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Leon Trotsky
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Según anunciaba Rakosi «El Cuarto Congreso Mundial se fijó para el 7 de noviembre de 1922, quinto aniversario de la Revolución Proletaria, con el siguiente orden del día:
1. Informe del ejecutivo;
2. Táctica de la Internacional Comunista;
3. Programa de la Internacional Comunista y de las secciones alemana, francesa, italiana, checoslovaca, búlgara, noruega, norteamericana y japonesa;
4. Cuestión agraria;
5. Cuestión sindical;
6. La educación;
7. Cuestión juvenil;
8. La cuestión de Oriente.
El trabajo principal del IV Congreso se centrará en el punto 3. En vistas de la preparación de un programa de la Internacional Comunista, se nombró inmediatamente una comisión que también fue encargada de colaborar en la redacción de los programas de las diferentes secciones.» Volveremos sobre el punto 3.
Frank, por su parte, narra en su historia: «¡Cinco años desde Octubre! Cinco años gloriosos, llenos de peligros, al final de los cuales la Unión Soviética había sobrevivido. Las esperanzas revolucionarias no se habían plasmado, había surgido una situación inesperada. Al mismo tiempo que era preciso abordar el futuro también lo era, en este aniversario, levantar un balance del pasado. El Cuarto Congreso Mundial de la IC se consagró a esa tarea, congreso que se reunió, precisamente, con ocasión del quinto aniversario de la toma del poder por los bolcheviques. En este congreso ni hubo el entusiasmo extraordinario del Segundo Congreso Mundial ni la lucha interna encarnizada que causó estragos durante el congreso precedente.
El congreso de la IC se abrió el 5 de noviembre con una manifestación de masas de los trabajadores de Petrogrado; después se reunión en Moscú donde sesionó a partir del 9 de noviembre. La representación en este congreso era muy importante, comparable a la del congreso precedente tanto en número de delegados como de delegaciones: 408 delegados, de los que 303 con voto pleno y 105 con voto consultivo, llegados de 61 países. Los grandes partidos de la IC habían enviado, evidentemente, delegaciones nutridas numéricamente. Estaban presentes los diversos continentes. Además de Europa y América del Norte, de Asia había delegados provenientes de China, India, Persia, Turquía, Java, Corea, etc.; de América Latina estaban de Argentina, Chile, Brasil, México, Uruguay, etc.; del continente africano de Egipto y ífrica del Sur. En él se encontraban la mayor parte de las principales figuras de los congresos precedentes pero también delegados que representaban a las nuevas generaciones de dirigentes de los partidos comunistas, como el italiano Gramsci, el indonesio Tan Malakka y otros. También estaba Serrati representando al Partido Socialista Italiano.
Políticamente, el Cuarto Congreso Mundial fue la continuación del precedente. Se situó en la prolongación del período de ofensiva del capitalismo y de cierta estabilización de las relaciones de fuerzas a escala internacional, en una situación en la que las relaciones diplomáticas entre la Rusia soviética y las potencias capitalistas se instauraban y desarrollaban. Las perspectivas que presidían los trabajos del congreso eran más modestas que las que se habían formulado en el Tercer Congreso Mundial. Ello se traducía en la ausencia del espíritu de «ofensiva revolucionaria» que había provocado la «acción de marzo» y las ásperas luchas de tendencias que resultó de ella. El congreso, sin embargo, no era unánime en materia de perspectivas y en materia de tareas y objetivos a escala internacional. También había mucha confusión (incluso entre algunos de los principales dirigentes del congreso) sobre numerosos aspectos. Se trataron abundantemente importantes problemas concernientes a determinados partidos comunistas, en primer lugar al partido francés. Las principales cuestiones que ocuparon el congreso fueron: el programa de la Internacional Comunista y de los partidos comunistas; la cuestión sindical; la cuestión de Oriente; el frente único y el gobierno obrero en las discusiones del informe del comité ejecutivo y en la discusión sobre la táctica, seguido de una discusión sobre el fascismo; los problemas de diferentes secciones; el informe sobre la Rusia soviética.»
Según Broué «En el centro de los debates del congreso se encuentra planteada la política del frente único.», pero volveremos sobre la cuestión del punto tercero, la cuestión del programa de reivindicaciones transitorias que debía resolver el congreso siguiendo el acuerdo del anterior. Según Frank se elaboraron diversos proyectos de programa durante la preparación del congreso. Bujarin, Thalheimer y Kabakchiev los presentaron al congreso pero todos pecaban de un carácter general, incluso teniendo en cuenta que no podía faltar en este tipo de documento las lecciones del movimiento obrero desde sus orígenes, en particular las que podían sacarse de la revolución de octubre, de la crisis del capitalismo, de la guerra mundial y de las experiencia del joven estado obrero. «La IC había vivido hasta entonces a base de importantes resoluciones, manifiestos y tesis. El congreso no estaba presto para llevar adelante una discusión teórica sustancial; no había ninguna razón para obligarlo a pronunciarse sobre uno de los textos presentados. Esto fue lo que dijo Lenin en el curso del congreso en su exposición sobre los «cinco años de revolución rusa.» Pero, al mismo tiempo que pedía el aplazamiento del debate y la decisión sobre el programa al congreso siguiente, intervino, tras acuerdo en el seno de la delegación soviética, sobre la cuestión de las reivindicaciones parciales y de las reivindicaciones de transición, para hacer adoptar una resolución en la que se especificaba:
3. En el programa de las secciones nacionales, la necesidad de la lucha por las reivindicaciones transitorias debe ser fundamentada con exactitud y claridad. También serán mencionadas las precisiones sobre la vinculación de esas reivindicaciones con las condiciones concretas de tiempo y lugar.
4. Los fundamentos teóricos de las reivindicaciones transitorias y parciales deben ser formulados en su totalidad en el programa general. El IV Congreso se pronuncia decididamente contra los intentos de considerar la introducción de reivindicaciones transitorias en el programa como una medida oportunista a la vez que contra todo intento de atenuar o remplazar los objetivos revolucionarios fundamentales por reivindicaciones parciales.
5. En el programa general deben estar claramente enunciados los tipos históricos fundamentales en que se dividen las reivindicaciones transitorias de las secciones nacionales, de acuerdo con las diferencias esenciales de estructura económica y política de los diversos países, como por ejemplo Inglaterra por una parte, India por la otra, etc.[112]
[...] el texto adoptado, con su concisión, contenía numerosas ideas que la mayoría de los delegados estaban lejos de haber asimilados. El futuro se encargaría de mostrarlo, la cuestión de las reivindicaciones de transición quedó totalmente olvidada o desfigurada más tarde en la IC. La cuestión del programa no se trató ampliamente en el 5º Congreso. La volveremos a encontrar en el orden del día del 6º Congreso en 1928, en condiciones que no hacían del debate, en absoluto, la prolongación de los debates precedentes.» En efecto, como podrá ver el lector en La Internacional Comunista después de Lenin.
Pero si bien Trotsky dio debida y amplia respuesta a la cuestión del programa en su crítica al presentado en el Sexto Congreso Mundial, que conforma el núcleo de la obrar arriba referida, los materiales que presentamos sobre el Cuarto Congreso Mundial vuelven a ser indispensables para entender cómo un dirigente de la talla de Trotsky lucha por dotar a la vanguardia revolucionaria de los elementos analíticos que le permitan elaborar las tácticas necesarias para llevar a buen puerto la estrategia revolucionaria: la toma y desarrollo del poder obrero. En este último aspecto figura aquí un texto sobre Francia y la aplicación de la consigna de gobierno obrero (de plena actualidad en este cuarto congreso en relación con la discusión del programa de la internacional) que es otro ejemplo de propuesta táctica concreta, ceñiada a la realidad del momento, que nunca pierde de vista el objetivo estratégico: la toma del poder. En efecto, seguimos con la cita anterior de Broué: «[»¦] En el mismo congreso se enfrentaron dos corrientes. Para Zinóviev, el gobierno obrero es una especie de pseudónimo de la dictadura del proletariado. Para la izquierda de Ruth Fischer, es una recaída en el oportunismo parlamentario. Radek se convierte en el teórico y abanderado del «gobierno obrero». No está demostrado pero de cualquier modo es posible que dijese que la revolución toma prestada esta vía: «Sería falso decir que la evolución del hombre, del mono al comisario del pueblo, debe pasar obligatoriamente por la fase de ministro del gobierno obrero». La resolución final desarrolla: «Un gobierno de este tipo sólo es posible si surge de la lucha de masas, si se apoya en organismos obreros aptos para el combate y creados por los más vastos sectores de las masas obreras oprimidas. Un gobierno obrero surgido de una combinación parlamentaria también puede proporcionar la ocasión de revitalizar el movimiento obrero revolucionario Pero es evidente que el surgimiento de un gobierno verdaderamente obrero y la existencia de un gobierno que realice una política revolucionaria debe conducir a la lucha más encarnizada y, eventualmente, a la guerra civil contra la burguesía. La sola tentativa del proletariado de formar un gobierno obrero se enfrentará desde un comienzo con la resistencia más violenta de la burguesía. Por lo tanto, la consigna del gobierno obrero es susceptible de concentrar y desencadenar luchas revolucionarias.» Y el congreso distinguirá a continuación diferentes tipos de »˜gobierno obrero»™ teniendo en su coronamiento, «Un verdadero gobierno obrero proletariado que, en su forma más pura, sólo puede ser encarnado por un partido comunista.»113 El informe y tesis de Trotsky sobre la Nueva Economía Política, aquí publicados, vuelven a dar testimonio de lo anterior. En este capítulo de nuevo los materiales sobre Francia son muy abundantes, no olvidemos que Trotsky era el mejor conocedor de la realidad francesa. Por cierto, entre esos materiales dedicados a los problemas del movimiento obrero y la vanguardia franceses podríamos señalar los elementos de análisis de la relación entre los partidos comunistas de las metrópolis y las colonias. Trotsky seguirá prestando durante toda su vida una atención particular a esa problemática.
¡Camarada delegados al Congreso Mundial, trabajadores y trabajadoras de Moscú! ¡Soldados del Ejército Rojo, marineros, comandantes y comisarios rojos!
Una vez más dentro de los muros del Moscú rojo saludamos a nuestros queridos invitados, los representantes elegidos por los votos de la clase obrera mundial. Hace cinco años que las puertas de Moscú abrieron de par en par para los delegados de la revolución proletaria mundial. Cinco años de luchas. Cinco años de sufrimiento y sacrificio. Cinco años de lucha por nuestro derecho a existir como gobierno obrero y campesino. Cinco años de asaltos, golpes y traiciones por parte del enemigo. Cinco años de fraternal apoyo de nuestros amigos. E incluso hoy, en el quinto aniversario soviético, tenemos relaciones normales con sólo una de las grandes potencias derrotadas como es Alemania. Hasta el día de hoy no se nos ha reconocido. Pero hemos recibido el reconocimiento de la historia. Hemos sido adoptados y aceptados con entusiasmo en la familia de la clase obrera mundial. Hoy esta clase nos envía sus saludos exaltados, sellados por los lazos de solidaridad completa.
Examinando sus filas, podemos decir con tranquilidad a los periodistas, a los políticos y a todos los representantes del otro campo: lancen su experimentada mirada sobre el Moscú rojo de hoy. Examinen si existe o no una sola fisura entre el poder soviético, el Ejército Rojo y el pueblo trabajador, esa grieta que nuestros enemigos quisieran magnificar en un precipicio y en un abismo.
El gobierno soviético y la clase obrera nunca estuvieron tan armonizados como lo están hoy, después de cinco años de lucha y sufrimiento. Señores polí-ticos del otro campo, si vuestros gobiernos albergan dudas sobre la fuerza del régimen soviético, miren atentamente las filas de guerreros, obreros y campesinos rojos que marchan hoy por la plaza.
Si los señores capitalistas esperan que el capitalismo renazca en nuestro país, se sentirán decepcionados. Para la resurrección del capitalismo en nuestro país tendrían que esperar hasta la segunda venida de Cristo.
Hoy nos dirigiremos a los delegados que han venido desde cincuenta países de todo el mundo, a los representantes de los trabajadores de toda Europa, de América, de los pueblos de Oriente, de ífrica y de Australia, todos ellos representados en el congreso y cuyos ojos están fijos en ustedes, en el Ejército Rojo. Y con nuestra celebración de hoy les contaremos y mostraremos que no sólo esperamos pacientemente y con confianza la coronación de la lucha por la emancipación de los trabajadores, sino que no hemos estado sentados con las manos juntas. Hemos mejorado nuestra organización tanto en actividades militares como civiles. Hemos buscado incansablemente el camino hacia los corazones de la clase obrera, no sólo de los trabajadores avanzados sino, también, de los trabajadores ignorantes, débiles en su conciencia de clase y oprimidos. Diremos a nuestros hermanos y huéspedes: sabemos lo difícil que es luchar contra la Europa capitalista armada hasta los dientes. Sabemos cuáles son sus condiciones en esta lucha y estamos listos para estar a su lado bajo nuestra bandera roja, custodiando la fortaleza de la república soviética, sabiendo muy bien que su política es correcta y conducirá a la victoria.
Todavía quedan muchas horas difíciles para la clase obrera de la Rusia soviética. Hay muchas tareas aún sin resolver por el poder soviético. Pero en la lucha hemos conquistado la paz por nosotros mismos para mucho tiempo, y todos nosotros hasta el último hombre estamos dispuestos a dejar a un lado los instrumentos de la guerra para dedicarnos a labores pacíficas curando las heridas del cuerpo de la economía de la república soviética. Queríamos paz y esperamos que durante este mismo mes se celebre en Moscú una conferencia de aquellos estados burgueses que se han peleado con nosotros y que en ella discutan el desarme. Dondequiera que se necesite colaboración para conseguir la paz, allí el poder soviético será el primero en levantar las manos.
Si recibimos una respuesta sincera y honesta de aquellos a quienes estamos invitando a hacer la paz, todos nosotros hasta el último hombre, con alegría en nuestros corazones, reduciremos nuestro ejército a la mitad, a un tercio, e incluso a una décima parte del tamaño actual. Y mientras tanto esperamos, sin renunciar a las esperanzas de que se logre la paz. Esperamos sin dejar que los rifles escapen de las manos de los obreros y campesinos.
Hemos observado una procesión de muchos gobiernos y muchos ministros que desde sus elevados tronos consideraban al poder soviético como algo efímero, algo inyectado en la historia en la cresta de una ola accidental. No hace mucho, en Génova, cuando nuestros delegados propusieron el establecimiento de relaciones pacíficas y la reducción de armamentos, Lloyd George, el representante de la Inglaterra capitalista, respondió con altivez: «Primero echemos un vistazo a qué tipo de pasajero son ustedes y entonces tal vez le llevaremos a bordo del barco.» Siguió mirándonos durante tanto tiempo que tropezó y se cayó al agua.
Por eso digo: nos quedan todavía por delante muchas horas difíciles. Más de una vez los nubarrones se juntarán sobre las cabezas de la clase obrera, pero sabemos que cuando llegue el momento, esos nubarrones se dispersarán. Dos días antes de esta celebración, la niebla había coloreado todo el blanco de Moscú, pero el calendario soviético se interpreta verídicamente. Ahora vemos banderas rojas ondeando aquí debajo de un cielo azul claro. En la festividad del quinto aniversario de la revolución de octubre incluso ha salido el sol. Sabemos que pronto vendrá el alba del sol imperecedero de la fraternidad humana, del trabajo pacífico y de la cultura superior. Previniendo esto, juntamos nueva inspiración. No entregaremos nuestras banderas y la república soviética crecerá poderosa.
En su nombre y en el nombre de todos los participantes en la manifestación de hoy propongo que saludemos a nuestros invitados con unánime y fraternal alegría. ¡Viva!
(Al concluir el discurso del camarada Trotsky, los aplausos seguían retronando en la Plaza Roja, aplausos a los que se unían las voces de todos los destacamentos militares y las interminables columnas de manifestantes)
La tarea principal de todo partido revolucionario es la conquista del poder. Si empleamos la terminología filosófica del idealismo, la tarea de la II Internacional era considerada simplemente como una «idea normativa»; es decir, una idea que sólo tenía una muy lejana relación con la práctica. Sólo en estos últimos años hemos comenzado a aprender en escala internacional a atribuirnos la conquista del poder político como un objetivo revolucionario práctico. La revolución rusa contribuyó a ello. Que, en Rusia, pueda darse una fecha (25 de octubre - 7 de noviembre de 1917) en la que el partido comunista, a la cabeza de la clase obrera, arranca el poder de las manos de la burguesía, prueba más decididamente que cualquier argumento, que la conquista del poder no es una «idea normativa» para los revolucionarios, sino una tarea práctica. El 7 de noviembre de 1917 nuestro partido tomó el poder. Muy pronto se comprendió que esto no significaba el final de la guerra civil. Por el contrario, la guerra civil realmente comenzó a desarrollarse a gran escala en nuestro país sólo después de la revolución de octubre. No se trata simplemente de un hecho de interés histórico sino, también, de una fuente de serias enseñanzas para el proletariado de Europa Occidental.
¿Por qué ha sido así? Se debe buscar la razón en el atraso cultural y polí-tico de un país que apenas acababa de salir de la barbarie del régimen zarista. La gran burguesía y la nobleza habían adquirido una relativa experiencia política, gracias a las dumas municipales, a los zemstvos, a la Duma estatal, etc. La pequeña burguesía tenía muy poca y la gran masa de la población, el campesinado, menos aún. Por ello las reservas principales de la contrarrevolución (los campesinos acomodados [kulaks], y, a hasta cierto punto, el campesinado medio) provenían de este medio amorfo. Solamente después que la burguesía entendió bien qué había perdido con la pérdida del poder y después de haber constituido un centro de combate contrarrevolucionario, tuvo éxito en ganar acceso a las capas del campesinado y de la pequeña burguesía. Entregó, por necesidad, los cargos dirigentes a los elementos más reaccionarios, es decir, a los funcionarios de origen noble. El resultado ha sido un desarrollo intensivo de la guerra civil tras la revolución de octubre. La facilidad con que conquistamos el poder el 7 de noviembre de 1917 fue pagada con los innumerables sacrificios de la guerra civil. En los países en los que el capitalismo es más antiguo, y la cultura está más desarrollada, la situación será, sin duda, profundamente diferente. En estos países, las masas populares entrarán en la revolución con una formación política más avanzada. Ciertamente, la orientación de capas individuales y grupos en el proletariado, y con más razón entre la pequeño burguesía, continuará oscilando violentamente, y cambiando sus posiciones, pero, sin embargo, estos cambios se producirán de un modo mucho más sistemático que en nuestro país. El presente se desprenderá más directamente del pasado. La burguesía de Occidente prepara su contragolpe por adelantado. Sabe, más o menos, de qué elementos dependerá este contragolpe e instruye por adelantado a sus cuadros contrarrevolucionarios. Somos testigos de ello en Alemania, y quizás, si no totalmente, en Francia. Lo vemos igualmente, en sus formas más acabadas en Italia, donde, a continuación de una revolución incompleta, tuvo lugar una contrarrevolución completa que empleó con éxito algunos métodos y prácticas de la revolución. ¿Qué significa todo ello? Sencillamente que será imposible sorprender a la burguesía europea como lo hicimos con la rusa. En efecto, tal burguesía es más inteligente y previsora. No existe tiempo perdido. Todo cuanto puede ser utilizado contra nosotros ha sido ya movilizado. El proletariado revolucionario encontrará por consiguiente en su marcha hacia el poder no solamente a las vanguardias del combate de la contrarrevolución sino también a sus fuerzas de reserva. Solamente aniquilándolas, destruyendo y desmoralizando a las fuerzas enemigas, el proletariado será capaz de tomar el poder del estado. Pero por la vía de la compensación, después de la revolución proletaria, la burguesía vencida, no podrá disponer ya de las reservas poderosas de donde sacaba sus fuerzas con el fin de prolongar la guerra civil. En otras palabras, tras la conquista del poder el proletariado europeo tendrá, muy probablemente, un margen muy superior para un trabajo creativo en los campos económico y cultural, que el que hemos tenido en Rusia tras el derrocamiento de la burguesía. Cuanto más difícil y agotadora sea la lucha por el poder habrá menos posibilidades de enfrentar al poder proletario después de su victoria. Esta proposición debe ser analizada y concretada en lo que respecta a cada país, teniendo en cuenta su estructura social y la sucesión de las etapas del proceso revolucionario. Es evidente que cuanto mayor sea el número de países en los que el proletariado derroque a la burguesía, más breves serán los sufrimientos de un desarrollo revolucionario en otros países, y la burguesía derrotada se encontrará menos inclinada a reiniciar la lucha por el poder, sobre todo si el proletariado muestra su firmeza a este nivel. Y esto es, por otra parte, lo que hará el proletariado; y a este fin podrá utilizar plenamente el ejemplo y la experiencia del proletariado ruso. Hemos cometido errores en muchos campos, incluido ciertamente el político. Pero no hemos dado a la clase obrera europea un mal ejemplo de falta de resolución, de debilidad, y, cuando hubo necesidad de ser implacables, de pusilanimidad en la lucha revolucionaria. Esta naturaleza implacable es el más elevado humanitarismo revolucionario, porque, asegurando el éxito, reduce el arduo camino de las crisis. Nuestra guerra civil no fue simplemente un proceso militar (salvando la presencia de estimados pacifistas, incluyendo a aquellos que, por error, aún andan perdidos en nuestras filas comunistas). La guerra civil no fue sólo un proceso militar. Fue también, e incluso sobre todo, un proceso político. A través de los métodos de guerra, se lanzó la lucha por las reservas políticas, principalmente por el campesinado. El campesinado dudó entre el bloque terrateniente-burgués, la «democracia» que servía a este bloque, y el proletariado revolucionario. En el momento decisivo, cuando debía realizarse la elección, optó por el proletariado, sosteniéndole no con votos democráticos, sino suministrándole caballos, alimentos y la fuerza de las armas. Ello decidió la victoria a nuestro favor. El campesinado jugó un papel gigantesco en la revolución rusa. Y lo mismo ocurrió en otros países; en Francia, por ejemplo, donde sigue constituyendo la mitad de la población. Sin embargo, los camaradas que aseguran que el campesinado es capaz de jugar un papel independiente y dirigente en la revolución, en paridad con el proletariado, se equivocan. Si ganamos la guerra civil, no fue debido única o primordialmente a causa de la exactitud de nuestra estrategia militar. Fue más bien a causa de lo correcto de nuestra estrategia política sobre la que se basaron invariablemente nuestras operaciones militares durante la guerra civil. No olvidemos que la tarea principal del proletariado era atraer a su lado al campesinado. Sin embargo, no actuamos como los socialistas revolucionarios (SR). Estos últimos, es bien sabido, atrajeron a los campesinos con el espejismo de un papel democrático independiente, y después los traicionaron entregándoles atados de pies y manos a los terratenientes. Nosotros sabíamos que el campesinado era una masa titubeante e incapaz de jugar un papel independiente, y aún menos un papel de dirección revolucionaria. Llevando a cabo nuestros actos con resolución, hicimos que los campesinos comprendieran que no tenían más que una elección posible: la elección entre el proletariado revolucionario por un lado, y los oficiales, nobles de nacimiento, a la cabeza de la contrarrevolución, por el otro. Si nos hubiese faltado esta resolución en destruir el engaño democrático, el campesinado hubiera permanecido sin rumbo, y habría continuado dudando entre los diferentes campos y las diversas sombras de la «democracia». En tal caso, inevitablemente, la revolución hubiera perecido. Los partidos democráticos, con la socialdemocracia a la cabeza (sin duda alguna, una situación similar se producirá en Europa), fueron invariablemente los que marcaron el paso de la contrarrevolución. Nuestra experiencia, desde este punto de vista, es concluyente. Sabéis, camaradas, que hace algunos días nuestro Ejército Rojo ha ocupado Vladivostok. Esta ocupación liquida el último eslabón de la larga cadena de los frentes de la guerra civil durante la segunda mitad de este decenio. A propósito de la ocupación de Vladivostok por las tropas rojas, Miliukov, el conocido dirigente del Partido Liberal ruso ha escrito en su Paris Jour algunas líneas histórico-filosóficas que denominaría clásicas. En un artículo con fecha 7 de noviembre, él resume brevemente el imbécil e ignominioso, pero constante, rol del partido de la democracia. Cito: «Esta triste historia [siempre ha habido una historia triste] [Risas] comienza por una solemne proclamación unánime dentro del frente antibolchevique. Merkulov [era el jefe de la contrarrevolución en el Lejano Oriente] reconoció que los no-socialistas [es decir, las Centurias Negras] debían en gran parte su victoria a los elementos democráticos. Pero el apoyo de la democracia [continúa Miliukov] fue utilizado por Merkulov sólo como un medio para derrocar a los bolcheviques. Una vez que se logró esto, fue tomado el poder por estos elementos que consideraban a los demócratas como bolcheviques disfrazados.» Este párrafo, que acabo de calificar de clásico, puede parecer banal. En todo caso, no hace más que repetir lo que ha sido dicho por los marxistas. Pero debéis recordar que ha sido dicho por el liberal Miliukov, seis años después de la revolución. No hay que olvidar que aquí está haciendo el balance del rol político de la democracia rusa, en gran escala, desde el golfo de Finlandia hasta las costas del Pacífico. Era lo que ocurría con Kolchak, Denikin y Yudenich, así como durante las ocupaciones inglesa, francesa y americana. Así era el reino de Petliura en Ucrania. A lo largo de todas nuestras fronteras se repitió nuevamente un único y similar fenómeno pleno de monotonía. La democracia, los mencheviques y los SR, dirigieron al campesinado a los brazos de la reacción, ésta última tomó el poder, se desenmascaró completamente, hizo a un lado a los campesinos, como consecuencia se produjo la victoria de los bolcheviques. El arrepentimiento reinó entre los mencheviques. Pero no por mucho tiempo (hasta la próxima tentación). Y por lo tanto, la misma historia iba a repetirse en la misma secuencia en otros escenarios de la guerra civil. Podemos estar seguros de que la socialdemocracia repetirá la traición, en todos los lugares donde existe una lucha decisiva del proletariado por el poder, aunque se encuentre totalmente desacreditada. Entonces, la primera tarea del partido revolucionario en todos los países, sería [para los mencheviques] inexorablemente el semiarrepentimiento. Pero, este mecanismo extremadamente simple, es resuelto una vez que la cuestión es transferida a la arena de la guerra civil.
Una vez conquistado el poder, el trabajo de construcción, sobre todo en el campo económico, se convierte en el trabajo clave, y también en el más difícil. Su solución depende de factores de muy variado orden y de diferente magnitud. En primer lugar, del nivel de desarrollo de las fuerzas productivas, y sobre todo de la relación recíproca entre la industria y la agricultura. En segundo lugar, de la cultura general y del nivel de organización de la clase obrera que ha conquistado el poder del estado. Finalmente, de la situación política internacional y nacional: es decir, si la burguesía ha sido derrotada decisivamente, o si continúa resistiendo todavía; si están en curso intervenciones militares extranjeras; si la intelligentsia técnica se dedica al sabotaje, etc. La importancia relativa de estos factores para la construcción del socialismo sigue este orden. El factor fundamental es el nivel de las fuerzas productivas; luego, el nivel cultural del proletariado; finalmente, la situación política y militar en la que se encuentra el proletariado tras la conquista del poder. Pero este es un orden rigurosamente lógico. En la práctica, la clase obrera, al asumir el poder, se enfrenta inicialmente a las dificultades políticas. En nuestro país hemos tenido los guardias blancos, las intervenciones militares, etc. En segundo lugar, la vanguardia proletaria tropieza con las dificultades que surgen del nivel cultural inadecuado de las más amplias masas trabajadoras. Y sólo después, y en tercer lugar, la construcción económica choca con los límites establecidos por el nivel existente de las fuerzas productivas.
Nuestro partido, una vez en el poder, debía casi siempre llevar adelante su trabajo bajo la presión de las necesidades de la guerra civil. La historia de la construcción económica durante los cinco años de existencia de la Rusia soviética no puede ser comprendida únicamente desde un punto de vista económico. Debe ser abordada en primer lugar, con el barómetro de las necesidades político-militares, y sólo en segundo lugar con el de la conveniencia económica. Lo que es racional en la vida económica no siempre lo es en la vida política. Si me veo amenazado por una invasión de guardias blancos, hago volar el puente. Desde el punto de vista de la conveniencia económica abstracta, esto es un barbarismo, pero desde el punto de vista polí-tico es una necesidad. Sería un tonto y un criminal si no volara el puente en el momento justo. Estamos reconstruyendo nuestra economía de conjunto, bajo la presión de la necesidad de asegurar militarmente el poder de la clase obrera.
Hemos aprendido de la más elemental escuela marxista que es imposible saltar del capitalismo a una sociedad socialista. Nadie puede interpretar mecánicamente los términos de Engels sobre el paso del reino de la necesidad al reino de la libertad. Nadie cree que tras la toma del poder pueda construirse de la noche a la mañana una nueva sociedad. Lo que Engels tenía en mente, realmente, era toda una época de transformaciones revolucionarias que, a una escala histórica mundial, efectivamente significaría un «salto». Sin embargo, al nivel del trabajo práctico, no se trata de un salto, sino de todo un sistema de reformas interrelacionadas, transformaciones y algunas veces emprendimientos muy detallados. Es evidente que la expropiación de la burguesía está justificada económicamente, en la medida en que el estado obrero sea capaz de organizar la explotación de las empresas sobre bases nuevas. Las nacionalizaciones que efectuamos en 1917-18, lo fueron en desarmonía total con las condiciones que acabo de citar. Las potencialidades de organización del estado obrero se encontraban muy lejos de la nacionalización total. Pero la verdad es que bajo la presión de la guerra civil tuvimos que llevar a cabo esta nacionalización. Es fácil demostrar y comprender que si hubiéramos actuado más prudentemente a nivel económico, es decir, expropiando a la burguesía a un ritmo «racional» y gradual, ello habría sido una gran irracionalidad política y una locura por nuestra parte. Esta política no nos habría permitido celebrar el quinto aniversario de la revolución, en Moscú, con los comunistas del mundo entero. Debemos mentalmente reconstituir las particularidades de nuestra posición como fue conformada tras el 7 de noviembre de 1917. Si hubiéramos podido entrar a la arena del desarrollo socialista tras la victoria de la revolución en Europa, a nuestra burguesía le hubieran temblado las piernas y hubiera sido muy simple enfrentarse a ella. No se habría atrevido a levantar ni un dedo ante la toma del poder por el proletariado ruso. En ese caso, hubiéramos tomado tranquilamente el control sólo de las grandes empresas, permitiendo a las pequeñas y medianas empresas existir por un tiempo sobre bases capitalistas privadas. Más tarde reorganizaríamos las empresas medianas teniendo en cuenta estrictamente nuestras potencialidades y necesidades organizativas y productivas. Este orden hubiera estado incuestionablemente en armonía con la «racionalidad» económica, pero desafortunadamente la secuencia política de los hechos no permitieron, esta vez, tomarlo en consideración.
De un modo general, debemos comprender que las revoluciones son la expresión manifiesta de que el mundo en absoluto se encuentra gobernado por la «racionalidad económica»; entonces la tarea de la revolución socialista es instalar el gobierno de la razón en el dominio de la vida económica y, por lo tanto, en todos los otros dominios de la vida social. Cuando tomamos el poder, el capitalismo dominaba todo el mundo (continúa dominándolo en nuestros días). Nuestra burguesía se negaba a creer, en el caso que pudiera hacerlo, que el triunfo revolucionario de octubre era serio y duradero. Después de todo, la burguesía permanecía en el poder en Europa y en el resto del mundo. Pero en nuestro país, en la Rusia atrasada, quien se alzó con el poder fue el proletariado.
La burguesía rusa, que nos odiaba, se negó a tomarnos en serio. Los primeros decretos del poder revolucionario fueron acogidos con risas despectivas. Se burlaban y continuaban insaciables. Incluso los periodistas, con una gran desvergí¼enza, se negaron a tomar en serio las medidas revolucionarias básicas del gobierno obrero. La burguesía pensaba que era una broma trágica, un malentendido. ¿Cómo podía ser posible, en estas condiciones, enseñar a la burguesía y a sus servidores a respetar el nuevo poder si no era confiscándole sus propiedades? No había otro medio para ello. No hubo siquiera una fábrica, un banco, un pequeño comercio, un estudio de abogado, que no se transformara en fortaleza contra nosotros. Proporcionaron a la contrarrevolución belicosa una base material y una red orgánica de comunicaciones. Los bancos en esta época mantuvieron a los saboteadores de un modo casi abierto, pagando a los funcionarios en huelga. Por ello exactamente no hemos considerado el asunto en relación con una «racionalidad» económica abstracta (como lo hicieran Otto Bauer, Martov y otros eunucos políticos), sino en relación con las necesidades de la guerra revolucionaria. Era necesario destruir al enemigo, privarle de sus fuentes de aprovisionamiento, independientemente de si la actividad económica podía marchar al paso de esto. En la esfera de la construcción económica, en esta época estábamos obligados a concentrar todos nuestros esfuerzos en la tarea más elemental: dar un apoyo material, incluso a niveles de semihambruna, al mantenimiento del estado obrero, alimentar y vestir al Ejército Rojo que defendía al estado en los frentes; para alimentar y vestir (lo que estaba en segundo orden de importancia) al sector de la clase obrera que permanecía en las ciudades. Esta primitiva economía estatal que resolvió estas tareas para mal o para bien, recibió posteriormente el nombre de «comunismo de guerra».
Tres preguntas son muy apropiadas para definir el comunismo de guerra: ¿cómo se consiguió el aprovisionamiento de alimentos? ¿cómo fueron repartidos? ¿cómo fue regulada la producción de las industrias estatales?
El poder soviético no tenía un mercado libre para los granos, sino un monopolio basado en el viejo aparato comercial; en poco tiempo, la guerra civil destruyó este aparato. Careciendo de todo, al estado obrero le era necesario improvisar rápidamente un sustituto de aparato estatal que absorbiera el grano de los campesinos y concentrara el aprovisionamiento. Los recursos fueron distribuidos virtualmente, sin tener en cuenta la productividad del trabajo. No podía ser de otro modo. Para establecer una relación entre el trabajo y los salarios es necesario disponer de un aparato de administración económica más perfeccionado y mayores recursos de víveres. Durante los primeros años del régimen soviético se trataba, fundamentalmente, de evitar que la población urbana muriera de hambre. Se consiguió gracias a raciones fijas de alimentos. La confiscación de los excedentes de granos de los campesinos y el reparto de raciones no eran medidas propias de una economía socialista, sino de una fortaleza asediada. Bajo ciertas condiciones, por ejemplo la repentina erupción de la revolución en Occidente, la transición de un régimen de fortaleza asediada a un régimen socialista se hubiera visto facilitada, y pronto se hubiera extendido a otros niveles. Pero hablaremos de esto más adelante.
¿Cuál era la esencia del comunismo de guerra en relación a la industria? Toda economía puede crecer si existe cierta proporcionalidad entre sus diferentes sectores. Las distintas ramas de la industria entran en relaciones específicas cuantitativas y cualitativas, unas con otras. Debe existir una cierta proporción entre las ramas que producen bienes de consumo y las de bienes de producción. Las proporciones adecuadas deben ser preservadas dentro de cada una de esas ramas. En otras palabras, los medios materiales y la fuerza de trabajo viva de una nación y de toda la humanidad deben ser asignadas de acuerdo con una cierta correlación entre la agricultura y la industria y las distintas ramas de la industria de modo tal de permitirle a la humanidad existir y progresar. ¿Cómo se logra esto? Bajo el capitalismo se logra a través del mercado, la libre competencia, la ley de la oferta y la demanda, el mecanismo de los precios, la sucesión de períodos de prosperidad y de crisis. Llamamos a este método anárquico, ya que está ligado al despilfarro de una gran cantidad de recursos y de valores a través de crisis periódicas, y conduce inevitablemente a guerras que amenazan con destruir la cultura humana. Sin embargo, este método capitalista anárquico establece, dentro de los lí-mites de su acción histórica, una proporcionalidad relativa entre las distintas ramas de la economía, una correlación necesaria gracias a la cual la sociedad burguesa es capaz de existir sin asfixiarse.
Nuestra economía de preguerra tenía su propia proporcionalidad interna, establecida como resultado del juego de las fuerzas capitalistas en el mercado. Entonces, vino la guerra, y con ésta una vasta reorganización de la correlación entre las diferentes ramas de la economía. La industria de guerra surgió como un hongo venenoso a expensas de las industrias de tipo usual. Después vino la revolución y la guerra civil con su caos y sabotaje, con su desgaste secreto. ¿Y qué heredamos? Una economía que conservaba todavía restos de proporcionalidad entre los sectores; tal proporcionalidad, sin embargo, había existido bajo el capitalismo, pero fue deformada por la guerra imperialista y destruida por la guerra civil. ¿Qué métodos podíamos usar para encontrar la vía del desarrollo económico? La vida económica socialista será dirigida de forma centralizada, del mismo modo que la proporcionalidad se obtendrá mediante un plan meticuloso que observará todas las proporciones y dará a cada sector una relativa autonomía a condición de que permanezca bajo la dependencia de un control nacional e internacional.
Pero no se puede crear a priori la organización global de la economía, el método de contabilidad socialista, a través de la elucubración o dentro de las paredes de una oficina. Sólo podrá crecer a través de una adaptación gradual de la contabilidad económica práctica existente en relación a los recursos materiales disponibles, junto con las posibilidades latentes, así como con las nuevas necesidades de la sociedad socialista. Hay un largo camino por delante. ¿Por dónde entonces podíamos y debíamos haber comenzado en 1917-1918? El aparato capitalista (con su mercado, sus bancos e intercambios) había sido destruido. La guerra civil se encontraba en su apogeo. Ni siquiera se podía hablar de llegar a un acuerdo en términos económicos con la burguesía, o incluso un sector de ella, en el sentido de concederle ciertos derechos económicos. El aparato burgués había sido destruido tanto a escala nacional como en el interior de cada empresa individual. Se nos impuso entonces la siguiente tarea candente: crear un aparato sustituto, aunque fuera tosco y provisorio, para extraer de nuestra herencia industrial caótica las provisiones indispensables para el ejército en guerra y para la clase obrera. No era estrictamente una tarea económica, sino un trabajo de producción en tiempo de guerra.
Con la ayuda de los sindicatos, el estado se hizo cargo de las empresas industriales una a una, e instaló un aparato incómodo y poco o mal centralizado. A pesar de sus defectos, nos permitió proveer a las tropas en los frentes con víveres y equipamiento militar, el volumen de esto era extremadamente inadecuado, pero sin embargo fue suficiente para que salgamos de la lucha no como los vencidos sino como los vencedores. La política de confiscación de los excedentes agrícolas condujo inevitablemente a una contracción y caída de la producción agrícola. La política de igualdad de salarios desembocó obligatoriamente en el descenso de la productividad del trabajo. La política de una dirección burocrática centralizada de la industria excluía la posibilidad de una dirección centralizada genuina, de una utilización plena del equipamiento técnico junto con la fuerza de trabajo disponible. Pero toda esta política de comunismo de guerra nos fue impuesta por el régimen de una fortaleza sitiada, con una economía desorganizada y los recursos malgastados.
Podéis sin duda preguntaros si pensábamos realizar la transición del comunismo de guerra al socialismo sin dar giros económicos importantes, sin experimentar convulsiones, sin retroceder, es decir, efectuar la transición más o menos a lo largo de una curva sostenidamente ascendente. Sí, es cierto que en ese período realmente pensábamos que el desarrollo de la Europa Occidental revolucionaria tendría lugar pronto. Esto es innegable. Si el proletariado en Alemania, en Francia, en toda Europa, hubiera conquistado el poder en 1919, el desarrollo de la economía habría presentado una forma distinta. En 1883, Marx escribía a Nicolás Danielson, uno de los teóricos del populismo ruso (narodniki), que el proletariado tendría el poder antes de que fuera abolida la «obstina rusa» (comuna agrícola), y que ésta se convertiría en el comienzo del desarrollo comunista en Rusia. Tenía razón. Mayor razón teníamos aún nosotros pensando que si la clase obrera europea hubiera conquistado el poder en 1919, habría llevado a remolque a nuestro atrasado país (en lo que se refiere a la economía y a la cultura), y, de este modo, nos habría ayudado sin duda alguna en cuanto a técnica y organización, y nos habría permitido, corrigiendo e incluso modificando nuestros métodos de comunismo de guerra, dirigirnos hacia una auténtica economía socialista. Tales eran efectivamente nuestras esperanzas. Jamás hemos basado nuestra política en la minimización de las perspectivas y las posibilidades revolucionarias. Por el contrario, en cuanto fuerza revolucionaria viva, nos hemos esforzado en extender y agotar estas posibilidades. Únicamente los Scheidemann y los Ebert eran quienes, en víspera de la revolución, renegaban de ella y se prestaban a convertirse en ministros de Su Majestad imperial. La revolución les coge por sorpresa, les ahoga. Se debaten débilmente y, más tarde, a la primera oportunidad, se transforman en instrumentos de la contrarrevolución.
En lo que concierne a los de la II Internacional y media, se esforzaron por distanciarse de la II Internacional. Proclamaron el comienzo de una época revolucionaria y reconocieron la dictadura del proletariado. Evidentemente, sólo se trataba de palabras vacías. Al primer síntoma de reflujo, toda esta basura humana volvió al redil de Scheidemann. Pero el simple hecho de que se formara esta II Internacional y media prueba que las perspectivas revolucionarias de la Internacional Comunista, y de nuestro partido en particular, en absoluto eran una «utopía». No solamente desde el punto de vista de la tendencia general del desarrollo histórico, sino también desde el punto de vista de su ritmo actual. Después de la guerra, el proletariado careció de un partido revolucionario. La socialdemocracia salvó al capitalismo; es decir, retrasó la hora de su muerte en algunos años, o, más precisamente, prolongó su agonía, porque la vida del mundo capitalista no es más que una larga agonía. En todo caso, ello no proporcionó casi condiciones favorables a la República soviética y a su desarrollo económico. La Rusia obrera y campesina quedó atrapada en el bloqueo económico. No recibimos de Occidente una asistencia técnica y organizativa, sino una serie de intervenciones militares. Por todo ello, pareció evidente que militarmente saldríamos vencedores, pero que económicamente estaríamos durante muchos años aún obligados a continuar dependiendo de nuestros propios recursos y de nuestras propias fuerzas.
Una vez fuera del comunismo de guerra, es decir, de las medidas de emergencia encaminadas a sostener la vida económica de la fortaleza asediada, se hizo sentir la necesidad de pasar a un sistema de medidas que asegurara una expansión gradual de las fuerzas productivas del país, incluso sin la colaboración de una Europa socialista. La victoria militar, que hubiera sido imposible sin el comunismo de guerra, nos permitió pasar de las medidas dictadas por la necesidad militar a medidas dictadas por la conveniencia económica. Este es el origen de la «nueva política económica». A menudo ha sido denominada como una retirada y, nosotros también, con buenas razones para ello, la llamamos así. Pero con el fin de estimar exactamente lo que implica esta retirada, y con el fin de comprender que no tiene semejanzas con una «capitulación», es necesario inicialmente tener una imagen clara de nuestra situación económica presente y de las tendencias de su desarrollo.
En marzo de 1917, el zarismo fue derrocado. En octubre de 1917, la clase obrera tomó el poder. Prácticamente, toda la tierra, nacionalizada por el estado, pasó a las manos de los campesinos. Los campesinos cultivaban esta tierra; en la actualidad se ven obligados a pagar al estado un impuesto fijo en especie, que constituye el fondo de la construcción socialista. Todos los ferrocarriles, las empresas industriales, se convirtieron en propiedad del estado y, salvo raras excepciones, el estado las hace funcionar en beneficio propio. El sistema crediticio se encuentra en manos del estado. El comercio exterior es un monopolio del estado. Toda persona capaz de evaluar, seriamente y sin prejuicios, el resultado de los últimos cinco años de existencia del estado obrero debería decir: sí, evidentemente, para un país atrasado, hubo un notable avance socialista. Su principal particularidad se encuentra, sin embargo, en el hecho de que no fue llevado a cabo según un movimiento ascendente regular, sino en zigzag. Hemos tenido el régimen de comunismo, posteriormente se abrieron las puertas a las relaciones del mercado. La prensa burguesa declaró que este giro político era una renuncia al comunismo, que marcaba el comienzo de una capitulación al capitalismo. Es evidente que los socialdemócratas interpretan este tema, lo elaboran y lo comentan. Difí-cilmente puede dejar de reconocerse que, aquí y allí, incluso algunos de nuestros amigos dudaron: ¿no se trata ciertamente de una capitulación enmascarada ante el capitalismo? ¿No existe un peligro real de que éste pueda, apoyándose en el libre mercado nuevamente instaurado, comenzar su desarrollo y, de este modo, triunfar sobre el socialismo?
Para responder a esta cuestión es totalmente necesario disipar un malentendido básico. Es falso afirmar que el desarrollo económico soviético pase del comunismo al capitalismo. No existió un comunismo. Incluso no ha existido socialismo, y no hubiéramos podido tenerlo. Hemos nacionalizado la economía burguesa desorganizada y, durante el período crítico de la lucha de vida o muerte, hemos establecido un régimen de «comunismo» en la distribución de los artículos de consumo. Al haber vencido a la burguesía en el campo polí-tico y en la guerra, hemos podido tomar las riendas de la vida económica y, nos vimos obligados a reintroducir las formas del mercado en las relaciones entre la ciudad y el campo, entre las diferentes ramas de la industria, y entre las empresas individuales.
Si fracasaba el libre mercado, el campesino no hubiera sido capaz de encontrar su sitio en la vida económica, perdiendo el estímulo para mejorar y extender sus cosechas. Únicamente un ascenso poderoso de la industria que permita satisfacer las necesidades del campesinado y de la agricultura preparará el terreno para integrar al campesino en el sistema general de la economía socialista. Técnicamente, esta tarea será resuelta por la electrificación, que asestará el golpe definitivo a la vida rural atrasada, al aislamiento de los mujiks y al embrutecimiento de la vida en el campo. Pero el camino hacia esto pasa por mejorar la vida económica de los campesinos propietarios. El estado obrero puede hacerlo a través del mercado, que estimula los intereses personales del pequeño propietario. Los beneficios iniciales se encuentran al alcance de la mano. Este año el campo proporcionará al estado obrero más granos (bajo la forma de impuestos en especie) que en la época del comunismo de guerra, a través de la confiscación de los excedentes. La agricultura, sin duda alguna, se desarrolla. El campesinado se encuentra satisfecho (y en ausencia de relaciones normales entre el campesinado y el proletariado es imposible el desarrollo socialista).
La Nueva Política Económica no surge únicamente de las relaciones mutuas entre la ciudad y el campo. Esta política es una etapa necesaria en el crecimiento de la industria de estado. Entre el capitalismo (en el cual los medios de producción pertenecen a los particulares, y en el cual las relaciones económicas son reguladas por el mercado) y el socialismo completo, con su economía socialmente planificada, existen etapas de transición; la NEP es una de ellas. Para precisar tomemos como ejemplo la red ferroviaria. Es precisamente el ferrocarril el que ofrece un campo que está preparado en grado máximo para la economía socialista, porque la red fue nacionalizada bajo el capitalismo, centralizada y casi normalizada por las exigencias tecnológicas. Más de la mitad de la red la obtuvimos del estado y el resto lo confiscamos a las compañías privadas.
Una auténtica dirección socialista debe considerar la red ferroviaria como un todo y no desde un punto de vista del propietario de ésta o aquella línea de ferrocarril, sino desde el punto de vista de los intereses del sistema de transportes y de la economía nacional de conjunto. Debe repartir las locomotoras y los vagones entre las diferentes líneas para satisfacer las necesidades de toda la vida económica. Pero la transición a esta economía no es sencilla, incluso en un marco centralizado como es el transporte por ferrocarril. Implica gran número de etapas técnicas y económicas. Por ejemplo, las locomotoras son de muy diversos tipos, pues fueron construidas en épocas distintas y por diferentes compañías. Además, locomotoras de distintos tipos son reparadas en un mismo taller, mientras que locomotoras de un mismo tipo son reparadas en diferentes talleres. La sociedad capitalista malgasta una enorme cantidad de fuerza de trabajo a causa de la diversidad y del caleidoscopio anárquico de las partes que constituyen su aparato productivo. Es necesario reunir las locomotoras según su modelo y repartirlas entre las diferentes líneas de la red ferroviaria. Este será el primer paso hacia la normalización, es decir, la creación de una cierta homogeneidad tecnológica en relación con las locomotoras y sus elementos. La normalización, y esto fue dicho varias veces, es el socialismo en la tecnología. El fracaso en la normalización impide que la tecnología alcance su pleno florecimiento. ¿Dónde deberíamos comenzar sino en la red ferroviaria?
Fue abordada esta tarea, pero inmediatamente aparecieron grandes obstáculos. Las líneas, privadas o estatales, entraron en relación con otras empresas por intermedio del mercado. En este caso particular, ello era necesario e inevitable desde el punto de vista económico, porque el equipamiento y desarrollo de una línea dependen principalmente de su justificación económica. Es el mercado el que certifica la rentabilidad económica de una línea, ya que todavía no hemos elaborado los métodos de cálculo de una economía socialista. Y estos métodos, como ya he dicho, sólo estarán disponibles como resultado de una experiencia práctica amplia, adquirida gracias a la nacionalización de los medios de producción.
De este modo, durante la guerra civil, los viejos métodos de control económico fueron eliminados antes de la creación de otros nuevos. En estas condiciones, la red ferroviaria fue unificada formalmente, pero cada línea perdió contacto con el resto del medio económico y quedó suspendida en el aire. Considerando la red como una entidad técnica autosuficiente, fijando tipos uniformes de locomotoras, centralizando el trabajo de reparación y, por consiguiente, siguiendo un plan técnico-socialista abstracto, nos arriesgábamos a perder totalmente el control de lo que era necesario, aprovechable o no, de cada línea particular y de la red. ¿Qué línea debía ser ampliada o acortada? ¿Qué personal sería asignado a cada línea? ¿Qué capacidad de carga transportaría el estado para sus necesidades propias y cuál sería destinada para las necesidades de individuos particulares y organizaciones?
Todas estas cuestiones, en una etapa histórica dada, únicamente pueden ser resueltas a través de tarifas fijas de transporte, una contabilidad correcta y un cálculo comercial exacto. Manteniendo un equilibrio entre pérdidas y ganancias en las diferentes secciones de la red, ligado a las otras ramas de la economía, seremos capaces de elaborar los métodos de cálculo socialista y los métodos de un nuevo plan económico. De aquí surge la necesidad, incluso si la red es propiedad del estado, de permitir a las líneas particulares, o a los grupos de líneas, que conserven su independencia económica, en el sentido de ser capaces de ajustarse a todas las otras empresas de las que dependen o a las que sirven. En sí mismos, los planes abstractos y las metas socialistas formales no son suficientes para conmutar la dirección de la red ferroviaria de una vía capitalista a otra socialista. Durante un largo período, el estado obrero deberá utilizar los métodos capitalistas, es decir, los métodos del mercado, para dirigir la red. Estas consideraciones se aplican aún en mayor medida a las empresas industriales, que no se encontraban tan centralizadas y normalizadas bajo el capitalismo como las líneas de ferrocarril. Con la liquidación del mercado y del sistema de crédito, cada fábrica se asemeja a un teléfono al que se le hubieran cortado los cables.
El comunismo de guerra ha creado un sustituto burocrático de la unidad económica. Las fábricas de producción de maquinarias de los Urales, de la cuenca del Donets, en Moscú, Petrogrado y otras ciudades, fueron consolidadas bajo un único Comisariado Central que las aprovisionaba de combustibles, materias primas, equipos técnicos y fuerza de trabajo, manteniendo a esta última a través del sistema de raciones iguales. Evidentemente, tal dirección burocrática igualaba las empresas consideradas individualmente, suprimía la posibilidad de verificar la capacidad productiva y el beneficio, incluso si la contabilidad de la Comisión Central se hubiera distinguido por un grado mayor de precisión, lo que no ocurría. Antes de que cada empresa pueda funcionar plenamente como una célula del organismo socialista, deberemos emprender actividades transitorias a gran escala para operar la economía a través del mercado durante varios años. Durante este período de transición, cada empresa o grupo deberá, en un grado diferente, orientarse independientemente, y probarse en el mercado.
Este es precisamente el quid de la Nueva Política Económica: mientras que políticamente ha significado que las concesiones al campesinado están en el centro, su importancia no es menor como una etapa inevitable en el desarrollo de la industria estatal durante la transición de la economía capitalista a la socialista. Para regular la industria, el estado obrero ha recurrido a los métodos de mercado. Un mercado debe tener un equivalente general y, en nuestro caso, como ya sabéis, éste se encuentra en una situación desoladora. El camarada Lenin ya se ha referido a nuestros esfuerzos para obtener un rublo más o menos estable. Ha señalado que nuestras tentativas no habían sido totalmente fallidas. Con el restablecimiento del mercado, es interesante señalar el reavivamiento de manifestaciones fetichistas en el campo del pensamiento económico. Entre los que han sido afectados por ellas, se encuentran numerosos comunistas que ya no hablan como comunistas sino como comerciantes. Nuestras empresas sufren, como sabéis, de una falta de recursos; pero, ¿dónde encontrarlos? Por qué no, como es obvio, en la impresión de billetes. Sólo necesitamos, se argumenta, aumentar la emisión de moneda para poner a funcionar un número de fábricas y plantas que ahora están cerradas. «A cambio de vuestros miserables billetes que emitís en cantidad ínfima (dicen ciertos camaradas), les podríamos proporcionar en algunos meses ropas, calzados, víveres y otras cosas maravillosas». Este razonamiento es evidentemente falso. La escasez de los medios de circulación es simplemente la manifestación de nuestra pobreza.
Esto significa que para expandir la producción se debe pasar por una etapa de acumulación primitiva socialista. Nuestra pobreza en carbón, alimentos, locomotoras, viviendas, etc., hoy asume la forma de la escasez en los medios de circulación porque hemos cambiado nuestra vida económica sobre las bases del mercado. De este modo, la industria pesada ha envidiado los éxitos de la industria ligera. ¿Cuál puede ser la significación de este hecho? Quiere decir simplemente que con el incipiente reavivamiento de la economía los recursos disponibles son dirigidos principalmente donde se los necesitaba con mayor urgencia, es decir a las ramas que producen artículos para el consumo personal y productivo de los obreros y los campesinos. El mundo de los negocios se llenó de empresas de este tipo. Las empresas del estado entran en competencia entre ellas mismas, y en parte con las empresas privadas que, como sabemos, no son numerosas. Sólo así, la empresa nacionalizada aprenderá a funcionar correctamente. No existe otro modo para llegar a tal meta. Ni los planes económicos incubados entre los muros de un despacho, ni los sermones comunistas abstractos garantizarán nada de ello. Cada empresa del estado, con su director técnico y comercial, deberá necesariamente estar sujeta a un control permanente que provendrá no sólo de arriba, o del estado, sino también de abajo, es decir del mercado que continuará siendo el regulador de la economía estatal durante largos años en el futuro. A medida que la industria ligera estatal, consolidándose en el mercado, comience a proveer al estado con ingresos, adquiriremos medios de circulación para la industria pesada.
No es éste el único recurso a disposición del estado. Existen otros como los impuestos en especie que proceden de los campesinos, los impuestos sobre la industria y el comercio privados, las tarifas aduaneras, etc. Las dificultades financieras de nuestra industria no tienen un carácter aislado sino que se derivan de todo el proceso de nuestro reavivamiento económico. Si nuestro Comisariado de Finanzas tuviera que acoger las peticiones de cada empresa industrial incrementando sus emisiones de moneda, el mercado habría rechazado la moneda superflua antes de que las fábricas hubieran llegado a lanzar los nuevos productos a los mercados. En otras palabras, el valor del rublo caería de modo tan catastrófico, que el poder de compra de esta emisión doble o triple sería menor que el de la moneda actualmente en circulación. Nuestro estado no renuncia a nuevas emisiones de moneda, pero deben ser conformes al proceso económico actual y calculadas de modo que incrementen el poder de compra del estado, ayudando de este modo a la acumulación primitiva socialista.
Nuestro estado, por su parte, no renuncia in toto a la economía planificada, es decir, a introducir correcciones deliberadas y perentorias en las actividades del mercado. Actuando de esta forma, el estado no parte de un cálculo a priori o de planes hipotéticos extremadamente inexactos y abstractos, como ocurrió durante el comunismo de guerra. Su punto de partida se encuentra en la acción del mercado; y uno de los instrumentos de regulación del mercado es la condición de la moneda del país y de su sistema de crédito gubernamental centralizado.
¿Adónde nos conduce, por consiguiente, la NEP? ¿Hacia el capitalismo o hacia el socialismo? Evidentemente, en este punto se encuentra la cuestión central. ¿Cuáles serán las consecuencias del mercado, de la libertad de comercio de los cereales, de la competencia, de los arrendamientos, de las concesiones? Si se da un dedo al diablo, ¿no será necesario entregarle posteriormente un brazo, luego medio cuerpo, y finalmente el cuerpo entero? Somos ya testigos de un reavivamiento del capital privado en el comercio, especialmente a través de los canales entre la ciudad y el campo. Por segunda vez en nuestro país, el capital privado de los comerciantes está atravesando una etapa de acumulación capitalista primitiva, al tiempo que el estado obrero está atravesando un período de acumulación primitiva socialista. Tan pronto como surge, el capital de los comerciantes busca ineludiblemente deslizarse hacia posiciones industriales. El estado alquila fábricas a hombres de negocios. En consecuencia, la acumulación del capital privado ahora, continúa no meramente en el comercio sino también en la industria. ¿No es entonces probable, que los señores explotadores (los especuladores, los mercaderes, los arrendatarios y los concesionarios) se hagan más poderosos bajo la protección del estado obrero, ganando el control de un sector incluso mayor de la economía nacional, desangrando los elementos de socialismo a través del mercado, y más tarde en el momento apropiado, ganando también el control del poder estatal?
Sabemos, al igual que Otto Bauer, que la economía constituye la base social, y la política su superestructura. Entonces, ¿todo esto, no significa realmente que la NEP es una transición a la restauración capitalista? Al responder abstractamente a una pregunta planteada de manera abstracta, uno no puede negar, por supuesto, que el peligro de la restauración capitalista de ninguna manera está excluido en general, más que el peligro de una derrota temporaria en el curso de cualquier lucha. Cuando combatíamos a Denikin y a Kolchak, que estaban respaldados por la Entente, corríamos el peligro probable de ser derrotados, como Kautsky esperaba, de un día para el otro. Pero, mientras tomábamos en consideración la posibilidad teórica de la derrota, orientamos nuestra política en la práctica hacia la victoria. Compensamos esta relación de fuerzas con una firme voluntad y una estrategia correcta. Y al final, vencimos. Una vez más, se produce una guerra entre los mismos enemigos: el estado obrero y el capitalismo. Pero esta vez, las hostilidades ocurren no en la arena militar sino en la economía. Mientras que, durante la guerra civil, se producía un duelo entre el Ejército Rojo y el Blanco para influir sobre los campesinos, actualmente la lucha tiene lugar entre el capital estatal y el privado sobre el mercado campesino. En una lucha siempre es necesario tener una estimación lo más correcta posible de las fuerzas y recursos de que puede disponer el enemigo y las que están a nuestra disposición.
Nuestra principal arma en la lucha económica que está ocurriendo sobre la base del mercado es el poder estatal. Únicamente los reformistas simplistas no lo comprenden. La burguesía lo comprende, y su historia nos lo prueba. La otra arma de que dispone el proletariado es que las fuerzas productivas más importantes del país se encuentran en sus manos. Toda la red ferroviaria, la industria minera, la masa de las empresas al servicio de la industria se encuentra bajo la dirección económica de la clase obrera. De igual modo, el estado obrero posee la tierra, y los campesinos contribuyen cada año mediante el pago de cientos de millones de impuestos en especie. El poder obrero controla las fronteras estatales. Las mercancías y el capital extranjero generalmente, sólo pueden acceder a nuestro país dentro de ciertos límites que son juzgados deseables y legítimos por el estado obrero. Estas son las armas y los medios de construcción del socialismo. Nuestros adversarios tienen ciertamente la oportunidad de acumular capital, incluso bajo el poder obrero, utilizando el mercado libre de los granos. El capital de los comerciantes puede infiltrarse, y de hecho lo hace, en la industria, en las empresas arrendadas. Saca un beneficio de ello, y se desarrolla. Esto es innegable. Pero, ¿cuáles son las relaciones cuantitativas recíprocas entre estas fuerzas opuestas? ¿Cuál es su dinámica? En esta esfera, como en las otras, la cantidad se transforma en calidad. Si las más importantes fuerzas productivas del país cayeran en manos del capital privado no podría hablarse de construcción del socialismo, y estarían contados los dí-as del poder obrero. ¿Cuán grande es este peligro? ¿Está próximo?
Únicamente los hechos y las cifras pueden responder a estas cuestiones. Sólo citaré los datos más importantes e indispensables. Nuestra red ferroviaria se extiende sobre 63.000 verstas [1 versta equivale a 1.067 metros, N. del T.], emplea a ochocientas mil personas y se encuentra totalmente en manos del estado. No se puede negar su importancia en la vida económica, y que es un factor decisivo de la misma, de tal modo que no queremos que se deslice de nuestras manos. Veamos ahora la industria. Bajo la Nueva Política Económica, todas las empresas, sin excepción, son propiedad del estado. Es cierto, igualmente, que algunas empresas han sido arrendadas. ¿Cuál es la relación entre las industrias que el estado continúa dirigiendo y las que han sido arrendadas? Puede estimarse que, según las cifras siguientes, existen algo más de cuatro mil empresas estatales que emplean a casi un millón de trabajadores, mientras que existen, un poco de cuatro mil empresas arrendadas que dan trabajo a unos ochenta mil obreros. En las empresas estatales, el número de obreros por empresa es, como media, de doscientos siete, mientras que en el caso de las empresas arrendadas es de diecisiete obreros por empresa. La explicación se debe encontrar en que las que están bajo arriendo son empresas de secundarias y en su gran mayoría terciarias en el sector de la industria liviana. Entre ellas, únicamente el 51% son explotadas por capitalistas privados. Las restantes se encuentran bajo la dirección de los comisariados y de las sociedades cooperativas de distribución que son las que alquilan las empresas al estado, poniéndolas en funcionamiento por su cuenta. En otras palabras, hay alrededor de dos mil de las empresas más pequeñas, que emplean a cuarenta o cincuenta mil personas, explotadas por el capital privado, contra cuatro mil empresas poderosas y bien equipadas, que dan trabajo a casi un millón de obreros, dirigidas por el estado soviético.
Es ridículo hablar del triunfo del capitalismo «en general» ante tales cifras y hechos. Naturalmente, las empresas arrendadas entran en competencia con las empresas estatales, y de modo abstracto se puede llegar a decir que si las empresas arrendadas se encontraran muy bien dirigidas y las empresas estatales muy mal, el capital privado, al cabo de algunos años, devoraría al capital estatal. Pero nos encontramos muy lejos de que esto ocurra. El control del proceso económico permanece en manos del poder del estado; y éste se encuentra en manos de la clase obrera. Debido al restablecimiento del mercado, el estado obrero introduce naturalmente cierto número de cambios jurídicos indispensables para obtener un rendimiento del mercado. En la medida en que estas reformas legales y administrativas abren la posibilidad de una acumulación capitalista, constituyen concesiones indirectas pero muy importantes. Pero nuestra neoburguesía sólo será capaz de explotarlas en consonancia con sus recursos económicos y políticos. Sabemos cuáles son estos recursos, y que son más bien escasos. En el plano político, su valor es nulo. Haremos cuanto podamos para impedir que la clase burguesa acumule el más mí-nimo capital en el plano político. No debemos olvidar que el sistema crediticio y el aparato impositivo, permanece en manos del estado obrero. Ambos son un arma importante en la lucha entre la industria estatal y la privada. Es verdad, que el capital privado juega un rol más extenso en el campo del comercio. Aunque carezcamos de cifras válidas en este campo, según las primeras aproximaciones de las estadísticas de nuestras cooperativas de distribución, el capital privado comercial comprende al treinta por ciento del rendimiento comercial de nuestro país. Por su parte, el estado y las cooperativas tienen el setenta. El capital privado juega en general el papel de intermediario entre la agricultura y la industria, y, en parte, entre las distintas ramas industriales. En efecto, las empresas más importantes y el comercio exterior se encuentran en manos del estado. El estado es, por consiguiente, el principal comprador y vendedor en el mercado. Bajo estas condiciones, las cooperativas de distribución pueden fácilmente competir con el capital privado, con el tiempo trabajando a favor de las primeras. Repitamos, una vez más, que las tijeras de poda de los impuestos son un instrumento muy importante. Gracias a ellas el estado obrero podrá podar la joven planta del capitalismo, no sea que se enriquezca excesivamente.
En teoría, hemos mantenido siempre que el proletariado, tras haber conquistado el poder, se vería obligado a tolerar junto a las empresas estatales, la existencia de aquellas empresas privadas que son tecnológicamente menos avanzadas y menos adaptadas a la centralización. Además, sabíamos que las relaciones entre las empresas estatales y las privadas, así como las relaciones recíprocas entre las empresas de estado individuales o colectivas, estarían reguladas por el comercio y sus cálculos monetarios. Y, por esta misma razón, hemos reconocido que paralelamente con el proceso de reorganización económica socialista se repetiría el proceso de acumulación capitalista privada. Pero no hemos tenido miedo a que la acumulación privada supere y devore a la economía estatal en expansión. ¿A qué se debe, por consiguiente, todo este debate sobre la victoria inevitable del capitalismo y sobre nuestra pretendida «capitulación»? Existe una razón para ello: no hemos dejado inicialmente las pequeñas empresas en manos privadas, sino que las hemos nacionalizado; las hemos arrendado tras haber intentado que funcionaran en manos del estado. Poco importa la manera como sea evaluado el zigzag económico, bien como una exigencia que surge de toda la situación, bien como una táctica equivocada, pero es evidente que este giro político, o esta «retirada», no modifica en medida alguna la relación de fuerzas entre la industria estatal y los sectores privados. Por una parte, está el poder del estado, el sistema ferroviario y un millón de obreros industriales; y, por otra parte, aproximadamente cincuenta mil obreros explotados por el capital privado. ¿Dónde se encuentra, por lo tanto, la más mínima justificación para que, en estas condiciones, esté asegurada la victoria de la acumulación capitalista sobre la acumulación socialista?
Evidentemente, se encuentran en nuestras manos las mejores cartas; todas, salvo una que es muy importante: el capital privado ruso se encuentra sostenido actualmente por el capital mundial. Continuamos viviendo en un cerco capitalista. Por este motivo debe plantearse una cuestión: saber si nuestro socialismo incipiente, que todavía tiene que emplear métodos capitalistas, puede ser acaparado al fin por el mundo capitalista. Siempre hay dos partes en una transacción de este tipo: el comprador y el vendedor. Pero tenemos el poder, está en las manos de la clase obrera. Ella decide qué concesiones hacer, sus objetivos y sus alcances. El comercio exterior es un monopolio. El capital europeo intenta forzar una brecha en él. Pero ellos serán tristemente decepcionados. El monopolio del comercio exterior es un principio esencial para nosotros. Es una de nuestras salvaguardas contra el capitalismo que, evidentemente, no tendría reparos en acaparar nuestro naciente socialismo, tras haber fallado en su intento de destruirlo mediante medidas militares.
Sobre el tema de las concesiones, el camarada Lenin ha dicho: «Las discusiones son abundantes; las concesiones, son escasas». [Risas] ¿Cómo explicarlo? Precisamente por el hecho de que no hay y no habrá por nuestra parte una capitulación ante el capitalismo. Los que quieren reanudar las relaciones con la Rusia soviética más de una vez han afirmado, y escrito, que el capitalismo mundial, a punto de su mayor crisis, necesita de la Rusia soviética: Inglaterra necesita colocar sus mercancías en Rusia, Alemania necesita cereales rusos, etc. Esto parece cierto si se mira el mundo a través de unas lentes pacifistas. Por esta razón, el tema se presenta continuamente de una forma falseada. En ese caso, podríamos imaginar que los capitalistas ingleses intentarían con todas sus fuerzas invertir sus fondos en Rusia; podríamos imaginar igualmente a la burguesía francesa tratando de orientar a la tecnología alemana en la misma dirección con el fin de crear nuevos recursos que permitirían pagar las indemnizaciones alemanas. Pero, en absoluto vemos que ocurra así. Y, ¿por qué razón? Porque vivimos en una época en la que el equilibrio del capitalismo ha sido completamente trastornado. Vivimos en una época en la que las crisis económicas, políticas y militares se entrecruzan continuamente. Una época de inestabilidad, de incertidumbre, de alarmas ininterrumpidas. Esto actúa contra una política a largo plazo de la burguesía, porque tal política pronto se transforma en una ecuación con demasiadas incógnitas.
Hemos concluido finalmente un acuerdo comercial exitoso con Inglaterra. Pero esto ocurrió hace un año y medio; en realidad, todas nuestras operaciones con Inglaterra se efectúan mediante pago al contado; pagamos con oro; y, la cuestión de las concesiones todavía está en la fase de discusión. Si la burguesía europea, y principalmente la burguesía inglesa, hubieran creído que una colaboración en gran escala con Rusia traería inmediatamente una mejora seria en la situación económica europea, Lloyd George y compañía habrían, sin duda, dado en Génova una solución diferente a este problema. Pero saben que la colaboración con Rusia no puede aportar inmediatamente modificaciones grandes y profundas. El mercado ruso no eliminará el desempleo inglés en unos pocos meses o en unas semanas. Rusia no puede ser integrada más que gradualmente, como un factor constantemente creciente en la vida económica europea y mundial. Gracias a su vasta extensión, a sus recursos naturales, su gran población y, sobre todo, gracias al estímulo impartido por su revolución, Rusia puede convertirse en la fuerza económica más importante europea y mundial, pero ello no instantáneamente, de la noche a la mañana, sino únicamente después de muchos años. Rusia podría convertirse en un importante comprador y vendedor, suponiendo que hoy se le dieran créditos y, consecuentemente, se le permitiera acelerar su crecimiento económico. En cinco o diez años, se convertiría en un gran mercado para Inglaterra pero, en este último caso, el gobierno inglés tendría que creer que podría durar diez años, y que el capitalismo inglés sería lo suficientemente fuerte en estos diez años como para retener el mercado ruso. En otras palabras, una política de colaboración económica auténtica con Rusia no puede ser más que una política de colaboración fundada sobre bases muy amplias. El problema se encuentra en que la burguesía de postguerra no es ya capaz de tener una política a largo plazo. No sabe lo que traerá el mañana, y menos aun lo que sucederá pasado mañana. Es uno de los síntomas de la decadencia histórica de la burguesía.
Esto parece estar en contradicción con el intento de Leslie Urquhart, que quiere concluir un acuerdo comercial con nosotros por un período de noventa y nueve años. Sin embargo, esta contradicción es sólo aparente. La motivación de Urquhart es muy simple, pero en cierta manera inalcanzable; si el capitalismo sobrevive en Inglaterra y en el mundo durante estos noventa y nueve años, Urquhart conservará las concesiones con Rusia. Pero, ¿qué sucederá si la revolución proletaria estalla no en noventa y nueve, ni en nueve años sino mucho antes? En este caso, Rusia será el último lugar donde los propietarios expropiados del mundo puedan conservar sus propiedades. Pero un hombre que va a perder su cabeza no tiene motivos para llorar por la pérdida de su peluca... La primera vez que hicimos la oferta de concesiones a largo plazo, Kautsky concluyó que habíamos perdido la esperanza en la llegada próxima de una revolución proletaria. Hoy, tendría que concluir que hemos pospuesto la revolución por al menos noventa y nueve años. Esta conclusión, bastante digna de este teórico venerable planteada algo mezquinamente, carece totalmente de fundamento. En efecto, firmando una concesión particular, asumíamos obligaciones únicamente dentro del código legislativo y del procedimiento administrativo referente a dicha concesión, pero en ningún caso acerca del curso futuro de la revolución mundial, la cual deberá superar diversos obstáculos muy superiores a los acuerdos de una concesión. La pretendida «capitulación» del poder soviético al capitalismo es deducida por los socialdemócratas no a través de un análisis de hechos y cifras, sino mediante vagas generalidades, así como del término de «capitalismo de estado» que nosotros empleamos para referirnos a nuestra economía estatal. En mi opinión, este término no es ni exacto ni conveniente. El camarada Lenin ha subrayado ya en su informe la necesidad de poner este término entre comillas, es decir, utilizarlo con muchas precauciones. Es una recomendación muy importante porque no todo el mundo es prudente. En Europa fue interpretado equivocadamente incluso por los comunistas. Son numerosos los que imaginan que nuestra industria estatal representa un auténtico capitalismo de estado, en el sentido más estricto de la palabra, tal como ha sido aceptado universalmente por los marxistas. No se trata exactamente de ello; si se habla realmente de capitalismo de estado, debe hacerse con importantes comillas que ensombrezcan el propio término. ¿Por qué? Por una razón muy obvia: al utilizar este término no puede olvidarse el carácter de clase del estado. Este término, lo recordamos, tiene orígenes socialistas. Jaurès y los reformistas franceses, que en general le imitaban, hablaban de una socialización «consistente de la república democrática». Podemos responder, en cuanto marxistas, que a partir del momento en que el poder político está en manos de la burguesía, esta socialización no era y no podía conducir jamás al socialismo, sino a un capitalismo de estado; es decir, que la posesión de las diversas industrias, de la red ferroviaria, etc., por diferentes capitalistas sería reemplazada por la posesión de todas las empresas, de la red ferroviaria, etc., por una misma firma burguesa: el estado. Si la burguesía tiene el poder político continuará explotando al proletariado a través del capitalismo de estado, del mismo modo que el burgués explota a través de la propiedad privada a sus propios obreros.
El término «capitalismo de estado» ha sido propuesto e inmediatamente utilizado con fines polémicos por los revolucionarios marxistas contra los reformistas, y ello con el fin de explicar y probar que la auténtica socialización sólo comienza tras la conquista del poder por la clase obrera. Los reformistas, como bien sabéis, construyeron todo su programa alrededor de las reformas. Nosotros, marxistas, jamás hemos negado las reformas socialistas, pero hemos afirmado que la época de las reformas socialistas sería inaugurada sólo después de la conquista del poder por el proletariado, y éste es el punto central de la polémica. Hoy, en Rusia, el poder se encuentra en manos de la clase obrera. Las industrias más importantes están en manos del estado obrero. No existe aquí la explotación de clase y, por consiguiente, tampoco existe el capitalismo, aunque sus formas todavía persistan. La industria del estado obrero es una industria socialista en sus tendencias de desarrollo, pero para desarrollarse, utiliza los métodos que fueron inventados por la economía capitalista, y a los cuales todavía estamos lejos de haber sobrevivido.
Bajo un capitalismo de estado auténtico, es decir bajo el dominio de la burguesía, el crecimiento del capitalismo de estado significa el enriquecimiento del estado burgués, y su poder creciente sobre las masas obreras. Entre nosotros, el crecimiento de la industria estatal soviética significa el crecimiento del socialismo mismo, un fortalecimiento directo del poder del proletariado. Observamos numerosas veces en el curso de la historia el desarrollo de un fenómeno económico nuevo, a pesar de recubrirse de formas antiguas; fenómeno que, por otra parte, se produce por medio de las más diversas combinaciones. Cuando la industria echó raíces en Rusia, todavía bajo leyes feudales, en la época de Pedro el Grande, las fábricas, aunque estuvieran concebidas conforme a los modelos europeos de la época, fueron levantadas sobre bases feudales. Los siervos se encontraban ligados a ellas mediante su fuerza de trabajo (las fábricas recibían el apelativo de fábricas señoriales). Los capitalistas, como Strogonov, Demidov y otros, propietarios de estas empresas, desarrollaron su capitalismo en el interior mismo del sistema feudal. De un modo similar, el socialismo debe dar sus primeros pasos en el centro del ropaje del capitalismo. No se puede llevar a cabo una transición hacia métodos socialistas perfectos tratando de saltar por encima de la propia cabeza, y ello más aún si su cabeza se encuentra sucia y mal peinada, como ocurría con nuestra cabeza rusa. No hay que olvidar esta puntualización que, en todo caso, es exclusivamente personal. Debemos siempre aprender a continuar nuestro aprendizaje.
Queda, sin embargo, una cuestión que es importante y fundamental para determinar la viabilidad de un régimen social, a la cual todavía no nos hemos referido. Se trata de la cuestión de la productividad de la economía, no solamente en lo que respecta a los trabajadores individuales, sino también para el régimen económico de conjunto. El progreso histórico de la humanidad puede resumirse del modo siguiente: un régimen que asegura una mayor productividad del trabajo reemplaza a aquellos con una productividad menor. Si el capitalismo reemplazó la antigua sociedad feudal sólo fue porque el trabajo humano es más productivo bajo el dominio del capital. Igualmente, la única razón por la que el socialismo podrá suplantar completamente al capitalismo, de un modo total y definitivo, es que asegurará una mayor cantidad de productos para cada unidad de fuerza de trabajo humano.
Ahora bien, ¿podemos decir ya que nuestras empresas estatales son más productivas que bajo el régimen capitalista? No, todavía no hemos logrado esto. No solamente los americanos, los ingleses, los franceses y los alemanes trabajan mejor en sus empresas capitalistas, que son más productivas que las nuestras (ocurría ya durante el período anterior a la revolución), sino que nosotros mismos solíamos trabajar mejor antes de la revolución que ahora. En una primera apreciación, esta circunstancia puede parecer condenable desde el punto de vista de la valoración del régimen soviético. Nuestros enemigos burgueses, así como los críticos socialdemócratas que ciertamente les imitan, hacen todo el uso posible del hecho de que la productividad de nuestra economía sea tan baja. En la Conferencia de Génova, el delegado francés, Colrat, respondiendo a Chicherin, anunció con una insolencia típicamente burguesa que la delegación soviética no podía hablar sobre cuestiones económicas, dada la situación actual en Rusia. El argumento parece, a primera vista, aplastante, pero revela una ignorancia económica e histórica inconmensurable. Sería maravilloso ciertamente probar desde ahora la superioridad del socialismo, no mediante argumentos teóricos procedentes de las experiencias ya ocurridas, sino mediante hechos materiales. Es decir, si pudiéramos mostrar que nuestras fábricas aseguran, principalmente gracias a la centralización, una productividad en el trabajo superior a las empresas similares en las etapas anteriores a la revolución. Pero no hemos llegado a este punto. Ni es posible que lo alcancemos rápidamente. Lo que ahora tenemos no es un socialismo que se opone al capitalismo, sino un proceso laborioso de completar la transición de uno a otro y, sobre todo, llevar a cabo la etapa inicial y dolorosa de esta transición. Parafraseando las famosas palabras de Marx, se puede decir que padecemos el que nuestro país conserve vestigios inmensos de capitalismo entre los rudimentos del socialismo.
Ciertamente, la productividad del trabajo ha disminuido, así como el nivel de vida. En la agricultura, las cosechas del último año han sido más o menos tres cuartas partes de la producción media de preguerra. La situación es aún peor en la industria. Nuestra producción de este año es un cuarto de la producción de preguerra. El sistema de transportes opera a un tercio de su capacidad de preguerra. Estos hechos son muy tristes. Pero, ¿cuál era la situación en la época de transición entre el feudalismo y el capitalismo? ¿Acaso era diferente? La sociedad capitalista, tan rica y tan orgullosa de su abundancia y de su cultura, brotó de una revolución muy destructiva. La tarea histórica objetiva de crear condiciones de mayor productividad del trabajo fue, en última instancia, resuelta por la revolución burguesa o, más exactamente, por un número de revoluciones. Pero, ¿cómo se llegó a ello? A través de la devastación más amplia y de un declinar temporal de la cultura material.
Tomemos, por ejemplo, el caso de Francia. Naturalmente, el señor Colrat, en su función de ministro burgués, no está obligado a conocer la historia de su tan amada patria. Pero a nosotros, por el contrario, nos es familiar la historia de Francia y la historia de la revolución. No es importante saber si preferimos los escritos del reaccionario Taine o del socialista Jaurès. En ambos casos, podemos constatar hechos auténticos que caracterizan la horrible condición existente en Francia tras la Revolución. La devastación fue tan grande que después del 9 de thermidor, es decir cinco años después del comienzo de la revolución, el empobrecimiento de Francia no había disminuido, sino que por el contrario, empeoraba progresivamente. Diez años después de la gran revolución francesa, cuando Napoleón Bonaparte era ya Primer Cónsul, París, con una población de quinientos mil habitantes, recibía una ración diaria de harina que oscilaba entre trescientos y quinientos sacos, mientras que la demanda mínima era de mil quinientos sacos para satisfacer el mínimo de subsistencia. Una de las preocupaciones mayores del Primer Cónsul era controlar diariamente la distribución de la harina.
Esta situación se producía (fíjense bien) diez años después de la gran revolución francesa. La población francesa había disminuido, a causa del hambre, de las epidemias, de las guerras, en treinta y siete departamentos de los cincuenta y ocho existentes. No es necesario decir que los Colrat y Poincaré ingleses de la época, miraban a la arruinada Francia con gran desprecio. ¿Qué quiere decir todo esto? Simplemente que la revolución es un método duro y costoso para resolver la cuestión de la transformación económica de la sociedad. Pero la historia no ha inventado otro método. La revolución abre las puertas a un nuevo orden político, tras una catástrofe ampliamente devastadora. En nuestro país, además la revolución fue precedida por la guerra, y nosotros no nos encontramos aún tras diez años de revolución (fijémonos en esto, también), sino tan sólo a comienzos del sexto año. Y nuestra revolución tiene un alcance muy superior al de la revolución francesa, que simplemente reemplazó una forma de explotación por otra, mientras que nosotros reemplazamos una sociedad que se apoyaba en la explotación del hombre por el hombre por una sociedad que se basa en la solidaridad humana. Los sacudones, ciertamente, fueron muy severos, causando daños importantes y rompiendo muchos platos. Lo que más llama la atención son los costos excesivos de la revolución. Sus mayores conquistas únicamente se realizan después de largos años, gradualmente.
Tuve, el otro día, la suerte de tropezarme con un discurso que se refiere precisamente a la cuestión que ahora nos ocupa. Fue pronunciado por un químico francés, Berthelot, hijo del célebre químico Pierre Berthelot, quien hablaba en cuanto miembro de la Academia de Ciencias. Desarrollaba una idea que cito según la referencia publicada en la revista Le Temps: «En todas las épocas de la historia, en el campo de las ciencias, y en el de la política, así como en el fenómeno social, las luchas armadas tuvieron el privilegio espléndido y terrible de acelerar, con sangre y fuego, el nacimiento de nuevos tiempos.» Es evidente que pensaba en las guerras. Pero es cierto que éstas, cuando servían a la causa de las clases revolucionarias, estimularon también enormemente el desarrollo histórico; cuando servían a los opresores (lo que ocurre a menudo) daban un impulso al movimiento de los oprimidos. Su declaración se aplica más directamente a la revolución: las «luchas armadas» entre clases originan grandes pérdidas, pero también el nacimiento de los «nuevos tiempos». Deducimos de ello que los costos excesivos de la revolución no son en vano (no son falsos gastos, como dicen los franceses). Pero no se pueden exigir los dividendos antes de que se cumplan los plazos de pago. Es necesario pedir a nuestros amigos cinco años más. De este modo, diez años después de la revolución, es decir el año en que Napoleón mantenía rigurosamente contados los sacos de harina para alimentar París, mostraremos la superioridad del socialismo sobre el capitalismo en el campo económico, y esto no por medio de argumentos teóricos sino por medio de hechos rigurosos, y esperamos que para entonces los hechos elocuentes estén al alcance de la mano.
¿Pero no queda, mientras se avanza hacia esos éxitos futuros, algún peligro de que nuestro régimen sufra la degeneración capitalista, precisamente debido al estado desolador de nuestra industria en el momento actual? El campesinado ha recogido este año, como ya he indicado, más o menos tres cuartos de la cosecha de preguerra; por otro lado, la industria produjo como mucho un cuarto de la producción de preguerra. Por lo tanto, la relación recíproca entre la ciudad y el campo ha sido trastocada en extremo y en gran parte, en perjuicio de la ciudad. En estas condiciones, la industria estatal no podría proporcionar al campesino un producto equivalente por sus cereales, y los excedentes agrícolas lanzados al mercado proporcionarán una base de acumulación capitalista privada. Naturalmente, el razonamiento es justo; en el fondo, las relaciones de mercado tienen una lógica propia sin preocuparse de las metas que nos proponemos al restaurarlas. Es importante, sin embargo, establecer correlaciones cuantitativas. Si el campesinado lanzase toda su cosecha al mercado, esto tendría consecuencias desastrosas para el desarrollo socialista, a causa del debilitamiento de nuestra industria. En realidad, el campesinado produce para su propio consumo. Además debe pagar este año trescientos cincuenta millones de puds de impuestos en especie. El campesinado no llevará al mercado su excedente, hasta que haya satisfecho sus necesidades personales y pagado los impuestos. De conjunto no supondrá más de cien millones de puds el próximo año. Una parte importante si no decisiva de este excedente de cien millones será comprado por las cooperativas de distribución y las instituciones estatales. De este modo, la industria de estado se tendrá que oponer no a la economía campesina de conjunto, sino sólo a un sector de ella, en cierta medida insignificante, que está lanzando su producción al mercado. Únicamente ella, o más exactamente una fracción de este sector del campesinado, es la que se convierte en una fuente de acumulación capitalista privada. Aumentará en el futuro. Paralelamente a ello, la productividad de la industria de estado unificada aumentará también. No hay ninguna razón para concluir diciendo que el crecimiento de la industria de estado será menor que la productividad y prosperidad de la agricultura. Veremos ahora cómo las perspicaces y profundas críticas de los señores de la moribunda II Internacional y media se basan principalmente en la ignorancia y la incomprensión de las relaciones económicas elementales en Rusia, las cuales han sido modeladas conforme a las condiciones concretas de tiempo y espacio.
Con motivo de nuestro cuarto aniversario, es decir, el pasado año, Otto Bauer consagró un folleto entero a nuestra economía. En él, Bauer recapitula de un modo elegante y adulador todo lo que nuestros enemigos más temperamentales en el campo socialdemócrata habían tomado la costumbre de decir, echando espuma por la boca, acerca de nuestra NEP. En primer lugar, nos dice, es una «capitulación ante el capitalismo», y precisamente esto es bueno y realista con respecto a ella. (Estos señores ven invariablemente el realismo de este modo: arrodillarse ante la burguesía a la primera ocasión). Continúa diciéndonos que el resultado final de nuestra revolución no será otro que el establecimiento de una república democrática burguesa y que esto ya lo predecía en 1917. Sin embargo, debemos recordar que en 1919 las «predicciones» de esos esmirriados héroes de la Internacional Dos y Media fueron realizadas en un tono muy diferente. En esa época, ellos hablaban del hundimiento del capitalismo y del comienzo de una época de revolución social. Pero incluso el más loco de la tierra se negará a creer que, si el capitalismo se acerca a su fin en todo el mundo, al mismo tiempo florezca en la Rusia soviética dirigida por la clase obrera.
Y así, en 1917, cuando Otto Bauer todavía conservaba su fe virginal austromarxista en la permanencia del capitalismo y de la monarquía de los Habsburgo, escribió que la revolución rusa debía terminar en el establecimiento de un estado burgués. El oportunismo socialista sin embargo, siempre es impresionista en política. Sobresaltado y jadeando por la revolución admitió en 1919, que el capitalismo se hundía y que la época de la revolución social estaba al alcance de la mano. Puesto que ahora, Dios sea alabado, la marea de la revolución baja, nuestro oráculo vuelve a caer rápidamente en su profecía de 1917. Como ya lo sabemos, tiene afortunadamente dos profecías disponibles, según convenga. [Risas] Bauer llega a la conclusión siguiente: «Lo que vemos restaurarse en Rusia es una economía capitalista, dominada por una nueva burguesía, basada en millones de campesinos; una economía capitalista a la cual la legislación y la administración del estado se ven obligadas, quiérase o no, a adaptarse». ¿Comprenden ahora lo que representa la Rusia soviética? Hace un año, este señor proclamaba que la economía y el estado soviético estaban dominados por una nueva burguesía. Las empresas arrendadas, pobremente equipadas y que emplean 50.000 obreros, contra un millón de obreros empleados por las mejores empresas de estado, esto, según Bauer, es «una capitulación del poder soviético al capital industrial». Para sostener sus afirmaciones, tan estúpidas como cínicas, mediante una justificación histórica necesaria, afirma: «Tras una prolongada duda, el gobierno soviético ha decidido al fin [¡!], reconocer las deudas zaristas con el extranjero». En pocas palabras, ¡de una capitulación a otra!
Puesto que muchos camaradas naturalmente estarán confundidos con los detalles vagos de nuestra historia, dejadme recordaros que el 4 de febrero de 1919 hemos hecho las siguientes propuestas por la radio a todos los gobiernos capitalistas:
1.-Ofrecemos reconocer las deudas extranjeras contraídas por Rusia.
2.-Ofrecemos nuestras materias primas como garantía del pago de deudas e intereses.
3.-Ofrecemos realizar concesiones a su conveniencia.
4.-Ofrecemos concesiones territoriales bajo la forma de ocupación militar de ciertas partes del territorio por las tropas de la Entente, o por las de aquellas de sus agentes rusos.
Hemos propuesto estos puntos al mundo capitalista el 4 de febrero de 1919 a través de la radio, con la condición de que nos dejaran en paz. Las hemos repetido en abril, con más detalles, al plenipotenciario no oficial americano. ¿Cómo se llamaba? [Risas] ¡Ah, sí, Bullitt, este era! ¡Y bien, camaradas, si comparáis estas propuestas con las que nuestros representantes han rechazado durante las reuniones de Génova y de La Haya, veréis que nuestra tendencia amplia no fue a las concesiones, sino que, por el contrario, ha sido defender con una mayor firmeza nuestras conquistas revolucionarias! En este momento no reconocemos ya deuda alguna. No ponemos ya en prenda, y no lo haremos más, nuestras materias primas como garantía. Somos muy prudentes en materia de concesiones; y, por ningún motivo toleraremos la presencia de tropas en nuestros territorios. Se han producido algunos cambios desde 1919.
Hemos sido informados ya por Otto Bauer que la tendencia de todo este desarrollo es a la «democracia». Este alumno de Kautsky y profesor de Martov nos da la siguiente lección: «Una vez más ha sido confirmado que un derrocamiento de la base económica debe ser seguido por un derrocamiento de la superestructura política». Es completamente cierto que entre la base económica y la superestructura política existe en sus partes y en la totalidad la interrelación indicada por Bauer. Pero, en primer lugar, la base económica de la Rusia soviética no se ha modificado del modo descripto por Otto Bauer, ni del modo deseado por Leslie Urquhart, cuyas extorsiones sobre este tema, debemos recordarlo, tienen mucho más peso que las de Bauer. En segundo lugar, la base económica cambia hacia relaciones capitalistas, pero estos cambios se producen a tal velocidad y en tal escala que excluyen el peligro de perder el control político de este proceso económico.
Desde el punto de vista político, el problema se reduce a esto: la clase obrera en el poder ofrece importantes concesiones a la burguesía. Pero queda mucho camino desde este punto a la «democracia», es decir, al paso del poder a las manos de los capitalistas. Para alcanzar esta meta, la burguesía necesitaría de un derrocamiento contrarrevolucionario triunfante. Para tal derrocamiento debe disponer de las correspondientes fuerzas. Sobre este punto la burguesía nos ha enseñado algo. Durante el siglo XIX no hizo otra cosa que alternar represiones y concesiones. Hacía concesiones a la pequeña burguesía, al campesinado y a las capas superiores de la clase obrera, pero al mismo tiempo explotaba sin piedad a las masas trabajadoras. Estas concesiones eran de carácter político o económico, o incluso una combinación de ambas. Fueron siempre actos de la clase dominante que tenía el poder del estado. Ciertas experiencias de la burguesía en este campo parecían a primera vista aventuradas, como la introducción del sufragio universal. Marx, designaba la limitación legal de la jornada de trabajo en Inglaterra, como la victoria de un nuevo principio. ¿De quién era este principio? Era de la clase obrera. Pero, todos lo sabemos, quedaba un largo camino para pasar de la victoria parcial de este principio a la conquista del poder político por la clase obrera inglesa. La burguesía dominante hizo ciertas concesiones, pero ella conservaba el control del debe y el haber del libro del estado. Sus políticos decidían cuáles eran las concesiones que debían ser acordadas, no solamente sin poner en peligro su dominio del poder, sino asegurando a través de ellas la férrea dirección burguesa.
Nosotros, marxistas, hemos dicho más de una vez que la burguesía había agotado su misión histórica. Mientras tanto, todavía retiene el poder en sus manos. Esto quiere decir que la interrelación entre la base económica y la superestructura política no es completamente lineal. Observamos un régimen de clase que se mantiene durante un número de años, después de haber entrado en un conflicto evidente con las necesidades del progreso económico. ¿Cuáles son las bases teóricas para afirmar que las concesiones acordadas por el estado obrero a las relaciones burguesas deben automáticamente reemplazar el estado obrero por un estado burgués? Si, como parece ser, es cierto que el capitalismo está agotado a escala mundial, ello sólo prueba el papel histórico progresivo del estado obrero. Las concesiones que ha acordado para la burguesía representan únicamente un compromiso dictado por las dificultades del desarrollo, hasta el día de hoy predeterminado y asegurado por la historia. Es natural que si crecieran hasta el infinito, se multiplicaran y acumularan, si comenzáramos a alquilar cada vez más grupos de empresas nacionalizadas, si comenzáramos a acordar concesiones en las ramas esenciales de la industria minera y del transporte ferroviario, si nuestra política continuara deslizándose hacia abajo por el tobogán de las concesiones durante varios años, llegaría a existir inevitablemente una época de degeneración económica que daría lugar al colapso de la superestructura política. Hablo de «colapso» y no de «degeneración» porque sólo a través de una guerra civil feroz puede el capitalismo arrancar el poder de las manos del proletariado comunista.
Quien plantea esta cuestión presupone que la burguesía europea y mundial se mantendrá viril y eterna. En pocas palabras, todo se reduce a esto. Reconociendo, por un lado, en sus artículos de domingo, que el capitalismo, y especialmente en Europa, ha sobrevivido y frena el progreso histórico; expresando, por otra parte, la afirmación que la evolución de la Rusia soviética debe inevitablemente terminar en un triunfo de la democracia burguesa, los teóricos socialdemócratas caen en una contradicción banal y lamentable, bastante digna de estos estúpidos, torpes y pomposos. Nuestra Nueva Política Económica está calculada para condiciones muy específicas de espacio y tiempo. Es la política de maniobra de un estado obrero que se mantiene rodeado por el capitalismo y que apuesta al desarrollo revolucionario en Europa. Operar con categorías absolutas de capitalismo y de socialismo, y con superestructuras políticas que le corresponden «adecuadamente», para decidir acerca del destino de la república soviética, muestra una incapacidad absoluta para comprender las condiciones propias de una época de transición. Es el sello de un escolástico y no de un marxista. Jamás hay que excluir el factor tiempo de los cálculos políticos. Si pensáis que el capitalismo continuará existiendo en Europa durante cincuenta años o un siglo, y que la Rusia soviética deberá ajustar su política económica al capitalismo, la cuestión queda automáticamente resuelta. Porque, asegurando esto, suponéis por adelantado el hundimiento de la revolución proletaria en Europa y el comienzo de una nueva época de renacimiento capitalista. ¿Sobre qué bases posibles? Desde que Otto Bauer ha descubierto síntomas milagrosos de una resurrección capitalista en la vida austríaca actual, se habla de predestinación para la Rusia soviética. No vemos aún milagro alguno, y en absoluto creemos en ellos.
Para nosotros, la perpetuación del dominio de la burguesía europea, durante algunos decenios, no significaría en las condiciones mundiales actuales, el florecimiento del capitalismo, sino una decadencia económica y la descomposición cultural de Europa. No se puede negar que tal variante del desarrollo histórico arrastraría a la Rusia soviética a un abismo. En ese caso, que nuestro país atraviese la etapa de la «democracia» o sufra la decadencia en alguna otra forma, es una cuestión de segundo orden. Pero no tenemos aún motivos para enrolarnos bajo el estandarte de la filosofía de Spengler. Contamos firmemente con el desarrollo revolucionario en Europa. La Nueva Política Económica es simplemente nuestro modo de adaptarnos al ritmo de este desarrollo. Otto Bauer mismo, aparentemente, siente con cierta inquietud, que el régimen de la democracia capitalista de ninguna manera surge tan directamente de los cambios que han ocurrido en nuestra economía. Por esta razón nos ruega que prestemos ayuda al desarrollo de la tendencia capitalista contra la tendencia socialista. Escribe: «La reconstrucción de la economía capitalista no puede ser efectuada bajo la dictadura del partido comunista. El nuevo curso económico reclama un nuevo curso político». ¿No es algo conmovedor que hace saltar las lágrimas? El mismo individuo que ha proporcionado una maravillosa asistencia económica y política al florecimiento de Austria... [Risas] es quien nos exhorta de este modo: «Tened cuidado, por Dios; el capitalismo no puede florecer bajo la dictadura de vuestro partido» [Risas y aplausos]. Justamente esto. Y es precisamente por esta razón, salvando la presencia de todos los Bauers, que mantenemos la dictadura de nuestro partido [Risas y aplausos].
En nuestro país, las concesiones al capitalismo han sido hechas por el partido comunista, en cuanto dirigente del estado obrero. En este momento, se lleva a cabo en nuestra prensa una amplia discusión a favor y en contra de la concesión que debe ser acordada a Leslie Urquhart. La cuestión está planteada. Esta discusión apunta a clarificar tanto las provisiones materiales concretas del contrato así como evaluar el papel que jugaría este contrato en todo el sistema de la economía soviética. ¿Es excesiva la concesión? ¿Podría, el capitalismo hundir profundamente sus raíces a través de esta concesión dentro del mismo corazón de nuestra economía industrial? Esos son los pro y los contra. ¿Quién decide? El estado obrero. Naturalmente, la Nueva Política Económica supone una enorme concesión a las relaciones burguesas, e incluso a la burguesía. Pero, en todo caso, somos nosotros quienes determinamos los lí-mites de esta concesión. Somos los directores, tenemos la llave de la puerta en nuestras manos. El estado es un factor primordial de la vida económica, y no tenemos ninguna intención de que se escurra de nuestras manos.
Vuelvo a decirlo. La profecía socialdemócrata referente a las consecuencias de nuestra Nueva Política Económica deriva totalmente de la concepción según la cual la revolución proletaria en Europa carece de esperanzas en el período histórico próximo.
No podemos impedir a estos señores que sean pesimistas a expensas del proletariado y optimistas para beneficio de la burguesía. Esta es la vocación histórica de los epígonos de la Segunda Internacional. No vemos ninguna razón para tener dudas o para modificar el análisis de la situación mundial formulado por las tesis adoptadas por el III Congreso de la Internacional Comunista.
En los dieciocho meses que pasaron desde entonces, el capitalismo no ha dado siquiera un paso para restablecer su equilibrio, totalmente alterado debido a la guerra y sus consecuencias. Lord Curzon, ministro inglés de Asuntos Exteriores, habló el 9 de noviembre, día del aniversario de la república alemana, realizando un buen resumen de la situación internacional. No sé si muchos de ustedes han tenido ocasión de leer este discurso; por ello citaré algunos párrafos muy interesantes y que merecen ser conocidos. Dijo: «Todas las potencias han salido de la guerra con sus energías debilitadas y quebradas. Nosotros [ingleses] sufrimos una pesada carga de impuestos que pesan sobre la industria de nuestro país. Tenemos gran número de desocupados en todas las ramas de la producción. En cuanto a Francia, sus deudas son inmensas y no puede obtener el pago de las indemnizaciones de guerra [...]. Alemania se encuentra en plena inestabilidad política y su vida económica se halla paralizada por una crisis monetaria espantosa. Rusia permanece todavía por fuera de la familia de las naciones europeas. Se encuentra bajo la bandera comunista [Curzon no parece estar en total acuerdo con Otto Bauer (Risas)] y continúa llevando a cabo una constante propaganda sobre todo el mundo [lo que ciertamente es falso] [Risas]. Italia [continúa diciendo] ha atravesado un gran número de sacudidas y crisis gubernamentales [yo no diría que ha atravesado, sino que atraviesa todavía] [Risas], el Cercano Oriente se encuentra en un caos absoluto. La situación es terrible».
Incluso para nosotros, comunistas rusos, sería muy difícil ofrecer una propaganda mejor que la de Curzon sobre la situación mundial. «La situación es terrible». En el quinto aniversario de la república soviética, esta es la garantía que obtenemos de uno de los representantes más autorizados de la potencia europea más fuerte. Y él tiene razón: «la situación es terrible». Y permítannos agregar que es necesario encontrar una salida a esta situación terrible. La sola y única salida es la revolución. Un corresponsal italiano me pidió muy recientemente que evaluara la situación mundial actual. Le di la siguiente respuesta, que es, permítanme que lo diga, más bien banal: «La burguesía ya no es capaz de conservar el poder [lo que, hace algunos minutos, según leíamos, ha sido confirmado por Curzon], mientras que la clase obrera es aún incapaz de tomar el poder. Ello es lo que determina el carácter desdichado de nuestra época». Tal era el núcleo de mis puntualizaciones.
Hace tres o cuatro días, un amigo me envió de Berlín un recorte de uno de los últimos números de Freheit, anterior a su renuncia. Su título: «La victoria de Kautsky sobre Trotsky» [Risas]. Declara que el Rote Fahne no puede armarse de valor suficiente para hablar en contra de mi capitulación ante Kautsky. Ya sabemos cómo, aunque, camaradas, Rote Fahne nunca fue lento en atacarme, incluso cuando tenía razón. Pero esta historia pertenece al Tercer Congreso Mundial y no al Cuarto. [Gritos de aprobación y risas]. Bien, dije al periodista italiano: «Los capitalistas ya son incapaces de gobernar, mientras que los obreros no son todavía capaces de hacerlo. Es el carácter de nuestra época». Después de lo cual, Freheit, de bendita memoria, comenta lo que sigue: «Lo que Trotsky plantea aquí como su propia visión es la opinión expresada con anterioridad por Kautsky». De este modo, soy virtualmente culpable de plagio. Es un alto precio para una entrevista banal. Me veo obligado a deciros que conceder entrevistas no es una obligación agradable, y que aquí, en Rusia, nunca somos entrevistados por nuestra libre voluntad, sino siempre bajo las órdenes estrictas del amigo Chicherin. Ustedes deberán notar que en la era de la Nueva Política Económica, aunque hemos renunciado al centralismo excesivo, unas pocas cosas quedan sin embargo centralizadas en Rusia. En cualquier caso, todas las órdenes de entrevistas se centralizan en el Comisariado de Asuntos Exteriores [Risas], y dado que las entrevistas son obligatorias, sacamos a relucir en ellas naturalmente el arsenal más rancio y mejor escogido de lugares comunes. Permítanme decirles que, en este caso particular, jamás pensé que afirmar que nuestra época tenía un carácter de transición era una invención original mía. Ahora me entero, si se puede creer en Freheit, que el padre espiritual de este aforismo no es otro que Kautsky. Si esto fuera realmente así, sería un castigo demasiado severo por mi entrevista. Todas las cosas que Kautsky está ahora diciendo y escribiendo, tienen un propósito único y manifiesto de demostrar que el marxismo es una cosa, y una ciénaga otra.
He dicho y repito que el proletariado europeo es, en su estado actual, incapaz de conquistar el poder, lo cual es un hecho innegable. Pero, ¿por qué es así? Precisamente porque amplios círculos de la clase obrera todavía no se han desembarazado de la podrida influencia de ideas, prejuicios y tradiciones cuya quintaesencia es el kautskysmo [Risas]. Esta es exactamente e incluso exclusivamente la razón de la división política dentro del proletariado y de su incapacidad para conquistar el poder. Era precisamente esta idea simple la que había querido expresar al corresponsal italiano. No mencioné el nombre de Kautsky, pero, para cualquier persona inteligente, debía ser evidente saber contra qué y contra quién se dirigían mis ataques. Esta fue mi «capitulación» ante Kautsky. La Internacional Comunista no tiene ni puede tener ningún motivo para capitular ante nadie, y esto tanto desde el punto de vista práctico como teórico. Las tesis del Tercer Congreso sobre la situación mundial caracterizaban los rasgos fundamentales de nuestra época con la misma corrección con que caracterizaban la mayor crisis histórica del capitalismo. En el Tercer Congreso enfatizamos cuán indispensable era distinguir agudamente entre la crisis principal o histórica del capitalismo y las crisis coyunturales, o menores, cada una de las cuales es una etapa necesaria de un ciclo industrial-comercial. Pero permitidme recordar que existió una amplia discusión sobre este tema en las Comisiones del Congreso y especialmente durante las sesiones plenarias. Contra un número de camaradas, defendimos la posición de que en el desarrollo histórico del capitalismo debemos distinguir agudamente entre dos tipos de curvas: la curva básica que grafica el desarrollo de las fuerzas productivas capitalistas, el crecimiento de la productividad del trabajo, la acumulación de la riqueza, etc., y la curva cí-clica que describe una ola periódica de boom y de crisis, repitiéndose en promedio cada nueve años. La correlación entre ambas curvas no ha sido elucidada aún en la literatura marxista, y tampoco, al menos, que yo sepa, en la literatura económica en general. Sin embargo, la cuestión es de primordial importancia, tanto teórica como políticamente. A mediados del siglo XIX, la curva básica del desarrollo capitalista trepó vertiginosamente. El capitalismo europeo alcanzó su cima. En 1914, estalló una crisis que marcó no solamente una oscilación cíclica periódica, sino también el comienzo de una época de estancamiento económico prolongado.
La guerra imperialista fue un intento de romper este impasse. Este intento fracasó y la profunda crisis histórica del capitalismo se agravó. Sin embargo en el marco de esta crisis histórica, los ciclos ascendentes y descendentes son inevitables, es decir, una alternancia de booms y crisis (pero con la característica de que, en contraste con el período de preguerra, las crisis cíclicas tienen un carácter extremadamente agudo, mientras que los booms son más superficiales y débiles). En 1920, en el marco de la decadencia capitalista general, se produjo una crisis cíclica aguda sobre la base de la decadencia capitalista universal. Algunos camaradas entre los así llamados «izquierdistas», sostenían que esta crisis debía profundizarse y agudizarse ininterrumpidamente hasta la revolución proletaria. Nosotros por el contrario predijimos que un quiebre en la coyuntura económica era inevitable en un futuro más o menos cercano trayendo una recuperación parcial. Insistimos diciendo que tal ruptura de la coyuntura no debilitaría al movimiento revolucionario, sino que, por el contrario, le proporcionaría una nueva vitalidad. La cruel crisis de 1920, llegando tras un fermento revolucionario de muchos años, pesó muy duramente sobre las masas obreras, engendrando temporalmente en sus filas estados de ánimo de espera pasiva o incluso desesperanza. Bajo estas condiciones, una mejoría de la coyuntura económica hubiera elevado la autoconfianza de los obreros y reanimado la lucha de clases. Ciertos camaradas pensaban realmente entonces que este pronóstico reflejaba una desviación hacia el oportunismo y una tendencia a encontrar excusas para retrasar indefinidamente la revolución. Las actas de la Convención de Jena de nuestro partido alemán están repletas de estas ideas ingenuas.
Intentemos, camaradas, comprender dónde nos encontraríamos actualmente si hubiéramos respondido y aceptado, hace año y medio, esta teoría izquierdista puramente mecanicista, teoría de que la crisis comercial-industrial iba de mal en peor. Reconocen actualmente todas las personas sensatas el quiebre que ha existido en la coyuntura. En Estados Unidos, el más poderoso de todos los paí-ses capitalistas, hay evidentemente un boom industrial. En Japón, en Inglaterra, en Francia, la mejoría de la coyuntura económica es mucho más débil, pero también en estos casos existe un quiebre. ¿Cuánto tiempo durará este boom? ¿Qué altura alcanzará? Esta es otra cuestión. No debemos olvidar ni por un momento que la mejoría de la coyuntura tiene lugar en plena decadencia del capitalismo internacional y, sobre todo, del capitalismo europeo. Las causas básicas de tal decadencia no se han visto afectadas por los cambios coyunturales del mercado. Pero, por otro lado, la decadencia no niega los cambios coyunturales. Nos hubiéramos encontrado en la obligación de reexaminar teóricamente nuestra concepción fundamental, así como el carácter revolucionario de nuestra época, si le hubiéramos hecho hace un año y medio atrás una concesión a los izquierdistas que juntaban la crisis histórica del sistema económico capitalista con las oscilaciones cíclicas coyunturales del mercado y que reclamaban que adoptemos una perspectiva puramente metafísica de que una crisis es, bajo toda condición, un factor revolucionario. No tenemos ninguna razón actualmente para revisar o modificar nuestra postura. No juzgamos nuestra época como revolucionaria porque la aguda crisis coyuntural de 1920 barrió el boom ficticio de 1919. La juzgamos como revolucionaria basándonos en nuestra evaluación general del mundo capitalista y sus fuerzas básicas en conflicto. Para no perder esta lección, debemos reafirmar que las tesis del Tercer Congreso son absolutamente aplicables en la actualidad. La idea fundamental que subyace a las decisiones del Tercer Congreso es la siguiente: después de la guerra las masas fueron abrazadas por un estado de ánimo revolucionario y estaban ansiosas por emprender una lucha abierta. Pero ningún partido revolucionario fue capaz de dirigirlas a la victoria, de donde procede la derrota de las masas revolucionarias de numerosos países, su estado de ánimo depresivo y la pasividad.
En la actualidad existen en todo el mundo partidos revolucionarios, pero se basan directamente sobre una fracción de la clase obrera; de hecho, una minoría de ésta. Los partidos comunistas deben conquistar la confianza de la mayoría de la clase obrera, pero la clase obrera, antes de ser convencida, a través de la experiencia, de la corrección, de la firmeza, de la honestidad de la dirección comunista, deberá desprenderse de la desilusión, de la pasividad, de la molicie. Entonces llegará el momento de lanzar la ofensiva final. ¿Ocurrirá pronto? Nosotros no hacemos predicciones sobre esto. El Tercer Congreso ha fijado la tarea de esta hora: luchar por influir en la mayoría de la clase obrera. Un año y medio después hemos alcanzado, sin duda, grandes éxitos, pero la tarea sigue siendo la misma: conquistar la confianza de la aplastante mayoría de los trabajadores. Esto puede y debe ser conseguido a lo largo de la lucha de las reivindicaciones transitorias mediante la consigna general del frente único obrero.
Actualmente, el movimiento obrero mundial se enfrenta con una ofensiva capitalista. Pero en un país como Francia, donde hace año y medio el movimiento obrero atravesaba un período de estancamiento total, somos testigos de una creciente disposición de la clase obrera a ofrecer resistencia. A pesar de una dirección extremadamente inadecuada, las huelgas son más frecuentes en Francia. Tienden a adquirir un carácter muy intenso, lo que es prueba del crecimiento de la capacidad de lucha de las masas obreras. La lucha de clases se profundiza y se agudiza. La ofensiva capitalista encuentra su complemento en la concentración del poder del estado en manos de los elementos burgueses más reaccionarios. Simultáneamente vemos que la opinión pública burguesa, mientras se prepara para una lucha de clases más aguda, con la semi-aprobación tácita de la camarilla gobernante, está allanando el camino para una nueva orientación (una orientación hacia la izquierda, en la dirección de los engaños reformistas y pacifistas). En Francia, lugar donde el bloque nacionalista ultrarreaccionario dirigido por Poincaré se encuentra en el poder, se prepara simultánea y sistemáticamente una victoria del Bloque de Izquierdas, incluyendo naturalmente a los socialistas. En Inglaterra ahora hay elecciones. Llegan mucho antes de lo que se pensaba porque el gobierno de coalición de Lloyd George se ha hundido. Aún se desconoce el resultado de las mismas. Existe una posibilidad de que la agrupación ultraimperialista precedente retorne al poder. Pero, si gana, su reinado será breve. En Francia e Inglaterra se prepara una nueva orientación parlamentaria de la burguesía. Los abiertamente imperialistas, los métodos agresivos, los métodos del Tratado de Versalles, de Foch, Poincaré y Curzon obviamente han caído en un callejón sin salida. Francia no puede extraer de Alemania lo que ésta no tiene; también ella es incapaz de pagar sus deudas. El foso entre Inglaterra y Francia se hace más ancho. América se niega a renunciar al cobro de las deudas.
Entre las capas intermedias de la población, sobre todo entre la pequeña burguesía, el estado de ánimo reformista y pacifista se hace cada día más fuerte: se debería alcanzar un acuerdo con Alemania y Rusia, debería ampliarse la Liga de las Naciones. Los presupuestos militares deberían reducirse; América debería conceder préstamos, y así sucesivamente. Las ilusiones de guerra y defensismo, las ideas y consignas nacionalistas y chovinistas, junto con las esperanzas en los grandes frutos que traería esa victoria, en fin, las ilusiones que, digamos, acapararon una gran parte de la clase obrera en los países de la Entente, dejan paso a reacciones más serias, a la desilusión. Este es el suelo en el que crece el Bloque de Izquierdas en Francia, del autodenominado Partido Laborista y de los liberales independientes en Inglaterra. Sería ciertamente falso esperar un cambio serio de política, teniendo en cuenta la orientación reformista-pacifista de la burguesía. Las condiciones objetivas del mundo capitalista actual son menos apropiadas al reformismo y al pacifismo. Pero es muy probable que la zozobra de estas ilusiones deba ser experimentada prácticamente antes de que pueda ser posible la victoria de la revolución.
Hemos tratado únicamente este punto en relación con los países de la Entente. Pero es evidente que si los radicales y los socialistas asumen el poder en Francia, mientras que los oportunistas laboristas y liberales independientes forman el gobierno inglés, ello provocará en Alemania un nuevo influjo de esperanzas de conciliación y de paz. Parecería posible que pudiera llegarse a un acuerdo con los gobiernos democráticos de Inglaterra y Francia; que se obtuviera una moratoria o incluso una cancelación de los pagos; que fuera concertado un crédito por América con la cooperación de Inglaterra y Francia, etc... ¿No son los socialdemócratas alemanes los que se encuentran en las mejores condiciones para llegar a un acuerdo con los radicales y socialistas franceses, y con los laboristas ingleses? Ciertamente, los acontecimientos pueden sufrir un giro brusco. No está excluido que el problema de las indemnizaciones, el imperialismo francés y el fascismo italiano puedan conducir al desarrollo revolucionario, privando a la burguesía de la oportunidad de hacer pasar al frente a su flanco izquierdo. Pero existen otras indicaciones muy numerosas que prueban que la burguesía tendrá que recurrir a cierta orientación reformista y pacifista antes de que el proletariado se encuentre preparado para el asalto definitivo. Esto implicaría una época de kerenskismo europeo. Sería muy conveniente evitarlo. El kerenskismo a escala mundial no es un plato de buen gusto. La elección de los caminos de la historia depende de nosotros en cierta medida. Bajo ciertas condiciones tendremos que aceptar el kerenskismo europeo así como hemos aceptado en su momento el kerenskismo ruso. Nuestra tarea consistirá en transformar la época de los engaños reformistas y pacifistas, en un preludio a la conquista del poder por el proletariado revolucionario. En nuestro país, el kerenskismo duró nueve meses. ¿Cuánto tiempo durará en vuestros países si éste surgiera? Evidentemente, es imposible responder ahora a tal cuestión. Depende cuán rápidamente se liquiden las ilusiones reformistas y pacifistas, es decir, de la habilidad con que maniobren los kerenskistas, porque, al contrario que nosotros, saben al menos cómo crecer y multiplicarse. Pero también depende de la energía, la resolución e inflexibilidad con que nuestro partido sea capaz de maniobrar. Es evidente que la época de los gobiernos reformistas y pacifistas será el momento de una presión creciente de las masas trabajadoras. Nuestra tarea consistirá, en ese caso, en dirigir esta presión.
Pero, para llegar a este punto, nuestro partido debe entrar en la época del engaño pacifista completamente purgado de ilusiones reformistas y pacifistas. Pobre del partido comunista que se encuentre, de algún modo, ahogado por la ola pacifista. El naufragio inevitable de las ilusiones pacifistas significaría simultáneamente el naufragio de este partido. La clase obrera se vería obligada, una vez más, como en 1919, a buscar un partido que nunca intentara engañarla. Por esta razón la tarea fundamental que nos incumbe en una época de preparación revolucionaria es controlar nuestras filas y limpiarlas de elementos extraños. Un camarada francés, llamado Frossard, dijo un día: «El partido es la gran amistad». Esta frase fue repetida a menudo. Es imposible dejar de reconocer que es atractiva y que, hasta ciertos límites, cada uno de nosotros está dispuesto a aceptarla. Pero es necesario igualmente tener en cuenta que el partido no se convierte bruscamente en esta gran amistad, sino que se transforma en gran colaboración tras una profunda lucha exterior, y si es preciso interior; es decir, a través de la depuración de sus filas, la selección cuidadosa y sin piedad de los mejores elementos de la clase obrera, entregados en cuerpo y alma a la causa de la revolución. En otras palabras, antes de que pueda haber una gran colaboración, el partido debe realizar una gran selección. [Ovaciones].
Al camarada Zinóviev
Copia a los camaradas Lenin, Radek y Bujarin
¿Hay que formar oficialmente en el congreso un nuevo comité central del partido comunista francés?
¿O bien darle a la lista de los miembros del nuevo CC un estatuto de propuesta, emanada del congreso y dirigida al congreso extraordinario del partido comunista francés?
Ninguna de las fracciones estima posible la designación directa de los miembros del nuevo CC aquí en Moscú. La izquierda lo teme particularmente; dicen que de ello se deducirá que los miembros de izquierda del CC siempre son colocados por Moscú, es decir impuestos al partido. Walecki afirma incluso que esa trampa constituye todo el plan de Frossard: comprometer a la izquierda introduciéndola en el CC por medio de Moscú y después jugar con el sentimiento de «honor» de partido de los obreros franceses.
Por supuesto que una solución directa, abierta y oficial, de la cuestión en Moscú tendría el gran mérito de resolver por una duración indeterminada una cuestión organizativa central. Pero, por otra parte, no hay que cerrar los ojos ante el hecho que si el centro prepara realmente una ruptura, o una casi ruptura con la Internacional, la nominación del CC por la Komintern le facilitará extraordinariamente la tarea.
Por otra parte, es incontestablemente necesario solucionar la cuestión de la composición del nuevo CC [en] Moscú, no solamente por el establecimiento de la proporcionalidad, como quiere el centro, sino estableciendo una lista nominal precisa. Esto se podría organizar así: nosotros negociamos con las tres fracciones a propósito de la composición del comité central, del buró político, de la redacción de la Humanité, etc. Todos los delegados sin excepción firman un documento correspondiente. Cachin declaró en el congreso que la moción francesa, sobre la base de la experiencia del congreso de París y del examen de la cuestión en la comisión con otros partidos, ha reconocido, por unanimidad de las fracciones, la necesidad de organizar los órganos centrales del partido de la forma siguiente: (Cachin lee la lista nominal precisa) la delegación francesa se compromete a desplegar todos sus esfuerzos para que el congreso extraordinario del partido, debidamente convocado (o un consejo nacional con los poderes de un congreso), aprueba esta lista nominal.
Tras haber escuchado la declaración de Cachin, el congreso adopta una resolución aprobando la propuesta de la delegación francesa y expresa la firme convicción que el próximo congreso francés aprobará esta lista, sin cambios, y que ninguna fracción emprenderá ninguna polémica ni lucha en torno a esta lista porque semejante lucha llevará inevitablemente a una agravación de las relaciones y a la desmoralización en las filas del partido.
Tal solución supone en consecuencia que el actual CC centrista continuará existiendo aún algún tiempo en calidad de órgano que dirige formalmente al partido. Ello entraña algunos inconvenientes, pero me parece que predominan los aspectos positivos, mucho más teniendo en cuenta que el plazo de convocatoria de un consejo nacional o de un congreso extraordinario del partido francés dependen de nosotros.
Pienso además que hay que obligar al actual CC centrista a tomar algunas medidas en el dominio sindical y en el dominio de la depuración del partido de francmasones y otros para que el amiguismo del centro con elementos abiertamente anticomunistas se interrumpa, incluso antes de la formación de un nuevo CC. Es esta una circunstancia muy importante: si todo el trabajo de depuración lo cumple la izquierda, el centro mantendrá sin dudas sus relaciones amistosas con los francmasones, los sindicalistas hostiles a Moscú, etc.
Si el odium [en latín en el texto, NdTdeCLT] hacia la represión contra esos elementos se apoya en el centro, éste se verá obligado a buscar sus apoyos en la izquierda.
Además eso será una excelente prueba para los representantes del centro que se encuentran en el CC; en efecto, ahora tendrán que resolver la cuestión de los miembros del CC Paul Louis, que colabora en la prensa burguesa, Ker y Soutif, que son francmasones. Si en el curso de los dos meses que preceden a la convocatoria del nuevo congreso, el CC centrista no hace nada al respecto, se comprometerá cruelmente y todo el honor por aplicar esas medidas recaerá en el nuevo CC, compuesto a partir de la lista propuesta por toda la delegación francesa y aprobado por el congreso.
En lo que concierne a la composición misma de la lista me es difícil pronunciarme definitivamente en la hora actual. Pienso, en todo caso, que la admisión al CC de Daniel Renoult es extremadamente problemática puesto que él está desaprobado por su propia fracción y, evidentemente, juega un doble o triple juego.
También me parece peligrosa la entrada en el buró político de Renaud Jean en calidad de superárbitro entre la derecha y la izquierda (cada una tiene cuatro representantes y Renaud Jean es el noveno). Es muy posible que le salvemos para la Internacional. Si abandona la Internacional, no está excluida la posibilidad de verlo volver enseguida. Pero temo que, estando dada la situación actual, sería nocivo para el partido y fatal para él mismo darle un puesto archidecisivo.
El gobierno obrero es una fórmula algebraica, es decir una fórmula a cuyos términos no le corresponden valores numéricos fijos. De aquí sus ventajas e inconvenientes.
Sus ventajas consisten en que abarca hasta a los obreros que todavía no se han elevado a la idea de dictadura del proletariado y a la comprensión de la necesidad de un partido director.
Sus inconvenientes, consecuencias de su carácter algebraico, consisten en que se le puede atribuir un sentido puramente parlamentario que, para Francia, sería prácticamente el menos real e ideológicamente el más peligroso que se pueda imaginar.
León Blum podría decir: «Aceptamos el gobierno obrero. En el momento en que la clase obrera constituya una mayoría parlamentaria, estaremos dispuestos a formar un gobierno obrero.»
Con tal interpretación, es completamente evidente que el gobierno obrero jamás sería instaurado en Francia pues la política de León Blum, Jouhaux y consortes consiste prácticamente en, mientras se «espera» esa mayoría obrera, parlamentaria, hacer bloques con la burguesía, bloques que, a su vez, excluyen la posibilidad de la formación de una mayoría obrera, pues desmiembran y desmoralizan a la clase obrera.
Así pues, la consigna del gobierno obrero en Francia no es una consigna de combinaciones parlamentarias: es la consigna de un movimiento masivo del proletariado que se libera completamente de las combinaciones parlamentarias con la burguesía, se opone él mismo a la burguesía y opone la idea de su propio gobierno a todas las combinaciones gubernamentales burguesas. De forma que esta fórmula algebraica es profundamente revolucionaria en su esencia.
¿Pero se dirá que precisamente porque es revolucionaria y no parlamentaria como tal será rechazada por los disidentes y obreros que la siguen? Es posible. Pero si sabemos explotar hábilmente con la agitación nuestra consigna, los obreros disidentes que la hayan rechazado una vez no podrán hacerlo una segunda vez.
Les diremos: «Estáis a favor de la democracia y de una mayoría parlamentaria. No os impediremos constituir una mayoría obrera en el Parlamento. Por el contrario, os ayudaremos con todos los medios. Pero, para ello, hay que levantar a la totalidad de la clase obrera. Hay que interesarla; es necesario darle una consigna capaz de unificarla y fortalecerla. Esa consigna no puede ser más que la del gobierno obrero, opuesto a todas las combinaciones burguesas y a todas las coaliciones. De tal forma que es necesario levantar en la clase obrera y en las masas campesinas un potente movimiento bajo la consiga del gobierno obrero para crear una mayoría obrera en el Parlamento.» He aquí cómo es preciso plantear la cuestión, desde el punto de vista de la agitación, en relación con los disidentes y los obreros reformistas, etc. Esta forma de plantear la cuestión es justa, política y pedagógicamente.
Pero el gobierno obrero ¿es realizable en Francia bajo otra forma distinta a la de la dictadura comunista y, si es así, bajo qué forma es realizable?
Bajo determinadas coyunturas políticas es perfectamente realizable y constituye incluso una etapa inevitable en el desarrollo de la revolución.
En efecto, si se supone que un potente movimiento obrero en el país, durante una violenta crisis política, lleva a elecciones que den la mayoría a los disidentes y a los comunistas, así como a los grupos intermedios y simpatizantes, y que el estado de las masas obreras no le permite a los disidentes hacer bloque con la burguesía contra nosotros, será posible, bajo determinadas condiciones, formar un gobierno obrero de coalición que constituiría una transición necesaria hacia la dictadura revolucionaria del proletariado .
Es muy posible, es incluso probable, que tal movimiento, desarrollándose bajo la consigna de gobierno obrero, no tenga el tiempo para encontrar su expresión en una mayoría parlamentaria; sea porque le faltará el tiempo a causa de nuevas elecciones, sea porque el gobierno burgués intentará apartar el peligro recorriendo a los métodos de Mussolini. Sobre el terreno de la resistencia al ataque fascistas, la parte reformista de la clase obrera podrá ser arrastrada por la parte comunista en la vía de la formación de un gobierno obrero por medios extraparlamentarios. En esta hipótesis, la situación revolucionaria sería aún más clara que en la primera.
¿Aceptaremos, en este último caso, una coalición gubernamental con los disidentes? La aceptaremos: se demuestra que tienen todavía una influencia sobre una parte considerable de la clase obrera que los forzará a separarse de la burguesía. ¿Estaremos asegurados contra cualquier traición por parte de nuestros aliados en el gobierno? En absoluto. Al mismo tiempo que efectuamos con ellos, en el gobierno, el trabajo revolucionario inicial, tendremos que vigilarlos con tanta vigilancia como con la que vigilamos a un enemigo, tendremos que consolidar sin cesar nuestras posiciones políticas y nuestra organización, conservar nuestra libertad de crítica ante nuestros aliados y debilitarlos presentando sin cesar nuevas propuestas que los desagreguen separando de ellos por su derecha a elementos cada vez más numerosos.
En cuanto a la parte proletaria de los disidentes, bajo las condiciones indicadas más arriba, se fundirá poco a poco con nuestras filas comunistas.
Tal son algunas de las posibilidades de realización efectiva de la idea del gobierno obrero en el curso del desarrollo de la revolución. Pero en la hora actual esta fórmula es políticamente importante para nosotros precisamente por su carácter algebraico. En este momento, esa fórmula generaliza toda la lucha por las reivindicaciones inmediatas, la generaliza no solamente para los obreros comunistas sino para las grandes masas que todavía no se han adherido al comunismo, ligándolas, uniéndolas a los comunistas mediante una tarea común. Esta fórmula corona la política del Frente Único. En cada huelga que se rompe frente a la resistencia del gobierno y de la policía, diremos: «Si en lugar de los burgueses fueran los representantes de los obreros quienes estuviesen en el poder no ocurriría esto». Con motivo de cada medida legislativa dirigida contra los obreros diremos: «No habría sido así si todos los obreros se hubiesen reunido contra todos los burgueses, si hubiesen creado su gobierno obrero.»
La idea es simple, clara y convincente. Su fuerza radica en que se encuentra en el sentido del desarrollo histórico. Precisamente por ello comporta las más grandes consecuencias revolucionarias.
1.- Las vías del desarrollo económico de la Rusia de los soviets deben apreciarlas y comprenderlas los obreros conscientes el mundo entero, tanto desde el punto de vista de los destinos de la primera república obrera del mundo, de su solidez, estabilidad y aumento de su prosperidad y de los progresos hacia el socialismo, como desde el punto de vista de las enseñanzas y deducciones que se derivan de la experiencia rusa para el trabajo económico positivo del proletariado del resto de países, una vez éste haya conquistado el poder.
2.- Los métodos de la velocidad de la edificación económica del proletariado vencedor están determinados:
a) por el nivel del desarrollo de las fuerzas productivas en el conjunto de la economía y en cada una de sus ramas y, sobre todo, por la relación entre la industria y la economía campesina;
b) Por el nivel de cultura y de organización del proletariado en tanto que clase dirigente;
c) por la situación política que se deriva de la conquista del poder por el proletariado (resistencia de las clases burguesas derrocadas, actitud de la pequeña burguesía y de los campesinos, amplitud y carácter más o menos devastador de la guerra civil, intervenciones militares exteriores, etc.)
Cae por su peso que cuanto más se eleva el nivel de las fuerzas productivas del país y el nivel de la cultura y organización del proletariado, más débil es la resistencia de las clases derrocadas y más igual, sistemática, rápida y coronada por éxitos es la transformación por el proletariado vencedor de la economía capitalista en economía socialista.
A consecuencia de una combinación original de condiciones históricas, el primera país que ha entrado en la vía del socialismo ha sido Rusia, país económicamente retrasado aunque poseedor de una industria altamente centralizada en sus principales ramas, país cuyas masas campesinas y obreras estaban atrasadas desde el punto de vista de la cultura y de la organización, aunque poseyese una vanguardia proletaria dotada de altas cualidades políticas revolucionarias.
Esas contradicciones en la estructura económica, social y política de Rusia, y el hecho que la república de los soviets, desde el primer día de su existencia, se haya mantenido, y se mantenga todavía, sometida a un cerco capitalista, determinan los destinos de la edificación económica del gobierno obrero y campesino, los desvíos en esta edificación, y el sentido de la «Nueva Política Económica» actual.
3.- La expropiación total, no solamente de la gran y mediana burguesía sino también de la pequeña burguesía urbana y rural, no ha sido una medida económica raciona sino políticamente necesaria. Vista la continuación de la dominación capitalista en el conjunto del mundo, la burguesía rusa, no solamente la gran burguesía sino también la pequeña, no quería creer en la estabilidad del estado obrero y servía de reserva para la contrarrevolución agraria y burguesa. Bajo esas condiciones, sólo se podía romper la resistencia de la contrarrevolución y salvaguardar el poder de los soviets mediante una expropiación total de la burguesía y de los campesinos ricos. Sólo esta polí-tica decidida y sin merced, que colocó a la masa oscilante de los campesinos ante la necesidad de escoger entre la restauración de la gran propiedad terrateniente, por una parte, y el estado obrero, por otra parte, aseguró la victoria de este último.
4.- Como resultado de ello, el estado obrero se vio, desde sus primeros pasos, poseedor de todas las empresas industriales, incluso las más pequeñas. La correlación interna de las diversas ramas de la industria, incluyendo en primer lugar a las ramas esenciales, ya había sido violentada y desfigurada completamente por la reorganización de la industria durante la guerra y por la misma guerra. El personal directivo del aparato administrativo económico estaba ya sea entre los emigrados, ya sea en las tropas blancas o bien al servicio de los soviets y preparado para sabotear.
La conquista y conservación del poder por la clase obrera se acabó al precio de la destrucción rápida e implacable de todo el aparato burgués de la administración económica, de arriba abajo, en cada empresa separadamente y en todo el país a la vez.
He ahí las condiciones en que se formó eso que se llamó «comunismo de guerra.
5.- La preocupación más grande del nuevo régimen era avituallar a las ciudades y al ejército. La guerra imperialista ya había obligado a abolir el comercio libre de granos y a adoptar el sistema del monopolio. Habiendo destruido, bajo la presión de las necesidades de la guerra civil, todas las organizaciones del capital comercial, el estado obrero no podía, naturalmente, comenzar volviendo a poner en vigor la libertad del comercio de granos. Se vio obligado a reemplazar el aparato comercial destruido por un aparato de estado basado en la requisa forzada del excedente de las explotaciones campesinas.
El reparto de los víveres y otros productos de consumo adquirió la forma de una ración de estado igualada casi independientemente de la cualificación y rendimiento del trabajo. Ese «comunismo» fue llamado con razón «comunismo de guerra», no solamente porque reemplazaba a los métodos económicos sino, también, porque servía en primer lugar a objetivos militares. En las condiciones que se habían creado, no se trataba de asegurar el desarrollo sistemático de la economía, sino el avituallamiento de los ejércitos y salvar de la muerte por hambre a la clase obrera. El comunismo de guerra es el régimen de una fortaleza asediada.
6.- En el dominio industrial se creó un gran aparato centralizado, basado en los sindicatos y con su ayuda, cuyo objetivo inmediato consistía en extraer de la industria (definitivamente desorganizada por la guerra, la revolución y el sabotaje) aunque solo fuese un mínimo de productos necesarios ante todo para la continuación de la guerra civil. Se obtuvo una apariencia de unidad del plan empleando sólo una parte ínfima de las fuerzas productivas existentes.
7.- Si la victoria del proletariado ruso se hubiese visto rápidamente seguida por la victoria del proletariado occidental, ello no solamente habría reducido la guerra civil en Rusia sino que, además, habría abierto al proletariado ruso nuevas posibilidades de organización y de técnicas que estableciesen un lazo indisoluble entre la economía de Rusia soviética y la economía más desarrollada de los otros países proletarios. En ese caso, el paso del «comunismo de guerra» al socialismo auténtico se habría producido, sin ninguna duda, en un plazo más breve y sin las sacudidas y retrocesos que la Rusia proletaria ha tenido que atravesar a consecuencia de su aislamiento durante cinco años.
8.- La retirada económica, o mejor dicho la retirada política en el frente económico, devino absolutamente inevitable desde el mismo momento en que se vio claramente que la Rusia de los soviets debía construir su economía con sus propios medios, exclusivamente con sus fuerzas técnicas y organizativas, y ello durante el período, más o menos largo, que necesitase la preparación del proletariado occidental para la conquista del poder.
Los acontecimientos contrarrevolucionarios de febrero de 1921 mostraron la urgencia de una adaptación más completa de los métodos económicos de la edificación socialista a las necesidades de la clase campesina. Las jornadas revolucionarias de marzo de 1921 en Alemania mostraron la urgencia de una «retirada» política, en el sentido de una lucha preparatoria para la toma del poder por la mayoría de la clase obrera. Esas dos retiradas, cuyas fechas coinciden, están en estrecha correlación como se ha dicho más arriba. Si se quiere, son retiradas en el sentido convencional porque, aquí y allí, había aparecido con una completa nitidez la necesidad de pasar por un determinado período preparatorio, de nueva orientación económica en Rusia, de lucha por las reivindicaciones transitorias y por el frente único en Occidente.
9.- El estado soviético pasó de los métodos del comunismo de guerra a los del mercado. Reemplazó la requisa de excedente por el impuesto en especie, permitiéndoles a los campesinos la venta con absoluta libertad de sus excedentes en el mercado; se reimplantó la circulación monetaria y se tomaron medidas para estabilizar el rublo, las empresas de la industria de estado se colocaron en el mismo nivel comercial y los salarios se pusieron en relación con la cualificación y el rendimiento; se alquilaron a plazo cerrado un gran número de pequeñas y medianas empresas industriales a empresarios privados. El renacimiento del mercado y de sus métodos e instituciones constituyó, precisamente, la esencia de la «Nueva Política Económica».
10.- Tras cinco años de existencia de la república de los soviets, su economía puede ser caracterizada, grosso modo, como sigue:
a) todas las tierras le pertenecen al estado, casi el 95% de las tierras de labor se encuentran bajo disfrute económico de los campesinos que entregan al estado un impuesto en especie (que este año alcanza más de 300 millones de pud de centeno sobre una cosecha que se ha elevado a casi tres cuartas partes de la media de las cosechas de anteguerra);
b) toda la red de ferrocarriles (más de 63.000 quilómetros) es propiedad del estado. Con más de 800.000 empleados y obreros, suministra actualmente alrededor de la tercera parte del trabajo que suministraba en preguerra;
c) Todas las empresas industriales pertenecen al estado. Las más importantes de esas empresas, que alcanzan el número de más de 4.000, con casi un millón de obreros, están explotadas por el estado por su propia cuenta. Cerca de 4.000 empresas de segundo y tercer orden, con alrededor de 80.000 obreros, están alquiladas a plazo fijo. Las empresas del estado emplean de media a 207 obreros cada una de ellas. Las empresas alquiladas, 17 obreros. Sin embargo, solamente cerca de la mitad de ellas se encuentran en manos de empresarios privados. La otra mitad está alquilada a diversas instituciones del estado y a cooperativas;
d) el capital privado se forma y opera hoy en día principalmente en el comercio. Según evaluaciones muy aproximadas e inciertas, el capital privado posee cerca del 30% de la circulación comercial, el otro 70% está formado por sumas que pertenecen a órganos estatales y cooperativos, que están estrechamente ligados al estado;
e) el comercio exterior, que alcanza este año 1/4 del comercio exterior de anteguerra en lo concerniente a la importación y 1/20 en lo que concierne a la exportación, está concentrado completamente en manos del estado.
11.- El comunismo de guerra, con su sistema muy grosero de censo y reparto, ha sido reemplazado bajo el régimen de la nueva política por los métodos del mercado: compra y venta, cálculo comercial, competencia. Pero, por encima del mercado, el estado obrero asume el papel de un propietario, de un comprador y de un vendedor más potente que todos los otros. En posesión directa del estado obrero se encuentra concentrada la aplastante mayoría de las fuerzas productivas de la industria y de los ferrocarriles. De esta forma, la actividad de los órganos económicos del estado está controlada y orientada por el mercado en una amplia media. La rentabilidad de tal o tal otra empresa se verifica a través de la competencia y del cálculo comercial. La ligazón entre la agricultura y la industria, entre el campo y la ciudad, se realiza por intermedio del mercado.
12.- Sin embargo, la existencia del mercado libre entraña forzosamente la formación de un capital privado que compite, en primer lugar, con el estado en el dominio comercial, pero que se esfuerza en infiltrarse igualmente en la esfera industrial. La guerra civil del proletariado con la burguesía cede el sitio a la competencia de la industria proletaria con la industria burguesa. Igual que, en la guerra civil, la lucha se libraba en una amplia medida a través de la ayuda política de la clase campesina, actualmente también la lucha tiene como objetivo principal el mercado campesino. El proletariado posee enormes ventajas en esta lucha; las fuerzas productivas más altamente desarrolladas del país y el poder político. La burguesía tiene a su favor el saber hacer y, hasta cierto punto, relaciones con el capital extranjero, en particular con el de la emigración.
13.- La política fiscal del estado obrero y la concentración en sus manos de todas las instituciones de crédito, merece mención especial pues son un potente factor que asegura la ventaja a la economía estatizada (que por sus tendencias es socialista) sobre el capitalismo privado. La política fiscal permite aplicar a la economía del estado una porción, que no deja de crecer, de los ingresos del capital privado, y ello no solamente en el dominio de la agricultura (impuesto en especie) sino también en el del comercio y la industria. Así, pues, el capital privado (concesiones) también deviene, bajo la dictadura del proletariado, un tributario de la acumulación socialista primitiva.
Por otra parte, el crédito comercial e industrial, concentrado en manos del estado, alimenta en un 75% a las empresas del estado, en un 20% a las cooperativas y en un 5%, como máximo, a las empresas privadas, como atestiguan los datos de estos últimos meses.
14.- Asimismo, todas las afirmaciones de los socialdemócratas concernientes a la «capitulación» del estado soviético ante el capitalismo son una evidente y grosera desfiguración de la realidad. De hecho, el gobierno de los soviets ha entrado en la vía económica que sin duda debería haber sido la suya desde 1918-1919, si las necesidades ineluctables de la guerra civil no le hubiesen forzado a expropiar a la burguesía de un solo golpe, a destruir su aparato económico y a reemplazarlo apresuradamente por el aparato del comunismo de guerra.
15.- El principal resultado político y económico de la «NEP» es la seria y sólida entente con la clase campesina, a la que el libre acceso al mercado le ha servido de impulso para la ampliación e intensificación de su economía. La experiencia de este último año, y en particular la extensión de las siembras del otoño, nos dan pie a confiar en el futuro en una mejora sistemática de la economía rural. Así se crea no solamente un fondo de avituallamiento para el desarrollo industrial de Rusia sino, además, un fondo de mercancías de una extrema importancia para el comercio exterior. De ahora en adelante, el trigo ruso reaparecerá en el mercado europeo en cantidades siempre crecientes. La importancia de este factor para la revolución socialista en Occidente es fácil de comprender.
16.- Las ramas de la industria que trabajan directamente para el consumo y, sobre todo, para el mercado campesino, han hecho progresos indudables y muy marcados desde el primer año de la «NEP». Cierto que la industria pesada está todavía en una situación muy penosa, pero este retraso, que deriva completamente de las condiciones de los últimos años, encuentra su explicación, también, en las condiciones que acompañan a la reconstitución del sistema comercial: únicamente los primeros progresos en el dominio de la agricultura y en la esfera de la industria ligera podrán impulsar el desarrollo regular de la construcción de máquinas, de la metalurgia y de la industria carbonífera que, por supuesto, recibirán la mayor atención por parte del estado. Este último trabajará en la extensión de su economía, concentrará en sus manos fondos de capital circulante cada vez más grandes pues, por medio de una acumulación estatal (acumulación socialista primitiva), renovará y aumentará igualmente el capital fundamental. No hay absolutamente ninguna razón para pensar que la acumulación capitalista privada y el capital privado saldrán victoriosos de la lucha.
17.- En lo tocante al capital extranjero (sociedades mixtas, concesiones, etc.), su papel en el territorio ruso, independientemente de su política expectante y extremadamente prudente, está determinado por las consideraciones y el cálculo del estado obrero, que no otorga concesiones industriales y no firma convenios comerciales más que porque estos no pueden minar los fundamentos de su economía. El monopolio del comercio exterior es, en este sentido, una de las principales garantías del desarrollo socialista.
18.- El estado obrero, aunque ha puesto su economía en el plano comercial, no renuncia sin embargo, incluso en el más próximo período, a ejecutar su plan económico. El hecho que toda la red ferroviaria y la aplastante mayoría de las empresas industriales ya estén explotadas directamente a cuenta del estado y financiadas por este último, hace inevitable la concomitancia de un control del estado centralizado sobre esas empresas con un control automático del mercado. El estado concentra cada vez más su atención en la industria pesada y los transportes, que son los fundamentos de la economía, y adapta en una amplia medida a sus exigencias su política financiera, fiscal, de concesiones y aduanera. El plan económico del estado, en el presente período, no mira utópicamente a reemplazar con una previsión universal el juego espontáneo de la oferta y la demanda. Muy al contrario, partiendo del mercado como forma fundamental de reparto de las riquezas y de la reglamentación de su producción, el plan económico actual tiene como objetivo asegurarles a las empresas del estado (mediante una combinación de factores comerciales, industriales, fiscales y de crédito) la máxima preponderancia sobre el mercado, aportar a las relaciones mutuas de esas empresas el máximo de previsión y uniformidad para, de esta forma, apoyándose en el mercado, contribuir a dominarlo rápidamente, ante todo en las relaciones entre las mismas empresas del estado.
19.- Hacer participar a los campesinos en la realización del plan económico del estado, es decir del plan socialista, he ahí un problema todavía más complicado que exige aún más tiempo. Orgánicamente, las vías están abiertas por la cooperación, controladas y dirigidas por el estado y prestando servicio a las principales necesidades del país y de su explotación. Económicamente, ese proceso se efectuará tanto más rápidamente como más grande sea la masa de los productos que la industria del estado pueda lanzar a los campos por intermedio de la cooperación. Pero el triunfo completo de la socialización de la economía rural sólo se podrá alcanzar a través de la electrificación que descargará un golpe sano al aislamiento bárbaro de la producción campesina. También el plan de electrificación debe ser una parte esencial del plan general económico del estado, y esta parte, aumentando constantemente a medida que crecen las fuerzas productivas del estado soviético, está destinada ulteriormente a adquirir una preponderancia cada vez mayor, hasta devenir la base de todo el plan económico socialista.
20.- La organización de la economía comporta un reparto regular y racional de las fuerzas y medios de producción entre las diversas ramas y las diversas empresas y, además, un empleo razonable, es decir ecónomo, de esas fuerzas y de esos medios en cada empresa. El capitalismo obtiene este resultado por medio de la oferta y la demanda, de la competencia y de períodos de auge y de marasmo.
El socialismo obtendrá los mismos resultados a través de una construcción consciente de la economía, en primer lugar nacional y después universal, considerada como un solo y mismo todo, según un plan común, basado en los medios de producción existentes y en las exigencias del momento, y que tendrá que abarcarlo todo y al mismo tiempo ser extremadamente flexible. Ese plan no se puede fijar a priori, debe ser elaborado conforme a la herencia económica legada al proletariado por el pasado, mediante modificaciones y reconstrucciones sistemáticas cada vez más decisivas y atrevidas a medida que aumente la habilidad económica del proletariado y que se multiplique su potencia técnica.
21.- Es muy evidente que entre el régimen capitalista y el socialismo definitivo debe inevitablemente intercalarse una larga época durante la cual el proletariado, utilizando los métodos y formas de organización de la circulación capitalista (moneda, bolsa, banca, cálculo comercial), extienda cada vez más su impronta sobre el mercado, la centralice, unifique y, por eso mismo y al fin de cuentas, la abola y reemplace por un plan centralizado, plan que se encontrará en dependencia con todo el antiguo desarrollo económico y será la premisa de la economía ulterior. En esta vía es, precisamente, en la que se encuentra la república de los soviets, incomparablemente más cerca del punto de partida que del objetivo definitivo. Solamente el hecho que el estado soviético (tras haberse visto presionado por las circunstancias al comunismo de guerra) se ve forzado a retroceder hasta cierto punto por el retraso de la revolución en Occidente (aunque mucho más en la forma, por otra parte, que materialmente) ensombrece el cuadro y ofrece a los adversarios pequeño burgueses del estado obrero la ocasión para hablar de su capitulación ante el capitalismo. De hecho, la Rusia de los soviets evoluciona no del socialismo al capitalismo sino del capitalismo (momentáneamente reducido por los métodos del «capitalismo de guerra») al socialismo.
22.-Afirmar que el deterioro de las fuerzas productivas rusas es un resultado de la irracionalidad de los métodos económicos socialistas o comunistas, es dar pruebas de una esencial inconsistencia y de una absoluta ignorancia histórica. En realidad, este deterioro es, ante todo, el resultado de la guerra y, después, el resultado de la revolución, con la forma violenta de la guerra civil prolongada que la revolución ha tomado en Rusia. La Gran Revolución Francesa, que sentó las premisas de un pujante desarrollo capitalista de Francia y Europa, tuvo como resultado inmediato una extrema devastación degradante económica. Diez años después del principio de la Gran Revolución, Francia era más pobre que en vísperas de la revolución. La industria de la república de los soviets ha suministrado, durante el último año, la cuarta parte o más de la media de su producción de preguerra, pero ello no prueba en absoluto la inconsistencia de los métodos socialistas, que todavía no han tenido tiempo para encontrar aplicación, ello solamente da pruebas de la gravedad de la desagregación económica, inevitablemente ligada a la misma revolución. Pero en tanto que exista una sociedad humana dividida en clase, comprará cada uno de sus grandes pasos adelante con sacrificios materiales y de vidas humanas, se trate del paso de la feudalidad al capitalismo o de una transición incomparablemente más grave: la del capitalismo al socialismo.
23.- De todo lo dicho más arriba se deriva que lo que en Rusia se llama nueva política económica es una fase inevitable de toda revolución proletaria. En la nueva política económica es preciso distinguir dos elementos: a) el «retroceso» caracterizado más arriba, y b) el traspaso de la economía del estado proletario al mercado y a todos los métodos, instituciones y combinaciones ligados al mercado.
a) En lo que respecta al «retroceso», hay que decir que en los otros paí-ses puede ser también el resultado de causas puramente políticas, es decir de la necesidad que exista, en plena guerra civil, de quitarle al enemigo un número demasiado grande de empresa del que puede ser económicamente organizado por el proletariado. Los retrocesos parciales que se derivan de ello no están excluidos en ningún país, pero sin duda no supondrán en los otros estados el carácter tan grave que han adquirido en la Rusia campesina en la que, otro factor, la guerra civil, no se desplegó verdaderamente más que después que el proletariado tomase el poder. De ahora en adelante se puede decir, con seguridad, que en la mayoría de países capitalistas el proletariado sólo alcanzará el poder al precio de una encarnecida guerra civil, tenaz y prolongada. Dicho de otra forma, el proletariado occidental tendrá que romper las principales fuerzas enemigas antes de la toma del poder y no después de su conquista y, en todos los casos, la resistencia militar, política y económica de la burguesía se debilitará tanto más cuanto más grande sea el número de países en los que el poder pase a manos del proletariado. Sin embargo, ello quiere decir que la conquista militar de la industria y el retroceso económico, que llega después, ejercerán en el resto del mundo, verosímilmente, un papel menos importante que en Rusia;
b) En cuanto a la utilización de métodos e instituciones creadas por el capitalismo para la reglamentación de la economía, todos los estados burgueses tendrán que atravesar, en una medida más o menos grande, esta etapa en la vía del capitalismo al socialismo. Dicho de otra forma, cada nuevo gobierno obrero, tras una destrucción más o menos completa, pero inevitable en el curso de la guerra civil, de los órganos económicos del capitalismo (bolsas, banca, trusts, sindicatos), tendrá que someter a esos órganos, someterlos polí-ticamente y, tras haberlos ligado orgánicamente a todo el mecanismo de la dictadura proletaria, apoderarse como creador para fines de una reconstrucción (progresiva con la ayuda de esos órganos) de la economía sobre los principios socialistas. Cuanto mayor sea el número de los países sometidos al poder proletario, más potente será el proletariado que se apodere del poder en un país y más difícil será la expatriación de los capitales e incluso de los capitalistas, más restringido será el terreno en el que se pueda ejercer el sabotaje de los intelectuales, colaboradores técnicos y administrativos, más insignificante será, en consecuencia, la destrucción de las riquezas materiales y del aparato organizativo del capitalismo y más fácil someterlo.
24.- La velocidad con la que el estado obrero franqueará esta etapa en la que el socialismo en construcción vive y se desarrolla aún bajo un tegumento capitalista, esta velocidad dependerá, como ya se ha dicho más arriba, además de la conjunción militar y política, del nivel de organización y de cultura de la clase obrera llegada al poder y del nivel y del estado de las fuerzas productivas que caigan en sus manos. Es absolutamente evidente que cuanto más elevados sean esos dos niveles más rápidamente efectuará el estado obrero el paso a la economía socialista y, después, al comunismo integral.
Trotsky.- Tenemos ahora en el orden día una cuestión extremadamente importante y muy difícil: la cuestión de nuestro partido francés.
El Partido Comunista Francés atraviesa una grave crisis. Y esta crisis del partido coincide curiosamente con la crisis de la burguesía francesa y de su estado.
He dicho curiosamente porque son precisamente las crisis de los organismos burgueses las que crean, por regla general, una situación favorable para el desarrollo de un partido revolucionario. Por lo común es el partido revolucionario el que se nutre de la crisis de la sociedad burguesa. La coincidencia de esas dos crisis me permite decir, concluir, que el partido francés no ha adquirido todavía para su organización, para su acción, esa autonomía, esa libertad absoluta frente a la sociedad capitalista, necesaria para aprovechar libre y ampliamente la crisis de esta última. Lo veremos más delante de una manera más detallada y profunda.
Pero ¿en qué consiste esta crisis cuya existencia no niega nadie?
Se señala el parón e incluso el retroceso en el reclutamiento. Cae la tirada de nuestros diarios, de nuestras publicaciones y, en particular, de l'Humanité. Se adormece la vida interna de las organizaciones.
He ahí los signos más impactantes al mismo tiempo que los más evidentes e indiscutibles. Hay otros. El régimen de las fracciones que se ha instalado en el partido. La lucha de fracciones, las polémicas mordaces y a veces personales, he ahí, además, expresiones diferentes pero indiscutibles de una crisis profunda en el organismo del partido.
Esos signos externos no tienen todos ellos el mismo carácter de gravedad para el desarrollo de nuestro partido francés.
El retroceso de nuestro reclutamiento no presenta un gran peligro, si sólo es pasajero, y no es otra cosa más que la expresión del hecho que nuestro partido ha arrastrado, en una primera etapa, a elementos que no nos pertenecen por su mentalidad o ideas y que los ha eliminado aumentando y estabilizando su unidad, su firmeza comunista. Puede ser un acontecimiento pasajero, determinado por un cambio en la situación política.
En la historia de nuestros diferentes partidos hemos visto que su línea de desarrollo no es completamente directa, que hay en ella, inevitablemente, flujos y reflujos, que durante el flujo el partido debe desarrollar una gran acción exterior arrastrando a las masas mientras que durante el reflujo el partido puede concentrarse, replegarse sobre sí mismo desarrollando su organización, precisando sus ideas, preparándose para las batallas futuras.
Lo que es más significativo es el régimen de fracciones y su lucha. ¿De dónde provienen esas fracciones? ¿Quién carga con la responsabilidad de ese régimen?
A estos interrogantes se les puede dar una respuesta mucho más descriptiva, la que se encuentra bastante a menudo en la prensa de nuestro partido francés. Citaré a un camarada que os es muy conocido, al camarada Frossard, que escribió en l'Humanité del 16 de julio un artículo titulado: «¡Esto nunca acabará!» Destaco las siguientes frases: «¡Cuán bizantinos somos! ¡Cómo nos gusta buscarle los tres pies al gato! ¡Pobres discutidores! ¡Y cómo hay que compadecer a los verdaderos héroes que nos leen!»
Aquí tenemos un cuadro muy sombrío. Pero en esas frases sólo encontramos una descripción exterior de la situación en el partido. ¿Por qué somos bizantinos, discutidores, buscadores de tres pies al gato? ¿Cuál es el motivo? Este es un interrogante que exige contestación. También se plantea a veces la pregunta de saber de qué lado han venido las polémicas, las polémicas generales y las polémicas personales.
Los camaradas que pertenecen a la misma tendencia que nuestro camarada Frossard, designan a menudo a la izquierda como a la instigadora de esas polémicas, al mismo tiempo que como la instigadora del régimen de fracciones. Pero ese régimen de fracciones ha sido denunciado muy a menudo por camaradas que ellos mismos pertenecen a fracciones y que consideran a ese régimen como completamente artificial, en absoluto fundado sobre ideas y que no se corresponde ni con las aptitudes ni con los objetivos políticos. Me permitiré leer un artículo de Daniel Renoult, aparecido en el mes de septiembre en l'Humanité: «Como ha dicho mi amigo Duret, al que nunca se le ha dado respuesta sobre ese punto, sólo se puede establecer una clasificación seria y justa a través de la acción.»
Se ve, pues, por una parte a las fracciones librarse mutuamente a una lucha encarnizada y, por otra parte, a los representantes de dos fracciones afirmar que esos agrupamientos se han constituido artificialmente, que solamente a través de la acción, es decir mediante la acción futura, se podrá establecer la clasificación justa de las tendencias en el partido.
No creo que este análisis sea justo.
En primer lugar, se debería preguntar qué ha ocurrido para que camaradas que niegan la forma ideológica y política de esas fracciones pertenezcan a una de las tres fracciones más importantes del partido.
Pero toda la vida del partido debe ser la serie de las acciones que forman una cadena y esta cadena debe llevar a la acción más importante: la conquista del poder por el proletariado. Si se dice que los agrupamientos que se han formado no son definitivos, estamos de acuerdo, y creo que no discutiremos la justeza de semejante afirmación. Creo que siempre habrá una clasificación por tendencia y que, en el momento de la acción revolucionaria definitiva, la gran mayoría de los miembros de todas las fracciones se encontrarán agrupados sobre la misma base: es justo.
Pero pretender, a pesar de todo, que las tendencias que existen ahora y que se combaten entre ellas sólo son una división artificial, es ciertamente, para el partido francés, cometer un error, pues está constituido por tendencias y no existe al margen de las tendencias: debe, pues, haber un motivo importante para su existencia y para sus luchas.
Se dice que el agrupamiento no puede producirse más que por y en la acción. Pero la Internacional ha tratado durante un año y medio de lograr un reagrupamiento en el partido francés a través de la acción, y para esta acción la Internacional ha propuesto dos vías que llevan al mismo objetivo: la acción en los sindicatos y por los sindicatos y la acción por el Frente Único.
Ahora bien, para llevar adelante una acción es necesario tener la idea, más o menos precisa, y tener el acuerdo de la mayoría del partido. Cuando se ha propuesto el reagrupamiento del partido a través de la acción siempre ha habido obstáculos inmediatos para esta acción. No se ha querido admitir la acción metódica y organizada del partido en las organizaciones sindicales más importantes y más vastas (aunque muy disminuidas) de Francia, menos aún que la acción a través de la consigna del Frente Único.
En un país donde no se posee como mínimo la confianza en la aplastante mayoría de la clase obrera, en el que el proletariado está dividido sindical y políticamente en diferentes fracciones, en el que los miembros de esas fracciones no constituyen en los sindicatos, como en el partido, más que una mínima parte de la clase obrera, es una verdad devenida banal que sólo se puede desarrollar la acción a través de la consigna del Frente Único, a través de una acción común. Si se rechaza esta posibilidad de acción, que no es una invención del espíritu sino que es una necesidad de la acción, se rechaza la misma acción. Y si alguien se queja después por verse clasificado en tendencias, no hace más que acumular contradicciones inadmisibles.
Sabéis, camaradas, que durante este último año se ha desarrollado una lucha (debo emplear esta expresión) permanente entre la Internacional y el partido francés (es decir la mayoría representada en esta cuestión por las dos tendencias, la tendencia del centro y la tendencia Renoult).
Se ha querido hacer comprender a nuestro partido francés la necesidad del Frente Único y, ayer, el camarada Zinóviev, en la comisión que habéis nombrado para la cuestión francesa, recordaba este argumento del que se han servido en Francia contra la Internacional sobre esta cuestión importante; a saber: que era la Internacional quien le imponía al partido francés, bajo la forma de la unidad del frente, la vuelta a la colaboración de clases y al millerandismo. He aquí hasta qué extremos han llegado los malentendidos sobre una cuestión que era, al mismo tiempo, un potente medio para desarrollar una acción en el partido francés.
Ahora es la prensa burguesa francesa la que se apodera de este argumento, y es éste un justo castigo por los errores cometidos durante la polémica. Es el castigo de ver al enemigo apoderarse de fórmulas falsas, precisarlas y lanzarlas al mercado político. He aquí lo que se puede leer en le Temps:
«Todavía no se ha dicho que esta humillante docilidad bastará para apaciguar la ira de Moscú, pues no practica quien quiere en su espíritu y en su letra la política de la Internacional, que varía hasta el infinito, siguiendo los intereses del momento del gobierno de los soviets, y siguiendo las circunstancias a las que los jefes de ese gobierno deben enfrentarse para tratar de disimular en la medida de lo posible la quiebra del comunismo integral.»
Es una fórmula que no han inventado. La han cogido prestada a algún representante de las tendencias de nuestro partido, la han precisado y lanzado contra el partido entero.
Hace algunos días, Frossard, que también ha luchado contra el Frente Único, se dirigió a los reformistas para proponerles una acción de acuerdo con los principios del Frente Único.
En la respuesta de los disidentes se encuentra toda una terminología que conocemos bien, que ya hemos leído en la prensa de nuestro partido y que se ha convertido en el instrumento de nuestros enemigos. Pero lo que aún es peor, es haber esperado durante más de un año y haber dejado a los mismos disidentes apoderarse de la idea del Frente Único; pues ya no es el partido francés el que aparece ante el proletariado como el promotor de esta fórmula sino que son los disidentes quienes nos hacen competencia en este terreno. Es suficiente con leer, en le Populaire, los artículos sobre el restablecimiento de la unidad sindical.
El régimen de fracciones no es, pues, ni artificial ni ocasional, creado bajo la influencia de voluntades externas: se basa en tendencias que son el producto de la acción (o más bien de la falta de acción), que tampoco es ocasional en el partido francés.
En cuanto a la política, si se pregunta a quién le incumbe la responsabilidad, responderé que no es a la izquierda sino que puede ser que sea, desgraciadamente, a la Internacional misma. No se ha podido realizar la acción porque no se ha querido acentuar las premisas de esta acción. Es necesario destruir por la polémica los obstáculos ideológicos para la acción. He ahí porque la Internacional ha tomado ella misma la iniciativa de las polémicas.
Para verificar yo mismo la línea que hemos seguido durante estos dos últimos años ante el partido francés, he hecho buscar un discurso que pronuncié en el mes de junio de 1921, en la reunión del Ejecutivo Ampliado, sobre la cuestión francesa, hace pues de eso un año y medio.
Tengo que confesar que me ha impactado el hecho que pisoteamos siempre en el mismo sitio.
Sólo recordaré algunos pasajes de ese discurso:
«No se ve ese abismo que debería haber sido excavado por nuestra prensa, y nuestros discursos, entre el partido comunista y toda la sociedad burguesa. No se ve. Ahora es necesario que los obreros vengan a deciros: «¿Pero que hacéis ahí? ¿Por qué no habláis el lenguaje comunista? En vosotros son sombras muy vagas, a penas más coloreadas que la sombras longuettistas, pero las mismas en el fondo.» Añado: «Es preciso conocer y apreciar además este hecho: la actitud del partido frente a los sindicalistas es completamente falsa»¦»
Y después:
«Al Partido Comunista Francés hay que decirle, pues, amigable pero enérgicamente: «No os pedimos emprender acciones revolucionarias sin daros cuenta de si la situación es favorable para ello o no, sino que lo que os pedimos es romper, no solamente formalmente sino de hecho, con vuestras ideas, con vuestros sentimientos, con vuestra actitud total, romper definitivamente con vuestras antiguas actitudes, vuestras antiguas relaciones, vuestras relaciones de otro tiempo con la sociedad capitalista y sus instituciones.»
Esas palabras ¿no parecen haber sido pronunciadas estos mismos días, durante la discusión sobre la francmasonería?
Y después además:
«Lo que os pedimos es que vuestra voluntad revolucionaria encuentre su expresión en vuestra prensa, en el parlamento, en los sindicatos, en todos los lugares, y que acabe encontrando su expresión suprema en las barricadas de París.»
He ahí cómo presentamos la cuestión en el Ejecutivo. Mi voz no era más que una voz del Ejecutivo, que presentaba una absoluta unanimidad en ese terreno. De eso hace año y medio. Hemos luchado contra el espíritu de conservadurismo que representaba el pasado, a favor del espíritu revolucionario que era el del porvenir. No puedo decir que hayamos fracasado por completo. Alguna cosa ha cambiado en el partido. La crisis actual, ciertamente muy penosa, ha descargado un golpe mortal al conservadurismo del partido.
Naturalmente que si el partido no encuentra las fuerzas necesarias para vencer esta crisis, ésta puede provocar un retroceso en toda la evolución revolucionaria del proletariado francés. Pero no existen motivos para apreciar de forma pesimista las posibilidades que se abren ante el partido francés. Lo repito: la crisis es el resultado, por una parte, de las polémicas, y, por otra parte, de la lucha por parte de la Internacional, de esta lucha que se lleva adelante contra el conservadurismo; y la gravedad de la crisis, su carácter penoso, provienen de la permanencia muy importante, demasiado importante, del conservadurismo.
En Tours arrastramos tras nosotros muchas actitudes y hábitos que no quieren ceder el paso a los hábitos y actitudes de la acción comunista. He ahí porque se ha creado el régimen de fracciones, que no es otra cosa que la lucha del futuro contra el pasado o la tendencia intermedia que busca cómo orientarse.
A menudo se ha indicado que muchos factores exteriores al mismo partido impiden una evolución rápida. Se habla de la tradición francesa y del individualismo del obrero francés. Pero un partido que quiere convertirse en un partido de lucha no debe colocarse únicamente en el punto de vista del historiador, que se coloca por encima de la contienda interna del partido y sólo indica las causas que impiden la evolución hacia el futuro.
Le cogeré prestado a nuestro camarada Vaillant-Couturier un argumento excelente: Ha dicho: «Pretendéis véroslas con obreros completamente penetrados del individualismo que impide la organización de un partido revolucionario. Pero, durante la guerra, ¿se detuvo la sociedad capitalista ante el individualismo francés? ¿Los socialpatriotas encontraron algún obstáculo en este individualismo? No. Mediante la fuerza activa de la policía y del ejército, mediante la fuerza sobretodo de la opinión pública, ejercieron una creciente presión sobre el pretendido individualismo del obrero francés y lo hundieron en las trincheras, donde se quedó durante cuatro años y medio. Cuando se ha tratado del interés burgués se ha sabido cómo vencer este individualismo. ¿Y nos parece, en verdad, completamente invencible ese individualismo cuando se trata de vencerlo en beneficio de los intereses del mismo proletariado?»
Sí, aquí tenemos una objeción que es preciso ampliar. Es cierto que, en cada obrero (sobre todo a causa de la historia francesa), hay un lado individualista muy desarrollado, puede ser que más que en los otros obreros. Pero también hay un lado generoso. Hay que saber llamarlo abriendo las perspectivas de una acción en la que puede expresar verdaderamente toda su entrega y abnegación, y veréis que sabrá sacrificar no solamente sus intereses materiales sino su vida cuando la lucha lo pida.
Sin embargo hay que poder hacerlo. Y cuando escucho a un comunista decir: «No hay nada que hacer: ¡los obreros son tan individualistas!» digo que esta explicación sólo puede crear desconfianza hacia el partido (o cierta tendencia a la desconfianza) y reflejar impotencia.
Hemos hablado mucho de la cuestión sindical durante este congreso y hemos encontrado los obstáculos, de los que se ve el reflejo en las actas del congreso de París, en la tendencia del centro y en la tendencia Renoult.
Citaré algunas expresiones de nuestro camarada Jacob, que forma parte de la delegación sindical. Su argumentación en el congreso de París es extremadamente característica, y lo digo con toda la amistad, completamente falsa, peligrosamente falsa.
El camarada Jacob es miembro del partido y al mismo tiempo miembro cualificado de la organización sindical. He aquí cómo le dicta al partido su papel en el movimiento obrero:
«El partido no debe entorpecer la acción de los sindicatos y determinados pasajes de la resolución del Comité Director no pueden hacer otra cosa más que obstaculizar esta acción. Manuilski está mal informado sobre la huelga del Havre: Frossard y Lepez han dicho que el partido comunista no hizo sus deberes en la huelga. Pero nosotros decimos que el partido no tenía nada qué hacer allí»¦»
He aquí un estado de ánimo extremadamente peligroso. Puede que se diga que se trata solamente de exageración en la expresión. ¡Aceptémoslo! Pero sigue siendo extremadamente característico de la mentalidad de nuestro partido. Son miembros del partido (no sindicalistas amigables, como Monmousseau, por una parte, y Monatte por otra), son miembros del partido quienes dicen: «Tú no tienes nada qué hacer en un acontecimiento como la huelga del Havre».
Sabéis que en la huelga del Havre intervinieron el alcalde de Havre, Meyer, político radical burgués, y el diputado Siegfried, muerto posteriormente; también intervinieron los fusiles de M. Poincaré y todo eso es la política. Sólo hubo un partido que no intervino, como partido, en esta huelga. Cierto, hizo mucho por los huelguistas: recogió fuertes sumas de dinero mediante subscripciones diarias, se escribieron muchos artículos. Pero como organización que pudiese dar consejos, presentarse sin contrarrestar la acción del sindicato, mostrar su figura política a los obreros y decir: «Estamos aquí para ayudaros ¿Qué exigís de nosotros? ¡Estamos dispuestos a hacerlo!, el partido no tuvo nada que hacer en la huelga del Havre.
Había sindicalistas locales que decían, lo he escuchado a camaradas que están aquí: «no vengáis a comprometernos ante el gobierno que dirá: hacéis una huelga comunista, puede que ordenada por Moscú.» Entonces el partido se zafó.
Comprendo que puede haber condiciones en las que el partido puede hacer concesiones al espíritu incluso más atrasado de la masa o de sus representantes locales, durante una huelga. Pero entonces se tendría que haber escrito en l'Humanité: «Hemos ofrecido nuestros servicios a los líderes de la huelga del Havre; nos han respondido: «estamos en relaciones con Meyer y Siegfried: ¡no vayáis a comprometernos!». Entonces no intervendremos, pero les decimos: «¡En guardia! ¡Peligro! Estáis negociando con políticos burgueses: os traicionarán. Sólo hay un partido que estará con vosotros en el momento de la gran lucha: es el partido comunista.»
Si hubieseis dicho eso el primer día de la huelga del Havre, o durante su desarrollo, tras los acontecimientos trágicos del 28 de agosto y las masacres, vuestra autoridad habría resultado asegurada pues vosotros habríais previsto la evolución de los acontecimientos.
No. Nos inclinamos. El camarada Frossard ha dicho: «El partido no tienen nada que hacer en ese dominio», y he ahí un comunista que trabaja en los sindicatos y que dice: «El partido no tenía nada que hacer allí»
Es una situación muy triste y peligrosa porque de ahí sólo hay un paso a dar para unirse a nuestro camarada Ernest Lafont. í‰ste, en su discurso que pronunció en el congreso de París, se inspiró en el «lagardellismo»; ya no es sindicalismo, es una mixtura de algunos desechos ideológicos del sindicalismo con la politiquería. Ernest Lafont dice: «Los sindicatos son una cosa secundaria y yo he sido creado para esa cosa secundaria.»
Lagardelle era un gran filósofo: ahora está empleado en organizaciones capitalistas. Cuando alguien se basa en una filosofía según la cual la revolución debe hacerse al margen del partido, en el partido se sigue una acción completamente oportunista, reformista y no revolucionaria. Ernest Lafont encuentra una fórmula completamente afortunada, dice: «¿Nosotros, los abogados, tenemos que mezclarnos en los asuntos de los sindicatos?» y el camarada Jacob, que no es ni abogado ni lagardellista sino un buen comunista y un buen obrero sindicalista, dice: «Sí, el partido no tiene nada que hacer allí.»
Esta coincidencia es extremadamente peligrosa.
La vuelvo a encontrar un poco en la declaración firmada por Monatte (mi amigo) y por los camaradas Louzon, Chambelland y otros.
Se puede comprender a Monatte (que no es miembro del partido) cuando dice: «Somos sindicalistas-revolucionarios, es decir que le atribuimos al sindicato el papel esencial en la lucha revolucionaria por la emancipación del proletariado.» Es una declaración completamente reciente aparecida tras el congreso de París en La lutte de classe, dirigida por el camarada Rosmer, con una nota de la redacción.
Comprendo afirmaciones semejantes por parte de Monatte que está fuera del partido (y que se equivoca, por otra parte, manteniéndose fuera del partido) pero no comprendo nada a Louzon, ni a Chambelland, ni a Clavel y S. Orlianges, que pertenecen al partido y son miembros al mismo tiempo de la Comisión Ejecutiva de la CGTU.
¿Qué quiere decir esto: «Le atribuimos un papel esencial al sindicato en la lucha revolucionaria por la emancipación»? ¿Qué sindicato? En Francia hay diversos sindicatos. ¿Se trata del sindicato de los jouhausistas? Evidentemente no. ¿Del sindicato de nuestro camarada Monmousseau? Puede ser. Pero queréis llegar a una unificación, a una fusión de esos dos sindicatos. Ahora tenemos a Monmousseau como secretario general de las CGTU, pero antes teníamos a una comisión administrativa de esta CGTU en las manos de los autores del Pacto: los Besnard, Verdier, etc. ¿El proletariado puede marchar hacia la revolución y hacerla bajo su dirección? ¿Creéis seriamente que el papel dirigente de la clase obrera le pertenece a un sindicato? ¿Creéis que el sindicato dirigido por los reformistas, los confusionistas, los comunistas que no quieren someterse a la disciplina y a la doctrina de su partido, sea la primera organización obrera del mundo, o un sindicato inspirado por las ideas comunistas que nosotros representamos? Os servís de una fórmula del sindicalismo después de haberla vaciado de su contenido revolucionario e ideológico y decís: «¡El sindicato es la primera cosa del mundo!»
Naturalmente, se trata de un sindicato guiado por los mejores elementos de la clase obrera, completamente organizados y conscientes, y que se inspiran en la doctrina que representa los intereses de la lucha revolucionaria, entonces ese sindicato es excelente. Pero no existe, sobretodo en Francia. Hay que crearlo. ¿Mediante qué procedimientos? Mediante una colaboración entre los camaradas que no pertenecen al partido y aquellos que sí están en él, organizando a la élite de la clase obrera, inculcándole las ideas comunistas y haciendo penetrar su espíritu en todas las organizaciones obreras.
Dejáis entrar en los sindicatos a los obreros que están fuera del partido y que no son revolucionarios, que tienen los prejuicios más retrógrados: los obreros católicos, por ejemplo. Estáis obligados a hacerlo, porque si el sindicato no tiene en su seno más que a comunistas, sindicalistas que no están aún en el partido, a causa de algunos prejuicios, si el sindicato no tuviese más que a esos elementos, no tendría ningún valor porque sería una repetición del partido.
Pero eso sería peor, porque el partido es más homogéneo (o al menos debe serlo) que los sindicatos, los cuales integran a comunistas que no se someten a la disciplina de su partido y a sindicalistas que no pertenecen a ningún partido y que tienen miedo del partido, al mismo tiempo que necesitan analizar sus ideas, sus métodos, sin disponer de un partido político para hacerlo. Si los sindicatos no fueran más que eso, representarían la fórmula más execrable de un partido político.
La importancia del sindicato radica en que su mayoría está, o debe estar compuesta, por elementos que todavía no están sometidos a la influencia de un partido. Pero es evidente que dentro de los sindicatos hay capas diferentes: las capas completamente conscientes, las capas conscientes con restos de prejuicios, las capas que buscan aún formar su conciencia revolucionaria. Entonces, ¿quién debe tomar la dirección?
No debemos olvidar el papel del Pacto. Debe ser un ejemplo para cada obrero francés, incluso para el más atrasado, para el más simple. Es preciso explicar el hecho que, a consecuencia de las insuficiencias del partido en el dominio sindical, algunos elementos anarquizantes o anarquistas han creado un pacto secreto para tomar la dirección del movimiento. Los sindicatos representan a una élite que necesita una dirección de ideas; esas ideas no son espontáneas, no caen del cielo; debe haber una continuidad en esas ideas, hay que justificarlas, verificarlas con la experiencia, analizarlas, criticarlas, y ese trabajo debe hacerse en el partido.
Hoy en día, la gran objeción que se nos plantea es la subordinación de los sindicatos al partido.
Sí, queremos subordinar la conciencia de la clase obrera a las ideas revolucionarias. Es nuestra pretensión. Es completamente estúpido decir que podemos actuar mediante presiones desde fuera, mediante presiones que no se basarían en la voluntad libre de los mismos obreros, que el partido posee los medios de presión de cara a los sindicatos, los cuales son numéricamente más fuertes que él (o al menos deberían serlo). Quien siempre ha repetido que el partido y los sindicatos quieren someter a la clase obrera a su voluntad es la reacción de todos los países.
Tomemos la prensa más reaccionaria y pérfida, en Francia, en Alemania, en cualquier lugar, en Estados Unidos también. Siempre son las mismas afirmaciones. Son las organizaciones obreras quienes se apoderan, contra la voluntad de la clase obrera, de sus acciones, las que se imponen y logran, gracias a sus maniobras, la sumisión de la clase obrera a los sindicatos.
¿Qué respondéis a eso? Decís: «no, nosotros presentamos nuestros servicios a la clase obrera, nos ganamos la confianza de los sindicatos. La parte avanzada de la clase obrera entra en los sindicatos; la gran masa apoya a los sindicatos en la lucha y, a su vez, entra en ellos poco a poco.»
¿No ocurre lo mismo con el partido? Queremos ganar la confianza de los sindicados. ¿Acaso no tenemos derecho, no tenemos el deber de presentarnos en cada acción, y sobre todo en las acciones difíciles, como los elementos más atrevidos para animar esas acciones, vigorizarlas, ocupar los puestos más difíciles, aquellos que comportan los mayores riesgos, para demostrar que los comunistas, siempre y en todo lugar, son los elementos más fieles de la lucha revolucionaria?
¿No es ese nuestro deber y nuestro derecho?
Leed, al respecto, el artículo del camarada Soutif, en el último o antepenúltimo número del Bulletin communiste, por consiguiente después del congreso de París. En Francia se tiene determinada manera de criticar a la Internacional: uno se inclina ante la Internacional en tanto que tal y al mismo tiempo se le asesta un buen golpe a la izquierda, preferentemente sobre una cuestión en la que la izquierda representa fielmente las ideas de la Internacional. Soutif dice: «Esta resolución [es la resolución de Rosmer, que creo que es excelente], esta resolución proclama que el partido comunista «cree expresar mejor las aspiraciones de la clase obrera y ser el más capaz para asegurar su liberación». La mayoría del Comité Director rechaza naturalmente esta moción.»
El Comité Director de un partido que pretende ser el que mejor sirve a la clase obrera debe «evidentemente» rechazar semejante afirmación. ¡Y esto está escrito en el órgano de nuestro partido, por un miembro del Comité Director que denuncia a la izquierda por haber cometido este gran error como es pretender que nuestro partido es capaz de ser el que mejor sirve a la clase obrera!
No se entiende nada. Si nos dejamos denunciar de esta manera, en nuestros órganos, por los miembros de nuestro Comité Director, ¿podemos ganarnos la confianza de la clase obrera? ¿Se puede tolerar esto durante semanas? Un partido vivo, que quiere ganar la confianza de la clase obrera, debería comenzar por enseñar el ABC del comunismo al autor de este artículo.
Por otra parte, no es el primero. No es más que un elemento de una larga serie de los que hemos denunciado en cartas, en discusiones, en telegramas.
Las consecuencias son la huelga del Havre y, sobre todo, la huelga general de protesta hacia el final de la huelga del Havre, tras las masacres del día 28 de agosto.
Todos conocéis esos acontecimientos. La huelga del Havre duró ciento diez días. Acabó en una masacre. Mataron a cuatro obreros e hirieron a otros muchos. Ahora bien, voy a mostraros algunos documentos que quedarán en la historia del movimiento obrero francés: son recortes de l'Humanité. Es el llamamiento de la CGTU y de la Unión de los Sindicatos del Sena. Este llamamiento apareció en l'Humanité del lunes; en él se anuncian a la clase obrera los asesinatos del Havre y, después, hay un apéndice: «Martes» (es decir al día siguiente) «huelga general de 24 horas». Y se añade: «La construcción decide, esperando, la huelga general para hoy». ¡Por el lunes!
El partido «no tenía nada que hacer», como dice nuestro camarada Jacob, en la huelga del Havre. Era una cuestión económica: se ha matado, económicamente, a cuatro obreros y se ha herido a muchos más, cuestión puramente sindical. Hay organizaciones económicas para ocuparse de este asunto: en primer lugar es la construcción «esperando», es decir no esperando, saboteando la acción. Se lanza a una huelga que proclama «huelga general».
¿Qué hace la CGTU? Se inclina ante la construcción. ¿Por qué? Porque no puede ceder el puesto a los anarquistas que pretenderán ser más revolucionarios que los otros y dirán: «Hemos proclamado la huelga general y los sindicalistas, los semicomunistas de la CGTU han saboteado nuestra gran acción» (que no era una acción, sino solamente una consigna lanzada en aquel momento).
Alguien se inclina ante este error, ¿y qué hace el partido? Se inclina ante la CGTU. Es el encadenamiento de errores. ¿Quién ha empezado? Son algunos jóvenes anarquistas que puede que ni sean culpables de ello. Fueron a la sede de su organización y dijeron: «Hay que hacer alguna cosa». Y allí encontraron a un camarada que les respondió: «Sí, hay que hacer alguna cosa: se va a proclamar la huelga general».
Y la CGTU se inclina; el partido se inclina. El partido que, «no tienen nada que hacer» en la huelga del Havre, que se ha mantenido como un organismo completamente superfluo en ese diálogo entre todos los obreros del Havre y la gran sociedad burguesa, el partido interviene para inclinarse ante la CGTU.
¿El resultado? La debacle. Fiasco completo. ¿Por qué? Porque era predeterminado, prematuro. Estos recortes que os muestro pretendían levantar a la clase obrera en Francia, del lunes al martes, para la huelga general. ¿Era posible? No era posible ni incluso en un país en el que se posea la red de telégrafos, las radios (como aquí en Rusia), en el que el partido sea fuerte, en el que los sindicatos trabajen de pleno acuerdo con el partido, en el que no hayan ni partidos ni sindicatos opuestos a los nuestros. Así, para la demostración en honor al 4º Congreso Mundial, se ha tenido que explicarles a los obreros lo que era el 4º Congreso. Entre los soldados que desfilaban ante vosotros el 7 de noviembre había cierto entusiasmo del que puede que os hayáis dado cuenta. ¿De dónde provenía? Entre ellos había jóvenes campesinos que no conocen muy bien la geografía y que ignoran lo que pasa en Francia, lo que pasa fuera de Rusia. Se les ha tenido que explicar qué era el 4º Congreso Mundial y, sin embargo, ¿qué es lo que se les exigía? Desfilar simplemente ante los delegados extranjeros y presentarles sus saludos fraternales.
En cuanto a vosotros que le exigíais a la clase obrera una huelga general, debíais haber explicado a esta clase obrera lo que pasaba en el Havre, y no solamente con la fórmula «gobierno de asesinos».
En Francia se fabrican esas fórmulas mucho mejor que en otros países: allí son expertos. Hacía falta explicar a cada obrera y a cada obrero, a los obreros agrícolas, a los campesinos y campesinas, lo que pasaba en el Havre: han matado a cuatro obreros tras haber matado a un millón o medio durante la guerra. Se debían haber mostrado, si era posible, las fotografías de los muertos: describir la situación de las familias de los obreros; presentar las fotografías de hijas e hijos de esos obreros asesinados. Enviar inmediatamente a corresponsales que conociesen esas cuestiones y la vida de los trabajadores, a camaradas que pudiesen contactar con las familias de los obreros asesinados, compartir su pena y contar todo el horror a la clase obrera.
Era necesario movilizar inmediatamente en París a un millar de los mejores comunistas y sindicalistas revolucionarios, mano a mano con la CGTU, y enviarlos a todas partes, no solamente a todas las esquinas de París sino también a todo el país, a las ciudades y al campo, para desarrollar allí una propaganda intensa; era preciso, al mismo tiempo, publicar dos, tres o cuatro millones de ejemplares de panfletos, llamamientos, para poner al corriente a la clase obrera de lo que pasaba, diciendo: «No podemos dejar pasar este crimen sin protestar.»
¿Se tenía que desencadenar inmediatamente una huelga general de 24 horas por todo ello? No. Había que poner en movimiento a la clase obrera entera, con una intensa propaganda que no es otra cosa más que la explicación de los hechos. Había que explicar y contar brevemente los hechos a la clase obrera: esa era la primera condición.
¿Por qué no se hizo? Se tiene miedo a que el sentimiento de indignación de la clase obrera no dure más que tres, cuatro o cinco días. ¡Es la expresión de la desconfianza burocrática frente a la clase obrera de nuestro sindicalismo revolucionario y de nuestro comunismo! (Aplausos)
Había que contarle y explicarle los hechos. Nuestros camaradas de Pas-de-Calais bajaron a la mina y eso sólo les sirvió para enterarse de que había que hacer inmediatamente la huelga. Naturalmente, la acción estaba completamente comprometida y paralizada de antemano. Me pregunto cómo se podría haber actuado de forma diferente si se hubiese querido sabotearla.
Y después se salvó (naturalmente que no para siempre) a los disidentes, reformistas y jouhausistas. ¿Por qué? Es muy simple, camaradas. ¿No había puesto la burguesía, matando a cuatro obreros en Francia, en una situación extremadamente difícil a sus amigos disidentes y reformistas? Con las reformas, con las ideas del Bloque Nacional, con la participación de Jouhaux en asambleas burguesas para mejorar la suerte de los obreros, también se puede embaucar a los trabajadores. Pero la masacre del Havre era un golpe casi mortal para nuestros adversarios.
¿Qué había que hacer? En cada número de l'Humanité, y durante una o dos semanas, había que hacer toda la propaganda posible, toda la agitación útil preguntándoles a la CGT reformista y a los disidentes: «¿Qué proponéis ahora? No se trata de dictadura del proletariado, no os la proponemos, aunque seamos partidarios de ella. Pero ¿qué proponéis contra la burguesía que acaba de matar a cuatro obreros, contra el gobierno, contra Poincaré?
He ahí una pregunta que había que haber repetido cada día y haber hecho repetir a los propagandistas, a los agitadores del partido y de los sindicatos, en todos las esquinas de las calles, en todos los rincones de Francia, en todos los pueblos donde hubiese un obrero o una obrera, y ello durante una o dos semanas. Hubiera sido verdaderamente un gran hito en el movimiento de la clase obrera. En lugar de ello se comprometió la situación. Se lanzó este llamamiento, insensato, a la huelga inmediata. No se anuncia el lunes una huelga general para el martes, pues los disidentes y reformistas encuentran, naturalmente, en ello un pretexto para desmarcarse y decir: «No participaremos en una empresa tan arriesgada.»
Y puesto que la huelga general estaba comprometida de antemano ellos decidieron dar el salario de un día de trabajo a las víctimas. No lo hicieron. Pero todo el mundo ha olvidado su criminal pasividad porque el punto de concentración de toda la atención obrero era la huelga general, de hecho peligrosamente comprometida.
Le Temps escribe: «El fracaso de la huelga general constituye un síntoma alentador para el futuro.» Tiene razón. Y l'Humanité añade: «La burguesía quiere aprovechar esta pasividad inaudita de la clase obrera.»
Fue en formidable fracaso, pero sin embargo al día siguiente se dijo que había sido un gran éxito. Como esta posición no tenía defensa a continuación se dijo: «La burguesía quiere aprovechar esta pasividad inaudita de la clase obrera.» En todos los casos se descargó la responsabilidad sobre las espaldas de la clase obrera. Cuando hay un fallo de la CGTU y del partido se le imputa el fracaso a la clase obrera. Es una manera de actuar que la clase obrera no tolerará. Tendrá que invitar a sus jefes a analizar sus fallos para aprender alguna cosa de la experiencia de la lucha. ¡Verdaderamente ya es el momento, camaradas!
En Francia asistimos a un gran acontecimiento, del que la huelga de protesta sólo fue una nefasta repetición: fue el movimiento del 1 de mayo de 1920. El partido todavía no existía como partido comunista. En los sindicatos no se había producido todavía la escisión. Pero las fuerzas eran las mismas, tanto en el terreno político como en el sindical. Los elementos de la izquierda no habían preparado la acción. Los de la derecha hicieron todo lo posible para comprometerla y aplastarla con su traición. Lo lograron. Sabéis qué importancia tiene esta fecha del 1 de mayo de 1920 en la historia de la Francia de posguerra. El aliento revolucionario de la clase obrera bajó de golpe, la estabilidad del régimen burgués aumentó de golpe. Se produjo un gran cambio tras esta huelga general perdida.
¡Desde esta lección han transcurrido dos años y tres meses y se ha hecho una segunda edición de esta huelga bajo forma de una gran protesta contra la masacre del Havre! Naturalmente que el resultado es la desilusión, la pasividad de la clase obrera y, también inevitablemente, la permanencia del reformismo y del sindicalismo de Jouhaux.
¿Por qué? Porque el partido no ha sabido dar consejos, porque no ha intervenido analizando la misma situación, dando su parecer, invitando a nuestro camarada Monmousseau, que no es del partido y no quiere relación orgánica, a decidir qué se tenía que hacer conjuntamente. Se tenía que haberle dicho: «Proponéis la huelga para mañana martes, pero es completamente imposible; vais a comprometerla y a crear una situación desfavorable en la lucha de la clase obrera.» Estoy seguro que nuestro amigo Monmousseau habría respondido: «Estoy de acuerdo en discutir con vosotros; sin embargo, mi organización es autónoma y tomará las decisiones que le parezcan convenientes y justas.» ¿Pero no era necesario sentarse a la misma mesa para analizar la situación e intercambiar consejos?
Máxime teniendo en cuenta que la CGTU no hizo otra cosa más que inclinarse ante la iniciativa de la Construcción. El resultado ya lo hemos visto. Tras el 1 de mayo de 1920, se perdieron meses, más que meses, y el tiempo es una materia prima valiosa en la lucha obrera. La burguesía no pierde el tiempo. ¡Nosotros hemos perdido dos años y hay camaradas que pretenden hacernos creer que los hemos ganado!
Durante el congreso de París nuestro camarada Frossard caracterizó las relaciones del partido con la Internacional empleando esta fórmula: «ganar tiempo».
El secretario general del partido, que ya era secretario cuando se celebró el congreso de Tours (y por tanto el más cualificado para representar al partido) se expresó así, según el informe de l'Humanité bajo el título «La crisis»:
«¿Cuáles son las causas de la crisis? Desde hace dos años estoy dividido entre mi fidelidad a la Internacional y el interés de mi partido. Dentro de mí hay un conflicto permanente, una crisis de deber. ¿Hay actitudes diferentes en mí? Sí, porque no estoy seguro de mí. (Repetidos aplausos)
Así, se aplaude en el momento en el que el camarada más cualificado para representar al partido dice: «Estoy dividido entre mí fidelidad a la Internacional y mi fidelidad al partido. Dos fidelidades que no coinciden, que son contradictorias, y si decís que estoy debilitado, que tengo dos actitudes diferentes, ello es porque estoy dividido entre esos dos antagonismos permanentes». Y tras ello se producen aplausos repetidos, según el informe de l'Humanité.
Después, el mismo camarada declara:
«Ante determinadas decisiones de la Internacional, inaplicables, lo digo, he querido ganar tiempo. Prefiero hacer eso a destruir a mi partido.»
¡Así que había incompatibilidad entre la Internacional y el Partido Comunista francés! El secretario general del partido se ha visto en una situación de conflicto permanente y lo que ha tratado de hacer sobretodo es ¡ganar tiempo para no destruir a su partido! Entonces ¿por qué pertenece a la Internacional? No se comprende. ¡No se puede entender!
Cuando recibí el número de l'Humanité y leí eso por primera vez, me dije a mí mismo: «Son las premisas para la ruptura con la Internacional.» Conocemos lo suficiente a nuestro camarada Frossard: no es un hombre que se deje llevar por su temperamento; es un hombre calculador, frio, y si dice, no en una conversación sino en el congreso de su partido, como secretario general, que durante dos años no ha hecho más que ganar tiempo porque la Internacional ha tomado resoluciones nefastas para su partido, yo pregunto si se puede entender otra cosa que no sean las premisas de la ruptura con la Internacional. (Aplausos)
El caso deviene aún más grave cuando se consideran los hechos que precedieron a su discurso. En la moción llamada Frossard-Souvarin, ya firmada por Frossard y propuesta al congreso del partido, leemos:
«A la luz de la experiencia es necesario reconocer que las supervivencias del espíritu socialdemócrata del antiguo partido y el desconocimiento del valor de las resoluciones de la Internacional Comunista han perjudicado el reforzamiento y perfeccionamiento del joven partido comunista.»
¡En vísperas del congreso se dice en una moción: «El desconocimiento del valor de las resoluciones de la Internacional es lo que ha perjudicado sobre todo al partido francés»!
Se trata del valor de las resoluciones sobre el Frente Único y la acción sindical. ¡Y es Frossard, que las firmó, quien, no estando seca aún la tinta de su firma, declara en la tribuna que las resoluciones llegadas de Moscú y de la Internacional amenazan con destruir a su partido!
Si alguien lo comprende le invito a venir a explicar esta actitud. Hemos tratado de escuchar la explicación por boca del elocuente camarada Frossard. Le hemos invitado, hemos repetido nuestra invitación con letras y telegramas e incluso con decisiones del Ejecutivo. Desgraciadamente no lo hemos logrado. Nos alegraría mucho tener una explicación de esta actitud que ni nos parece muy consecuente ni muy clara.
Para ofreceros un cuadro al menos sumario de las relaciones de la Internacional y del partido francés (su Comité Director y su secretario general, sobretodo), para demostraros cómo el Ejecutivo ha amenazado con destruir al PCF, me permitiréis leer (será una lectura muy árida y poco divertida) la enumeración de las cartas, telegramas y resoluciones que le hemos enviado. Es un catálogo. No mencionaré las cartas privadas: por mi parte, he hecho distribuir entre los miembros de la gran comisión las copias de las cartas que he envidado en nombre propio a los camaradas franceses, pero siempre con la aprobación del Ejecutivo, de pleno acuerdo con él.[121]
Sólo enumero, pues, los documentos completamente oficiales.
En el mes de junio de 1921 se celebró reunión del Ejecutivo Ampliado en el que pronuncié el discurso del que os he citado algunos párrafos esenciales.
En julio de 1921, se hicieron tres resoluciones del Ejecutivo (tras el 3er Congreso Mundial) sobre el control de la prensa, el trabajo en los sindicatos y la disolución del Comité de la III Internacional.
Tomad esas resoluciones. ¿Es la de la del control de la prensa la que amenazaba al partido a causa de Fabre y de Brizon que se cubrían con la autoridad de miembros del partido para realizar empresas personales comprometiéndolo? ¿No era útil acabar con una práctica, mientras se detentan puestos importantes en el partido comunista, consistente en ofrecer su colaboración a los órganos burgueses que emponzoñan a las masas populares?
He ahí dos resoluciones que nunca han amenazado con destruir al partido francés sino únicamente a algunos periodistas arribistas del partido francés. Por otra parte, esta resolución no fue aplicada en nada.
Sobre el trabajo en los sindicatos ya os he contado un poco nuestra discusión.
De hecho, una sola de esas tres resoluciones fue aplicada: la concerniente a la disolución del Comité de la III Internacional.
Si hemos cometido errores, y hemos cometidos diversos, creo que sobretodo hemos cometido el de depositar demasiada confianza en la fidelidad de los camaradas que dirigían el partido francés en esta época.
El 26 de julio de 1921: carta confidencial del Ejecutivo al Comité Director conteniendo críticas amistosas y sugestiones sobre el trabajo parlamentario del partido con la Internacional, los informes parlamentarios de l'Humanité. Nuestro camarada Marthe Bigot ha hecho observaciones sobre este punto que confirman la justeza de nuestra crítica, sobre las relaciones con los sindicalistas, el trabajo en los sindicatos, la reorganización del Comité Director. Es la primera vez que hemos propuesto, por escrito, crear esta terrible oligarquía que se llama el Buró Político del Comité Director; sobre la estructura del partido, la insuficiencia de l'Humanité, el control de la prensa.
Invitación a Frossard y Cachin para venir a Moscú: el 1 de octubre de 1921, un telegrama invitando al partido a enviar a Frossard a Moscú.
15 de diciembre de 1921: carta abierta del Ejecutivo al congreso de Marsella conteniendo críticas y sugestiones sobre: la debilidad de la dirección del partido, la disciplina, la política sindical, el control de la prensa, la tendencia de derechas y le Journal du peuple.
No es el comienzo pues el comienzo fue ya durante las conversaciones con la delegación durante el 3er Congreso. Después llegó la resolución sobre el control de la prensa, en julio de 1921, cuando se planteó por primera vez la cuestión Fabre. La tercera vez fue el 15 de diciembre de 1921. Naturalmente que nosotros habíamos «exagerado» la importancia de Fabre: pero, ahora, todos los expulsados se agrupan alrededor del Journal du peuple. Se forma el absceso pero esta vez fuera del partido, con la ayuda de la raza, a partir de ahora famosa, de los alcaldes de los suburbios.
Sobre la penetración del partido en las fábricas, la introducción de obreros en la dirección, la indiferencia del partido respecto a la vida de la Internacional: el 19 de diciembre de 1921, carta confidencial al Comité Director, conteniendo críticas y sugerencias sobre las siguientes cuestiones: tolerancia ante el Journal du peuple. Por tercera vez: falta de ejecución de las decisiones del Ejecutivo, tolerancia frente a Brizon y la Vague, relaciones del partido con la Internacional, presídium o buró político del partido.
Si me preguntáis por qué no os cito las respuestas os diré que porque no las hay. ¡Jamás se ha dado respuesta!
9 de enero de 1922: resolución sobre las dimisiones de Marsella; telegrama convocando a Moscú a los representantes del partido.
El 9 de enero de 1922 comienza una nueva serie:
13 de enero de 1922: telegrama convocando a Frossard y Cachin, y anunciando la inscripción de la cuestión francesa en el orden del día del Ejecutivo Ampliado de febrero.
24 de enero de 1922: telegrama reclamando de nuevo a Frossard «cuya ausencia causaría la más mala impresión sobre todo el Ejecutivo», y anunciando que el Ejecutivo Ampliado se retrasará algunos días para darle a Frossard tiempo para llegar.
Durante esos días en los que se preparaba la presentación de la cuestión francesa ante la Internacional y su sometimiento a los representantes de los partidos afiliados, nos preguntábamos por teléfono cada noche y cada mañana: «¿Cree usted Zinóviev que él vendrá? - ¿Cree usted, Trotsky, que él vendrá?- No entiendo nada.»
Se espera, se envían telegramas, pero ¿de qué se trata? Si pudiésemos ir a París inmediatamente para consultar a nuestros amigos de allí, cada uno querría arrojarse al tren el primero. (Aplausos) Pero se trata de discutir, de analizar los problemas difíciles del partido francés para resolverlos. Y nosotros siempre buscamos invitar a los más representativos de sus dirigentes para discutir con nosotros. Por eso esos cinco telegramas que se enviaron para invitar a los jefes del partido francés a venir a la Internacional para resolver la cuestión francesa.
Misma época: intervención de Radek ante Cachin, en Berlin, para decidirlo a venir a Moscú.
Febrero de 1922. En el Ejecutivo Ampliado, resolución sobre la crisis francesa: crítica del oportunismo del Bloque de Izquierdas, del pacifismo pequeño burgués, de la inercia frente al sindicalismo, de la insuficiencia de dirección del partido, del federalismo; compromiso de la delegación del centro sobre: la exclusión de Fabre (la cuarta vez que se planteaba la cuestión), la reintegración de los dimisionarios de Marsella, la aplicación de las tesis sindicales de Marsella.
Abril de 1922: Consejo Nacional del partido francés.
9 de mayo de 1922: exclusión de Fabre por el Ejecutivo (cuando la cuestión se había planteado por quinta vez y tras poner en juego el artículo 9 de los estatutos).
12 de mayo de 1922: carta confidencial al Comité Director con críticas y sugerencias sobre las siguientes cuestiones:
-desorientación del partido;
-aumento de la influencia de la derecha;
-pasividad en el asunto Fabre (la sexta vez);
-silencio de l'Humanité sobre las cuestiones candentes;
-inercia ante los anarquistas y sindicalistas;
-hostilidad hacia el Frente Único, campaña de la Humanité y de la Internationale constituyendo una sabotaje a la acción de la Internacional Comunista;
-indisciplina del partido ante las decisiones de la Internacional Comunista;
-mala voluntad en la aplicación de las resoluciones votadas por las diversas delegaciones francesas en Moscú; recordatorio de las múltiples observaciones conciliadoras anteriores de la Internacional Comunista;
-invitación a clarificar en adelante las relaciones entre el partido francés y la Internacional.
Misma época: telegrama a Frossard para reclamar su presencia en el Ejecutivo Ampliado de junio.
Junio de 1922: Ejecutivo Ampliado.- Resolución sobre: la estructura del partido, la disciplina interna, la Federación del Sena, la cuestión sindical, el Frente Único, el Bloque de Izquierdas, la prensa del partido, las fracciones del partido, la amonestación a Daniel Renoult, el asunto Fabre (la séptima vez), el congreso del partido, la necesidad de un manifiesto del Comité Director.
Julio de 1922: tres telegramas invitando al partido a excluir a Verfeuil, Mayoux y Lafont.
Julio de 1922: carta a la Federación del Sena sobre: el federalismo y el centralismo, artículo 9 de los estatutos internacionales, asunto Fabre (la octava vez), la disciplina.
Septiembre de 1922: mensaje al 2º Congreso del Partido Comunista francés, tratando sobre todas las cuestiones enumeradas en las cartas precedentes.
6 de octubre de 1922: mensaje complementario al congreso de París, concerniente a: la renovación del voto de las veintiuna condiciones, la exclusión de Verfeuil; resolución del Ejecutivo aprobando la decisión de la Federación del Sena excluyendo a Verfeuil.
Noviembre de 1922: diversos telegramas invitando a Frossar y Cachin a asistir al 4º Congreso.
Esta árida enumeración de cartas, telegramas, propuestas y sugerencias enviadas por nosotros y mantenidas prácticamente sin eco ni respuesta, desde hace un año y medio, ¡es el tiempo que pretende haber ganado nuestro camarada Frossard! Declaramos que ese tiempo será inscrito en la historia del partido francés a fondo perdido, a causa de la pasividad y la inercia material y política de los camaradas dirigentes y responsables del partido en esta época.
¡Que se diga ahora cuál de entre las sugerencias que acabo de enumerar es la que podía ser nociva e incluso nefasta para al partido! ¿Por qué era preciso «ganar tiempo» en la exclusión de Fabre, que era tan simple y tan indispensable, y también en las cuestiones del régimen de la prensa, del buró político y, sobretodo, del trabajo sindical y del Frente Único?
Nadie niega que los miembros de la Internacional no sean infalibles; pero ¿es que alguien puede demostrarnos que en esas sugerencias, propuestas y resoluciones, la Internacional ha cometido errores? ¿Dónde están esos errores? ¡Y que se nos demuestre que se le ha hecho un bien al partido francés desatendiendo las sugerencias y tentativas de la Internacional! ¡Que se nos demuestre que se ha ganado y no perdido el tiempo!
Si el mismo secretario general del partido declara haber ganado tiempo, contra la Internacional, que amenaza con destruir al partido francés, está claro que los delegados permanentes en propaganda deben decir la misma cosa y hacer la misma faena de una forma más simplista. Así, el camarada Auclair le cuenta a las Juventudes que las decisiones de la Internacional Comunista están basadas en rumores (es su expresión).
Cuando hemos preguntado a Frossard si era exacto que él había instalado a Auclair como delegado de propaganda, nos respondió: «Solamente provisionalmente». Lo que era cierto. Pero tras el congreso de París, se ve permanecer en el mismo puesto al mismo camarada. Y cuando planteamos algunas objeciones a nuestros camaradas franceses del centro, dicen: «Exageráis». Nosotros «exageramos» sobre Fabre, nosotros «exageramos» sobre Auclair, nosotros «exageramos» con nuestras propuestas para el Frente Único y para la acción sindical, nosotros «exageramos» en la cuestión del régimen de la prensa, ¡nosotros «exageramos» siempre!
Sin embargo es natural que nos alcemos contra todas las manifestaciones de un espíritu no comunista ya se trate de Fabre, de Auclair o de la colaboración con la prensa burguesa. Cada uno de esos hechos, si se les considera aisladamente, hunde sus raíces profundas en las capas profundas del partido. Se equivoca quien los presenta como poco importantes: son signos que seguro que no engañan a ningún militante. ¿Qué es, entonces, lo que os falta como prueba evidente de no comunismo? Si Frossard dice que las resoluciones de la Internacional amenazan con «destruir» al partido francés y si Auclair sobrepuja diciendo que esas resoluciones se toman sobre la base de «rumores», entonces se puede imaginar uno que luces llegan a las capas más profundas del partido, que no están casi informadas de los hechos.
Poseemos testimonios extremadamente valiosos aportados por nuestro camarada Louis Sellier (que no debe confundirse con Henri Sellier, excluido del partido). Louis Sellier ha representado durante algún tiempo al partido en Moscú. Volvió a Francia y fue propuesto como secretario general suplente del partido, lo que es un puesto importante y os muestra que ese camarada cuenta con gran estima dentro del partido francés. Lo conocimos en Moscú y compartimos esta estima hacia el camarada Louis Sellier.
En l'Humanité del 27 de agosto de 1922, publicó bajo el título: «Descartemos en primer lugar las leyendas absurdas». Un artículo en el que se lee:
«Entre nosotros hay camaradas que son ciertamente muy malignos. Comienzan afirmando con la mano en el corazón que su entrega a la revolución rusa ha sido y sigue siendo total. Pero»¦» Y entonces viene la serie de los «pero» y de los «si» amenazadores, solemnes y absurdos. «Pero si Moscú quiere hacer del partido una pequeña secta estipendiada y servil», «Si Moscú quiere quitarle al partido toda independencia», «Si Moscú quiere instalar la guillotina permanente en el seno del partido», etc., etc.»
Y más adelante:
«Faltaríamos al más elemental de nuestros deberes si no les gritáramos a nuestros camaradas de la mayoría, a nuestros camaradas del centro, que se realizan esfuerzos para engañarlos contándoles sobre Moscú simplezas de las más pérfidas como las que acabamos de citar. Moscú no quiere esencialmente que la III Internacional quiebre como la II.»
Es Louis Sellier quien escribe esto. Entonces pues hay que gritarle a los camaradas del centro que Moscú no quiere crear una pequeña secta estipendiada y servil. Lo dice un miembro del centro.
Louis Sellier recupera estas palabras: «Si Moscú quiere quitarle al partido toda especie de independencia»¦» y nosotros hemos escuchado a la gran comisión francesa algunas palabras en ese sentido: la dignidad del partido se vería amenazada por determinadas intervenciones de la Internacional. He aquí un sentimiento, una mentalidad, un estado de ánimo completamente extraños y que no entendemos.
El pasado febrero, había aquí una comisión que se ocupaba de la cuestión rusa. Esta comisión estaba presidida, creo, por el camarada Marcel Cachin. Se trabajaba para tratar una enfermedad interna de nuestro partido ruso. Esta comisión no trabajó en París, desgraciadamente, porque nosotros no podemos todavía realizar nuestros congresos en París. Ya llegará el día. Era en Moscú. Esta comisión estaba compuesta por camaradas extranjeros que tenían que decidir sobre una cuestión muy penosa para nuestro partido puesto que se trataba de la Oposición Obrera contra el Comité Central del Partido Bolchevique.
Zinóviev, yo y algunos otros camaradas fuimos citados por la comisión. Dimos nuestro parecer. Había en nosotros un sentimiento de alivio porque había una institución internacional, una instancia suprema, y nadie se sintió humillado por la autoridad de nuestro partido. Por el contrario, estábamos muy contentos de poder resolver una cuestión importante con la ayuda de la Internacional Comunista.
La intervención de esta comisión tuvo un resultado excelente para nuestro partido pues la Oposición Obrera cesó tras esta intervención suprema.
¿Qué es entonces la dignidad del partido? Está el interés del partido, es la ley suprema, y cada uno de nosotros debe inclinarse ante esta ley suprema. En ello consiste la dignidad del partido y de cada miembro del partido. (Aplausos)
He insistido sobre el punto porque en el congreso de París se agitó el fantasma de la dignidad del partido. Todos conocéis la situación creada por el congreso de París. Algunos meses antes del congreso, propusimos constituir un bloque de las dos fracciones más fuertes, el centro y la izquierda, contra la derecha, con cierta actitud, yo diría que expectativa, ante la tendencia Renoult-Dondicol.
¿Cuál era la idea de ese plan? Era muy simple. La lucha de fracciones había sido prevista por el Ejecutivo. Muchas veces hemos repetido a nuestro camarada Louis Sellier que si el centro mantenía su actitud conservadora, la creación de fracciones era inevitable como reacción necesaria y saludable para el partido, para impedirle caer en el pantano de la pasividad.
Al mismo tiempo que se desarrollaba ese proceso inevitable existía la necesidad en que nos encontrábamos de darle al partido la posibilidad de realizar una acción exterior. La fracción Renoult-Duret constituyó en aquella época la oposición más extrema al Frente Único. No existía la posibilidad de plantearse entonces una colaboración con esta fracción, aunque en el Ejecutivo sabíamos que integraba a elementos obreros excelentes, claramente opuestos al parlamentarismo y a las combinaciones con los disidentes, con los reformistas, es decir que integraba a elementos animados por un puro espíritu revolucionario pero mal informados. Ante esta tendencia mantuvimos una actitud expectante criticándola al mismo tiempo.
Al mismo tiempo jamás descuidamos el hecho que, a pesar de tal o tal error cometido por la izquierda, es ella la que representa el movimiento hacia delante del partido, contra el conservadurismo y la pasividad.
Por otra parte, jamás hemos descuidado al centro, a pesar de sus errores, errores que amenazaban a la misma base del partido. Esta fracción engloba a muchos excelentes elementos obreros que se agruparán mañana o pasado mañana sobre la misma base de acción revolucionaria.
Entonces propusimos un bloque de los dos grandes agrupamientos, centro e izquierda, para facilitarle al congreso de París su tarea, que era exclusivamente precisar las ideas del partido y crear los organismos centrales que pudiesen dirigirlo. La lucha de fracciones llevaba al partido a un callejón sin salida. Había que proponer una combinación que podía no ser perfecta pero que aportaba una solución más o menos conveniente para el año siguiente.
Siempre hemos insistido en basar la realización de ese bloque sobre una base revolucionaria; ese bloque tenía que ser enérgicamente dirigido contra la derecha a fin de solucionar esta cuestión en el plano político, total y definitivamente; bajo esas condiciones, habríamos tenido la posibilidad de realizar una acción vigorosa y el partido habría podido presentarse ante el Cuarto Congreso como un partido mucho más disciplinado y capaz de dirigir la acción.
Esto es lo que se dijo y repitió en numerosas ocasiones: «Si el centro hace de oposición, si se deja arrastrar por los elementos del conservadurismo y la reacción, por la pasividad, ganando tiempo, pensamos que marchará hacia la descomposición y que su descomposición provocará la más penosa crisis en todo el partido.»
No quiero contar aquí la historia de las negociaciones que tuvieron lugar en París para la constitución de los organismos centrales. Las fracciones se enfrentaron a dificultades sin llegar a buen puerto. Cuando se producen negociaciones entre dos fracciones en lucha, las cuestiones de organización siempre son penosas: hay discusiones, exigencias excesivas de ambas partes. De otra forma no es posible. Pero la ruptura se produjo sobre propuestas completamente claras, no sobre exigencias exageradas de la izquierda, como se afirma, sino sobre propuestas de paridad presentadas por los representantes del Ejecutivo.
El centro prefirió romper las negociaciones; rechazó la paridad, provisional, hasta el congreso. Fue el camarada Ker quien pronunció un gran discurso sobre el asunto el 17 de octubre. Planteó la cuestión de forma siguiente: «Se trata de saber si el partido francés será libre para designar él mismo a los hombres que deben dirigirlo.» Todo esto según el informe de l'Humanité del 18 de octubre (sesión del 17).
¡En el momento en que las negociaciones acaban de interrumpirse a iniciativa del centro, se les dijo a los delegados de provincias que todavía no tenían noticias de las propuestas de la Internacional: «Se trata de saber si el partido francés será libre para designar él mismo a los hombres que deben dirigirlo.»! Esto era denunciar a la izquierda, por una parte, y a los representantes de la Internacional, por la otra, como si hubiesen tenido la intención de privar al partido francés del derecho a disponer, por sí mismo, de su autonomía como partido. Esta denuncia absolutamente injusta era muy peligrosa desde el punto de vista de las aspiraciones nacionales y no internacionalistas.
La misma idea está repetida en el llamamiento firmado por el nuevo Comité Director formado por el centro. Al día siguiente del congreso de París, se dice: «El 4º Congreso Mundial examinará la situación del partido»¦ í‰ste se ve así despojado de su derecho a escoger a los hombres de su confianza y que se encargan de representarlo en los organismos de dirección del partido.»
Camaradas, cuando en cada sección se trata de formular una línea directriz para una acción, de dar consejos de organización del partido, se supervisar las tendencia del partido, cada partido tiene derecho a preguntarse si es libre para disponer por sí mismo o si se le amenaza con privarlo de sus derechos.
¿Pero en qué consiste el derecho de un partido a disponer de sí mismo? En el presente caso consiste en que las dos fracciones que, reunidas ambas, forman la aplastante mayoría del partido, puedan entenderse para elaborar una lista común, fijar de común acuerdo la composición de los organismos centrales y presentar esta lista al congreso diciéndole: «He aquí lo que os proponemos, os aconsejamos que aceptéis, porque, en este período de descomposición amenazadora del partido, es la mejor salida.»
Ahora bien, no se ha presentado la cuestión de esta forma. Tras haber mantenido las negociaciones con la izquierda y los representantes de la Internacional, tras haber consumado la ruptura, se ha denunciado a la izquierda y a los representantes de la Internacional como si fueran instituciones, organismos o personas que amenazan la dignidad y soberanía del partido francés y, en el tumulto y el nerviosismo del congreso, un llamamiento firmado por el Comité Director declara: «El congreso mundial es quien tendrá que ocuparse de la cuestión; se trata de saber si el congreso nacional tiene derecho a escoger él mismo a su Comité Director.»
¡Pero este es un derecho indiscutible! Y vemos que se ejerce. Pero vemos también que los mismos camaradas no se atrevieron, puedo decirlo, a proponerle al congreso, en la situación en la que ellos mismos lo colocaron, afirmar y realizar plenamente su soberanía creando un Comité Director normal. Ellos mismos provocaron la creación de un Comité Director provisional. ¿Por qué? Porque ellos mismos paralizaron la soberanía del congreso: porque, tras haberlo paralizado, no pudieron, estando dada la situación del partido, comprometer a ese congreso a dotarse, con las dos quintas partes de votos, de un Comité Director. Tras ello, no quedaba otra cosa que hacer más que dirigirse al congreso internacional para recoser los hilos que se habían descosido por culpa del centro.
Camaradas, ya os he dicho que no podía exponeros aquí la historia del congreso de París. Sin embargo, se produjo un incidente que quiero que conozcáis. Es el incidente del que informó a la gran comisión nuestra camarada Clara Zetkin. Se trata de un incidente muy lastimoso porque está relacionado con el nombre de Jean Jaurès. Creo necesario decir algunas palabras sobre este incidente, no para renovar aquí la escena del congreso sino, simplemente, para puntualizar una cuestión ideológica seria.
La Comisión de Conflictos, que tenía de secretario según me han dicho a un joven camarada de izquierdas, presentó una moción. La moción proponía excluir a Henri Sellier, completamente maduro para ello, indicando que Henri Sellier se alimentaba en su concepción democrática de «la tradición jauresista».
Todo el mundo admitirá que no era necesario hablar de Jaurès en la resolución de exclusión, ni incluso indirectamente. De esta torpeza se hizo un grave incidente político en la prensa del partido, no solamente en el congreso sino también tras el congreso.
Se ha redactado una resolución con prisas. Se ha hecho de ella una cuestión de tendencias y se ha preguntado: «¿Estáis a favor o en contra de la tradición de Jaurès? ¿Estáis a favor o en contra de Jaurès?» Así se planteó la cuestión. No creo que ello haya sido bueno ni para la memoria de Juarès ni para la del partido mismo.
Todos conocimos a Jaurès, si no personalmente al menos sí por su influencia política. Todos conocíamos su gran y monumental figura histórica, que supera a su persona y que se mantiene, y se mantendrá, en la historia como una de las más bellas figuras humanas. Y podemos decir ahora, y podremos decir mañana, que cada partido revolucionario, cada pueblo oprimido, cada clase obrera oprimida y, sobretodo, la vanguardia de los pueblos y de las clases obreras oprimidas, la Internacional Comunista, pueden reclamarse de Jaurès, de su memoria, de su figura, de su personalidad. Jaurès es nuestro bien común, pertenece a los partidos revolucionarios, a las clases y pueblos oprimidos.
Pero Jaurès ejerció determinado papel en determinada época, en determinado país, en un determinado partido, en una determinada tendencia de ese partido. Es el otro aspecto de Jaurès.
Antes de la guerra había en Francia, en el Partido Socialista, dos tendencias, y el jefe espiritual y político de la otra tendencia era Jules Guesde, también él una gran y bella figura de la historia de la clase obrera francesa e internacional. Había entablada una gran lucha entre Jaurès y Guesde, y en esa lucha era Guesde quien tenía razón contra Juarès. Nunca podremos olvidarlo.
Cuando se dice que nos separamos de la tradición jauresista eso no quiere decir que entregamos la personalidad de Juarès y su memoria a las sucias manos de los disidentes y reformistas. Eso solamente quiere decir que hay un gran cambio en nuestra política y que combatiremos las supervivencias de los prejuicios de lo que se llama la tradición jauresista en el movimiento obrero francés.
Es hacerle un mal servicio a la clase obrera en Francia haber hecho de este incidente un conflicto de ideas, como si los comunistas pudiesen verdaderamente reclamarse de las tradiciones democráticas y socialistas de Jaurès.
Volvamos a leer los libros de Jaurès, su Historia socialista de la Revolución Francesa, su libro sobre El nuevo ejército, sus discursos, uno se siente siempre elevado por un gran espíritu, una gran fe, pero al mismo tiempo distingue las grandes debilidades que hicieron naufragar a la II Internacional. No somos los guardianes de las debilidades y prejuicios de la II Internacional, de esta II Internacional que estaba representada en su forma más genial por Juarès. No somos los guardianes de esos prejuicios; por el contrario, luchamos contra esta tradición: tenemos que combatirla y reemplazarla por la ideología comunista.
Camaradas, la gran comisión que habéis creado ha puesto en marcha, tras una discusión muy amplia y a veces apasionada, una subcomisión encargada de las cuestiones organizativas y de la elaboración de un proyecto de resolución política. Habéis recibido nuestra propuesta por escrito. Para redactarla nos hemos inspirado en dos ideas.
Es preciso condenar las faltas y errores políticos cometidos por la principal fracción dirigente del Partido Comunista Francés: el centro.
Hay que señalar las faltas cometidas por la tendencia Daniel Renoult-Duret-Dondicol.
Es necesario reconocer que, sean los que sean los errores secundarios cometidos por la fracción de izquierda, es la izquierda quien ha representado fielmente a la Internacional, sus ideas y sugerencias, en las cuestiones más importantes para la vida y para la lucha de la clase obrera francesa.
Esto es lo que hemos reconocido en nuestra resolución política.
En cuanto a nuestra propuesta de organización y composición de los organismos centrales del partido, hemos tratado de medir las relaciones de fuerza entre las diferentes tendencias y adaptar la composición de los organismos centrales a la situación momentánea del partido. Naturalmente, de ordinario no procedemos así. Rechazamos absolutamente el principio de la representación proporcional porque ese principio amenaza siempre con hacer del partido una federación de tendencias. Es un aliento para todo agrupamiento que quiera crear una tendencia; es un régimen nefasto para el partido y para su actividad. Pero estamos en una situación creada por una prehistoria de la que os he hablado un poco (confío que suficientemente para haceros comprender nuestra política).
Para ese Comité Director y para el resto de organismos centrales del partido hemos pedido, pues, la representación proporcional. La subcomisión que ha elaborado esta propuesta estaba compuesta por los camaradas Zetkin, Bordiga, Koralov, Humbert-Droz, Katayama, Manuilski y Trotsky.
La gran comisión a la le hemos presentado nuestro proyecto, elaborado tras una profunda discusión, ha adoptado por unanimidad todas las propuestas de orden político o de orden orgánico, y le pedimos al congreso que haga lo mismo y se conforme con la unanimidad en las resoluciones votadas.
Durante la discusión de la gran comisión se ha planteado una nueva cuestión. Es la cuestión de la francmasonería que, hasta ahora, siempre ha sido silenciada en la vida del partido. Jamás se han hecho artículos polémicos, nunca se ha mencionado en la prensa que, en el partido comunista, como, por otra parte, en los sindicatos revolucionarios y reformistas, ¡hay bastantes camaradas que pertenecen al mismo tiempo a la francmasonería!
Cuando la comisión ha tenido conocimiento de este hecho ha quedado estupefacta porque ninguno de los camaradas extranjeros podía suponer que, dos años después de Tours, el Partido Comunista francés pueda tener en su seno a camaradas que pertenecen a organizaciones de las que es superfluo definir el carácter en el seno de un congreso comunista mundial.
He intentado tratar el problema en un artículo del órgano del congreso, le Bolchevik. Para escribir este artículo he tenido que buscar en mi memoria los argumentos contra la masonería más vetustos, cubiertos de polvo, argumentos que había olvidado completamente como fuerza real.
No os molestaré retomando esos argumentos. Es un hecho que en Francia la burguesía radicalizante, que tiene jefes muy mediocres y una prensa muy pobre, se sirve de instituciones secretas, de la francmasonería sobre todo, para ocultar su empresa reaccionaria, su mezquindad, la perfidia en las ideas, el espíritu, el programa. La francmasonería es una de esas instituciones, uno de esos instrumentos.
Hace ahora año y medio que le dijimos al partido francés: «No se ve ese abismo que debería separar en nuestros prensa y discursos al partido comunista de toda la sociedad burguesa.»
Ahora vemos que no solamente no existe ese abismo sino que existen pasarelas arregladas a penas un poco, un poco ocultas y cubiertas: son las pasarelas de la francmasonería, de la Liga de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, etc. La ligazón se produce por medio de esas pasarelas entre la Liga, la francmasonería y las instituciones del partido, la redacción del diario, el Comité Director y el Comité Federal.
Se hacen discursos, se escriben artículos sobre la necesidad de aplastar a esta sociedad corrompida con la lucha de clases llevada adelante por el proletariado, él mismo guiado por un partido absolutamente independiente de la sociedad burguesa. Se es revolucionario hasta el final»¦ ¡y se asiste a las logias masónicas para reunirse y abrazar a los hermanos mayores que representan a las clases burguesas!
No se puede entender esta mentalidad y esta forma de actuar. Algunos camaradas han dicho: «Sí, pensamos como vosotros que cada comunista debe sacrificar todas sus fuerzas al partido y que no debe prestárselas a otras instituciones, a otras empresas, a otras organizaciones.» Esta no es la única razón. Si un comunista es músico, si frecuenta los conciertos, los teatros, no podemos exigirle que los sacrifique si dicho sacrificio no lo exige la situación. Si es padre de familia y quiere consagrarle a sus hijos una parte de su vida, evidentemente que podemos exigirle mucho, pero no podemos exigirle que renuncia a ocuparse de sus hijos. Aquí no se trata de eso. No se trata de cierto reparto de su trabajo, de su atención, de su vida entre dos instituciones o dos ocupaciones: ¡no!
Si presentáis esta cuestión de esta manera ante la clase obrera no comprenderá nunca por qué la Internacional se interesa en ella. Hay que afirmar la incompatibilidad completa y absoluta, implacable, entre el espíritu revolucionario y el espíritu de la pequeña burguesía masónica, ¡instrumento de la gran burguesía! (Aplausos)
Desgraciadamente esta cuestión no fue planteada después del congreso de Tours. Surgió ante nuestra comisión a causa de las luchas de fracciones. Cuando la comisión tuvo conocimiento de esos hechos inmediatamente los inscribió en el orden del día de su trabajo como hechos de una gran importancia.
Entonces se nos dice: «Exageráis.» Siempre con lo mismo. Siempre vuelve el caso Fabre. Fabre es inmortal; incluso muerto una vez por la Internacional Comunista, renace siempre tras otra máscara, y siempre tras la de la masonería secreta.
Se nos dice: «Exageráis.» Por el contrario, creemos que esta vez estamos ante una cuestión que puede devenir una palanca para cambiar eficaz e inmediatamente alguna cosa en ese partido.
Existen grandes cuestiones: la cuestión de los sindicatos, la cuestión del Frente Único. Sobre esta base se desarrollará el movimiento obrero. La tradición parlamentaria del partido francés ha cristalizado en la capa superior de los diputados, periodistas, abogados e intelectuales, y ha constituido, en cierta medida, un estado dentro del estado.
Lo que se ha desarrollado en los elementos intelectuales, cuyos cerebros están llenos de reminiscencias de las diferentes situaciones por las que han pasado y de las que ya no se puede descifrar nada, es sobretodo el espíritu de la «oportunidad».
Es necesario un choque. Será saludable sobretodo en esta capa del partido, no solamente para el partido (lo que es la razón principal) sino para los elementos de valor que existen naturalmente en esta capa dirigente, un poco tradicionalista, demasiado conservadora y que se reclama siempre del día de ayer o de anteayer en lugar de orientarse hacia el futuro.
Tendrá que ser un gran choque porque su línea no es la línea directriz que necesita la clase obrera. Es un conjunto de relaciones, comportamientos, aptitudes y costumbres personales en los camaradas que pertenecen a esta capa dirigente.
Muchos funcionarios del partido frecuentan las logias masónicas. Naturalmente que por ello no ocultan su comunismo como ocultan su francmasonería cuando están entre nosotros. Pero, sin embargo, arreglan su comunismo de forma que sea conveniente para los hermanos burgueses, aceptable para esta sociedad tan delicada, para nervios tan refinados. Maeterlinck, el poeta, dijo una vez que ocultando su alma entre los otros se acaba por no encontrarse a uno mismo. Pues bien, cuando se está en un medio semejante y se han modificado las opiniones según los gustos exquisitos de esos hermanos refinados en política radical, se acaba por no encontrar la verdadera fisonomía de comunista-revolucionario.
He aquí por qué para nosotros es una cuestión tan importante en las capas dirigentes del partido. Naturalmente que cuando el Comité Director cumpla esta tarea que le proponemos cumplir tendrá inmediatamente contra él, en Francia, a las nueve décimas partes de la opinión pública oficial. Se puede prever ya con cierta alegría revolucionaria que esos medios reaccionarios, católicos, francmasones, del matiz Léon Daudet o del de los amigos de Herriot, con toda su prensa, se lanzarán al asalto de la Internacional y del partido comunista, y si os presentáis con excusas, atenuantes, explicaciones, diciendo que la francmasonería no es una cosa completamente condenable en sí misma pero que no hay que compartir el corazón entre el partido y la francmasonería porque el partido necesita las cuatro cuartas partes del corazón, entonces os veréis, camaradas del Comité Director, en una situación insostenible. Por el contrario, el partido debe golpear en la mesa con energía y proclamar: «Sí, hemos cometido una falta al tolerar que camaradas de valor, por una lamentable inercia, hayan pertenecido a la francmasonería. Pero, tras reconocer esta falta, nos comprometemos a una lucha implacable contra esta máquina de subversión de la revolución. La Liga de los Derechos del Hombre y la francmasonería son máquinas burguesas que embaucan la conciencia de los representantes del proletariado francés. Declaramos una guerra sin piedad a esos métodos, porque constituyen un ejército secreto e insidioso del arsenal burgués».
Si el Comité Director lleva la acción adelante con esta implacable energía tendrá contra él, naturalmente, a los disidentes, a los Léon Blum y a los católicos, que defenderán a los masones. La masonería encontrará excomuniones católicas para maldecir a los comunistas. El partido tendrá en contra a una mezcla de la burguesía de todos los colores, pero el partido comunista se mantendrá en pie, opuesto a toda esta politiquería, a esta engañifa de la sociedad burguesa, como un bloque revolucionario que defiende los supremos intereses del proletariado.
Estoy seguro de que si procedéis así, con un saludable choque, reencontraréis vuestro partido (pasados un mes, o dos o tres) en una situación muy diferente de la situación en la que se presenta ante el 4º Congreso Mundial.
Se gritará mucho contra las «órdenes» de Moscú. Se gritará de nuevo a favor de la libertad de opinión, pero esta vez de opinión francmasónica: son los mismos camaradas que pedirán además la libertad de pensamiento y crítica. Pero esos camaradas que polemizan a favor de la libertad de pensamiento y de opinión ¿tienen en cuenta las inevitables divergencias en el interior de los cuadros comunistas? No. Pero quieren disponer de un marco que abarque a los pacifistas, a los francmasones, a los propagandistas de la santa ley católica, a los reformistas, anarquistas y sindicalistas. He ahí lo que ellos llaman libertad de pensamiento.
Esos hombres, casi todos ellos intelectuales, pasan nueve décimas de su tiempo en los medios burgueses, tienen ocupaciones que los separan completamente de la clase obrera. Su mentalidad está trabajada en ese medio durante los seis días de la semana que pasan en él. El domingo vuelven a su partido, han olvidado los principios y tienen que recomenzar por la crítica y, sobretodo, por la duda. Dicen: «Reclamamos para nosotros la libertad de pensamiento.». Entonces se redacta una nueva resolución que se les impone. Después vuelven a su medio y vuelven a comenzar. Son aficionados, diletantes, y entre ellos hay muchos arribistas.
Hay que eliminarlos; hay que librar al partido de esos elementos para los que el partido sólo es una puerta abierta hacia un puesto, hacia un mandato.
Por ello aceptamos como principio riguroso que las nueve décimas partes de los puestos electorales puestos a la disposición del partido estén ocupados por obreros, e incluso ni por obreros convertidos en funcionarios del partido sino por obreros que todavía estén en la fábrica o el campo.
Hay que mostrarle a la clase obrera que hasta ahora se la ha engañado y que los diferentes partidos se han servido de ella como un trampolín para dar un salto en su carrera, y es preciso mostrar que nuestro partido considera el dominio parlamentario solamente como una parte de su dominio revolucionario.
Quien actúa en ese dominio es la clase obrera; a quien es necesario introducir en el parlamento es a sus más puros representantes, a los más capaces, a aquellos que la muestran mejor, naturalmente que respaldándoles con camaradas abnegados y seguros que tengan cierta instrucción. Pero la aplastante mayoría de nuestra fracción parlamentaria, municipal, cantonal, etc., debe cogerse de entre las masas obreras, y sobre todo en Francia, estando dados sus costumbres, concepciones y hábitos.
Hay que acabar con ese régimen que consiste en considerar a la prensa como un dominio en el que se ejerce el talento de los periodistas. Está bien que un periodista tenga talento, pero la prensa no es otra cosa más que un instrumento de la lucha, un instrumento que debe ser, tanto como sea posible, anónimo, representante de la colectividad, que refleja la idea directriz de la clase obrera y no las ideas particulares de tal o tal otro individuo.
Desde este punto de vista, le Populaire representa muy bien las tradiciones del partido parlamentario.
Tengo aquí un editorial del Populaire con una nota de la redacción; el jefe de redacción escribe: «Creo tener el deber de recordar que las editoriales del diario sólo son responsabilidad de sus autores.»
He ahí sus costumbres: ¡los artículos sólo son responsabilidad de sus autores! ¡Se les pide a los obreros que sacrifiquen sus sueldos para un diario que se reclama del socialismo y que hace regla general del hecho que los artí-culos de cabecera sólo son responsabilidad de sus autores!
Los artículos, en nuestro caso, son responsabilidad del partido. El periodista debe estar anónimamente a disposición del partido. Y si los señores periodistas (y yo pertenezco un poco a esta casta) nos responden que este forma de proceder atenta contra su dignidad personal, les diremos que la más alta dignidad del periodista comunista es ser el instrumento más fiel y, en tanto que posible, impersonal, de la mentalidad, de la política, de la lucha de la clase obrera.
Debo mencionar muy particularmente dos cuestiones. En primer lugar, la de nuestra acción entre los campesinos.
Esta cuestión ha sido tratada más rápidamente que todas las otras cuestiones de principios en el congreso de París. Fue puesta en discusión por el camarada Jules Blanc; dijo que de la lectura de cartas de campesinos se desprendía que había en ellos un sentimiento revolucionario cuya constatación permite protestar contra el epíteto «pequeño burgués», demasiado aplicado a la clase campesina, y que difundir folletos en los que la clase campesina es tratada de pequeño burguesa es hacerle un flaco servicio a la propaganda del partido.
La misma objeción fue hecha por el camarada Renaud Jean, y creo necesario decir algunas palabras sobre nuestro trabajo entre los campesinos.
La expresión «pequeña burguesía» no es un insulto. Es una expresión científica que expresa que el productor es propietario de sus medios de producción: aún no se ha separado de sus medios de producción y no es, por lo tanto, una asalariado. He ahí lo que significa la expresión «pequeña burguesí-a».
Si, durante un discurso de propaganda (y no en una discusión científica) un campesino me interrumpe para preguntarme: «¿Yo soy un pequeño burgués?», le daría explicaciones que creo que no le chocarían. Vemos muy a menudo a campesinos que se distinguen del proletariado, el cual no tiene nada mientras que ellos son propietarios de sus medios de producción. A causa de este hecho tienen una mentalidad más individualista que la de los obreros.
Esta expresión es justa y necesaria, para evitar que nos equivoquemos nosotros mismos sobre el carácter de esta clase campesina, para evitar engañar a los obreros. Pero, a pesar de las diferencias que existen, en el modo de vida y en la mentalidad, entre esas dos clases, la expresión «pequeño burgués» no debe obstaculizar en absoluto nuestra acción entre los campesinos.
La otra cuestión es la cuestión colonial. No sé si se ha citado aquí la resolución de la sección de Sidi-bel-Abbès, en Argelia[122]. Esta resolución de un agrupamiento que pretende ser comunista constituye un gran escándalo, aunque emane de un pequeño grupo. Dice: «En materia colonial, ella [la sección] está completamente en desacuerdo con las tesis de Moscú [»¦] Las federaciones comunistas indígenas son las únicas que están calificadas para decidir una táctica de acción comunista local. Las federaciones comunistas argelinas no admitirán, bajo ningún pretexto, que se publiquen en Argelia manifiestos cuyo espíritu y letra, comprometiendo su responsabilidad, no hayan sido decididos por ellas.» Es decir que la Internacional no debe intervenir demasiado en de las cuestiones internas del partido. He aquí una sección colonial que se levanta contra su partido y contra su Internacional y dice: «No; no cuando se trata de indígenas, es nuestro dominio reservado.» La resolución dice además: «Un levantamiento victorioso de las masas musulmanas de Argelia que no sea posterior a un mismo levantamiento victorioso de las masas proletarias de la metrópolis llevaría en Argelia, fatalmente, a una vuelta a un régimen cercano al feudalismo, lo que no
puede ser el objetivo de una acción comunista.» He ahí el fondo. No se puede admitir la revuelta, y sobre todo la revuelta victoriosa de los indígenas en las colonias, porque si cometen la simpleza de liberarse de la dominación de la burguesía francesa, recaerán en el feudalismo, ¡y los comunistas franceses de Argelia no pueden tolerar que a consecuencia de un motín revolucionario los pobres indígenas se liberen de la burguesía francesa y vuelvan a caer en el feudalismo! ¡En cuanto a nosotros, no podemos tolerar ni dos horas ni dos minutos a camaradas que tienen una mentalidad de poseedores de esclavos y que desean que Poincaré los mantenga dentro de los beneficios capitalistas! ¡Poincaré es, en efecto, el mandatario de tal grupo, puesto que es él quien, con sus instrumentos de opresión, salva a los pobres indígenas del feudalismo y la barbarie! Una traición en la acción siempre se cubre con la bandera de la independencia, de la autonomía y de la libertad de acción. No se cesa de protestar contra las intervenciones de la Internacional y del mismo partido francés. Ciertamente hay muchas cosas que es preciso cambiar en el partido francés. Ya vemos alegrarse a los disidentes por la situación del partido cuando escriben en los artículos que «sólo son responsabilidad de sus autores»: «La descomposición del partido comunista hace propicio el momento. Ahora ya no hay que defenderse sino pasar a la ofensiva», etc. Los disidentes anuncian una gran progresión de su partido. Esta es una profecía que no se realizará. Se puede predecir, por el contrario y sin riesgo a verse desmentido por los hechos, que si los partidos se mantienen como están ahora, cuando se presentan ante la masa obrera dos opciones, con sus adherentes, dos iglesias establecidas con su burocracia jerárquica, ello puede durar años y décadas, pero que a partir del momento en el que alguna cosa cambie radicalmente en el partido comunista, a partir del momento en que devenga un partido distinto a los otros y en el que los obreros puedan ver en él más que a un partido a un promotor de la revolución proletaria, en ese momento los disidentes estarán muertos, ya no existirán, menos aún que los reformistas de la CGT. Y os digo con plena certeza que no será la CGTU, con sus propias fuerzas, quien mate a la CGT reformista. No. Únicamente un partido potente y verdaderamente revolucionario, que integre a toda la élite de la clase obrera, aplastará totalmente al reformismo político sindical. Lo veréis muy pronto. En las primeras semanas de la lucha contra la francmasonería, o contra la Liga de los Derechos del Hombre, se producirán abandonos, desertores que se pasarán a los disidentes: estos ganarán en un primer momento, estoy seguro, pero sólo recibirán los desechos y excrementos del partido comunista.
(Aplausos) Se trata de proceder a operaciones dolorosas, enérgica y vigorosamente, a fin de acelerar el proceso y de iniciar una gran acción[123] por un partido revolucionario. En nombre de nuestra comisión os proponemos un programa de acción que la izquierda ha sometido a la comisión y que ésta ha adoptado unánimemente con correcciones más bien secundarias. En la base de ese programa está la posibilidad de iniciar ahora una gran acción del partido, descartando a los elementos que impiden esta acción revolucionaria. Sobre todo que no se diga que esas reivindicaciones hacen corres el riesgo de crear un nuevo reformismo en el movimiento francés. En esta época de descomposición de la sociedad burguesa, las reivindicaciones inmediatas devienen la clave de un movimiento verdaderamente revolucionario. Ese movimiento debe desarrollarse teniendo como punto de partido los comités o consejos de fábrica, con la unidad del frente, como fórmula necesaria, para suministrar todas las posibilidades de acción y éxito y, como fórmula muy necesaria, sobretodo en Francia, el gobierno obrero. Tienen que cesar las querellas sobre esas cuestiones porque las polémicas no llevarán más que a quebrantar la conciencia obrera, ya suficientemente inquieta. La idea de un gobierno Blum-Frossard sólo es simbólica, indicada aquí bajo la forma más concisa. Pero no por ello se tratará de una combinación entre parlamentarios en vistas a la constitución de un gobierno: en efecto, para que disidentes y comunistas dispongan de la mayoría en el parlamento es necesario que la clase obrera toda entera vote a favor de los disidentes y comunistas y, para alcanzar ese resultado, será necesario que los disidentes no inviten a la clase obrera a votar a favor del Bloque de Izquierdas, de la sociedad burguesa. Es preciso en primer lugar, pues, mostrarle a la clase obrera francesa la necesidad de separarse de la burguesía y oponerse a ella bajo todas sus formas. Cuando haya una huelga en el Havre y una masacre de obreros, les diremos a los obreros que con un gobierno de obreros semejante masacre no se habría producido, y nuestros representantes en el parlamente deben decir que la clase obrera no puede tolerar un gobierno de Poincaré o Bloque de Izquierdas, sino solamente un gobierno que represente a la clase obrera y que esté compuesto por obreros. Nosotros, comunistas, nos orientamos con todas nuestras fuerzas hacia un gobierno obrero creado por un movimiento revolucionario. Pero si los obreros creen que se puede crear semejante gobierno por los métodos parlamentarios les decimos: «Intentadlo. Pero, para hacerlo, hay que separarse, en primer lugar y totalmente, del Bloque de Izquierdas, de las combinaciones burguesas; sólo hace falta un Bloque Obrero. Si os separáis totalmente de la burguesía pero creéis aún en métodos parlamentarios, os decimos: «No confiamos en esos métodos, pero apoyamos vuestra acción desde el momento en que os separáis de la burguesía.» Si se nos pregunta: «¿Es posible un gobierno de coalición de partidos que se reclamen de la clase obrera?», yo respondería: «Naturalmente, pero no sobre la base de una combinación parlamentaria, solamente sobre la base de un gran movimiento que abarque todos los dominios de la lucha de clases proletaria y también al parlamento.» Lo esencial es que el movimiento le dé a la clase obrera esta idea muy simple: que puede crear un gobierno obrero, por los obreros y para los obreros. Si me preguntáis: «¿Estaremos seguros de que no nos traicionarán los disidentes?» Por ello, incluso si estamos en situación de crear con ellos un gobierno obrero revolucionario, tenderemos que vigilarlos con la misma atención y la misma desconfianza que a nuestros peores enemigos y, en el mismo instante de su incumplimiento, de su traición, expulsarlos del gobierno, como lo hemos hecho aquí con los socialistas-revolucionarios de izquierda que han representado al campesinado en el gobierno obrero creado por nosotros y que tuvimos que expulsar, manteniendo el gobierno todo entero en manos de la clase obrera. La consigna del gobierno obrero significa en primer lugar la independencia absoluta de nuestro partido. Esta independencia debe adquirirse rápidamente. En Francia, el centro va a ser responsable en las próximas semanas de ese trabajo de acción enérgica en el interior de nuestro partido comunista. Estoy seguro que las explicaciones dolorosas que hemos tenido con nuestros camaradas franceses en la comisión, y que os presento aquí bajo la forma de un informe, no pueden repetirse. El discurso de Frossard nos muestra el peligro; lo he citado, lo he interpretado, el centro debe obviar, debe descartar definitivamente el peligro. No veo motivos para la ruptura. Por el contrario creo que la situación es extremadamente favorable para nuestro partido francés. Existe la descomposición del Bloque Nacional, la imposibilidad absoluta de las reparaciones, la situación difícil del Bloque de Izquierdas; creo que nuestro partido tiene en sus manos el futuro de Francia y, por ello mismo, de la humanidad entera. Estamos seguros que, inspirado en estas vastas perspectivas, el centro cumplirá con su deber hasta el final y que en el próximo congreso tendremos un partido unificado, homogéneo, revolucionario, fiel a su deber hasta la revolución victoriosa del proletariado francés.
(Prolongados aplausos) El 4º Congreso de la Internacional Comunista comprueba que la evolución de nuestro partido francés desde el socialismo parlamentario hasta el comunismo revolucionario se produce con gran lentitud, lo que está lejos de explicarse por las condiciones objetivas únicamente, las tradiciones, la psicología nacional de la clase obrera, etc., sino que se debe más bien a una resistencia directa, y a veces excepcionalmente obstinada, de los elementos no comunistas que son todavía muy fuertes en la cúspide del partido y particularmente en la fracción del centro que detenta, en gran parte, la dirección del partido desde el Congreso de Tours. La causa fundamental de la aguda crisis que atraviesa actualmente el partido es la política expectante, indecisa y vacilante, de los elementos dirigentes del centro que, ante las exigencias urgentes de la organización del partido trataban de ganar tiempo, realizando así una política de sabotaje directo en las cuestiones sindicales, del frente único, de la organización partidaria y otras. El tiempo así ganado por los elementos dirigentes del centro ha sido perdido para el progreso revolucionario del proletariado francés. El Congreso encomienda al Comité Ejecutivo la tarea de seguir atentamente la vida interna del Partido Comunista Francés a fin de poder, apoyándose en la mayoría incuestionablemente proletaria y revolucionaria, liberarlo de la influencia de los elementos que originaron la crisis y no cesan de agudizarla. El Congreso rechaza la idea de una escisión, que no se infiere de la real situación del partido. La aplastante mayoría de sus miembros está sincera y profundamente consagrada a la causa comunista. Sólo una falta de claridad, subsistente en la doctrina y la conciencia del partido, ha permitido a sus elementos conservadores, centristas y semicentristas provocar una perturbación tan aguda y la aparición de fracciones. Un esfuerzo firme y constante para aclarar la esencia de los problemas litigiosos ante el partido agrupará, en el ámbito de las decisiones del presente Congreso, a la aplastante mayoría de los miembros del partido y, ante todo, a su base proletaria. En cuanto a los elementos que adhieren al partido pero a la vez están vinculados, por la naturaleza de su pensamiento y de su vida, a los hábitos y costumbres de la sociedad burguesa y son incapaces de comprender la verdadera política proletaria o de someterse a la disciplina revolucionaria, su alejamiento progresivo del partido es la condición indispensable para su saneamiento, su cohesión y su facultad de acción. La vanguardia comunista de la clase obrera necesita, naturalmente, de los intelectuales que aportan a su organización sus conocimientos teóricos, sus dotes de agitadores o de escritores, pero a condición que esos elementos rompan de manera absoluta y para siempre con esos hábitos y costumbres del medio burgués, quemen tras de sí los puentes que los unen con el campo de donde provienen, no exijan para sí ni excepciones, ni privilegios y se sometan a la disciplina, al igual que los demás militantes. Los intelectuales, tan numerosos en Francia, que entran al partido por diletantismo o arribismo, le causan un inmenso daño, lo comprometen ante las masas proletarias y le impiden conquistar la confianza de la clase obrera. Es preciso depurar el partido, a cualquier precio, de semejantes elementos y cerrarles las puertas. El mejor medio para hacerlo sería efectuar una revisión general de los efectivos del partido por medio de una comisión especial compuesta por obreros irreprochables desde el punto de vista de la moral comunista. El Congreso comprueba que la tentativa realizada por el Comité Ejecutivo para atenuar las manifestaciones de la crisis en el dominio de la organización, constituyendo los organismos dirigentes sobre la base paritaria entre las dos principales fracciones del centro y de la izquierda, ha sido neutralizada por el centro bajo la influencia indudable de sus elementos más conservadores, que adquieren en esta fracción una preponderancia inevitable toda vez que ésta se opone a la izquierda. El Congreso estima necesario explicar a todos miembros del Partido Comunista Francés que los esfuerzos del Comité Ejecutivo tendentes a obtener un acuerdo previo entre las principales fracciones tenían por objeto facilitar los trabajos del Congreso de París y no constituían, en ningún caso, un atentado a los derechos del Congreso como órgano soberano del Partido Comunista Francés. El Congreso estima necesario establecer que, cualesquiera que hayan sido los errores particulares de la izquierda, ésta se esforzó esencialmente, tanto en el curso como antes del Congreso de París, en realizar la política de la Internacional Comunista, y que en los principales problemas del movimiento revolucionario, en la cuestión del frente único y en la cuestión sindical, ocupó frente al centro y al grupo Renoult, la posición justa. El Congreso invita insistentemente a todos los elementos verdaderamente revolucionarios y proletarios, que son indudablemente mayoría en el centro, a poner fin a la oposición de los elementos conservadores y a unirse con la izquierda en un trabajo común. La misma observación se hace a la fracción que, por el número de sus efectivos, ocupa el tercer lugar y que realiza la campaña más enérgica y manifiestamente errónea contra la política del frente único. Al liquidar el carácter federalista de su organización, la Federación del Sena rechazó por esa causa la posición manifiestamente errónea del ala llamada de extrema izquierda. Sin embargo, esta última, en la persona de los camaradas Heine y Lavergne, creyó que podía dar al ciudadano Delplanque un mandato imperativo en virtud del cual éste se comprometía a abstenerse de votar en todas las cuestiones y a no establecer ningún compromiso. Esta manera de actuar de los representantes ya mencionados de la extrema izquierda evidencia su total incomprensión del sentido y de la esencia de la Internacional Comunista. Los principios del centralismo democrático, que son la base de nuestras organizaciones, excluyen radicalmente la posibilidad de mandatos imperativos, ya se trate de congresos federales, nacionales o internacionales. Los congresos sólo tienen sentido en la medida en que las decisiones colectivas de las organizaciones (locales, nacionales o internacionales) son elaboradas mediante el libre examen y la decisión de todos los delegados. Es evidente que las discusiones, el intercambio de experiencias y de argumentos en un congreso no tendrían sentido si los delegados estuviesen comprometidos de antemano por mandatos imperativos. La violación de los principios fundamentales de la organización de la Internacional se agrava en el caso actual por la negativa de ese grupo a establecer algún compromiso con respecto a la Internacional, como si el solo hecho de pertenecer a la Internacional no impusiese a todos sus miembros compromisos absolutos de disciplina y de ejecución de todas las decisiones adoptadas. El Congreso invita al Comité Central de nuestra sección francesa a estudiar in situ este incidente y a extraer todas las conclusiones políticas y organizativas que se deriven de él. Las decisiones adoptadas por el congreso en la cuestión sindical implican ciertas concesiones de forma y de organización destinadas a facilitar el acercamiento del partido y de las organizaciones sindicales o masas sindicadas que no han adoptado aún el punto de vista comunista. Pero sería desnaturalizar totalmente el sentido de esas decisiones pretender interpretarlas como una aprobación de la política de abstención sindical que ha predominado en el partido y que actualmente aún predican muchos de sus afiliados. Las tendencias representadas en ese caso por Ernest Lafont están en total contradicción y son inconciliables con las misiones revolucionarias de la clase obrera y con toda la concepción del comunismo. El partido no puede ni quiere atentar contra la autonomía de los sindicatos, pero debe desenmascarar y castigar despiadadamente a los miembros que reclaman la autonomía, dada su acción disolvente y anárquica en el seno de los sindicatos. En esta cuestión esencial, la Internacional sufrirá menos que en cualquier otro terreno toda desviación ulterior de la vía comunista, la única justa desde el punto de vista de la práctica internacional y de la teoría. La huelga del Havre, pese a su carácter local, es un testimonio indudable de la creciente combatividad del proletariado
francés. El gobierno capitalista respondió a la huelga con el asesinato de cuatro obreros, como si se apresurase a recordar a los obreros franceses que sólo lograrán conquistar el poder y destruir la esclavitud capitalista al precio de las mayores luchas, del máximo de abnegación y de numerosos sacrificios. Si la respuesta del proletariado francés a los asesinatos del Havre fue totalmente insuficiente, la responsabilidad le incumbe no sólo a la traición, convertida desde hace largo tiempo en regla que impera entre los disidentes, y los sindicalistas reformistas, sino también a la forma de actuar completamente errónea de los órganos dirigentes de la CGTU y del partido comunista. El Congreso estima necesario detenerse en esta cuestión porque nos ofrece un ejemplo notorio de la forma radicalmente errónea de abordar los problemas de acción revolucionaria. Al dividir en principio de una manera incorrecta la lucha de clases del proletariado en dos dominios llamados independientes, el económico y el polí-tico, el partido tampoco esta vez ha dado muestras de ninguna iniciativa independiente, limitándose a apoyar a la CGTU, como si el asesinato de cuatro proletarios por parte del gobierno del capital fuese un acto económico y no un acontecimiento político de primera magnitud. En cuanto a la CGTU, bajo la presión del sindicato parisiense de la construcción, proclamó al día siguiente de los asesinatos del Havre, es decir un domingo, una huelga general de protesta para el martes. Los obreros de Francia no tuvieron tiempo, en muchos lugares, de conocer no sólo el llamamiento a la huelga general sino tampoco la noticia del asesinato. En esas condiciones, la huelga general está condenada de antemano al fracaso. Es indudable que esta vez también la CCTU adaptó su política a los elementos anarquistas, orgánicamente extraños a la comprensión y a la preparación de la acción revolucionaria y que remplazan la lucha revolucionaria con llamamientos revolucionarios de sus camarillas, sin preocuparse por la realización de esos llamamientos. El partido, por su parte, capituló silenciosamente ante la evolución evidentemente errónea de la CGTU en lugar de tratar en forma amigable pero perentoria, de obtener de esta última el aplazamiento de la manifestación huelguística con el objetivo de desarrollar una vasta agitación masiva. La primera obligación, tanto del partido como de la CGTU, ante el cruento crimen de la burguesía francesa, debió ser la inmediata movilización de un millar de los mejores agitadores del partido y de los sindicatos en París y en provincia para explicar a los elementos más atrasados de la clase obrera el sentido de los acontecimientos del Havre y para preparar a las masas obreras para la protesta y la defensa. En esa oportunidad, el partido debía haber lanzado varios millones de ejemplares de un llamamiento a la clase obrera y a los campesinos en ocasión del crimen del Havre. El órgano central del partido tendría que haber planteado diariamente a los reformistas (socialistas y sindicalistas) la siguiente pregunta: ¿cuál es la forma de lucha que ustedes proponen en respuesta a los asesinatos del Havre? Por su parte, el partido debía, de común acuerdo con la CGTU, lanzar la idea de una huelga general, sin determinar anticipadamente la fecha y la duración, dejándose guiar por el desarrollo de la agitación y del movimiento en el país. Era indispensable intentar la formación en cada fábrica o en cada barrio, ciudad y región, de comités provisionales de protesta en cuya composición los comunistas y sindicalistas revolucionarios, en su condición de auspiciadores, habrían hecho entrar a miembros o representantes de las organizaciones reformistas. Solamente una campaña de ese tipo, sistemática, concentrada, universal por sus medios, constante e infatigable, podía, después de una semana o más de movilización, verse coronada por un movimiento poderoso e imponente, bajo la forma de una gran huelga de protesta, de manifestaciones callejeras, etc. El resultado seguro de semejante campaña habría sido el aumento en las masas de las vinculaciones, la autoridad y la influencia del partido y de la CGTU, el acercamiento mutuo en el trabajo revolucionario y la atracción del sector de la clase obrera que todavía sigue a los reformistas. La pretendida huelga general del 1º de mayo de 1921, que los elementos revolucionarios no supieron preparar y que los reformistas hicieron fracasar criminalmente, constituyó un giro en la vida interna de Francia debilitando al proletariado y fortaleciendo a la burguesía. La «huelga general» de protesta del mes de octubre de 1922 fue, en el fondo, una traición reiterada de la derecha y un nuevo error de la izquierda. La Internacional invita, del modo más enérgico, a los camaradas franceses, en cualquier sector del movimiento proletario donde trabajen, a prestar gran atención a los problemas de la acción de masas, a estudiar minuciosamente sus condiciones y sus métodos, a someter los errores de sus organizaciones en cada caso concreto a un detenido análisis crítico, a preparar no menos minuciosamente las eventualidades de la acción de masas mediante una amplia y firme agitación, a proporcionar las consignas según la disposición y la aptitud de las masas para la acción. Los jefes reformistas basan sus actos de traición en los consejos, sugestiones e indicaciones de toda la opinión pública burguesa, a la que están ligados indisolublemente. Los sindicalistas revolucionarios, que no pueden sino estar en minoría en las organizaciones sindicales, cometerán menos errores si el partido como tal consagra más atención a todos los problemas del movimiento obrero, estudiando minuciosamente las condiciones y el medio y presentando a los sindicatos, por intermedio de sus afiliados, determinadas proposiciones, de acuerdo con la situación del momento. La incompatibilidad de la francmasonería y del socialismo era considerada como evidente en la mayoría de los partidos de la II Internacional. El partido socialista italiano expulsó a los francmasones en 1914 y esta medida fue, sin ninguna duda, una de las razones que permitieron a ese partido seguir, durante la guerra, una política de oposición pues los francmasones, en calidad de instrumentos de la Entente, actuaban a favor de la intervención. Si el 2º Congreso de la Internacional Comunista no formuló, entre las condiciones de adhesión a la Internacional, ningún punto especial sobre la incompatibilidad del comunismo y de la francmasonería es porque ese principio figura en una resolución separada votada por unanimidad del Congreso. El hecho que se revelase inesperadamente en el 4º Congreso de la Internacional Comunista, la pertenencia de un número considerable de comunistas franceses a las logias masónicas, es, a criterio de la Internacional Comunista, el testimonio más manifiesto y a la vez lamentable de que nuestro partido francés ha conservado, no sólo la herencia psicológica de la época del reformismo, del parlamentarismo y del patrioterismo, sino también vinculaciones bien concretas y muy comprometedoras, por tratarse de la cúspide del partido, con las instituciones secretas, políticas y arribistas de la burguesía radical. Mientras que la vanguardia comunista del proletariado reúne todas sus fuerzas para una lucha sin cuartel contra todos los grupos y organizaciones de la sociedad burguesa en nombre de la dictadura proletaria, numerosos militantes responsables del partido, diputados, periodistas y hasta miembros del Comité Central conservan una estrecha vinculación con las organizaciones secretas del enemigo. Un hecho particularmente deplorable es que el partido, con todas sus tendencias, no consideró esta cuestión desde el Congreso de Tours, pese a su evidente claridad para la Internacional, y fue preciso que apareciese la lucha de fracciones dentro del partido para que surgiese en toda su amenazadora magnitud. La Internacional considera que es indispensable poner fin, de una vez por todas, a esas vinculaciones comprometedoras y desmoralizantes de la cúspide del partido comunista con las organizaciones políticas de la burguesía. El honor del proletariado de Francia exige que el partido depure todas sus organizaciones de clase de elementes que pretenden pertenecer simultáneamente a los dos campos en lucha. El Congreso encomienda al Comité Central del Partido Comunista Francés la tarea de liquidar, antes del 1 de enero de 1923, todas las vinculaciones del partido, en la persona de algunos de sus miembros y de sus grupos, con la francmasonería. Todo aquel que antes del 1 de enero no haya declarado abiertamente a su organización y hecho público a través de la prensa del partido su ruptura total con la francmasonería queda automáticamente excluido del partido comunista sin derecho a volver a afiliarse en el futuro. El ocultamiento de su condición de francmasón será considerado como penetración en el partido de un agente del enemigo y arrojará sobre el individuo en cuestión una mancha de ignominia ante todo el proletariado. Considerando que el solo hecho de pertenecer a la francmasonería, se siga o no en ella, persiguiendo, al hacerlo, un objetivo material, arribista o cualquier otro objetivo deshonroso evidencia un desarrollo muy insuficiente de la conciencia comunista y de 1a dignidad de clase, el 4º Congreso reconoce indispensable que los camaradas
que pertenecieron hasta ahora a la masonería, y que romperán con ella, sean privados durante dos años del derecho a ocupar puestos importantes en el partido. Sólo mediante un trabajo intenso por la causa de la revolución en calidad de simples militantes, esos camaradas podrán reconquistar la total confianza y el derecho a ocupar puestos importantes en el partido. Considerando que la Liga por la Defensa de los Derechos del Hombre y del
Ciudadano es, en su esencia, una organización del radicalismo burgués, que utiliza sus actos aislados contra una determinada injusticia para sembrar las ilusiones y los prejuicios de la democracia burguesa y sobre todo que, en los casos más decisivos y graves, como por ejemplo durante la guerra, prestó todo su apoyo al capital organizado en forma de estado, el 4º Congreso de la Internacional Comunista estima absolutamente incompatible con la condición de comunista y contrario a las concepciones elementales del comunismo, la pertenencia a la Liga de los Derechos del Hombre y del Ciudadano e invita a todos los miembros del partido pertenecientes a esta liga a abandonarla antes del 1 de enero de 1923, haciéndolo conocer a su organización y publicándolo en la prensa. El Congreso invita al Comité Central del Partido Comunista Francés a: a) publicar inmediatamente su convocatoria a todo el partido, aclarando el sentido y el alcance de la presente resolución; b) adoptar todas las medidas derivadas de la resolución para que la depuración del partido de la masonería y la ruptura de todo tipo de relación con la Liga de los Derechos del Hombre y del Ciudadano sea efectuada sin debilidades u omisiones antes del 1 de enero de 1923. El Congreso expresa la convicción que, en su trabajo de depuración y saneamiento, el Comité Central será apoyado por la inmensa mayoría de los afiliados del partido, cualquiera que sea la fracción a que pertenezcan. El Comité Central debe confeccionar las listas de todos los camaradas que, en París y en provincias, forman parte del partido comunista donde detentan diversos puestos, hasta de confianza, y a la vez colaboran en la prensa burguesa e invitar a esos elementos a optar, antes del 1 de enero de 1923, de forma total y definitiva, entre los órganos burgueses de corrupción de las masas populares y el partido revolucionario de la dictadura del proletariado. Los funcionarios del partido que hayan violado la prescripción establecida y reiteradas veces en las decisiones relativas al partido francés deben ser privados del derecho a ocupar puestos de confianza durante un año. A fin de imprimir al partido un carácter verdaderamente proletario y eliminar de sus filas a los elementos que sólo lo consideran como una antesala del parlamento, de los consejos municipales, de los consejos generales, etc., es indispensable establecer como regla inviolable que las listas de los candidatos presentadas por el partido en las elecciones incluyan al menos un 90% de obreros comunistas qué trabajan todavía en talleres, en fábricas o en el campo y de campesinos. Los representantes de profesiones liberales sólo pueden ser admitidos dentro del límite estrictamente determinado de a lo sumo un 10% del número total de puestos que el partido ocupa o espera ocupar a través de sus afiliados. Además, se aplicará un particular rigor en la elección de los candidatos pertenecientes a las profesiones liberales (verificación minuciosa de sus antecedentes políticos, de sus relaciones sociales, de su fidelidad y de su consagración a la causa de la clase obrera) por medio de comisiones esencialmente proletarias. Solamente de este modo los parlamentarios, consejeros municipales y generales y alcaldes comunistas, dejarán de ser una casta profesional que sólo mantiene, en la mayoría de los casos, escasas vinculaciones con la clase obrera y se convertirán en uno de los instrumentos de la lucha revolucionaria de masas. El 4º Congreso llama una vez más la atención sobre la excepcional importancia de una actividad justa y sistemática del partido comunista en las colonias. El partido condena categóricamente la posición de la sección comunista de Sidi-Bel-Abbes, que encubre con una fraseología pseudomarxista un criterio puramente esclavista que apoya, en el fondo, la dominación imperialista del capitalismo francés sobre sus esclavos coloniales. El Congreso estima que nuestra actividad en las colonias debe basarse no en elementos tan penetrados de prejuicios capitalistas y nacionalistas sino en los mejores elementos nativos y, en primer lugar, en la juventud proletaria nativa. Sólo una lucha intransigente del partido comunista en la metrópoli contra la esclavitud colonial, y una lucha sistemática en las propias colonias, pueden debilitar la influencia de los elementos ultranacionalistas de los pueblos coloniales oprimidos sobre las masas trabajadoras, ganar la simpatía de éstos para la causa del proletariado francés y no ofrecer, así, al capital francés, en el momento de la sublevación revolucionaria del proletariado, la posibilidad de emplear a los nativos de las colonias como la última reserva de la contrarrevolución. El Congreso internacional invita al partido francés y su comité central a prestar infinitamente más atención, fuerza y medios que hasta ahora a la cuestión colonial y a la propaganda en las colonias y a crear junto al comité central un secretariado permanente de acción colonial, incluyendo en él a representantes de las organizaciones comunistas indígenas. a) Comité Director. Excepcionalmente, dada la crisis aguda provocada por el Congreso de Paris, el Comité Central estará constituido sobre una base proporcional, de acuerdo con la votación del Congreso referida a los organismos centrales. Las proporciones de las diversas fracciones serán las siguientes: Centro, 10 titulares y 3 suplentes. Izquierda, 9 titulares y 2 suplentes. Tendencia Renoult, 4 titulares y 1 suplente. Minoría Renaud Jean, 1 titular. Juventud, 2 representantes con voto deliberativo. El buró político estará compuesto sobre la misma base, obteniendo las fracciones respectivamente: Centro, 3 puestos; Izquierda, 3; Tendencia Renoult, 1. Los miembros del CD, al igual que los del Buró Político y de los organismos centrales importantes, serán designados por las fracciones en Moscú, para evitar todo cuestionamiento de orden personal que podría agravar la crisis. La lista así elaborada es sometida al 4º Congreso Mundial por la delegación, que se compromete a defenderla ante el partido. El 4º Congreso toma conocimiento de esta declaración expresando su convicción de que esta lista constituye la única posibilidad de resolver la crisis del partido. La lista del nuevo Comité Central elaborada por las fracciones es la siguiente: CENTRO Titulares: Marcel Cachin, Frossard, Garchery, Gourdeaux, Jacob, Laguesse, Lucie Leiciague, Marrane, Paquereaux, Louis Sellier. Suplentes: Dupillet, Pierpont, Plais. IZQUIERZA Titulares: Bouchez, Cordier, Demusois, Amédée Dunois, Rosmer, Souvarine, Tommasi, Treint, Vaillant-Couturier. Suplentes: Marthe Bigot, Salles. FRACCIÓN RENOULT Titulares: Barberet, Dubus, Fromont, Werth. Suplente: Lespagnol. Un Consejo Nacional con poderes de Congreso ratificará esta lista, a más tardar en la segunda quincena de enero. Hasta entonces, el CD provisional nombrado por el Congreso de París seguirá en sus funciones. b) La prensa. El Congreso confirma el régimen de prensa ya decidido: 1) Dirección de los diarios dependiente del Buró Político; 2) Editorial sin firma que dé a conocer todos los días a los lectores la opinión del partido; 3) Prohibición para los periodistas del partido de colaborar en la prensa burguesa. Director de la Humanité Marcel Cachin. Secretario General: Amédée Dunois, gozando los dos de los mismos poderes, es decir que todo conflicto que surja entre ellos será planteado ante el Buró Político y resuelto por éste. Secretario de Redacción: un representante de Centro y otro de izquierda. La redacción del Bulletin Communiste será encargada a un camarada de la Izquierda. Los redactores dimisionarios volverán a la redacción. Para preparar el Consejo Nacional, aparecerá nuevamente la página del partido, existiendo en ella libertad de opinión para cada tendencia. e) Secretariado General. Será asegurado sobre una base paritaria por un camarada del Centro y uno de la Izquierda, siendo resuelto todo conflicto por el Buró Político. Titulares:
Frossard y Treint. Suplente de Frossard: Louis Sellier. d) Delegados al Ejecutivo: El Congreso considera como absolutamente necesario para establecer relaciones totalmente normales y cordiales entre el Comité Ejecutivo y el partido francés que las dos tendencias más importantes estén representadas en Moscú por los camaradas más calificados y autorizados de sus tendencias, es decir por los camaradas Frossard y Souvarine, al menos durante tres meses, hasta que finalice la crisis que atraviesa actualmente el partido francés. La representación del partido francés en Moscú por Frossard y Souvarine dará la plena seguridad que cada sugestión del ejecutivo, realizada de acuerdo con esos dos camaradas, contará con la adhesión de todo el partido. e) Sueldos de los funcionarios del partido. En lo que concierne a los sueldos de los funcionarios del partido, redactores, etc., el partido creará una comisión especial compuesta de camaradas que gocen de la confianza moral del partido para reglamentar esta cuestión desde dos puntos de vista: 1) eliminar toda posibilidad de acumulación de asignaciones que provoque una legítima indignación en la masa obrera del partido; 2) para los camaradas cuyo trabajo es absolutamente necesario al partido, crear una situación que les permita dedicar todas sus fuerzas al servicio del partido. f) Comisiones. 1) Consejo de administración de la Humanité: 6 del Centro, 5 de la Izquierda, 2 de la tendencia Renoult. La Comisión acepta que la representación proporcional funcione también excepcionalmente para las comisiones importantes. 2) Secretariado sindical, un secretario del Centro y un secretario de la Izquierda, siendo resuelto todo conflicto entre ellos por el Buró Político. g) Casos de litigio. Los casos de litigio que emanen de la aplicación de las decisiones sobre organización adoptadas en Moscú, deberán ser solucionados por una comisión especial compuesta por un representante del Centro, un representante de la izquierda y el delegado del Ejecutivo como presidente. h) Puestos vedados para los antiguos francmasones. Entendemos con esto los puestos cuyes titulares tienen la orden de representar más o menos independientemente, bajo su propia responsabilidad, las ideas del partido ante la masa obrera, mediante la pluma o la palabra. Si hubiese entre las dos fracciones alguna divergencia sobre la determinación de esos puestos, sería sometida a la comisión indicada anteriormente. En caso de dificultades técnicas para la reintegración de los redactores dimisionarios, la comisión considerada precedentemente las resolverá. Todas las resoluciones no referidas a la constitución del CD son aplicables inmediatamente. 1.- La tarea más urgente del partido consiste en organizar la resistencia del proletariado ante la ofensiva del capital desplegada en Francia al igual que en los demás grandes estados industriales. La defensa de la jornada de ocho horas, la conservación y el aumento de los salarios obtenidos, la lucha por todas las reivindicaciones económicas, constituyen la mejor plataforma para reunir al proletariado disperso y devolverle la confianza en su fuerza y en su futuro. El partido debe iniciar inmediatamente la organización de los movimientos de conjunto susceptibles de derrotar la ofensiva del capital y de infundir en la clase obrera la noción de su unidad. 2.- El partido debe llevar a cabo una campaña para demostrar a los trabajadores la interdependencia existente entre el mantenimiento de la jornada de ocho horas y la protección de los salarios, la inevitable repercusión de una de esas reivindicaciones sobre la otra. Debe considerar como motivos de agitación no solo las maniobras de la patronal sino, también, los ataques lanzados por el estado contra los intereses inmediatos de los obreros, como por ejemplo el impuesto sobre los salarios y todas las cuestiones económicas que interesan a la clase, obrera: el aumento de los alquileres, los impuestos de consumo, los seguros sociales, etcétera. El partido emprenderá una activa campaña de propaganda en la clase obrera por la creación de consejos de fábrica que abarquen al conjunto de los trabajadores de cada empresa, estén o no organizados sindical o políticamente, destinados sobre todo a ejercer un control obrero sobre las condiciones del trabajo y de la producción. 3.- Las consignas de lucha por las reivindicaciones materiales apremiantes del proletariado deben servir para hacer efectivo el frente único contra la reacción económica y política. La táctica del frente único obrero será el patrón general de las acciones de masa. El partido creará condiciones favorables para el triunfo de esta táctica encarando una preparación seria de su propia organización y de los elementos simpatizantes, con todos los medios propagandísticos y de agitación de que disponga. La prensa, los volantes, los panfletos, las reuniones de todo tipo, deben emplearse en esta acción que el partido extenderá a todos los grupos proletarios donde haya comunistas. El partido convocará a las organizaciones obreras rivales más importantes, polí-ticas y sindicales, comentando constantemente en la prensa sus proposiciones o las de los reformistas, las aceptaciones y los rechazos de unas u otras. En ningún caso renunciará a su total independencia, a su derecho a criticar a los participantes en la acción. Siempre tratará de tomar y conservar la iniciativa y de gravitar sobre cualquier otra iniciativa que coincida con su programa. 4.- Para estar en condiciones de participar en la acción obrera en todas sus formas, de contribuir a orientarla o de desempeñar, bajo determinadas circunstancias, un papel decisivo, el partido debe constituir, sin pérdida de tiempo, su organización de trabajo sindical. La formación de comisiones sindicales dependientes de las federaciones y secciones (decidida por el Congreso de París) y de grupos comunistas en las fábricas y en las grandes empresas capitalistas o estatales, hará penetrar en las masas obreras las ramificaciones del partido, gracias a las cuales éste podrá difundir sus consignas y aumentar la influencia comunista en el movimiento proletario. Las comisiones sindicales, en todos los niveles de la estructura del partido y de los sindicatos, se mantendrán en vinculación con los comunistas que se mantuvieron, de acuerdo con el partido, en la CGT reformista y los guiarán en su oposición a la política de los dirigentes oficiales. Registrarán a los miembros del partido sindicados, controlarán su actividad y les transmitirán las directivas del partido. 5.- El trabajo comunista en todos los sindicatos sin excepción consiste, en primer término, en la lucha por el restablecimiento de la unidad sindical, indispensable para la victoria del proletariado. Toda ocasión debe ser utilizada por los comunistas para demostrar los efectos nefastos de la escisión actual y preconizar la fusión. El partido combatirá toda tendencia a la dispersión de la acción, a la división de la organización, al particularismo profesional o local, a la ideología anarquista. Sostendrá la necesidad de la centralización del movimiento, la formación de vastas organizaciones por industria, la coordinación de las huelgas para sustituir las acciones localizadas y limitadas, condenadas de antemano a la derrota, por las acciones de conjunto susceptibles de mantener la confianza de los trabajadores en su fuerza. En la CGT Unitaria, los comunistas combatirán toda tendencia contraria a la reunión de los sindicatos franceses en la Internacional Sindical Roja. En la CGT reformista, denunciarán a la internacional de ímsterdam y las prácticas de colaboración de clase de los dirigentes. En las dos CGT, preconizarán las manifestaciones y acciones comunes, las huelgas en común, el frente único, la unidad orgánica, el programa integral de la Internacional Sindical Roja. 6.- El partido debe aprovechar cada movimiento
de masas espontáneo u organizado, que revista una cierta amplitud, para esclarecer el carácter político de toda lucha de clases y utilizar las condiciones favorables para la difusión de sus consignas de lucha política tales como la amnistía, la anulación del Tratado de Versalles, la evacuación de la orilla izquierda del Rin por el ejército de ocupación, etc. 7.- La lucha contra el Tratado de Versalles y sus consecuencias debe pasar a un primer plano dentro de las preocupaciones del partido. Se trata de activar la solidaridad de los proletarios de Francia y Alemania contra la burguesía de los dos países, que son las que se benefician con el trabajo. Para ello, el deber urgente del partido francés será el de hacer conocer a los obreros y a los soldados la situación trágica de sus hermanos alemanes, agobiados por las dificultades materiales provocadas esencialmente por las consecuencias del tratado. El estado alemán no puede satisfacer las exigencias de los aliados si no es a costa de mayores sufrimientos para la clase obrera. La burguesía francesa protege a la burguesía alemana, negocia con ella en detrimento de los obreros, favorece su empresa de dominación sobre los servicios públicos y le garantiza ayuda y protección contra el movimiento revolucionario. Las dos burguesías se preparan para concluir la alianza del hierro francés y del carbón alemán y arreglar la ocupación del Ruhr, lo que significará la esclavitud de los mineros de la cuenca. Un gran peligro amenaza no sólo a los explotados del Ruhr sino también a los trabajadores franceses, incapaces de sostener la competencia de la mano de obra alemana, reducida para los capitalistas franceses a muy bajo precio gracias a la devaluación del marco. El partido debe hacer comprender esta situación a la clase obrera francesa y prevenirla contra el inminente peligro. La prensa debe describir constantemente los sufrimientos del proletariado alemán, víctima del Tratado de Versalles y demostrar la imposibilidad de su realización. En las regiones ocupadas militarmente y en las regiones devastadas, debe llevarse a cabo una propaganda especial para denunciar a las dos burguesías como responsables de los males que afligen a esas regiones y desarrollar el espíritu de solidaridad de los obreros de ambos países. La consigna comunista será: confraternización de los soldados y de los obreros franceses y alemanes en la orilla izquierda del Rhin. El partido se mantendrá en estrecha vinculación con el partido hermano de Alemania para realizar eficientemente esta lucha contra el Tratado de Versalles y sus consecuencias. El partido combatirá al imperialismo francés no solamente en lo que respecta a su política sobre Alemania sino, también, en lo que respecta a sus manifestaciones sobre toda la superficie del globo, en particular a los tratados de paz de Saint-Germain, Neuilly, Trianon y Sevres. 8.- El partido emprenderá un trabajo sistemático de penetración comunista en el ejército. La propaganda antimilitarista deberá diferenciarse claramente del pacifismo burgués hipócrita e inspirarse en el principio del armamento del proletariado y del desarme de la burguesía. En su prensa, en el parlamento, en toda ocasión favorable, los comunistas apoyarán las reivindicaciones de los soldados, preconizarán el reconocimiento de los derechos políticos de éstos, etc. En medio del llamamiento a las nuevas clases y de las amenazas de guerra se debe intensificar la agitación antimilitarista revolucionaria. Se hará bajo la dirección de un órgano especial del partido, con participación de las Juventudes Comunistas. 9.- El partido asumirá la causa de las poblaciones coloniales explotadas y oprimidas por el imperialismo francés, apoyará sus reivindicaciones nacionales que constituyen etapas hacia su liberación del yugo capitalista extranjero, defenderá sin reservas su derecho a la autonomía o a la independencia. Luchar por sus libertades políticas y sindicales sin restricciones, contra el servicio militar de los nativos, por las reivindicaciones de los soldados nativos, esa es la tarea inmediata del partido. í‰ste combatirá despiadadamente las tendencias reaccionarias aún existentes entre ciertos elementos obreros y que consisten en la limitación de los derechos de los nativos. Creará junto a su comité central un organismo especial dedicado al trabajo comunista en las colonias. 10.- La propaganda entre la clase campesina, tendente a ganar para la revolución a la mayoría de los obreros agrícolas, colonos y granjeros y a ganarse la confianza de los pequeños propietarios, se acompañará con una acción orientada hacia la obtención de mejores condiciones de vida y de trabajo de los campesinos asalariados o dependientes de los grandes propietarios. Dicha acción exige que las organizaciones regionales del partido formulen y difundan programas de reivindicaciones inmediatas apropiados para las condiciones especiales de cada región. El partido deberá favorecer las asociaciones agrícolas, cooperativas y sindicales, contrarias al individualismo campesino. Se dedicará particularmente a la creación y al desarrollo de los sindicatos profesionales entre los obreros agrícolas. 11.- El trabajo comunista entre las obreras es de un interés primordial y exige una organización especial. Se necesitan una comisión central dependiente del comité central con un secretariado permanente, comisiones locales cada vez más numerosas y un órgano consagrado a la propaganda femenina. El partido apoyará la unificación de las reivindicaciones de las obreras y de los obreros, la nivelación de los salarios para un mismo trabajo sin distinción de sexo, la participación de las mujeres explotadas en las campañas y en las luchas de los obreros. 12.- Es preciso consagrar al desarrollo de las Juventudes Comunistas esfuerzos más metódicos y constantes de los que ha hecho el partido hasta ahora. Se deben establecer relaciones recíprocas entre el partido y las Juventudes Comunistas en todos los niveles de la organización. En principio, la juventud estará representada en todas las comisiones dependientes del comité central. Las federaciones, las secciones, los propagandistas del partido tienen la obligación de ayudar a los grupos ya existentes de jóvenes y de crear otros nuevos. El comité central está obligado a vigilar el desarrollo de la prensa de las juventudes y a asegurar a éstas una tribuna en los órganos centrales. El partido hará suyas en los sindicatos las reivindicaciones de la juventud obrera de acuerdo con su programa. 13.- En las cooperativas, los comunistas defenderán el principio de la organización nacional única y crearán grupos comunistas vinculados a la sección cooperativa de la Internacional Comunista por intermedio de una comisión vinculada al comité central. En cada federación, una comisión especial deberá dedicarse al trabajo comunista en las cooperativas. Los comunistas se esforzarán en utilizar la cooperación como auxiliar del movimiento obrero. 14.- Los elegidos en el parlamento, en las municipalidades, etc., llevarán a cabo la lucha más enérgica vinculada estrechamente con las luchas obreras y las campañas conducidas por el partido y las organizaciones sindicales al margen del parlamento. Los diputados comunistas, bajo el control y la dirección del comité central del partido, los consejeros comunistas municipales generales y de circunscripción bajo el control y la dirección de las secciones y de las federaciones, deberán ser empleados por el partido como agentes de agitación y de propaganda, conforme a las tesis del II Congreso de la Internacional Comunista. 15.- El partido, para poder elevarse a la altura de las tareas trazadas por su programa y por los congresos nacionales e internacionales y poder realizarlos, deberá perfeccionar y fortalecer su organización, siguiendo el ejemplo de los grandes partidos comunistas de los demás países y las reglas de la Internacional Comunista. Necesita una severa centralización, una disciplina inflexible, una estrecha subordinación de cada miembro del partido, de cada organismo al organismo inmediato superior. También es indispensable desarrollar la educación marxista de los militantes multiplicando sistemáticamente los cursos sobre doctrina en las secciones, abriendo escuelas del partido, quedando estos cursos y estas escuelas bajo la dirección de una comisión central del comité central. ____________________________ NOTASLa preparación de la revolución proletaria
Hacia la acción
Resolución sobre la cuestión francesa[124]
2 de diciembre de 1922
La crisis del partido y el papel de las fracciones
La extrema izquierda
La cuestión sindical
Las lecciones de la huelga del Havre
La francmasonería y la Liga de los Derechos del Hombre y la prensa burguesa
Los candidatos del partido
La acción comunista en las colonias
Decisiones
Programa de trabajo y de acción del Partido Comunista Francés[125]
5 de diciembre de 1922
[112] Ver en Los cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista, 2ª edición, EIS, Valencia, 2017, página 215.
[113] Ver en estas EIS en Los cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista, páginas 206 y 207.
[114] Tomado de Discurso de Trotsky en honor a la Internacional Comunista en su Cuarto Congreso Mundial, Edicions Internacionals Sedov / Trotsky inédito en internet y en castellano.
[115] Tomado de Informe sobre la NEP soviética y la perspectiva de la revolución mundial. Obra de León Trotsky, CEIP León Trotsky.
[116] Tomado de Carta a Zinóviev, Edicions Internacionals Sedov / Trotsky inédito en internet y en castellano.
[117] Tomado de El gobierno obrero en Francia, Edicions Internacionals Sedov / Trotsky inédito en internet y en castellano.
[118] Tomado de La situación económica de la Rusia de los soviets. [Tesis sobre la NEP y las perspectivas de la revolución mundial], Edicions Internacionals Sedov / Trotsky inédito en internet y en castellano.
[119] Trotsky acompañaba el título con la siguiente explicación: «Estas tesis son un esquema del informe que presenté al Cuarto Congreso de la Internacional Comunista sobre la situación económica de Rusia soviética y las perspectivas de la revolución mundial».
[120] Tomado de Informe al Cuarto Congreso Mundial, Edicions Internacionals Sedov / Trotsky inédito en internet y en castellano.
[121] Ver Carta a Rosmer (noviembre de 1921), Carta a Rosmer (22 mayo 1922) Carta a Ker (6 junio 1922) Carta a Treint (31 julio 1922), o en esta misma obra. EIS.
[122] Por supuesto que se trataba de una sección compuesta por franceses de Argelia. En mi discurso he omitido la necesaria refutación del argumento pseudomarxista del agrupamiento de Sidi-bel-Abbès. Se invoca el estado de barbarie en el que caerían necesariamente los indígenas caso que su levantamiento contra el despotismo de la clase burguesa francesa se viera coronado por el éxito. Este argumento está cogido prestado de los socialdemócratas de la derecha de antes de la guerra. Pero hay que reconocer que entre estos últimos suponía cierta justificación, puesto que el capitalismo se encontraba aún en su línea ascendente. Ahora que el capitalismo europeo está en plena descomposición, es un desafío a las más simples verdades de la ciencia histórica ver en él un factor progresivo para las colonias. Bajo el socialismo (tras haber reemplazado al capitalismo y extendido su influencia a las colonias) se les podrá verdaderamente sacar de la «barbarie», es decir de la situación de retraso en que se encuentran.
Todo movimiento colonial que debilite la dominación capitalista en las metrópolis es progresivo porque facilita la tarea revolucionaria del proletariado.
Es evidente que la rebelión en las colonias no puede provocarse arbitrariamente en un momento dado. Son necesarias condiciones especiales para que un movimiento semejante se vea coronado con la victoria. Pero aquí ya se trata de una cuestión estratégica: siempre hay que escoger el momento y los métodos propicios. Esta regla de estrategia no tiene nada que ver con la fórmula de la que hablamos: «¡Esclavos de las colonias, seguid siendo esclavos hasta el momento en el que nosotros, seres supremos de las metrópolis, hayamos cambiado todo esto, porque si abandonáis prematuramente la protección de nuestra burguesí¬a educadora, caeréis inevitablemente en vuestra barbarie natural!» L.T.
[123] Ver Programa de acción del Partido Comunista Francés, también en esta obra.
[124] Tomado de Resolución sobre la cuestión francesa, Edicions Internacionals Sedov / Trotsky inédito en internet y en castellano.
[125] Tomado de Programa de trabajo y de acción del Partido Comunista Francés, Edicions Internacionals Sedov / Trotsky inédito en internet y en castellano.