Leon Trotsky - La revolución traicionada VI
El aumento de la desigualdad
y de los antagonismos sociales
MISERIA, LUJO, ESPECULACIÓN
Después de haber comenzado por el "reparto socialista", el poder
de los soviets se vio obligado, en 1921, a recurrir de nuevo al mercado.
La extrema penuria de recursos en la época del primer plan quinquenal,
condujo nuevamente a la distribución estatal, es decir, a renovar
la experiencia del comunismo de guerra a escala más amplia. Esta
base también fue insuficiente. En 1935, el sistema del reparto planificado
cedió de nuevo su lugar al comercio. Se vio, en dos ocasiones, que
los métodos vitales del reparto de productos dependen del nivel
de la técnica y de los recursos materiales dados, más que
de las formas de la propiedad.
El aumento del rendimiento del trabajo, debido especialmente al trabajo
a destajo, promete un crecimiento de la masa de mercancías y una
baja de los precios, de la que resultaría un aumento del bienestar
de la población. Este no es más que un aspecto del problema
que ya pudo observarse, como se sabe, bajo el antiguo régimen, en
la época de su plenitud económica. Los fenómenos y
los procesos sociales deben considerarse en sus relaciones y en su interdependencia.
El aumento del rendimiento del trabajo sobre la base de la circulación
de mercancías, significa, también, un aumento de la desigualdad.
El aumento del bienestar de las capas dirigentes comienza a sobrepasar
sensiblemente al del bienestar de las masas. Mientras que el Estado se
enriquece, la sociedad se diferencia.
Por las condiciones de la vida cotidiana, la sociedad soviética
actual se divide en una minoría privilegiada que tiene asegurado
el porvenir y en una mayoría que vegeta en la miseria, pues la desigualdad
de que hablamos produce en los dos polos contrastes marcadísimos.
Los productos destinados al consumo de las masas, son, habitualmente y
a pesar de sus altos precios, de muy baja calidad, y cuanto más
lejos se está del centro más difícil es conseguirlos.
En estas condiciones, la especulación y el robo llegan a ser verdaderas
plagas y, si ayer completaban al reparto planificado, aportan actualmente
un correctivo al comercio soviético.
Los "Amigos" de la URSS tienen la costumbre de anotar sus impresiones
con los ojos cerrados y los oídos tapados. No es posible contar
con ellos. Los enemigos esparcen algunas veces calumnias. Consultemos a
la burocracia misma. Como no es su propia enemiga, las acusaciones que
se hace a sí misma, motivadas siempre por necesidades urgentes y
prácticas, merecen infinitamente más crédito que sus
frecuentes y ruidosas habladurías.
El plan industrial para 1935 ha sido sobrepasado, como es sabido. Pero
en lo que se refiere a la construcción de habitaciones obreras es
la más lenta, la más defectuosa, la más descuidada.
Los campesinos de los koljoses viven, como antiguamente en las isbas [-viviendas
de madera-], con sus becerros y sus polillas. Por otra parte, los notables
soviéticos se quejan de que en las habitaciones construidas para
ellos no siempre hay "cuarto de criados".
Todo régimen se expresa por su arquitectura y sus monumentos.
La época soviética actual está caracterizada por los
palacios y las casas de los soviets construidos en gran número,
verdaderos templos de la burocracia (que cuestan algunas veces decenas
de millones), por teatros lujosos, por casas del Ejército Rojo,
principalmente clubes militares reservados a los oficiales, por un metropolitano
para uso de los que pueden pagarlo, mientras que la construcción
de las habitaciones obreras, así sean del tipo de los cuarteles,
está invariable y terriblemente atrasada.
Se han obtenido éxitos reales en las vías férreas,
pero el simple ciudadano soviético no ha ganado gran cosa con ello.
Innumerables informes de los jefes denuncian continuamente "la suciedad
de los vagones y de los locales destinados al público", la "sublevante
falta de cuidado en la atención a los viajeros", el "número
considerable de abusos, de robos y de estafas con motivo de la venta de
billetes (...), la ocultación de los sitios libres con fines de
especulación (...), el robo de equipajes durante el trayecto". Estos
hechos "deshonran a los transportes socialistas". En verdad, los transportes
capitalistas los consideran también como crímenes o delitos
de derecho común. Las quejas repetidas de nuestro elocuente administrador,
demuestran, sin duda alguna, la insuficiencia de los medios de transporte
para la población y la penuria extrema de los artículos calificados
a los transportes y, en fin, el cínico desdén profesado por
los dirigentes de los ferrocarriles, como por todos los otros, hacia el
simple mortal. En cuanto a sí misma, la burocracia sabe muy bien
hacerse servir en la tierra, en el agua y en los aires, lo que se comprueba
por el gran número de vagones-salones, de trenes especiales y de
buques de que dispone, reemplazándolos cada vez más por coches
y aviones más confortables.
Caracterizando los éxitos de la industria soviética,
el representante del Comité Central en Leningrado, Jdanov, aplaudido
por un auditorio directamente interesado, le promete que "el año
entrante, nuestros activistas ya no irán a las asambleas en los
modestos Fords de hoy, sino en limusinas". La técnica soviética,
en la medida en que se vuelve hacia el hombre, trata, ante todo, de satisfacer
las necesidades acrecentadas de la minoría privilegiada. Los tranvías
-donde los hay- van repletos, como antiguamente.
Cuando el Comisario del Pueblo para la Industria Alimenticia, Mikoyan,
se alegra de que las clases inferiores de bombones son eliminadas poco
a poco por las clases superiores, y de que "nuestras mujeres" exigen mejores
perfumes, esto significa solamente que la industria se adapta, a consecuencia
de la vuelta al comercio, a consumidores más calificados. Esta es
la ley del mercado, en la que las mujeres de los altos personajes no son
las menos influyentes. Se sabe, al mismo tiempo, que 68 cooperativas de
95 registradas en Ucrania (1935) carecían completamente de bombones
y que, de manera general, la demanda de confitería sólo es
satisfecha en la proporción de 15% y gracias a la ayuda de las clases
más bajas. Izvestia deplora que "las fábricas no tengan en
cuenta las exigencias del consumidor" -cuando se trata, naturalmente, de
un consumidor capaz de defenderse-.
El académico Bach, al plantear el problema desde el punto de
vista de la química orgánica, encuentra que "nuestro pan
es, algunas veces, de calidad detestable". Los obreros y las obreras no
iniciados en los misterios de la fermentación, están completamente
de acuerdo; con la diferencia de que no pueden, como el honorable académico,
dar su opinión en la prensa.
El trust de la confección en Moscú hace publicidad para
modelos de vestidos de seda diseñados para la Casa de Modelos; pero
en provincias, y aun en los grandes centros industriales, los obreros no
pueden conseguir una camisa de tela regular sin hacer cola. Faltan igual
que antes. Es mucho más difícil asegurar lo necesario a un
gran número, que lo superfluo a unos cuantos. Toda la historia lo
demuestra.
Enumerando sus adquisiciones, Mikoyan nos hace saber que "la industria
de la margarina es nueva". El antiguo régimen no la conocía,
es cierto. No deduzcamos de eso que la situación ha empeorado: el
pueblo tampoco veía entonces la manteca. Pero la aparición
de un sucedáneo significa, en todo caso, que en la URSS hay dos
clases de consumidores: la que prefiere la manteca y la que se conforma
con la margarina. "Proporcionamos a voluntad el tabaco grueso en granos,
la majorca", declara Mikoyan, olvidando añadir que ni en Europa
ni en América se consume tabaco de tan triste calidad.
Una de las manifestaciones más notorias, por no decir más
provocativa, de la desigualdad, es la apertura en Moscú y en otras
ciudades importantes de almacenes que venden mercancías de calidad
superior y que llevan el nombre expresivo, aunque extranjero, de Luxe.
Pero las quejas incesantes sobre los robos en las tiendas de alimentación
en Moscú y en las provincias, muestran que sólo hay productos
para la minoría y que, sin embargo, todo el mundo quisiera alimentarse.
La obrera que tiene un hijo conoce bien al régimen social y
su criterio "de consumo", como dicen desdeñosamente los grandes
personajes, muy atentos a su propio consumo, que es en definitiva el que
decide. En el conflicto entre la obrera y la burocracia, nos colocamos,
con Marx y Lenin, al lado de la obrera contra el burócrata que exagera
los éxitos alcanzados, disfraza las contradicciones y amordaza a
la obrera.
Admitamos que la margarina y el tabaco en grano sean tristes necesidades;
pero en este caso no hay por qué enorgullecerse y maquillar la realidad.
Limusinas para los "activistas", buenos perfumes para sus mujeres; para
los obreros, margarina; almacenes de lujo para los privilegiados; el espectáculo
de los manjares finos expuestos en la vitrina para la plebe. Este socialismo
no puede ser, ante los ojos de las masas, más que un capitalismo
que regresa. Apreciación que no es del todo falsa. En el terreno
de la "miseria socializada", la lucha por lo necesario amenaza con resucitar
"todo el antiguo caos", y lo resucita parcialmente a cada paso.
*
El mercado actual difiere del de la NEP (1921-28) en que se debe desarrollar
sin intermediarios ni comercio privado, poniendo frente a frente a las
organizaciones del Estado, las cooperativas, los koljoses y los ciudadanos.
Pero esto sólo sucede en principio. El aumento rápido del
comercio al por menor (Estado y cooperativas), debe llevarlo a 100.000
millones de rublos en 1936. El comercio de los koljoses, que se estima
en 16.000 millones de rublos en 1935, debe crecer sensiblemente este año.
Es difícil decir cuál es el lugar que ocupan en esta cifra
de operaciones los intermediarios ilegales y semiilegales; lugar que en
ningún caso es insignificante. Así como los cultivadores,
los koljoses, y más aún, ciertos miembros de éstos
últimos se inclinan por recurrir a los intermediarios, los artesanos,
los cooperativistas, las industrias locales que tratan con los campesinos,
siguen los mismos métodos. De vez en cuando se sabe repentinamente
que en un amplio radio, el comercio de la carne, de la mantequilla, de
los huevos, ha caído en manos de los "mercaderes". Los artículos
más necesarios como la sal, las cerillas, la harina, el petróleo,
que abundan en los almacenes del Estado, faltan durante semanas y meses
en las cooperativas rurales burocratizadas; está claro que los campesinos
los adquieren en otras partes. La prensa soviética menciona constantemente
a los revendedores, como si fueran naturalmente necesarios.
Los otros aspectos de la iniciativa y de la acumulación privadas,
desempeñan visiblemente un papel menos importante. Los cocheros
que poseen un tiro y los artesanos independientes, así como los
cultivadores independientes, apenas son tolerados. Numerosos talleres de
reparación, propiedad de particulares, existen en Moscú y
el Gobierno cierra los ojos ante ellos porque llenan importantes lagunas.
Un número infinitamente mayor de particulares trabaja bajo las falsas
insignias de los artels (asociaciones) y de las cooperativas, o se resguarda
en los koljoses. Mientras tanto, el servicio de investigaciones criminales,
como si tuviera un placer especial en hacer salir a los lagartos de la
economía, detiene de vez en cuando en Moscú, en calidad de
especuladores, a pobres mujeres hambrientas que venden gorros que ellas
mismas han tejido y camisas corrientes que han cosido.
"La base de la especulación ha sido destruida en nuestro país
-proclamaba Stalin (el otoño de 1935)- y si aún tenemos mercaderes,
esto sólo se explica por la insuficiente vigilancia de clase de
los obreros y por el liberalismo de ciertas instancias soviéticas
respecto a los especuladores". ¡Razonamiento burocrático típico!
¿La base económica de la especulación ha sido destruida?
En ese caso no hay necesidad de vigilancia. Si, por ejemplo, el Estado
pudiera proporcionar sombreros en número suficiente, ¿qué
necesidad habría de detener a las desdichadas vendedoras callejeras?
Es muy dudoso, por lo demás, que aun sin que eso suceda, sea necesario
encarcelarlas.
Las categorías de la iniciativa privada que acabamos de enumerar
no son temibles por sí mismas, ni por la calidad ni por la amplitud
de sus operaciones. No es posible temer que cocheros, vendedores de gorros,
relojeros, vendedores de huevos, ataquen las murallas de la propiedad estatalizada.
Pero el problema no se resuelve con la simple ayuda de las proporciones
aritméticas. La profusión y la variedad de los especuladores
de todas clases, que surgen a la menor tolerancia administrativa como las
manchas de fiebre en un cuerpo enfermo, atestiguan la constante presión
de las tendencias pequeño burguesas. El grado de nocividad de los
bacilos de la especulación para el porvenir socialista, está
determinado por la capacidad general de resistencia del organismo económico
y político del país.
El estado de espíritu y la conducta de los obreros y de los
trabajadores de los koljoses, es decir, de cerca del 90% de la población,
están determinados en primer lugar por las modificaciones de su
salario real. Pero la relación entre sus ingresos y el de las capas
sociales más favorecidas, no tiene menor importancia. La ley de
la relatividad se deja sentir más directamente en el dominio del
consumo. La expresión de todas las relaciones sociales en términos
de contabilidad-dinero revela la parte real de las diversas capas sociales
en la renta nacional. Aun admitiendo la necesidad histórica de la
desigualdad durante un tiempo bastante largo, el problema de los límites
tolerables de esta desigualdad queda planteado, así como el de su
utilidad social en cada caso concreto. La lucha inevitable por la parte
de la renta nacional se transformará necesariamente en una lucha
política. Si el régimen actual es socialista o no, es un
problema que no será resuelto por los sofismas de la burocracia
sino por la actitud de las masas, es decir, de los obreros y de los campesinos
de los koljoses.
LA DIFERENCIACIÓN
DEL PROLETARIADO
Parece que los datos referentes al salario real deberían ser
objeto de un estudio particularmente atento en un Estado obrero; la estadística
de los ingresos por categorías de población, debería
ser límpida y accesible a todos. En realidad, este dominio, que
es el que toca más de cerca a los intereses vitales de los trabajadores,
está cubierto por una densa bruma. Por increíble que sea,
el presupuesto de una familia obrera en la URSS constituye para el observador
una magnitud mucho más enigmática que en cualquier país
capitalista. En vano trataríamos de trazar la curva de los salarlos
reales de las diversas categorías de obreros durante el segundo
periodo quinquenal. El silencio obstinado de las autoridades y de los competentes
en la materia es tan elocuente como su exhibición de cifras sumarias
y desprovistas de significado.
Según un informe del Comisario del Pueblo para la Industria
pesada, Ordzhonikidze, el rendimiento medio mensual de un obrero ha aumentado
3,2 veces en 10 años, de 1925 a 1935, mientras que el salario ha
aumentado 4,5 veces. ¿Qué parte de este último coeficiente,
tan bello en apariencia, es devorado por los especialistas y los obreros
bien pagados? ¿Cuál es el valor efectivo de este salario
nominal -cosa no menos importante-? No sabemos nada por el informe ni por
los comentarios de la prensa. En el Congreso de las Juventudes Comunistas
en abril de 1936, el secretario general, Kosarev, decía: "A partir
de enero de 1931 hasta diciembre de 1935, el salario de los jóvenes
ha aumentado un 340%". Pero aún entre los jóvenes condecorados,
cuidadosamente escogidos y dispuestos a prodigar ovaciones, esta fanfarronada
no provocó aplausos: los auditores sabían demasiado bien,
como el orador, que el brusco paso a los precios del mercado agravaba la
situación de la gran mayoría de obreros.
El salario medio anual, que se determina reuniendo los salarlos del
director del trust y los de la barrendera, era, en 1935, de 2.300 rublos
y debe alcanzar en 1936 cerca de 2.500 rublos, o sea, al tipo nominal del
cambio, 7.500 francos y algo así como 3.500 a 4.000 francos franceses,
según la capacidad de compra. Esta cifra modestísima disminuye
aún más si se toma en cuenta que el aumento de los salarlos
de 1936 no es más que una compensación parcial por la supresión
de los precios de favor y de algunos servicios gratuitos. Pero lo principal
de todo esto es que el salario de 2.500 rublos al año, o sea 208
rublos al mes, no es más que un promedio, es decir, una ficción
aritmética destinada a enmascarar la realidad de una cruel desigualdad
en la retribución del trabajo.
Es indiscutible que la situación de la capa superior de la clase
obrera, y sobre todo de los llamados estajanovistas, ha mejorado sensiblemente
durante el año pasado; la prensa relata detalladamente cuántos
trajes, cuántos pares de zapatos, cuántos gramófonos,
bicicletas y aun latas de conservas han podido comprar los obreros condecorados.
Al mismo tiempo se descubre qué pocos de estos bienes son accesibles
al obrero ordinario. Stalin dice las causas que han hecho nacer el movimiento
Stajanov: "Se vive mejor, más alegremente. Y cuando se vive más
alegremente, el trabajo mejora". Hay algo de verdad en esta manera optimista,
propia de los dirigentes, de presentar el trabajo a destajo. En efecto,
la formación de una aristocracia obrera sólo ha sido posible
gracias a los éxitos económicos anteriores. El estímulo
de los estajanovistas no consiste, sin embargo, en la "alegría",
sino en el deseo de ganar más. Mólotov ha modificado en este
sentido la afirmación de Stalin: "El anhelo de alcanzar un alto
rendimiento del trabajo ha sido inspirado a los estajanovistas por el simple
deseo de aumentar su salario". En efecto, en unos cuantos meses se han
formado toda una categoría de obreros, apodada los "mil" porque
su salario es superior a mil rublos al mes. Hay algunos que ganan más
de 2.000 rublos, mientras que el trabajador de las categorías inferiores
gana frecuentemente menos de 100 rublos.
La simple amplitud de estas variaciones de salarios establecería,
según parece, una diferencia suficiente entre el obrero "notable"
y el obrero "ordinario". Pero esto no basta a la burocracia. Los estajanovistas
están literalmente colmados de privilegios. Se les dan habitaciones
nuevas, se hacen reparaciones en sus casas, disfrutan de vacaciones fuera
de tiempo en las casas de reposo y en los sana torios, se les envía
gratuitamente, a domicilio, maestros de escuela y médicos, tienen
entradas gratuitas al cine; llega a suceder que se les afeita gratuitamente
fuera de turno. Muchos de estos privilegios parecen inventados especialmente
para herir y ofender al obrero medio. La obsequiosa benevolencia de las
autoridades tiene su causa tanto en el arribismo como en la mala conciencia:
los dirigentes locales que aprovechan ávidamente la ocasión
de salir de su aislamiento favoreciendo con privilegios a una aristocracia
obrera. El resultado es que el salario real de un estajanovista sobrepasa
frecuentemente de 20 a 30 veces al de las categorías inferiores.
Los sueldos de los especialistas más favorecidos bastarían
en muchas circunstancias para pagar de 80 a 100 peones. Por la magnitud
de la desigualdad en la retribución del trabajo, la URSS ha alcanzado
y sobrepasado ampliamente a los países capitalistas.
Los mejores de los estajanovistas, los que se inspiran realmente en
móviles socialistas, lejos de alegrarse con los privilegios, se
sienten descontentos. Es de comprender: el goce individual de diversos
bienes en una atmósfera de miseria general, los rodea de un círculo
de hostilidad y de envidia que les envenena la existencia. Estas relaciones
entre los obreros están más alejadas de la moral socialista
que las de los obreros de una fábrica capitalista, reunidos por
la lucha común contra la explotación.
Resulta que la vida cotidiana no es fácil para el obrero cualificado,
sobre todo en provincias. Además de que la jornada de siete horas
es sacrificada progresivamente al aumento del rendimiento del trabajo,
muchas horas se dedican a la lucha complementaria por la existencia. Se
indica como un signo particular del bienestar que los mejores obreros de
los sovjoses -explotaciones agrícolas del Estado-, los conductores
de tractores y de máquinas combinadas, que forman ya una aristocracia
ostensible, tienen vacas y puercos. Así pues, la teoría según
la cual era preferible el socialismo sin leche que la leche sin socialismo,
se ha abandonado. Se reconoce ahora que los obreros de las empresas agrícolas
del Estado, en las que parece que no faltan vacas ni cerdos, necesitan
tener para asegurar su existencia su propio rebaño minúsculo.
El comunicado triunfal según el cual 96.000 obreros de Kharkov tienen
huertas individuales, no es menos asombroso. Las otras ciudades han sido
invitadas a imitar a Kharkov. ¡Qué terrible desperdicio de
fuerzas humanas significan la "vaca individual", el "huerto individual",
y qué fardo para el obrero, y aún más para su mujer
y sus hijos, el trabajo medieval de la pala, del estiércol y de
la tierra!
La gran mayoría de los obreros carece-, como es natural, de
vacas y de hortalizas y, con frecuencia, de albergue. El salario de un
peón es de 1.500 rublos al año, algunas veces menos, lo que
con los precios soviéticos equivale a la miseria. Las condiciones
de alojamiento, índice de los más característicos
de la situación material y cultural, son de las peores; algunas
veces, intolerables. La inmensa mayoría de los obreros se amontona
en habitaciones comunes mucho menos bien instaladas, mucho menos habitables
que los cuarteles. ¿Se trata de justificar los fracasos en la producción,
las faltas al trabajo, los defectos de la producción? La administración
misma, por medio de sus periodistas, describe las condiciones de alojamiento
de los obreros: "Los obreros duermen sobre el suelo, pues la madera de
los lechos está infestada de chinches, las sillas están destruidas,
no hay un recipiente para beber, etc.". "Dos familias viven en un cuarto.
El techo está agujereado. Cuando llueve, entra el agua a cántaros".
"Los excusados son indescriptibles...". Detalles de este género,
relacionados con el país entero, podrían citarse hasta el
infinito. A consecuencia de las condiciones de existencia intolerables,
"la fluidez del personal -escribe, por ejemplo, el dirigente de la industria
petrolera- alcanza grandes proporciones (...). Numerosos pozos no son explotados
por falta de mano de obra...". En ciertas regiones poco favorecidas, sólo
los obreros despedidos de otras partes por indisciplina consienten en trabajar.
Así, se forma en los bajos fondos del proletariado una categoría
de miserables privados de todo derecho, parias soviéticos, que una
rama de la industria tan importante como el petróleo se ve obligada
a emplear abundantemente.
A consecuencia de las desigualdades notables en el régimen de
los salarios, agravadas además por los privilegios arbitrariamente
creados, la burocracia logra que nazcan ásperos antagonismos en
el seno del proletariado. Recientes informaciones de la prensa pintaban
el cuadro de una guerra civil disimulada. "El sabotaje de las máquinas
constituye el medio preferido (!) para combatir al sistema Stajanov", escribía,
por ejemplo, el órgano de los sindicatos. "La lucha de clases" se
evoca a cada paso. En esta lucha de "clases", los obreros están
de una parte; los sindicatos de otra. Stalin recomendaba públicamente
"romperles la cabeza" a los insumisos. Otros miembros del Comité
Central amenazan en diversas ocasio nes a "los enemigos desvergonzados"
con anonadarles totalmente. La experiencia del movimiento Stajanov hacer
ver claramente el abismo que existe entre el poder y el proletariado y
la obstinación desenfrenada de la burocracia para aplicar esta regla:
"Divide y vencerás". En revancha, el trabajo a destajo, forzado
de este modo, se transforma, para consolar al obrero, en "estímulo
socialista". Estas simples palabras son una burla. La emulación,
cuyas raíces se hunden en la biología, indudablemente seguirá
siendo en el régimen comunista -depurada del espíritu de
lucro, del deseo de privilegios- el motor más importante de la civilización.
Pero en una fase más próxima, preparatoria, la consolidación
real de la sociedad socialista no debe hacerse con los métodos humillantes
del capitalismo retrasado a los que recurre el Gobierno soviético,
sino por medios más dignos del hombre liberado y, ante todo, sin
el garrote del burócrata, pues este garrote es la herencia más
odiosa del pasado; habrá que romperlo y quemarlo públicamente
para que sea posible hablar de socialismo sin que la vergüenza nos
enrojezca la frente.
CONTRADICCIONES SOCIALES
DE LA ALDEA COLECTIVIZADA
Si los trust industriales son "en principio" empresas socialistas, no
podría decirse otro tanto de los koljoses que no reposan sobre la
propiedad del Estado, sino sobre la de los grupos. Constituyen un gran
progreso con relación a la agricultura parcelaria. ¿Conducirán
al socialismo? Esto depende de una serie de circunstancias, unas de orden
interno, y externas las otras, que se refieren al sistema soviético
en su conjunto; existen, además, las de carácter internacional,
que no son las menos importantes.
La lucha entre los campesinos y el Estado está lejos de haber
terminado. La organización actual de la agricultura, aún
muy inestable, no es más que un compromiso momentáneo de
los dos adversarios después de una ruda explosión de guerra
civil. Es cierto que el 90% de los hogares están colectivizados
y que los campos de los koljoses han proporcionado el 94% de la producción
agrícola. Aun si no se toma en cuenta cierto número de koljoses
ficticios que en realidad disimulan intereses privados, hay que reconocer
que, según parece, los cultivos parcelarios han sido vencidos en
la proporción de sus nueve décimas partes. Pero la lucha
real de las fuerzas y de las tendencias en las aldeas sobrepasa, de todas
maneras, a la simple oposición de los cultivadores individuales
y de los koljoses.
Para pacificar los campos, el Estado ha tenido que hacer grandes concesiones
al espíritu de propiedad de los campesinos, comenzando por la devolución
solemne de la tierra a los koljoses, en goce perpetuo, es decir, por la
liquidación de la nacionalización del suelo. ¿Ficción
jurídica? Según la relación de fuerzas puede transformarse
en una realidad y constituir próximamente un grave obstáculo
para la economía planificada. Sin embargo, es mucho más importante
que el Estado se haya visto obligado a permitir la resurrección
de las empresas campesinas individuales en parcelas minúsculas,
con sus vacas, sus puercos, sus corderos, sus aves de corral, etc. A cambio
de este golpe a la socialización y de esta limitación de
la colectivización, el campesino consiente en trabajar apaciblemente,
aunque sin gran celo por el momento, en los koljoses que le dan la posibilidad
de cumplir con sus obligaciones con el Estado y de disponer de algunos
bienes. Estas nuevas relaciones tienen aún formas tan imprecisas
que sería difícil expresarlas en cifras, aun cuando la estadística
soviética fuera más honrada. Sin embargo, muchas razones
permiten suponer que para el campesino es más importante su minúsculo
bien personal que el koljós. Es decir, que la lucha entre la tendencia
individualista y la colectivista, impregna todavía la vida del campo
y que su resultado aún no está decidido. ¿En qué
sentido se inclinan los campesinos? Ellos mismos no lo saben bien.
El Comisario del Pueblo para la Agricultura decía a fines de
1935: "Hasta en los últimos tiempos hemos tropezado con una viva
resistencia de los kulaks para ejecutar el plan de almacenamiento de los
cereales". Es decir, que: "hasta en los últimos tiempos" la mayor
parte de los koljosniki han considerado la entrega de trigo al Estado como
una operación desventajosa y se han inclinado al comercio privado.
Las leyes draconianas que defienden los bienes de los koljoses muestran
lo mismo pero en otro plano. Uno de los hechos más instructivos
es que el haber de los koljoses está asegurado por el Estado en
20.000 millones de rublos, mientras que la propiedad privada de los miembros
de los koljoses lo está en 21.000 millones. Si esta diferencia no
indica necesariamente que los campesinos, considerados individualmente,
son más ricos que los koljoses, demuestra, en todo caso, que los
cultivadores aseguran con más cuidado sus bienes privados que los
bienes colectivos.
No menos interesante, desde el punto de vista que nos ocupa, es el
desarrollo de la cría de ganado. Mientras que el número de
caballos continuó bajando hasta 1935, y sólo comenzó
a aumentar ligeramente este año como consecuencia de las medidas
tomadas por el Gobierno, el aumento del ganado vacuno el año pasado
ya se elevaba a cuatro millones de cabezas. Durante el favorable año
de 1935 el plan no se ha ejecutado, en lo que se refiere a los caballos,
más que en una proporción del 94%, en tanto que ha sido fuertemente
superado para el ganado vacuno. El significado de estos datos se desprende
del hecho de que los caballos son propiedad de los koljoses, mientras que
las vacas son propiedad privada del mayor número de campesinos.
Hay que añadir que en las estepas, en donde los campesinos de los
koljoses están autorizados, a título excepcional, a poseer
un caballo en propiedad privada, el aumento del número de estos
animales es mucho más rápido que en los koljoses, los que,
por otra parte, superan a este respecto a las explotaciones del Estado
(sovjoses). Sería un error deducir de lo anterior que la pequeña
explotación individual sea superior a la gran explotación
colectiva. Pero el paso de la primera a la segunda, paso de la barbarie
a la civilización, presenta numerosas dificultades que no es posible
alejar con la simple ayuda de medios administrativos.
"El derecho jamás puede elevarse sobre el régimen económico
y el desarrollo cultural de la sociedad, condicionada por ese régimen".
El alquiler de las tierras, prohibido por la ley, se practica en realidad
a amplia escala y bajo las formas nocivas de alquiler pagado en trabajo.
Algunos koljoses alquilan tierra a otros, algunas veces a particulares,
a sus miembros más emprendedores en fin. Por inverosímil
que sea esto, los sovjoses, empresas "socialistas", también alquilan
tierras, y los más instructivo es que los koljoses de la GPU son
los que se distinguen en esto. Bajo la égida de la alta institución
que vela sobre las leyes, hay directores de sovjoses que imponen a sus
arrendatarios campesinos condiciones que parecen tomadas de los antiguos
contratos de servidumbre dictados por los señores. Y estamos en
presencia de casos de explotación de los campesinos por los burócratas,
que no obran en calidad de agentes del Estado, sino en calidad de terratenientes
semilegales.
Sin querer exagerar la importancia de hechos monstruosos de este género,
que, naturalmente, no pueden ser registrados por la estadística,
no podemos desentendemos de su enorme significado sintomático. Demuestran
infaliblemente la fuerza de las tendencias burguesas en la rama atrasada
de la economía que abarca a la gran mayoría de la población.
La acción del mercado refuerza inevitablemente las tendencias individualistas
y agrava la diferenciación social en los campos, a pesar de la nueva
estructura de la propiedad.
Los ingresos medios de un hogar, en los koljoses, se elevaban en 1935
a 4.000 rublos. Pero los promedios son aún más engañosos
para los campesinos que para los obreros. Se informaba, por ejemplo, al
Kremlin, que los pescadores colectivos habían ganado en 1935 dos
veces más que en 1934; precisamente, 1.919 rublos por trabajador.
Los aplausos que saludaron esta cifra demuestran en qué proporción
superaba la ganancia media de los koljoses. Por otra parte, hay koljoses
en los que los ingresos se han elevado a 3.000 rublos por familia, sin
contar la relación en dinero y en especie de las explotaciones individuales
ni del conjunto de la explotación colectiva: los ingresos en especie
del conjunto de la explotación colectiva: los ingresos de un gran
cultivador de koljós de esta categoría sobrepasan, generalmente,
de 10 a 15 veces, el salario de un trabajador "mediano" o inferior de los
koljoses.
La escala de los ingresos sólo está determinada parcialmente
por la aplicación al trabajo y las capacidades. Los koljoses, igual
que las parcelas individuales, están colocados necesariamente en
condiciones muy desiguales, según el clima, el género de
cultivo, la situación con relación a las ciudades y a los
centros industriales. La oposición entre las ciudades y el campo,
lejos de atenuarse durante los periodos quinquenales, se ha desarrollado
hasta el extremo a consecuencia del crecimiento febril de nuevas regiones
industriales. Esta antinomia fundamental de la sociedad soviética
engendra ineludiblemente contradicciones entre los koljoses y en el seno
de ellos, a causa, sobre todo, de la renta diferencial.
El poder ilimitado de la burocracia no es una causa de diferenciación
menos poderosa. La burocracia dispone de palancas como los salarlos, el
presupuesto, el crédito, los precios, los impuestos. Los beneficios
exagerados de ciertas plantaciones de algodón colectivizadas del
Asia Central, dependen más bien de las relaciones entre los precios
fijados por el Estado que del trabajo de los campesinos. La explotación
de unas capas de la población por otras, no ha desaparecido, sino
que ha sido disimulada. Los primeros koljoses "acomodados" -algunas decenas
de millares- han adquirido sus bienes en detrimento del conjunto de koljoses
y de obreros. Asegurar el bienestar de todos los koljoses es mucho más
difícil y exige mucho más tiempo que ofrecer privilegios
a la minoría en detrimento de la mayoría. La Oposición
de Izquierda señalaba en 1927 que "los ingresos del kulak han aumentado
sensiblemente más que los del obrero" y esta situación persiste
hoy, aunque bajo una forma modificada: los ingresos de la minoría
privilegiada de los koljoses han aumentado infinitamente mas que los de
la masa de koljoses y de centros obreros. Probablemente, la diferencia
es aun mayor que la que existía en vísperas de la liquidación
de los kulaks.
La diferenciación que existe en el seno de los koljoses se expresa,
en parte, en el dominio del consumo individual y, en parte, en la economía
privada de la familia, ya que los principales medios de producción
están socializados. La diferenciación entre los koljoses
tiene desde ahora consecuencias más profundas, pues el koljós
rico puede usar más abonos, más máquinas, y en consecuencia
puede enriquecerse más rápidamente. Sucede con frecuencia
que los koljoses ricos alquilan la mano de obra de los pobres sin que las
autoridades lo impidan. La atribución definitiva a los koljoses
de tierras de un valor desigual, facilita en su mayor grado la diferenciación
ulterior y, como consecuencia, la formación de una especie de "koljoses
burgueses" o de "koljoses millonarios" como ya se les llama.
El Estado tiene, es cierto, la posibilidad de intervenir en la diferenciación
social en calidad de regulador. Pero, ¿en qué sentido y en
qué medida? Atacar a los koljoses-kulaks sería provocar un
nuevo conflicto con los elementos más "progresistas" del campo,
que, sobre todo después de un doloroso intervalo, anhelan ávidamente
"buena vida". Además, y esto es lo principal, el Estado cada vez
es menos capaz de ejercer un control socialista. En la agricultura, como
en la industria, busca el apoyo y la amistad de los fuertes, de los favorecidos
por el éxito, de los "estajanovistas del campo", de los "koljoses
millonarios". Después de comenzar preocupándose por las fuerzas
productivas, termina invariablemente pensando en sí mismo.
Justamente en la agricultura, en donde el consumo se relaciona tan
de cerca con la producción, la colectivización ha abierto
inmensas posibilidades al parasitismo burocrático que comienza a
arrastrar a los dirigentes de los koljoses. Los "regalos" que los trabajadores
de los koljoses llevan a los jefes en las sesiones solemnes del Kremlin,
no hacen más que representar bajo una forma simbólica el
tributo nada simbólico que pagan a los poderes locales.
De este modo, en la agricultura, más aún que en la industria,
el bajo nivel de la producción entra constantemente en conflicto
con las formas socialistas y aun cooperativistas (koljosianas) de la propiedad.
A su vez la burocracia nacida, en último análisis, de esta
contradicción, la agrava.
FISONOMÍA SOCIAL
DE LOS MEDIOS DIRIGENTES
Con frecuencia vemos que las obras soviéticas condenan al "burocratismo"
como una mala manera de pensar o de trabajar (estas condenas son formuladas
siempre por los superiores contra los inferiores, y constituyen para los
primeros un procedimiento defensivo). Pero lo que no se encontrará
en ninguna parte es un estudio consagrado a la burocracia como medio dirigente,
a su magnitud numérica, a su estructura, a su carne y a su sangre,
a sus privilegios y a sus apetitos, a la parte de la renta nacional que
absorbe. Sin embargo, la burocracia tiene estos aspectos, y el hecho de
que disimule tan atentamente su fisonomía social demuestra que posee
una conciencia específica de "clase" dirigente, que aún se
siente insegura en lo que se refiere a sus derechos al poder.
Es completamente imposible dar cifras precisas sobre la burocracia
soviética, por dos razones: desde luego, porque en un país
donde el Estado es casi el único amo, es difícil decir dónde
termina el aparato administrativo; y en segundo lugar, porque los estadistas,
los economistas y los publicistas soviéticos guardan sobre este
problema, como ya hemos dicho, un silencio particularmente concentrado,
siendo imitados en esto por los "Amigos" de la URSS. Notemos, de pasada,
que en las 1.200 páginas de su pesada compilación, los Webb
no han considerado un solo instante a la burocracia soviética como
una categoría social. ¿Qué tiene esto de asombroso?
¿No escribían, en realidad, bajo su dictado?
Las oficinas centrales del Estado contaban, el 1 de noviembre de 1933,
según datos oficiales, con cerca de 550.000 individuos pertenecientes
al personal dirigente. Pero esta cifra, fuertemente acrecentada durante
los últimos años, no comprende los servicios del ejército,
de la flota, de la GPU, de la dirección de las cooperativas ni de
las llamadas sociedades, Aviación, Química (Osoaviajim) y
otras. Cada república posee, además, su aparato gubernamental
propio. Paralelamente a los estados mayores del Estado, de los sindicatos,
de las cooperativas y otros, y confundiéndose parcialmente con él,
hay en fin, el poderoso estado mayor del partido. No exageramos, ciertamente,
al estimar en 400.000 almas a los medios dirigentes de la URSS y de las
repúblicas que pertenecen a la Unión. Es posible que en la
actualidad lleguen al medio millón. No son simples funcionarios,
sino altos funcionarios, "jefes" que forman una casta dirigente en el sentido
propio de la palabra, dividida jerárquicamente por importantísimos
cortes horizontales.
Esta capa social superior está sostenida por una pesada pirámide
administrativa de base amplia y multifacética. Los comités
ejecutivos de los soviets regionales, de las ciudades, de los barrios,
duplicados por los órganos paralelos del partido, de los sindicatos,
de las Juventudes Comunistas, de los transportes, del ejército,
de la flota, de la seguridad general, deben dar una cifra de 2.000.000
de hombres. No olvidemos tampoco a los presidentes de los soviets de 600.000
burgos y aldeas.
En 1933 (no hay datos más recientes) la dirección de
las empresas industriales estaba en manos de 17.000 directores y directores
adjuntos. El personal administrativo y técnico de las fábricas
y de las minas, comprendiendo los cuadros inferiores y hasta los contramaestres,
se componía de 250.000 almas (de ellas, 54.000 especialistas no
desempeñaban funciones administrativas en el sentido propio de la
palabra). Hay que agregar a esta cifra el personal del partido, de los
sindicatos y de las empresas, administradas, como se sabe, por el triángulo
(dirección, partido, sindicato). No será exagerado estimar
en medio millón de hombres el personal administrativo de las empresas
de primera importancia. Habría que añadir al personal de
empresas dependiente de las repúblicas nacionales y de los soviets
locales.
Desde otro punto de vista, la estadística oficial indica para
1933 más de 860.000 administradores y especialistas en toda la economía
soviética. De este número, más de 480.000 están
en la industria, más de 100.000 en los transportes, 93.000 en la
agricultura, 25.000 en el comercio. Estas cifras comprenden a los especialistas
que no ejercen funciones administrativas, pero no al personal de las cooperativas
y de los koljoses; además, han sido sensiblemente superadas durante
los últimos años.
Para 250.000 koljoses, si sólo se cuenta a los presidentes y
los organizadores del partido, hay medio millón de administradores.
En realidad, en la actualidad el número es inmensamente más
elevado. Si se añade los sovjoses y las estaciones de maquinaria
y tractores, la cifra general de dirigentes de la agricultura socializada
excede en mucho el millón.
El Estado disponía en 1935 de 113.000 establecimientos comerciales;
la organización cooperativa tenía 200.000. Los gerentes de
unos y otros no son, en realidad, agentes, sino funcionarios, y funcionarios
de un monopolio del Estado. La misma prensa soviética se queja de
vez en cuando de que "los cooperativistas han dejado de considerar a los
campesinos de los koljoses como a sus electores". ¡Como si el mecanismo
de las cooperativas pudiera distinguirse cualitativamente de los sindicatos,
de los soviets y del partido!
La categoría social que, sin proporcionar un trabajo productivo
directo, manda, administra, dirige, distribuye los castigos y las recompensas
(no comprendemos a los profesores) debe ser estimada en 5 ó 6 millones
de almas. Esta cifra global, lo mismo que sus componentes, no pretende,
de ningún modo, la precisión: es válida como primera
aproximación y nos prueba que la "línea general" no tiene
nada de un espíritu descarnado.
En los diversos grados de la jerarquía, examinada de abajo a
arriba, los comunistas varían en la proporción de un 20%
a un 90%. En la masa burocrática, los comunistas y los jóvenes
comunistas forman un bloque de 1.500.000 a 2.000.000 de hombres; más
bien menos que más en este momento, a consecuencia de incesantes
depuraciones. Este es el esqueleto del poder. Los mismos hombres constituyen
la osamenta del partido y de las Juventudes Comunistas. El ex partido bolchevique
ha dejado de ser la vanguardia del proletariado, para transformarse en
la organización política de la burocracia. El conjunto de
los miembros del partido y de las juventudes no sirve más que para
proporcionar activistas; es, en otras palabras, la reserva de la burocracia.
Los activistas sin partido desempeñan el mismo papel.
Se puede admitir como una hipótesis que la aristocracia obrera
y koljosiana es casi igual en número a la burocracia: o sea, de
cinco a seis millones de almas (estajanovistas, activistas sin partido,
hombres de confianza, parientes y compadres). Junto con sus familias, estas
dos capas sociales que se penetran pueden abarcar de veinte a veinticinco
millones de hombres. Damos una estimación modesta de las familias,
tomando en cuenta que la mujer y el marido, a veces también el hijo
o la hija, forman parte, frecuentemente, del aparato burocrático.
Por lo demás, la mujer de los medios dirigentes limita mucho más
fácilmente su descendencia que la obrera y, sobre todo, que la campesina.
La campaña actual en contra de los abortos, hecha por la burocracia,
no la afecta a ella misma. El 12%, probablemente el 15%, es la base social
auténtica de los medios dirigentes absolutistas.
Cuando una alcoba individual, una alimentación suficiente, un
vestido adecuado aún no son accesibles más que a una pequeña
minoría, millones de burócratas, grandes o pequeños,
tratan de aprovecharse del poder para asegurar su propio bienestar. De
ahí el inmenso egoísmo de esta capa social, su fuerte cohesión,
su miedo al descontento de las masas, su obstinación sin límites
en la represión de toda crítica y, por fin, su adoración
hipócritamente religiosa al "jefe" que encarna y defiende los privilegios
y el poder de los nuevos amos.
La misma burocracia es aún menos homogénea que el proletariado
o que el campesinado. Hay un abismo entre el presidente del soviet de aldea
y el alto personaje del Kremlin. Los funcionarios subalternos de diversas
categorías tienen en realidad un nivel de vida muy primitivo, inferior
al del obrero cualificado de Occidente. Pero todo es relativo: el nivel
de la población circundante es mucho más bajo. La suerte
del presidente del koljós, del organizador comunista, del cooperativista,
así como la del funcionario un poco más elevado, no depende
para nada de los "electores". Todo funcionario puede ser sacrificado en
cualquier momento por su superior jerárquico con el objeto de calmar
el descontento. En revancha, cualquier funcionario puede elevarse un grado,
cuando llegue la ocasión. Todos están ligados -hasta el primer
choque importante, en todo caso- por una responsabilidad colectiva con
el Kremlin.
Por sus condiciones de existencia, los medios dirigentes comprenden
todas las gradaciones, desde la pequeña burguesía más
provinciana hasta la gran burguesía de las ciudades. A las condiciones
materiales corresponden los hábitos, los intereses y la manera de
pensar. Los dirigentes de los sindicatos soviéticos de hoy no difieren
mucho del tipo psicológico de los Citrine, Jouhaux, Green. Tienen
tradiciones diferentes, otra fraseología, pero la misma actitud
de tutores desdeñosos hacia las masas, la misma habilidad desprovista
de escrúpulos en las pequeñas maniobras, el mismo conservadurismo,
la misma estrechez de horizontes, la misma preocupación egoísta
por su propia paz y, en fin, la misma veneración de las formas triviales
de la cultura burguesa. Los coroneles y los generales soviéticos
difieren poco de los de las cinco partes del mundo; en todo caso, tratan
de parecérseles lo más posible. Los diplomáticos soviéticos
han adoptado de nuevo, más que el frac, las maneras de pensar de
sus colegas de Occidente. Los periodistas soviéticos, aunque a su
manera, engañan a los lectores como los periodistas de otros países.
Si es difícil proporcionar estimaciones numéricas sobre
la burocracia, apreciar sus ingresos lo es aún más. Desde
1927, la Oposición protestaba contra el hecho de que "el aparato
administrativo inflado y privilegiado devoraba una parte importantísima
de la plusvalía". La plataforma de la Oposición indicaba
que el simple aparato comercial "devoraba una enorme parte de la renta
nacional: más de la décima parte de la producción
global". El poder tomó inmediatamente sus precauciones para imposibilitar
tales cálculos. Esto hizo precisamente que los gastos generales
aumentaran en lugar de disminuir.
Las cosas no marchan mejor en otros dominios. Se necesitó, como
escribía Rakovski en 1930, un disgusto momentáneo entre los
burócratas del partido y los sindicatos para que la población
supiera que 80 millones de rublos, de un presupuesto sindical total de
400, son devorados por las oficinas. Subrayemos que sólo se trataba
del presupuesto legal. Además, la burocracia sindical recibe de
la burocracia industrial, en señal de amistad, dádivas en
dinero, alojamientos, medios de transporte, etc.
¿Cuánto cuesta el mantenimiento de las oficinas del partido,
de las cooperativas, de los koljoses, de los sovjoses, de la industria,
de la administración en todas sus ramas?, preguntaba Rakovski, y
respondía: "Ni siquiera tenemos datos hipotéticos sobre este
asunto".
La ausencia de todo control tiene como consecuencias inevitables los
abusos y, en primer lugar, los gastos exagerados. El 29 de septiembre de
1935, el Gobierno, obligado a plantear una vez más el problema del
trabajo defectuoso de las cooperativas, comprobaba, bajo la firma de Stalin
y Mólotov: "los robos y las dilapidaciones al por mayor, y el trabajo
deficitario de muchas cooperativas rurales". En la sesión del Comité
Ejecutivo de la URSS, en enero de 1936, el Comisario del Pueblo para las
Finanzas se quejaba de que los ejecutivos locales hiciesen un empleo completamente
arbitrario de los recursos del Estado. El Comisario del Pueblo guardaba
silencio sobre los organismos centrales, porque él formaba parte
de ellos.
No tenemos ninguna posibilidad de calcular la parte de la renta nacional
que se apropia la burocracia. Esto no solamente se debe a que ésta
disimula sus ingresos legalizados, y a que, rozando sin cesar el abuso
para caer en él francamente, tiene grandes ingresos ilícitos,
sino, sobre todo, porque el progreso social en su conjunto, urbanismo,
bienestar, cultura, artes, se realiza principalmente, si no exclusivamente,
en beneficio de los medios dirigentes.
De la burocracia como consumidora se puede decir con algunos correctivos
lo que se ha dicho de la burguesía: no tenemos razones para exagerar
su consumo de artículos de primera necesidad. El aspecto del problema
cambia radicalmente si consideramos que monopoliza todas las conquistas
antiguas y nuevas de la civilización. Desde el punto de vista formal,
estas conquistas son accesibles a toda la población, a las de las
ciudades cuando menos; pero en realidad la población no las disfruta
más que excepcionalmente. La burocracia, en cambio, dispone como
quiere y cuando quiere de sus bienes personales. Si añadimos a los
emolumentos todas las ventajas materiales, todos los beneficios complementarios
semilícitos y, para terminar, las ventajas de la burocracia en los
espectáculos, las vacaciones, los hospitales, los sanatorios, las
casas de descanso, los museos, los clubes, las instalaciones deportivas,
estaremos obligados a deducir que ese 15 ó 20% de la población
disfruta de tantos bienes como el 80 o el 85% restante.
¿Los "Amigos de la URSS" tratarán de refutar estas cifras?
Que proporcionen otras más precisas. Que obtengan de la burocracia
la publicación de los ingresos y de los gastos de la sociedad soviética.
Mantendremos desde aquí nuestra opinión. El reparto de los
bienes de la tierra es mucho más democrático en la URSS que
en el antiguo régimen zarista y aun que en los países más
democráticos del Occidente; pero todavía no tiene nada de
común con el socialismo.
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