Resina (Nápoles), septiembre 15 de 1897.
Releyendo, revisando, retocando — pues he decidido darlas a la publicidad — las cartas que he escrito a usted desde abril a julio, me parece que forman como una serie y que en su conjunto dicen algo. En verdad, las ideas simplemente enunciadas,' las fórmulas apenas bosquejadas, las observaciones generalmente incidentales y las críticas a veces extrañas diseminadas aquí y allá — todo lo que, en resumen, he logrado decir en la forma propia de quien escribe currenti cálamo — , tomarían otra forma, estarían dispuestas de otra manera, sufrirían una elaboración radical, si me propusiera componer un libro de título sonoro, como, por ejemplo: El Socialismo y la Ciencia o El Materialismo histórico y la Intuición del mundo. Pero como en esta conversación a distancia he hecho demasiado uso de las libertades que son propias a la facultad discursiva, ahora que he resuelto reunir estas ligeras cartas en forma de pequeño volumen, no le daré más que el título modesto y apropiado de: Socialismo y Filosofía. Cartas a G. Sorel[1].
Debido a los insistentes consejos de mi amigo Benedetto Croce es que cometo este nuevo pecado de literatura minúscula. Desde que ha leído estas cartas no me deja en paz y me ha impuesto el compromiso de publicarlas en forma de opúsculo. Si lo escuchara llegaría a ser, entrado en años, un productor continuo y perpetuo de papel impreso, mientras que siempre me ha agradado dejar dormir en los cajones las montañas de papel ennegrecido que he acumulado, año tras año, en mi calidad de profesor y desde que siento gran placer por la conversación epistolar. En este caso especial, Croce me decía que es mi deber, ahora que el socialismo se desarrolla en Italia, contribuir a la vida del partido, que aumenta y se fortalece, según los medios y la manera que corresponda a lo mejor de mis aptitudes. Es lo que haría: pero queda aún por saber si los socialistas sienten verdadera necesidad y deseo de esta ayuda y de este concurso.
En verdad, yo no he tenido nunca deseos de escribir para el público y tampoco me ha preocupado el arte de escribir; tal es así que generalmente escribo al correr de la pluma. Por el contrario, siempre me ha agradado y me agrada con pasión la enseñanza oral, en todas sus formas; y la intensa preocupación de este género de actividad me ha sustraído, antiguamente, durante años, al deseo de volver a decir por escrito (¿y verdaderamente quién podría repetirlo de viva voz?) lo que, en la enseñanza, brotaba espontáneamente bajo una forma simple, sugestiva, adaptada al problema.
Haciéndome, más tarde, socialista, dentro de este renacimiento intelectual he sentido deseos de comunicarme con el público por medio de folletos, de cartas de circunstancia, de memoriales y de conferencias, que con los años se han multiplicado sin darme cuenta. ¿No es todo esto los deberes y los cargos del oficio? Y es entonces, hace dos años, que llega en buen momento mi excelente amigo Croce y me aconseja publicar estos ensayos sobre socialismo científico para dar a mi actividad de socialista un objetivo más sólido. Y como una cosa entraña otra, estas mismas cartas pueden pasar por un ensayo subsidiario y complementario sobre materialismo histórico.
Evidentemente, querido señor, este pequeño discurso a usted nada le concierne, y es a mí a quien se dirige: busco excusas a la publicación de este nuevo libro. Probablemnete, si son leídas estas cartas, fuera de usted, por otros en Francia, dirán que no son exclusivas al materialismo histórico, y quizá acepten con razón las observaciones de algunos críticos de mis ensayos, esto es: que las traducciones de obras extranjeras no bastan para cambiar el carácter intelectual de una nación[2].
Y, sin embargo, escribiendo esto como de epílogo a estas cartas, temo que me venga el deseo de continuar. Las cartas no pueden multiplicarse indefinidamente como las fábulas y los cuentos. Por suerte que desde el comienzo me había propuesto contestar, grosso modo, a las cuestiones planteadas en su Prefacio, rozando los motivos de extrema dificultad, de manera que tengo razones para terminar, pues me he referido sucesivamente a los m.ismos términos de sus problemas. Si me abandonara a la fantasía de la conversación, ¡quién sabe dónde iría!; estas cartas llegarían a ser toda una literatura. Usted no sabe en qué grado esto podría regocijar a mi amigo Croce, que querría expandir por todo el mundo su deseo de prolificación literaria. Esto produce un curioso contraste con las dulces costumbres de esta dulce Nápoles, en la que los hombres — como los lotófagos que desprecian todo otro alimento — viven el momento presente y parece que, en presencia de la estatua de J. B. Vico, hacen graciosamente una mueca a la Filosofía de la historia.
Pero, deseando terminar alguna vez, me es necesario, sin embargo, dejar aún sobre el papel algunas cortas notas.
Me parece, a primera vista, que no es por curiosidad personal, sino, por así decir, con la intención de interesar el espíritu de la generalidad de los lectores, que usted pregunta: ¿es verdaderamente posible hacer comprender, fácilmente y sin rodeos, en qué consiste esta dialéctica que se invoca tan a menudo como aclaración de lo que hay en el fondo del materialismo histórico? Y creo que usted podría añadir que el concepto de la dialéctica es ininteligible a los empiristas puros, a los sobrevivientes de los metafísicos y a los evolucionistas vulgares que se abandonan de tan buen grado a la impresión genérica de lo que es y deja de ser, aparece y desaparece, nace y muere, y no expresan en la palabra evolución el acto de comprender, sino lo incomprensible: mientras que, por el contrario, la concepción dialéctica se propone formular un ritmo del pensamiento, que expresa el ritmo más general de la realidad que deviene.
Si deseara empezar de nuevo — lo que me impide la extensión de estas cartas — antes de responder a una cuestión tan difícil, recurriría al recuerdo del poeta griego que, a la pregunta del tirano de Siracusa: ¿qué son los dioses?, antes de contestar, pide primero un día, después otro, luego un tercero y así indefinidamente. !Y, sin embargo, en verdad, los dioses deben ser más familiares a los poetas, pues ellos los crean, los inventan, les cantan y los celebran, que lo que puede ser la dialéctica para mí, si alguien me impusiera la obligación de responder a una cuestión imperiosa! Yo tomaría mi tiempo — lo que no es extraño a la manera dialéctica de pensar — , diciendo (y he ahí una respuesta implícita) : nosotros no podemos darnos cuenta del pensamiento de una manera adecuada, más que pensando en acto; a las maneras de proceder del pensamiento es necesario habituarse por esfuerzos sucesivos; y siempre es muy peligroso abandonar de un golpe el uso concreto de una manera de pensar y pasar a su definición genérica formal. Si alguien me apurara más, para no abrumarlo con estudios extensos, arduos y complicados, lo remitiría al Anti-Dühring, y especialmente al capítulo: Negación de la negación [3] .
En este capítulo, y aun en todo el libro, se ve claro que Engels se había propuesto explicar con toda pasión no sólo lo que expone, sino que se había preocupado más aún del mal uso que se puede hacer de los procesos mentales, cuando el que los aplica está menos inclinado a pensar alguna cosa en concreto, en donde la forma del pensamiento se muestra activa y viviente, que a caer en los esquematismos a priori, es decir, en el escolasticismo, que no ha sido — sea dicho al pasar a los ic^norantes — la característica exclusiva de los doctores de la Edad Media, como si ello fuera una propiedad de los sacerdotes. Se puede hacer escolástica con toda doctrina. El primer escolástico fué Aristóteles en persona, que fuera tantas otras cosas aun y que sobre todo fué un genio de la ciencia. Escolasticismo se ha hecho ya en nombre de Marx. En efecto, la más grande dificultad para comprender y continuar el materialismo histórico no estriba en la inteligencia de los aspectos formales del marxismo, sino en la posesión de las cosas en las cuales estas formas son inmanentes, de las cosas que Marx por su cuenta sabe y elabora, y de todas las muy numerosas cosas que nos es necesario conocer y elaborar directamente nosotros mismos.
Durante los numerosos años que llevo enseñando he estado siempre convencido del gran mal que se hace a la mente de los jóvenes, cuando, en lugar de familiarizarlos, con oportunidad y arte, en un ámbito determinado de la realidad, para que, obser\'ando, comparando y experimentando, lleguen poco a poco a las fórmulas, a los esquemas, a las definiciones, se comienza por hacer inmediatamente empleo de éstos, como si fueran los prototipos de las cosas existentes. En una palabra, la definición de que se parte es vacía, mientras que es plena solamente aquella a la que se llega de manera genética. Enseñando es que se ve cómo la definición es cosa peligrosa, de acuerdo al sentido corriente que se da a un aforismo del derecho romano, que dice, en realidad, lo contrario. La didáctica no es una actividad que produce un simple efecto sin potencia, tal un simple producto pasivo, sino que es una actividad que engendra otra actividad. Enseñando es que nos apercibimos que el nudo central de toda filosofía es siempre el socratismo, es decir, la virtuosidad generadora de los conceptos[4].
Aconsejando la lectura del Anti-Dühring y en especial el capítulo indicado, no por eso quiero remitir al lector a un catecismo, sino sólo a un ejemplo de habilidad didáctica. Las armas y los instrumentos no son tales sino cuando están en acción, y no cuando se los mira en las vitrinas de un museo.
Además, sí es que no debiera terminar, desearía detenerme para aclarar lo que usted dice de Italia, que debe recibir, según usted, como cuna de la civilización, el homenaje de todos. Quizá parezcan disonantes estas palabras pronunciadas en el momento mismo en que usted habla de socialismo, el que en verdad muy poca cosa debe a Italia. Pero, si es verdad que el socialismo es el fruto de la civilización avanzada, los hombres maduros de otros países tendrán razón de volver sus ojos, de tiempo en tiempo, hacia esta cuna. Pensando en la Italia que ha hecho durante tantos siglos la mayor parte de la historia universal, todos tendrán siempre alguna cosa que aprender de ella; y en seguida se apercibirán que a Italia la tienen ya entre ellos, como lo que precede a lo que es actualmente. Algunos franceses han creído otrora que este país no era la cuna, sino la tumba de la civilización; y es así que deben considerarlo la mayor parte de los extranjeros que lo visitan como si fuera un museo, ignorantes siempre de nuestro estado presente. Y son injustos en eso; y tan sabios como fueren los visitantes de los museos, serán siempre ignorantes — ignorantes de la vida actual de este país, que parece la vida del muerto resucitado, por lo que al menos es un caso digno de atención.
¿En qué consiste, en verdad, este renacimiento de Italia y qué pueden aguardar de ella los que consideran el conjunto del progreso humano sin prejuicios y sin ideas preconcebidas?[5]. Sin hablar de las grandes dificultades que hay para estudiar, de manera objetiva y con criterio que no dependa únicamente de los impulsos de la opinión personal, la historia actual de todo país, en el caso especial de Italia es necesario remontarse hasta el siglo XVI, cuando el desenvolvimiento inicial de la época capitalista — que tuvo aquí su asiento principal — fué desplazado del Mediterráneo. Es necesario llegar, a través de la historia de la decadencia que sigue, a las premisas positivas y negativas, internas y externas, de las condiciones presentes de Italia. No es necesario aclarar que mis fuerzas son infáriores a la empresa, y no tengo la menor intención de intentarla a propósito y con motivo de un discurso familiar, como es este. Aquel que supiera resumir en un libro un tal estudio, podría decir que ha contribuido a expresar, de manera reflexiva, la situación presente y la conciencia actual de los italianos[6] .
Entre nosotros se es a menudo ciegamente optimista o pesimista, en el sentido que dan a estas palabras aquellos que no son filósofos de profesión; sobre todo porque en Italia se ignora la verdadera situación de los otros países, de suerte que muchos juzgan las condiciones nacionales no de acuerdo a una base práctica y comparativa, sino de acuerdo a una posición ideal, hipotética y a menudo utópica. Es una cosa singular que entre nosotros, en este gran renacimiento de las ciencias de observación en el dominio de la naturaleza — ciencias que en verdad se las aplica a horizontes particularísimos y aún antifilosóficos — haya tan poco espíritu positivo para los actuales problemas sociales, cuando que en este país es extraordinariamente grande el número de sociólogos que administran definiciones a los sedientos de verdad. Pero se sabe que los sociólogos de todos los países tienen una cierta extraña antipatía por el estudio de la historia, que sería, por otra parte, según les profanos, ese algo en el que precisamente se ha desarrollado la sociedad.
En una palabra, pocos son entre nosotros los que ven claro en este hecho: que la burguesía italiana, como la de todos los otros países, pero la ira y los odios de los humildes y de los explotados, y, por otra parte, apremiada por el vulgo, se siente inestable, inquieta e insegura, ya que no puede medirse con la burguesía de los otros países en el terreno de la competencia. Tanto por esta causa como por esta otra, que Italia es la sede del papado y de todo el movimiento importante que de él depende[7], que sólo los teóricos del utopismo liberal declaran muerto para siempre, esta burguesía, que debe aún crecer, es revolucionaria en su esencia, como diría el Manifiesto. Y como no ha podido ser jacobina, como lo hubiera querido su instinto natural, se ha quedado en la fórmula del rey por la gracia de Dios y de la nación al mismo tiempo. Esta burguesía, no pudiendo contar con el rápido desenvolvimiento de una gran industria, que tarda en llegar, y con la conquista rápida de un gran mercado exterior, dado el progreso lento e inseguro de la economía nacional, especialmente agrícola, se entrega a la pequeña política de los expedientes y gasta en bagatelas toda su inteligencia. ¿Qué hace la flota italiana desde hace tantos meses en el Oriente? Se diría el zorro que, según la fábula, dice que las uvas no están maduras porque no las puede alcanzar; ¡pero con este zorro, a diferencia del de la fábula, se encuentran allí otros que vigilan las uvas que se han apoderado o sobre las que quieren meter las patas! Y el zorro se hace idealista ya que nada tiene en que meter los dientes. Dado el abstencionismo reaccionario o demagógico de los clericales y el muy lento desenvolvimiento de la oposición proletaria, la burguesía italiana ha creído, y cree, que ella es toda la nación, y en ausencia de partidos que dividen la sociedad, da el nombre de partidos a las fracciones o facciones que se forman alrededor de capitanes y procónsules, empresarios o aventureros de toda especie. La aparición del socialismo la llena de extrañeza.
Por otra parte, se engañan quienes creen que entre nosotros las agitaciones populares son siempre el índice y el principio, como han sido y son en algunas regiones de Italia, del movimiento proletario que, sea que lucha económicamente sobre una base concreta o que tenga aspiracionas políticas, tiende, como en otros países, más o menos claramente, al socialismo. Aquí, generalmente, esta agitación no es más que la rebelión de las fuerzas elementales contra un estado de cosas en el que las fuerzas no poseen la coerción necesaria, es decir, la coerción que es propia de un sistema burgués capaz de unir a los proletarios. Que se considere, por ejemplo, la intensa emigración hacia la explotación del capital extranjero en país extranjero, emigración que, salvo pocas excepciones, está formada por hombres capaces de ofrecer sus brazos, de una actividad incomparable y de estómagos capaces de sufrir toda privación, emigración, en una palabra, de obreros venidos del campo, donde son muy numerosos, o de artesanos en decadencia, que la palmeta educadora del capital los transformaría en escuadras de obreros de fábrica si la gran industria se apresurara a desarrollarse o si el capital nacional fuera hacia las colonias nacionles, y si no se hubiera cometido la locura de querer crearlas allí donde parece poco probable tenerlas[8].
Italia ha llegado a ser, en estos últimos años, lo que es muy natural, la tierra prometida de los decadentes, de los megalómanos, de los críticos vacíos y de los escépticos por aburrimiento y por pose. A la parte sana y seria del movimiento socialista (que en las circunstancias actuales no puede tener otro fin que el de preparar la educación democrática del vulgo), se mezclan, por lo tanto, un cierto número de individuos que, si tuvieran el coraje de ser francos, deberían confesar que son decadentes, y que lo que los impulsa a ponerse en acción no es la activa voluntad de vivir, sino el tedio de la hora presente: ¡bohemios aburridos!
Me es forzoso terminar; pero me parece que a mis oídos llega como una ligera voz de protesta de los camatadas siempre dispuestos a hacer objeciones; voz que dice: todo esto es la sofística de la doctrina y nosotros tenemos necesidad de práctica. En verdad, estamos de acuerdo; ustedes tienen razón. El socialismo ha sido durante tanto tiempo utopista, hacedor de proyectos, extratemporal y visionario, -que es oportuno ahora decir y repetir en todo momento que tenemos necesidad de práctica, para que el espíritu de los que son sus partidarios estén siempre ocupados en valorizar las resistencias del mundo real, para estudiar constantemente el terreno sobre el que debemos abrirnos una ruta muy difícil. Que mi crítico tenga cuidado, sin embargo, de no situarse él mismo como doctrinario, ya que ello significaría una cierta disposición de los espíritus, viciados por la abstracción, a creer que las ideas proclamadas excelentes y el fruto de la experiencia de ciertos momentos y lugares, son cosas que pueden aplicarse sin más a todos los hechos concretos y por demás buenas para todo tiempo y lugar. La práctica de los partidos socialistas, comparada a la de otros partidos hasta hoy, es la que mejor responde, no diré a la ciencia, sino a un proceder racional. Ella es el difícil intento de una observación constante y de una adaptación siempre nueva; es el difícil intento de mantener sobre una línea de movimiento unitario las tendencias, a menudo contradictorias y antagónicas, del proletariado; es el esfuerzo para ejecutar los intentos prácticos con la ayuda de la visión clara de todas las relaciones que ligan, en un andamiaje muy complicado, las diferentes partes del mundo en que vivimos. Y si no fuera así, ¿por qué razón y a título de qué se hablaría del tan ponderado Marxismo? ¡Si el materialismo histórico no tuviera consistencia, querría decir que nuestra espera del socialismo es una tontería y que nuestra concepción de la sociedad futura es una creación utópica!
Pero no es más que verdad que en todo el socialismo contemporáneo hay latent" un no sé qué de neo-utopismo[9]; es lo que sucede a los que, repitiendo constantemente el dogma de la evolución necesaria, llegan casi a confundirla con un cierto derecho a un estado mejor, y dicen que la futura sociedad del colectivismo de la producción económica, con todas las consecuencias técnicas, éticas y pedagógicas que resultarían del colectivismo, será porque debe ser, olvidando que este futuro debe ser producto de los hombres mismos, por exigencia del estado que los rodea y por el desenvolvimiento de sus aptitudes. ¡Dichosos aquellos que miden el acontecer de la historia y el derecho al progreso con la medida de una póliza de seguro de vida!
Los que dogmatizan estas cómodas ideas olvidan muchas cosas. Primero, que el porvenir, por lo mismo que el porvenir será el presente cuando nosotros seamos el pasado, no puede ser el criterio práctico de lo que debemos hacer en el presente. Es a lo que llegaremos, pero no es el medio para llegar. En segundo lugar, la experiencia de estos cincuenta últimos años debe llevar a aquellos que sean capaces de pensar y de someterse a la crítica, a esta convicción: que a medida que aumente en los proletarios y en el vulgo la capacidad de organizarse en partido de clase, el ensayo mismo de este movimiento nos lleva a comprender el desenvolvimiento de la nueva era según una medida de tiempo que es muy lenta comparada al ritmo rápido que concebían antiguamente los socialistas matizados de jacobinismo. Luego, a una distancia tan grande, nuestra previsión no puede ser más que insegura si se tiene en cuenta las enormes complicaciones del mundo actual y la extensión del capitalismo, es decir, de la forma burguesa[10]. ¿Quién no ve que en adelante el Pacífico reemplazará al Atlántico, como éste, por su parte, hizo pasar a segundo plano al Mediterráneo?[11]. De suerte que, en tercer lugar, la ciencia práctica del socialismo consiste en el conocimiento preciso de todos estos procesos complicados del mundo económico y, paralelamente, en el estudio de las condiciones del proletariado en tanto que está obligado y se hace apto para concentrarse en partido de clase, y lleva en esta concentración sucesiva el alma que le es propia, estando dada la lucha económica en la que arraiga esta política que debe hacer. Dada esta lucha económica, nuestra previsión puede tener un suficiente rigor de evidencia y puede llegar hasta el momento en que el proletariado se hará preponderante y luego predominando políticamente en el Estado. Y este momento, que debe coincidir con la impotencia del capitalismo para sostenerse, este momento que nadie puede representarse como un ruidoso patatrás, sería el comienzo de lo que muchos, no se sabe por qué, como si toda la historia no fuera la serie de las revoluciones de la sociedad, llaman enfáticamente la revolución social por excelencia. Superar este momento con razonamientos sería confundir a aquéllos con los artificios de la imaginación.
Ha pasado el tiempo de los profetas. Dichoso tú, Fra Dolcino, que en tus tres cartas[12] has podido transfigurar los acontecimientos políticos del momento (el papa Celestino y el papa Bonifacio VIII, Anjevinos y Aragoneses, Güelfos y Gibelinos, miserables plebes y patriciados de las comunas, etcétera) , en los tipos ya simbolizados por los profetas y por el Apocalipsis, midiendo año tras años, mes tras mes, día tras día, y efectuando correcciones sucesivas, los tiempos de la providencia. Pero has sido un héroe, lo que demuestra que la fantasía no fué la causa de tus actos sino la envoltura ideal por la cual tú te explicabas a ti mismo, como han hecho tantos otros durante todo un siglo antes, incluyendo a Francisco de Asís, el levantamiento desesperado de la plebe contra la jerarquía papal, contra la burguesía ya potente en las comunas y contra la naciente monarquía. Ahora todas estas envolturas han sido desgarradas, conjuntamente con la religión de las ideas, como la llaman aquellos que se sirven de una jerga hipócrita para hacer creer en un cierto respeto supersticioso por la religión de los otros. Actualmente no es permitido ser utopistas más que a los imbéciles. La utopía de les imbéciles es, o bien ridicula, o bien un pasatiempo de literatos que se divierten en el falansterio de tonterías que construye Bellamy. Marx era más modesto, y no se halla en él más que la prosa de la ciencia; modestamente ha recogido de la sociedad presente los primeros índices de las transiciones que va a sufrir, como, por ejemplo, el nacimiento de las cooperativas (¡verdaderas!) en Inglaterra y otras cosas parecidas, y se resigna (especialmente en la organización de la Internacional) a no ser más que un partero, lo que no tiene nada de constructor del porvenir. Engels y él han hablado de la sociedad futura — dada la hipótesis de la dictadura del proletariado — no desde un aspecto intuitivo, así como aparecería en aquel que se la imaginara, sino desde el aspecto del principio director de la forma, es decir, de la estructura económica, y particularmente en antítesis a la sociedad actual[13].
Por otra parte, hay muchos que sienten la necesidad de vivir desde ahora en el porvenir, de sentirlo y de ensayarlo en sus propias personas; y si, dominando en nombre de las ideas, quieren, como los papas, investir con derechos y con deberes a los miembros de la sociedad futura, que lo hagan. Que me sea permitido, que tengo como tantos otros cierto derecho, enviar mi tarjeta de visita a nuestros descendientes, expresándoles la esperanza de que, semejantes a nosotros en más de un aspecto, tengan bastante de la jocosa dialéctica del reir para burlarse de los profetas de hoy.
Y cedo ahora a usted el lugar, si es que tiene deseos de comenzar nuevamente.
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[1] La traducción literal del título italiano sería: Conversando de socialismo y filosofía. — (Nota de la edición francesa) .
[2] En este pequeño volumen no he querido más que contestar a las cuestiones que Sorel me ha propuesto. El lector no hallará, pues, en estas cartas respuesta directa o indirecta, explícita o velada a las críticas que se han hecho a mis Ensayos. He sacado gran provecho de algunas de ellas. Dejando de lado los simples juicios y despreciando las polémicas incidentales y las impertinencias de algunos escritores groseros, agradezco efusivamente por sus críticas a Adler. Durkheim, Gide, Seignobos, Xenopol, Bourdeau, Pareto, Croce, Gentile, Petrone y a los redactores del Année Sociologique y del Novoie Slovo. Toda la atención despertada no es debido al libro en sí mismo, sino a la novedad e importancia del asunto. No puedo dejar de subrayar que se me ha hecho reproches diametralmente opuestos: ¡Es usted demasiado marxista! ¡No es usted un completo marxista! Volveré sobre esto en algún otro trabajo. — (Nota de la edición francesa) .
[3] Una parte de este capítulo se ha reproducido en el apéndice I,
[4] Indico al lector mí libro sobre la Dottrina di Socratc, Ñapóles, 18 71, 7 egpecialmente las páginas 5 6-72, donde hablo del método. Transcribo aquí algunos pasajes que permiten comprender el momento socrático de toda forma de saber. "El estado primito de la conciencia humana, bien que corresponda & la época de la primera formación de la sociedad, se continúa y perpetúa aún en lot períodos posteriores de la historia, ya que adquiere un cierto carácter iobstancial en las costumbres y fija su expresión en los mitos y en la poesía primitiva. El sucesivo nacimiento y el lento desen\'olvimiento de la reflexión. . . no logran excluir de un golpe las diversas manifestaciones de la conciencia primitiva e irreflexiva, y la transformación de los elementos antiguos en conceptos conscientemente aprendidos y pensados, no se logra más que a consecuencia de un largo proceso y de una lucha incesante y secular.' El proceso de transformación no se logra solamente gracias a los motivos intrínsecos de crítica y de examen que se pueden llamar teóricos: sino que emerge necesariamente de los choques prácticos entre la voluntad del individuo y la opinión tradicional expresada en la costumbre, y toma más tarde el carácter de una lucha social entre las clases y entre los individuos. En la historia de esta lucha, el elemento de la vida primitiva que ofrece más materia al contraste ... es la lengua .... que conserva en las épocas posteriores la apariencia de una norma a la cual todos los individuos deben necesaria e inevitablemente adaptarse. Pero cuando los hombres han dejado de hallarse instintivamente de acuerdo sobre lo que se debe llamar lo justo, lo virtuoso, lo honsto, etc., y han perdido la fe en los tipos abstractos del mito y de la leyenda, en los que la imaginación primitiva había expresado e hipostasiado las apreciaciones comunes .... nace ... en el individuo la necesidad de rehacer esta certidumbre que antes depositaba en !a aquiescencia a un criterio común y natural, y se dice ¿ti esti? (¿qué es?). Es en esta pregunta que reposa el interés lógico de Sócrates" (pág. 59). "La unidad extrínseca de la palabra que, en su valor fonético constante, conserva una cierta apariencia de uniformidad, no hace más que aumentar la confusión y la incertidambre; porque mientras que al principio creemos en esta ilusión: que las mismas palabras expresan las mismas representaciones, a la larga, la convicción que adquirimos de la profunda diferencia que existe entre nuestros conceptos y los de otros llega a ser más evidente que esta ilusión y terinina por rechazarla por completo" (pág. 62) . "La cuestión ¿'ti esti? (¿qué es?) circunscribe toda la investigación sobre el valor de un concepto a la determinación evidente de lo que se piensa en él. El contenido que a primera vista parece expresado en la simple denominación, es necesario que sea indicado en su interior y en su identidad; y el proceso no puede hacerse de arriba a abajo, o, como diríamos nosotros, deductivamente, ya que aún falta la conciencia de un valor lógico incondicional y absoluto" (pág. 63). "El punto de partida, esto es. el nombre, que era primero en su unidad simplemente fonética el centro de la investigación, llega a ser, en último lugar, el término extremo del pensamiento, al que se llega haciendo conscientemente del nombre mismo la expresión de un contenido plenamente pensado, y las imágenes concretas, que primeramente se agrupaban inciertas alrededor de la denominación vaga, no pudiendo resistir la nueva síntesis, deben desorganizarse y tomar una nueva posición: y es sólo el nuevo elemento, obtenido gracias a la investigación, es decir, el contenido constante de la representación, logrado poco a poco por inducción, que puede determinar la coordinación y la subordinación en la cual las imágenes deben coexistir" (págs. 66-67).
[5] Me he extendido largamente en esta carta «obre la condición actual de Italia. Pero he creído de mi deber limitarme, publicándolas, ya que dentro de poco escribiré otro ensayo en el que tendré ocasión de hablar de las causas lejanas y de las razones próximas de la fitnación presente de este país.
[6] He tratado de hacer este estudio, de manera sumaria al menos, al principio del curso consagrado, en 189 7-9 8, a la "Caída del Antiguo Régimen". Para explicar el desenvolvimiento catastrófico de la sociedad capitalista en Francia, he debido indicar las características de lo que nosotros llamamos en general la sociedad moderna. Pero como el desenvolvimiento de la vida en Italia, impedido o retard-ado, impide a muchos italianos la visión clara del mundo capitalista, he debido precisar las causas, las razones y la forma del momento actual de nuestro país. Muchos socialistas italianos no veían, hasta hace poco tiempo, que los impedimentos al desarrollo del capitalismo era al mismo tiempo impedimentos a la formación de una conciencia proletaria capaz de una acción política: eran y permanecerán siendo por eso, de buen o mal grado, utopistas. En aquel momento, en diciembre de 189 7, no podía prever el huracán del mes de mayo de 1898; sin embargo, estaba preparado para. . . comprenderlo. Y en ciertas circunstancias, ¿qué se puede hacer sino es comprender? — (Nota de la edición francesa).
[7] En el movimiento de locura terrorista, que fué efecto del miedo, como tcxio terror político, el gobierno italiano persiguió a los socialistas, a los republicanos. . . y a los clericales, lo que dio mucho honor a su sentimiento de justicia. ¡Los comentarios huelgan!
Desde 1887 he combatido en muchas oportunidades, con la pluma y con la palabra, y en circunstancias graves, las numerosas tentativas que tuvieron lugar, y que por suerte fracasaron, para reconciliar al Quirinal con el Vaticano. Pero en esta polémica jamás he recurrido al ateismo, al materialismo, etc., como hacen muchos colegas ideólogos. Siempre he invocado el interés político de nuestra burguesía, que no puede concederse el servir a dos símbolos al mismo tiempo: el Himno a Garibaldi y la Marcha Real. Entre nosotros no hay lugar para un partido conservador (lo que es una característica de nuestro país), ya que no podría ser conservador, entre nosotros, más que proponiéndose destruir el estado actual. Por otra parte, nuestros sacerdotes, tan prosaicos como todos los italianos, quieren realizar el reino de Dios sobre esta tierra y tratan los asuntos de este mundo como humanistas rezagados, y como un artículo de lujo importan de Alemania y de Austria la teología, la erudición, el socialismo cristiano y los confesionarios. — (Nota de la edición francesa) .
[8] "Italia tiene necesidad de progresar material, moral e intelectualmente. Espero que ustedes verán una Italia en la que el sistema atávico del cultivo del campo sea reemplazado por la introducción de máquinas y por las variadas aplicaciones de la química; y que ustedes verán arrancar del curso superior de los ríos y quizá de las olas del mar y de los vientos, la fuerza generadora de la electricidad, que puede compensar la hulla que no poseemos. Me preocupa que ustedes vean desaparecer de Italia los analfabetos y con ellos los hombres que no son ciudadanos y la plebe que no es pueblo. Quizá sean ustedes los testigos y los actores de una política cuya orientación esté determinada por la conciencia de una cultura más grande y por una más grande potencia económica, y no por alianzas mendigadas y por empresas asombrosamente aventureras, que terminan por actos de prudencia que recuerdan a cobardía". Es lo que decía el año pasado en un discurso de regreso a la Universidad de Roma, el 14 de noviembre de 189 6, dirigiéndome a los estudiantes, pasaje que ha hecho mucho ruido. (Ver L'Universitá e la Libertá della Scienza, Roma, 189 7, pág. 50).
[9] Con mucha habilidad ha hablado recientemente Bernstein, en ingeniosos artículos publicados en la Neue Zeit, del utopismo latente aún en los marxistas. Muchos de aquellos que fueron alcanzados por esta crítica se habrán dicho: ¿es a nosotros a quienes se quiere golpear con ese garrote? (Escribiendo eso no podía imaginarme, en 189 7, que el nombre de Bernstein, del que alababa la crítica, útil únicamente en tanto que crítica, fuera explotado por los pregoneros de la crisis del marxismo) . — (Nota de la edición francesa) .
[10] Por la multiplicación de los centros de producción y por los cruzamientos c interferencias que de ello resultan, las crisis han sufrido un desplazamiento. En lugar de tener una periodicidad (decenal para Marx, según el ejemplo típico de Inglaterra), las crisis ahora son extensas y crónicas. [Esta circunstancia es un fuerte argumento para aquellos que combaten las previsiones catastróficas. En resumen, se hace responsable al marxismo, en tanto que doctrina, de los errores de cálculo y previsión en que haya podido caer Marx, quien no ha vivido más que en ciertos límites de tiempo, de lugar y de experiencia]. — (Nota de la edic. francesa).
[11] Me parece que esto es más evidente en 1898 que en 189 7. Y es por eso que el Zar quiere poner su pólvora al abrigo, bajo la protección del dios de Tolstoi. — (Nota de la edición francesa).
[12] Como se sabe, estas cartas no nos son conocidas más que por fragmentos y éstos indirectamente.
[13] Remito al lector a los extractos que cito en las páginas 177-179 Del Materialismo Histórico (Edición castellana de F. Sempere) . — (Arreglo del T.).