Antonio Labriola

 

FILOSOFIA Y SOCIALISMO

(1899)

 

 

XI

Post-Scriptum a la edición francesa 

 

 

Frascati (Roma), 10 de septiembre de 1898.

Bien que hasta ahora Sorel no haya manifestado deseos de volver sobre estas cosas, puede ser que lo haga más adelante. Pero tengo razones para temer que, haciéndolo, siga un camino para mí inesperado, ya que habla ahora de: La Crisis del socialismo científico (consultar su artículo en la Critica Sociale del 1° de mayo de 1898, págs. 134-38), precisamente con motivo de las publicaciones del señor Merlino, que tan severamente había criticado el año pasado (Devenir Social, octubre 1897, págs. 854-58).

Pero que comience o no de nuevo a ocuparse de estos problemas generales, tomando en consideración lo que escribía dirigiéndome a él, debo aclarar ahora, para evitar todo mal entendido y para que no pueda haber equívocos para el lector, que yo no lo seguiré en sus lucubraciones apresuradas o prematuras contra la teoría del valor (Journal del économistes, París, mayo 15 de 1897; Sozialistische Monatshefte, Berlín, agosto 1897; Giornale degli Economisti, Roma, julio de 1898; Riforma Sociale, agosto de 1898). Sin discutir aquí sus lucubraciones, lo que no se puede hacer incidentalmente y como pasatiempo, no quisiera verme citado en compañía de Sorel, como uno de los ejemplos de la crisis del marxismo (Ver Th. Masaryk, die Krise des Marxismus. Viena, 1898; traducción francesa en la Revue internationale de sociologie, julio de 1898, en donde se cita a Sorel en apoyo de este precioso descubrimiento literario, pág. 8). A mi parecer, en esta pretendida crisis hay buen número de dramatis personae, que aun no han comprendido bien su papel, o que no han podido aprenderlo, o que lo recitan muy mal.

Debo hacer estas mismas reservas, con más fuerza quizá, con respecto al ensayo de Croce: Para la interpretación y crítica de algunos conceptos del Marxismo, Nápoles, 1897. (Traducido en el Devenir Social, IV año, febrero y marzo de 1898).

Aunque este trabajo parece ser (y es lo que declara el mismo autor en la pág. 3) una nota libre a mi Discorrendo, contiene, en verdad, junto a muchas observaciones útiles de metodología histórica y a algunas indicaciones sagaces sobre táctica política, proposiciones teóricas que no tienen nada que ver con mis publicaciones y opiniones, y que les son hasta diametralmente opuestas. ¿Debo emprender una verdadera polémica ex profeso contra este ensayo, que desde otros puntos de vista merece ser leído? Dejo de buen grado al autor de esta nota libre la libertad de sus opiniones, siempre que no crean los lectores que es un complemento, aceptado por mí, de mis ideas personales.

No puedo, sin embargo, hacer sólo reservas como al señor Sorel, por lo que me es necesario consignar algunas notas críticas sumarias. Nada diré de las sutiles distinciones escolásticas, en las que se detiene con gusto Croce, entre la ciencia pura y la ciencia aplicada, entre el homo oeconomicus y el hombre moral, entre el egoísmo y el interés personal, entre lo que es y lo que debe ser, etc., porque, en el fondo, mi oficio de profesor me obliga a ser indulgente para con la escolástica tradicional, que puede, con ciertos límites, servir para orientar el espíritu de los principiantes, pero que no es nunca la ciencia plena y concreta. ¿Cómo podría impedir el astrónomo que la gente hable del sol que se levanta y del sol que se pone? Podría invitar a leer los capítulos VI y VIII de mi libro Del Materialismo Histórico (págs. 59 y sig. y 104 y sig. de la edición citada), consagrados a una cuestión análoga, en donde muestro cómo los factores indispensables al conocimiento empírico e inmediato se transforman en ciertas circunstancias en aspectos o en momentos (según los casos) de un conocimiento total unitario. Pero me pregunto: ¿Cómo aquel que aún tiene el cerebro comprimido por las dificultades de la lógica del conocimiento empírico inmediato puede abordar seriamente el problema del marxismo, que está, o al menos pretende estar (para ser cortés con los adversarios) por encima de estas distinciones preliminares? ¿No es esta una lucha con armas demasiado desiguales? Invitaría a Croce a hacer nuevo uso de su facultad crítica en otro dominio de estudios; a leer rápidamente un tratado de Energética (por ejemplo, el reciente de Helm), de enviar al diablo todos los Helmotz y todos los R. Mayer de este mundo, para volver a poner en su lugar, de acuerdo al sentido común, la luz que es siempre luminosa y el calor que es siempre caliente.

¿Pero de dónde saca Croce — ¡y en el preciso momento en que se ocupa de Marx! — la convicción de que, fuera de las diferentes economías que se han sucedido en la historia, de la cual la economía capitalístico-industrial es, por así decir, un caso particular (siendo éste, digámoslo al pasar, el único caso que hasta ahora tiene su teoría, la que se halla en numerosas variantes de escuelas y subescuelas) , hay una economía pura, que por sí sola aclara y por sí sola sugiere una dirección general de interpretación de todos los casos, o mejor, de todas estas formas de prosaica experiencia? ¿Un animal en sí, además de todos los animales visibles y palpables? ¿Y qué podrá contener esta economía del hombre supra-histórico y supra-social, que termina por ser más fastidiosa que los super-hombres de la literatura y de la filosofía? Quizá contenga la simple teoría de las necesidades y de los apetitos, estando dada únicamente la naturaleza exterior, pero sin la experiencia del trabajo, sin instrumentos y sin correlaciones precisas de asociación o de sociedad. Esta tesis quizá pudiera servir a la psicología conjetural del hombre prehistórico. Pero no; esta economía del hombre en sí, según Croce, es perpetua y actual; y aquí en verdad me pierdo (pág. 19): "¡acepto la construcción económica de la escuela hedonista, la utilité ophélimité, el grado final de la utilidad y, en fin, la explicación (económica) del beneficio del capital como proveniente del grado diferente de utilidad de los bienes presentes y de los bienes futuros! Pero esto no satisface el deseo de una explicación sociológica del beneficio del capital; y esta explicación, como todas las de la misma naturaleza, no se la puede encontrar en otra parte que en la dirección en que las ha investigado Marx". Mi amigo Croce es verdaderamente insaciable, y su insaciabilidad podría hacerlo pasar, si no lo conociera bien, por un espíritu caprichoso. Acepta en conjunto todo un sistema económico, un sistema que pretende abarcar todo lo cognoscible económico. Es un sistema muy conocido en Italia, donde tiene infinidad de representantes, donde ha sido continuado y perfeccionado, según se dice, por Barone, en lo que concierne a la teoría de la repartición. ¡En apoyo de su profesión de fe, que debe ser muy agradable ya que es hedonista, pone una exclamación cuando dice que acepta la explicación económica (¿no debiera ser no-económica?) del "beneficio del capital como proveniendo del grado diferente de utilidad de los bienes presentes y de los bienes futuros!" ¿Qué le falta aún para tratar de imbécil y de visionario a Marx, quien por caminos completamente diferentes se ha esforzado investigando el origen, el proceso y la repartición de la plus-valía? Y es a eso, en fin de cuentas, que se reduce esencialmente para Marx su actividad específica de crítico y de innovador de la economía. La célebre fórmula AA', es decir, el dinero que hace dinero con un beneficio, ha sido como el clavo remachado en la cabeza de Marx, al mismo tiempo que es el centro de su investigación. Croce, después de haber hecho su profesión de fe de hedonista convencido, como si después de haber bebido y comido a saciedad se quisiera seguir comiendo y bebiendo, se vuelve hacia Marx para pedirle una teoría sociológica que venga a completar la teoría económica a la que se ha aferrado de una manera decidida; ¿y qué puede decirle Marx sino esto?: enviad al diablo vuestro galimatías hedonista, pues es inútil interrogarme sobre todas e^tas bagatelas, porque no puedo ofrecer a usted sino una cosa completamente distinta. En efecto, Croce está obligado a hablar de un Marx que difiere — un poco o mucho, yo no sé — del verdadero Marx, para que sus tales principios sean conciliables con los datos indiscutibles del hedonismo. Hablando de la manera por la que Marx "ha podido llegar a descubrir y definir el origen social del beneficio, es decir, de la plus-valía, formula esta sentencia (pág. 12): "Plus-valía no tiene sentido en la economía pura, como resulta del nombre mismo, porque una plus-valía es un extra-valor, lo que nos hace salir del dominio de la economía pura. Pero ella tiene un sentido y no es una idea absurda, como concepto de diferencia, cuando se compara una sociedad económica con otra, un hecho con otro hecho, dos hipótesis entre sí". Y añade en una nota: "Debo retractarme de un error que he cometido en un ensayo anterior, en el cual, indicando correctamente que la plus-valía no es un concepto puramente económico, la definía erróneamente como un concepto moral; debí haber dicho: un concepto de diferencia, de sociología económica o de economía aplicada, y no de economía pura. La moral nada tiene que hacer aquí, como nada tiene que hacer en toda la investigación de Marx". Deseo a Croce que en un tercer ensayo nos diga que ha podido reconocer su primer error, ya que éste era la generalización de una opinión corriente en el socialismo vulgar: que la plus-valía es el resumen de las protestas de los explotados; pero que no puede hallar excusas a un segundo error, porque no puede decir claramente lo que entiende por ello. Y no solamente porque confunde constantemente beneficio, interés y plus-valía, sino porque muchas veces toma el concepto de sociedad productiva[1a] como una forma en sí (y pregunto: ¿en oposición a cuál otra? ¿Quizá a la de los santos en el paraíso?) y pretende que "Marx compara la sociedad capitalista a una parte de sí misma, aislada y elevada al rango de existencia independiente: que compara la sociedad capitalista con la sociedad económica en sí misma (pero solamente en tanto que sociedad productora)" y, por lo tanto: "La economía marxista es la que estudia la sociedad productora[1b] abstracta" (páginas 12 y 13).

Si hay quienes experimentan la necesidad de desembarazarse del nocivo bacilo metafísico, que permite tales razonamientos, les aconsejo como remedio la lectura, no de las polémicas de los economistas y especialmente de las que tienen lugar en Alemania con motivo de las publicaciones de Dietzel, que podrían ser sospechosas, sino de la Lógica de Wundt, en la cual, para decirlo al pasar, da como ejemplo-tipo de ley social (¡parece increíble!, ya que Wundt no es cariñoso ni con los sociólogos ni con las susodichas leyes sociales), precisamente la plus-valía de acuerdo a Marx.

Después de todo, esta economía pura — como se acostumbra a llamarla en Italia, que es el país del énfasis y de la exageración —, es decir, esta corriente de investigación y de sistema que, sobre los rastros insuficientes, olvidados e ignorados por Gossen, por Walras y por Jevons, se ha desarrollado en lo que se llama ahora (vulgo) la escuela austríaca, no es, en sus premisas como en sus procedimientos, más que una variante teórica de la interpretación de los mismos datos empíricos de la vida económica moderna, que siempre han constituido el objeto de los estudios de otras escuelas. Se distingue de la escuela clásica (que no ha sido tan antihistórica como se cree a menudo, como lo demostró Schüller, Die Klassische Nationaloekonomia, Berlín, 1895; traducción francesa, París), por su tendencia a un más alto grado de abstracción y generalización. Se esfuerza por hacer conocer mejor los estados psíquicos que preceden y acompañan los actos y las relaciones económicas. Usa y abusa de los procedimientos y de los expedientes matemáticos. Ella no es, sin embargo, la suprahistoria, bien que ponga a menudo en escena las robinsonadas, que a menudo disimula bajo la forma de una sutil psicología individualista; y tan no es una supra-historia que de esta historia actual toma prestados dos datos, de los cuales hace dos postulados absolutos; la libertad del trabajo y la libertad de la competencia llevadas al máximo por hipótesis. Es por esto que es inteligible y discutible, ya que se la puede comparar a la experiencia, de la que es a menudo una interpretación forzada y unilateral. (La mayoría del público francés puede hallar ahora una exposición clara de la teoría del valor de esta escuela en el libro de E. Petit; Etude critique des différentes théories de la valeur, París, 1897).

Volvamos a Croce. No puedo disimular mi asombro de ver que reprocha a Engels (notas 1 y 2, pág. 14), por haber llamado una vez histórica a la ciencia de la economía, y en otra oportunidad economía teórica. Si uno se atiene sólo a las palabras se podría decir que histórico es aquí lo opuesto a lo natural, entendiéndolo como alguna cosa fija e inmutable (las famosas leyes naturales de la economía vulgar) , y que la palabra teórico se opone aquí al conocimiento groseramente descriptivo y empírico. Pero hay más. Toda teoría no es otra cosa que la representación, tan perfecta como sea posible, de las relaciones de condicionalidad recíproca de los hechos que, sobre un dominio determinado de la existencia, se presentan como homogéneos o conexos, Pero todos estos grupos de hechos son los momentos de un devenir. Luego, si un fisiólogo, después de haber expuesto la teoría físico-mecánica de la respiración pulmonar, agrega que la respiración no está ligada a la existencia del pulmón, y que el pulmón mismo es un hecho particular de la génesis en la historia general de los organismos, ¿haría usted comparecer a este fisiólogo, como acusado, ante el tribunal de otra economía pura, es decir, ante el tribunal de una fisiología muy pura, que estudia la entidad vida, y no los seres vivos?

En efecto, Croce le reprocha a Marx (passim) el no haber establecido las relaciones de su investigación con los conceptos de la economía pura, para mostrar (pág. 3), "mediante una exposición metódica, cómo los hechos del mundo económico están regidos, en última instancia, por una misma ley; o, lo que es lo mismo, cómo esta ley se refracta de manera distinta pasando a través de organizaciones diferentes sin cambiar de naturaleza, ya que si no el modo y el criterio mismo de la explicación fallarían". Si Marx hubiera tenido deseos de responder a esto, verdaderamente no sabría qué decir. No se trata ya de las generalizaciones, en verdad demasiado abstractas, de la escuela hedonista, que pertenecen aún a los procesos admitidos de abstracción y aislamiento propios a todas las ciencias, que, partiendo de la base empírica, buscan la ruta de los principies. Nosotros nos hallamos ahora en presencia de una ley económica que, como una semi-entidad, atraviesa misteriosamente las diferentes fases de la historia, para que éstas puedan ser ligadas en conjunto. Es eso lo puro posible, que es luego, en realidad, lo imposible. Dühring — a quien defiende en algunos momentos — es superado en muchos aspectos. Se trata aquí de enunciar las dificultades en la concepción científica de todo problema científico, por consecuencia de las cuales dejan de ser inteligibles, no solamente Marx, sino las tres cuartas partes del pensamiento contemporáneo. La lógica formal, de feliz memoria, llega a ser el arbitro del saber. Tomemos el libro que fuera tan leído en Francia, la Lógica de Port Royal. Parte de un concepto de gran extensión y de mínimo contenido y, por la adjunción mecánica de connotaciones nuevas, se llega a un concepto de muy poca extensión y de máximo contenido. Y si nosotros debemos considerar un proceso real, como, por ejemplo, el pasaje del invertebrado al vertebrado, o del comunismo primitivo a la propiedad privada del suelo, o de la indiferencia de las raíces a la diferenciación temática del verbo y del nombre en el grupo ario-semítico, en lugar de considerar esos hechos como er resultado de un proceso lento y real, nos apoyamos en un concepto fijo y preconcebido y escribimos, gracias a un método de fácil anotación, primero una A, luego una a, después una a2., después una a3., después una a4., etcétera. . . todo habrá terminado. Y esto me parece suficientemente claro.

He aquí algunos pasajes bastante curiosos (pág. 2: "Es una sociedad (se trata de la sociedad estudiada por Marx en El Capital) ideal y esquemática, deducida de algunas hipótesis que podrían no presentarse jamás en el curso de la historia". Marx es, per lo tanto, el teórico de una utopía. Más adelante ,pág. 4), dice: "Marx ha tomado fuera del dominio de la teoría económica pura una proposición: la célebre. igualdad del valor y del trabajo". ¿Y de dónde la ha tomado? Quizá (según algunos) ha llegado a ella "llevando a sus consecuencias extremas una idea poco dichosa de Ricardo". Verdaderamente, a Ricardo habría que expulsarlo de la historia de la ciencia, ya que no ha hallado nada más dichoso. En algún momento Croce (Nota de la pág. 20) se apoya en Pantaleoni, porque éste ataca a Bohm-Bawerk, cuando se pregunta de dónde el acreedor puede tomar con qué pagar el interés". En efecto, Pantaleoni (Principii di Economía pura, pág. 301), dice: la causa generatriz del interés radica en la productibilidad del capital, en tanto que bien complementario en un proceso técnico ventajoso, que exige cierto tiempo, y no en la virtud del tiempo, que dejaría las cosas como son". Después, durante todo un capítulo, Pantaleoni, con la forma de razonar que es propia a su escuela, vuelve a tomar a su manera la explicación del interés como proveniente de la productividad del dinero (capital), que, salida victoriosa, ya en el siglo XVII, de las polémicas de moralistas y canónigos, aparece en su fórmula elementalmente económica por primera vez en Barbón y en Massey. Esta explicación es la única que el economista puede dar durante el tiempo que la productividad del capital, que prima facie aparece como evidente, no sea el objeto de la crítica; y es esta crítica la que ha conducido a Marx a la fórmula más general y al principio genético de la plus-valía. En este mismo capítulo Pantaleoni[2] discute hábilmente contra Bohm-Bawerk, quien, como diría Croce, "da la explicación (económica) del beneficio del capital como proveniente del grado diferente de utilidad de los bienes presentes y de los bienes futuros". 

Lo cierto es que, para pasar el tiempo, usted desea construir esta pequeña farsa ideológica: "se toma, de un lado, la espera legítima del acreedor y, de otro, la honesta promesa del deudor; estos dos atributos psicológicos, que hacen tanto honor a la excelencia de su carácter, son ampliamente explicados; se supone después que el deudor y el acreedor son hommes oeconomici, tan perfectos como es necesario que lo sean desde el momento que han nacido con los diagramas de Gossen impresos en sus cerebros[3] ; luego, se añade la noción del tiempo abstracto; y, habiendo construido la santa trinidad "espera, promesa y tiempo", se le atribuye la virtud de transformarse en el suplemento de valor, que debe hallarse, por ejemplo, en los zapatos producidos con el dinero prestado, para que el deudor, finalmente, produciendo él mismo una cierta ganancia si no quiere morirse de hambre, solvat debitum cum usura. Es la ciencia llevada al suplicio. El tiempo, en realidad, tanto en la economía como en la naturaleza, no es otra cosa que la medida de un proceso, y en la economía es la medida del proceso de la producción y de la circulación (es decir, el último análisis después del análisis necesario del trabajo) . Con respecto a este punto de vista, el tiempo es también medida del interés en tanto que es un elemento de la economía. Un tiempo que, en tanto que tiempo, obra como una causa real, es un mito. (Sobre las supervivencias míticas en la representación del tiempo es necesario leer: Zeit und Weile en los Idéale Fragen de Lazarus, Berlín, 1878, páginas 161-232). Si debemos remontarnos hasta la mitología, reemplacemos inmediatamente en lo alto del cielo, más allá del Olimpo, el muy viejo Kronos, que el pueblo griego confundía con chronos (tiempo) : y si las esperanzas, las esperas y las promesas son por sí mismas causas reales de los hechos económicos, volvamos a la magia.

Croce alude a esto cuando escribe (pág. 16): "Y si en la hipótesis de Marx las mercancías aparecen como concreciones de trabajo o de trabajo cristalizado, ¿por qué, en otra hipótesis, no podrían aparecer como concreciones de necesidades, o de las cantidades de necesidades cristalizadas?"' ¡Grandes dioses! En verdad, Marx no ha sido nunca un modelo de lo que se llama la forma clásica, especialmente en lo que concierne a la plasticidad, claridad y continuidad de las imágenes. Marx era seicentista[4]. Pero sus imágenes, a menudo atrevidas, pero que no son ni caprichosas ni jocosas, dicen siempre algo profundamente realista. Si esta imagen de la cristalización, que no tiene, por otra parte, nada de obligatoria ni de sacramental para nadie, la utilizáis ante el primer zapatero que llega, éste, haciendo posiblemente alusión a sus manos callosas, a su espalda encorvada y al sudor de su frente, quizá responda que ha comprendido en parte, porque en los zapatos que confecciona pone algo de sí mismo, sus energías mecánicas dirigidas por la voluntad, es decir, dirigidas por la atención voluntaria de acuerdo a la forma preconcebida en la que se resume su actividad cerebral, en tanto que ella está en actividad en su trabajo. Pero hasta aquí sólo los hechiceros han podido creer o hacer creer que con los solos deseos se puede conglutinar una parte de nosotros mismos en un bien cualquiera.

No es permitido a nadie bromear con la psicología. Yo no sabría decir en pocas palabras lo que de ella debe entrar en los postulados de la economía. Sé, sin embargo, que la mayor parte de los conceptos psicológicos que los hedonistas y los no-hedonistas hacen entrar en la economía, parecen estar allí ad usum delphini, como por el efecto de una combinación facticia y no de una investigación científica, y haber sido tomadas un poco al azar de la terminología vulgar. Luego: tracten fabrilia fabri. Y sé también que de la necesidad al trabajo hay toda la formación psicológica del hombre; hay todo lo que separa el sentimiento privativo de la sed, es decir, la necesidad de beber (que el niño no asocia aún, no a los movimientos que necesita hacer para tener qué beber, ni tampoco a la representación del agua) , hasta el acto del obrero hábil que, gracias a una voluntad inteligente y madura, gracias a una voluntad por la que la experiencia y la imaginación, la imitación y la invención no son más que una sola cosa, hace un pozo o descubre una fuente. Fué el defecto principal de la psicología vulgar reducir esta formación viviente a una árida nomenclatura, y es esto lo que generalmente los economistas, aun los de nuestros días, toman como premisa para sus trabajos especiales. La psicología del trabajo, que sería el triunfo de la doctrina del determinismo, está aún por escribirse.

¿Para qué este post-scriptum?, se preguntará quizá el lector. Lo he aquí: yo no soy el paladín de Marx y acepto todas las críticas; yo mismo soy un crítico en todo lo que escribo, por lo que no doy un desmentido a la sentencia: comprender es superarse[5]; pero, sin embargo, me es necesario añadir: superarse es haber comprendido.

 

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[1 a b] El texto italiano dice societá lavoratrice, es decir, literalmente, société travaillante (sociedad trabajadora), sociedad que esencial y exclusivamente es trabajadora, que no hace más que trabajar. — (Nota del traductor francés).

[2] Leyendo las pruebas de este libro caigo en cuenta que el lector podría engañarse con respecto a este escritor. Pantaleoni, a quien defiendo aquí, es también un representante del hedonismo que Croce, sirviéndose de la célebre imagen de los dos focos de la elipse, querría conciliar con el marxismo; y es también un entusiasta representante de esta escuela. Pantalconi va tan lejos que al principio de su curso semestral en la Universidad de Genova (ver su: lección de apertura, reproducida en el número de noviembre de 1898 del Giornale degli Economisti, págs. 40 7-431), olvida incluir en la historia de la ciencia — ¡quién está libre de cometer errores! — el nombre de Marx (ibíd., pág. 42 7). Tiene, por otra parte, una opinión bastante mala de Icss socialistas y de los socialistas italianos en particular; los tiene por locos y exaltados que se parecen a malhechores (ver su carta del 12 de agosto último, págs. 101-110 del folleto del profesor Pareto: La Liberte économique et les Evénements d'Italie, Lausana, 1898, y especialmente las págs. 103 y siguientes).

[3] Con respecto a estos diagramas recuerdo las fuertes y agudas críticas de Lexis (ver el artículo Grenznutzen, en el volumen I del Suppkment-Band del Handworterburck, de Conrad) .

[4] Esta palabra no tiene ningún sentido despectivo. Se llama, en Italia, seicentismo, al estilo de la prosa que corresponde en parte a lo que es Bernini en el modelado y en la arquitectura.

[5] Ver Essais, pág. 112.

 

 

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