esta reivindicación fue un leitmotiv
durante los años siguientes. "Detener con mano de hierro la inflación
-escribía el órgano de la Oposición en el extranjero,
en 1932- y restablecer una firme unidad monetaria" -aunque fuese al precio
de una "reducción atrevida de las inversiones de capitales...".
Los apologistas de la "lentitud de tortuga" y los superindustrialistas
parecían haber invertido sus papeles. Respondiendo a la fanfarronada
del mercado "enviado al diablo", la Oposición recomendaba a la Comisión
del Plan que colocara inscripciones diciendo que "la inflación es
la sífilis de la economía planificada".
*
En la agricultura, la inflación no tuvo consecuencias menos graves.
Cuando la política campesina se orientaba hacia el cultivador
acomodado, se suponía que la transformación socialista de
la agricultura, sobre las bases de la NEP, se realizaría en decenas
de años por las cooperativas. Abarcando uno después de otro
el control de las existencias, de la venta, del crédito, las cooperativas
debían, al fin, socializar la producción. Esto se llamaba
el "plan de cooperativas de Lenin". La realidad siguió, ya lo sabemos,
un camino completamente diferente, o más bien opuesto -el de la
expropiación por la fuerza y el de la colectivización integral-.
Ya no se habló de la socialización progresiva de las diversas
funciones económicas a medida que los recursos materiales y culturales
lo hacían posible. La colectivización se hizo como si se
tratara de establecer inmediatamente el régimen comunista en la
agricultura.
Esto tuvo por consecuencia, además de destruir más de
la mitad del ganado, un hecho aún más grave: la indiferencia
completa de los koljosniki -trabajadores de los koljoses- por la propiedad
socializada y por los resultados de su propio trabajo. El Gobierno practicó
una retirada desordenada. Los campesinos tuvieron de nuevo pollos, cerdos,
corderos, vacas, a título privado. Recibieron parcelas próximas
a sus habitaciones. La película de la colectivización se
desarrolló en sentido inverso.
Para este restablecimiento de las empresas individuales, el Gobierno
aceptó un compromiso, pagando en cierto modo un rescate a las tendencias
individualistas del campesino. Los koljoses subsistían. Esta retirada
podría parecer, a primera vista, secundaria. En verdad sería
impropio exagerar su alcance. Si no se toma en cuenta a la aristocracia
del koljós, por el momento las necesidades medias del campesino
se cubren más ampliamente por su trabajo "para sí mismo"
que por su participación en el koljós. Sucede frecuentemente
que la renta de su parcela individual, sobre todo si se dedica a un cultivo
técnico, a la horticultura o a la cría de ganado, es dos
o tres veces más elevada que su salario en la empresa colectiva.
Este hecho, comprobado por la prensa soviética, hace resaltar con
vigor, por una parte, el despilfarro completamente bárbaro de la
fuerza de trabajo de decenas de millones de hombres en los cultivos y,
con mayor razón aún, de la de las mujeres, y por otra, el
bajísimo rendimiento del trabajo de los koljoses.
Para reanimar a la gran agricultura colectiva se necesitó hablar
de nuevo al campesino en un idioma inteligible para él; regresar,
en otros términos, de los impuestos en especies al comercio; reabrir
los mercados; en una palabra, pedir nuevamente al diablo, la NEP, que prematuramente
se había puesto a su disposición. El paso a una contabilidad
monetaria más o menos estable fue también la condición
necesaria del desarrollo ulterior de la agricultura.
REHABILITACIÓN DEL
RUBLO
El prudente mochuelo emprende el vuelo, como sabemos, antes de la puesta
del sol. Igualmente, la teoría del sistema "socialista" del dinero
no adquiere su plena significación más que en el crepúsculo
de las ilusiones inflacionistas. Varios profesores obedientes habían
logrado construir con las palabras de Stalin toda una teoría, de
acuerdo con la cual el precio soviético, a la inversa de los del
mercado, estaba dictado exclusivamente por el plan o por directivas; no
era una categoría económica sino una categoría administrativa
destinada a servir mejor al nuevo reparto de la renta nacional en beneficio
del socialismo. Estos profesores olvidaban explicar cómo se pueden
"dirigir" los precios sin conocer el precio de costo real, y cómo
se puede calcular éste si todos los precios en lugar de expresar
la cantidad de trabajo socialmente necesario para la producción
de los artículos, expresan la voluntad de la burocracia. En efecto,
para un nuevo reparto de la renta nacional, el Gobierno disponía
de palancas tan poderosas como los impuestos, el presupuesto y el sistema
de crédito. Según el presupuesto de gastos de 1936, más
de 37.600 millones estaban consagrados directamente a las diversas ramas
de la economía, a las que también afluyen indirectamente
otros miles de millones. Los mecanismos del impuesto y del crédito
son más que suficientes para el reparto planificado de la renta
nacional. Por lo que se refiere a los precios, servirán tanto mejor
a la causa del socialismo cuanto más honradamente expresen las relaciones
económicas actuales.
La experiencia ya ha pronunciado su fallo decisivo a este respecto.
El precio "directivo" no tiene en la vida el aspecto impresionante que
tenía en los libros sabios. Para una sola mercancía se establecían
precios de diferentes categorías. En sus amplios intersticios se
agitaban libremente toda clase de especulaciones, de parasitismo y otros
vicios, mucho más como una regla que como excepción. Igualmente,
el chervonets, que debía ser la sombra estable de los precios firmes,
no fue más que la sombra de sí mismo.
De nuevo hubo necesidad de cambiar bruscamente de orientación,
a causa, esta vez, de las dificultades que nacían de los éxitos
económicos. El año de 1935 se inauguró con la supresión
de las cartillas de pan; en octubre se suprimieron las cartillas para los
demás víveres; las de los artículos de primera necesidad
desaparecieron en enero de 1936 aproximadamente. Las relaciones económicas
de los trabajadores de las ciudades y del campo con el Estado volvían
al idioma monetario. El rublo se revelaba como el medio de una acción
de la población sobre los planes económicos, comenzando por
la calidad y la cantidad de los artículos de consumo. La economía
soviética no puede ser racionalizada de ninguna otra manera.
El presidente de la Comisión del Plan declaraba en diciembre
de 1935: "El sistema actual de las relaciones entre los bancos y la economía
debe ser revisado; los bancos tienen la misión de ejercer en realidad
el control del rublo". Así sucumbían las supersticiones del
plan administrativo y las ilusiones del precio administrativo. Si la aproximación
al socialismo significaba, en la esfera monetaria, el acercamiento del
rublo a la cartilla de racionamiento, habría que considerar que
las reformas de 1935 alejaban del socialismo. Pero esta apreciación
sería groseramente errónea. La eliminación de la cartilla
por el reconocimiento de la necesidad de crear las primeras bases del rublo
no es más que la renuncia a una ficción y al franco socialismo,
volviendo a los métodos burgueses de reparto.
En la sesión del Comité Ejecutivo Central de los Soviets,
en enero de 1935, el Comisario del Pueblo para las finanzas declaraba:
"El rublo soviético es firme como ninguna otra divisa del mundo".
Sería un error no ver en estas palabras más que una fanfarronada.
El presupuesto de la URSS señala cada año un excedente de
ingresos sobre los egresos. El comercio exterior, poco importante, es cierto,
tiene una balanza activa. La reserva de oro del Banco del Estado, que no
era en 1926 más que de 164 millones de rublos, sobrepasa actualmente
el millar de millones. La extracción de oro aumenta rápidamente;
bajo este aspecto, la URSS cuenta con alcanzar en 1936 el primer lugar
en el mundo. El aumento de la circulación de mercancías se
ha hecho impetuoso a partir del renacimiento del mercado. La inflación
ha sido prácticamente detenida desde 1934. Los elementos para dar
una cierta estabilidad al rublo ya existen. No obstante, la declaración
del Comisario para las finanzas debe explicarse por cierta inflación
de optimismo. Si el rublo soviético tiene un firme apoyo en el desarrollo
general de la economía, el precio de costo excesivo es su talón
de Aquiles. No será la unidad monetaria más firme del mundo
hasta que el rendimiento del trabajo soviético sobrepase el nivel
mundial, es decir, cuando haya que pensar en su muerte.
Desde el punto de vista técnico, el rublo está menos
capacitado aún para pretender la paridad. Con una reserva de oro
de más de mil millones, el país tiene cerca de 8.000 millones-papel
en circulación; es decir, una garantía del 12,5%, únicamente.
En este momento, el oro del Banco del Estado es más bien una reserva
intangible para el caso de guerra, que no la base del sistema monetario.
Es indudable que recurrir al patrón-oro para dar más precisión
a los planes económicos y simplificar las relaciones con el extranjero,
no está excluido en teoría, en una fase más elevada
de la evolución. Antes de expirar, el sistema monetario puede recobrar
una vez más el brillo del oro puro. Este problema, en todo caso,
no se plantea para mañana.
No puede hablarse de la paridad-oro en un porvenir próximo sino
en la medida en que el Gobierno, formando una reserva-oro, trate de aumentar,
aunque fuese teóricamente, el porcentaje de la garantía;
en la medida en que las emisiones estén limitadas por razones objetivas
independientes de la voluntad de la burocracia, el rublo soviético
puede adquirir una estabilidad, cuando menos relativa. Las ventajas de
ello serían enormes: renunciando a la inflación, el sistema
monetario, aunque privado de las ventajas de la paridad-oro, contribuiría,
ciertamente, a curar muchas llagas profundas del organismo económico
resultante del subjetivismo burocrático de años anteriores.
EL MOVIMIENTO STAJANOV
"A la economía del tiempo -dice Marx- se reduce, en definitiva,
toda la economía"; es decir, la lucha del hombre contra la naturaleza
en todos los grados de la civilización. Reducida a su base primordial,
la historia no es más que la prosecución de la economía
del tiempo de trabajo. El socialismo no podría justificarse por
la simple supresión de la explotación; es necesario que asegure
a la sociedad mayor economía del tiempo que el capitalismo. Si esta
condición no es cumplida, la abolición de la explotación
no sería más que un episodio dramático desprovisto
de porvenir. La primera experiencia histórica de los métodos
socialistas ha mostrado cuáles son sus vastas posibilidades. Pero
la economía soviética está aún lejos de haber
aprendido a sacar partido del tiempo, la materia prima más valiosa
de la civilización. La técnica importada, principal medio
de la economía del tiempo, aún no da en el terreno soviético
los resultados que son normalmente suyos en su patria capitalista. En este
sentido decisivo para la civilización entera, el socialismo todavía
no ha vencido pero ha probado que puede y debe vencer. Actualmente no ha
vencido. Todas las afirmaciones contrarias no son más que los frutos
de la ignorancia o de la charlatanería.
Mólotov, que -hagámosle justicia- algunas veces se emancipa
de las frases rituales algo más que los otros líderes soviéticos,
decía en enero de 1935 durante la sesión del Ejecutivo: "El
nivel medio del rendimiento del trabajo (...) entre nosotros es aún
sensiblemente inferior al de Europa o América". Hubiera sido necesario
precisar más o menos en estos términos: este nivel es tres,
cinco y hasta diez veces inferior al de Europa o América, lo que
hace que nuestro precio de costo sea mucho más elevado. En el mismo
discurso Mólotov hace esta confesión más general:
"El nivel medio de cultura de nuestros obreros todavía es inferior
al de los obreros de los diversos países capitalistas". Habría
que añadir: su condición material media, también lo
es. Es superfluo subrayar el implacable rigor con que estas palabras lúcidas,
incidentalmente pronunciadas, refutan las habladurías le innumerables
personajes oficiales y las dulzonas digresiones de "amigos" extranjeros.
La lucha por el aumento del rendimiento del trabajo, unida a la preocupación
por la defensa, constituye el contenido esencial de la actividad del Gobierno
soviético. En las diversas etapas de la evolución de la URSS,
esta lucha ha revestido diversas formas. Los métodos de las "brigadas
de choque" aplicados durante la ejecución del primer plan quinquenal
y al principio del segundo, se fundaban sobre la agitación, el ejemplo
personal, la presión administrativa y toda clase de estímulos
y de privilegios concedidos a los grupos. La tentativa de establecer una
especie de trabajo a destajo sobre las bases de las "seis condiciones"
de 1931, chocaron con una moneda fantasma y con la diversidad de precios.
El sistema del reparto estatal de los productos sustituyó a la flexible
diferenciación de las remuneraciones del trabajo a base de "primas",
que significaban en realidad una arbitrariedad burocrática. La caza
de privilegios hacía entrar en las filas de los trabajadores de
choque a un número creciente de "listos" escudados en sus influencias.
El sistema entero concluyó por encontrarse en contradicción
con los principios que se proponía.
La supresión de las cartillas de racionamiento, el comienzo
de la estabilización del rublo y la unificación de los precios,
fueron los únicos que permitieron el trabajo por piezas o a destajo.
El movimiento Stajanov sucedió sobre esta base a las brigadas de
choque. Persiguiendo el rublo que adquiere una importancia más real,
los obreros se muestran más atentos a sus máquinas y sacan
mejor partido de su tiempo. El movimiento Stajanov se reduce, en gran parte,
a la intensificación del trabajo y aun a la prolongación
de la jornada de trabajo; los estajanovistas ordenan sus locales y sus
instrumentos, preparan las materias primas, dan (los brigadieres) instrucciones
a las brigadas fuera del tiempo de trabajo. De la jornada de siete horas
no queda, muchas veces, más que el nombre.
El secreto del trabajo a destajo, este sistema de superexplotación
sin coerción visible, no lo han inventado los administradores soviéticos.
Marx lo consideraba como "el que correspondía mejor al modo capitalista
de producción". Los obreros recibieron esta innovación con
antipatía, incluso con una hostilidad marcada; y hubiera sido antinatural
esperar otra actitud de su parte. La participación de verdaderos
entusiastas socialistas en el movimiento Stajanov, no es, sin embargo,
discutible. La masa principal de obreros aborda la nueva retribución
del trabajo desde el punto de vista del rublo, y se ve obligado a comprobar
frecuentemente que el rublo ha adelgazado.
Aunque el regreso del Gobierno soviético al trabajo a destajo
después de la "victoria definitiva y sin regreso del socialismo",
pueda parecer a primera vista una retirada, hay que repetir, en realidad,
lo que se dijo de la rehabilitación del rublo: no se trata de una
renuncia al socialismo, sino del abandono de burdas ilusiones. La forma
del salario está, simplemente, mejor adaptada a los recursos reales
del país: "El derecho jamás puede elevarse sobre el régimen
económico".
Pero los medios dirigentes de la URSS no pueden pasarse sin el camouflage
social. El presidente de la Comisión del Plan, Mezhlauk, proclamaba
en la sesión del Ejecutivo de 1936 que "el rublo se transforma en
el único y verdadero medio de realizar el principio socialista (!)
de la remuneración del trabajo". Si todo era real en las antiguas
monarquías, todo, hasta las vespasianas, no hay que deducir de ahí
que todo se hace socialista, por la fuerza de las cosas, en el Estado obrero.
El rublo es el "único y verdadero medio" de aplicar el principio
capitalista de la remuneración del trabajo, aunque sea sobre la
base de las formas sociales de la propiedad; ya conocemos esta contradicción.
Para justificar el nuevo método de trabajo a destajo "socialista",
Mezhlauk añade: "El principio fundamental del socialismo, es que
cada uno trabaje según sus capacidades y que gane según el
trabajo proporcionado". Realmente a estos señores no les inquieta
la teoría. Cuando el ritmo de trabajo está determinado por
la caza del rublo, las gentes no trabajan según sus "capacidades",
es decir, según el estado de sus músculos y de sus nervios,
sino que se ejercen violencia a sí mismos. En rigor, este método
no puede justificarse más que invocando la dura necesidad; erigirlo
en "principio fundamental del socialismo" es arrojar al suelo las ideas
de una cultura nueva y más elevada, con el objeto de hundirla en
el acostumbrado lodazal del capitalismo.
En esta camino, Stalin da otro paso adelante cuando presenta el movimiento
Stajanov como el que "prepara las condiciones de la transición del
socialismo al comunismo". El lector verá ahora cuán importante
era dar definiciones científicas de las nociones que se utilizan
en la URSS con fines de utilidad administrativa. El socialismo, o fase
inferior del comunismo, exige sin duda un control riguroso del trabajo
y del consumo, pero, en todo caso, supone formas de control más
humanas que las que ha Inventado el genio explotador del capitalismo. En
la URSS vemos un material humano atrasado, que es implacablemente forzado
al uso de la técnica tomada del capitalismo. En la lucha por alcanzar
las normas europeas y americanas, los métodos clásicos de
la explotación, como el salario a destajo, son aplicados bajo formas
tan brutales y descarnadas que los mismos sindicatos reformistas no podrían
tolerar en los países burgueses. La observación de que los
obreros de la URSS trabajan "en su propio beneficio" no está justificada
más que en la perspectiva de la historia y con la condición,
diremos, anticipándonos a nuestro propósito, de que no se
dejen degollar por una burocracia todopoderosa. En todo caso, la propiedad
estatal de los medios de producción no transforma el estiércol
en oro y no rodea de una aureola de santidad al sweating system -sistema
del sudor- que agota la principal fuerza productiva: el hombre. En cuanto
a la preparación de la "transición del socialismo al comunismo",
comienza exactamente a la inversa, es decir, no por la introducción
del trabajo a destajo, sino por la abolición de este trabajo considerado
como una herencia de la barbarie.
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Es aún prematuro tratar de hacer un balance del movimiento Stajanov.
Pero podemos estudiar los rasgos que lo caracterizan y que caracterizan,
igualmente, al conjunto del régimen. Algunos de los resultados obtenidos
por los obreros son, indudablemente, de enorme interés porque señalan
posibilidades accesibles únicamente al socialismo. Pero queda por
franquear un gran trecho de camino entre estos resultados y su extensión
a la economía entera. En la estrecha interdependencia de los procesos
de la producción, el alto rendimiento ininterrumpido del trabajo
no puede ser el fruto de los simples esfuerzos individuales. El aumento
del rendimiento medio es imposible sin una reorganización de la
producción en la fábrica y de las relaciones entre las diversas
empresas. Es infinitamente más difícil elevar unos grados
los conocimientos técnicos de millones de trabajadores, que estimular
a algunos centenares de obreros avanzados.
Los mismos jefes se quejan, ya lo hemos visto, de la insuficiencia
cultural de los obreros soviéticos en el trabajo. Esta no es más
que una parte de la verdad, y la menos importante. El obrero ruso es comprensivo,
listo, bien dotado. Cualquier centenar de obreros rusos, en las condiciones
de la producción americana, por ejemplo, sólo necesitarían
unos cuantos meses, si no es que semanas, para no dejarse ganar por las
categorías correspondientes de obreros americanos. La dificultad
reside en la organización general del trabajo. Ante las tareas modernas
de la producción, el personal administrativo soviético suele
estar mucho más atrasado que algunos obreros.
Con la nueva técnica, el salario a destajo debe llevar inevitablemente
al aumento del bajo nivel actual de remuneración del trabajo. Pero
la creación de las condiciones necesarias para esto, exige de la
administración, comenzando por los jefes de taller para acabar con
los dirigentes del Kremlin, una cualificación más alta. El
movimiento Stajanov sólo responde en débil medida a esta
necesidad. La burocracia trata fatalmente de saltar sobre las dificultades
que no está capacitada para vencer. Como el salario a destajo no
produce, por sí mismo, los milagros inmediatos que se esperaban
de él, una presión administrativa viene en su ayuda: primas
y reclamos, por una parte; castigo, por la otra.
Los comienzos del movimiento vinieron marcados por medidas de represión
en masa contra el personal técnico, los ingenieros y los obreros
acusados de sabotaje y, en ciertos casos, de asesinar a los estajanovistas.
La severidad de estas medidas atestigua la fuerza de la resistencia. Los
dirigentes explicaban este pretendido "sabotaje" por una oposición
política; en realidad, sus causas residen generalmente en dificultades
técnicas, económicas y culturales, provenientes, en gran
parte, de la burocracia misma. Parece que el "sabotaje" fue roto rápidamente.
Los descontentos se atemorizaron, los clarividentes callaron. Llovieron
los telegramas anunciando éxitos sin precedentes. El hecho es que,
mientras se trató de pioneros aislados, las administraciones locales,
obedeciendo las órdenes recibidas, les facilitaron el trabajo con
gran atención aunque fuera necesario sacrificar los intereses de
otros obreros de la mina o del taller. Pero desde que los obreros se hicieron
estajanovistas por centenares y millares, las administraciones cayeron
en una confusión total. Como no pueden organizar en breve plazo
el régimen de la producción, y como no tienen la posibilidad
objetiva de hacerlo, tratan de hacer violencia a la mano de obra y a la
técnica. Cuando el mecanismo del reloj se atrasa, se estimulan las
ruedecillas dentadas con un clavo. El resultado de las "jornadas" y de
las décadas Stajanov ha sido introducir el caos completo en muchas
empresas. Esto explica el hecho asombroso de que el aumento del número
de estajanovistas, vaya acompañado frecuentemente, no de un aumento,
sino de una disminución del rendimiento general de las empresas.
El periodo "heroico" de ese movimiento parece haber sido sobrepasado.
La actividad cotidiana ha comenzado, hay que aprender. Sobre todo los que
enseñan a los otros, tienen mucho que aprender, pero son los que
menos deseos tienen de hacerlo. En la economía soviética
el taller que retrasa y paraliza a los demás sólo tiene un
nombre: burocracia.