Antonio Labriola

 

FILOSOFIA Y SOCIALISMO

(1899)

 

 

APÉNDICE I

NEGACIÓN DE LA NEGACIÓN

(Fragmentos del Anti-Dühring)[1]

 

Pero, veamos, ¿en qué consiste esta espantosa negación de la negación que tanto le amarga la vida al señor Dühring, hasta el punto de ver en ella un crimen imperdonable, algo así como el pecado contra el Espíritu Santo, para el que los cristianos no reconocen redención? Consiste en una operación muy sencilla, que se realiza todos los días y en todas partes, y que cualquier niño puede comprender con sólo despojarla de la envoltura enigmática con que la cubrió la vieja filosofía idealista y con que quieren seguir cubriéndola, porque así les conviene, los desmañados metafísicos del corte del señor Dühring.

Tomemos por ejemplo un grano de cebada. Todos los días se muelen, se cuecen y se consumen, convertidos en cerveza, billones de granos de cebada. Pero en circunstancias normales y propicias, ese grano, plantado en tierra conveniente, bajo la influencia del calor y la humedad, experimenta una transformación específica: germina; al germinar, el grano, como tal grano, se extingue, es negado, destruido, y en lugar suyo brota la planta que nace de él, la negación del grano. Y, ¿cuál es la marcha normal de la vida de esta planta? La planta crece, florece, es fecundada y produce, por último, nuevos granos de cebada para morir, para ser negada, destruida a su vez, tan pronto como esos granos maduran. Y como fruto de esta negación de la negación, nos encontramos otra vez con el grano de cebada inicial, pero no ya con uno, sino con diez, con veinte, con treinta. Como las especies cereales se modifican con extraordinaria lentitud, la cebada de hoy es casi igual a la de hace cien años. Pero tomemos, en vez de eso, una planta de adorno, por ejemplo, una dalia o una orquídea. Si tratamos la simiente y la planta que de ella brota con arreglo a las artes de la jardinería, ya no obtendremos como resultado de este proceso de negación de la negación solamente simientes, sino simientes cualitativamente mejoradas, que nos darán flores más bellas, y cada repetición de este proceso, cada nueva negación de la negación, representará un grado más en esta escala de perfeccionamiento.

Y lo mismo que este proceso se desarrolla en el grano de cebada, se desarrolla en la mayoría de los insectos, por ejemplo, en las mariposas. También éstas que nacen del huevo mediante la negación del huevo, destruyéndolo, atraviesan por una serie de metamorfosis hasta llegar a la madurez sexual; se fecundan luego y mueren por un nuevo acto de negación, tan pronto como el proceso de procreación se consuma y la hembra pone nuevos huevos.

Aquí no nos interesa nada, por el momento, el que en otras plantas y animales el proceso no presente la misma sencillez, ya que no producen una vez solamente, sino varias veces, simientes, huevos o crías, antes de morir; lo único que por ahora nos interesa es demostrar que la negación de la negación es un fenómeno que existe realmente en los dos reinos del mundo orgánico. Y no sólo en ellos. Toda la geología no es más que una serie de negaciones negadas, es decir, una serie continua de desmoronamientos de formaciones rocosas antiguas y de nuevas capas de formaciones minerales. La serie comienza por la corteza terrestre primitiva que, formada por enfriamiento de la masa fluida, se va fraccionando por la acción de las aguas y por la acción meteorológica y químico-atmosférica, formándose así masas estratificadas en el fondo del mar. Al descollar en ciertos sitios el fondo del mar sobre la superficie de las aguas, parte de estas estratificaciones se ven sometidas de nuevo a la acción de la lluvia, a los cambios térmicos de las estaciones, a la acción del hidrógeno y de los ácidos carbónicos de la atmósfera; y a las mismas influencias se hallan expuestas las masas pétreas fundidas y luego enfriadas que, brotando del seno de la tierra, perforan la corteza terrestre. A lo largo de millones de siglos se van formando de este modo nuevas y nuevas capas, que a su vez son destruidas de nuevo en su mayor parte y empleadas una y otra vez como materia para la formación de capas nuevas. Pero el resultado es siempre positivo: formación de un suelo en que se mezclan los más diversos elementos químicos en un estado de pulverización mecánica que permite la más abundante y variada vegetación.

Exactamente lo mismo ocurre en las matemáticas. Tomemos una magnitud algebraica cualquiera, por ejemplo, a. Si la negamos, tenemos -a (menos a) . Si negamos esta negación, multiplicando -a por -a, tenemos +a2, es decir, la magnitud positiva de que partíamos, pero en un grado superior, elevada a la segunda potencia. Tampoco aquí interesa que a este resultado (a2) pueda llegarse también multiplicando la magnitud positiva a consigo misma, pues la negación negada es algo que se halla tan arraigada en la magnitud a2, que ésta encierra siempre y dondequiera dos raíces cuadradas, a saber: la de a y la de -a, Y esta imposibilidad de desprendernos de la negación negada, de la raíz negativa contenida en el cuadrado, toma ya un relieve perfectamente tangible en las ecuaciones de los cuadrados. Y todavía es mayor la evidencia con que se nos presenta la negación de la negación en el análisis superior, en esas "sumas de magnitudes infinitamente pequeñas" que el propio señor Dühring reputa como las operaciones supremas de las matemáticas y que son las que vulgarmente llamamos cálculo diferencial o integral. ¿Cómo se desarrollan estas operaciones de cálculo? Supongamos a miodo de ejemplo que se me dan, para resolver un problema cualquiera, dos magnitudes variables, x e y, ninguna de las cuales puede variar sin que varíe también la otra, en la proporción que las circunstancias determinen. Lo que yo hago entonces es diferenciar las dos magnitudes, x e y, es decir, suponerlas tan infinitamente pequeñas, que desaparezcan, comparadas con cualquier otra magnitud real, por pequeña que sea, de suerte que no quede de ellas, de x e y, más que su relación recíproca, por lo que despojada, por así decir, de toda base material (reducida a una relación cuantitativa de la que se ha borrado la cantidad dy/dx , es decir, la relación de las diferenciales de x e y) , se reduce, por lo tanto, a o/o , pero esta fórmula o/o no es aquí más que la expresión de la fórmula y/x. Observaré de pasada que la relación entre dos magnitudes borradas como el momento fijo en que se borran, es una contradicción; pero esto no importa, ya que esta contradicción no ha impedido que los matemáticos hagan progresos desde hace dos siglos. Pues bien, ¿qué hemos hecho aquí más que negar las magnitudes x e y sino de un modo congruente con la realidad de la situación?, pues las negamos no desentendiéndonos de ellas, que es el modo como niega la metafísica. Hemos substituido las magnitudes x e y por su negación, llegando así, en nuestras fórmulas o ecuaciones, a dx y dy. Hecho esto, seguimos nuestros cálculos sobre estas fórmulas, operamos con dx y dy como magnitudes reales, aun cuando sujetas a ciertas leyes de excepción, y al llegar a un determinado momento, negamos la negación, es decir, integramos la fórmula diferencial, obteniendo de nuevo, en vez de dx y dy las magnitudes reales x e y. Y al hacerlo, no volveremos a encontrarnos en el punto de partida, ya que hemos resuelto un problema, problema que en vano habría tratado de resolver la geometría y el álgebra vulgares.

No otra cosa acontece en la historia. Todos los pueblos civilizados han comenzado por la propiedad colectiva de la tierra. Y en todos los pueblos, al superar una determinada fase primitiva con el desarrollo de la agricultura, la propiedad colectiva se convierte en una traba para la producción. Al llegar a este momento la propiedad colectiva se destruye, se niega, convirtiéndose, tras etapas intermedias más o menos largas, en propiedad privada. Pero, al llegar a una fase más alta de progreso en el desarrollo de la agricultura, fase que se alcanza precisamente gracias a la propiedad privada del suelo, ésta se convierte, a su vez, en un obstáculo para la producción, que es lo que hoy acontece tanto para la grande como para la pequeña propiedad. En estas circunstancias nace, por la fuerza de la necesidad, la forzosidad de negar también la propiedad privada, a convertirla nuevamente en propiedad colectiva. Pero esta exigencia no tiende precisamente a restaurar la primitiva propiedad comunal del suelo, sino a implantar una forma mucho más alta y compleja de propiedad colectiva que, lejos de alzarse como una barrera ante la producción, lo que hará será libertarla y permitirle explotar íntegramente los descubrimientos químicos y los modernos inventos mecánicos.

Otro ejemplo. La filosofía antigua fué una filosofía materialista, primitiva, rudimentaria. Este materialismo no podía ser capaz de explicar claramente las relaciones entre el espíritu pensante y la materia. La necesidad de llegar a conclusiones claras acerca de esto condujo a la teoría de un alma separada del cuerpo, de donde luego se pasó a la afirmación de la inmortalidad del alma, y por último al monoteísmo. De este modo el materialismo primitivo fué negado por el idealismo. Pero, con el ulterior desarrollo de la filosofía, también el idealismo se hizo insostenible y hubo de ser negado por el moderno materialismo. Pero este materialismo, que es la negación de la negación, no es la mera restauración del materialismo primitivo, sino que incorpora a los fundamentos permanentes de este sistema todo el cuerpo de pensamientos que nos aportan dos milenios de progresos en el campo de la filosofía y de las ciencias naturales, y la historia misma de estos dos milenios. Ya no se trata de una philosophia ut sic, sino de una simple concepción del mundo, que debe detenerse y realizarse, no en una ciencia de las ciencias, como un algo existiendo por sí mismo, sino en las diversas ciencias positivas. He aquí, pues, cómo la filosofía es, de este modo, superada y conservada al mismo tiempo; superada en cuanto a la forma, conservada en cuanto al contenido real. Pues allí donde el señor Dühring no ve más que un "juego de palabras" se esconde, para quien sabe ver las cosas, un contenido y una realidad.

Y, finalmente, hasta la teoría roussoniana de la igualdad, de la que las chacharas del señor Dühring no son más que un eco apagado y falso, es incapaz de construirse sin acudir a los servicios de partera de la negación de la negación según Hégel; y esto más de veinte años antes de que Hégel naciera. Muy lejos de avergonzarse de ello, esta teoría exhibe casi ostentosamente en sus primeras exposiciones el sello de su origen dialéctico. En el estado de naturaleza, es decir, en el estado salvaje, los hombres eran todos iguales; y como Rousseau consideraba ya al lenguaje como una alteración del estado de naturaleza, tiene toda la razón cuando aplica el criterio de la igualdad perfecta, propia de los animales de una especie determinada, a esta especie hipotética de hombres completamente animales, que Hackel llama alalos, es decir, seres privados del habla. Pero estos hombres-bestias, completamente iguales entre sí, tenían sobre todos los otros animales la ventaja de un atributo especial: la perfectibilidad, es decir, la facultad de progresar, y en esto es donde reside, según Rousseau, la fuente de la desigualdad. Es así que Rousseau ve un progreso en el origen de la desigualdad; pero este progreso es antagónico, pues implica a la par un retroceso. "Todos los progresos ulteriores (a partir del estado primitivo de naturaleza) fueron otros tantos pasos dados aparentemente hacia el perfeccionamiento del individuo, pero en verdad lo fué hacia la decadencia de la especie. La elaboración de los metales y la agricultura fueron las dos artes cuyo descubrimiento provocó esta gran revolución" (es decir, la transformación de las selvas vírgenes en campos de cultivo, originó al mismo tiempo el nacimiento de la miseria y la esclavitud del hombre por obra de la propiedad). "Es para el poeta el oro y la plata, y para el filósofo el hierro y el trigo, que civilizaron al hombre y arruinaron al género humano". A cada nuevo avance de la civilización corresponde un nuevo progreso de la desigualdad. Todas las instituciones de que se enriquece la sociedad nacida de la civilización se truecan en lo contrario de su primitivo fin. "Es indiscutible, y es, además, la ley fundamental de todo el derecho político, que los pueblos empezaron dándose jefes para defender su libertad, y no para ser dominados". Y, sin embargo, estos jefes se convierten necesariamente en los opresores de los pueblos que habían de proteger, y llevan esta opresión hasta un punto en que la desigualdad, agudizada hasta el máximo, se cambia en su contrario, en fuente de igualdad: ante el déspota todos los hombres son iguales, pues todos quedan reducidos a cero. "Es este el último término de la desigualdad y el punto final que cierra el ciclo y se toca con eí punto inicial de donde habíamos partido: al llegar aquí todos los hombres son iguales, pues no son nada, y todos tienen, como subditos, por única ley la voluntad de su señor". Pero el déspota sólo es señor mientras tiene en sus manos la fuerza, y, por lo tanto, "si se lo derroca, nada puede reclamar contra la violencia", "la misma fuerza que lo sostuvo lo derriba; todo sucede según el orden natural". Por donde la desigualdad se trueca de nuevo en igualdad, pero ésta no es ya la igualdad rudimentaria y primitiva del hombre alalo y en estado de naturaleza, sino la libertad superior del contrato social. Les opresores se convierten en oprimidos. Es la negación de la negación.

En Rousseau nos encontramos, pues, con un proceso de ideas casi idéntico al que desarrolla Marx en El Capital, y además, con toda una serie de giros dialécticos que emplea Marx: con procesos antagónicos por naturaleza y preñados de contradicciones, con el trastrueque de un extremo en su contrario y, finalmente, como el nervio central de todo este estudio, con la negación de la negación. Es decir, que si Rousseau, en 1754, no podía expresarse todavía en la jerga hegeliana, estaba ya, veintitrés años antes de nacer Hégel, fuertemente infectado por el contagio hegeliano, por la dialéctica de la contradicción, por la teoría del logos, por la teología, etcétera, etcétera[2] .

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¿Qué es, pues, la negación de la negación? Una ley muy general y muy importante que rige todo el proceso de la naturaleza, de la historia y del pensamiento; una ley que, como hemos visto, se encuentra en el mundo animal y vegetal, en la geología, en las matemáticas, en la historia y en la filosofía.

Por supuesto que cuando digo que el proceso que recorre, por ejemplo, el grano de cebada desde que germina hasta que muere la planta que ha dado un nuevo fruto es una negación de la negación, no digo nada positivo sobre el proceso específico de ese desarrollo. Pues si pretendiese afirmar lo contrario, siendo como es también el cálculo integral una negación de la negación — según lo hemos visto — , caería en el absurdo de sostener que el proceso bíogenétíco de un tallo de cebada es un cálculo integral, y así como decimos cálculo integral, lo mismo podríamos decir el socialismo, para ir a los extremos del ridículo. Y es en esa forma subrepticia que los metafísicos alteran la dialéctica. Cuando digo que todos estos procesos tienen de común la negación de la negación, lo que hago es englobarlos a todos bajo una única ley evolutiva, haciendo por esto mismo abstracción de las peculiaridades de cada proceso en particular. La dialéctica no es otra cosa que la ciencia de las leyes del movimiento y del desarrollo de la naturaleza, de la sociedad y del pensamiento. 

Podría, sin embargo, objetarse que la negación que aquí se realiza no es verdadera negación; también se niega un grano de cebada cuando se lo muele, un insecto cuando se lo aplasta, la magnitud positiva a cuando se la tacha, etc. Se niega también la afirmación "la rosa es una rosa", cuando se dice "la rosa no es una rosa", ¿y qué se sale ganando si luego se niega nuevamente esta negación, para decir: "sin embargo, esta rosa es una rosa"?   Estas objeciones son, en verdad, los principales argumentos de los metafísicos contra la dialéctica, argumentos dignos de tan augusta manera de pensar. Negar, en dialéctica, no consiste lisa y llanamente en decir no, o en declarar que una cosa no existe, o destruyéndola de cualquier manera. Ya Spinoza decía: omnis determinatio est negatio, es decir, toda delimitación o determinación es al mismo tiempo una negación. Además, en dialéctica, esta especie de negación es determinada por la naturaleza general y por la naturaleza específica del proceso mismo. No se trata solamente de negar, sino de superar nuevamente la negación. La primera negación ha de ser, pues, de tal naturaleza que haga posible la segunda. ¿Cómo? Eso dependerá de la naturaleza específica de cada caso concreto. Al moler el grano de cebada o al aplastar el insecto, ejecuto indudablemente la primera negación, pero hago imposible la segunda negación. Cada género de cosas tiene, por lo tanto, su modo peculiar de ser negada para que de esa negación resulte un proceso de desarrollo; y lo mismo ocurre con las ideas y los conceptos. En el cálculo integral se niega de otro modo que el que es necesario para obtener potencias positivas partiendo de raíces negativas. Es necesario aprender esto como se aprende cualquier otra cosa. No basta saber que el tallo de cebada y el cálculo integral caen bajo las leyes de la negación de la negación para que nos consideremos capaces de cultivar cebada o para realizar operaciones de diferenciación e integración; del mismo modo que no basta conocer las leyes que rigen la determinación del sonido según las dimensiones de las cuerdas, para tocar el violín. Pero es evidente que el juego infantil que consiste en escribir una a para luego tacharla o en decir que una rosa es una rosa para afirmar después que no lo es, no demuestra otra cosa que la idiotez del que se entrega a semejantes ejercicios.

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Luego, es sólo el señor Dühring quien mixtifica las cosas cuando afirma que la negación de la negación es una tonta analogía inventada por Hégel a imitación de la religión, del mito del pecado original y de la redención. El hombre pensó dialécticamente mucho antes de saber lo que era la dialéctica, del mismo modo que habló en prosa antes de que existiera esta palabra. Hégel no hizo más que formular claramente por primera vez esta ley de la negación de la negación que actúa en la naturaleza y en la historia, como actuaba inconscientemente en nuestras cabezas antes de que fuese descubierta. Y si el señor Dühring aborrece el nombre pero quiere seguir empleándola a escondidas, puede inventarle otro nombre mejor. Pero si lo que quiere es desechar del pensamiento la cosa misma, que trate primero de desecharla de la naturaleza y de la historia e inventar unas matemáticas en las que -a x -a no sea +a2 y en las que se prohiba, bajo pena de muerte, el cálculo diferencial e integral.

 

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[1] Como el texto del libro del que nosotros traducimos está en francés, hemos considerado prudente, ya que no poseemos el alemán, idioma en el que fué escrita esta obra, cotejar esta traducción con la versión castellana de La edición dirigida por W. Roces, Biblioteca Carlos Marx, Madrid, 193 2. (Hemos respetado los fragmentos escogidos por Labriola) . — (N. del T.).

[2] Omitimos aquí un pasaje que no puede ser comprendido si no se lee todo el Anti-Dühring. (Esta nota aparece en la edición francesa) . 

 

 

 

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