La insignificancia de la burguesía rusa hizo que los objetivos
democráticos de la Rusia atrasada -tales como la liquidación
de la monarquía y de la opresión semifeudal de los campesinos,
en cierto modo de la servidumbre- sólo pudieran alcanzarse por medio
de la dictadura del proletariado. Pero una vez que hubo conquistado el
poder, a la cabeza de las masas campesinas, el proletariado no pudo limitarse
a las realizaciones democráticas. La revolución burguesa
se confundió inmediatamente con la primera fase de la revolución
socialista; y esto no se debió a razones fortuitas. La historia
de las últimas décadas atestigua, con una fuerza particular,
que, en las condiciones de la decadencia del capitalismo, los países
atrasados no pueden alcanzar el nivel de las viejas metrópolis del
capital. Colocados en un callejón sin salida, las naciones más
civilizadas cortan el camino a aquellas en proceso de civilización.
Rusia entró en el camino de la revolución proletaria, no
porque su economía fuera la más madura para la transformación
socialista, sino porque esta economía ya no podía desarrollarse
sobre bases capitalistas. La socialización de los medios de producción
había llegado a ser la primera condición necesaria para sacar
al país de la barbarie: tal es la ley del desarrollo combinado de
los países atrasados. Llegado a la revolución como "el eslabón
más débil de la cadena capitalista" (Lenin), el antiguo imperio
de los zares tiene aún hoy, diecinueve años después,
que "alcanzar y sobrepasar" -lo que quiere decir, alcanzar antes que cualquier
otra cosa- a Europa y América; en otras palabras, tiene que resolver
los problemas de la producción y de la técnica que el capitalismo
avanzado ha resuelto desde hace largo tiempo.
¿Podía ser de otra manera? La subversión de las
viejas clases dominantes, lejos de resolver este problema no hizo más
que plantearlo: elevarse de la barbarie a la cultura. Concentrando al mismo
tiempo la propiedad y los medios de producción en manos del Estado,
la Revolución permitió aplicar nuevos métodos económicos
de una enorme eficacia. Solamente gracias a la dirección fundada
sobre un plan único se pudo reconstruir en poco tiempo lo que había
destruido la guerra imperialista y la guerra civil, y crear nuevas empresas
grandiosas, nuevas industrias, ramas enteras de industria.
La extremada lentitud de la revolución mundial, con la que contaban
a corto plazo los jefes del partido bolchevique, no sólo suscitó
enormes dificultades en la URSS, sino que puso de relieve sus recursos
interiores y sus posibilidades excepcionalmente amplias. No es posible,
sin embargo, hacer la justa apreciación de los resultados obtenidos
-de su magnitud, así como de su insuficiencia- más que a
escala internacional. El método que emplearemos es el de la interpretación
histórica y sociológica y no el de la acumulación
de las ilustraciones estadísticas. No obstante, tomaremos como punto
de partida algunas de las cifras más importantes.
La amplitud de la industrialización de la URSS, en medio del
estancamiento y de la decadencia de casi todo el universo capitalista,
se desprende de los índices globales que presento a continuación.
La producción industrial de Alemania sólo recupera su nivel
gracias a la fiebre de los armamentos. En el mismo lapso, la producción
de Gran Bretaña sólo aumentó, ayudada del proteccionismo,
del 3 al 4%. La producción industrial de los Estados Unidos bajó
cerca de un 25%; la de Francia, más del 30%. Japón, en su
frenesí de armamentos y de bandidaje, se coloca, por su éxito,
en el primer rango de los países capitalistas: su producción
aumentó cerca de un 40%. Pero este índice excepcional palidece
también ante la dinámica del desarrollo de la URSS, cuya
producción industrial aumentó, en el mismo lapso, 3,5 veces,
lo que significa un aumento del 250%. En los diez últimos años
(1925-1935), la industria pesada soviética ha aumentado su producción
por más de diez. En el primer año del plan quinquenal, las
inversiones de capitales se elevaron a 5.400 millones de rublos; en 1936,
deben ser de 32.000 millones.
Si, dada la inestabilidad del rublo como unidad de medida, abandonamos
las estimaciones financieras, otras, más indiscutibles, se nos imponen.
En diciembre de 1913, la cuenca del Donetz produjo 2.275 toneladas de hulla;
en diciembre de 1935, 7.125 toneladas. Durante los tres últimos
años, la producción metalúrgica aumentó dos
veces, la del acero y de los aceros laminados, cerca de 2,5 veces. En comparación
con la preguerra, la extracción de naftas, de hulla y de mineral
de hierro aumentó 3 ó 3,5 veces. En 1920, cuando se decretó
el primer plan de electrificación, el país tenía estaciones
locales de una potencia total de 253.000 kilovatios. En 1935 ya había
95 estaciones locales con una potencia total de 4.345.000 kilovatios. En
1925, la URSS tenía el undécimo lugar en el mundo desde el
punto de vista de la producción de energía eléctrica;
en 1935, sólo era inferior a Alemania y a los Estados Unidos. En
la extracción de hulla, la URSS pasó del décimo lugar
al cuarto. En cuanto a la producción de acero, pasó del sexto
al tercero. En la producción de tractores ocupa el primer lugar
del mundo. Lo mismo sucede con la producción de azúcar.
Los inmensos resultados obtenidos por la industria, el comienzo prometedor
de un florecimiento de la agricultura, el crecimiento extraordinario de
las viejas ciudades industriales, la creación de otras nuevas, el
rápido aumento del número de obreros, la elevación
del nivel cultural y de las necesidades, son los resultados indiscutibles
de la Revolución de Octubre en la que los profetas del viejo mundo
creyeron ver la tumba de la civilización. Ya no hay necesidad de
discutir con los señores economistas burgueses: el socialismo ha
demostrado su derecho a la victoria, no en las páginas de El Capital,
sino en una arena económica que constituye la sexta parte de la
superficie del globo; no en el lenguaje de la dialéctica, sino en
el del hierro, el cemento y la electricidad. Aun en el caso de que la URSS,
por culpa de sus dirigentes, sucumbiera a los golpes del exterior -cosa
que esperamos firmemente no ver- quedaría, como prenda del porvenir,
el hecho indestructible de que la revolución proletaria fue lo único
que permitió a un país atrasado obtener en menos de veinte
años resultados sin precedentes en la historia.
Así se cierra, en el movimiento obrero, el debate con los reformistas.
¿Se puede comparar, por un instante, su agitación de ratones
con la obra titánica de un pueblo que surgió a la nueva vida
por la Revolución? Si en 1918 la socialdemocracia alemana hubiera
aprovechado el poder que los obreros le imponían para efectuar la
revolución social y no para salvar al capitalismo, no es difícil
concebir, fundándose en el ejemplo ruso, qué invencible potencia
económica sería actualmente la del bloque socialista de la
Europa central y oriental y de una parte considerable de Asia. Los pueblos
del mundo tendrán que pagar con nuevas guerras y nuevas revoluciones
los crímenes históricos del reformismo.
APRECIACIONES COMPARATIVAS
DE LOS RESULTADOS
Los coeficientes dinámicos de la industria soviética no
tienen precedentes. Pero no bastarán para resolver el problema ni
hoy ni mañana. La URSS sube partiendo de un nivel espantosamente
bajo, mientras que los países capitalistas, por el contrario, descienden
desde un nivel muy elevado. La relación de fuerzas actuales no está
determinada por la dinámica del crecimiento, sino por la oposición
de la potencia total de los dos adversarios, tal como se expresa con las
reservas materiales, la técnica, la cultura, y ante todo con el
rendimiento del trabajo humano. Tan pronto como abordamos el problema desde
este ángulo estático, la situación cambia con gran
desventaja para la URSS.
El problema planteado por Lenin, "¿quién triunfará?",
es el de la relación de las fuerzas entre la URSS y el proletariado
revolucionario del mundo, por una parte, y las fuerzas interiores hostiles
y el capitalismo mundial por la otra. Los éxitos económicos
de la URSS le permiten afirmarse, progresar, armarse y, si esto es necesario,
batirse en retirada, esperar y resistir. Pero en sí misma, la pregunta
¿quién triunfará?, no solamente en el sentido militar
de la palabra, sino ante todo, en el sentido económico, se le plantea
a la URSS a escala mundial. La intervención armada es peligrosa.
La introducción de mercancías a bajo precio, viniendo tras
los ejércitos capitalistas, sería infinitamente más
peligrosa. La victoria del proletariado en un país de occidente
conduciría, claro está, a un cambio radical de la relación
de las fuerzas. Pero en tanto que la URSS permanece aislada; peor aún,
en tanto que el proletariado europeo va de derrota en derrota y retrocede,
la fuerza del régimen soviético se mide, en definitiva, por
el rendimiento del trabajo que, en la producción de mercancías,
se expresa por el precio de costo y el de venta. La diferencia entre los
precios interiores y los del mercado mundial constituye uno de los índices
más importantes de la relación de fuerzas. Ahora bien, le
está prohibido a la estadística soviética tocar, ni
siquiera levemente, este problema. Esto se debe a que, a pesar de su marasmo
y su postración, el capitalismo posee aún una enorme superioridad
en la técnica, en la organización y en la cultura del trabajo.
Se conoce de sobra el estado tradicionalmente atrasado de la agricultura
soviética.. En ninguna de sus ramas se han alcanzado éxitos
que puedan compararse, ni lejanamente, a los obtenidos en la industria.
"Estamos aún muy atrás -se quejaba Mólotov a finales
de 1935- de los países capitalistas, en cuanto al rendimiento de
nuestros cultivos de remolacha". En 1934 se obtuvieron en la URSS 82 quintales
por hectárea del producto antes citado; en 1935, Ucrania, en una
cosecha excepcional, obtuvo 131 quintales. En Checoslovaquia y en Alemania,
la hectárea produce cerca de 250 quintales; en Francia, más
de 300. Los lamentos de Mólotov pueden extenderse, sin exageración,
a todas las ramas de la agricultura, así se trate de cultivos técnicos
o de cereales, y con mayor razón aún, a la cría de
diversos animales. Cultivos alternados bien planificados, selección
de simientes, empleo de abonos, tractores, un utillaje agrícola
perfeccionado, la cría de ganado de raza, son cosas que preparan,
en verdad, una inmensa revolución en la agricultura. Pero justamente
en este dominio, que es uno de los más conservadores, es donde la
Revolución necesita más tiempo. Por el momento, el objetivo
es, a pesar de la colectivización, aproximarse a los modelos superiores
del Occidente capitalista -con sus pequeñas granjas individuales-.
La lucha para aumentar el rendimiento del trabajo en la industria se
lleva a cabo por dos medios: la asimilación de la técnica
avanzada y la mejor utilización de la mano de obra. La posibilidad
de construir en pocos años vastas fábricas del tipo más
moderno estaba asegurada, por tina parte, por la alta técnica del
Occidente capitalista; por otra, por el régimen del plan. En este
dominio asistimos a la asimilación de las conquistas ajenas. El
hecho de que la industria soviética, y aun el equipo del Ejército
Rojo, hayan mejorado con un ritmo acelerado, implica enormes ventajas potenciales.
La economía no se ve obligada a arrastrar tras ella un utillaje
anticuado, como en el caso de Francia o Inglaterra; el ejército
no está obligado a usar los viejos armamentos. Pero este crecimiento
febril tiene aspectos negativos: los diversos elementos de la economía
no se armonizan; los hombres están más atrasados que la técnica,
la dirección no está a la altura de su tarea. Todo esto se
expresa actualmente por los precios de costo elevadísimos en una
producción de baja calidad.
"Nuestros pozos -escribe el dirigente de la industria del petróleo-
disponen de la misma maquinaria que los pozos americanos, pero la organización
de la perforación es atrasada, los cuadros están insuficientemente
cualificados". "El gran número de accidentes se explica por la negligencia,
la incapacidad y la insuficiencia de la vigilancia técnica". Mólotov
se queja de que: "Estamos muy retrasados en la organización de los
talleres de construcción. En ellos domina frecuentemente la rutina,
y las herramientas y las máquinas se tratan de una manera escandalosa".
Encontramos estas confesiones en toda la prensa soviética. La técnica
moderna está muy lejos de dar a la URSS los mismos resultados que
en su patria capitalista.
Los éxitos globales de la industria pesada constituyen una conquista
gigantesca. Sólo sobre estos cimientos se puede construir. Sin embargo,
una economía moderna da pruebas de su eficacia en la construcción
de detalles más finos que requiere una cultura técnica y
general. A este respecto la URSS está, aún, muy atrás.
Los resultados más serios, no solamente cuantitativos, sino
cualitativos, se han obtenido con toda seguridad en la industria militar;
el ejército y la flota son la clientela de mayor influencia y la
más exigente. Sin embargo, los dirigentes del Departamento de Guerra,
incluido Vorochilov, no cesan de lamentarse en sus discursos públicos
de "que no siempre estamos plenamente satisfechos de la calidad de la producción
que dais al Ejército Rojo". Se adivina sin gran trabajo la inquietud
que ocultan estas prudentes palabras.
La construcción de máquinas -nos dice el jefe de la industria
pesada en un informe oficial- "tiene que ser de buena calidad, lo que desgraciadamente
no sucede...". Y más adelante: "La máquina es cara en la
URSS". Como de costumbre, el informante se abstiene de proporcionar datos
comparativos precisos con relación a la producción mundial.
El tractor es el orgullo de la industria soviética. Pero el
coeficiente de utilización efectiva de éstos es muy bajo.
Durante el último ejercicio económico, el 81% de los tractores
tuvo que someterse a reparaciones importantes y muchas de estas máquinas
se inutilizaron durante las labores del campo. Según ciertos cálculos,
las Estaciones de Máquinas y de Tractores sólo cubrieron
sus gastos con cosechas de 20 a 22 quintales de grano por hectárea.
Ahora que el rendimiento medio por hectárea no alcanza la mitad
de esa cifra, el Estado se ve obligado a cubrir los déficit que
se elevan a miles de millones.
La situación de los transportes automóviles es aún
peor. Un camión recorre en América 60.000, 80.000 y hasta
100.000 kilómetros por año; en la URSS no recorre más
que 20.000, es decir, tres o cuatro veces menos. De cada cien camiones,
cincuenta y cinco se encuentran en las carreteras; los restantes están
en reparación o en espera de reparaciones. El costo de las reparaciones
sobrepasa dos veces el costo total de la producción de nuevos camiones.
No tiene, pues, nada de asombroso que, según la opinión de
la Comisión Gubernamental de Control, "el transporte automóvil,
por el precio de costo de su producción, sea una carga excepcionalmente
pesada".
El aumento de la capacidad de transporte de las vías férreas
va acompañado, según el presidente del Consejo de Comisarlos
del Pueblo, "de gran número de accidentes y de descarrilamientos".
La causa esencial no varía; es la mediocre cultura del trabajo heredada
del pasado. La lucha por el conveniente mantenimiento de las vías
férreas se transforma en una especie de empresa heroica, que hace
que los guarda-agujas recompensados lean sus informes en el Kremlin ante
los más altos representantes del poder. A pesar del adelanto de
los últimos años, el transporte marítimo está
muy por debajo de los ferrocarriles. Se encuentran periódicamente
en la prensa párrafos sobre el "trabajo deplorable de los transportes
marítimos", la calidad "inverosímilmente baja de las reparaciones
en la flota", etc.
En las ramas de la industria ligera, la situación es todavía
menos favorable que en las de la pesada. Podemos formular para la industria
soviética una ley bastante particular: los productos, por regla
general, son tanto peores cuanto más cerca están del consumidor.
En la industria textil, si creemos a Pravda, "el porcentaje de productos
deficientes es deshonroso, el rendimiento flojo", y "las bajas calidades
son las que prevalecen". Las quejas referentes a la mala calidad de los
artículos de primera necesidad se dejan ver periódicamente
en la prensa soviética: "la hojalatería es trabajada torpemente";
"los muebles son feos, mal ajustados, mal acabados"; "no es posible encontrar
botones aceptables"; "los establecimientos de alimentación pública
trabajan de una manera absolutamente lamentable"; etc., etc.
Caracterizar el éxito de la industrialización únicamente
por los índices cuantitativos, es casi lo mismo que querer definir
la anatomía de un hombre valiéndose de su estatura, sin indicar
el perímetro torácico. Una estimación más justa
de la dinámica de la economía soviética exige que,
además del correctivo de calidad, recordemos siempre que los éxitos
rápidos alcanzados en un dominio van acompañados por retrasos
en los otros. La creación de vastas fábricas de automóviles
se paga con la insuficiencia y el abandono de la red de carreteras. "El
abandono de nuestras carreteras es extraordinario -atestigua Izvestia-,
no es posible ir a más de diez kilómetros por hora en una
calzada tan importante como la de Moscú a Yaroslavl". El presidente
de la Comisión del Plan afirma que el país conserva aún
las tradiciones de los "siglos sin carreteras".
La economía municipal se encuentra en un estado análogo.
En poco tiempo se crean nuevas ciudades industriales, mientras que decenas
de las antiguas caen en el abandono más completo. Las capitales
y las ciudades industriales crecen y se embellecen; surgen aquí
y allá teatros y clubes costosos, pero la crisis de viviendas es
intolerable; es ya una costumbre que nadie se ocupe de las habitaciones.
"Construimos mal y caro, el conjunto de habitaciones se deteriora, y hacemos
pocas y malas reparaciones" (Izvestia).
Estas desproporciones existen en toda la economía y son, en
cierto modo, inevitables, puesto que ha sido y es necesario comenzar por
los sectores más importantes. Hay que tener en cuenta, además,
que el estado atrasado de ciertos sectores disminuye, en mucho, la eficacia
del trabajo de otros. Si nos imaginamos una economía dirigida ideal,
en la que se asegure la rapidez del ritmo de ciertas ramas, sino los mayores
resultados para el conjunto de la economía, el coeficiente estadístico
de crecimiento será menor durante el primer periodo, pero la economía
toda, y el consumidor, ganarán con ello. En lo sucesivo, la dinámica
general de la economía ganará también.
En la estadística oficial, la producción y la reparación
de automóviles se suma para formar un total de producción
industrial; desde el punto de vista de la eficacia económica, más
valdría proceder por sustracción que por adición.
Esta observación se refiere también a otras industrias. Por
esto, todas las evaluaciones globales en rubios no tienen más que
un valor relativo; no se sabe qué es el rubio y no siempre se sabe
si se oculta detrás de él la fabricación o la reparación
de una máquina. Si la producción global de la industria pesada,
evaluada en rubios "estables" se ha sextuplicado con relación a
lo que era antes de la guerra; la extracción de petróleo
y de hulla, así como la producción de las fundiciones expresada
en toneladas, sólo han aumentado tres veces y media. La causa principal
de esta discordancia es que la industria soviética ha creado nuevas
ramas, desconocidas en tiempos de los zares. Pero hay que buscar una causa
complementaria en la manipulación tendenciosa de las estadísticas.
Ya sabemos que toda burocracia tiene la necesidad orgánica de maquillar
la realidad.
PRODUCCIÓN 'PER
CÁPITA'
El rendimiento individual medio del trabajo es aún muy bajo en
la URSS. En la mejor fábrica metalúrgica, la producción
de hierro colado y de acero por obrero es tres veces inferior al promedio
de los Estados Unidos. La comparación de los promedios entre los
dos países daría probablemente una relación de uno
a cinco o más baja. En estas condiciones, la afirmación de
que los altos hornos de la URSS son mejor utilizados que los de los países
capitalistas está, por el momento, desprovista de sentido; ya que
la técnica no tiene más objeto que economizar el trabajo
del hombre. En la industria forestal y en la de la construcción,
la situación de las cosas es aún más desconsoladora
que en la metalúrgica. Si cada trabajador en las canteras de los
Estados Unidos extrae 5.000 toneladas al año, en la Unión
Soviética son 500 toneladas, o sea diez veces menos. Unas diferencias
tan notables, se explican más que por la insuficiente formación
profesional de los obreros, por la mala organización del trabajo.
La burocracia aguijonea con toda su fuerza a los obreros, pero no sabe
sacar un buen provecho de la mano de obra. La agricultura, no hay necesidad
de decirlo, es la peor tratada a este respecto. Al débil rendimiento
del trabajo, corresponde una débil renta nacional, y por lo tanto,
un bajo nivel de vida de las masas populares.
Cuando se nos dice que la URSS tendrá en 1936 el primer lugar
en la producción industrial de Europa -éxito enorme en sí
mismo- no solamente se olvida la calidad y el precio de costo, sino, además,
el tamaño de la población. El nivel de desarrollo general
del país, y más particularmente, la condición material
de las masas no pueden determinarse, ni a grandes rasgos, más que
dividiendo la producción entre el número de consumidores.
Tratemos de efectuar esta simple operación aritmética.
El papel de las vías férreas en la economía, en
la vida cultural, en la guerra, no necesita ser demostrado. La URSS dispone
de 83.000 kilómetros de vías, contra 58.000 en Alemania,
63.000 en Francia, 417.000 en los Estados Unidos. Esto significa que en
Alemania hay, por cada 10.000 habitantes, 8,5 kilómetros de vías;
en Francia, 15,2 kilómetros; en los Estados Unidos, 33,1 kilómetros;
en la URSS, 5 kilómetros. En cuanto a las vías férreas,
la URSS sigue ocupando uno de los últimos lugares en el mundo civilizado.
La trota mercante, que se ha triplicado durante los cinco últimos
años, está actualmente casi a la misma altura que las de
España y Dinamarca. Añadamos a esto la falta de carreteras.
En 1935 la URSS produjo 0,6 automóviles por cada 1.000 habitantes;
en 1934, Gran Bretaña produjo cerca de 8 por el mismo número
de habitantes; Francia, 4,5; los Estados Unidos, 23 (por 36,5 en 1928).
Y la URSS tampoco supera, a pesar del estado extremadamente atrasado
de los ferrocarriles y de sus transportes fluviales y automóviles,
a Francia ni a Estados Unidos en cuanto a la proporción de caballos
(1 caballo por 10-11 habitantes), siendo, además, muy inferior la
calidad de sus bestias.
Los índices comparativos son desfavorables en la industria pesada,
a pesar de que es la que ha alcanzado los éxitos más notables.
La extracción de hulla fue, en 1935, de cerca de 0,7 toneladas por
habitante; en Gran Bretaña se ha elevado a casi cinco toneladas;
en los Estados Unidos, a cerca de 3 toneladas (contra 5,4 en 1913); en
Alemania a cerca de 2. Acero: URSS cerca de 67 por habitante; Estados Unidos,
cerca de 250. Las proporciones son análogas en fundición
y en aceros laminados. Energía eléctrica, 153 kilovatios/hora
por cabeza en la URSS, en 1935; en Gran Bretaña, 443 (1934); en
Francia, 363; en Alemania, 472.
Por regla general, los mismos índices son más bajos aún
en la industria ligera. En 1935 se fabricaron menos de cincuenta centímetros
de tejidos de lana por cabeza; ocho o diez veces menos que en los Estados
Unidos o en Gran Bretaña. El paño sólo es accesible
a los ciudadanos soviéticos privilegiados. Las masas tienen que
contentarse con indianas fabricadas a razón de 16 metros por cabeza
y empleadas, como en el antiguo régimen, hasta en invierno. La zapatería
proporciona actualmente 0,5 pares de calzado por año y por habitante
-en Alemania, más de un par; en Francia, 1,5 pares; en los Estados
Unidos, cerca de 3 pares; y no tenemos en cuenta el índice de calidad,
lo que agravaría la diferencia. Se puede admitir con toda seguridad,
que el porcentaje de las personas que poseen varios pares de zapatos, es
sensiblemente más elevado en los países capitalistas que
en la URSS; por desgracia, la URSS ocupa aún uno de los primeros
lugares en cuanto al porcentaje de los descalzos.
Las proporciones son las mismas y parcialmente más desventajosas
en lo que se refiere a los productos alimenticios, a pesar de éxitos
innegables obtenidos en los últimos años: las conservas,
la elaboración de embutidos, el queso, por no hablar de pasteles
y de dulces son, por el momento, inaccesibles a la gran mayoría
de la población. La situación es igualmente mala en cuanto
a los productos lácteos. En Francia y en los Estados Unidos hay,
poco más o menos, una vaca por cada cinco habitantes; en Alemania,
por cada seis; en la URSS por cada ocho; y dos vacas soviéticas
cuentan por una, desde el punto de vista de la producción de leche.
Sólo en lo que se refiere a la producción de cereales, centeno
sobre todo, y también patatas, la URSS, si se toma en cuenta el
rendimiento por cabeza, sobrepasa sensiblemente a la mayor parte de los
países de Europa y a los Estados Unidos. ¡Pero el pan de centeno
y la patata, considerados como los principales alimentos de la población,
constituye el índice clásico de la indigencia!
El consumo de papel es uno de los índices culturales más
importantes. En 1935 se fabricaron en la URSS menos de cuatro kilos de
papel por habitante; en los Estados Unidos más de 34 kilos (contra
48 kilos en 1928); en Alemania, más de 47 kilos. Si en los Estados
Unidos hay por cada habitante doce lápices al año, en la
URSS hay cerca de cuatro, y de tan mala calidad que su trabajo útil
no es superior al de uno solo, al de dos, como mucho.
Los periódicos se quejan continuamente de que la falta de cartillas
escolares, de papel y de lápices paraliza el trabajo escolar. Nada
tiene de asombroso que la liquidación del analfabetismo, calculado
para el décimo aniversario de la Revolución de Octubre, esté
aún lejos de cumplirse.
Se puede comprender este problema inspirándose en consideraciones
más generales. La renta nacional por habitante es sensiblemente
inferior a la de los países occidentales; y como las inversiones
en la producción absorben casi el 25-30%, es decir, una fracción
incomparablemente mayor que en ninguna otra parte, el fondo de consumo
de las masas populares tiene que ser muy inferior en relación con
el de los países capitalistas avanzados.
Es cierto que no hay en la URSS clases poseedoras cuya prodigalidad
tenga que ser compensada por el subconsumo de las masas populares. El peso
de esta observación es, sin embargo, mucho menor de lo que parece
a primera vista. La tara esencial del sistema capitalista no consiste en
la prodigalidad de las clases poseedoras, por repugnante que sea en sí
misma, sino en que, para garantizar su derecho al despilfarro, la burguesía
mantiene la propiedad privada de los medios de producción y condena,
así, a la economía, a la anarquía y a la disgregación.
La burguesía detenta evidentemente el monopolio del consumo de los
artículos de lujo. Pero las masas trabajadoras la superan ampliamente
en el consumo de artículos de primera necesidad. También
veremos más adelante que si no hay clases en la URSS, en el sentido
propio de la palabra, hay una capa dirigente privilegiadísima que
se apropia de la parte del león en el consumo. Y si la URSS produce
menos artículos de primera necesidad por habitante que los países
capitalistas avanzados, esto significa que la condición material
de las masas está a un nivel todavía inferior que en los
países capitalistas.
La responsabilidad de esta situación incumbe naturalmente al
pasado sombrío de la URSS, a todo lo que nos legó de miseria
y de ignorancia. No había otra salida hacia el progreso que la subversión
del capitalismo. Basta para convencerse de ello, lanzar una mirada a los
países bálticos y a Polonia, que fueron antiguamente las
partes más desarrolladas del imperio y que no salen del marasmo.
El mérito imperecedero del régimen de los soviets está
en la lucha tan ruda, y generalmente eficaz, contra una barbarie secular.
Pero la justa apreciación de los resultados es la primera condición
de todo progreso futuro.
El régimen soviético atraviesa actualmente una fase preparatoria
en la que importa, asimila, se apodera de las conquistas técnicas
y culturales de Occidente. Los coeficientes relativos de la producción
y del consumo atestiguan que esta fase preparatoria está lejos de
estar finalizada. Aun admitiendo la hipótesis poco probable de un
marasmo completo del capitalismo, esta fase durará aun todo un periodo
histórico. Tal es la primera conclusión de extremada importancia
a la que llegamos y sobre la que insistiremos en el curso de este estudio.