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Leon Trotsky
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En su estudio histórico sobre la Internacional Comunista, Frank constata que «... ni Lenin ni Trotsky ignoraban que en el partido soviético existía una situación poco sana, pero ambos pensaban que se trataba de dificultades superables en el marco de la vida del partido. No pensaban que el principal peligro en la IC surgiría, precisamente, del partido más fuerte, más aguerrido, el que había sido el primero en derrocar el poder capitalista en una sexta parte del globo terráqueo. Lo que pasó a continuación en el seno del partido soviético estará en el origen de lo que ocurrió en la IC, en combinación con un nuevo capítulo de la lucha revolucionaria en Alemania.» Y es que los meses posteriores a la celebración del cuarto congreso estuvieron nucleados por dos problemas que parecían resumir la alternativa ante la que se encontraba la Internacional Comunista: la prolongación y derrota de la revolución alemana (en el pensamiento de los internacionalistas, en aquellos momentos clave de arco de la revolución mundial que pudiese asegurar la victoria de la revolución proletaria de 1917) y la burocratización ya avanzada que corroía al partido ruso, alma y fundamento de la Internacional Comunista. La muerte de Lenin dejaría, por decirlo así, manco de un brazo al bloque constituido por él y Trotsky para luchar contra la degeneración del partido bolchevique y el primer estado obrero, degeneración que ellos concebían en aquel momento como fruto del centrismo. De ahí que Trotsky, en un informe sobre el Cuarto Congreso Mundial, reproducido en esta obra más abajo, dijese: «Después del Cuarto Congreso, la Internacional Comunista se enfrenta a dos tareas íntimamente relacionadas entre sí. La primera tarea es continuar la lucha contra las tendencias centristas que expresan los repetidos y persistentes intentos de la burguesía por medio de su izquierda de utilizar el carácter prolongado del desarrollo revolucionario hundiendo sus propias raíces dentro de la Internacional Comunista. La lucha contra el centrismo dentro de la Internacional Comunista y la purga ulterior de este partido mundial, ésta es la primera tarea. La segunda es la lucha por la influencia sobre la abrumadora mayoría de la clase obrera.»
En cuanto a los materiales de Trotsky reunidos en este último capítulo se puede decir de forma general que están centrados en el trabajo didáctico de realizar en el seno de los partidos más importantes de la internacional la labor pedagógica necesaria acorde con las tareas que era necesario que realizasen los internacionalistas en 1922: «Nosotros [los rusos] estudiamos en sentido general [en sentido de política y cultura general ante el atraso cultura ruso]. Pero ellos [los extranjeros] deben estudiar en sentido particular, para que comprendan realmente la organización, estructura, método y contenido de la labor revolucionaria.»[126] El capítulo se abre con un texto de balance del período que sirvió de introducción a una recopilación sobre Francia y se cierra con el alzamiento de acta de la derrota alemana y el análisis de las responsabilidades al respecto del partido alemán. Ni un ápice de ilusiones vanas ni tampoco de decepción estéril, sino todo lo contrario: Trotsky nunca pierde de vista el papel histórico del proletariado y el objetivo, posible y necesario, que dicho papel le fija. Entre estos textos que abren y cierran el capítulo, los dedicados a los estados unidos europeos, a la juventud rusa, a la relación entre guerra y revolución y a la necesidad de la organización de la insurrección en el dedicado a la posibilidad de fijar un horario a la revolución, son de nuevo una demostración de la aplicación del método marxista. Así, esta obra, que finaliza en este capítulo, adquiere su importancia en el acontecer vital de la vida de Trotsky, del movimiento obrero y del partido mundial de la revolución, sirviendo de hilo transmisor de los avances del pasado, conductor de las luchas del presente y base del futuro. Con esa intención ha trabajado la editorial y con ella confía que trabaje el lector, recordando las palabras de Lenin sobre la necesidad de estudiar en el sentido particular el momento del desarrollo de la lucha de clases en el siglo XXI. Para ello le aportamos al lector esta obra, para que tenga herramientas capaces de guiarle y ayudarle en ese necesario estudio particular, usando para hacerlo a los clásicos del marxismo. Y Trotsky es una elección muy adecuada.
Me alegro de la ocasión que me brinda el artículo del camarada Friedlander para levantarme una vez más contra la concepción mecánica, fatalista, antimarxista, de la marcha de la revolución, que sigue anclada en las cabezas de algunos camaradas (a pesar de la obra del Tercer Congreso, beneficiosa en el más alto grado), camaradas que se consideran, aparentemente, como «de izquierdas».
Hemos escuchado decir en el Tercer Congreso que la crisis económica durará y no dejará de agravarse hasta la toma del poder por el proletariado. Sobre esta concepción mecánica se apoyaba el optimismo revolucionario de algunos camaradas «de izquierdas». Cuando explicamos que son inevitables oscilaciones accidentales de la economía mundial y que hay que preverlas y tenerlas en cuenta en nuestra táctica, a esos camaradas les parecía que comenzábamos casi la revisión de todo el programa y de toda la táctica de la Internacional. En realidad, no hacíamos más que «revisar» algunos prejuicios de izquierda.
Sin embargo, en el artículo del camarada Friedlander, en el discurso del camarada holandés Ravensteyn, y en algunas otras declaraciones y discursos, encontramos ahora esta misma concepción mecánica antimarxista transferida del dominio económico al de la política: el capital, se nos dice, ataca política y económicamente, su ofensiva se refuerza, el levantamiento del proletariado será, en un determinado momento, la respuesta a la ofensiva, que crece sin cesar, del capital; ¿dónde habrá lugar para un nuevo período, incluso corto, de reformismo pacifista?
Para arrojar luz desde el principio sobre todo aquello de mecánico que hay en la concepción de Friedlander, tomemos el ejemplo de Italia, donde la contrarrevolución está en su apogeo. ¿Cuál es el diagnóstico político que se puede hacer sobre Italia? Suponiendo que Mussolini se mantenga en el poder durante un tiempo suficiente para agrupar contra él a los obreros de las ciudades y el campo, para darles tiempo a recuperar la confianza perdida en sus fuerzas de clase y para unirse alrededor del partido comunista, no es imposible que el régimen de Mussolini sea directamente derrocado por el de la dictadura del proletariado. Pero es otra eventualidad, al menos tan probable como la primera. Si el régimen de Mussolini se rompe contra las contradicciones internas de su propia base social, y contra las dificultades de la situación interna e internacional, antes que el proletariado italiano llegue a la situación en que se encontraba en septiembre de 1920, (pero esta vez bajo una dirección revolucionaria fuete y resuelta), es evidente que de nuevo se asistirá en Italia a la instauración de un régimen intermedio, de un régimen de fraseología e impotencia, de un gobierno Nitti o Turati, o bien Nitti-Turati; en un palabra: de un régimen análogo al de Kerensky que, por su quiebra inevitable y penosa, despejará la vía al proletariado revolucionario. ¿Esta segunda hipótesis, no menos verosímil que la primera, implica la revisión del programa y de la táctica de los comunistas italianos? Por nada del mundo. Mañana como hoy, los comunistas italianos llevarán adelante la lucha en el marco del régimen creado por la victoria de Mussolini. La atomización del proletariado italiano no les permite a nuestros camaradas de Italia asignarse hoy en día como tarea inmediata el derrocamiento del fascismo por la fuerza armada. Los comunistas italianos deben prepara cuidadosamente los elementos de la lucha armada próxima y desarrollar, en primer lugar, la lucha mediante amplios métodos políticos. Su tarea inmediata, tarea de una inmensa importancia, es introducir la desagregación en la parte popular, y particularmente en la parte obrera, de los elementos que apoyan al fascismo y de unir a las masas proletarias, cada vez en mayor número, bajo las consignas particulares y generales de la defensiva y la ofensiva. Mediante una política de iniciativa y flexibilidad, los comunistas italianos pueden acelerar considerablemente la caída de los fascistas y, con ello, obligar a la burguesía a buscar su salvación ante la revolución en sus bazas de izquierda: Nitti y, puede incluso que en primer lugar, Turati. ¿Qué significará para nosotros tal cambio? La continuación de la desagregación del estado burgués, el crecimiento de las fuerzas ofensivas del proletariado, del desarrollo de nuestra organización de combate, la creación de las condiciones necesarias para la toma del poder.
¿Cuál es la situación en Francia? El 16 de junio del pasado año, en mi discurso al Ejecutivo Ampliado, desarrollé el pensamiento que, si en Europa y Francia no se producían antes acontecimientos revolucionarios, toda la vida política parlamentaria de Francia cristalizaría inevitablemente alrededor de un «Bloque de las Izquierdas» opuesto al «Bloque Nacional» que detenta actualmente el poder. Desde entonces ha transcurrido un año y medio y la revolución no ha llegado. Y algunos de los que siguen con atención la vida política de Francia no negarán que esta política (excepción hecha para los comunistas y sindicalistas revolucionarios) no marcha por la vía de la sustitución del Bloque Nacional por el Bloque de las Izquierdas. Francia, ciertamente, vive bajo el régimen de la ofensiva del capital, de las amenazas incesantes a Alemania. Pero al mismo tiempo se observa el crecimiento del desconcierto de las clases burguesas, particularmente de las clases intermedias, su miedo al mañana, su desencanto con la política de «reparaciones», sus esfuerzos para atenuar la crisis financiera mediante la reducción de los gastos dedicados a objetivos imperialistas, sus esperanzas en el restablecimiento de las relaciones con Rusia, etc. Este estado de ánimo invade igualmente, a través de los sindicalistas y socialistas reformistas, a una parte considerable de la clase obrera. Más aún, invade a determinados elementos de nuestro propio partido, lo que, entre otras cosas, muestra la conducta de Barabant, recientemente excluido, que, siendo miembro del Comité Director del Partido Comunista Francés, predica al Bloque de Izquierdas. Así, pues, la continuación de la ofensiva del capital francés y de la reacción francesa no le impide a la burguesía francesa prepararse manifiestamente para una nueva orientación.
Los conservadores puros han venido a ocupar el lugar que en Inglaterra, donde la situación no es menos instructiva, ocupaba la coalición de los liberales y conservadores. Es una evolución manifiesta hacia la derecha. Pero, por otra parte, las estadísticas de las últimas elecciones prueban precisamente que la Inglaterra burguesa y social-oportunista, ya se ha preparado para una nueva orientación para el caso en que las contradicciones continuasen agravándose y en que las dificultades internas aumentasen (ambas cosas inevitables). Los conservadores han obtenido apenas cinco millones y medio de votos; el Labour Party y los liberales independientes, casi siete millones. Así pues, desde ahora mismo la mayoría de los electores ingleses se ha liberado de las ilusiones de la victoria imperialista para volcarse en las magras ilusiones del reformismo y del pacifismo. Hecho resaltable: la «Unión del Control Democrático», organización radical pacifista, ha logrado que su comité entero entre en el parlamento. ¿Hay razones serias para pensar que el régimen conservador actual precederá directamente en Inglaterra a la dictadura del proletariado? Nosotros no lo vemos. Por el contrario, estimamos que las contradicciones económicas, coloniales e internacionales insolubles que desgarran al actual Imperio Británico, suministrarán a la oposición pequeño burguesa representada por el Labour Party un amplio campo abonado. Todo atestigua que en Inglaterra, más que en ningún otro país del globo, la clase obrera tendrá que pasar por el estadio del gobierno obrero antes de instaurar su dictadura, gobierno que, en esta ocasión, será del Labour Party reformista y pacifista que ya ha cosechado en las últimas elecciones alrededor de cuatro millones y medio de votos.
Pero, objeta Friedlander, tal perspectiva descarta completamente la cuestión de Alemania. ¿Por qué? Alemania revolucionaria es uno de los factores más importantes del desarrollo europeo y mundial, pero no está sola en él. Todos seguimos con extrema atención los éxitos de nuestro partido alemán. Su desarrollo ha entrado en una nueva fase tras los acontecimientos de marzo de 1921. Los acontecimientos de marzo cerraron su período de desarrollo interno. Su nuevo período ha empezado por la crítica de los acontecimientos de marzo, y quienes todavía no han entendido el sentido y naturaleza de esta nueva etapa son gente de la que no se puede esperar nada y con la que es inútil hablar seriamente. En su gran mayoría, el Partido Comunista Alemán marcha con seguridad y firmeza en la vía de su desarrollo. Al mismo tiempo, la economía alemana se desagrega. ¿Cuándo llevará el entrecruzamiento de todos estos factores a la clase obrera alemana a la toma del poder? ¿En un año? ¿En un año y medio? ¿En dos años? Es muy difícil fijar fechas. Si Alemania se mantuviese aislada, si no tuviese a su lado más que a la Rusia soviética, pronosticarí-amos más bien medio año que uno y un año más que dos. Pero está Francia y el mariscal Foch, está Italia con Mussolini, está Inglaterra con Bonar Law y Curzon, está además la ofensiva del capital que se desarrolla y todos estos factores tienen una potente influencia sobre el desarrollo de la revolución en Alemania. Esto no quiere decir, evidentemente, que el Partido Comunista Alemán no deba emprender la acción revolucionaria ofensiva antes de que estalle la revolución en Francia. Nuestros camaradas alemanes están lejos de ese bajo oportunismo, de esta tendencia a no hacer la revolución más que con todas las garantías deseables, más que con la seguridad de tener a París y Londres de su lado. Pero, evidentemente, la amenaza de una ocupación militar por parte de los estados occidentales tendría como resultado frenar el desarrollo de la revolución alemana hasta el momento en que el partido comunista francés muestre que está en situación de paralizar ese peligro y dispuesto a hacerlo.
Pero de todo esto no resulta que la revolución alemana no pueda estallar antes de la caída de los gobiernos imperialistas agresivos que existen actualmente en Francia, Inglaterra e Italia. La victoria del proletariado alemán le daría indudablemente un potente impulso al movimiento revolucionario en todos los países de Europa. Pero, igualmente que bajo el impulso de la revolución rusa en Alemania el poder cayó, un año más tarde, en manos de Scheidemann y no en las de Liebknecht, también bajo la influencia del impulso de la revolución proletaria victoriosa en Alemania, el poder podría caer en Inglaterra en manos de Henderson o Clynes y en Francia en manos de Caillaux con Blum y Jouhaux. Bajo las condiciones históricas actuales, ese régimen menchevique en Francia solo sería un corto período de agonía de la burguesía. Es posible incluso que en Francia el proletariado comunista llegase en ese caso al poder directamente, por encima de la cabeza de los mencheviques. En Inglaterra es menos probable. En cualquier caso, esta perspectiva presupone la victoria de la revolución en Alemania en los meses próximos. ¿Esta victoria está asegurada en tal plazo? Nadie lo afirmaría seriamente ni en sueños. En cualquier caso sería un grosero error hacer depender nuestro diagnóstico de una perspectiva tan estrecha, tan problemática. Sin diagnóstico, no es posible la política revolucionaria de gran envergadura. Pero el diagnóstico no debe ser mecánico, debe ser dialéctico. Debe tener en cuenta la acción recíproca de las fuerzas históricas objetivas y subjetivas: entonces aparecen numerosas eventualidades, cuya realización depende de la forma en que se manifieste en la acción efectiva esta correlación de fuerzas.
Así pues, es poco razonable afirma categóricamente que la revolución proletaria triunfará en Alemania antes que las dificultades, internas y externas, de Francia lleven a una crisis gubernamental y parlamentaria en este país. Esta crisis tendría como resultado nuevas elecciones y nuevas elecciones darían la victoria al Bloque de las Izquierdas. La llegada del Bloque de las Izquierdas al poder supondría un duro golpe al gobierno conservador en Inglaterra, reforzaría la oposición del Labour Party, solo o aliado con los independientes. ¿Qué influencia tendrían esos acontecimientos en la situación interna de Alemania? Los socialdemócratas alemanes saldrían inmediatamente de su semi oposición y le ofrecerían al pueblo sus servicios para el restablecimiento de relaciones pacíficas normales y distintas con las «grandes democracias occidentales». En ese sentido decía yo que, si se produjese antes la victoria del comunismo en Alemania, un cambio en la política interna de Francia e Inglaterra podría animar durante cierto tiempo a la socialdemocracia alemana. Puede que Scheidemann llegue de nuevo al poder, pero su llegada será el prólogo del desenlace revolucionario pues es evidente que, bajo la situación actual de Europa, serán suficientes no algunos años, sino algunos meses o semanas para que el régimen reformista-pacifista manifieste su completa impotencia.
En su discurso sobre el programa, Thalheimer nos ha recordado justamente los motivos fundamentales que excluyen la posibilidad de que el capitalismo dé marcha atrás, que vuelva al principio «manchesteriano», al liberalismo pacifista y reformista. Suponiendo que Blynes, Caillaux-Blum o Turati estén en el poder, no podrán llevar adelante una política esencialmente diferente de la de Lloyd George, Bonar Law, Poincaré e incluso Mussolini. Llegarán al poder cuando la situación de la burguesía devenga aún más penosa que ahora. La completa quiebra de su política podrá ser completamente desvelada en un plazo de tiempo muy corto, con la condición que nosotros tengamos una táctica revolucionaria resuelta y flexible al mismo tiempo. En la Europa capitalista, arruinada y desorganizada a fondo, tras las ilusiones de la guerra y la victoria, las ilusiones pacifistas y las esperanzas reformistas no pueden más que ser ilusiones efímeras de la agonía burguesa.
El camarada Ravensteyn está dispuesto, aparentemente, a reconocer todo esto con ciertas reservas para la plebe capitalista pero no para la aristocracia capitalista, es decir no en lo que atañe a las potencias coloniales: la perspectiva del período reformista-pacifista que debe preceder a la dictadura del proletariado, igualmente que la consigna del gobierno obrero, no convienen, según él, en Gran Bretaña, Bélgica y Holanda. Ravensteyn tiene perfecta razón en ligar la consigna gobierno obrero con el hecho que la burguesía todavía tiene a su disposición un recurso reformista-pacifista, no material sino ideológico, en la persona de los partidos burgueses-reformistas y socialdemócratas, que conservan aún su influencia. Pero Ravenstey cae de lleno en un error cuando plantea ciertas objeciones en lo concerniente a las potencias coloniales. Antes de atacar a la revolución rusa con la fuerza armada, Inglaterra envió a Henderson al rescate de Buchanan para mantener la revolución en el recto camino. Ahora bien, durante la guerra, Rusia era la colonia de Inglaterra. La burguesía inglesa ha actuado de la misma forma respecto a India; ha enviado virreyes benevolentes y liberales y, al mismo tiempo, escuadrillas de aviones y dinamita. El desarrollo del movimiento revolucionario en las colonias adelantaría indudablemente el momento de la llegada al poder del Labour Party, aunque este último siempre y en todas partes haya vendido a las colonias al capital inglés. Está fuera de toda duda igualmente que el desarrollo del movimiento revolucionario en las colonias, paralelamente al movimiento proletario en las metrópolis, sepultará para siempre al reformismo histórico, al reformismo pequeño burgués y a su representante, al Labour Party.
El radicalismo revolucionario que para mantener la moral tiene que ignorar, tanto en economía como en política, la dialéctica de las fuerzas libres y trazar su diagnóstico con la regla y el compás, es de los más inestables, de los menos seguros. Es suficiente con un desvío de la coyuntura política y económica para desorientarlo completamente. En el fondo, ese «izquierdismo» envuelve el pesimismo y la desconfianza. No sin razón, uno de los críticos es un comunista de Austria y otro un comunista de Holanda: esos dos países, hasta el presente, no son lares revolucionarios. El optimismo activo del partido comunista descansa en bases más amplias y más serias. La burguesía no es para nosotros una piedra que rueda hacia el precipicio sino una fuerza histórica viva, que lucha, maniobra, avanza ora su ala derecha, ora su ala izquierda. Y sólo si aprendemos todos los medios y métodos políticos de la sociedad burguesa para reaccionar cada vez sin dudas ni retrasos, lograremos acelerar el momento en el que, con un movimiento justo y seguro, enviaremos definitivamente la burguesía al abismo.
Camaradas,
Ustedes me han invitado a hacer un informe sobre el reciente Congreso Mundial de la Internacional Comunista. Considero que esto quiere decir que lo que ustedes quieren no es una revisión factual del trabajo del último congreso, ya que en ese caso sería mucho más conveniente recurrir a las actas de sus sesiones, ya disponibles en los boletines impresos, en lugar de escuchar un informe. Mi tarea, según lo entiendo, es tratar de ofrecerles una evaluación de la situación general del movimiento revolucionario y sus perspectivas a la luz de los hechos y de las cuestiones a los que nos enfrentamos en el Cuarto Congreso Mundial.
Naturalmente, esto presupone una mayor o menor familiaridad con la condición del movimiento revolucionario internacional. Quisiera comentar entre paréntesis que nuestra prensa, lamentablemente, está lejos de todo lo debido para familiarizarnos íntimamente con los hechos del movimiento obrero mundial, especialmente el movimiento comunista, como lo hace nuestra prensa con hechos relacionados con nuestra vida económica, con nuestra construcción soviética. Sin embargo, para nosotros estas son manifestaciones de igual importancia. Por mi parte, he recurrido más de una vez (contrariamente a mis hábitos) a las acciones de guerrilla para que nuestra prensa utilice las excepcionales oportunidades que tenemos a nuestra disposición para ofrecerle a nuestro partido una imagen completa, concreta y precisa de lo que ocurre en la esfera de la lucha revolucionaria, haciéndolo día a día sin charlas, homilías o generalizaciones (pues sólo necesitamos generalizaciones de vez en cuando), sino simplemente suministrando hechos y material de la vida interna de cada Partido Comunista.
Creo que en este punto la presión de la opinión pública del partido debe ser llevada a nuestra prensa, cuyos editores leen los periódicos extranjeros y que, basándose en esa prensa, generalizan de vez en cuando, pero de hecho sin ningún material factual. Pero en la medida en que aquí se encuentra la fracción del congreso soviético y, por consiguiente, elementos de partido altamente calificados, asumiré a los efectos de mi informe un conocimiento general de la condición real de los partidos comunistas y de los otros partidos que aún ejercen influencia en el movimiento obrero. Mi tarea es someter a verificación nuestros criterios generales, nuestras opiniones sobre las condiciones y los tiempos de desarrollo de la revolución proletaria desde el punto de vista de nuevos hechos, en particular de los hechos que nos suministraron el Cuarto Congreso de la Comintern.
Camaradas, quisiera decir desde el principio que si nuestro objetivo no es confundirse y no perder nuestra perspectiva, entonces, al evaluar el movimiento obrero y sus posibilidades revolucionarias, debemos tener en cuenta que existen tres grandes esferas que, aunque interdependientes, difieren profundamente entre sí. Primero, ahí está Europa; segundo, Norteamérica; y tercero, los países coloniales, es decir, principalmente Asia y ífrica. La necesidad de analizar el movimiento obrero mundial en términos de estas tres esferas deriva de la naturaleza de nuestros criterios revolucionarios.
El marxismo nos enseña que para que la revolución proletaria sea posible, deben darse, esquemáticamente, tres premisas o condiciones. La primera premisa son las condiciones de producción. La técnica productiva debe haber alcanzado niveles tales como para proporcionar ganancias económicas de la sustitución del capitalismo por el socialismo. En segundo lugar, debe haber una clase interesada en efectuar este cambio y suficientemente fuerte para lograrlo, es decir, una clase numéricamente lo suficientemente grande y desempeñando un papel suficientemente importante en la economía para introducir ese cambio. La referencia aquí está, por supuesto, en la clase obrera. Y en tercer lugar, esta clase debe estar preparada para llevar a cabo la revolución. Debe tener la voluntad de llevarla a cabo, y debe estar lo suficientemente organizada y ser lo suficientemente consciente para ser capaz de llevarla a cabo. Pasamos aquí al dominio de los llamados factores subjetivos y las premisas subjetivas para la revolución proletaria. Si con estos tres criterios (productivo-tecnológico, clase social y subjetivo-político) nos acercamos a las tres esferas indicadas, entonces la diferencia entre ellas se hace notablemente evidente. Verdaderamente, considerábamos la cuestión de la disposición de la humanidad para el socialismo desde el punto de vista productivo-tecnológico mucho más abstracta que ahora. Si consultan nuestros libros antiguos, incluso aquellos que aún no están desactualizados, encontrarán en ellos una estimación absolutamente correcta de que el capitalismo ya se había sobrevivido hace 15 o 20, 25 o 30 años atrás.
¿En qué sentido se pretendía esto? En el sentido de que hace 25 años y más, la sustitución del modo de producción capitalista por los métodos socialistas ya habría representado ganancias objetivas, es decir, la humanidad podría haber producido más bajo el socialismo que bajo el capitalismo. Pero hace 25 o 30 años esto todavía no significaba que las fuerzas productivas ya no fueran capaces de desarrollarse bajo el capitalismo. Sabemos que en todas partes del mundo, incluyendo y especialmente en Europa, que hasta hace poco compartió el papel líder económico y financiero en el mundo, las fuerzas productivas continuaron creciendo. Y ahora podemos fijar el año hasta el que siguieron creciendo en Europa: el año 1913. Esto significa que hasta ese año el capitalismo no representaba un obstáculo absoluto, sino un relativo obstáculo para el desarrollo de las fuerzas productivas. En el sentido tecnológico, Europa se desarrolló con velocidad y poder sin precedentes desde 1894 hasta 1913, es decir, Europa se enriqueció económicamente durante los 20 años que precedieron a la guerra imperialista. A partir de 1913 (y podemos decirlo positivamente) el desarrollo del capitalismo, de sus fuerzas productivas, se interrumpió un año antes del estallido de la guerra porque las fuerzas productivas se topaban con los límites que les habían fijado la propiedad capitalista y la forma capitalista de apropiación. El mercado se dividió, la competencia se hizo más intensa, y los países capitalistas de ahora en adelante podrían tratar de eliminarse unos a otros del mercado sólo por medios mecánicos.
No es la guerra la que detiene el desarrollo de las fuerzas productivas en Europa, sino que la guerra misma surge de la imposibilidad de las fuerzas productivas de desarrollarse en adelante en Europa bajo las condiciones de la gestión capitalista. El año 1913 marca el gran punto de inflexión en la evolución de la economía europea. La guerra actuó simplemente para profundizar y agudizar esta crisis que se debía al hecho de que el desarrollo económico en las condiciones del capitalismo era absolutamente imposible. Esto se aplica a Europa en su conjunto. En consecuencia, si antes de 1913 tuviéramos la certeza de que el socialismo es más ventajoso que el capitalismo, se deduce que desde 1913 el capitalismo ya significaba una condición de estancamiento absoluto y la desintegración para Europa, mientras que el socialismo proporcionaba la única salvación económica. Esto hace más precisos nuestros puntos de vista con respecto a la primera premisa para la revolución proletaria.
La segunda premisa es la clase obrera. Debe ser suficientemente potente en el sentido económico para obtener el poder y reconstruir la sociedad. ¿Esta condición rige hoy en día? Después de la experiencia de nuestra revolución rusa ya no es posible plantear este interrogante ya que la revolución de octubre fue posible en nuestro país atrasado. Pero hemos aprendido en los últimos años a evaluar el poder social del proletariado a escala mundial de una manera algo nueva y mucho más precisa y concreta. Esas opiniones ingenuas, pseudomarxistas, que exigían que el proletariado constituyera el 75 o el 90 por ciento de la población antes de tomar el poder, esos puntos de vista aparecen como muy infantiles. Incluso en los países donde el campesinado abarca a la mayoría de la población, el proletariado puede y debe llegar al campesinado para lograr la conquista del poder. Absolutamente extraño para nosotros es cualquier tipo de oportunismo reformista en relación con el campesinado. Pero al mismo tiempo, no menos ajeno a nosotros es el dogmatismo. La clase obrera, en todos los países, desempeña un papel social y económico suficientemente grande para poder encontrar un camino hacia las masas campesinas, las nacionalidades oprimidas y los pueblos coloniales, y así asegurarse la mayoría. Después de la experiencia de la Revolución Rusa esto no es una especulación, no es una hipótesis, no es una deducción, sino un hecho incontestable.
Y, finalmente, el tercer requisito: la clase obrera debe estar lista para el derrocamiento y ser capaz de lograrlo. La clase obrera no sólo debe ser suficientemente poderosa para ello, sino que debe ser consciente de su poder y debe ser capaz de aplicar este poder. Hoy podemos y debemos resolver en sus elementos y hacer más preciso este factor subjetivo. Durante los años de la posguerra, hemos observado en la vida política de Europa que la clase obrera está lista para el derrocamiento [del capitalismo], lista en el sentido de esforzarse subjetivamente en él, lista en términos de su voluntad, estado de ánimo y sacrificios, pero todavía carece del liderazgo organizativo necesario. En consecuencia, el estado de ánimo de la clase y su conciencia organizativa no siempre coinciden. Nuestra revolución, gracias a una combinación excepcional de factores históricos, le ofreció a nuestro atrasado país la oportunidad de efectuar la transferencia del poder a manos de la clase obrera, en alianza directa con las masas campesinas. El papel del partido es demasiado claro para nosotros y, afortunadamente, hoy ya está claro para los partidos comunistas de Europa Occidental. No tomar en cuenta el papel del partido es caer en un objetivismo pseudomarxista que presupone una preparación puramente objetiva y automática de la revolución y, por lo tanto, posterga la revolución a un futuro indefinido. Tal automatismo nos es ajeno. Es un punto de vista menchevique, socialdemócrata, del mundo. Sabemos que hemos aprendido en la práctica y estamos enseñando a otros a comprender el enorme papel de lo subjetivo, el factor consciente que representa el partido revolucionario de la clase obrera.
Sin nuestro partido, el derrocamiento de 1917 no habría ocurrido, por supuesto, y todo el destino de nuestro país habría sido diferente. Habría sido condenado de nuevo a vegetar como un país colonial; habría sido saqueado y dividido entre las potencias imperialistas del mundo. Que esto no sucediese fue garantizado históricamente por el armamento de la clase obrera con la espada incomparable de nuestro partido comunista. Esto no sucedió en la Europa de la posguerra.
Existen dos de las tres premisas necesarias. Mucho antes de la guerra las ventajas relativas del socialismo, y desde 1913, y más aún después de la guerra, se ha establecido la absoluta necesidad del socialismo. A falta de socialismo, Europa se desintegra y se desintegra económicamente. Esto es un hecho. La clase obrera en Europa ya no sigue creciendo. Su destino, su destino de clase, corresponde y corre paralelo al desarrollo de la economía. En la medida en que la economía europea, con fluctuaciones inevitables, sufre estancamiento e incluso desintegración, la clase obrera, en tanto que clase no crece socialmente, deja de aumentar numéricamente, pero sufre el desempleo, las terribles acrecencias del ejército de reserva del trabajo, etc., etc. La guerra despertó a la clase obrera en el sentido revolucionario. ¿Era la clase obrera, por su peso social, capaz de llevar a cabo la revolución antes de la guerra? ¿Qué le faltaba? Le faltaba la conciencia de su propia fuerza. Su fuerza creció en Europa automáticamente, casi imperceptiblemente, con el crecimiento de la industria. La guerra sacudió a la clase obrera. Debido a este terrible y sangriento trastorno, toda la clase obrera en Europa estaba impregnada de estados de ánimo revolucionarios al día siguiente de la finalización de la guerra. En consecuencia, uno de los factores subjetivos, el deseo de cambiar este mundo, estaba a la mano. ¿Qué faltaba? Faltaba el partido, el partido capaz de llevar a la clase trabajadora a la victoria.
He aquí cómo se desarrollaron los acontecimientos de la revolución en nuestro propio país y en el extranjero. En 1917, en Rusia tenemos: la revolución de febrero-marzo; y dentro de nueve meses la revolución de octubre. El partido revolucionario garantiza la victoria a la clase obrera y a los campesinos pobres. En 1918, la revolución en Alemania, acompañada de cambios en la cúspide; la clase trabajadora intenta seguir adelante, pero es rechazada una y otra vez. La revolución proletaria en Alemania no conduce a la victoria. En 1919, la erupción de la revolución proletaria húngara: su base es demasiado estrecha y el partido demasiado débil. La revolución fue aplastada en unos pocos meses en 1919. En 1920, la situación ya ha cambiado y sigue cambiando cada vez más bruscamente.
En Francia hay una fecha histórica: el 1 de mayo de 1920. Marcó un giro brusco que tuvo lugar en la relación de fuerzas entre el proletariado y la burguesía. El estado de ánimo del proletariado francés había sido sobre todo revolucionario, pero tenía una visión demasiado ligera de la victoria. Fue engañado por ese partido y por aquellas organizaciones que habían madurado en el período anterior de desarrollo pacífico y orgánico del capitalismo. El 1 de mayo de 1920, el proletariado francés declaró una huelga general. Este debió haber sido su primer enfrentamiento principal con la burguesía francesa.
Toda la Francia burguesa temblaba. El proletariado que acababa de salir de las trincheras le aterrorizó el corazón. Pero el viejo partido socialista, los viejos socialdemócratas, que no se atrevían a oponerse a la clase obrera revolucionaria y que hacían el llamamiento a la huelga general, hacían todo lo posible para entorpecerla; por otro lado, los elementos revolucionarios, los comunistas, eran demasiado débiles, demasiado dispersos y carentes de experiencia. La huelga del 1 de mayo fracasó. Y si se consultan los periódicos franceses de 1920 se verá en los editoriales y noticias un rápido y decisivo crecimiento de la fuerza de la burguesía. La burguesía percibió inmediatamente su propia estabilidad, reunió el aparato estatal en sus manos y comenzó a prestar cada vez menos atención a las demandas del proletariado y a las amenazas de la revolución.
Ese mismo año, en agosto de 1920, experimentamos un acontecimiento más cercano a nosotros que también provocó un cambio en la relación de fuerzas, no a favor de la revolución. Esta fue nuestra derrota por debajo de Varsovia , una derrota que desde el punto de vista internacional está íntimamente ligada al hecho de que en Alemania y en Polonia en ese momento el movimiento revolucionario fue incapaz de alcanzar la victoria porque faltaba un fuerte partido revolucionario disfrutando de la confianza de la mayoría de la clase obrera.
Un mes más tarde, en septiembre de 1920, vivimos el gran movimiento en Italia. Precisamente en ese momento, en el otoño de 1920, el proletariado italiano alcanzó su punto más alto de fermento después de la guerra. Se incautaron fábricas, plantas, ferrocarriles, minas. El estado estaba desorganizado, la burguesía estaba prácticamente postrada, su columna vertebral casi quebrada. Parece que sólo se necesitaba un paso más y que la clase obrera italiana conquistaría el poder. Pero en ese momento, su partido, ese mismo Partido Socialista que había surgido de la época anterior, aunque formalmente adherido a la Internacional Comunista, pero con su espíritu y sus raíces aún en la época anterior, es decir, en la Segunda Internacional, ese partido retrocedió a causa del terror frente a la toma del poder, de la guerra civil, dejando al proletariado expuesto. El ala más resuelta de la burguesía en forma de fascismo y desde donde seguía siendo fuerte, en la policía y en el ejército, lanzó un ataque contra el proletariado. El proletariado resultó destrozado.
Después de la derrota del proletariado en septiembre, observamos en Italia un cambio aún más drástico en la relación de fuerzas. La burguesía se dijo a sí misma: «Así que esa es la clase de gente que eres. Instamos al proletariado a que avance, pero le falta el espíritu para tomar el poder». Y empujó a los destacamentos fascistas al frente.
A los pocos meses, en marzo de 1921, somos testigos del acontecimiento reciente más importante en la vida de Alemania, los famosos acontecimientos de marzo. Aquí tenemos una falta de correspondencia entre la clase y el partido que se desarrolla desde una dirección diametralmente opuesta. En Italia, en septiembre, la clase obrera estaba ansiosa por la batalla. El partido se echó atrás aterrorizado. En Alemania, la clase obrera también estaba ansiosa por dar la batalla. Luchó en 1918, en el curso de 1919 y en el curso de 1920. Pero sus esfuerzos y sacrificios no se vieron coronados por la victoria porque no tenía a la cabeza un partido suficientemente fuerte, experimentado y cohesionado. En cambio había otro partido a su cabeza que salvó a la burguesía por segunda vez, después de salvarla durante la guerra. Y ahora, en 1921, el Partido Comunista de Alemania, viendo cómo la burguesía estaba consolidando sus posiciones, quiso hacer un heroico intento de cortarle el camino a la burguesía mediante una ofensiva, mediante un golpe, y así se precipitó hacia delante. Pero la clase obrera no lo apoyaba. ¿Por qué no? Porque la clase obrera aún no había aprendido a tener confianza en el partido. Todavía no conocía plenamente a este partido mientras que su propia experiencia en la guerra civil le había traído sólo derrotas en el curso de 1919-20.
Así, en marzo de 1921 se produjo una situación que impulsó a la Internacional Comunista a decir: las relaciones entre los partidos y las clases, entre los partidos comunistas y las clases trabajadoras en todos los países de Europa no están maduras para una ofensiva inmediata, para una batalla inmediata por la conquista del poder. Es necesario proceder con una educación minuciosa de las filas comunistas en un doble sentido, primero, en el sentido de fusionarlas y templarlas y, segundo, en el sentido de conquistar la confianza de la abrumadora mayoría de la clase obrera. Tal fue la consigna de la Internacional Comunista en un momento en que los acontecimientos de marzo en Alemania todavía estaban frescos.
Y luego, camaradas, después del mes de marzo, durante todo el año 1921 y durante 1922 observamos el proceso, en todo caso, del fortalecimiento de los gobiernos burgueses en Europa. Observamos el fortalecimiento de la extrema derecha. En Francia, el Bloque Nacional encabezado por Poincaré sigue en el poder. Pero Poincaré es considerado en Francia, es decir dentro del Bloque Nacional, como un «izquierdista» y lo que se vislumbra en el horizonte es un nuevo y más reaccionario, más pro imperialista ministro de Tardieu. En Inglaterra, el gobierno de Lloyd George, este imperialista con su stock de pacifistas prédicas y proverbios, ha sido suplantado por el ministerio puramente conservador y abiertamente imperialista de Bonar Law. En Alemania, el ministerio de coalición, es decir, uno con una mezcla de socialdemócratas, ha sido reemplazado por un ministerio abiertamente burgués de Kuno. Y, finalmente, en Italia vemos la asunción del poder por Mussolini, el dominio abierto del puño contrarrevolucionario. En el campo económico, el capitalismo está a la ofensiva contra el proletariado. En todos los países de Europa los trabajadores tienen que defender, y no siempre con éxito, la escala de salarios que tenían ayer y la jornada laboral de 8 horas en aquellos países donde se habían ganado legalmente durante o después del último período de la guerra. Tal es la situación general. Es evidente que el desarrollo revolucionario, es decir, la lucha del proletariado por el poder a partir del año 1917, no presenta una curva uniforme y progresivamente ascendente.
Ha habido una ruptura en la curva. Camaradas, para imaginar con mayor claridad la situación por la que pasa ahora la clase obrera, nos sería inútil recurrir a una analogía. La analogía (comparación histórica y yuxtaposición) es un dispositivo peligroso porque una y otra vez la gente trata de extraer de una analogía más de lo que puede dar de sí. Pero dentro de ciertos límites, empleados con fines de ilustración, una analogía es útil. Empezamos nuestra revolución en 1905, después de la guerra ruso-japonesa. Ya en ese momento estábamos atraídos hacia el poder por la lógica de las cosas. 1905 y 1906 trajeron el estancamiento, y las dos Dumas; 1907 trajo el 3 de junio y el golpe del gobierno (las primeras victorias de la reacción que no encontró casi ninguna resistencia) y entonces la revolución retrocedió. 1908 y 1909 ya eran los negros años de la reacción. Y luego sólo gradualmente, comenzando en 1910-11, hubo un ascenso cortado luego por la guerra. En marzo de 1917, llegó la victoria de la democracia burguesa. En octubre, la victoria de los trabajadores y campesinos. Tenemos, pues, dos puntos claves: 1905 y 1917, separados por un intervalo de 12 años. Estos doce años representan en sentido revolucionario una curva quebrada, primero en declive y luego en ascenso.
En un sentido internacional, ante todo en relación con Europa, ahora tenemos algo parecido: la victoria fue posible en 1917 y 1918, pero no la ganamos; la condición última faltaba, el poderoso partido comunista. La burguesía logró restaurar muchas de sus posiciones políticas y políticas militares, pero no las económicas, mientras que el proletariado comenzó a construir su partido comunista ladrillo a ladrillo. En las primeras etapas este partido comunista trató de compensar las oportunidades perdidas con un solo y audaz salto adelante, como en marzo de 1921 en Alemania. Se quemó los dedos. La Internacional Comunista emitió una advertencia: debes conquistar la confianza de la mayoría de la clase obrera antes de atreverte a convocar a los trabajadores a un asalto revolucionario abierto. Esta fue la lección del Tercer Congreso. Un año y medio más tarde se reunió el Cuarto Congreso Mundial.
Al hacer la valoración más general es necesario decir que en el momento en que se celebró el Cuarto Congreso, todavía no se había alcanzado un punto de inflexión, en el sentido de que la Internacional Comunista pudiera decir: «Ahora ya ha sonado la hora del asalto abierto». El Cuarto Congreso desarrolló, profundizó, verificó y precisó la labor del Tercer Congreso y estuvo convencido de que este trabajo era básicamente correcto.
Dije que en 1908-1909, en una arena mucho más estrecha en ese momento, vivimos en Rusia el momento de la más aguda decadencia de la ola revolucionaria en el sentido de los estados de ánimo prevalecientes entre la clase trabajadora (tanto en el sentido del estolipinismo triunfante y el rasputinismo así como, también, en el sentido de la desintegración de las filas avanzadas de la clase obrera). Lo que quedaba como núcleos ilegales eran terriblemente pequeños en comparación con la clase obrera en su conjunto. Los mejores elementos estaban en las cárceles, sirviendo a los trabajadores en las penitenciarías, o en el exilio. 1908-1909 (este fue el punto más bajo del movimiento revolucionario, luego vino un ascenso gradual). Durante los últimos dos años y, en parte, ahora, estamos viviendo un período indudablemente análogo a 1908 y 1909, es decir, el punto más bajo de la lucha revolucionaria directa y abierta.
Todavía hay otro punto de similitud. El 3 de junio de 1907 la contrarrevolución obtuvo una victoria (golpe de Stolypin) en la arena parlamentaria casi sin encontrar resistencia en el país. Y hacia fines de 1907 cayó otro golpe terrible: la crisis industrial. ¿Qué influencia tuvo esto en la clase obrera? ¿Impulsó a los trabajadores a luchar? No. En 1905, en 1906 y en la primera mitad de 1907, la clase obrera ya había entregado sus energías y sus mejores elementos a la lucha abierta. Sufrió la derrota y, tras la derrota, se produjo la crisis comercial industrial que debilitó el papel productivo y económico del proletariado, volviendo su posición aún menos estable. Esta crisis la debilitó tanto en el sentido revolucionario como polí-tico. Sólo la expansión comercial e industrial que comenzó en 1909-1910 y que reunió a los trabajadores en fábricas y plantas, volvió a impregnar de confianza a los trabajadores, proporcionó una base importante de apoyo a nuestro partido y le confirió a la revolución un impulso hacia adelante.
Pero en esto también podemos dibujar una cierta analogía. En la primavera de 1921, una terrible crisis comercial estalló en Norteamérica y en Japón después de que el proletariado sufriera derrotas: la derrota en Francia el 1 de mayo de 1920; en Italia, en septiembre de 1920, en Alemania, a lo largo de 1919 y 1920 y especialmente en las jornadas de marzo de 1921. Pero precisamente en ese momento, en la primavera de 1921, se produjo la crisis en Japón y en Norteamérica y en la última parte de 1921 saltó a Europa. El desempleo creció en proporciones inauditas, especialmente, como ustedes saben, en Inglaterra. La estabilidad de la posición del proletariado cayó aún más abajo, después de las pérdidas y desilusiones ya sufridas. Y esto no fortalece sino que, por el contrario y bajo las condiciones dadas de crisis, debilita a la clase obrera. Durante el presente año, y desde finales del año pasado, ha habido signos de cierto renacimiento industrial. En Norteamérica ha alcanzado las proporciones de una verdadera subida, mientras que en Europa sigue siendo una pequeña ondulación irregular. Así, también aquí, en Francia, el primer impulso para el resurgimiento de un movimiento de masas abierto se produjo a partir de una cierta mejora de la coyuntura económica.
Pero aquí, compañeros, cesa la analogía. El auge industrial de 1909 y 1910 en nuestro país y en todo el mundo de antes de la guerra fue un poderoso auge que duró hasta 1913 y llegó en un momento en que las fuerzas productivas aún no habían tropezado con los límites del capitalismo, dando lugar a la masacre imperialista.
El renacimiento industrial que se inició a finales del año pasado sólo indica un cambio en la temperatura del organismo tuberculoso de la economía europea. La economía europea no está creciendo sino que se desintegra, sino que permanece en los mismos niveles sólo en unos pocos países. El más rico de los países europeos, Inglaterra insular, tiene un ingreso nacional al menos un tercio o un cuarto menor que antes de la guerra. Se dedicaron a la guerra, como ustedes saben, con el fin de conquistar los mercados. Terminaron haciéndose más pobres por lo menos en un cuarto o un tercio. Las mejoras de este año han sido mínimas. La disminución de la influencia de la socialdemocracia y el crecimiento de los partidos comunistas a expensas de los socialdemócratas es un síntoma seguro de ello. Como es bien sabido, el reformismo social creció gracias al hecho que la burguesía tenía la posibilidad de mejorar la posición de los sectores más calificados de la clase obrera. En la naturaleza de las cosas, Scheidemann, y todo lo relacionado con él, habría sido imposible sin esto, porque después de todo Scheidemann no representa simplemente una tendencia ideológica, sino una tendencia que surge de ciertas premisas económicas y sociales. Representa una aristocracia obrera que se beneficia del hecho de que el capitalismo es vigoroso y poderoso y tiene la posibilidad de mejorar la condición de, como mínimo, las capas superiores de la clase obrera. Por eso, precisamente, vemos en los años anteriores a la guerra, de 1909 a 1913, el crecimiento más poderoso de la burocracia en los sindicatos y en la socialdemocracia, y el mayor fortalecimiento del reformismo y el nacionalismo entre los círculos más altos de la clase obrera que condujo a la terrible catástrofe de la Segunda Internacional al estallar la guerra.
Y ahora, compañeros, la esencia de la situación en Europa se caracteriza por esto: que la burguesía ya no tiene la posibilidad de engordar las cúspides de la clase obrera porque no es capaz de alimentar a toda la clase obrera normalmente, en el sentido capitalista de la palabra, «normal». El descenso del nivel de vida de la clase trabajadora es hoy del mismo tipo que el declive de la economía europea. Este proceso comenzó en 1913, la guerra introdujo cambios superficiales en él: después de la guerra se ha revelado con una ferocidad especial. Las fluctuaciones superficiales de la coyuntura económica no alteran este hecho. Esta es la primera y básica diferencia entre nuestra época y la anterior a la guerra.
Pero hay una segunda diferencia y es la existencia de la Rusia soviética como un factor revolucionario. Hay también una tercera diferencia en la existencia de un partido comunista internacional centralizado.
Y observamos, camaradas, que en el momento mismo en que la burguesía marca una victoria superficial tras otra sobre el proletariado, el crecimiento, el fortalecimiento y el desarrollo sistemático del partido comunista no se retarda sino que avanza. Y aquí está la diferencia más importante y fundamental entre nuestra época y la de 1905 a 1917.
Como ven, lo que he dicho se refiere principalmente a Europa. Sería incorrecto aplicarlo totalmente a Norteamérica. En Norteamérica también el socialismo es más ventajoso que el capitalismo. Y sería aún más correcto decir que especialmente en Norteamérica el socialismo sería más ventajoso que el capitalismo. En otras palabras, si las actuales fuerzas productivas norteamericanas se organizaran siguiendo los principios del colectivismo, se produciría una fabulosa floración de la economía.
Pero en relación a Norteamérica sería incorrecto decir, como decimos en relación con Europa, que el capitalismo ya representa el cese del desarrollo económico. Europa se está pudriendo, Norteamérica está prosperando. En los primeros años, o más correctamente en los primeros meses, en los primeros veinte meses después de la guerra, podría haber parecido que Estados Unidos se vería inmediatamente socavado por el colapso económico de Europa en tanto Estados Unidos utilizó y explotó el mercado europeo en general y la guerra como mercado en particular. Este mercado se ha marchitado y se ha secado, y después de haber sido privado de uno de sus accesorios, la monstruosa torre babilónica de la industria norteamericana amenazó con inclinarse y caer por completo. Pero Norteamérica, al haber perdido el mercado europeo del alcance anterior (además de explotar su propio mercado interior rico con una población de 100 millones de habitantes), se está apoderando y se ha apoderado cada vez más de los mercados de algunos países europeos (los de Alemania y en gran medida los de Gran Bretaña). Y vemos, en 1921-1922, la economía norteamericana pasando por una verdadera expansión comercial e industrial en un momento en que Europa está experimentando sólo una repercusión lejana y débil de esta recuperación.
En consecuencia, las fuerzas productivas en Norteamérica se desarrollan todavía bajo el capitalismo, mucho más lentamente, por supuesto, de lo que se desarrollaría bajo el socialismo, pero se desarrollan sin embargo. Cuánto tiempo seguirán haciéndolo es otra cuestión. La clase obrera norteamericana, en su poder económico y social, por supuesto que ha madurado plenamente para la conquista del poder estatal, pero en sus tradiciones políticas y organizativas está incomparablemente más alejada de la conquista del poder que la clase obrera europea. Nuestro poder (el poder de la Internacional Comunista) sigue siendo muy débil en Norteamérica. Y si uno pregunta (naturalmente esto es sólo una hipotética presentación de la pregunta) qué tendrá lugar primero la victoriosa revolución proletaria en Europa o la creación de un poderoso partido comunista en Norteamérica, entonces, sobre la base de todos los hechos ahora disponibles (y, naturalmente, todo tipo de hechos nuevos son posibles, como por ejemplo una guerra entre Norteamérica y Japón, y la guerra, camaradas, es una gran locomotora de la historia), la situación actual siguiendo ulteriormente su desarrollo lógico, entonces me atrevería a decir que hay muchas más posibilidades de que el proletariado conquiste el poder en Europa antes de que un poderoso partido comunista se eleve y se desarrolle en Norteamérica . En otras palabras, así como la victoria de la clase obrera revolucionaria en octubre de 1917 fue la premisa para la creación de la Internacional Comunista y para el crecimiento de los partidos comunistas en Europa, el triunfo del proletariado en los países más importantes de Europa será la premisa para los rápidos avances revolucionarios en Norteamérica. La diferencia entre estas dos áreas radica en esto, que en Europa la economía declina y disminuye con el proletariado que ya no está creciendo productivamente (porque no hay espacio para el crecimiento), pero que espera el desarrollo del partido comunista, mientras que en Norteamérica, que explota la desintegración de Europa, el progreso económico sigue avanzando.
La tercera esfera está constituida por las colonias. Se entiende que las colonias (Asia y ífrica, hablo de ellas como una unidad), a pesar de que, como Europa, contienen las mayores gradaciones, si se toman de forma independiente y aislada, no están absolutamente listas para la revolución proletaria pero si se toman aisladamente, entonces el capitalismo todavía tiene una larga posibilidad de desarrollo económico en ellas. Pero las colonias pertenecen a los centros metropolitanos y su destino está íntimamente ligado al destino de estos centros metropolitanos europeos.
En las colonias se observa el creciente movimiento revolucionario nacional. Los comunistas representan allí sólo pequeños núcleos implantados entre los campesinos. De modo que en las colonias tenemos principalmente movimientos nacionales pequeño-burgueses y burgueses. Si preguntaran sobre las perspectivas del desarrollo socialista y comunista de las colonias, diría que esta cuestión no puede plantearse de manera aislada. Por supuesto, después de la victoria del proletariado en Europa, estas colonias se convertirán en el escenario de la influencia cultural, económica y de cualquier otra índole ejercida por Europa, pero para ello deben desempeñar primero su papel revolucionario paralelo al papel de proletariado europeo. En este sentido, el proletariado europeo, particularmente el de Francia y, en primer lugar, el de Gran Bretaña, está haciendo demasiado poco. El crecimiento de la influencia de las ideas socialistas y comunistas, la emancipación de las masas trabajadoras de las colonias, el debilitamiento de la influencia de los partidos nacionalistas pueden estar asegurados no sólo por el papel de los núcleos comunistas nativos sino, además, por la lucha revolucionaria del proletariado de los centros metropolitanos por la emancipación de las colonias. Sólo de esta manera el proletariado de los centros metropolitanos demostrará a las colonias que hay dos naciones europeas, una la del opresor y la otra la del amigo. Sólo de esta manera el proletariado dará un nuevo impulso a las colonias que derribarán la estructura del imperialismo y realizarán así un servicio revolucionario para la causa proletaria.
Camaradas, hasta hace poco no conseguimos diferenciar adecuadamente entre Europa y Norteamérica. Y el lento desarrollo del comunismo en Norteamérica podría haber inspirado algunas ideas pesimistas en el sentido de que, en lo que respecta a la revolución, Europa debe esperar a Estados Unidos. ¡De ningún modo!
Europa no puede esperar. En otras palabras, si la revolución europea se pospone durante muchas décadas, significaría la eliminación de Europa en general como una fuerza cultural. Como todos saben, la filosofía que ahora está de moda en Europa es la de Spengler: la filosofía de la decadencia de Europa. A su manera, ésta es una premonición de clase correcta por parte de la burguesía. Ignorando al proletariado que sustituirá a la burguesía europea y ejercerá el poder, hablan del declive de Europa. Por supuesto, si esto ocurriera en realidad, el resultado inevitable sería, si no una decadencia, una prolongada decadencia económica y cultural de Europa y luego, después de un lapso de tiempo, la revolución norteamericana vendría y tomaría a Europa a cuestas. Pero no hay motivos serios para tal pronóstico, pesimista desde el punto de vista de los intervalos de tiempo. Es cierto que las especulaciones sobre los intervalos de tiempo son bastante poco fiables y no siempre serias, pero quiero decir que no hay razón para pensar que entre el año 1917 (el comienzo de la nueva época revolucionaria en Europa) y las grandes victorias del Occidente de Europa, debe haber un lapso de muchos años más que el transcurrido entre nuestro 1905 y nuestro 1917. Hasta la victoria, han transcurrido doce años en nuestro país desde el comienzo de la revolución, desde la experiencia inicial. Por supuesto, no sabemos cuántos años pasarán entre 1917 y la primera victoria importante y estable en Europa. No está excluido que pasen menos de doce años.
En cualquier caso, la mayor ventaja hoy en día radica en la existencia de la Rusia soviética y de la Internacional Comunista, la organización centralizada de la vanguardia revolucionaria e, íntimamente ligada a ella, el fortalecimiento organizacional sistemático de los partidos comunistas en varios países. Esto no siempre significa su crecimiento numérico. Naturalmente, en 1919-1920, cuando las primeras esperanzas del proletariado estaban todavía frescas, las filas de los partidos comunistas se inundaron (como siempre ocurre en tiempos de marea alta) y las organizaciones comunistas se llenaron de elementos inestables. Algunos de estos elementos se han retirado, pero no ha cesado el crecimiento del partido en términos de su temperamento, en términos de mayor claridad ideológica, en términos de centralización y vínculos internacionales.
Este crecimiento es innegable y encuentra su expresión tanto en el hecho que el Cuarto Congreso Mundial inició la redacción de un programa internacional (por primera vez en la historia del proletariado) como en el hecho de que el Cuarto Congreso, con la elección del Comité Ejecutivo, creó por primera vez un órgano centralista que no se basaba en principios federalistas, no en base a representantes delegados de diversos partidos, sino como un órgano elegido por el Cuarto Congreso. Y ese Comité Ejecutivo se ha encargado de los destinos de la Internacional Comunista hasta el próximo congreso.
Después del Cuarto Congreso, la Internacional Comunista se enfrenta a dos tareas íntimamente relacionadas entre sí. La primera tarea es continuar la lucha contra las tendencias centristas que expresan los repetidos y persistentes intentos de la burguesía por medio de su izquierda de utilizar el carácter prolongado del desarrollo revolucionario hundiendo sus propias raíces dentro de la Internacional Comunista. La lucha contra el centrismo dentro de la Internacional Comunista y la purga ulterior de este partido mundial, ésta es la primera tarea. La segunda es la lucha por la influencia sobre la abrumadora mayoría de la clase obrera.
Estos dos problemas se plantearon muy intensamente en el Tercer Congreso , especialmente en relación con nuestro partido francés que llegó al congreso representado por dos facciones: el centro y la izquierda. Después de los acontecimientos de 1920, se dividió nuestro partido italiano. En el verano de 1921, el centro italiano, los llamados maximalistas encabezados por Serrati, ya no estaban presentes en nuestro congreso (el Tercero) y fueron declarados expulsados del internacional. En el partido francés estas mismas dos tendencias se delinearon en vísperas del Cuarto Congreso. El paralelismo en muchos aspectos entre los movimientos italiano y francés ha sido previamente comentado. Y aquí hay un hecho de la mayor significación sintomática: a pesar del triunfo de la contrarrevolución en Italia como en Europa en general, al que ya me he referido, observamos precisamente en Italia, donde el comunismo ha sufrido su peor derrota, no desintegración, no un retroceso, sino, por el contrario, un nuevo impulso hacia la Internacional Comunista. Los maximalistas, dirigidos por Serrati, a quienes expulsamos (y con razón por la conducta verdaderamente traicionera), estos maximalistas, habiendo partido con los reformistas durante el movimiento de septiembre de 1920, comenzaron a llamar a las puertas de la Internacional Comunista en vísperas del Cuarto Congreso. ¿Qué significa esto? Significa un nuevo impulso revolucionario a la izquierda por parte de un sector de la vanguardia proletaria.
Había muchas indicaciones de que los centristas franceses repetirían el curso de los maximalistas italianos, es decir, se escindirían de nosotros. Por supuesto, nos habríamos reconciliado, incluso con tal resultado, sabiendo que al final la izquierda tendría la ventaja. Sin embargo, los centristas franceses, con Cachin y Frossard a la cabeza, han aprendido algo de la experiencia de los maximalistas italianos que llegaron a Moscú con las cabezas agachadas en arrepentimiento después de haber roto con Moscú. Todos ustedes deben familiarizarse con la resolución sobre el partido francés adoptada por el Cuarto Congreso. Estas resoluciones son a su manera bastante draconianas, sobre todo si se tiene en cuenta la moral y las costumbres de Francia y de su antiguo Partido Socialista. La exigencia de una ruptura total con todas las instituciones de la burguesía es algo que nos parece evidente. Pero en Francia, donde cientos y cientos de miembros del partido comunista pertenecían a las logias masónicas, a las Ligas democráticas burguesas para la defensa de los derechos del hombre, etc., etc., existe la exigencia de una ruptura total con la burguesía, la expulsión de todos los masones y similares representa un vuelco completo en la vida del partido.
En el congreso se adoptó una demanda al partido francés de que se eligieran entre los obreros y campesinos nueve décimas partes de los candidatos para todos los puestos electorales, el parlamento, los consejos municipales, los consejos cantonales, etc. En un país en el que toda una legión de intelectuales, abogados y carreristas acuden a las puertas de los diversos partidos cuando olfatean el olor de un mandato y sobre todo una perspectiva de poder, etc., los que conocen las condiciones existentes en el partido francés comprenderá que la demanda de avanzar a los trabajadores y campesinos directamente desde el banco de trabajo y el arado hasta las nueve décimas partes de los puestos electorales representa el mayor trastorno posible en la vida del partido francés. El ala izquierda, que es aproximadamente tan fuerte numéricamente como el centro, estaba a favor de esto. El centro vacilaba mucho.
Comprendimos que esta cuestión era muy delicada y que nuestras botas de Moscú habían pisado un callo muy sensible y esperábamos cómo reaccionaría París ante los estímulos de Moscú: los últimos telegramas testifican que se intentó romper con Moscú. Morizet es nombrado como el iniciador de este intento. Nos visitó en Moscú y escribió un libro muy comprensivo. (Una cosa es escribir en París un libro de simpatía sobre la Revolución Rusa, otra cosa es preparar la revolución francesa). Este Morizet, junto con Soutif (ambos miembros del comité central), propusieron dividir y proclamar la formación de un partido independiente sin esperar el regreso de la delegación francesa de Moscú. Pero había tanta presión de las bases, la disposición de las bases para aceptar las decisiones del Cuarto Congreso era tan clara y manifiesta, que se vieron obligados a batirse en retirada. Y aunque se abstuvieron (sólo se abstuvieron), el comité central titular, compuesto enteramente de centristas, sin un solo miembro del ala izquierda y quizá sin entusiasmo general entre todos los miembros del comité central, no obstante, votó a favor de someterse a las decisiones de Moscú.
Repito, camaradas, este hecho puede parecer secundario desde el punto de vista de las perspectivas del mundo. Pero si hubiéramos seguido la vida de la clase obrera francesa y de su vanguardia comunista cotidianamente (y debemos aprender a hacerlo por medio de nuestra prensa), todos habríamos dicho que sólo ahora, sólo después del Cuarto Congreso, el comunismo francés ha dado un golpe de timón de tal manera que le garantizará un rápido progreso en la conquista de la confianza de las amplias masas trabajadoras de Francia. Esto es tanto más cierto porque no hay otra clase obrera en este mundo que haya sido engañada con tanta frecuencia, tan desvergonzadamente y vilmente, como la clase obrera francesa. Desde finales del siglo XVIII ha sido engañada durante todas las revoluciones por la burguesía en todas sus manifestaciones. Entre todos los partidos de la Segunda Internacional, los socialistas franceses de las épocas anteriores a la guerra, y en la preguerra, elaboraron la técnica más refinada y el virtuosismo de la traición. Por eso la clase obrera francesa, con su magnífico temperamento revolucionario, reaccionó inevitablemente con la mayor desconfianza incluso hacia el nuevo partido comunista. Había visto a «socialistas» bajo todo tipo de etiquetas. Había visto a las organizaciones que, sin importar cómo cambiaran sus chaquetas, seguían siendo pasadizos para carreras, diputados, periodistas de todo tipo, ministros, etc. Briand, Millerand, y todo el resto, después de todo, provienen del viejo Partido Socialista. Ningún otro proletariado en el mundo ha pasado por una tal escuela de engaño y explotación política. De ahí la desconfianza, de ahí la indiferencia política: de ahí las influencias y prejuicios sindicalistas.
Lo que necesitamos es que nuestro partido comunista se presente ante la clase obrera y demuestre en la acción que no es un partido como los otros partidos sino la organización revolucionaria de la clase obrera. Que no hay espacio en sus filas para los carreristas, los francmasones, los demócratas y los timadores. Por primera vez esta demanda ha sido presentada y aceptada. Además se ha fijado una fecha: el 1 de enero de 1923 vence el plazo. Ni un solo francmasón, ni un solo carrerista, hasta el 1 de enero de 1923. Sólo quedan unos cuantos días. Camaradas, estos son hechos de suma importancia. [Aplausos]
Se planteó muy agudamente otra cuestión igualmente relacionada con Francia: la cuestión del frente único. Como ustedes saben, la consigna del frente único surge de dos causas. En primer lugar, los comunistas siguen siendo una minoría en Francia, en Alemania, en todos los países de Europa, con excepción de Bulgaria y tal vez de Checoslovaquia, influenciamos y controlamos a menos de la mitad del proletariado. Al mismo tiempo, el desarrollo revolucionario ha empezado a demorarse. El proletariado quiere vivir y luchar, pero se encuentra dividido. Bajo estas condiciones es bajo las que los comunistas deben conquistar la confianza de esta clase obrera. ¿En base a qué? Sobre la base de la lucha en su totalidad. Sobre la base de las luchas cotidianas actuales, sobre la base de cada demanda, en cada huelga, en cada manifestación. El comunista debe estar en la vanguardia. El comunista debe conquistar la confianza de aquellos que todavía no confían en él hoy en día. De ahí la consigna del frente único; De ahí la cohesión interna, la expulsión de nuestras filas de todo lo ajeno a nosotros en espíritu y una lucha simultánea por conquistar a aquellos elementos proletarios que todavía confían en estos oportunistas, oportunistas, francmasones y similares.
Esta es una tarea doble pero estrechamente relacionada. Los comunistas franceses, especialmente los centristas que, bajo la presión de los disidentes, es decir, de los socialistas franceses, habían tolerado a los francmasones en sus filas y rechazaron la táctica del frente único, han propuesto aplicar la táctica del frente único en conexión con la demanda de amnistía política. Cito a Francia porque estas preguntas encontraron su expresión más aguda en ese país.
Cuando Frossard, secretario del partido francés, propuso en nombre de los comunistas a los disidentes, es decir, socialistas, patriotas, reformistas, que participasen en una acción conjunta para obtener la amnistía para los revolucionarios obreros [represaliados] durante la guerra o en el período de posguerra; tan pronto como se hizo esta oferta, los líderes más astutos de los disidentes respondieron de inmediato de una manera que es típica e instructiva en el más alto grado. Hemos tenido respuesta y encontraremos esta respuesta más veces. Los disidentes dijeron: «ustedes comunistas se han vuelto hacia nosotros y, en consecuencia, ustedes reconocen que no somos traidores de la clase obrera. Pero queremos tiempo para pensar en su oferta y ver si o no están escondiendo un as en sus mangas». Por la prensa me enteró de que en La Haya el camarada Radek escribió un artículo muy descortés sobre Vandervelde y Scheidemann y, al mismo tiempo, ofreció a los socialdemócratas locales y seguidores de ímsterdam un frente único contra el militarismo y el peligro de la guerra.
Conociendo el carácter irascible del camarada Radek, estoy dispuesto a admitir que su artículo no fuera muy amable. Pero la reacción de los señores amsterdamistas fue bastante típica: «Miren aquí [decían] esto significa una de dos cosas. O bien debes admitir que no somos traidores en vistas de que nos propones un frente único, o estaremos firmemente convencidos de que ocultas no sólo artículos irrespetuosos, sino ases tramposos y algo peor en tus mangas».
Camaradas, esta posición por supuesto constituye una admisión más amplia de la bancarrota. Al leer esto me recordé los comentarios de ciertos ingenios parisinos en el período de nuestra emigración cuando los socialdemócratas propusieron debatir con Burtsev. Señalaron que la respuesta de Burtsev al rechazar el debate equivalía a su dicho: «Soy un viejo pájaro sabio y no puedes atraparme. Lo que buscas en una discusión es exponer mi débil mentalidad, pero me niego a morder ese cebo».
Los caballeros de la Segunda Internacional son más astutos que Burtsev, pero muerden el mismo cebo. ¿Cuál es el contenido del as escondido en nuestras mangas? Es esto: que decimos que estas personas son incapaces de luchar, incapaces de defender los intereses del proletariado. Y nos dirigimos a su ejército, es decir, a aquellos obreros que todavía les siguen y confían en ellos y les decimos: «Estamos proponiendo a sus líderes una cierta manera de luchar conjuntamente con nosotros por la jornada laboral de 8 horas, por la amnistía política y contra los recortes salariales. ¿Cuál es nuestro as escondido en la manga? Por supuesto que si ustedes, amsterdamistas y socialdemócratas, se muestran en esta lucha como cobardes y traidores, una parte de sus trabajadores vendrá a nosotros. Pero si, por el contrario a las expectativas, resultan ser tigres y leones revolucionarios, entonces tanto mejor para ustedes. Inténtelo.»
Este es el contenido de nuestro cebo. Nuestra trampa es simple. Es tan simple, pero al mismo tiempo es inatacable. Es imposible escaparse lejos de ella. No importa si Burtsev está de acuerdo o se niega a discutir por temor a revelar que no es bueno. En cualquier caso, no sigue siendo bueno, y no puede remediar la situación. En otras palabras, la consigna del frente único ya juega un papel enorme en todos los países europeos en educar a las masas trabajadoras sobre los comunistas y plantear ante los trabajadores que aún no confían en los comunistas la siguiente propuesta:
«No creen ustedes ni en los métodos revolucionarios ni en la dictadura revolucionaria. Muy bien. Pero nosotros los comunistas les proponemos ustedes y a su organización que luchemos lado a lado para lograr esas reivindicaciones que están avanzando hoy.»
Este es un argumento incuestionable. Educa a las masas sobre los comunistas y les muestra que la organización comunista es la mejor para luchas parciales también. Repito que hemos logrado grandes éxitos en esta lucha. Y junto a la creciente cohesión interna de los partidos comunistas observamos el crecimiento de su influencia política y su mayor capacidad de maniobra cada vez mayor. Esto es algo que les ha faltado especialmente.
Del frente único se deriva la consigna de un gobierno obrero. El Cuarto Congreso lo sometió a una discusión exhaustiva y una vez más lo confirmó como la consigna política central para el próximo período. ¿Qué significa la lucha por un gobierno obrero? Los comunistas sabemos, por supuesto, que un verdadero gobierno obrero en Europa se establecerá después de que el proletariado derribe a la burguesía junto con su mecanismo democrático e instale la dictadura del proletariado bajo la dirección del partido comunista. Pero para lograr esto es necesario que el proletariado europeo en su mayoría apoye al partido comunista.
Pero esto todavía no se ha logrado y por eso nuestros partidos comunistas dicen en cada ocasión apropiada:
«¡Trabajadores socialistas, sindicalistas, anarquistas y no partidarios! Los salarios están siendo reducidos y menos queda de la jornada laboral de 8 horas; el costo de vida está en alza. Tales cosas no ocurrirían si todos los trabajadores, a pesar de sus diferencias, pudieran unirse e instalar su propio gobierno obrero.»
Y la consigna de un gobierno obrero se convierte así en una cuña incrustada por los comunistas entre la clase obrera y todas las demás clases; y en la medida en que los círculos superiores de la socialdemocracia, los reformistas, están unidos a la burguesía, más y más incidirá, y ya está empezando a arrancar el ala izquierda de los trabajadores socialdemócratas de sus líderes. Bajo ciertas condiciones, la consigna de un gobierno obrero puede convertirse en una realidad en Europa. Es decir, puede llegar un momento en que los comunistas, junto con los elementos de izquierda de la socialdemocracia, establezcan un gobierno obrero de una manera similar a la nuestra en Rusia, cuando creamos un gobierno obrero y campesino junto con la izquierda de Socialistas Revolucionarios. Tal fase constituiría una transición a la dictadura del proletariado, la plena y completa. Pero en este momento el significado de la consigna de un gobierno obrero no radica tanto en la forma y condiciones de su realización en la vida como en el hecho de que en la actualidad esta consigna opone a la clase obrera como un todo políticamente a todas las demás clases, es decir, a todas las agrupaciones del mundo político burgués.
En el Cuarto Congreso nos enfrentamos concretamente a la cuestión de un gobierno obrero con respecto a Sajonia. Allí los socialdemócratas, junto con los comunistas, comprenden una mayoría ante la burguesía en el landtag sajón. Creo que hay 40 diputados socialdemócratas y 10 diputados comunistas, mientras que el bloque burgués totaliza menos de 50. Y así, los socialdemócratas les propusieron a los comunistas la formación conjunta de un gobierno obrero en Sajonia. En nuestro partido alemán hubo algunas dudas y vacilaciones sobre este tema. La cuestión se examinó aquí en Moscú y se decidió rechazar la propuesta. ¿Qué quieren realmente los socialdemócratas alemanes? ¿Qué pretendían con esta propuesta? Todos ustedes saben que la república alemana está encabezada por un socialdemócrata, Ebert. Bajo Ebert hay un gobierno burgués, llamado al poder por Ebert. Pero en Sajonia, uno de los sectores más proletarizados de Alemania, se propone instituir un gobierno del trabajo, de la coalición entre socialdemócratas y comunistas. El resultado sería: un verdadero gobierno burgués en Alemania, sobre el país en su conjunto, mientras que en el landtag de una de las regiones de Alemania estaría actuando como un pararrayos una coalición gubernamental socialdemócrata y comunista.
En el Comintern damos la siguiente respuesta: si ustedes, nuestros camaradas comunistas alemanes, opinan que es posible en Alemania una revolución en los próximos meses, entonces les aconsejamos que participen en Sajonia en un gobierno de coalición y utilicen sus puestos ministeriales en Sajonia para el fomento de las tareas políticas y de organización y para transformar a Sajonia, en cierto sentido, en un campo de batalla comunista para tener un baluarte revolucionario ya reforzado en un período de preparación para el estallido próximo de la revolución. Pero esto sólo sería posible si la presión de la revolución ya se hiciera sentir, sólo si ya estaba al alcance de la mano. En ese caso, implicaría sólo la toma de una sola posición en Alemania a la que está destinado a capturar en su conjunto. Pero en la actualidad, por supuesto, jugará en Sajonia el papel de un apéndice, un apéndice impotente porque el propio gobierno sajón es impotente ante Berlín, y Berlín es un gobierno burgués. El Partido Comunista de Alemania estaba en total acuerdo con esta decisión y las negociaciones fueron interrumpidas. La propuesta de los socialdemócratas a los comunistas (mucho más débiles que los socialdemócratas y perseguidos por estos socialdemócratas) de compartir el poder con ellos en Sajonia es, desde luego, una trampa. Pero en esta trampa se expresaba la presión de las masas trabajadoras por la unidad. Esta presión ha sido evocada por nosotros. Y esta presión, en la medida en que opera para arrancar a la clase obrera de la burguesía, funcionará a nuestro favor en última instancia.
Camaradas, he dicho que hay una marea de la reacción concentrada ahora que barre sobre Europa y sus cúspides superiores del gobierno. La victoria de los tories en Inglaterra; el bloque nacional de Poincaré con una perspectiva de Tardieu en Francia; en Alemania, que todavía hoy se denomina República Socialista (se la calificó apresuradamente en noviembre de 1918), hay un gobierno puramente burgués; y finalmente en Italia está la asunción de poder por Mussolini.
Mussolini es una lección que se da a Europa con respecto a la democracia, sus principios y sus métodos. En algunos aspectos esta lección es análoga (desde el extremo opuesto, por supuesto) a la que dimos a Europa a principios de 1918 disolviendo la Asamblea Constituyente. Mussolini es una lección para Europa, una lección que es instructiva en el más alto grado.
Italia es un viejo país de cultura, con tradiciones democráticas, con el sufragio universal, etc., etc. Cuando el proletariado asustaba a la burguesía, pero no podía, debido a la traición de su propio partido, darle el golpe de muerte, la burguesía puso en marcha todos sus elementos más activos, encabezados por Mussolini, un renegado del socialismo y del proletariado. Se movilizó un ejército privado y se equipó de un extremo a otro del país con fondos supuestamente extraídos de fuentes misteriosas, pero que procedían principalmente de recursos gubernamentales, en parte de los fondos secretos italianos y, en gran parte, de los subsidios franceses a Mussolini. Bajo la égida de la democracia se organizó la organización de las tropas de asalto de la contrarrevolución que en el curso de dos años llevó a cabo ataques contra los distritos obreros y trenzó un anillo de sus tropas alrededor de Roma. La burguesía vaciló porque no estaba segura de que Mussolini fuera capaz de hacer frente a la situación. Pero cuando Mussolini demostró su habilidad, todos se inclinaron ante él.
El discurso pronunciado por Mussolini en el parlamento italiano debería ser publicado y colocado en todas las instituciones y casas obreras de Europa Occidental. Lo que dijo es lo siguiente: «Podría expulsarlos a todos y convertir este Parlamento en un campamento para mis fascistas. Pero no necesito hacerlo porque lamerán mis botas.» Y todos respondieron: «¡Oíd, oí-d!» Y los demócratas italianos le preguntaron: «¿Por qué bota quieres que comencemos, por la derecha o por la izquierda?»
Camaradas, esta es una lección de excepcional importancia para la clase obrera europea que en sus capas superiores está corroída por sus tradiciones, por la democracia burguesa, por la hipnosis deliberada de la legalidad.
He dicho que la organización comunista centralizada del Comintern y la existencia de la república soviética constituyen las mayores conquistas de la clase obrera europea y mundial en esta época de los triunfos en el lecho de muerte de la burguesía europea, en esta época de ruptura del ascenso en la curva de la revolución. Lo esencial de la cuestión no es que nosotros, Rusia, realicemos propaganda internacionalista. Por supuesto sucede que camaradas rusos como Radek y Lozovsky, por ejemplo, logran, para nuestra sorpresa, llegar a La Haya y escribir artículos irrespetuosos y despertar la ira de los pacifistas de ambos sexos, etc. Esto, compañeros, es por supuesto muy valioso y muy gratificante, pero sigue siendo de importancia secundaria.
Tampoco es esencial el hecho de que en Moscú se extienda la hospitalidad a los congresos del Comintern. Por supuesto que es algo bueno, pero nuestra propaganda no consiste en dar la bienvenida a nuestros camaradas de Italia, Alemania y otros lugares, y asignarles habitaciones en el Hotel Lux (mal ambientadas, por supuesto, ya que todavía no hemos aprendido a operar eficientemente los sistemas de calefacción). La esencia radica en la existencia misma de la república soviética. Nos hemos acostumbrado a este hecho. La clase obrera mundial parece, en cierto sentido, haberse acostumbrado a ella. Por otro lado, la burguesía también pretende, hasta cierto punto, haberse acostumbrado. Pero para entender el significado de la revolución de la existencia de la república soviética, imaginemos por un momento que esta república ya no existe. Con Mussolini en Italia, Poincaré en Francia, Bonar Law en Inglaterra, el gobierno burgués en Alemania, la caída de la república soviética significaría el aplazamiento de la revolución europea y mundial por décadas. Significaría la verdadera decadencia de la cultura europea. Entonces surgiría el socialismo desde Norteamérica, desde Japón, desde Asia. Pero en vez de especular en términos de décadas, lo que nos esforzamos es traer esta cuestión a su consumación en los próximos años. [Aplausos] Para esto existe la oportunidad más grande y más amplia.
Una vez establecida una relación correcta con el campesinado, ¿qué es el proletariado, de un país tan atrasado como el nuestro? Ya hemos visto lo que es con nuestros propios ojos, y nuestro Congreso Soviético de toda la Unión, que ahora se reúne en Moscú, está demostrando lo que significa el poder del proletariado, rodeado y bloqueado por el mundo entero, pero arrastrando al campesinado tras él. La clase obrera europea y mundial saca su fuerza y energía de esta fuente, de la Rusia soviética. Tenemos el poder. En nuestro país los medios de producción están nacionalizados. Este es un gran triunfo en manos de las masas trabajadoras de Rusia y, al mismo tiempo, es la promesa de un desarrollo acelerado de la revolución en Europa.
Aunque [la clase trabajadora] norteamericana quedase atrasada tendríamos una ventaja. Durante la guerra imperialista, la burguesía norteamericana se calentó las manos en la hoguera europea. Pero, compañeros, una vez que la conflagración revolucionaria empiece a barrer Europa, la burguesía norteamericana no podrá mantenerse por mucho tiempo. No está escrito en ninguna parte que el proletariado europeo deba esperar hasta que el proletariado norteamericano aprenda a no sucumbir a las mentiras de su burguesía depravada. En ninguna parte está escrito esto. En la actualidad la burguesía norteamericana mantiene deliberadamente a Europa en una condición de decadencia. Con la sangre y el oro europeos, la burguesía norteamericana emite órdenes a todo el mundo, envía plenipotenciarios a conferencias en las que no están obligados a comprometerse. Estos emisarios no hacen nada más que tomar sus propias decisiones, y de vez en cuando plantan su pie norteamericano sobre la mesa y los diplomáticos de los países europeos no pueden dejar de notar que este pie está calzado en una excelente bota norteamericana. Y con esta bota Norteamérica dicta sus propias leyes a Europa. La burguesía europea, no sólo de Alemania y de Francia, sino también la de Gran Bretaña, hociquea sobre sus patas traseras a la burguesía estadounidense que agotó a Europa en tiempos de guerra con su apoyo, con sus préstamos, con su oro, y que ahora mantiene a Europa en medio de la agonía mortal. La burguesía americana será pagada por el proletariado europeo. Y cuanto antes llegue esta venganza más firmes serán nuestros éxitos soviéticos.
Sea nuestra propaganda buena o mala, sigue siendo en ambos casos un factor de tercera o cuarta importancia, pero nuestra economía es un factor de primera clase. ¡Camaradas campesinos! (y, a menos que me equivoque, hay compañeros campesinos no partidarios presentes en esta sala), puedo asegurarles categóricamente que cada grano adicional de grano es otro pequeño peso colocado en las balanzas de la revolución europea. ¿Qué teme la clase obrera de Gran Bretaña? ¿Qué teme la clase obrera alemana? La hambrienta Europa sobrevivió durante tres años de guerra y en los años de posguerra con el grano norteamericano. La burguesía estadounidense amenaza abiertamente con que en caso de nuevas convulsiones revolucionarias en Europa, el continente morirá de hambre por un bloqueo de granos, al igual que Gran Bretaña y Francia lanzaron un bloqueo industrial contra la Rusia soviética. Este es un asunto muy importante en los cálculos de la clase obrera europea y sobre todo de los trabajadores alemanes. Y nosotros, la Rusia soviética, debemos decir (y preparar esto con hechos) que la revolución proletaria europea comerá el grano suministrado por la Rusia soviética.
Y estas palabras, camarada campesinos, no son sílabas huecas, no son frases vacías. El destino de toda Europa depende de la solución de esta cuestión. Hay dos cursos posibles: o bien el proletariado europeo permanece aterrorizado por la bota norteamericana, o bien el proletariado europeo está respaldado por los obreros y campesinos rusos, y por lo tanto asegurado de grano durante los días difíciles y los meses de la revolución. Por eso cada éxito económico en la agricultura es un hecho revolucionario. Por eso todos los campesinos de la Rusia soviética (incluyendo a los que no saben con certeza dónde están situados en el mapa Alemania, Francia o Gran Bretaña) trabajan para que el cultivo de cosechas para la ciudad y la industria. Este campesino es hoy en día la mejor ayuda para la revolución europea, más que todos nosotros, antiguos y experimentados propagandistas juntos.
Esto, compañeros, se aplica con igual fuerza a nuestra industria. Desgraciado sería el partido revolucionario de Europa que se dijese, y ningún comunista lo diría jamás, «voy a esperar mi tiempo hasta que la república soviética me muestre cómo se puede mejorar la condición de la clase obrera bajo el socialismo». Tiene derecho a esperar su tiempo. Todo el mundo tiene el deber de luchar lado a lado con nosotros. Pero, por otra parte, es incontestable que cada uno de nuestros éxitos económicos, en la medida en que simultáneamente nos permite mejorar la condición de la clase trabajadora en Rusia, mientras que la condición de la clase trabajadora en Europa está cayendo más abajo, peldaño a peldaño, sí, es incontestable que cada éxito económico nuestro es el más valioso de los argumentos, la propaganda más importante a favor de la aceleración de la revolución proletaria en Europa. El poder está en nuestras manos. Los medios de producción están en nuestras manos. Dominamos nuestras fronteras. Esto tampoco es una circunstancia menor.
Ese mismo multimillonario norteamericano con sus botas de primera clase podría comprar toda nuestra Rusia con sus miles de millones si nuestras fronteras se dejasen abiertas. Por eso el monopolio del comercio exterior es tanto nuestra inalienable conquista revolucionaria como lo es la nacionalización de los medios de producción. Por eso la clase obrera y los campesinos de Rusia no permitirán ninguna violación del monopolio del comercio exterior, sin importar cuánta presión se ejerza sobre nosotros desde todos los cinco continentes de este globo todavía bajo el yugo capitalista. Estos son nuestros triunfos. Sólo con una correcta organización de la producción podemos preservarlos, multiplicarlos y no desperdiciarlos. Desde este punto de vista, camaradas, no debe haber engaño en cuanto a las dificultades de nuestras tareas. Esto es lo que dijimos en el Cuarto Congreso, que trató a nuestra Nueva Política Económica como un punto especial en su agenda, en relación con las perspectivas mundiales . Hemos enumerado nuestros grandes triunfos: el poder estatal, el transporte, los principales medios de producción de la industria, los recursos naturales, la nacionalización de la tierra, los impuestos en especie que fluyen de esta tierra nacionalizada y el monopolio del comercio exterior. Se trata de triunfos de primera clase. Pero si uno no sabe cómo usarlos, es posible perder con triunfos aún mejores. Camaradas, debemos aprender. En el congreso, el camarada Lenin, en su breve discurso, hizo hincapié en que no sólo ellos, sino nosotros también, debemos aprender. Debemos aprender cómo organizar la industria correctamente, porque esta correcta organización todavía está por delante y no detrás de nosotros. Es nuestro mañana y no nuestro ayer, ni siquiera nuestro hoy.
Estamos haciendo esfuerzos para estabilizar nuestra moneda. Esto también fue abordado en el Cuarto Congreso. Tales esfuerzos son indispensables y, naturalmente, cuanto mayores sean nuestros éxitos relativos en este campo, tanto más fácil será nuestro trabajo administrativo en la industria. Pero todos entendemos muy claramente que todos los esfuerzos en el campo de las finanzas que no vengan acompañados por éxitos materiales genuinos en el campo de la industria deben seguir siendo un mero juego de niños. Nuestros cimientos son nuestra industria. El estado soviético descansa sobre estos fundamentos, prospera con ellos y asegura con ellos las futuras victorias de la clase obrera.
Finalmente, hay un triunfo más, una maquinaria más, otra organización que está igualmente en nuestras manos. Hablamos de ello más de una vez en el Cuarto Congreso. Es nuestro partido. Estoy hablando aquí ante todo ante la fracción comunista del congreso soviético y es necesario, para terminar, decir unas palabras sobre nuestro partido. Del análisis general se desprende que, a escala europea, estamos viviendo un período de recesión en la lucha revolucionaria directa, y a la vez atravesamos un período de trabajo educativo y de fortalecimiento del partido comunista. El desarrollo ha asumido un carácter retardado y prolongado. Esto significa que debemos esperar más tiempo para la ayuda del proletariado europeo y, más tarde, del mundo; Esto significa que nuestro partido está destinado a un largo período de tiempo, tal vez por varios años, a seguir siendo la vanguardia de la revolución mundial.
Este es un gran honor. Pero también es una gran responsabilidad, una carga muy grande. Preferiríamos tener junto a nosotros a las repúblicas soviéticas en Alemania, Polonia y otros países. Nuestra responsabilidad habría sido menor y las dificultades de nuestra posición no habrían sido tan grandes. Nuestro partido tiene viejos cuadros con temple prerrevolucionario, clandestinos, pero están en minoría. Tenemos en nuestro grupo cientos de miles de personas que, en términos de material de clase humana, no son de ninguna manera inferiores a los veteranos. Estos cientos de miles que entraron en nuestras filas después de la revolución poseen la ventaja de la juventud, pero están limitados por una experiencia menor. El camarada Lenin me dijo (yo no lo he leído) que algún médico, ya sea checo o alemán, ha escrito que el Partido Comunista de Rusia consta de unos miles de ancianos y el resto, la juventud. Las condiciones de la NEP tenderán a reformar nuestro partido, y si las viejas generaciones (unos pocos miles de personas) se apartan de la actividad, el partido se verá imperceptiblemente transformado por los elementos de la NEP, los elementos del capitalismo. Aquí, como ustedes ven, hay un sutil cálculo político y psicológico. Este cálculo es, por supuesto, falso hasta el meollo. Pero, al mismo tiempo, exige de nuestro partido que se dé cuenta del carácter prolongado del desarrollo revolucionario y de las dificultades de nuestra posición. Y que nuestro partido redoble y triplique sus esfuerzos para la educación de sus nuevas generaciones, para atraer a la juventud y para elevar las cualidades de la masa del partido. Bajo las actuales condiciones esta es una cuestión de vida o muerte para nosotros.
Camaradas, quiero referirme a otro episodio (un episodio muy importante para todos nosotros) y es la enfermedad de Vladimir Ilich. La mayoría de ustedes no han tenido la oportunidad de seguir la prensa europea. Ha habido muchas campañas salvajes en el extranjero con relación y en contra de nosotros, pero no recuerdo (ni siquiera en los días de Kerensky, cuando fuimos perseguidos como espías alemanes) una campaña tan concentrada de malevolencia, maldad y especulación diabólica como la actual campaña sobre la enfermedad del camarada Lenin. Nuestros enemigos, por supuesto, esperaban el peor resultado, el peor resultado personal posible. Al mismo tiempo, dijeron que nuestro partido estaba decapitado, dividido en grupos de guerra, desmoronándose, y que se abría una oportunidad para poner las manos sobre Rusia. La escoria de la Guardia Blanca ha hablado abiertamente de ella, por supuesto. Los diplomáticos, los capitalistas de Europa, lo han insinuado, comprendiéndose mutuamente con frases semejantes.
Camaradas, de esta manera ellos, contra su propia voluntad y deseos, han mostrado, por un lado, que han podido apreciar a su manera el significado del camarada Lenin para nuestro partido y para la revolución; Y, por otro lado, que ni conocen el carácter ni entienden (peor para ellos) la naturaleza de nuestro partido. Es superfluo para mí hablar ante la fracción comunista del congreso soviético acerca del significado del camarada Lenin para el movimiento en nuestro país y en el mundo. Pero hay, camaradas, una especie de vínculo que no es sólo físico, sino espiritual, un vínculo interno, indisociable entre el partido y el individuo que lo expresa mejor, de la manera más completa y en la forma en que lo hace un genio. Y esto se ha manifestado en el hecho de que cuando el camarada Lenin se separó de su trabajo por enfermedad, el partido (que sabía algo sobre el aullido de los chacales burgueses de todo el mundo) aguardaba con tensa expectativa noticias y boletines del camarada Lenin pero, al mismo tiempo, no temblaba ni un solo músculo de nuestro grupo, no había ni una sola vacilación, ni una pizca de la posibilidad de lucha interna, y mucho menos de la división. Cuando el camarada Lenin se retiró del trabajo por orden de sus médicos, el partido comprendió que ahora recaía una doble y triple responsabilidad sobre todos los miembros. Y el partido esperó, con unanimidad y con las filas cerradas, el regreso del líder.
No hace mucho tiempo mantuve una conversación con un político burgués extranjero que me decía: «En los círculos de los partidos y en los círculos soviéticos me muevo mucho. Por supuesto, hay conflictos personales y de grupo entre ustedes, pero uno debe reconocerles lo que es debido. Siempre que el mundo exterior, o un peligro externo, o las tareas generales están por en medio, siempre enderezan su frente.» La última parte de su declaración sobre nuestro enderezamiento en el frente me agradó, pero la primera parte, lo admito, me molestó un poco. En la medida en que en un partido tan grande como el nuestro, con tareas tan colosales como las nuestras, y bajo las mayores dificultades concebibles, y con los viejos agotándose incuestionablemente (como está en la naturaleza de las cosas) en la medida en que podrían surgir algunos peligros internos en nuestro partido, no hay y no puede haber ningún remedio contra ellos aparte de la elevación de la calificación de todo el partido y el fortalecimiento de su opinión pública para que cada miembro, y en cada puesto, sienta la creciente presión de la opinión pública de este partido.
Estas son las conclusiones que sacamos de la situación internacional general. La hora de la revolución europea quizás no llegará mañana. Pasarán semanas y meses, tal vez varios años, y seguiremos siendo el único estado obrero-campesino en el mundo. En Italia Mussolini ha triunfado. ¿Estamos asegurados contra la victoria del alemán Mussolinis en Alemania? De ningún modo. Y es totalmente posible que un gobierno mucho más reaccionario que el de Poincaré llegue al poder en Francia. Antes de ponerse en agazaparse sobre sus patas traseras y empujar a su Kerensky al frente, la burguesía sigue siendo capaz de avanzar sus últimos Stolypins, Plehves, Sipyagins. Este será el prólogo de la revolución europea, siempre y cuando podamos mantenernos a nosotros mismos, siempre y cuando el estado soviético permanezca en pie, y, por consiguiente, siempre que nuestro partido pueda mantenerse hasta el final. Tal vez tendremos que pasar por más de un año de este trabajo preparatorio económico, político y de otro tipo.
Por lo tanto, debemos acercarnos a nuestras reservas masivas. Más jóvenes alrededor de nuestro partido y dentro de él ¡Elevar sus calificaciones al máximo! Dada esta condición de plena cohesión y con la elevación de las cualificaciones de nuestro partido, con la transferencia de experiencia de la vieja a la nueva generación, no importa qué tormentas (esos heraldos de la victoria proletaria final) puedan estallar sobre nuestras cabezas. Firmemente en nuestro conocimiento de que la frontera soviética es la trinchera más allá de la cual la contrarrevolución no puede pasar. Esta trinchera está defendida por nosotros, por la vanguardia de la Rusia soviética, por el partido comunista, y preservaremos esta trinchera inviolable e inexpugnable hasta el día en que llegue la revolución europea y en toda Europa se agite la bandera de la república soviética de los Estados Unidos de Europa, el umbral de la República Socialista Mundial.
[Ovación larga y tempestuosa. Gritos: ¡Viva el líder del Ejército Rojo, camarada Trotsky! ¡Viva el camarada Lenin!]
Al camarada C. Mackey
Estimado camarada,
Le voy a responder a sus preguntas punto por punto.
1.- ¿Que medios prácticos podrían impedirle a Francia emplear a los negros para fines imperialistas en el continente europeo?
Sólo existe un medio: despertar entre los negros un sentimiento de revuelta contra el trabajo que se les impones. Hay que abrirles los ojos, probarles que si ayudan a los imperialistas franceses a someter a Europa, así se someterán a sí mismo y asegurarán la dominación del capital francés en las colonias africanas y en otros lugares.
La clase obrera de Europa, y el mundo obrero de Francia y Alemania en particular, está directamente interesada en que los negros sean educados sobre esta situación y sus consecuencias. No nos contentamos con afirmar el derecho de la población de las colonias a una libre determinación de su régimen polí-tico; hemos proclamado la igualdad de todas las razas humanas. El tiempo de esas manifestaciones platónicas ya ha pasado. Hay que actuar. Siempre que se pueda inducir a los negros a marchar bajo la bandera de la revolución, siempre que se formen grupos dispuestos a difundir la idea de la revolución en las colonias africanas, se rendirá a la causa del proletariado un servicio mucho más importante que el que puedan rendir las resoluciones de principio, como las que se multiplican desde la II Internacional. El partido comunista no tendrá derecho a llamarse tal si se conforma con resoluciones de ese género, si no aplica todos sus esfuerzos a conquistar los espíritus y corazones de los negros más avanzados.
2.- Sin duda alguna, la utilización de las tropas de color durante la guerra imperialista y, actualmente, para la ocupación del Ruhr, forma parte de la ejecución de un plan cuidadosamente preparado y sistemáticamente puesto en marcha por el capital francés e inglés: el capitalismo desesperado busca fuera de la Europa demasiado agitada, demasiado poco segura, nuevas fuerzas que le permitan en casos extremos resistir frente a las masas revolucionarias; cuenta con los africanos o con los asiáticos movilizados, armados y disciplinados. La utilización de las reservas coloniales cuestiona a la revolución europea, cuestiona la suerte del proletariado.
3.- Por otra parte, es evidente que la intervención de las fuerzas coloniales, compuestas por elementos atrasados, en los conflictos del imperialismo europeo presenta riesgos muy serios para la burguesía que recurre a ese medio de dominación. Los negros y, en general, los indígenas de las colonias no son conservadores, o mejor: sólo mantienen su inmovilidad de espí-ritu bajo las condiciones económicas y bajo la influencias de las costumbres del país natal. Cuando el capital los arranca de esas condiciones y los fuerza a arriesgar su vida en conflictos de los que no comprenden sus complejos orí-genes y obscuros fines (conflictos internacionales, conflictos de clase), se produce una transformación rápida en la conciencia de esos hombres sacrificados y la idea revolucionaria adquiere una importancia de una dimensión que no hubiese tenido jamás de otra forma.
4.- He ahí el por qué es bueno formar desde ahora cuadros de hombres inteligentes, conscientes y abnegados, entre los representantes más educados de la raza negra, es preciso que los negros se ocupen de la recuperación material y moral de su país, y que aprendan a tener en cuenta lo que pasa en las metrópolis, que comprendan que la suerte de las razas oprimidas depende de la liberación del proletariado en los países de los que proviene la opresión: la suerte de los negros depende del destino que corra la clase obrera internacional. La preparación de propagandistas negros se debe considerar como una de las tareas más importantes y urgentes del movimiento revolucionario.
5.- En Norteamérica existe una dificultad considerable que obstaculiza este esfuerzo de propaganda a causa de un estúpido orgullo de casta y de raza, los privilegiados de la clase obrera rehúsan considerar a los negros como a hermanos de lucha y de trabajo. La política de Gompers está enteramente basada en la explotación de prejuicios de esta vil especie y sólo puede garantizar la sumisión de los obreros blancos o negros. Hay que combatir al máximo esta política en todos los dominios, en todos los puntos. El capitalismo sólo sueña con obscurecer y aminorar la conciencia de las masas proletarias; para hacer que fracase hay que esforzarse en despertar en los negros, esclavos del capitalismo estadounidense, el sentimiento de la dignidad humana y de la protesta revolucionaria. Esta tarea puede cumplirse sobre todo, como ya le he dicho, mediante negros, revolucionarios abnegados y provistos de una educación política. Por supuesto que no puede ser cuestión de un chovinismo de los negros a oponer al chovinismo de los blancos. Se trata de solidaridad entre todos los trabajadores explotados, pertenezcan a la raza que pertenezcan. Aquí no puedo indicar las formas de organización que convendrían mejor para ese movimiento en Norteamérica porque no conozco lo bastante de cerca las condiciones concretas y las posibilidades que ofrece ese país. Pero estoy seguro de que se encontrarán las formas de organización desde el mismo momento en que se tenga la firme voluntad de actuar.
En estos momentos la Francia imperialista es la potencia dirigente en el continente europeo y con una muy apreciable grandeza fuera de dicho continente. Este único hecho le confiere una gran importancia al proletariado francés y a su partido. La revolución europea no habrá vencido sin vuelta atrás hasta que se adueñe de París. Y la victoria del proletariado en el continente decidirá, casi automáticamente, la suerte del capital inglés. Por fin, la Europa revolucionaria, a la que se le unirán enseguida los pueblos oprimidos de Asia y ífrica, sabrá dirigirse a la oligarquía capitalista que reina en Estados Unidos con un leguaje lacónico y persuasivo. La clave de la situación europea y, en gran medida de la mundial, está, pues, en manos de la clase obrera francesa.
La Internacional Comunista ha seguido con concentrada atención la vida interna del partido francés porque, precisamente, le asignaba a ese partido un papel histórico considerable. A lo largo del camino de la historia, el obrero francés ha sido engañado más que ningún otro; el Partido Comunista Francés debe ser mucho más severo e intransigente consigo mismo. Desde este punto se vista ya se han obtenido grandes éxitos que se pueden calificar, en cierto sentido, como definitivos. Bajo el aspecto de la lucha de fracciones, y de cenáculos, bajo el aspecto de escisiones y exclusiones, lo que se ha cumplido lentamente en el curso de los dos últimos años ha sido en realidad el armamento revolucionario del partido francés. Y el partido, con sus armas, debe de vérselas con el metal del estado militarista más potente. Los éxitos logrados en esta vía, que todavía es sólo la de los preliminares, se concretan de alguna manera en la salida de Frossard y en las adhesiones de Monatte y Barbusse.
El antiguo secretario general del partido y, en cierta medida, su inspirador, el inspirador en cualquier caso de su política oficial, Frossard, representaba a los elementos del pasado parlamentario del partido que intentaban adaptarse a un nuevo golpe de timón a izquierda, decisivo, de la vanguardia proletaria. Frossard, provisto de cierta elasticidad y movilidad de pensamiento, inventiva, ingenioso y elocuente (dotado de cualidades valiosas, útiles para todo el mundo y especialmente para los revolucionarios, pero suficientes por sí mismas para la política parlamentaria), parece haber imaginado seriamente que podría andarse con rodeos hasta el final de los tiempos entre la Internacional Comunista y los enemigos de ésta, beneficiarse ante la clase obrera de la autoridad del comunismo y preservarla de las «exageraciones» de Moscú. Oponiendo sus improvisaciones diplomáticas, hábiles en el sentido del equívoco, reticencia y doble juego, a la línea de conducta principista de la Internacional Comunista, Frossard no podía llegar desde sus primeros pasos más que a la confusión. Su posición está muy bien caracterizada por el hecho de no saber aún él mismo, algunas horas antes de dimitir del partido comunista, si viajaría a Moscú para participar allí en calidad de miembro del Ejecutivo en la dirección de la Internacional Comunista o si se pasaría al lado de los enemigos de esta Internacional.
Pero la fisonomía personal de Frossard no debe hacernos perder de vista lo que tiene de típico el frossardismo. En Italia tuvimos un conflicto con el camarada Serrati que se colocó, durante bastante tiempo y con su fracción, fuera de la Internacional Comunista. El desarrollo político tan tempestuoso de Italia ha empujado de nuevo, hoy en día, a los maximalistas y a sus líderes hacia la Internacional Comunista. Confiamos en que esta vez la fusión sea sólida. En Alemania, tuvimos un episodio clásico con Paul Levi. Levi se levantó contra la táctica seguida en marzo de 1921 por el Partido Comunista de Alemania, evidentemente errónea, y logró probar en algunas semanas que no le faltaba más que un buen pretexto para situarse entre los enemigos de la revolución proletaria. Hemos observado hechos semejantes, aunque menos acabados, menos impresionantes, en los partidos checoslovaco y noruego.
En primer lugar impresiona una cosa: en todos esos conflictos encuentra uno a la cabeza de los escisionistas, o de los dudosos, a los jefes más renombrados, es decir a los hombres que (al menos en apariencia) han dirigido el movimiento a favor de Moscú y a favor de la III Internacional. Serrati fue el líder incontestado del partido italiano hasta septiembre de 1919; Paul Levi fue el presidente del Partido Comunista de Alemania; y su imitador Friesland, el secretario general de ese partido; Frossard, el secretario general del partido francés. Esas repeticiones de hechos atestiguan que no estamos en presencia de azares sino de una regla general, regla que no es tan difícil de explicar al fin de cuentas.
En los países de viejo capitalismo con antiguas tradiciones socialdemócratas, la formación de un partido comunista equivale a la ruptura con un largo pasado reformista, nacionalista, parlamentario. Pero los medios socialistas dirigentes, los grandes nombres, las autoridades, pertenecen completamente al pasado. Prisioneros de ese pasado son, en su gran mayoría, incluso los socialistas que, antes de la guerra o durante la guerra, se situaban en la extrema izquierda de sus partidos, es decir en la oposición a la política socialdemócrata oficial. Su oposición a los Scheidemann y a los Renaudel era oratoria, literaria, formal, verbal, pero no era ni efectiva ni revolucionaria. Cuando la guerra en movimiento arrastró a las masas proletarias a la izquierda, hacia el combate con la burguesía, los elementos socialistas de oposición pensaron que había llegado su hora, que la masa aprobaba sus críticas y se preparaba para seguir sus instrucciones. En realidad su situación y su política recordaban mucho a las de los liberales moderados en las revoluciones. El primer sobresalto popular a los liberales siempre les parece que prueba su razón y fuerza; pero desde el mismo día siguiente constatan con horror que las masas, al menos las masas revolucionarias, no establecen grandes diferencias entre loa dueños de ayer y los adversarios moderados de estos últimos. Entonces los liberales se arrojan en brazos de la reacción.
Si los equívocos líderes de la oposición socialdemócrata se encontraron a la cabeza de partidos comunistas fue porque la fracción realmente revolucionaria de la clase obrera no había podido educar y formar en algunos meses a nuevos jefes. Y es necesario reconocer que, en los primeros años de la Internacional Comunista, tuvimos a la cabeza de varios de nuestros partidos, tanto a revolucionarios que no siempre poseían suficiente maestría por sí mismos, tanto a semirrevolucionarios siempre inseguros pero que gozaban de cierta autoridad y poseían rutinas políticas. De ahí derivaban, y derivan todavía, en parte (aunque la situación ha mejorado sensiblemente), las dificultades internas, los roces y conflictos en el seno de la I.C. Los lí-deres semicentristas temían ante todo verse empujados fuera del carril (disimulado por un radicalismo aparente) de la legalidad. También rechazaban plantear revolucionariamente las cuestiones y aplicar los métodos efectivos de preparación de la insurrección proletaria. Invocaban la «autonomía nacional». Sin embargo, la analogía cualitativa de la política de Paul Lévi, Frosssard y algunos otros muestra que no se trataba de particularidades de las situaciones nacionales (que, naturalmente, debemos tener muy en cuenta) sino de una tendencia perfectamente internacional, de un centrismo de izquierda, completamente dispuestos a asimilar el ritual de la Internacional Comunista y a avalar sin rechistar veintiuna condiciones y más (con la única condición real que nada cambiase por otra parte). Frossard era el representante acabado de este espíritu. Por ello su dimisión del partido y la salida de sus amigos suponen un hito importante en la vía de la creación del partido revolucionario del proletariado francés.
Si Frossard no es la encarnación de una particularidad nacional, como acabamos de ver, el motivo por el que ha logrado engañar durante tanto tiempo a los otros y engañarse a sí mismo sobre su misión política debe buscarse, sin embargo, en las particularidades de la situación política en Francia. Al contrario que la Alemania vencida y la Italia semivencida, la Francia victoriosa ha atravesado los años más críticos de la posguerra sin sufrir grandes sacudidas políticas. Y aunque las principales fuerzas que llevaban a los países a la revolución sean las mismas en Francia que en Alemania o en Italia, su manifestación es menos brutal, menos tempestuosa, más velada, en Francia. La formación de la vanguardia proletaria en Francia se ha efectuado, pues, lentamente hasta estos últimos meses. Desde el exterior daba la impresión que el antiguo partido socialista evolucionaba poco a poco hacia el comunismo, tras haberse desembarazado en Tours de su lastre más comprometedor. Pero en realidad, en Tours, Renaudel y Longuet habían sido abandonados por muchos de sus amigos y discípulos que, con el corazón afligido, confiaban en comprar a cambio de su sacrifico empleos dirigentes en el partido comunista y obligar a ese partido a respetar su buena vieja rutina en reconocimiento de ello. A consecuencia de la lentitud de los movimientos políticos en Francia y del conservadurismo de posguerra, la izquierda, incluso la del socialismo francés, tal y como se formó en el comité de la III Internacional, en el seno del partido, todavía era señaladamente amorfa y heterogénea. Y ese hecho, que no fue comprendido igualmente por todos los camaradas, le ha impedido a menudo a la Internacional adoptar contra la política de Frossar y de sus amigos una actitud más enérgica. Desde 1921 y desde la primera mitad de 1922, el grupo Frossard daba buenos motivos para que se rompiese con él. Pero en aquellos momentos la ruptura no hubiera sido comprendida por la gran mayoría de los miembros del partido, la nueva escisión se produjo por azar y, por fin, la Internacional pudo reunir en la izquierda a un grupo bastante heterogéneo que él mismo también necesitaba una depuración interna. En primer lugar era necesario, pues, darles a los elementos de izquierda tiempo para considerar claramente sus tareas, para adquirir una cohesión ideológica, reunir a su alrededor a un gran número de miembros del partido (y solamente después de este trabajo ideológico, crítico y educativo, de la Internacional se podía rematarlo con grandes medidas enérgicas de organización de carácter «quirúrgico»).
Desde este punto de vista, la lentitud del desarrollo político de Francia ha presentado un aspecto positivo para el partido comunista. La izquierda no se ha visto enfrentada a grandes pruebas políticas antes de haberse podido preparar seriamente para ello. En Italia no se escogió el momento de la escisión del partido socialista en virtud de consideraciones tácticas sino que se vio determinado por la terrible capitulación de los dirigentes del partido durante los acontecimientos de septiembre de 1920. En Francia, el momento de la ruptura dependía en gran medida de la Internacional Comunista. Es cierto que algunos camaradas, incluso en el partido francés, querían forzar los acontecimientos, veían como demasiado poco resuelta, demasiado paciente e incluso errónea la táctica del Ejecutivo en la cuestión francesa. ¿Cometimos errores parciales? Sin duda que sí, pero ahora, echando una mirada al período transcurrido, podemos decir con toda seguridad que la táctica del Ejecutivo ha sido justa en su conjunto, en sus métodos y en su aplicación ralentizada que se correspondía con el ritmo del desarrollo interior de la vanguardia proletaria en Francia. Por ello nuestro partido francés, tras una profunda crisis interna, tras haberse desembarazado de elementos extraños, ha conservado a la aplastante mayoría de sus efectivos, a toda su organización y a su órgano central, l'Humanité, cuya importancia en Francia es mucho más grande que en muchos otros países. Aquí es necesario señalar que el partido francés y la Internacional le deben mucho a Marcel Cachin, que tuvo malentendidos con la Internacional pero que se posicionó resueltamente del lado de los revolucionarios en el momento decisivo.
La operación quirúrgica emprendida por el partido francés ciertamente que era difícil y le parecía a algunos camaradas demasiado arriesgada. Se trataba de una ruptura definitiva y simultánea del partido con la opinión pública burguesa y con sus más equívocas instituciones: francmasonería, Liga de los Derechos del Hombre, prensa radical, etc. Llegada a su fin la operación quirúrgica, Frossard, que todavía dudaba, lanzó una mirada a su alrededor y se convenció de que no tenía nada que hacer en ese partido. Y por la misma puerta por la que acababa de salir, con los francmasones y los miembros de la Liga de los Derechos del Hombre, entraron dos hombres: Monatte y Barbusse.
La adhesión de Monatte es también un poco un episodio personal como la salida de Frossard. Monatte representó, durante y después de la guerra, con más intransigencia y fuerza que nadie, las tradiciones del sindicalismo revolucionario en la época de su apogeo. La desconfianza hacia la política y los partidos tenía un gran lugar en sus tradiciones. Desconfianza a la que no le faltaban motivos históricos. Durante estos últimos años, Monatte ha sido el amigo fiel de la revolución rusa, inquebrantable en los momentos más difí-ciles. Sin embargo observaba al Partido Comunista Francés con una aguda desconfianza y se mantenía aparte. Y sólo cuando el partido demostró que no retrocedería ante las medidas más rigurosas para reforzar su carácter proletario y revolucionario, Monatte cogió su carné. Era algo más que un gesto personal. Este gesto significa que el partido ha superado la desconfianza de toda una categoría de trabajadores revolucionarios franceses. En el partido, que engloba a elementos de una educación política diferente, aún se producirán verosímilmente enfrentamientos internos; pero el carácter verdaderamente proletariado del partido está asegurado de aquí en adelante, lo que quiere decir que también lo está su futuro revolucionario.
La adhesión de Barbusse tiene un carácter más individual. Barbusse no representa tradiciones revolucionarias de antes de la guerra. En revancha, encarna mejor que nadie la conciencia indignada de la generación de la guerra. Presidente de la Asociación Republicana de Antiguos Combatientes, Barbusse había conservado hasta estos últimos tiempos su independencia formal respecto al partido comunista, expresando con ello la indignación profundamente revolucionaria, pero políticamente imprecisa, de las masas obreras y campesinas de posguerra. Pero, cuando se precisaron las relaciones políticas, cuando los retóricos pacifistas y los diletantes de la revolución volvieron a sus orígenes burgueses, Barbusse franqueó la puerta del partido diciendo: «¡Aquí estoy!» Así rendía testimonio de que, para todo aquel que piense y se indigne, para todo aquello que queda de la generación de la guerra, no hay salida espiritual al margen del partido comunista. En el lirismo contenido de la carta de Barbusse a l»™Humanite se siente una verdadera pasión revolucionaria. Felicitamos al partido francés por esta conquista.
A penas aparecidos al otro lado de la frontera del partido Frossard y quienes le seguían, los acontecimientos conexos a la ocupación del Ruhr colocaban al Partido Comunista Francés en presencia de serias pruebas polí-ticas. Y el partido demostró que, desembarazado de elementos inasimilables, se había fortalecido y, por ello mismo, engrandecido. La represión no ha hecho más que aumentar su cohesión moral. Todavía le esperan las mayores dificultades, pero ya se puede decir con certeza, con toda confianza, que en Francia existe, vive y crece un auténtico partido comunista.
En relación a la consigna de «Gobierno Obrero y Campesino», en mi opinión éste es el momento adecuado para lanzar la consigna de «Estados Unidos de Europa». Sólo ligando estas dos consignas obtendremos una respuesta sistemática y progresiva a los problemas más candentes del desarrollo europeo.
La última guerra imperialista fue en el fondo una guerra europea. La participación episódica de Estados Unidos y de Japón no alteraron su carácter europeo. Habiéndose asegurado lo que ella quería, Estados Unidos retiró sus manos del incendio en Europa y volvió a casa.
La fuerza motriz de la guerra fue ésta, que las fuerzas capitalistas de producción habían sobrepasado las fronteras de los estados nacionales europeos. Alemania se había arrogado la tarea de «organizar» a Europa, o sea, unificar económicamente al continente europeo bajo su propio control, para así poder disputarse seriamente con Inglaterra el control del mundo. El intento de Francia era el de desmembrar a Alemania. La pequeña población de Francia, su carácter predominantemente agrícola y su conservadurismo económico, hacen imposible para la burguesía francesa siquiera plantearse el problema de organizar a Europa, lo cual de hecho demostró estar por encima de las fuerzas del capitalismo alemán, aun siendo apoyado como lo fue por la maquinaria militar de los Hohenzollerns. La Francia victoriosa sólo mantiene ahora su dominio balcanizando a Europa. Gran Bretaña incita y apoya la política de Francia de desmembrar y agotar a Europa, siempre ocultando su trabajo atrás de la tradicional máscara británica de hipocresía. Como resultado de esto, nuestro desafortunado continente es cortado en pedazos, dividido, está exhausto, desorganizado y balcanizado (transformado en un manicomio). La invasión del Ruhr es un violento desquicio acompañado de un cálculo a largo plazo (la ruina final de Alemania), una combinación no desconocida por los psiquiatras.
En el fondo la guerra plantea la necesidad que tienen las fuerzas productivas de un escenario más amplio de desarrollo, sin ser bloqueadas por murallas arancelarias. Similarmente, en la ocupación del Ruhr tan fatal para Europa y la humanidad, encontramos una expresión distorsionada de la necesidad de unir el carbón del Ruhr con el hierro de Lorena. Europa no puede desarrollarse económicamente en el marco de las fronteras estatales y aduaneras impuestas en Versalles. Europa está obligada a remover sus fronteras, o a enfrentar la amenaza de una decadencia económica total. Pero los métodos adoptados por la burguesía en el poder para superar las fronteras que ella misma creó sólo están acelerando el caos existente y acelerando la desintegración.
Para las masas laboriosas de Europa se está volviendo más claro que la burguesía es incapaz de resolver los problemas básicos para restaurar la vida económica de Europa. La consigna de: «Gobierno Obrero y Campesino» está diseñada para satisfacer los crecientes intentos por parte de los obreros de encontrar una salida con su propio esfuerzo. Se ha vuelto ahora necesario señalar esta perspectiva de salvación más concretamente, es decir, afirmar que sólo en la cooperación económica más estrecha de los pueblos de Europa yace el camino de salvación de nuestro continente de la decadencia económica y de la esclavización al poderoso capitalismo norteamericano.
Estados Unidos se mantiene alejado de Europa, tranquilamente esperando a que la agonía económica europea haya alcanzado un punto en el cual se haga muy fácil ir y comprar Europa por unas monedas (como fue comprada Austria). Pero Francia no puede mantenerse alejada de Alemania, como tampoco Alemania puede mantenerse al margen de Francia. Allí está el dilema central, y allí está la solución para el problema de Europa. Todo el resto es accidental. Mucho antes de la guerra imperialista nosotros reconocimos que los Estados de los Balcanes era imposible que existieran y se desarrollaran, excepto en una federación. Lo mismo es cierto para los varios fragmentos del imperio Austro-Húngaro, y para las partes occidentales de la Rusia zarista ahora viviendo afuera de la Unión Soviética. Los Apeninos, los Pirineos y Escandinavia son brazos y piernas del cuerpo europeo estirándose hacia los mares. Son incapaces de existir independientemente. El continente europeo en el estado actual de desarrollo de sus fuerzas productivas es una unidad económica (no una unidad cerrada, por supuesto, sino con profundas conexiones internas) como fue demostrado en la terrible catástrofe de la guerra mundial, y nuevamente revelado por el alocado paroxismo de la ocupación del Ruhr. Europa no es un término geográfico; Europa es un término económico, algo incomparablemente más concreto (especialmente en las condiciones de posguerra actuales) que el mercado mundial. Así como la federación fue reconocida tiempo atrás como esencial para la península balcánica, ha llegado el momento ahora de afirmar clara y definitivamente, que una federación es esencial para la Europa balcanizada.
Todavía queda por considerar la cuestión de la Unión Soviética, por un lado, y de Gran Bretaña por el otro. No hace falta decir que la Unión Soviética no se opondrá a la unión federativa de Europa, o a su propia adhesión a dicha federación. En consecuencia, también, se asegurará un puente confiable entre Europa y Asia.
El problema de Gran Bretaña es mucho más condicional; depende del ritmo con el cual se desenvuelva su desarrollo revolucionario. Si el «Gobierno de Obreros y Campesinos» triunfa en el continente europeo antes que el imperialismo británico sea derrotado (lo cual es bastante probable) entonces la Federación Europea de Obreros y Campesinos estará necesariamente enfrentada al capitalismo británico. Y, naturalmente, en el momento en que el capitalismo británico sea derrotado, las islas británicas serán bienvenidas como miembro dentro de la Federación Europea.
Se podrá preguntar: ¿por qué una Federación Europea y no una Federación Mundial? Pero esta forma de formular la pregunta es demasiado abstracta. Por supuesto, el desarrollo económico y político mundial tiende a gravitar hacia una economía mundial unificada, con su grado de centralización dependiendo del nivel tecnológico existente. Pero ahora estamos preocupados no por la futura economía socialista del mundo, sino por encontrar una solución al actual impasse europeo. Tenemos que ofrecer una solución a los obreros y campesinos de la arruinada y demolida Europa, bastante independientemente de cómo se desarrolle la revolución en Estados Unidos, Australia, Asia o ífrica. Mirada desde este punto de vista, la consigna de los «Estados Unidos de Europa» está en el mismo plano histórico que la de «Gobierno Obrero y Campesino»; es una consigna transicional, indica una salida, una perspectiva de salvación, y brinda al mismo tiempo un impulso revolucionario a las masas laboriosas.
Sería un error medir el conjunto del proceso de la revolución mundial con la misma regla. Estados Unidos salió de la guerra fortalecido, no debilitado. La estabilidad interna de la burguesía norteamericana es todavía bastante considerable. La burguesía norteamericana está reduciendo su dependencia para con el mercado europeo a un mínimo. La revolución en Estados Unidos (considerada aparte de la de Europa) puede de esta manera ser una cuestión de décadas. ¿Quiere decir eso que la revolución en Europa debe alinearse junto a la revolución en Estados Unidos? Ciertamente que no. Si la atrasada Rusia no esperó (y no podía hacerlo) la revolución en Europa, mucho menos puede Europa esperar la revolución en Estados Unidos. Una Europa Obrera y Campesina, bloqueada por los Estados Unidos capitalistas (y quizás inclusive en principio por Gran Bretaña), será capaz de mantenerse a sí misma y desarrollarse como una unión económica y militar estrechamente consolidada.
El peligro que surge desde los Estados Unidos de América no debe ser pasado por alto (éstos alientan la destrucción de Europa, y están listos para transformarse subsiguientemente en los amos de ésta), ya que provee un lazo muy sustancial para unir a los pueblos de Europa quienes se están arruinando mutuamente, en unos «Estados Unidos Obreros y Campesinos de Europa». Esta oposición entre Europa y los Estados Unidos surge orgánicamente de las diferencias en la situación objetiva de los países europeos y de la poderosa república transatlántica, y no está de ninguna manera dirigida contra la solidaridad internacional del proletariado, o en contra de los intereses de la revolución en Estados Unidos. Una de las razones del desarrollo tardío de la revolución en el mundo es la degradante dependencia europea del rico tío norteamericano (el wilsonismo, la provisión caritativa de alimentos para los distritos de Europa más afectados por la hambruna, los «préstamos» norteamericanos, etc.). Cuanto más pronto las masas europeas recuperen la confianza en sus propias fuerzas que fueron minadas durante la guerra, y cuanto más estrechamente éstas se organicen alrededor de la consigna «Repúblicas europeas de trabajadores y campesinos unidos», más rápido se desarrollará la revolución en ambos lados del Atlántico. Así como el triunfo del proletariado en Rusia le dio un impulso poderoso al desarrollo de los partidos comunistas de Europa, de la misma manera, e incluso en un grado incomparablemente mayor, el triunfo de la revolución en Europa le dará un poderoso impulso a la revolución en Estados Unidos y en todas partes del mundo. Aunque, cuando nos abstraemos de Europa, forzosamente debemos tratar de ver a través de décadas neblinosas para percibir la revolución en Estados Unidos, de todas formas podemos afirmar con seguridad que por la secuencia natural de los eventos históricos la revolución triunfante en Europa servirá en pocos años para resquebrajar el poder de la burguesía norteamericana.
No solamente la cuestión del Ruhr, es decir, del combustible y el hierro europeo, sino también la cuestión de las reparaciones, encajan en el patrón de los «Estados Unidos de Europa». La cuestión de las reparaciones es puramente una cuestión europea, y puede ser y será resuelta en el período venidero inmediato solamente por medios europeos. La Europa de Obreros y Campesinos tendrán su propio presupuesto para reparaciones (como tendrá su propio presupuesto de guerra) mientras esté amenazada por peligros externos. Este presupuesto estará basado en impuestos graduales a las ganancias, en gravámenes al capital, en la confiscación de las riquezas saqueadas durante la guerra, etc. Su distribución será regulada por los correspondientes organismos de la Federación Europea de Obreros y Campesinos.
No debiéramos aquí darnos el lujo de especular sobre la velocidad con la cual procederá la unificación de las repúblicas europeas, en qué formas económicas y constitucionales se expresará, ni cuál será el grado de centralización que se obtendrá en el primer período del régimen de los obreros y los campesinos. Todas estas consideraciones podemos tranquilamente dejarlas para el futuro, recordando la experiencia ya adquirida por la Unión Soviética, construida sobre el suelo de la antigua Rusia zarista. Lo que es perfectamente evidente es que las barreras aduaneras deben ser demolidas. Los pueblos de Europa deben considerar a Europa como el terreno para una vida económica unificada y crecientemente planificada.
Se podría discutir que en realidad estamos hablando de una Federación Europea Socialista como parte integral de una futura Federación Mundial, y que semejante régimen sólo puede ser puesto en pie por la dictadura del proletariado. No debemos, sin embargo, detenernos a responder este argumento, ya que fue refutado por el análisis internacional hecho durante las consideraciones sobre la cuestión del «Gobierno Obrero». Los «Estados Unidos de Europa» es una consigna que se corresponde en todos los aspectos con la consigna de «Gobierno Obrero (u Obrero y Campesino)». ¿Es la realización del «Gobierno Obrero» posible sin la dictadura del proletariado? Solo una respuesta condicional puede ser dada a esta pregunta. En todo caso, nosotros consideramos al «Gobierno Obrero» como un estadio hacia la dictadura del proletariado. Allí es donde yace el gran valor de esta consigna para nosotros. Pero la consigna de «Estados Unidos de Europa» tiene una significación exactamente igual y paralela. Sin esta consigna complementaria los problemas fundamentales de Europa siguen suspendidos en el aire.
¿Pero esta consigna no puede ser utilizada por los pacifistas? Yo no creo que existan tales «izquierdistas» hoy en día que consideren este peligro suficiente como para rechazar la consigna. Después de todo, vivimos en 1923, y hemos aprendido un poco del pasado. Existen las mismas razones, o ausencia de razones, para temer la interpretación pacifista de los «Estados Unidos de Europa» como las hay para temer una interpretación democrático-eserista de la consigna «Gobierno Obrero y Campesino». Por supuesto, si planteamos «Los Estados Unidos de Europa» como un programa independiente, como una panacea para lograr la pacificación y la reconstrucción, y si aislamos esta consigna de consignas como las de «Gobierno Obrero», del frente único, y de la lucha de clases, ciertamente terminaremos en un democratizado wilsonismo, o sea, en el kautskismo, e inclusive en algo más degradante (asumiendo que no hay nada más degradante que el kautskismo). Pero repito, vivimos en el año 1923 y hemos aprendido un poco del pasado. La Internacional Comunista ya es una realidad, y no será Kautsky quien inicie y controle la lucha asociada a nuestras consignas. Nuestro método de plantear el problema es opuesto al de Kautsky. El pacifismo es un programa académico, cuyo objeto es evitar la necesidad de la acción revolucionaria. Nuestra formulación, por el contrario, es un incentivo para la lucha. A los obreros de Alemania, no a los comunistas (a ellos no hace falta convencerlos), sino a los obreros en general, y en primer lugar a los trabajadores socialdemócratas, que temen las consecuencias económicas de la lucha por un gobierno de los trabajadores; a los obreros de Francia, cuyas mentes siguen obsesionadas por el problema de las reparaciones y de la deuda nacional; a los obreros de Alemania, Francia y de toda Europa, que temen que el establecimiento de un régimen obrero lleve al aislamiento y a la ruina económica de sus países, nosotros les decimos: incluso aunque fuera temporalmente aislada (y con semejante puente hacia el Este como es la Unión Soviética, sería difícil aislar a Europa), Europa sería capaz no sólo de mantenerse, sino también de consolidarse y de reconstruirse, una vez que haya derribado todas las barreras aduaneras y se haya unido económicamente a las inagotables riquezas naturales de Rusia.
Los «Estados Unidos de Europa» (una perspectiva puramente revolucionaria) es la próxima etapa en nuestra perspectiva revolucionaria general. Esta surge de las profundas diferencias entre la situación de Europa y la de Estados Unidos. Quien quiera ignorar estas diferencias, sólo ahogará, lo quiera o no, las perspectivas revolucionarias en puras abstracciones históricas. Naturalmente la Federación de Obreros y Campesinos no se detendrá en su fase europea. Estamos entonces anticipando sólo una etapa, pero una etapa de gran importancia histórica, a través de la cual debemos pasar primero.
«Sin dudas, eso no es posible. Sólo los trenes viajan con un horario e incluso no siempre llegan a hora.»
La precisión del pensamiento es necesaria en todo y en las cuestiones de estrategia revolucionaria más que en cualquier otra cosa. Pero como las revoluciones no se producen muy a menudo, los conceptos e ideas revolucionarios se mantienen incrustados en la grasa, adquieren contornos vagos, las cuestiones se plantean con negligencia y se resuelven de la misma forma.
Mussolini ha hecho su «revolución» (es decir su contrarrevolución) de acuerdo a un horario que fue necesario conocer de antemano. Pudo hacerla con éxito porque los socialistas no hicieron la revolución cuando era el momento. Los fascistas búlgaros han hecho su «revolución» a través de una conspiración militar. Todas las fechas estaban fijadas y los papeles distribuidos. La casta de oficiales españoles ha hecho exactamente la misma cosa. Los golpes contrarrevolucionarios se producen siempre con este modelo. Habitualmente están sincronizados con el momento en que la desilusión de las masas en la revolución o en la democracia ha tomado la forma de la apatía, y así se ha creado una situación favorable para un golpe militar organizado y técnicamente preparado cuya fecha se ha fijado de antemano con precisión. Sin duda alguna, no es posible crear una situación política favorable para un golpe reaccionario y menos aún crearla para fecha fija. Pero cuando los elementos de base de tal situación están ahí, entonces el partido dirigente, como lo hemos visto, escoge de antemano el momento favorable, sincroniza en función de éste sus fuerzas política, organizativas y técnicas, y (salvo error de cálculo) lleva adelante el golpe victorioso.
La burguesía no ha hecho siempre contrarrevoluciones. En el pasado también ha tenido ocasión de hacer revoluciones. ¿Fijó las fechas precisas para hacerlas? Sería interesante, y desde muchos puntos de vista instructivo, estudiar bajo este ángulo el desarrollo de las revoluciones burguesas clásicas y de sus orígenes (he aquí un tema para un joven investigador marxista). Pero incluso sin investigación precisa se puede establecer lo siguiente, los puntos fundamentales que implica esta cuestión.
La burguesía poseedora y educada, es decir precisamente esa fracción del «pueblo» que ha tomado el poder, no hizo la revolución sino que esperó a que fuera hecha. Cuando el movimiento de las capas inferiores se desbordó y el viejo orden social o el viejo régimen político fueron derrocados, entonces el poder cayó casi automáticamente en las manos de la burguesía liberal. Los investigadores liberales han clamado que tal revolución era «natural» e ineluctable y han amontonado grandes simplezas que han sido presentadas como leyes históricas: la revolución y la contrarrevolución (acción y reacción según Kariev, de santa memoria) fueron declaradas productos naturales de la evolución histórica y, en consecuencia, fuera de la posibilidad en los hombres de producirlas arbitrariamente, o de arreglarlas de acuerdo a un calendario, etc. Esas «leyes» jamás han impedido aún realizar golpes contrarrevolucionarios bien preparados. A título de compensación, el carácter nebuloso del pensamiento burgués-liberal se abre camino, bastante a menudo, en la cabeza de los revolucionarios, produciendo serios desgastes y conduciendo a prácticas perjudiciales.
Pero incluso las revoluciones burguesas jamás se han desarrollado invariablemente en cada etapa, de acuerdo con las leyes «naturales» de los profesores liberales. Cada vez que la democracia plebeya pequeño burguesa ha derrocado al liberalismo, lo ha hecho mediante la conspiración y los levantamientos organizados, fijados de antemano para fechas definidas.
Lo hicieron los jacobinos, el ala extrema izquierda en la Gran Revolución Francesa. Es perfectamente comprensible. La burguesía liberal (la francesa de 1789, la rusa de 1917) puede contentarse con esperar al potente movimiento de masas elemental y entonces, en el último momento, lanzar en la balanza su riqueza, educación y lazos con el aparato de estado y hacerse así con la victoria. Bajo circunstancias semejantes, la pequeña burguesía debe actuar de otra forma: no tiene ni riquezas, ni influencia social, ni lazos. Está obligada a reemplazarlos por un plan cuidadosamente elaborado y minuciosamente preparado en vistas a un derrocamiento revolucionario. Pero un plan presupone una orientación precisa en materia de tiempo y por tanto también la fijación de fechas.
Esto se aplica mucho más a la revolución proletaria. El partido comunista no puede tener una actitud de espera ante el movimiento revolucionario en aumento del proletariado. Hacerlo es adaptarse al punto de vista del menchevismo. Los mencheviques trataron de apretar los frenos a la revolución mientras estaba en curso de desarrollo, explotaban su éxito desde que consiguió una victoria incluso menor y se esforzaban tanto como podían en impedir su triunfo. El partido comunista no puede tomar el poder utilizando al movimiento revolucionario desde las bandas sino solamente mediante una dirección política, organizativa y militar-técnica, directa e inmediata, de las masas revolucionarias, como en el momento decisivo del derrocamiento. Por esta razón, precisamente, el partido comunista no puede utilizar la gran ley liberal según la cual las revoluciones llegan pero jamás se hacen y no pueden, por tanto, ser decididas para una fecha fija. Desde el punto de vista del espectador, la ley es justa, pero desde el punto de vista de los dirigentes es una simpleza y una vulgaridad.
Imaginemos un país en el que las condiciones políticas de la revolución proletaria están o bien completamente maduras o evidente y netamente a punto de madurar cotidianamente. Bajo tales circunstancias, ¿cuál debería ser la actitud del partido comunista sobre la cuestión del levantamiento y fijación de su fecha?
Si el país atraviesa una profunda crisis social, cuando las contradicciones están agravadas hasta el extremo, cuando las masas trabajadoras están en fermentación constante, cuando el partido está apoyado, con toda evidencia, por una indiscutible mayoría de trabajadores y, en consecuencia, por todos los elementos más activos, más conscientes, de su clase, los más prestos al sacrificio, entonces la tarea que confronta el partido (la única posible bajo esas circunstancias) es fijar un momento preciso en el futuro inmediato, un momento en el que la situación revolucionaria favorable no pueda girarse contra nosotros brutalmente, y concentrar, pues, todos nuestros esfuerzos en la preparación del golpe, subordinar toda la política y la organización al objetivo militar en vistas, de forma que ese golpe se realice con la potencia máxima.
Para no considerar solamente a un país imaginario, tomemos el ejemplo de la Revolución de Octubre. El país estaba atenazado por una gran crisis, interior e internacional. El aparato de estado estaba paralizado. Los trabajadores afluían de forma cada vez más numerosa bajo las banderas de nuestro partido. A partir del momento en que los bolcheviques tuvieron la mayoría en el soviet de Petrogrado, nuestro partido estaba colocado ante la cuestión no de la lucha por el poder en general sino de la preparación para la toma del poder según un plan preciso y en una fecha fijada. El día fijado fue, es muy conocido, el de la reunión del congreso panruso de los soviets. Determinados miembros de nuestro comité central eran, desde el principio, del parecer que el momento del golpe real debía sincronizarse con ese momento político del congreso de los soviets. Otros miembros del CC temían que la burguesía tuviese tiempo para hacer preparativos para ese momento y pudiese disolver el congreso (querían que el golpe fuera organizado de antemano). El Comité Central fijó la fecha de la insurrección armada para el 15 de octubre como más tarde. Esta decisión fue ejecutada con un aplazamiento deliberado de diez días porque el curso de los preparativos de agitación y organización mostró que una insurrección independiente del congreso de los soviets hubiera sembrado la confusión en capas muy importantes de la clase obrera que había ligado la idea de la toma del poder con los soviets y no con el partido y sus organizaciones secretas. Por otra parte, estaba completamente claro que la burguesía estaba ya demasiado desmoralizada para poder organizar una resistencia seria en el espacio de dos o tres semanas.
Así, después que nuestro partido ganase la mayoría en los soviets dirigentes y se asegurase así la premisa política fundamental de la toma del poder, nos encontramos frente a la dura necesidad de fijar las fechas de un calendario para zanjar la cuestión militar. Antes de que conquistáramos la mayoría, el plan técnico organizativo sólo podía ser, evidentemente, más o menos provisional y elástico. Para nosotros, la medida de nuestra influencia eran los soviets que habían sido creados por los mencheviques y social revolucionarios al principio de la revolución. Y los soviets, por otra parte, nos suministraban una cobertura política para nuestro trabajo conspirativo, y a continuación los soviets sirvieron como órganos de poder después que fue tomado realmente.
¿Cuál habría sido nuestra estrategia si no hubiese habido soviets? En tal caso nos hubiésemos girado hacia otras medidas de nuestra influencia: los sindicatos, las huelgas, las manifestaciones callejeras, las elecciones democráticas de todo tipo, etc. Aunque los soviets sean la medida más precisa de la actividad real de las masas durante la época revolucionaria, sin soviets habríamos podido fijar igualmente el momento preciso en que la mayoría de la clase obrera y de los explotados en su conjunto estaba de nuestro lado. Naturalmente, en ese momento habríamos podido lanzar a las masas la consigna de la formación de soviets. Pero, haciendo eso habríamos llevado ya la cuestión al plano de los enfrentamientos militares y, en consecuencia, antes de lanzar la consigna de formar soviets tendríamos que haber tenido un plan seriamente elaborado para un levantamiento armado en una fecha fija.
Una vez que la mayoría de los oprimidos hubiese estado de nuestra parte, o al menos la mayoría en los centros y provincias defensivos, la formación de soviets habría seguido ciertamente nuestros llamamientos. Las ciudades y provincias más atrasadas habrían imitado a los grandes centros con mayor o menor retraso. Entonces nos habríamos encontrado ante la tarea política de convocar al congreso de los soviets y la tarea militar de asegurar la transferencia del poder a ese congreso. Desde luego que estos sólo son dos aspectos del mismo y único problema.
Imaginemos ahora que nuestro comité central, bajo la situación descrita más arriba, es decir en ausencia de soviets, se hubiese reunido en una sesión decisiva en el período en que las masas ya habían comenzado a avanzar espontáneamente hacia nosotros pero en el que todavía no nos hubiesen asegurado una mayoría aplastante. ¿Cómo habríamos, entonces, debido preparar nuestro plan de acción? ¿Podríamos fechar la insurrección?
La respuesta a este interrogante puede sacarse de lo que se ha dicho más arriba. Nos tendríamos que haber dicho:
«Actualmente todavía no tenemos una mayoría clara e indiscutible pero el movimiento en las masas es tan grande que la mayoría militante decisiva que nos es necesaria sólo es cuestión de algunas semanas. Supongamos que haga falta alrededor de un mes para ganar a la mayoría de los obreros en Petrogrado, Moscú y la cuenca del Don; fijémonos esta tarea y concentremos en ella las fuerzas necesarias. Desde el momento en que hayamos conquistado la mayoría (y nos aseguremos en la acción que este será el caso de aquí a un mes) invitaremos a los oprimidos a formar soviets. Para ello no hará falta más que una o dos semanas en Petrogrado, Moscú y en la cuenca del Don, se puede descontar sin error que las otras ciudades y provincias les seguirán en tres semanas. Así, la creación de una red de soviets exigiría alrededor de un mes. Tras la formación de los soviets en las provincias importantes en las que tendríamos, evidentemente, la mayoría, convocaremos un congreso panruso de los soviets. Nos serán necesarias dos semanas como máximo para reunir ese congreso. Tenemos, pues, dos meses y medio antes del congreso. En ese plazo, la toma del poder no solamente debe prepararse sino ser realmente cumplida. En consecuencia, deberíamos remitir a nuestras organizaciones militares un programa dándoles dos meses, como máximo dos y medio, para preparar una insurrección en Petrogrado, Moscú, en los ferrocarriles, etc.»
Utilizo el condicional porque en realidad, aunque nuestras operaciones no hayan sido en absoluto poco diestras, sin embargo no han sido en absoluto sistemáticas, no porque estemos consternados por las «leyes históricas», sino porque estamos a punto de realizar la insurrección proletaria por primera vez.
Pero ¿no pueden producirse errores de cálculo con este método? La toma del poder significa la guerra, y en la guerra existen derrotas y victorias. Pero el curso sistemático descrito aquí constituye la ruta mejor y más directa hacia el objetivo, es decir que aumenta al máximo las posibilidades de victoria. Así, por ejemplo, si fuese el caso que un mes después del comité central decisivo de nuestro ejemplo no tuviésemos la mayoría de los oprimidos a nuestro lado, por supuesto que no habríamos lanzado la consigna de la formación de soviets. En ese caso la consigna habría sido, pues, abortada. Y si hubiese sido el caso inverso y hubiésemos tenido con nosotros una mayoría decisiva y militante, digamos en dos semanas, ello habría abreviado nuestro plan y avanzado el momento decisivo de la insurrección. Lo mismo es cierto para la segunda y tercera etapa del plan: la formación de los soviets y la convocatoria del congreso de los soviets. No habríamos lanzado la consigna del congreso de los soviets antes de habernos asegurado, como ya he dicho, la formación real de soviets en los centros más importantes. En esta vía, la realización de cada una de las etapas sucesivas de nuestro plan está preparada y asegurada por la realización de las precedentes. El trabajo de preparación militar se desarrolla paralelamente al resto según calendario rígido. Así el partido conserva siempre un control absoluto de su aparato militar. Por supuesto que hay muchos aspectos inesperados, imprevistos y espontáneos en la revolución y nos hace falta, evidentemente, prever que se van a producir «accidentes» y adaptarnos a ellos; pero podemos hacerlo con más éxito y certidumbre si nuestro plan conspirativo está profundamente elaborado de antemano.
La revolución tiene un inmenso poder de improvisación pero no improvisa jamás nada de bueno para los fatalistas, los espectadores y los imbéciles. La victoria viene de una evaluación política justa, de una organización correcta y de la voluntad para descargar el golpe decisivo.
La revolución y la guerra a menudo van de la mano. Conocemos casos en la historia en los que la guerra ha producido la revolución y viceversa. La explicación es que, tanto la guerra como la revolución, significan un grandísimo trastorno en la sociedad, un momento en el que todo el viejo equilibrio familiar queda alterado y en el que una conmoción externa produce una interna o a la inversa.
Existen rasgos comunes en la naturaleza de la guerra y de la revolución. Esos rasgos comunes conciernen mucho al trabajo en el que estamos comprometidos. Para que la guerra, para que la victoria en la guerra, sean posibles se necesitan determinadas condiciones sociales, políticas y organizativas. Es preciso que la economía de la sociedad sea tal que haga la guerra posible y es necesario que amplias masas acepten la guerra o que, al menos, no se opongan a ella de forma activa. Sin embargo, en sí mismos, estos factores no determinan el éxito en una guerra. Se necesita una organización que conozca el arte de la guerra, que sea capaz de elaborar un plan de guerra, de repartir los papeles, de poner en acción a las fuerzas y de asegurar la victoria. Esa organización debe ser un ejército.
Aquí existe una analogía que determina el éxito de la revolución, aunque, para decir la verdad, esté lejos de ser total. Para que una revolución sea posible como revolución victoriosa es preciso que la economía de ese país determinado haya alcanzado cierto nivel de desarrollo; es preciso que exista en la sociedad una clase que tenga interés en la revolución y, finalmente, es necesario que esta clase sea dirigida por una organización que sepa dirigir una revolución, desarrollarla y coronarla con una toma victoriosa del poder.
Una tentativa de tomar el poder en ausencia de las precondiciones sociales y políticas necesarias se llama en alemán un putsh (es decir el aborto de una insurrección armada). Pero, por otra parte, si las premisas de la revolución existen, es decir si existe una situación revolucionaria, si existe una clase que está interesada en la revolución y que constituye una fuerza decisiva, pero no existe partido ni organización capaz de dirigirla, o si ese partido es débil, o no tiene un plan claro, entonces la situación revolucionaria más favorable puede acabar en un fracaso. Lo mismo sirve para la guerra. Una guerra puede perderse incluso bajo las más favorables circunstancias, es decir si existe unanimidad en las amplias masas y éstas están dispuestas a luchar. Si la organización es mala, la estrategia mediocre y la táctica es una táctica superada, si las unidades no están coordinadas, entonces la mejor de las situaciones internacionales puede llevar a una derrota. Hablo, camaradas, de los rasgos comunes de la guerra y de la revolución porque ahora están particularmente ligadas. Hemos convocado a nuestros trabajadores políticos en las fuerzas armadas a una reunión extremadamente importante. Vamos a decidir nuestras tareas inmediatas, pero vamos a hacerlo bajo circunstancias de una situación histórica de excepcional responsabilidad. ¿Cuál es la razón? La revolución en Alemania y el peligro potencial de guerra que resulta de esa revolución. Para la revolución, como para la guerra, es necesario prepararse cuidadosamente y en ningún caso depositar las esperanzas en la improvisación o bajo la protección de la Gran Madre Historia. Esa Gran Madre nos dio la buenaventura en 1917 y 1918, y no mal del todo. Pero nuestros enemigos han aprendido mucho en esos seis años y ya no es posible actuar ahora con métodos tan simples como los que utilizamos en 1917.
En el curso de los últimos días hemos tenido un ejemplo de la derrota de una revolución cuyas premisas eran favorables. Me refiero a la revolución en Bulgaria. El gobierno búlgaro llegó al poder a través de un golpe de estado apoyado por las bayonetas de Wrangel. Los partidos políticos que dieron el golpe de estado representaban una fuerza minúscula. Los comunistas eran fuertes. La mayoría del país y del campesinado estaba casi en un 100% contra el gobierno Tsankov. Según los camaradas que conocen Bulgaria (tengo algún conocimiento de ese país gracias a observaciones personales pero éstas son de hace mucho tiempo y mi última visita allí se remonta a 1913), y según todas las evidencias, con un poco de preparación seria habríamos podido ganar en Bulgaria, pero no ha sido el caso. ¿Por qué, pues? Estaban las premisas sociales y políticas. Los partidos burgueses estaban profundamente desacreditados. Habían dejado libre el lugar al Partido Campesino. La dirección de este partido, el gobierno Stambulisky, se había desacreditado. Todas las simpatías se dirigían hacia la izquierda y recaían en el partido comunista. Las fuerzas armadas del enemigo eran infinitesimales. Y sin embargo nos han vencido. Lo que faltaba era un plan de acción claro, especial, un golpe decisivo descargado en el momento elegido y en el lugar escogido. No se debe confundir una revolución con un levantamiento armado. Una revolución es una combinación de acontecimientos gigantescos, una revolución no puede ser fijada para un momento preciso, no se puede distribuir los papeles de antemano en ella; pero cuando se ha creado una situación revolucionaria, la clase revolucionaria se ve enfrentada a una tarea práctica: «tomar el poder».
Es esta esencialmente una tarea militar-revolucionaria. Para ello, hay que tumbar al enemigo, adelantársele en la iniciativa y despojarlo del poder. Ello exige un plan, una iniciativa, la fijación de una fecha[134] y toda una serie de operaciones militares. Si se deja pasar el momento, la situación puede cambiar completamente y desencadenar la desintegración en las filas de la clase revolucionaria, la pérdida de confianza en sus propias fuerzas y todo lo demás.
En lo que concierne a Alemania, esos peligros no están excluidos desgraciadamente. En el presente, sin embargo, todo muestra que, día a día, cuentan cada vez menos. El problema de la revolución alemana es evidentemente incomparablemente más importante que el de la revolución búlgara. Por supuesto, no se puede negar que para nosotros habría sido un magnífico regalo de la historia que se hubiese tomado el poder en Bulgaria cinco minutos antes de la revolución alemana. Pero, helas, esto no ha ocurrido. El telón está ahora a punto de levantarse en el drama alemán cuya escala será infinitamente superior a la de la revolución en Bulgaria y en el que tampoco están excluidos los peligros de los que he hablado. Ninguna revolución tiene garantizado el éxito de antemano. Pero, al mismo tiempo, cada vez está más claro para las masas que no hay salida para Alemania en la vía de las reformas y del parlamentarismo. La situación ha madurado plenamente para la revolución igualmente en el sentido que la clase fundamental de la sociedad, el proletariado, es de una importancia decisiva con una predominancia absoluta en el país.
[Trotsky suministra a continuación las cifras de trabajadores ya indicadas en el congreso de los trabajadores del transporte]
Finalmente, consideremos la escalofriante caída del marco que desequilibra la vida en sus relaciones cotidianas más simples, día tras día, haciendo desaparecer el suelo bajo los pies de cada trabajadora, de cada ama de casa, de cada trabajador, dándole y dándole vueltas en su cabeza a que ya no pueden seguir viviendo así. Hoy nos trae la noticia el telégrafo de un nuevo ascenso del dólar a 12.000 millones de marcos.
Al mismo tiempo, constatamos un crecimiento extremadamente rápido de la influencia del partido comunista alemán. Es un partido joven, nacido durante la guerra imperialista y que ha asumido su forma actual tras noviembre de 1918. Ha sufrido malos reveses. Fue vencido en marzo de 1921, cuando trató de ganar el poder a pesar de que la clase obrera no estuviese preparada. Os acordaréis cómo el Tercer Congreso de la Comintern condenó severamente el error cometido por el partido comunista alemán. Ello provocó un descontento en la Izquierda de ese partido. Pero la lección demostró ser útil. Después, el partido comunista alemán se ha convertido en el partido dirigente del proletariado alemán. Los cambios políticos de las últimas semanas lo han confirmado de forma casi definitiva. Mensajes de Berlín nos cuentan qué fatal efecto ha producido sobre la socialdemocracia alemana la formación de la coalición de los socialdemócratas de izquierda con los comunistas en Sajonia y Turingia. Se han levantado voces aquí y allí contra esas coaliciones en el interior del mismo PC. Los temores se centran en que la socialdemocracia, al comprometerse cada vez más, al comprometer a su ala izquierda, no hace más que una maniobra para absorber cada vez más a las masas traicionadas por la socialdemocracia. Una vez pasado el peligro, la socialdemocracia recuperará su izquierda y mostrará su verdadero rostro. Tal ha sido la crítica que se ha hecho en nuestras filas. Los adversarios de la coalición decían que, si entrábamos en ese bloque con los socialdemócratas, les permitiríamos engordar. El Comintern y el partido alemán han pensado de forma diferente. Es cierto que estamos a punto de llevar adelante un combate sin piedad contra los socialdemócratas. El combate exige métodos muy elaborados. Tanto maniobras como el abandono deliberado de determinadas posiciones, retiradas, suspensiones, etc. Lo mismo sirve para la política. El Partido Comunista ya ha adquirido tanta influencia en Alemania que el tractivo que ejerce sobre los obreros socialdemócratas es muy grande, pero no lo suficiente como para romper su vieja cáscara de organización. Es característico de un obrero que nutra un vivo sentimiento de gratitud y amor, un sentido del deber, hacia la organización que lo despertó a la vida consciente. Las viejas y medias generaciones de los obreros alemanes fueron despertadas por la socialdemocracia. No se pueden negar los servicios que rindió, pero, ulteriormente, la socialdemocracia engañó a los trabajadores explotando la influencia que tenía sobre ellos para atarlos de pies y manos. En la clase obrera ha subsistido la actitud hacia la socialdemocracia como el partido que la despertó. En consecuencia, aunque los trabajadores alemanes hayan cerrado el puño contra la socialdemocracia, una gran parte de ellos sigue bajo su bandera. La tarea de la coalición, en este momento que precede a las batallas decisivas, consiste en romper esta cáscara, ese conservadurismo de organización. Lo que tenemos allí no es una coalición constituida para realizar un programa socialista sobre la base de la democracia parlamentaria. No. Es esencialmente una maniobra militar revolucionaria que busca asegurar una posición sólida y armamento, en un punto del territorio, antes de la hora de las huelgas, de la acción decisiva. Así es como el Comité Ejecutivo de la Comintern ha comprendido y comprende la experiencia en Sajonia. Todas nuestras informaciones demuestran que el hecho que los comunistas se hayan unido a los socialdemócratas en el mismo gobierno ha sacudido el conservadurismo de organización de los socialdemócratas. Así, mientras los socialdemócratas están en el poder, la existencia de esta coalición no ha reforzado a las organizaciones socialdemócratas sino que ha hecho que las masas hayan pasado a nuestro lado. Los socialdemócratas están a punto de partirse en trozos. La influencia del hecho que en Alemania haya un gobierno de coalición tiene un efecto destructor sobre la socialdemocracia. En Berlín, el giro a la izquierda efectuado es extremadamente marcado. Así, nuestra iniciativa está ya justificada.
La coalición tiene para nosotros otro sentido. Hoy en día se desarrolla en Alemania una lucha de clases que ha sido reducida a una fórmula muy simple: la lucha de las masas proletarias contra los destacamentos de combate de los fascistas. Digo que es una fórmula muy simple porque en Alemania ahora el aparato del estado no existe ya casi en la práctica. La lucha de clases, que ha alcanzado su estadio final, se encarna territorialmente en el hecho que no solamente tenemos las centurias armadas del proletariado en toda Alemania, sino que también vemos que se está a punto de preparar en Sajonia una plaza de armas para la revolución. Por una parte, Baviera es la de los kulak fascistas, dirigidos por los oficiales del Kaiser. Hay dos campos enfrentados cara a cara. Sajonia y Turingia constituyen nuestras plazas de armas en las que las masas obreras se unen cada vez más a nuestra bandera y en la que organizamos a las centurias obreras. Es característico que las relaciones diplomáticas estén ahora rotas entre Sajonia y Baviera: esta ruptura significa que el proletariado y la burguesía están a punto de organizar la guerra civil. Los alemanes son un pueblo sistemático y hace también su revolución de esta forma. Cuando se mira a la revolución a punto de desarrollarse, se tiene delante de uno un sistema riguroso de mecanismos trabajando con una total precisión, como en los mecanismos de un reloj. Hay que confiar en que a las doce horas sonará; y evidentemente eso será muy pronto.
Ya he mencionado que no hay gobierno hoy en día en Alemania, que el parlamento elegido sobre la base del sufragio universal, igual, secreto, etc., ha renunciado al gobierno y que ha elegido a favor de la puesta en el poder del general von Seeckt. Ahora el verdadero aparato de estado en Alemania es el general Seeckt, que conoce muy bien la maquinaria para exterminar a los hombres con su Reichswerh de 100.000 hombre y las fuerzas de los batallones de choque fascistas (200.000 según algunos informes, 400.000 según otras fuentes), que en verano efectuaron sus acampadas bajo la protección de los oficiales de la Reichswerh. A la cabeza de todas esas fuerzas se encuentra el general Seeckt, que manda también a la Schutzpolizei, que cuenta con algunos centenares de millares de hombres. El general Seeckt está a punto de comenzar, con el general Mí¼ller, una ofensiva contra Sajonia llamando a ese estado a disolver las Centurias Proletarias. Por otra parte, Berlín intenta reemplazar al general von Lossow, a lo que el gobierno bávaro ha respondido que si el gobierno central insiste en relevar a Lossow de sus funciones no pedirá ni más ni menos que la dimisión de Gessler. Ahora bien, ese Gessler es el ministro de la guerra de la República: de forma que Baviera no solamente ha roto sus relaciones diplomáticas con Sajonia sino que comienza a dirigirse a los Kerensky de Berlín en un tal tono de amo que les ha puesto el rabo entre las piernas y retirado su demanda de reemplazo del general Lossow.
Tal es la situación. No puede durar mucho tiempo. O bien se disolverán las centurias proletarias, lo que sería un severo golpe descargado sobre la revolución alemana, no digo su derrota pero lo que significaría sin duda alguna que, en una escaramuza entre puestos avanzadas, los obreros habrían sido vencidos. O bien el general Mí¼ller, paralizado por el kerenskismo en la retaguardia, no sería capaza de llevar a cabo esta amenaza, lo que sería excelente para la revolución después que él haya enviado un ultimátum. Ello elevaría la moral de los obreros y el mismo curso de la revolución devendría más pleno de ánimo y confianza. O bien el general Mí¼ller hace entrar a la Reichswerh, las Centurias Proletarias rechazan su disolución y entonces la guerra civil comienza, de una forma u otra. Pero por más que la situación actual en Alemania pueda durar días, incluso semanas, eso no podrá ser durante meses.
Acabo justamente de designar a las fuerzas fundamentales del enemigo, a la Reichswerh de 100.000 hombres, cuya dimensión fue fijada por el Tratado de Versalles. Es una ejército de voluntarios, casi exclusivamente de campesinos que han sido sometidos por sus oficiales al adiestramiento apropiado. En cierta medida los 135.000 hombres de la policía también son un ejército en manos de Seeckt. Sobre todo está formada por trabajadores urbanos, salvo en Baviera y en Wurtemberg. Mientras que la Reichswerh comprende a jóvenes campesinos, de los que el 95% están solteros, los policías son obreros, la aplastante mayoría de ellos cargados de familia, que han sido llevados a entrar en la policía a causa del paro o de otras circunstancias. En Prusia-Brandeburgo, la policía está constituida en gran medida por obreros socialdemócratas y forma la guardia del ministro del interior Severing. La ley prohíbe a los policías pertenecer a un partido pero les permite estar sindicados, de forma que la gran mayoría de los policías son miembros de los sindicatos «libres» (socialdemócratas). Personas competentes estiman que un tercio de los policías se batirá seguramente contra nosotros (sobre todo en las zonas rurales), un tercio se mantendrá neutral y otro tercio se batirá a nuestro lado o nos ayudará. Así, los cálculos aritméticos muestran que la policía se verá paralizada o eliminada en tanto que fuerza independiente. Todo depende aquí de la política, de la estrategia, de la táctica que vayamos a desarrollar. Pero lo que es más importante es que no debemos considerar a la Reichswehr y a la policía como cuerpos unidos y monolíticos. Semejante concepción es radicalmente falsa. El joven comunista alemán tiene por regla general, naturalmente, la misma psicología que nuestro joven soldado del Ejército Rojo. Cuando está en combate en una situación difícil, por primera vez, le parece que el enemigo es terrible, intratable y tan potente que, si pone en ello todo su peso, lo va a aplastar y destruir pues él, pobre diablo Petrov de la provincia de Pensa, es una criatura muy débil, al que le duele el corazón. Por ello es importante educar Semionov o Petrov para que sepa que el enemigo es también un hombre con un corazón doliente. Y nosotros, habiendo aprendido muy bien cómo ligarnos con las masas, nosotros tenemos todo lo que nos hace falta para cumplir esta tarea correctamente.
En lo que concierne a la Reichswehr, la situación es evidentemente un poco diferente a la de la policía; sin embargo no se debe olvidar que consiste en 100.000 jóvenes campesinos dispersados por todo el país. En los casos en los que el ejército logra resistir durante una revolución se debe, normalmente y en cierta medida, al hecho que el ejército siente que es una masa compacta hecha de regimientos, que cada uno de ellos sabe que a su lado hay otros, de forma que tiene confianza en que con esta masa aplastará a la revolución. Pero este ejército está dividido en compañías y batallones dispersos, que todos los días resultan destemplados por las oleadas, que les llegan por todas partes, de la tempestad revolucionaria en la cual participan millones y millones de proletarios, de pequeño burgueses y de campesinos pobres; bajo esas condiciones las unidades del ejército se sentirán muy poco seguras y pueden verse presas del pánico, y un partido revolucionario puede contribuir en ese sentido. Que entre las unidades de la Reichswehr solamente algunas de ellas se digan: «Nada que hacer, mis hermanos, abandonemos nuestros fusiles», eso puede dar resultados decisivos. Pero es necesaria una preparación: hay que estudiar la experiencia de las revoluciones anteriores. Pero si pensamos que la Reichswehr es inexpugnable y no tratamos de romperla desde el interior, eso será malo, pues, aunque los franceses hayan reducido al mínimo al ejército alemán han dejado suficientes mecanismos mortales para las masas para poder aplastar una revuelta de la clase obrera alemana.
Queda el ejército fascista que disfruta de la protección del estado. Si no ha sido legalizado no es por la existencia de la poco casta socialdemocracia alemana sino por la existencia de Poincaré que vigila para que este ejército fascista no se convierta en una fuerza importante. Los cuadros de mando de las unidades fascistas individuales son excelentes. En lo que atañe al material de combate, son hijos de la burguesía, estudiantes, pequeño burgueses e incluso obreros del tipo lumpen proletario. Sus filas no son completamente homogéneas y no es seguro que cuando llegue el momento decisivo pongan sus vidas en juego en la línea de combate. La forma en que se comporten las unidades fascistas dependerá de la forma en que se comporte la Reichswehr: tienen el mismo servicio de comunicaciones y un mando común, y su movilización se efectuará a través de los servicios de la Reichswehr. Si el aparato, es decir el ejército oficial, se mantiene plenamente como aparato central (y ello depende de la amplitud y fuerza de la revolución y de la política de nuestro partido), eso será para nosotros una desventaja substancial. Si los revolucionarios pueden romper la columna vertebral de esta organización, los batallones fascistas sólo serán ya innumerables destacamentos de guerrilla y será más fácil ocuparse de ellos.
Por supuesto que también hay otro tipo de preparativos a hacer. La red ferroviaria alemana es un instrumento de una excepcional potencia. Hay más de 60.000 kilómetros de vías férreas. Si, en un momento decisivo, caen en manos de los fascistas estos podrían lanzar sus tropas en las zonas industriales y serían capaces de maniobrar. Está claro que es una cuestión de una importancia excepcional.
Si los ferroviarios caen en manos de la reacción en el momento decisivo, esta última podrá encontrar un apoyo en las regiones kulak (Baviera, Prusia Oriental, etc.) ¿Cómo impedirlo? En primer lugar, el proletariado de los ferrocarriles es perfectamente capaz de hacer huelga en los lugares importantes, de hacer saltar los puentes, etc. Para ello es necesaria una buen contra-organización del partido revolucionario, con mandos secretos en los principales nudos ferroviarios. Por supuesto no estoy a punto de describir lo que existe, hablo solamente de lo que se deduce de la experiencia de nuestra propia revolución. Cómo actúen los camaradas alemanes, qué hagan en el futuro, no podemos saberlo, pero esto es lo que se deduce de nuestra experiencia y eso es lo que deberíamos hacer si nos viésemos emplazados en la misma situación y tuviésemos que tomar de nuevo el poder. Como no hay revoluciones muy a menudo, y en seis años algunos pueden haber olvidado, juzgo necesario recordar a esta asamblea que, en esos casos, hay que tener un contra-aparato muy bien organizado en los ferrocarriles porque es posible retener y paralizar al aparato fascista si los mandos revolucionarios tienen a su disposición algunos destacamentos de combate de élite capaces de detener la marcha de los trenes oponiéndose a los batallones fascistas. Y como lo que es fundamental por nuestra parte es que los 15 o 20 millones de obreros alemanes estén de nuestra parte en el momento decisivo ello facilitará, evidentemente, todos los otros manejos, incluyendo los que sean puramente militares (ello los hará más fáciles pero no innecesarios). Debo decir que he hablado en privado con camaradas rusos que han observado la vida en Alemania hace dos o tres meses y me han respondido: «No sabemos, pero suponemos que cuando estalle la revolución habrá que improvisar sobre estas cuestiones». Les he respondido que la revolución improvisa enormemente pero que no lo hace más que para quienes se han preparado para ella seria y cuidadosamente y no improvisa nada para los estorninos. También he dicho que aunque la Gran Madre Historia nos ha ayudado una vez ello no significa que nos dirá de nuevo favorablemente la buena ventura.
Para asegurar el triunfo militar de una revolución hay que querer lograr esa victoria a cualquier precio y hacer todo por la revolución, rompiendo todos los obstáculos en su camino. ¿La clase obrera alemana encontrará en sí misma la voluntad necesaria para tomar el poder, combatir y ganarse a la aplastante mayoría de las masas, para saltar directamente al cuello del enemigo de forma que pueda vencerlo y tomar el poder? Esta transición siempre viene acompañada por una muy grave crisis interna en el partido, porque una cosa es ganar influencia sobre las masas, sobre los obreros, unirlos y dirigirlos, y otra decir: «ha llegado el momento, hay que concentrar las fuerzas y dar la señal de la insurrección, jugándonoslo todo a una sola carta». Ello exige que el partido manifieste mucha resolución y las inhibiciones internas pueden ser muy fuertes en esta situación.
Todavía no hay insurrección armada en Alemania (no ha hecho más que poner un pie en tierra). El Partido Comunista alemán no tiene el temple que tenía nuestro partido en 1917, tampoco un gran pasado de actividad clandestina, su destino fue atravesar más de una aunque en el pasado llevaron a derrotas mucho más serias. El Partido Comunista alemán tiene ahora una gran ventaja respecto a nosotros en 1917 pues puede apoyarse en nuestra experiencia y se beneficia de la dirección de la Comintern que, ella misma, se beneficia de nuestra propia experiencia. Se pueden esperar fricciones internas, inevitables cada vez que un partido revolucionario pasa de la agitación y de la propaganda a la conquista del poder, aquellas se verán reducidas al mínimo. Hasta donde puede juzgarse por la información que se tiene sobre ese comportamiento del partido comunista alemán, el peligro de verlo separarse de los acontecimientos con su desarrollo, el peligro que ese partido flaqueé, para hablar claro, es mínimo si no está totalmente excluido; pero sólo los acontecimientos pueden verificar si es así.
Nuestra conclusión es que la historia ha preparado completamente las condiciones para una insurrección armada en Alemania, y que el general Mí¼ller ha recibido de la historia la tarea de acelerar ese proceso cuyo desarrollo deberá tomar un ritmo muy rápido en un futuro próximo. Con el partido en una línea correcta, el crédito de ese conflicto es a favor del proletariado. No os preciso los efectivos de las fuerzas armadas de la revolución por razones bien comprensibles (en primer lugar porque las ignoro y, en segundo lugar, porque si por azar las supiese no iba a divulgarlas). Pero quince millones de obreros industriales, y entre dos y tres millones de obreros agrícolas, son capaces de producir en sus filas bastantes unidades armadas como para ocuparse del enemigo.
De forma general los augurios son favorables aunque, evidentemente, como en la guerra, no se pueden hacer previsiones precisas. La guerra no es un ejercicio de aritmética. Para la revolución esto es más cierto aún. La Historia exige que los dos campos beligerantes prueben la fuerza de sus frentes respectivos y sólo en el mismo conflicto se encuentra la salida al conflicto en cuestión, no en un proceso de cálculo de contabilidad. Por ello se puede estimar el curso del desarrollo y sopesar las posibilidades a favor y en contra, jamás, sin embargo, es posible profetizar la salida del conflicto con una certidumbre matemática. En el caso dado sin embargo, los datos fundamentales son favorables.
[Trotsky comenta después la situación internacional retomando su análisis de vísperas y termina examinando «las tareas» del Ejército Rojo y particularmente de su mando político. Termina con una severa crítica del falso romanticismo de los discursos mentirosos y empáticos de los jefes de unidad, de los fraudes burocráticos en el «discurso oficial» que son, según él, el principio de la corrupción. Concluye:]
Vamos a continuar con una política de reivindicación del derecho de tránsito [en Polonia, NDR de CLT] y de la no intervención. En caso en que, sin embargo, nos veamos colocados ante la necesidad de entrar en guerra, es preciso que lo más atrasado de nuestros campesinos comprenda que es el resultado de circunstancias objetivamente insuperables. Hacemos todos nuestros esfuerzos para salvar la paz, sin embargo, si nos vemos obligados a hacer la guerra, nos defenderemos hasta el final. Hay que llevar adelante un trabajo metódico contra el discurso oficial en el ejército, preparando a la opinión pública de los soldados para todas las posibilidades y dificultades. Esa es nuestra tarea fundamental, y si la cumplimos, entonces, si se nos obliga a la guerra, lucharemos como nadie ha luchado jamás antes.
Camaradas,
Permitidme que os dirija con el motivo del 5º aniversario de la Liga de las Juventudes Comunistas un saludo fraternal del Ejército Rojo y de la Flota Roja. Los saludos no os sorprenderán y he leído en el diario esta tarde que habéis recibido de Toronto, Chicago y Buenos Aires. A pesar de ello confío en que no rechazaréis el saludo de la Znamenka»¦
La historia ha golpeado con un gran y pesado martillo para forjar el carácter de vuestra generación. A penas habéis abandonado el campo de batalla, a penas habéis aproximado vuestros labios a las fuentes del conocimiento y de la técnica, y ya escucháis la alarma que nos advierte de la aproximación de un nuevo y terrible conflicto. Hablo de lo que pasa en Alemania y que cautiva nuestros pensamientos y nuestra voluntad.
Cada día aporta noticias, por la radio o por el telégrafo, de la forma en que la lucha de clases, en la Alemania de hoy semidesmembrada y profundamente arruinada, deviene cada vez más aguda y avanza hacia su inevitable apogeo. Ya se ve cómo el imperialismo francés ha recurrido al desmembramiento abierto. Baviera, apoyada por las bayonetas francesas, actúa como un «estado independiente». En Coblenza, tiene la sede un gobierno separatista y traidor a la «República» de Renania. En la misma Coblenza hace ahora 125 o 130 años, los emigrados realistas franceses se ponían a resguardo de los truenos y relámpagos de la gran revolución francesa de aquellos tiempos, pero, ahora, los monárquicos alemanes se refugian bajo la protección de las bayonetas francesas ante el miedo a los truenos y relámpagos de la nueva oleada ya en marcha de la revolución proletaria. El obrero alemán hambriento surge en el papel de pionero de una nueva fase de combates de clase [aplausos].
Sí, aplaudimos con todo nuestro corazón el ardor revolucionario del proletariado alemán, de los comunistas que son sus verdaderos dirigentes. Consideramos con desconfianza el comportamiento de los socialdemócratas llamados «de izquierda». Seguimos atentamente el desarrollo de la guerra civil que ya ha atravesado cierto número de duras etapas. Hasta ahora, camaradas, el proletariado alemán no ha tomado el volante de la victoria con mano férrea. Nos esperan aún, horas, días, semanas, y puede que meses difí-ciles. Estamos lejos de los trabajadores alemanes. Pero desde aquí, en esta celebración roja de la Liga de las Juventudes Comunistas, lanzamos un llamamiento a los proletarios, hombres y mujeres, de Berlín, Dresde, Chemnitz y otras ciudades y distritos: «Hermanos y hermanas, estamos con vosotros en espíritu».
El último año hemos vivido bajo el signo de la revolución inminente en Alemania. Durante la segunda mitad del año, la revolución alemana se acercaba día tras día. En ello veíamos la clave del desarrollo mundial. Si hubiese vencido la revolución alemana, la relación de fuerzas habría cambiado radicalmente. La Unión Soviética, con su población de 130 millones y sus innumerables riquezas naturales, por una parte, y, por la otra, Alemania con su tecnología, su cultura y su clase obrera, ese bloque, esa potente alianza, habría cortado radicalmente la línea de desarrollo en Europa y en el mundo. La construcción del socialismo habría adquirido un ritmo completamente diferente.
Sin embargo, contrariamente a nuestras esperanzas, la revolución en Alemania no ha vencido todavía. ¿Por qué? Es necesario pensar en esta cuestión porque puede suministrar enseñanzas útiles no solamente para Alemania sino para nosotros también.
¿Qué condiciones hacen posible una revolución proletaria victoriosa? Es preciso determinado desarrollo de las fuerzas productivas. El proletariado y las clases intermedias de la población que lo apoyan y siguen deben constituir la mayoría de la población. La vanguardia tiene que comprender claramente las tareas y métodos de la revolución proletaria y estar decidida a llevarla a buen puerto. Con ella, debe dirigir a la mayoría de las masas trabajadoras a una batalla decisiva.
Por otra parte, es necesario que la clase dirigente, es decir la burguesía, esté desorganizada y asustada por el conjunto de la situación nacional e internacional, que su voluntad esté minada y rota. Esas son las condiciones materiales, políticas y psicológicas de la revolución. Esas son las condiciones de la victoria del proletariado. Y si nos preguntamos: «¿Existían esas condiciones en Alemania?» yo pienso que tenemos que responder muy clara y firmemente: «Sí, salvo una.»
Recordemos el período posterior a mediados del año pasado, la falta de éxito y el hundimiento de la resistencia pasiva de la Alemania burguesa a la ocupación del Ruhr. Ese período estaba caracterizado por el profundo resquebrajamiento de la sociedad alemana. El marco se hundía a un ritmo tan loco que nuestro tranquilo rublo soviético habría podido ser objeto de envidia. Los precios de los productos de primera necesidad subían locamente. El descontento de las masas obreras se expresaba en conflictos abiertos con el estado. La burguesía alemana estaba descorazonada y era incapaz de actuar.
Los ministros aparecían y caían. Las tropas francesas estaban en la orilla alemana del Rin. Stresemann, jefe del gobierno de la gran coalición, declaraba: «Somos el último gobierno parlamentario burgués. Tras nosotros vendrán o los comunistas o los fascistas». Y los fascistas decían: «¡Que ganen los comunistas, llegará nuestra hora!» Todo ello significaba el último estadio del hundimiento de los cimientos de la sociedad burguesa. Los obreros afluían todos los días al partido comunista. Por supuesto que amplias masas marcaban todavía el paso en las filas del partido menchevique. Pero recordaréis que cuando tomamos el poder en Petrogrado en octubre los menchevique aún encabezaban los sindicatos, porque los obreros de Petrogrado, conducidos por nuestro partido, llegaron tan rápido al poder que no habían dado ni un paso para sacudir el viejo polvo en los sindicatos.
¿Por qué, entonces, hasta ahora no se ha logrado la victoria en Alemania? Creo que hay una sola respuesta: porque en Alemania no había un partido bolchevique, ni un dirigente como el que teníamos nosotros en octubre. Por primera vez tenemos aquí una comparación posible sobre un largo curso de experiencias históricas. Por supuesto, se puede decir que es más difícil vencer en Alemania. La burguesía alemana es más fuerte y más inteligente. Pero la clase obrera no puede escoger a sus enemigos. En Georgia habéis combatido contra el gobierno menchevique que la suerte os dio. La clase obrera alemana está obligada a combatir contra la burguesía alemana. Se puede decir, con plena seguridad, que la historia no puede crear condiciones objetivas más favorables para el proletariado alemán que las de la segunda mitad del pasado año. ¿Qué faltaba? Un partido con el temple del nuestro. Ahí está, camaradas, la cuestión central y todos los partidos europeos deben aprender de esta experiencia, y nos hace falta aprender a comprender y apreciar más clara y profundamente el carácter, la naturaleza y el significado de nuestro propio partido que aseguró la victoria al proletariado en octubre y toda una serie de victorias después.
Camaradas, no quisiera que mis observaciones fuesen entendidas como pesimistas, como si, por ejemplo, considerase que la victoria del proletariado hubiese sido retrasada para años. En absoluto. El futuro es nuestro. Pero hay que analizar correctamente el pasado. La media vuelta del año pasado, en octubre-noviembre, cuando el fascismo alemán y la gran burguesía se colocaron en primer plano, fue una enorme derrota. Hay que recordarlo, evaluarlo y fijarlo en nuestras memorias de forma que aprendamos de ello. Es una enorme derrota. Pero de esta derrota aprenderá el partido alemán, se templará y agrandará. Y la situación sigue siendo, como antes, revolucionaria.
A escala mundial han existido tres ocasiones en las que la revolución proletaria ha alcanzado el punto en el que hacía falta un bisturí. Aquí fue en octubre de 1917, en Italia en septiembre de 1919 y en Alemania en la segunda mitad del año pasado (julio-noviembre).
En nuestro país, se produjo una revolución proletaria victoriosa, comenzada, conducida y acabada por primera vez en la historia. En Italia una revolución fue saboteada. El proletariado se lanzó con toda su potencia contra la burguesía, ocupando fábricas, minas y factorías, pero el partido socialista, asustado por la presión del proletariado sobre la burguesía, lo apuñaló por la espalda, lo desorganizó, paralizó sus esfuerzos y lo entregó al fascismo.
Finalmente, tenemos la experiencia de Alemania donde existe un buen partido comunista, volcado a la causa de la revolución pero todavía desprovisto de las cualidades necesarias: un sentido de las proporciones, determinación y temple. Y ese partido, en un determinado momento, ha dejado resbalar entre sus dedos a la revolución.
Toda nuestra Internacional y cada obrero en particular debe mantener siempre en el espíritu estos tres modelos, estas tres experiencias históricas (la revolución de octubre aquí, una revolución preparada por la historia, comenzada, realizada y acabada por nosotros; la revolución en Italia, preparada por la historia, levantada sobre las espaldas de los trabajadores pero saboteada y minada por el partido socialista; y la revolución en Alemania, una revolución preparada por la historia que la clase obrera estaba dispuesta a cargar sobre sus espaldas pero que un honesto partido comunista falto del temple y de la dirección necesarios no ha podido dominar.
La historia no trabaja de forma que los cimientos están puestos, después aumentan las fuerzas productivas, se desarrollan las necesarias relaciones entre fuerzas de clase, el proletariado deviene revolucionario, entonces todo queda conservado en un glaciar mientras prosigue el entrenamiento de un partido comunista con el fin que pueda estar presto mientras que las «condiciones» esperan y esperan; después, cuando ese partido está dispuesto, puede arremangarse y lanzarse al combate. No, la historia no trabaja así. Para la revolución se necesita la coincidencia de las condiciones necesarias.
El hecho que en Alemania, en la segunda mitad del pasado año, nuestro partido bolchevique haya entrado en escena, con la voluntad que tiene ahora, que tenía entonces y que continuará teniendo, con una voluntad que se manifiesta en la acción, una habilidad táctica que la clase obrera siente de forma que se dice: «Nosotros podemos confiar nuestro destino al partido»; si había en la escena tal partido, habría arrastrado con él a la acción y por la acción a la aplastante mayoría de la clase obrera [»¦]
¿Hemos crecido como Internacional en el período pasado? Todas las secciones han crecido y han ganado en influencia. ¿Significa esto que su fuerza creció y va a continuar creciendo indefinidamente? No. Su fuerza creció a través de los zig-zags, de las olas y de las convulsiones: aquí también prevalece la dialéctica del desarrollo y el Comintern no está exento de esto.
De esta manera, en la segunda mitad del año pasado, el KPD era incontrastablemente más fuerte que hoy. En esa época, el KPD marchaba directamente a la conquista del poder y la convulsión de toda la vida social en Alemania era tan grande, que no solamente las masas más atrasadas de los obreros, sino también de las capas importantes del campesinado, de la pequeño burguesía y de la intelligentsia tenían todas confianza en que los comunistas iban rápidamente a tomar el poder y a reorganizar la sociedad. Tales disposiciones se encuentran entre los síntomas más seguros de la madurez de una situación revolucionaria. Pero se demostró que los comunistas no podían todavía tomar el poder. No porque la situación objetiva lo volviera imposible. No, pues no se podría imaginar condiciones mejor preparadas o más maduras para la toma del poder. Si se necesitara describirlas con precisión, ellas podrían representar un ejemplo clásico en los manuales de la revolución proletaria. Pero el partido no supo utilizarlas. Tendríamos que detenernos para estudiar esta cuestión.
El primer período de la historia de la Internacional va de 1917 hasta los levantamientos revolucionarios de 1921 en Alemania.
Todo estaba determinado por la guerra y sus consecuencias inmediatas.
Nosotros esperábamos la sublevación del proletariado europeo y que éste tomara el poder en un futuro próximo. ¿Cuál ha sido nuestro error? Hemos subestimado el papel del partido.
Después del III Congreso Mundial, comenzó un nuevo período. La consigna «hacia las masas» quería decir sustancialmente «construya(n) el partido». Esta política ha sido llevada a cabo plenamente y con más éxito en Alemania que en cualquier otro lugar. Pero en Alemania sucedió que fue en contradicción con la situación creada en 1923 por la ocupación de la cuenca del Ruhr, lo que hizo saltar de golpe el equilibrio ficticio de Europa.
Al finalizar 1923, nosotros sufrimos en Alemania una derrota importante no menos seria que la del año 1905. ¿Pero, cuál es la diferencia? En 1905 nosotros no teníamos las fuerzas suficientes, como luego se vio en la lucha. En otros términos, la causa de la derrota residía en la relación de fuerzas objetiva.
En 1923, en Alemania, nosotros sufrimos una derrota en el momento en que los acontecimientos no habían llegado a la etapa de choque, sin que nuestras fuerzas hayan estado movilizadas y utilizadas.
La causa inmediata de la derrota en ese caso habría que buscarla en la dirección del partido. Es verdad que podríamos decir que, aunque el partido hubiera tenido una política justa, no habría sido capaz de movilizar grandes masas y habría sido vencido. Es ésta una opinión moderada, completamente coyuntural. En cuanto a la situación objetiva, la relación de las fuerzas de clases, la confianza en sí misma de la clase dirigente y de las masas del pueblo, es decir, en cuanto a las precondiciones de la revolución, nosotros teníamos la situación más favorable de las que ustedes se podrían representar: una crisis de existencia para la Nación y el Estado, llevada a su más alto grado por la ocupación; una crisis de la economía y particularmente de las finanzas del país; una crisis parlamentaria, una caída total de la confianza de la clase dirigente en sí misma; una desintegración de la socialdemocracia y de los sindicatos; un crecimiento espontáneo de la influencia del Partido Comunista; un cambio importante de orientación de la pequeña burguesía hacia el comunismo; una brutal caída de la moral de los fascistas.
Tales eran las precondiciones políticas. ¿Cuál era la situación en el campo militar?
Un minúsculo ejército permanente de 1 a 200.000 hombres, es decir, una fuerza policial calcada del modelo militar.
Las fuerzas de los fascistas estaban monstruosamente exageradas y, en gran medida, estaban paralizadas.
En todo caso, después de julio-agosto, los fascistas estaban seriamente desmoralizados.
¿Los comunistas contaban con la mayoría de las masas obreras? Es una cuestión a la cual no podemos responder con estadísticas. Es una cuestión que está resaltada por la dinámica de la revolución. Las masas avanzaban regularmente hacia los comunistas y sus adversarios se debilitaban no menos regularmente.
Las masas que se habían quedado con la socialdemocracia no mostraban disposición a oponerse activamente a los comunistas, como ellos lo habían hecho en marzo de 1921. Por el contrario, la mayoría de los obreros socialdemócratas esperaban la revolución con esperanza. Es esto también una exigencia de la revolución.
¿Las masas estaban dispuestas para el combate? Toda la historia del año 1923 no deja ninguna duda en este sentido. Es verdad que al finalizar el año, ese sentimiento se había vuelto más reservado, más concentrado, había perdido su espontaneidad, es decir, su tendencia a explosiones elementales constantes.
¿Pero cómo podía ser de otra manera?
En la segunda mitad del año, las masas adquirieron una enorme experiencia y sentían o comprendían que se iba a toda marcha hacia el choque decisivo.
En tales condiciones, las masas podían solamente avanzar si existía una dirección firme, llena de confianza en sí misma y que gozara de la confianza de las masas.
Las discusiones acerca de saber si las masas estaban listas para la lucha o no, tienen una carácter muy subjetivo y expresan sustancialmente una falta de confianza en los dirigentes del partido mismo.
Las afirmaciones según las cuales no había voluntad de luchar en las masas, han sido hechas aquí más de una vez. También el día anterior a Octubre.
Lenin respondía a estas afirmaciones casi siempre de esta manera: «Aun si se admitiera que ustedes dicen la verdad, esto no haría más que demostrar que hemos dejado pasar el momento más favorable. Pero esto no significaría para nada que la conquista del poder es hoy imposible. Después de todo, nadie osará afirmar que la mayoría, o aun una minoría sustancial de la masa de los obreros, se opondrá a la revolución. Pero basta con que una minoría participe incluso con un sentimiento de simpatía, o de expectativa pasiva prevalezca en la mayoría».
Finalmente, desde el punto de vista internacional, también, no se puede decir que la situación de la revolución alemana estuviera sin esperanza.
Es verdad que el imperialismo francés está a la puerta de la Alemania revolucionaria.
Pero del otro lado, Rusia soviética existe; en el mundo, el comunismo se afianzó en todos los países, incluso en Francia.
¿Cuál fue la causa fundamental de la derrota del Partido Comunista alemán?
No se ha apreciado a tiempo la aparición de una crisis revolucionaria a partir de la ocupación de la cuenca del Ruhr y, especialmente, del fin de la resistencia pasiva (enero-junio de 1923).
Faltó el momento crucial.
Es muy difícil para un partido revolucionario pasar de un período de agitación y de propaganda prolongada durante años, a una lucha directa por el poder a través de la organización de la insurrección armada. Este giro provoca, invariablemente, una crisis en el interior del partido. Todo comunista responsable debe prepararse para esto. Una de las maneras de hacerlo es estudiar profundamente la historia de la Revolución de Octubre. Se ha hecho muy poco hasta el presente en este sentido, y la experiencia de Octubre ha sido mal utilizada por el partido alemán... Continuó así, aun después del comienzo de la crisis de la cuenca del Ruhr, dirigiendo su trabajo de agitación y de propaganda sobre la base de la fórmula del frente único (al mismo ritmo y en las mismas formas que antes de la crisis).
Pero esta táctica se había vuelto algunas veces muy insuficiente.
La influencia del partido crecía automáticamente. Hacía falta un giro táctico agudo. Había que mostrarle a las masas, y antes que nada al partido mismo, que se trataba ahora de la preparación inmediata de la toma del poder. Era necesario consolidar la influencia organizativa creciente del partido y establecer las bases de apoyo para un asalto directo contra el Estado. Había que girar toda la organización del partido sobre la base de células de fábrica. Había que instalar de manera neta la cuestión del trabajo en el ejército. Había que organizar las células en los ferrocarriles. Era necesario, sobre todo, adaptar plena y completamente la táctica del frente único a esas tareas, darles un ritmo más firme y más decidido y un carácter más revolucionario. Sobre esta base, deberíamos haber dirigido un trabajo técnico-militar.
La cuestión de la fijación de una fecha para la insurrección no puede tener sentido más que en relación y con esta perspectiva.
La insurrección es un arte. Un arte supone un objetivo claro, un plan preciso y, en consecuencia, un horario.
A pesar de esto, lo más importante era asegurar a tiempo el giro táctico decisivo hacia la toma del poder. Y esto no fue hecho.
Fue la omisión principal y fatal. Por eso, la contradicción fundamental. Por un lado, el partido esperaba una revolución, mientras que por el otro lado, porque se había quemado los dedos en los acontecimientos de marzo (1921, N de la R), evitaba, hasta los últimos meses de 1923, la idea misma de organizar una revolución, es decir, de preparar una insurrección. La actividad del partido continuaba con un ritmo de tiempos de paz, en el momento en que el desenlace se aproximaba.
El momento de la insurrección fue fijado cuando, esencialmente, el enemigo ya había utilizado el tiempo perdido por el partido y reforzado sus posiciones. La preparación militar técnica del partido comenzó a una velocidad frenética, separada de la actividad del partido, que continuaba con el mismo ritmo que en tiempos de paz. Las masas no comprendían al partido y no marchaban a su paso. El partido sintió este corte de parte de las masas y se paralizó.
Por eso, el retiro sin combate de posiciones de primer orden, fue la más amarga de las derrotas posibles.
No podemos pensar que la historia crea mecánicamente las condiciones de la revolución y las presenta luego a pedido del partido, siempre en bandeja. «Aquí estamos, firmen el recibo, por favor». Eso no sucede jamás.
Una clase debe, en el curso de una lucha prolongada, forjar una vanguardia que pueda encontrar su camino en una situación dada, que reconozca a la revolución cuando ella golpea a su puerta.
Que sepa en el momento necesario tomar el problema de la insurrección como un arte, elaborar un plan, distribuir los papeles y dar el golpe de gracia feroz a la burguesía.
Y bien, el Partido Comunista de Alemania no encontró en sí mismo, en el momento decisivo, esta capacidad, esta habilidad, este carácter y esta energí-a.
Para comprenderlo mejor, imaginemos por un instante que en Octubre de 1917 nosotros hubiéramos comenzado a vacilar y a decir: «Esperemos un poco. La situación no es lo suficientemente clara». A simple vista, pareciera que la revolución no es un oso que desaparece en el bosque, si no se la hace en Octubre se la hará más adelante. Pero esta idea es radicalmente falsa. No tiene en cuenta las diferentes relaciones cambiantes entre todos los factores que hacen a una revolución. La condición más inmediata y más profunda para la revolución es que las masas estén listas para hacer la revolución. Pero esta disposición no puede ser preservada, es necesario que sea utilizada cuando se manifiesta.
Antes de Octubre, los obreros, los soldados, los campesinos, marchaban detrás de los bolcheviques. Pero esto no significaba para nada que ellos mismos fueran bolcheviques, es decir, que fueran capaces de seguir al partido bajo todas las condiciones y en todas las circunstancias.
Habían sido cruelmente decepcionadas por los mencheviques y los SR y es por eso que seguían al partido bolchevique. Su decepción con respecto a los partidos conciliadores provocaba en ellos la esperanza de que los bolcheviques serían más duros y que demostrarían que no estaban hechos del mismo palo que los otros, y que no habría gran diferencia entre sus palabras y sus actos. Si en esas circunstancias, los bolcheviques hubieran manifestado dudas y tomado una posición dilatoria, entonces, en poco tiempo, ellos habrían sido asimilados por las masas a los mencheviques y a los SR, y se habrían alejado de ellos tan rápidamente como se habían acercado.
Es exactamente de esta manera como un cambio fundamental se habría producido en la relación de fuerzas.
Pues, qué es de hecho «la relación de fuerzas». Es una concepción muy compleja hecha de elementos diferentes. Entre ellos, algunos que son muy estables, como la técnica y la economía, que determinan la estructura de clase; en la medida en que la relación de fuerzas está determinada por los efectivos del proletariado, del campesinado y de las otras clases, se trata también de factores verdaderamente estables. Pero con un efectivo dado por una clase, su fuerza depende de su grado de organización y de la actividad de su partido, de las interrelaciones entre el partido y las masas, etc. Estos factores son menos estables, particularmente en un período revolucionario. Y es precisamente de éstos de los que hablamos aquí. Si el partido revolucionario, que la lógica de los acontecimientos ha colocado en el centro de la atención de las masas trabajadoras, deja pasar el momento crucial, entonces la relación de fuerzas cambia completamente, porque las esperanzas de las masas, despertadas por el partido, son reemplazadas por la desilusión o por la pasividad y la profunda desesperanza, y el partido no cuenta a su alrededor más que con aquellos elementos que ganó sólidamente y por largo tiempo, a saber, la minoría.
Es lo que pasó el año pasado en Alemania. Todo el mundo, inclusive los obreros socialdemócratas, esperaban del partido comunista que sacara al país del callejón sin salida en que se encontraba: el partido fue incapaz de transformar esta espera general en acciones revolucionarias decisivas y conducir al proletariado a la victoria.
Es por eso que, después de octubre-noviembre, comenzó el retroceso del espíritu revolucionario. Es también esto lo que ha dado la base del refuerzo temporario de la reacción burguesa, ya que ningún otro cambio más profundo (en la composición de clase de la sociedad, en la economía) habría sido capaz de provocar esto en ese momento.
En las últimas elecciones (4 de mayo de 1924), el KPD obtuvo 3.700.000 votos. Es seguramente un núcleo muy pequeño del proletariado. Pero hay que evaluar esa cifra de manera dinámica. Está fuera de duda que, de agosto a octubre del año pasado, el KPD, en las mismas condiciones, habría obtenido un número infinitamente más importante de votos. Por otra parte, muchos elementos sugieren que, si las elecciones habrían tenido lugar dos o tres meses más tarde, los votos del KPD habrían sido menos numerosos. Esto significa, en otros términos, que la influencia del partido está declinando. Sería absurdo cerrar los ojos ante esta situación: la polí-tica revolucionaria no es la política del avestruz. A pesar de esto, es necesario tener una comprensión clara del significado de este hecho.
Ya mencioné que los partidos comunistas no están exentos de la fuerza de las leyes de la dialéctica y que su desarrollo se realiza en las contradicciones, a través de los «booms» y de las crisis. En un período de alza del flujo revolucionario, la influencia del partido sobre las masas crece rápidamente; en un período de reflujo, esta influencia se debilita y el proceso de selección interno se intensifica en los partidos.
Todos los elementos que por casualidad se acercaron al partido se retiran; el núcleo del partido se concentra y se endurece. De esta manera, se prepara para una nueva alza revolucionaria. Una estimación correcta de la situación y un punto de vista claro del futuro, nos preservan de errores y de decepciones.
Ya hemos visto hasta qué punto esto es verdad en relación con la cuestión de los «booms» y de las crisis industriales de la posguerra. Nosotros lo constatamos nuevamente con la entrada de Europa en una fase neorreformista. Ahora nos hace falta comprender, con toda la claridad posible, la etapa que atraviesa Alemania, si queremos saber lo que el mañana nos va a deparar.
Después de la derrota de 1905, nos hicieron falta siete años antes de que el movimiento, estimulado por los acontecimientos de la guerra, comenzara a organizarse, y nos hicieron falta 12 años antes de que la Segunda Revolución diera el poder al proletariado. El proletariado alemán sufrió el año pasado una muy grande derrota. Necesitará un intervalo de tiempo verdaderamente considerable para digerir esta derrota, sacar partido de la experiencia, recuperarse, juntar sus fuerzas una vez más, y el KPD solamente estará en condiciones de asegurar la victoria del proletariado si él también aprovecha plena y totalmente las enseñanzas de la experiencia del año pasado.
¿Cuánto tiempo será necesario? ¿Cinco años? ¿Doce años? No podemos dar una respuesta precisa. Podemos solamente expresar que el ritmo de desarrollo, en el sentido de cambio radical de la situación, es hoy mucho más rápido que antes de la guerra.
En el campo económico, nosotros vemos que las fuerzas productivas se entrecruzan muy lentamente y, al mismo tiempo, alzas y bajas se suceden en la coyuntura mucho más a menudo que antes de la guerra. Se puede observar el mismo fenómeno en política también.
El fascismo y el mencheviquismo se suceden rápidamente; la situación de ayer era profundamente revolucionaria y hoy la burguesía parece triunfar en toda la línea. En esto consiste el carácter profundamente revolucionario de nuestra época. Y este carácter de nuestra época nos obliga a inferir que la victoria de la contrarrevolución en Alemania no puede durar mucho tiempo.
Pero hoy, nosotros observamos los fenómenos de reflujo y no de flujo (revolucionario), y naturalmente, nuestra táctica debe acomodarse a esta situación.
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NOTAS
[126] VI Lenin, «Cinco años de la revolución rusa y las perspectivas de la revolución mundial», en Obras Completas, Tomo XXXVI, Akal Editor, Madrid, 1978, página 428.
[127] Tomado de Las perspectivas políticas, Edicions Internacionals Sedov / Trotsky inédito en castellano y en internet.
[128] Tomado de Informe sobre el Cuarto Congreso Mundial de la Internacional Comunista, Edicions Internacionals Sedov / Trotsky inédito en internet y en castellano.
[129] Tomado de La liberación de los pueblos coloniales, condición de la revolución europea, Edicions Internacionals Sedov / Trosky inédito en internet y en castellano.
[130] Tomado de Balance de un período, Edicions Internacionals Sedov / Trotsky inédito en castellano y en internet.
[131] Tomado de ¿Es apropiado el momento para la consigna: los Estados Unidos de Europa?, Obra de Trotsky en CEIP León Trotsky.
[132] Tomado de ¿Es posible fijar un horario preciso para una revolución o una contrarrevolución?, Edicions Internacionals Sedov / Trotsky inédito en castellano y en internet.
[133] Tomado de Guerra y revolución: nuestras tareas, Edicions Internacionals Sedov / Trotsky inédito en internet y en castellano.
[134] Ver ¿Es posible fijar un horario preciso para una revolución o una contrarrevolución? en esta misma obra.
[135] Tomado de A las juventudes comunistas rusas, Edicions Internacionals Sedov / Trotksy inédito en internet y en castellano.
[136] Tomado de: Tras la derrota alemana (discurso en Tiflis), Edicions Internacionals Sedov / Trotsky inédito en internet y en castellano.
[13]7 Tomado de La responsabilidad del Partido Comunista Alemán, Marxists Internet Archive / Sección en español / Archivo León Trotsky.