"Lo fundamental era estar al lado del pueblo, impulsarlo a la lucha. No había que olvidar que nosotros, los comunistas, éramos los organizadores, sólamente el armazón. He aquí lo que no se podía olvidar un sólo instante. Y entonces ninguna fuerza enemiga sería capaz de quebrantarnos" Alexéi Fiódorov

Capítulo segundo: DIAS DIFICILES parte 10 de 13

-Me parece que como iniciadora de la idea, le corresponde ser la jefe —le dije a la chica.

— ¿Y no podría ser, camarada Orlov, que no es que le pareciera o pensara que..., sino que me nombrara con el poder que tiene? Así sería la cosa más fuerte, y más aún cuando nuestra gente se da cuenta de que el nombramiento y la orden viene del Partido. Abuela, abra usted la puerta. Que los guerrilleros oigan la orden del camarada... Orlov.

Sonaba en la voz de la chica tal nota exigente y seguridad de su razón que la viejecita cumplió su orden sin decir palabra. Yo también comprendí que podría entregársele la jefatura del grupo y que mi orden tendría una gran importancia para todos los miembros del grupo.

— ¡Entren aquí! —llamé a los jóvenes.

Saqué en claro que de los quince miembros del grupo, nueve eran komsomoles. La mayor era Zina. Tenía veintidós años. El más pequeño era Misha, con catorce. Quise convencerlo de que se quedara. Pero no era tan fácil la cosa. Me explicó sus hazañas con el grupo de Timur. Era un chico alto, fuerte, con una mirada audaz.

— Yo de un fusil de guerra le daba a una manzana, sé lanzar granadas; ¡oiga, nunca tengo miedo!

La primera impresión que me produjo el grupo fue muy buena; hasta me pasó por la cabeza la idea de seguir hacia el destacamento de Ichnia con los chicos. Pero al instante abandoné la ocurrencia. Uno de los chicos dijo que antes de marcharse al bosque tenían que eliminar en la aldea a todos los que se ponen del lado de los alemanes y nombré tres o cuatro apellidos. Propuso un plan completamente loco: ahora mismo, en plena noche, pasar por las casas de los kulaks y sus amigos que habían vuelto, volarlos con las granadas y después correr al bosque. El chico era joven y hablaba con pasión. Yo pensaba que los demás lo calmarían, le explicarían que no se puede actuar de manera tan poco organizada ni meditada. Pues no, su plan fue recibido con entusiasmo por más de la mitad del grupo. Es cierto que Zina intentó calmar los ánimos.

— ¡Pero qué pocos sesos tenéis, chicos! Así ni siquiera llegaremos al bosque, nos pescarán los alemanes, nos colgarán y quemarán la aldea. Lo que tenemos que hacer es llegar hasta los guerrilleros y allí estará nuestra fuerza, allí habrá un jefe que sabrá a dónde dirigir los golpes.

— ¡Lo que pasa es que eres una miedosa! —gritó el autor del plan.

Tuve que elevar la voz. Di orden de que se callaran al instante. Los chicos obedecieron, pero se veía que estaban ardiendo por dentro. Me di cuenta de que tan sólo salieran de aquí se pondrían a discutir de nuevo.

Nuestra charla transcurría casi a oscuras, yo casi no podía distinguir los rostros de los chicos. Me di cuenta de que falseaban la voz, para darse más importancia hablaban con voz de bajo. Al encender un pitillo, Simonenko prendió en la estufa un trozo de papel e iluminé con su claridad por un instante todo el grupo. Y entonces pude ver qué chicos más jóvenes había reunido Zina. Hablé con cada uno de ellos por separado. Sólo cinco de ellos trabajaban en el koljós, los demás eran alumnos de sexta y séptima clase. Estos chicos, claro está, no se podían ni imaginar las dificultades que tendrían que soportar en el destacamento guerrillero. La idea de ser guerrilleros se había apoderado de ellos. Querían cuanto antes iniciar la lucha, pegar tiros y gritar hurras.

¿Renunciar a la ayuda de estos jóvenes todavía sin un pelo en la cara? Evidentemente, no, estos chicos podrían ser de gran ayuda para las organizaciones clandestinas y las unidades guerrilleras. Es una verdadera lástima que hayamos podido dedicar tan poco tiempo a la preparación de los hombres.

Elegí a seis de ellos, a los mayores, les di permiso para que ingresaran en el destacamento. A Misha y los restantes escolares les propuse que organizaran en su propia aldea un grupo clandestino: escribir octavillas, echarlas por las casas, establecer contacto con los jóvenes de las aldeas vecinas. Aceptaron la propuesta, pero se les veía claramente decepcionados.

En eso acabé la reunión. Ya no pude dormir el resto de la noche. "En cada aldea —pensaba yo— hay decenas de jóvenes que al igual que estos chicos se lanzarían sin pensarlo y sin organización alguna a la lucha. Por su falta de experiencia muchos de ellos perecerán. Sus intenciones son puras, buenas. Lo que les empuja a la lucha es su patriotismo inculcado por la escuela soviética, por el Komsomol. Pero ni la escuela ni el Komsomol no les han preparado, claro, para dedicarse al trabajo clandestino ni a la guerrilla". La vieja Simonenko, como adivinando mis pensamientos, me conté que cuando pararon por primera vez los alemanes en el pueblo, los chicos se paseaban entre ellos sin temor alguno, y algunos de ellos hasta se mofaban de los soldados.

— El chico de la vecina, Mikola, llegó a irritar tanto a un soldado alemán que éste lo até y lo metió bajo una mesa. Los alemanes se quedaron tres días en la aldea, y los tres días Mikola se los pasó atado debajo de la mesa. Cuando los soldados se sentaban a comer, le daban patadas a Mikola y le tiraban trozos de comida como si fuera un perro. Pero él no comió nada, ni siquiera pidió de beber. Y salió con vida de ésta. ¿De dónde había sacado estas fuerzas el chiquillo?

Más tarde me convencí que estos pequeños ciudadanos de nuestro país tenían muchas fuerzas y mucha pasión revolucionaria. Y en todas partes, donde a esto se le afiadí'a aunque fuera el embrión de una organización, los komsomoles de las aldeas, y hasta los pioneros, eran una ayuda muy importante para las organizaciones clandestinas y los guerrilleros.

* * *

Iván Simonenko también se disponía a marchar. Su madre le había preparado empanadas y embutido para el camino. Yo le insistía para que viniera conmigo y se hiciese guerrillero, pero él seguía en sus trece: "La lucha de guerrillas es insegura, dudosa, y además, ¿cómo vamos a hacer frente con un palo o, en el mejor de los casos, con un fusil y un automático a los tanques, a la aviación y a la artillería? No, camarada Fiódorov, ese modo anacrónico de pelear, ese sistema de emboscadas pertenecen a otros tiempos y ya no pueden dar ningún resultado".

No tuve más remedio que despedirme de mi compañero de peregrinación.

El se encaminé hacia el Este, en dirección al frente, y yo tiré para el Oeste.

Lo último que hicimos juntos fue algo imprescindible, pero triste y desagradable.

Muy avanzada la noche, salimos al huerto y cavamos bajo un manzano un hoyo de setenta centímetros de profundidad y en él enterramos nuestros documentos.

Envolvimos con mucho cuidado cada documento en periódicos y el paquete en la goma de una careta antigás. Después lo depositamos en el fondo del hoyo y lo cubrimos de tierra que apisonamos.

No me quedé más que con un certificado: "Certifico que Kostiria, Alexéi Maxímovich, fue condenado en 1939 por malversación y puesto en libertad antes de extinguir la pena, el 18 de agosto de 1941..." Todo esto con las correspondientes firmas y sellos.

Por la tarde, pedí a la vieja Simonenko que hiciéramos una especie de ensayo.

Iván no estaba en casa. La viejecita, mientras pelaba patatas para la cena de despedida, me "interrogaba".

— ¿Dónde trabajó usted antes de ser detenido?

— En el almacén número 16 de Górlovka, en la cuenca del Donets.

— ¿Era un almacén de comestibles o de ropa?

— Una panadería. Yo era el encargado.

— ¿Y qué te pasó? ¿Robaste o engañaste en el peso?

— De todo hubo, señor juez, he robado y he engañado en el peso.

— ¿A cuántos años te condenaron?

— A seis años.

— ¿Sólo a seis años? ¡Vaya un tribunal! ¿Has robado, has engañado al pueblo y te han condenado sólo a seis años?

La indignación de la vieja era tan sincera, que decidí interrumpir el ensayo. Por lo visto, había aprendido bien el papel y mis respuestas eran convincentes.

No se me ofreció otra oportunidad para comprobar mi talento de actor. Tampoco tuve ocasión de exhibir ante nadie el certificado de que era un malversador.

* * *

Hacía más de dos semanas que había salido de Piriatin, y más de una que me encontraba en la región de Chernígov. Durante ese tiempo vi a mucha gente.

La falta de actividad me abrumaba: el deseo de actuar de un modo concreto, de luchar directamente contra los alemanes era tan inmenso, que empezaba ya a pensar si no sería lo mejor quedarme allí. En Lísovie Soróchintsi había bastante gente que deseaba luchar contra los invasores. ¿Por qué no reunir allí un destacamento guerrillero? Al principio no sería numeroso, pero después se uniría a él la gente de las aldeas vecinas. Este plan me atraía más y más y una vez hablé de ello a Bodkó. El se entusiasmó, naturalmente, y me aseguré que conseguiría unos diez fusiles e incluso un automático con algunos discos de repuesto que tenía un muchacho. La tentación era grande, pero tuve que renunciar a este plan, porque era preciso, en primer término, concentrar en una sola mano toda la organización regional. Yo no dudaba de que esta organización existía... Bastante más tarde, me enteré que durante mis solitarias andanzas, a fines de septiembre y principios de octubre, habían comenzado ya a actuar en la región de Chernígov muchos Comités de Distrito clandestinos del Partido y del Komsomol, centenares de células y grupos de resistencia; los esfuerzos del Partido no fueron estériles.

Al comienzo dei libro he hablado del secretario del Comité de Distrito de Jolm, Iván Martiánovich Kúrochka, que había manifestado deseos de quedarse a trabajar en la clandestinidad. El lector recordará, seguramente, con qué energía Iván Kúrochka llevé a cabo la preparación de las organizaciones clandestinas y de los destacamentos guerrilleros. Desde los primeros días de la ocupación, las organizaciones clandestinas de su distrito comenzaron a actuar tan enérgicamente, que puede decirse que no hubo aldea donde no se sintiera la influencia de los comunistas, donde no se manifestara el pueblo contra los alemanes: los campesinos saboteaban las órdenes, exterminaban a los cómplices de los alemanes, ayudaban a los combatientes soviéticos cercados o prisioneros. En todas las localidades del distrito existían domicilios secretos; en todas partes, los dirigentes de la organización clandestina encontraban gente de confianza.

Sólo en el pueblo de Jolm había cuatro casas donde los comunistas podían reunirse clandestinamente. Eran simples casas koljosianas. Sus dueños tenían siempre reservas de pan seco y salazón por si un compañero de la organización clandestina tenía que salir inmediatamente para el bosque. En algunas de estas casas también se podía encontrar ropa. A veces entraba uno vestido con una chaqueta guateada y salía envuelto en una pelliza. De esa manera se conseguía despistar a los sabuesos del enemigo.

Las autoridades alemanas exigían que el ganado de labor, las vacas, los cerdos, el grano, el forraje, las legumbres y otros bienes de los koljoses fueran reunidos y calculado su número y cantidad en espera de las disposiciones de las nuevas autoridades.

Los compañeros de la organización clandestina tomaron un acuerdo audaz: convocar una sesión del Soviet de distrito de Jolm para procurar salvar de los alemanes los bienes koljosianos. Se repartieron las comunicaciones invitando a la reunión y el día 16 de septiembre, como si no hubiera alemanes por allí, se congregaron en Jolm los diputados, los activistas, los presidentes y los miembros de la junta directiva de los koljoses.

Presidía la sesión el camarada Vodopiánov, secretario del Comité de Distrito del Partido. Hizo un breve informe sobre la marcha de la guerra y las tareas de los ciudadanos soviéticos en la retaguardia enemiga.

Los reunidos acordaron que se debía sabotear, por todos los medios, las órdenes alemanas y decidieron que los koljoses distribuyeran inmediatamente todos sus bienes entre los campesinos. Las cosas que se pudieran guardar, debían ser enterradas en sitio seguro, y lo que no, destruido inmediatamente. A continuación se celebraron también reuniones en los koljoses. En esas reuniones participaron los secretarios del Comité de Distrito del Partido y los diputados. La población pudo convencerse prácticamente de que el Partido y el Poder soviético seguían existiendo y promulgando, en contra de las órdenes alemanas, disposiciones que favorecían los intereses del pueblo.

Iván Martiánovich Kúrochka, primer secretario del Comité de Distrito de Jolm, dirigió personalmente toda la organización de resistencia por medio de personas que conocía bien. En aquel distrito, uno de los primeros ocupados por los alemanes, ya actuaban entonces seis pequeños destacamentos guerrilleros. Tendían emboscadas por los caminos, volaban puentes, exterminaban grupos enemigos poco numerosos. Lo más positivo de la labor desarrollada por la organización clandestina de Jolm fue la recepción sistemática por radio de los partes de guerra del Buró Soviético de Información. Los comunistas, los komsomol les y agitadores sin partido celebraban, no menos de dos veces por semana, charlas con los campesinos, informándoles de la situación en los frentes y desenmascarando la falsa propaganda alemana.


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