A comienzos del mes de mayo de 1917, al llegar yo a Petrogrado, estaba
en su apogeo la campaña sobre el célebre vagón, "precintado"
en que Lenin había hecho el viaje a Rusia cruzando por Alemania.
Los flamantes ministros socialistas eran aliados de Lloyd George, quien
hizo lo posible por impedir que Lenin entrara en su país. Y estos
mismos caballeros eran los que ahora ponían el grito en el cielo
porque había hecho el viaje atravesando por Alemania. La experiencia
del mío, completaba la de Lenin como una prueba a la inversa. Mas
esto no era obstáculo para que también a mí se me
hiciese objeto de las mismas calumnias. El primero que se hizo portavoz
de ellas fué, como vimos, el embajador inglés. A poco de
llegar a Petrogrado, publiqué, en forma de carta abierta, dirigida
al Ministro de Negocios Extranjeros-que en el mes de mayo era ya Teretchenko,
sucesor de Miliukof-, el relato de mi odisea atlántica. La conclusión
lógica venía a culminar en esta pregunta
"¿Le parece a usted, señor ministro, que está
bien que Inglaterra se halle representada en nuestro país por una
persona que ha echado sobre mí la mancha de una calumnia tan descarada
y que hasta ahora no ha dado el menor paso para rehabilitarme de ella?"
No obtuve respuesta, ni la esperaba. En cambio, conseguí que
el periódico de Miliukof intercediese por el embajador de los aliados
repitiendo por su propia cuenta la acusación. En vista de esto,
decidí poner en la picota a los difamadores, aprovechan do la ocasión
de mayor relieve y solemnidad. Estaba reunido el primer congreso soviético
panruso. El día 5 de junio, con la sala de sesiones abarrotada de
gente, pedí la palabra, al final de la sesión, para un asunto
personal. He aquí cómo reseñaba al día siguiente
mis palabras finales y el efecto producido por ellas el periódico
de Gorky, hostil a los bolcheviques:
"Miliukof nos acusa de ser agentes a sueldo del Gobierno alemán.
Pues bien: desde esta tribuna de la democracia revolucionaria, me dirijo
a la Prensa honrada de Rusia (Trotsky se vuelve a la mesa de los periodistas),
con el ruego de que recojan estas palabras mías: ¡Mientras
Miliukof no retire esa acusación, sobre su frente quedará
impreso el estigma de un vil calumniador!
Las palabras de Trotsky, dichas con gran energía y dignidad,
arrancaron una ovación clamorosa en toda la sala. Todo el congreso,
sin distinción de partidos, le aplaudió ruidosamente durante
varios minutos."
No se olvide que el congreso estaba integrado en nueve décimas
partes por adversarios nuestros. Sin embargo, este éxito sólo
tuvo un carácter muy fugaz, como habían de demostrar los
sucesos que luego se desarrollaron. Era una especie de paradoja del parlamentarismo.
El Reitch ("Discurso") intentó recoger el guante al día
siguiente, anunciando que por una Liga patriótica alemana de Nueva
York me habían sido entregados diez mil dólares para combatir
al Gobierno provisional. Esto, por lo menos, ya era claro y concreto. He
aquí la verdad de lo ocurrido. Dos días antes de partir para
Europa, los obreros alemanes, ante quienes había pronunciado varias
conferencias, me organizaron, en unión de los amigos y partidarios
americanos, rusos, letones, judíos, lituanos y finlandeses, un mitin
de despedida, en el que se hizo una colecta para ayudar a la revolución
rusa. La suscripción ascendió a 310 dólares, de los
cuales entregaron 100 los obreros alemanes, por intermedio de su presidente.
Autorizado por los organizadores del acto, distribuí los 300 dólares,
que me fueron entregados al día siguiente, entre cinco emigrantes
que volvían a Rusia y que no disponían de recursos para el
viaje. Tal es la verídica historia de los "diez mil dólares".
La conté en el periódico de Gorky, el Novaia Skhins (número
de 27 de junio), poniendo fin al relato con la siguiente declaración
:
"Para poner un coeficiente corrector en las fantasías de todos
esos caballeros mentirosos, difamadores, periodistas kadetes y desventurados,
creo oportuno decir que en ningún momento de mi vida he sabido lo
que era disponer de diez mil dólares juntos, ni siquiera de la décima
parte de esa cantidad. Ya sé que esta confesión, a los ojos
de un auditorio de kadetes, irá harto más en detrimento de
mí reputación que todas las insinuaciones del señor
Miliukof. Pero ya hace mucho tiempo que me he resignado a terminar la vida
sin cosechar la menor simpatía ni el menor aplauso por parte de
la burguesía liberal."
Con esto, cesó la campaña difamadora. Con el balance
y el análisis de ella me pareció oportuno dar a las prensas
un folleto que apareció bajo el título de ¡A los calumniadores!
Una semana después, por los días de Julio, el 23, el Gobierno
provisional me encarcelaba bajo la imputación de estar a las órdenes
del Káiser y de Alemania. De instruir el sumario se encargaron varios
juristas acreditados de zarismo. Estas gentes no estaban acostumbradas
a perder mucho tiempo con hechos ni con argumentos. Además, los
tiempos que atravesábamos excusaban un poco de hacerlo. Cuando me
dieron a conocer el sumario, la indignación que me produjo la vileza
de aquel proceso resultó bastante amortiguada por la risa que me
dió la indefensa estupidez con que estaba llevado.
El día 1.º de septiembre, hice que se uniese al sumario
esta declaración mía:
"Habida cuenta de que ya el primer documento que se me ha dado a conocer
(la declaración del abanderado Jermolenko) y que hasta ahora ha
desempeñado el principal papel en la campaña desencadenada,
con ayuda de algunos funcionarios del Ministerio de Justicia, contra mi
partido, y personalmente contra mí, se ha demostrado ser, indiscutiblemente,
producto de una maniobra intencionada, que más que a esclarecer
los hechos, se encamina a oscurecerlos malignamente; habida cuenta también
de que el señor juez de Instrucción, Alexandrof, ha pasado
por alto en este documento, con deliberada intención, todas aquellas
cuestiones y circunstancias importantes, que de haberse esclarecido hubieran
tenido que poner de manifiesto, inevitablemente, las inexactitudes deslizadas
en la declaración del citado Jermolenko, a quien no conozco; considero
política y moralmente humillante para mí el intervenir activamente
en este proceso, aunque me reservo con tanta mayor energía el derecho
a poner en claro la verdad de esta acusación ante la opinión
pública del país, por todos los medios que estén a
mi alcance."
Pronto la acusación había de verse arrastrada por la
riada de los grandes acontecimientos que arrollaron, no sólo a los
jueces, sino a toda la Rusia del viejo régimen, con sus "nuevos"
héroes de la catadura de Kerensky.
No creí que tendría que volver nunca sobre este tema.
Pero ha habido un escritor que se ha atrevido, en 1928, a recoger y divulgar
la vieja calumnia. Este escritor se llama Kerensky. En 1928, es decir,
once años después de aquellos sucesos revolucionarios que
tan inesperadamente le exaltaran al Poder, para luego barrerle de un modo
muy racional, Kerensky afirma que Lenin y los bolcheviques eran agentes
a sueldo del Gobierno alemán, que estaban en relaciones con el Estado
Mayor germano y no hacían otra cosa que ejecutar sus órdenes
secretas encaminadas a la derrota del ejército y a la desmembración
del Estado ruso. Así se sostiene en muchas páginas del ridículo
libro, y principalmente en las páginas 290 a 310. Lo ocurrido en
el año 1917 debía bastar para revelarnos bien la talla moral
e intelectual de Kerensky, y, sin embargo, aún se resistía
uno a creer que, después de todo lo ocurrido, hubiese nadie capaz
de seguir trayendo y llevando esta "acusación". Sin embargo, no
hay más remedio que rendirse a la evidencia.
Dice Kerensky: "Que Lenin traicionó a Rusia en el momento culminante
de la guerra, es un hecho histórico comprobado e indiscutible."
¿Quién ha aportado estas pruebas "comprobadas", si es que
se aportaron? Kerensky empieza contando prolijamente cómo el Estado
Mayor alemán se buscaba entre los prisioneros rusos los candidatos
para el espionaje, deslizándolos luego entre las tropas enemigas.
Y nos dice que uno de estos espías reales o supuestos (pues no pocas
veces, ni ellos mismos sabían su papel) se presentó ante
el propio Kerensky a revelarle toda la técnica del espionaje alemán.
"Sin embargo-observa nuestro hombre, con un dejo de melancolía-sus
revelaciones no tenían gran valor." ¡Vaya! De modo que él
mismo nos da a entender que se trataba de un pobre aventurero, que iba
a sorprender su buena fe. ¿Pero es que este episodio tiene algo
que ver con Lenin ni con los bolcheviques? No, nada. Pues entonces, ¿para
qué lo saca aquí a relucir? Pues para hinchar el perro y
dar así más importancia a lo que viene después.
Sí, nos dice, este primer caso carecía de interés;
pero, en cambio, lo tenía, "y muy grande", una información
que obtuvimos por otro conducto. Y esta información "venía
a probar de un modo definitivo que los bolcheviques, mantenían relaciones
con el Estado Mayor alemán". Fíjese bien el lector: "volvía
a probar de un modo definitivo". Y continúa: "También podrían
descubrirse los medios y los caminos por donde se llevaban estas relaciones".
"Podrían descubrirse." Pero esto no quiere decir nada. ¿Es
que se descubrieron, en realidad? Pronto lo sabremos; un poquito de paciencia.
Once años hubieron de pasar para que estas revelaciones sensacionales
maduraran en los senos del espíritu de su creador.
"En el mes de abril, se presentó en el cuartel general, delante
del Mariscal Alexeief, un oficial ukraniano llamado Jarmolenko." Más
arriba tuvimos ya ocasión de encontrarnos con este nombre. Tenemos
delante a la figura central del retablo. No estará de más
advertir que Kerensky no sabe ser preciso ni aun en aquellos casos en que
nada sale ganando con la imprecisión. El verdadero nombre de este
pequeño rufián que saca a escena no es Jarmolenko, sino Jermolenko;
a lo menos, ese nombre se le daba en los papeles del juez nombrado par
el señor Kerensky. Seguimos. El abanderado Jarmolenko (al que Kerensky,
con una vaguedad buscada, llama "oficial") se presentó, pues, en
el cuartel general como falso agente de los alemanes, para desenmascarar
a los agentes verdaderos. Gracias a las revelaciones de este gran patriota,
al que hasta la Prensa burguesa archienemiga de los bolcheviques se veía
obligada, poco tiempo después, a presentar como un sujeto oscuro
y sospechoso, pudo demostrarse, de un modo comprobado y definitivo, que
Lenin no era una de las grandes figuras de la historia, sino un espía
a sueldo de Ludendorff. Pero, ¿de qué modo consiguió
adueñarse de este secreto él abanderado y qué pruebas
aportaba para ganar el convencimiento de Kerensky? Jarmolenko, tenía,
según sus informes, orden del Estado Mayor alemán para fomentar
en Ukrania un movimiento separatista. "Se le dieron todas (!) las informaciones
necesarias-díce Kerensky-, acerca de los caminos y los medios por
los cuales podía entrar en relaciones con las personalidades alemanas
más relevantes (!), acerca de los Bancos (!) por los que se le harían
las remesas de fondos y los nombres de los agentes más importantes,
entre los que figuraban varios separatistas ukranianos y Lenin." Todo esto
aparece literalmente en las páginas 295-296 del voluminoso libro.
Ya sabemos los métodos de que usaba con sus espías el Estado
Mayor alemán. Apenas aparecía cualquier abanderado medio
analfabeto que se prestase a servir de espía, apresurábase,
no a destinarlo a las órdenes de uno de los oficiales de la seccón
de espionaje, sino a ponerlo en relación directa "con las personalidades
alemanas más relevantes"; le informaban, sin andarse con más
rodeos, de toda la red de agentes alemanes, le señalaban los Bancos,
no uno cualquiera, sino todos a la vez, por los que el Estado Mayor giraba
sus fondos... No puede uno por menos de pensar, leyendo esto, que el Estado
Mayor alemán procedía con una ligereza inconcebible. Pero
en realidad, esta reflexión, más que al propio Estado Mayor
alemán, hay que hacerla a la imagen que de él se forman Juan
y Diego; es decir, estos dos abanderados que son el abanderado militar
Jarmolenko y el abanderado político Kerensky.
¿O es que Jarmolenko, a pesar del oscuro anónimo que
envuelve su persona y de su modesto rango jerárquico, ocupaba un
puesto importante en la red del espionaje alemán? Así nos
lo quiere hacer creer Kerensky. Lo grave es que nosotros conocemos, además
de su libro, sus fuentes de información. Y Jarmolenko, más
sincero que Kerensky, nos dice, en unas declaraciones que hizo en el tono
de un pobre aventurero tonto, cuál era su precio, y lo que vino
a percibir del Estado Mayor alemán, que fueron, en números
redondos, usos mil quinientos rublos; cantidad nada arrogante, por cierto,
si se tiene en cuenta la gran depreciación del rublo en aquellos
años y que con ella había de atenderse a todos los gastos
que ocasionase la desmembración de la Ukrania y el derrocamiento
de Kerensky. Jarmolenko confiesa abiertamente en sus declaraciones-que
se han hecho públicas-que hubo de quejarse con amargura de la tacañería
alemana, sin conseguir nada. "¿Cómo tan poco?" protestaba
el pobre abanderado. Pero las "personalidades relevantes", a quienes le
remitieron fueron inflexibles. Jarmolenko no nos dice, por desgracia, si
estas negociaciones las llevaba directamente con Ludendorff, con Hindenburg,
con el Kronprinz o con el Káiser en persona. Guarda en el mas obstinado
silencio el nombre de aquellas "personalidades relevantes" que le entregaron
los mil quinientos rublos para hacer añicos a Rusia, para los gastos
de viaje, para pitillos y para un traguito. Sin embargo, aventuramos la
hipótesis, acaso temeraria, de que aquel dinero se consumió
casi todo él en traguitos, y que el abanderado, después que
los "fondos" alemanes se hubieron volatilizado en su bolsillo, renunciando
altruistamente a dirigirse a los Bancos de Berlín cuyos nombres
le habían dado, fué a presentarse como un bravo al cuartel
general ruso para confortar allí sus sentimientos patrióticos.
¿Y quiénes eran los "varios separatistas ukranianos"
que Jarmolenko denunció a Kerensky? El libro de éste guarda
un absoluto, silencio acerca de los nombres. Sin embargo, para dar mayor
autoridad a las míseras mentiras de Jarmolenko, Kerensky añade,
por su cuenta, unas cuantas. Sabemos por sus declaraciones documentales,
que Jarmolenko sólo mencionó a un separatista: a Skoropis-Joltuchovsky.
Kerensky silencia el nombre, y hace bien, pues de mencionarlo no hubiera
tenido más remedio que reconocer la poca novedad de las revelaciones
del abanderado. El nombre de Joltuchovsky no era para nadie un secreto.
Había rodado por los periódicos docenas de veces durante
la guerra. Joltuchovsky no silenció nunca sus relaciones con el
Gobierno alemán. En el Nasche Slovo, que publicábamos en
París, hube de marcar con el hierro, ya a fines de 1914, a un pequeño
grupo de separatistas ukranianos que mantenían relaciones con las
autoridades militares alemanas. Los llamaba a todos por su nombre, y entre
ellos figuraba ése. Pero ahora, nos, enteramos de que además
de los "varios separatistas ukranianos", en Berlín le dieron a Jarmolenko
el nombre de Lenin. El que le diesen los nombres de los separatistas nada
tiene de extraño, puesto que el propio Jarmolenko iba a emprender
una propaganda de ese género. Pero ¿a qué venía
el darle el nombre de Lenin? Kerensky no dice nada acerca de esto. Y se
comprende que nada diga. En sus declaraciones embarulladas, Jarmolenko
hubo de barajar, sin sentido ni coherencia alguna, el nombre de Lenin.
El abanderado a que Kerensky iba a recoger sus inspiraciones, cuenta que
le nombraron espía alemán para fines "patrióticos",
que pidió que le aumentasen los "fondos secretos" (¡1500 rublos
de entonces!), que le fueron señaladas las obligaciones que contraía:
espiar, volar puentes, etcétera, y luego, sin que venga a cuento,
añade que le comunicaron (¿quién?), que en Rusia "no
trabajaría sólo", pues estaban "Lenin y sus partidarios,
que laboraban en la misma (!) dirección". No he hecho más
que reproducir a la letra sus declaraciones. Resulta, pues, que a un modesto
agente de espionaje encargado de volar puentes se le entrega, sin que se
vea la menor necesidad práctica de hacerlo, un secreto tan considerable
como es el de las relaciones entre Lenin y Ludendorff... Al final de sus
declaraciones, y siempre sin la menor relación con la anterior,
hablando al dictado como el más lerdo comprendería, Jarmolenko
se sale de pronto con lo que sigue: "Se me dijo (¿por quién?)
que Lenin había conferenciado varias veces en Berlín (con
representantes del Estado Mayor) y que se alojaba en casa de Skoropis-Joltuchovsky,
de lo cual me pude convencer yo mismo." Punto final. De cómo se
convenciera, no nos dice una palabra. El juez Alexandrof no sintió
la menor curiosidad de hacerle aclarar esa referencia de hecho, la única
de esta naturaleza que aparece en sus declaraciones. Ni siquiera se le
ocurrió hacerle una pregunta tan sencilla como ésta: ¿Cómo
se convenció el abanderado de que Lenin, durante la guerra, estuvo
en Berlín alojado en el domicilio de Joltuchovsky? ¿O es
que formuló esa pregunta (no pudo por menos de haberla formulado),
y como contestación sólo obtuvo un gruñido desarticulado,
en vista de lo cual le pareció que este pequeño episodio
no debía figurar en el sumario? Es muy probable que fuese así.
Pues bien: ante una maniobra tan burda, no parece que sea indiscreto preguntar:
¿quién será tan tonto que pueda dar crédito
a todo esto? Sin embargo, parece que no faltan "hombres de Estado" que
aparenten creerlo e inviten a los lectores a compartir su convicción.
"¿Es esto todo?" Sí; el abanderado militar no nos dice
más. Pero queda todavía el abanderado político, que
cree oportuno formular algunas hipótesis y conjeturas. Sigámosle.
"El Gobierno provisional-nos dice Kerensky-se vió, pues, en
la dificultosa necesidad de seguir las huellas señaladas por Jarmolenko,
hasta colgarse a los talones de los agentes que mantenían las relaciones
entre Lenin y Ludendorff, cogiéndolos, en lo posible, in fraganti
y con las mayores pruebas posibles en su cargo."
Esta ampulosa frase es una trama formada por dos hilos: cobardía
falsedad. En ella sale a plaza por vez primera el nombre de Ludendorff.
En las declaraciones de Jarmolenko no se menciona ningún nombre
alemán. En la cabeza del abanderado no había sitio para tanto.
Kerensky habla con un doble sentido intencional de los agentes intermediarios
entre Ludendorff y Lenin. Caben, en efecto, dos interpretaciones: la de
que se trata de agentes determinados y ya conocidos, a quienes se acecha
para sorprenderlos in fraganti, y la de que sólo quiere aludirse
a mediadores en abstracto. Cuando habla de "colgarse" de sus talones, sólo
quiere referirse, por el momento, a talones desconocidos, anónimos,
trascendentes. Con sus trucos de palabras, el calumniador no se da cuenta
de que pone al desnudo su propio talón de Aquiles o, mejor dicho,
aunque la expresión sea menos clásica, su pezuña.
Las diligencias se llevaban, según Kerensky, tan en secreto,
que ni siquiera tenía noticia de ellas el desdichado ministro de
Justicia, Pereversef. He aquí la auténtica discreción
de los hombres de Estado. De ella podría aprender el Estado Mayor
alemán, que no tiene inconveniente en confiar al primero que llega
los nombres de sus Bancos secretos e incluso sus relaciones con los caudillos
de un gran partido revolucionario. No, Kerensky no es tan ligero; sólo
hay tres ministros a quienes considere lo bastante dignos para no soltar
los talones de los agentes de Ludendorff.
"El asunto era extraordinariamente difícil, enojoso e intrincado",
se lamenta Kerensky. Y esta vez, sí que le creemos. Pero el éxito
coronó plenamente los patrióticos esfuerzos de aquellos hombres.
El propio Kerensky nos lo dice: "Claro está que el resultado de
la investigación fué verdaderamente anonadador para Lenin.
Sus relaciones con Alemania pudieron comprobarse de una manera inequívoca."
No lo olvide el lector: "Se comprobaron de una manera inequívoca."
¿Cómo y por quién? Al llegar a este pasaje de
su novela policíaca, Kerensky saca a escena a dos revolucionarios
polacos bastante conocidos: Ganetsky y Koslovsky y a una señora
llamada Sumenson, de la que nadie supo decirnos nada y cuya existencia
no ha habido manera de comprobar. Estos tres individuos eran, al parecer,
los agentes mediadores que servían de enlace entre el general alemán
y el revolucionario ruso. ¿A título de qué cita Kerensky
con ese cometido al polaco Koslovsky ya muerto, a Ganetsky, que goza de
excelente salud? Lo ignoramos. Jarmolenko no le dio el nombre de ninguna
de estas personas. Estos nombres emergen en las páginas del libro
de Kerensky como en los días de Julio de 1917 emergieron inesperadamente
en las columnas de los periódicos, como caídos de las nubes,
papel que, sin duda alguna, hubo de desempeñar para estos efectos
el contraespionaje zarista. He aquí lo que refiere Kerensky: "El
agente bolchevique alemán de Estocolmo, encargado de documentos
que probaban de una manera irrefutable las relaciones existentes entre
Lenin y el alto mando alemán, iba a ser detenido en la frontera
ruso-sueca. El contenido de estos documentos nos constaba con todo detalle."
Este agente era, al parecer, Ganetsky. Como vemos, los cuatro ministros,
el más inteligente de los cuales era, naturalmente, el propio presidente
del Consejo, no habían perdido el tiempo: sabían que un agente
bolchevista sacaba de Estocolmo documentos previamente conocidos de Kerensky
("cuyo contenido le constaba con todo detalle") y que probaban por manera
irrefutable, que Lenin estaba al servicio de Ludendorff. ¿Y por
qué, si tan bien los conocía, Kerensky guarda en secreto
el contenido de esos documentos? ¿Por qué, por lo menos,
no nos hace un breve resumen? ¿Por qué no nos dice, aun cuando
sólo fuese mediante una ligera alusión, por qué conducto
lo había averiguado? ¿Por qué no explica con qué
objeto llevaba aquel agente bolchevista los documentos que tan irrefutablemente
probaban que los bolcheviques eran agentes de Alemania? Kerensky no dice
una palabra de todo esto. ¿Quién será tan necio-nos
permitimos preguntar por segunda vez-que dé crédito a sus
afirmaciones?
El agente de Estocolmo-se nos dice-no fue detenido. Los notables documentos,
cuyo contenido "le constaba con todo detalle" a Kerensky en 1917, pero
que en 1928 no cree oportuno comunicar a sus lectores, no pudieron ser
confiscados. El agente de Estocolmo se puso en camino, pero no llegó
a la frontera. ¿Y todo por qué? Pues porque el ministro de
Justicia, Pereversef, que no podía aferrarse a los talones de los
perseguidos por no estar en el ajo, se fue de la lengua antes de tiempo
y descubrió a los periódicos el gran secreto del abanderado.
¡Y pensar que habían tenido la solución tan cerca,
tan al alcance de la mano!...
"Los dos meses de trabajo que el Gobierno provisional (y principalmente
Terechensko) había dedicado a descubrir los manejos bolchevistas,
no condujeron a nada." Es Kerensky quien lo dice. "No condujeron a nada."
¿Pero no se nos había dicho en la página anterior
que el resultado de aquellas investigaciones era "verdaderamente anonadador
en cuanto a Lenin", que sus relaciones con Ludendorff se habían
"comprobado de modo inequívoco"? ¿Pues cómo resulta
ahora que "aquellos dos meses de trabajo no condujeron a nada"? Dígase
si todo esto no es de una insigne mentecatez.
Pero no acaba aquí la cosa. Donde mejor resalta acaso la falsedad
y la cobardía de Kerensky, es en lo que a mí respecta. Al
final de la lista de agentes alemanes a quienes había de detener
de orden suya, Kerensky hace esta modesta observación: "Algunos
días después, fueron detenidos también Trotsky y Lunatcharsky."
Es el único momento en que me incluye a: mí en la red del
espionaje alemán. Y lo hace de un modo sórdido, sin remontarse
a cumbres de elocuencia, ni dar su "palabra de honor". ¡Ya lo creo!
Kerensky no podía eludir en modo alguno mi nombre, pues era innegable
que su gobierno me había detenido y me había hecho objeto
de la misma acusación que a Lenin. Pero es natural que no sintiese
grandes deseos ni medios de dedicar floridos párrafos a las pruebas
acumuladas contra mí, pues precisamente en punto a mí, fué
donde más claramente enseñó su gobierno aquella pezuña
de que más arriba hablábamos. La única prueba que
adujo contri mí el juez Alexandrof, era que había cruzado
por el territorio alemán en el vagón "precintado" en compañía
de Lenin. El viejo perro guardián de la justicia zarista, no tenía
ni la menor idea, de que el que había hecho el viaje por Alemania
en el vagón precintado en compañía de Lenin, no era
yo, sino Martof, el caudillo de los mencheviques. No sabía que yo
había llegado de Nueva York un mes después que Lenin, Pasando
por el campamento de prisioneros del Canadá y por la península
escandinava. Tan ridícula y mezquina era la acusación amañada
contra los bolcheviques, que aquellos caballeros falsificadores no se tomaron
ni siquiera el trabajo de ir a ver a los periódicos cuándo
y por dónde había entrado yo en Rusia. A partir de aquel
momento, ya estaba descubierto y al desnudo el juez instructor. Le lancé
a la cara aquellos sucios papeluchos, le volví la espalda y me negué
a seguir hablando con él. Sin pérdida de momento, dirigí
una protesta al Gobierno provisional. En este punto es donde mejor resalta
la conducta culpable de Kerensky y el crimen que comete con sus lectores.
Kerensky sabe perfectamente cuán vil e infundado fue el proceso
que se me formó por su judicatura. He aquí por qué
se limita a mencionarme de pasada entre los agentes del espionaje alemán,
pero sin decir ni una palabra de cómo él y sus tres ministros
se colgaban de mis talones en Alemania, mientras yo estaba tan ajeno a
aquello, recluído en el campamento de prisioneros del Canadá.
"Lenin no hubiera conseguido jamás destruir a Rusia, a no ser
apoyándose en todo aquel poderío material y técnico
de la propaganda alemana y del espionaje alemán." Kerensky se complace
pensando que el viejo régimen (incluyéndole a él)
no fué derrocado revolucionariamente por el pueblo, sino por los
manejos de los espías alemanes. ¡Triste filosofía esa
en que la vida de una gran nación no es más que un juguete
a merced del aparato de espionaje de la nación vecina! ¿Y
cómo, si al poderío militar y técnico de Alemania
le bastaron unos cuantos meses para echar por tierra la democracia de Kerensky
y aclimatar artificialmente el bolchevismo, la maquinaria material y técnica
de todos los países aliados juntos, no consiguió derrotar
en doce años de lucha ese régimen bolchevista, tan artificialmente
implantado? Pero, no nos dejemos llevar de consideraciones histórico-filosóficas
y atengámonos a los hechos. ¿En qué se tradujo la
ayuda técnica y financiera de Alemania? Kerensky no dice nada acerca
de esto.
Cierto es que se remite a las Memorias de Ludendorff, pero lo único
que de estas Memorias se desprende es que Ludendorff confiaba en que la
revolución-primero la de Febrero y luego la de Octubre-desmoralizase
los ejércitos zaristas. Mas, para descubrir estos planes de Ludendorff
no hacían falta sus Memorias; bastaba con el hecho de que los alemanes
hubieran dejado atravesar por su territorio a un puñado de revolucionarios
rusos. Para Ludendorff, esto era una pequeña aventura que le dictaba
el interés de Alemania en su situación militar difícil.
Lenin se aprovechó de los cálculos de Ludendorff para ponerlos
al servicio de los suyos propios. Ludendorff pensaba: que Lenin derroque
a los patriotas, que ya me encargaré yo luego de acabar con él.
Y Lenin: Acepto la oferta de cruzar por Alemania en el vagón con
que me brinda Ludendorff, y ya le pagaré el favor a mi manera.
Para demostrar que dos planes históricos antagónicos
se encontraban en un punto y que este punto era un vagón "precintado",
no hacía falta el talento policíaco de un Kerensky. Se trata
de un hecho histórico. Y de entonces acá, la historia ha
tenido tiempo sobrado para echar cuentas y ver cuál de los dos cálculos
acertó. El día 7 de noviembre de 1917, se apoderaban los
bolcheviques del Gobierno. Un año después, día por
día, las masas revolucionarias alemanas, poderosamente alentadas
por la revolución rusa, echaban del Poder a Ludendorff ya sus amos.
Habían de pasar otros diez años para que ese Narciso democrático
maltratado por la historia, volviese a sacar a luz una calumnia imbécil,
una calumnia que no va contra Lenin, sino contra un gran pueblo y contra
su revolución.