Leon Trotsky - La revolución traicionada
I

Lo obtenido

 LOS PRINCIPALES ÍNDICES DEL DESARROLLO INDUSTRIAL

La insignificancia de la burguesía rusa hizo que los objetivos democráticos de la Rusia atrasada -tales como la liquidación de la monarquía y de la opresión semifeudal de los campesinos, en cierto modo de la servidumbre- sólo pudieran alcanzarse por medio de la dictadura del proletariado. Pero una vez que hubo conquistado el poder, a la cabeza de las masas campesinas, el proletariado no pudo limitarse a las realizaciones democráticas. La revolución burguesa se confundió inmediatamente con la primera fase de la revolución socialista; y esto no se debió a razones fortuitas. La historia de las últimas décadas atestigua, con una fuerza particular, que, en las condiciones de la decadencia del capitalismo, los países atrasados no pueden alcanzar el nivel de las viejas metrópolis del capital. Colocados en un callejón sin salida, las naciones más civilizadas cortan el camino a aquellas en proceso de civilización. Rusia entró en el camino de la revolución proletaria, no porque su economía fuera la más madura para la transformación socialista, sino porque esta economía ya no podía desarrollarse sobre bases capitalistas. La socialización de los medios de producción había llegado a ser la primera condición necesaria para sacar al país de la barbarie: tal es la ley del desarrollo combinado de los países atrasados. Llegado a la revolución como "el eslabón más débil de la cadena capitalista" (Lenin), el antiguo imperio de los zares tiene aún hoy, diecinueve años después, que "alcanzar y sobrepasar" -lo que quiere decir, alcanzar antes que cualquier otra cosa- a Europa y América; en otras palabras, tiene que resolver los problemas de la producción y de la técnica que el capitalismo avanzado ha resuelto desde hace largo tiempo.
¿Podía ser de otra manera? La subversión de las viejas clases dominantes, lejos de resolver este problema no hizo más que plantearlo: elevarse de la barbarie a la cultura. Concentrando al mismo tiempo la propiedad y los medios de producción en manos del Estado, la Revolución permitió aplicar nuevos métodos económicos de una enorme eficacia. Solamente gracias a la dirección fundada sobre un plan único se pudo reconstruir en poco tiempo lo que había destruido la guerra imperialista y la guerra civil, y crear nuevas empresas grandiosas, nuevas industrias, ramas enteras de industria.
La extremada lentitud de la revolución mundial, con la que contaban a corto plazo los jefes del partido bolchevique, no sólo suscitó enormes dificultades en la URSS, sino que puso de relieve sus recursos interiores y sus posibilidades excepcionalmente amplias. No es posible, sin embargo, hacer la justa apreciación de los resultados obtenidos -de su magnitud, así como de su insuficiencia- más que a escala internacional. El método que emplearemos es el de la interpretación histórica y sociológica y no el de la acumulación de las ilustraciones estadísticas. No obstante, tomaremos como punto de partida algunas de las cifras más importantes.
La amplitud de la industrialización de la URSS, en medio del estancamiento y de la decadencia de casi todo el universo capitalista, se desprende de los índices globales que presento a continuación. La producción industrial de Alemania sólo recupera su nivel gracias a la fiebre de los armamentos. En el mismo lapso, la producción de Gran Bretaña sólo aumentó, ayudada del proteccionismo, del 3 al 4%. La producción industrial de los Estados Unidos bajó cerca de un 25%; la de Francia, más del 30%. Japón, en su frenesí de armamentos y de bandidaje, se coloca, por su éxito, en el primer rango de los países capitalistas: su producción aumentó cerca de un 40%. Pero este índice excepcional palidece también ante la dinámica del desarrollo de la URSS, cuya producción industrial aumentó, en el mismo lapso, 3,5 veces, lo que significa un aumento del 250%. En los diez últimos años (1925-1935), la industria pesada soviética ha aumentado su producción por más de diez. En el primer año del plan quinquenal, las inversiones de capitales se elevaron a 5.400 millones de rublos; en 1936, deben ser de 32.000 millones.
Si, dada la inestabilidad del rublo como unidad de medida, abandonamos las estimaciones financieras, otras, más indiscutibles, se nos imponen. En diciembre de 1913, la cuenca del Donetz produjo 2.275 toneladas de hulla; en diciembre de 1935, 7.125 toneladas. Durante los tres últimos años, la producción metalúrgica aumentó dos veces, la del acero y de los aceros laminados, cerca de 2,5 veces. En comparación con la preguerra, la extracción de naftas, de hulla y de mineral de hierro aumentó 3 ó 3,5 veces. En 1920, cuando se decretó el primer plan de electrificación, el país tenía estaciones locales de una potencia total de 253.000 kilovatios. En 1935 ya había 95 estaciones locales con una potencia total de 4.345.000 kilovatios. En 1925, la URSS tenía el undécimo lugar en el mundo desde el punto de vista de la producción de energía eléctrica; en 1935, sólo era inferior a Alemania y a los Estados Unidos. En la extracción de hulla, la URSS pasó del décimo lugar al cuarto. En cuanto a la producción de acero, pasó del sexto al tercero. En la producción de tractores ocupa el primer lugar del mundo. Lo mismo sucede con la producción de azúcar.
Los inmensos resultados obtenidos por la industria, el comienzo prometedor de un florecimiento de la agricultura, el crecimiento extraordinario de las viejas ciudades industriales, la creación de otras nuevas, el rápido aumento del número de obreros, la elevación del nivel cultural y de las necesidades, son los resultados indiscutibles de la Revolución de Octubre en la que los profetas del viejo mundo creyeron ver la tumba de la civilización. Ya no hay necesidad de discutir con los señores economistas burgueses: el socialismo ha demostrado su derecho a la victoria, no en las páginas de El Capital, sino en una arena económica que constituye la sexta parte de la superficie del globo; no en el lenguaje de la dialéctica, sino en el del hierro, el cemento y la electricidad. Aun en el caso de que la URSS, por culpa de sus dirigentes, sucumbiera a los golpes del exterior -cosa que esperamos firmemente no ver- quedaría, como prenda del porvenir, el hecho indestructible de que la revolución proletaria fue lo único que permitió a un país atrasado obtener en menos de veinte años resultados sin precedentes en la historia.
Así se cierra, en el movimiento obrero, el debate con los reformistas. ¿Se puede comparar, por un instante, su agitación de ratones con la obra titánica de un pueblo que surgió a la nueva vida por la Revolución? Si en 1918 la socialdemocracia alemana hubiera aprovechado el poder que los obreros le imponían para efectuar la revolución social y no para salvar al capitalismo, no es difícil concebir, fundándose en el ejemplo ruso, qué invencible potencia económica sería actualmente la del bloque socialista de la Europa central y oriental y de una parte considerable de Asia. Los pueblos del mundo tendrán que pagar con nuevas guerras y nuevas revoluciones los crímenes históricos del reformismo.

APRECIACIONES COMPARATIVAS DE LOS RESULTADOS

Los coeficientes dinámicos de la industria soviética no tienen precedentes. Pero no bastarán para resolver el problema ni hoy ni mañana. La URSS sube partiendo de un nivel espantosamente bajo, mientras que los países capitalistas, por el contrario, descienden desde un nivel muy elevado. La relación de fuerzas actuales no está determinada por la dinámica del crecimiento, sino por la oposición de la potencia total de los dos adversarios, tal como se expresa con las reservas materiales, la técnica, la cultura, y ante todo con el rendimiento del trabajo humano. Tan pronto como abordamos el problema desde este ángulo estático, la situación cambia con gran desventaja para la URSS.
El problema planteado por Lenin, "¿quién triunfará?", es el de la relación de las fuerzas entre la URSS y el proletariado revolucionario del mundo, por una parte, y las fuerzas interiores hostiles y el capitalismo mundial por la otra. Los éxitos económicos de la URSS le permiten afirmarse, progresar, armarse y, si esto es necesario, batirse en retirada, esperar y resistir. Pero en sí misma, la pregunta ¿quién triunfará?, no solamente en el sentido militar de la palabra, sino ante todo, en el sentido económico, se le plantea a la URSS a escala mundial. La intervención armada es peligrosa. La introducción de mercancías a bajo precio, viniendo tras los ejércitos capitalistas, sería infinitamente más peligrosa. La victoria del proletariado en un país de occidente conduciría, claro está, a un cambio radical de la relación de las fuerzas. Pero en tanto que la URSS permanece aislada; peor aún, en tanto que el proletariado europeo va de derrota en derrota y retrocede, la fuerza del régimen soviético se mide, en definitiva, por el rendimiento del trabajo que, en la producción de mercancías, se expresa por el precio de costo y el de venta. La diferencia entre los precios interiores y los del mercado mundial constituye uno de los índices más importantes de la relación de fuerzas. Ahora bien, le está prohibido a la estadística soviética tocar, ni siquiera levemente, este problema. Esto se debe a que, a pesar de su marasmo y su postración, el capitalismo posee aún una enorme superioridad en la técnica, en la organización y en la cultura del trabajo.
Se conoce de sobra el estado tradicionalmente atrasado de la agricultura soviética.. En ninguna de sus ramas se han alcanzado éxitos que puedan compararse, ni lejanamente, a los obtenidos en la industria. "Estamos aún muy atrás -se quejaba Mólotov a finales de 1935- de los países capitalistas, en cuanto al rendimiento de nuestros cultivos de remolacha". En 1934 se obtuvieron en la URSS 82 quintales por hectárea del producto antes citado; en 1935, Ucrania, en una cosecha excepcional, obtuvo 131 quintales. En Checoslovaquia y en Alemania, la hectárea produce cerca de 250 quintales; en Francia, más de 300. Los lamentos de Mólotov pueden extenderse, sin exageración, a todas las ramas de la agricultura, así se trate de cultivos técnicos o de cereales, y con mayor razón aún, a la cría de diversos animales. Cultivos alternados bien planificados, selección de simientes, empleo de abonos, tractores, un utillaje agrícola perfeccionado, la cría de ganado de raza, son cosas que preparan, en verdad, una inmensa revolución en la agricultura. Pero justamente en este dominio, que es uno de los más conservadores, es donde la Revolución necesita más tiempo. Por el momento, el objetivo es, a pesar de la colectivización, aproximarse a los modelos superiores del Occidente capitalista -con sus pequeñas granjas individuales-.
La lucha para aumentar el rendimiento del trabajo en la industria se lleva a cabo por dos medios: la asimilación de la técnica avanzada y la mejor utilización de la mano de obra. La posibilidad de construir en pocos años vastas fábricas del tipo más moderno estaba asegurada, por tina parte, por la alta técnica del Occidente capitalista; por otra, por el régimen del plan. En este dominio asistimos a la asimilación de las conquistas ajenas. El hecho de que la industria soviética, y aun el equipo del Ejército Rojo, hayan mejorado con un ritmo acelerado, implica enormes ventajas potenciales. La economía no se ve obligada a arrastrar tras ella un utillaje anticuado, como en el caso de Francia o Inglaterra; el ejército no está obligado a usar los viejos armamentos. Pero este crecimiento febril tiene aspectos negativos: los diversos elementos de la economía no se armonizan; los hombres están más atrasados que la técnica, la dirección no está a la altura de su tarea. Todo esto se expresa actualmente por los precios de costo elevadísimos en una producción de baja calidad.
"Nuestros pozos -escribe el dirigente de la industria del petróleo- disponen de la misma maquinaria que los pozos americanos, pero la organización de la perforación es atrasada, los cuadros están insuficientemente cualificados". "El gran número de accidentes se explica por la negligencia, la incapacidad y la insuficiencia de la vigilancia técnica". Mólotov se queja de que: "Estamos muy retrasados en la organización de los talleres de construcción. En ellos domina frecuentemente la rutina, y las herramientas y las máquinas se tratan de una manera escandalosa". Encontramos estas confesiones en toda la prensa soviética. La técnica moderna está muy lejos de dar a la URSS los mismos resultados que en su patria capitalista.
Los éxitos globales de la industria pesada constituyen una conquista gigantesca. Sólo sobre estos cimientos se puede construir. Sin embargo, una economía moderna da pruebas de su eficacia en la construcción de detalles más finos que requiere una cultura técnica y general. A este respecto la URSS está, aún, muy atrás.
Los resultados más serios, no solamente cuantitativos, sino cualitativos, se han obtenido con toda seguridad en la industria militar; el ejército y la flota son la clientela de mayor influencia y la más exigente. Sin embargo, los dirigentes del Departamento de Guerra, incluido Vorochilov, no cesan de lamentarse en sus discursos públicos de "que no siempre estamos plenamente satisfechos de la calidad de la producción que dais al Ejército Rojo". Se adivina sin gran trabajo la inquietud que ocultan estas prudentes palabras.
La construcción de máquinas -nos dice el jefe de la industria pesada en un informe oficial- "tiene que ser de buena calidad, lo que desgraciadamente no sucede...". Y más adelante: "La máquina es cara en la URSS". Como de costumbre, el informante se abstiene de proporcionar datos comparativos precisos con relación a la producción mundial.
El tractor es el orgullo de la industria soviética. Pero el coeficiente de utilización efectiva de éstos es muy bajo. Durante el último ejercicio económico, el 81% de los tractores tuvo que someterse a reparaciones importantes y muchas de estas máquinas se inutilizaron durante las labores del campo. Según ciertos cálculos, las Estaciones de Máquinas y de Tractores sólo cubrieron sus gastos con cosechas de 20 a 22 quintales de grano por hectárea. Ahora que el rendimiento medio por hectárea no alcanza la mitad de esa cifra, el Estado se ve obligado a cubrir los déficit que se elevan a miles de millones.
La situación de los transportes automóviles es aún peor. Un camión recorre en América 60.000, 80.000 y hasta 100.000 kilómetros por año; en la URSS no recorre más que 20.000, es decir, tres o cuatro veces menos. De cada cien camiones, cincuenta y cinco se encuentran en las carreteras; los restantes están en reparación o en espera de reparaciones. El costo de las reparaciones sobrepasa dos veces el costo total de la producción de nuevos camiones. No tiene, pues, nada de asombroso que, según la opinión de la Comisión Gubernamental de Control, "el transporte automóvil, por el precio de costo de su producción, sea una carga excepcionalmente pesada".
El aumento de la capacidad de transporte de las vías férreas va acompañado, según el presidente del Consejo de Comisarlos del Pueblo, "de gran número de accidentes y de descarrilamientos". La causa esencial no varía; es la mediocre cultura del trabajo heredada del pasado. La lucha por el conveniente mantenimiento de las vías férreas se transforma en una especie de empresa heroica, que hace que los guarda-agujas recompensados lean sus informes en el Kremlin ante los más altos representantes del poder. A pesar del adelanto de los últimos años, el transporte marítimo está muy por debajo de los ferrocarriles. Se encuentran periódicamente en la prensa párrafos sobre el "trabajo deplorable de los transportes marítimos", la calidad "inverosímilmente baja de las reparaciones en la flota", etc.
En las ramas de la industria ligera, la situación es todavía menos favorable que en las de la pesada. Podemos formular para la industria soviética una ley bastante particular: los productos, por regla general, son tanto peores cuanto más cerca están del consumidor. En la industria textil, si creemos a Pravda, "el porcentaje de productos deficientes es deshonroso, el rendimiento flojo", y "las bajas calidades son las que prevalecen". Las quejas referentes a la mala calidad de los artículos de primera necesidad se dejan ver periódicamente en la prensa soviética: "la hojalatería es trabajada torpemente"; "los muebles son feos, mal ajustados, mal acabados"; "no es posible encontrar botones aceptables"; "los establecimientos de alimentación pública trabajan de una manera absolutamente lamentable"; etc., etc.
Caracterizar el éxito de la industrialización únicamente por los índices cuantitativos, es casi lo mismo que querer definir la anatomía de un hombre valiéndose de su estatura, sin indicar el perímetro torácico. Una estimación más justa de la dinámica de la economía soviética exige que, además del correctivo de calidad, recordemos siempre que los éxitos rápidos alcanzados en un dominio van acompañados por retrasos en los otros. La creación de vastas fábricas de automóviles se paga con la insuficiencia y el abandono de la red de carreteras. "El abandono de nuestras carreteras es extraordinario -atestigua Izvestia-, no es posible ir a más de diez kilómetros por hora en una calzada tan importante como la de Moscú a Yaroslavl". El presidente de la Comisión del Plan afirma que el país conserva aún las tradiciones de los "siglos sin carreteras".
La economía municipal se encuentra en un estado análogo. En poco tiempo se crean nuevas ciudades industriales, mientras que decenas de las antiguas caen en el abandono más completo. Las capitales y las ciudades industriales crecen y se embellecen; surgen aquí y allá teatros y clubes costosos, pero la crisis de viviendas es intolerable; es ya una costumbre que nadie se ocupe de las habitaciones. "Construimos mal y caro, el conjunto de habitaciones se deteriora, y hacemos pocas y malas reparaciones" (Izvestia).
Estas desproporciones existen en toda la economía y son, en cierto modo, inevitables, puesto que ha sido y es necesario comenzar por los sectores más importantes. Hay que tener en cuenta, además, que el estado atrasado de ciertos sectores disminuye, en mucho, la eficacia del trabajo de otros. Si nos imaginamos una economía dirigida ideal, en la que se asegure la rapidez del ritmo de ciertas ramas, sino los mayores resultados para el conjunto de la economía, el coeficiente estadístico de crecimiento será menor durante el primer periodo, pero la economía toda, y el consumidor, ganarán con ello. En lo sucesivo, la dinámica general de la economía ganará también.
En la estadística oficial, la producción y la reparación de automóviles se suma para formar un total de producción industrial; desde el punto de vista de la eficacia económica, más valdría proceder por sustracción que por adición. Esta observación se refiere también a otras industrias. Por esto, todas las evaluaciones globales en rubios no tienen más que un valor relativo; no se sabe qué es el rubio y no siempre se sabe si se oculta detrás de él la fabricación o la reparación de una máquina. Si la producción global de la industria pesada, evaluada en rubios "estables" se ha sextuplicado con relación a lo que era antes de la guerra; la extracción de petróleo y de hulla, así como la producción de las fundiciones expresada en toneladas, sólo han aumentado tres veces y media. La causa principal de esta discordancia es que la industria soviética ha creado nuevas ramas, desconocidas en tiempos de los zares. Pero hay que buscar una causa complementaria en la manipulación tendenciosa de las estadísticas. Ya sabemos que toda burocracia tiene la necesidad orgánica de maquillar la realidad.

PRODUCCIÓN 'PER CÁPITA'

El rendimiento individual medio del trabajo es aún muy bajo en la URSS. En la mejor fábrica metalúrgica, la producción de hierro colado y de acero por obrero es tres veces inferior al promedio de los Estados Unidos. La comparación de los promedios entre los dos países daría probablemente una relación de uno a cinco o más baja. En estas condiciones, la afirmación de que los altos hornos de la URSS son mejor utilizados que los de los países capitalistas está, por el momento, desprovista de sentido; ya que la técnica no tiene más objeto que economizar el trabajo del hombre. En la industria forestal y en la de la construcción, la situación de las cosas es aún más desconsoladora que en la metalúrgica. Si cada trabajador en las canteras de los Estados Unidos extrae 5.000 toneladas al año, en la Unión Soviética son 500 toneladas, o sea diez veces menos. Unas diferencias tan notables, se explican más que por la insuficiente formación profesional de los obreros, por la mala organización del trabajo. La burocracia aguijonea con toda su fuerza a los obreros, pero no sabe sacar un buen provecho de la mano de obra. La agricultura, no hay necesidad de decirlo, es la peor tratada a este respecto. Al débil rendimiento del trabajo, corresponde una débil renta nacional, y por lo tanto, un bajo nivel de vida de las masas populares.
Cuando se nos dice que la URSS tendrá en 1936 el primer lugar en la producción industrial de Europa -éxito enorme en sí mismo- no solamente se olvida la calidad y el precio de costo, sino, además, el tamaño de la población. El nivel de desarrollo general del país, y más particularmente, la condición material de las masas no pueden determinarse, ni a grandes rasgos, más que dividiendo la producción entre el número de consumidores. Tratemos de efectuar esta simple operación aritmética.
El papel de las vías férreas en la economía, en la vida cultural, en la guerra, no necesita ser demostrado. La URSS dispone de 83.000 kilómetros de vías, contra 58.000 en Alemania, 63.000 en Francia, 417.000 en los Estados Unidos. Esto significa que en Alemania hay, por cada 10.000 habitantes, 8,5 kilómetros de vías; en Francia, 15,2 kilómetros; en los Estados Unidos, 33,1 kilómetros; en la URSS, 5 kilómetros. En cuanto a las vías férreas, la URSS sigue ocupando uno de los últimos lugares en el mundo civilizado. La trota mercante, que se ha triplicado durante los cinco últimos años, está actualmente casi a la misma altura que las de España y Dinamarca. Añadamos a esto la falta de carreteras. En 1935 la URSS produjo 0,6 automóviles por cada 1.000 habitantes; en 1934, Gran Bretaña produjo cerca de 8 por el mismo número de habitantes; Francia, 4,5; los Estados Unidos, 23 (por 36,5 en 1928).
Y la URSS tampoco supera, a pesar del estado extremadamente atrasado de los ferrocarriles y de sus transportes fluviales y automóviles, a Francia ni a Estados Unidos en cuanto a la proporción de caballos (1 caballo por 10-11 habitantes), siendo, además, muy inferior la calidad de sus bestias.
Los índices comparativos son desfavorables en la industria pesada, a pesar de que es la que ha alcanzado los éxitos más notables. La extracción de hulla fue, en 1935, de cerca de 0,7 toneladas por habitante; en Gran Bretaña se ha elevado a casi cinco toneladas; en los Estados Unidos, a cerca de 3 toneladas (contra 5,4 en 1913); en Alemania a cerca de 2. Acero: URSS cerca de 67 por habitante; Estados Unidos, cerca de 250. Las proporciones son análogas en fundición y en aceros laminados. Energía eléctrica, 153 kilovatios/hora por cabeza en la URSS, en 1935; en Gran Bretaña, 443 (1934); en Francia, 363; en Alemania, 472.
Por regla general, los mismos índices son más bajos aún en la industria ligera. En 1935 se fabricaron menos de cincuenta centímetros de tejidos de lana por cabeza; ocho o diez veces menos que en los Estados Unidos o en Gran Bretaña. El paño sólo es accesible a los ciudadanos soviéticos privilegiados. Las masas tienen que contentarse con indianas fabricadas a razón de 16 metros por cabeza y empleadas, como en el antiguo régimen, hasta en invierno. La zapatería proporciona actualmente 0,5 pares de calzado por año y por habitante -en Alemania, más de un par; en Francia, 1,5 pares; en los Estados Unidos, cerca de 3 pares; y no tenemos en cuenta el índice de calidad, lo que agravaría la diferencia. Se puede admitir con toda seguridad, que el porcentaje de las personas que poseen varios pares de zapatos, es sensiblemente más elevado en los países capitalistas que en la URSS; por desgracia, la URSS ocupa aún uno de los primeros lugares en cuanto al porcentaje de los descalzos.
Las proporciones son las mismas y parcialmente más desventajosas en lo que se refiere a los productos alimenticios, a pesar de éxitos innegables obtenidos en los últimos años: las conservas, la elaboración de embutidos, el queso, por no hablar de pasteles y de dulces son, por el momento, inaccesibles a la gran mayoría de la población. La situación es igualmente mala en cuanto a los productos lácteos. En Francia y en los Estados Unidos hay, poco más o menos, una vaca por cada cinco habitantes; en Alemania, por cada seis; en la URSS por cada ocho; y dos vacas soviéticas cuentan por una, desde el punto de vista de la producción de leche. Sólo en lo que se refiere a la producción de cereales, centeno sobre todo, y también patatas, la URSS, si se toma en cuenta el rendimiento por cabeza, sobrepasa sensiblemente a la mayor parte de los países de Europa y a los Estados Unidos. ¡Pero el pan de centeno y la patata, considerados como los principales alimentos de la población, constituye el índice clásico de la indigencia!
El consumo de papel es uno de los índices culturales más importantes. En 1935 se fabricaron en la URSS menos de cuatro kilos de papel por habitante; en los Estados Unidos más de 34 kilos (contra 48 kilos en 1928); en Alemania, más de 47 kilos. Si en los Estados Unidos hay por cada habitante doce lápices al año, en la URSS hay cerca de cuatro, y de tan mala calidad que su trabajo útil no es superior al de uno solo, al de dos, como mucho.
Los periódicos se quejan continuamente de que la falta de cartillas escolares, de papel y de lápices paraliza el trabajo escolar. Nada tiene de asombroso que la liquidación del analfabetismo, calculado para el décimo aniversario de la Revolución de Octubre, esté aún lejos de cumplirse.
Se puede comprender este problema inspirándose en consideraciones más generales. La renta nacional por habitante es sensiblemente inferior a la de los países occidentales; y como las inversiones en la producción absorben casi el 25-30%, es decir, una fracción incomparablemente mayor que en ninguna otra parte, el fondo de consumo de las masas populares tiene que ser muy inferior en relación con el de los países capitalistas avanzados.
Es cierto que no hay en la URSS clases poseedoras cuya prodigalidad tenga que ser compensada por el subconsumo de las masas populares. El peso de esta observación es, sin embargo, mucho menor de lo que parece a primera vista. La tara esencial del sistema capitalista no consiste en la prodigalidad de las clases poseedoras, por repugnante que sea en sí misma, sino en que, para garantizar su derecho al despilfarro, la burguesía mantiene la propiedad privada de los medios de producción y condena, así, a la economía, a la anarquía y a la disgregación. La burguesía detenta evidentemente el monopolio del consumo de los artículos de lujo. Pero las masas trabajadoras la superan ampliamente en el consumo de artículos de primera necesidad. También veremos más adelante que si no hay clases en la URSS, en el sentido propio de la palabra, hay una capa dirigente privilegiadísima que se apropia de la parte del león en el consumo. Y si la URSS produce menos artículos de primera necesidad por habitante que los países capitalistas avanzados, esto significa que la condición material de las masas está a un nivel todavía inferior que en los países capitalistas.
La responsabilidad de esta situación incumbe naturalmente al pasado sombrío de la URSS, a todo lo que nos legó de miseria y de ignorancia. No había otra salida hacia el progreso que la subversión del capitalismo. Basta para convencerse de ello, lanzar una mirada a los países bálticos y a Polonia, que fueron antiguamente las partes más desarrolladas del imperio y que no salen del marasmo. El mérito imperecedero del régimen de los soviets está en la lucha tan ruda, y generalmente eficaz, contra una barbarie secular. Pero la justa apreciación de los resultados es la primera condición de todo progreso futuro.
El régimen soviético atraviesa actualmente una fase preparatoria en la que importa, asimila, se apodera de las conquistas técnicas y culturales de Occidente. Los coeficientes relativos de la producción y del consumo atestiguan que esta fase preparatoria está lejos de estar finalizada. Aun admitiendo la hipótesis poco probable de un marasmo completo del capitalismo, esta fase durará aun todo un periodo histórico. Tal es la primera conclusión de extremada importancia a la que llegamos y sobre la que insistiremos en el curso de este estudio.

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