Antonio Labriola

 

FILOSOFIA Y SOCIALISMO

(1899)

 

 

V

 

Roma, 24 de mayo de 1897.

Volviendo al mismo punto de vista de mi última carta, creo que tiene usted razón en poner sobre tablas el problema de la filosofía en general. Me refiero, diciendo esto, no solamente a su Prefacio, del que multiplico, por así decir, sus consecuencias en esta larga conversación epistolar, sino a algunos de sus artículos aparecidos en el Devenir Social, y también a ciertas cartas particulares que ha tenido la atención de escribirme. En el fondo se inquieta usted de que el materialismo histórico parezca flotar en el vacío mientras tenga en su contra otras filosofías, con las que no está en armonía, y en tanto se llegue a desarrollar la filosofía que le es propia, esto es, aquella que implica y que está inmanente en sus postulados y en sus premisas.

¿Lo he comprendido bien?

Habla usted de una manera explícita de la psicología, de la etica y de ia metafísica. Por este último término entiende usted lo que, por consecuencia de diferentes hábitos mentales y por razones didácticas, llamaría yo, por ejemplo: doctrina general del conocimiento o formas fundamentales del pensamiento o de otra manera aún, lo que no hago por exceso de prudencia, por temor de caer en un equívoco y por no chocar con ciertos prejuicios. Pero dejemos estas cuestiones terminológicas, tanto más que en materia de ciencia no estamos obligados a someternos a la significación que los términos tienen en la experiencia corriente y en la intuición común (aunque, como sucede en la vida ordinaria, no podamos llamar al pan de otra manera que pan) , porque estas significaciones las establecemos nosotros mismos, planteando y desarrollando los conceptos que queremos resumir en una breve fórmula por una palabra convencional. ¡A dónde se llegaría si se quisiera deducir la significación y el contenido de la química, por ejemplo, de la etimología de la palabra! ¡Nos remontaríamos hasta la antiquísima Egipto para encontrarnos con la palabra que designaba la tierra amarilla que se extiende desde los bordes del Nilo hasta las montañas!

Lo dejo en paz con la palabra metafísica, si se conforma con lo dicho. ¡Frivolidades! Si un redactor de catálogos pusiera mañana bajo el título de meta physiká los Primeros principios de Spencer, haría exactamente lo mismo que hizo el bibliotecario de Pérgamo cuando puso esta etiqueta sobre los diferentes tratados de la filosofía primera (Aristóteles no los designa con otro nombre) para los cuales, a pesar del esfuerzo de los comentaristas antiguos y críticos modernos, no se ha logrado la claridad y continuidad de un libro acabado. Quién sabe cuátos se sentirían felices ahora descubriendo que al fin de cuentas, el viejo Estagirita, que ha embarazado el espíritu de los hombres durante tantos siglos y que ha servido de bandera a tantas batallas del espíritu, no fué más que un Spencer del tiempo pasado, quién, por la sola falta de los tiempos, ha escrito en griego, y a veces en un griego bastante malo.

La tradición no debe pesar sobre nosotros como una pesadilla, comió un impedimento, como un estorbo, como un objeto de culto y de estúpida veneración, y sobre este punto estamos de acuerdo; pero, por otra parte, la tradición es la que nos ata a la historia, y es la que nos dice qué es lo que nos sujeta a las condiciones penosamente adquiridas, que facilitan el trabajo actual y hacen posible el progreso. Hacer de otra manera sería asemejarnos a los animales, porque sólo el trabajo secular de la historia nos diferencia de las bestias. Y, además, todos aquellos que estudian un aspecto cualquiera de la realidad, sea de la manera más concreta, más empírica, más particular, más detallada y más circunstanciada, no pueden dejar de reconocer que en ciertos momentos están como asaltados por la necesidad de repensar con las formas generales (es decir, decir, con las categorías), que están siempre presentes en los actos particulares del pensamiento (unidad, pluralidad, totalidad, condición, fin, razón de ser, causa, efecto, progresión, finito, infinito, etc.). Luego, por poco que nos sugestione esta nueva curiosidad, los problemas universales del conocimiento se imjponen a nosotros, y se nos aparecen como necesariamente dados, y es en esta sugestión inevitable que halla su origen y lugar lo que usted llama metafísica, y que se podría llamar de otra manera.

Pero se trata de saber qué es lo que nosotros hacemos con esto que nos es dado. De una manera muy general, la característica del pensamiento clásico (en los griegos) es una cierta ingenuidad en el empleo y en la aplicación de los conceptos. En la filosofía moderna, aquí también de una manera general, la característica es la duda metódica y, por lo tanto, el criticismo, que acompaña, tal una garantía sospechosa, el uso de estas formas en su alcance intrínseco como en su alcance extrínseco. Lo que decide el paso de la ingenuidad a la crítica es la observación metódica (raramente empleada y de manera subsidiaria en los antiguos) y, más que la observación, la experimentación voluntaria y técnicamente conducida (que fué casi por completo desechada en la antigüedad) . Experimentando nosotros nos hacemos colaboradores de la naturaleza: nosotros producimos artificialmente lo que la naturaleza produce por sí misma. Experimentando, las cosas dejan de ser para nosotros simples objetos rígidos de la visión, puesto que nacen bajo nuestra dirección; el pensamiento deja de ser una anticipación sirviendo de modelo a las cosas: se hace concreto porque crece con las cosas, porque va engrandeciéndose progresivamente con la inteligencia que nosotros adquirimos de ellas. La experimentación voluntaria y metódica termina para nosotros en llegar a la convicción de esta verdad muy simple: que aún antes que naciera la ciencia, y para todos aquellos que no beben en la ciencia, las actividades interiores, incluyendo el empleo de la reflexión corriente, se manifiestan y desenvuelven bajo el imperio de las necesidades, como un acrecentamiento de nosotros en nosotros mismos, es decir, que ellas son la formación de nuevas condiciones sucesivamente elaboradas[1] .

Con respecto a este mismo punto de vista el materialismo histórico es el término de un largo desenvolvimiento. Justifica hasta el procesus histórico del saber científico, haciéndolo cualitativamente conforme y cuantitativamente proporcional a la capacidad del trabajo, es decir, haciéndolo sucesivamente correspondiendo a las necesidades.

Volviendo a los problemas propuestos por usted, apruebo las críticas que hace al agnosticismo. Este es el apéndice inglés al neokantismo alemán, pero con una diferencia importante. El neokantismo no es, en suma, más que una corriente académica que nos diera, con un más claro conocimiento de Kant, una útil literatura de eruditos, mientras que el agnosticismo, a consecuencia de su difusión popular, es un hecho sintomático de las condiciones actuales de ciertas clases sociales. Los socialistas tuvieron razón en creer que este hecho sintomático es uno de los índices de la decadencia de la burguesía. Constituye, en verdad, un sombrío contraste con la confianza heroica en la verdad que el pensamiento afirma a principios de la historia moderna (¡Bruno y Spinoza!); con la actitud de los Convencionales, que ha sido característica de los pensadores desde el siglo último hasta la filosofía clásica alemana, y con la precisión de métodos de investigación, que en nuestra época de tal manera ha aumentado la dominación del pensamiento sobre la naturaleza. Se diría la resignación del temor. Le falta el carácter esencial de toda filosofía, que, según Hégel, es el coraje de la verdad. Cualquier marxists que pasase, sin escrúpulos ni vacilaciones, de las condiciones económicas a los reflejos ideológicos, como se traducirían ipso facto los signos taquigráficos, podría decir que este Incognoscible, tan celebrado por una numerosa secta de quietistas de la razón, es un índice de que el espíritu de la burguesía no es capaz ya de reflexionar claramente sobre la organización del mundo, porque el capitalismo, que le da su orientación, está en sí podrido, siendo por eso que muchos, teniendo intuición de la ruina próxima, aceptan una especie de religión de la imbecilidad. Semejante estética, bien que pertenezca, por otra parte, a una de esas numerosas tonterías que fueran dichas tan a menudo en nombre de la interpretación económica de la historia[2].

Pero aseguro, por otra parte, que este agnosticismo nos hace un gran servicio. Los agnósticos, afirmando y repitiendo constantemente que no es posible conocer la cosa en sí, el fondo íntimo de la naturaleza, la causa última de los fenómenos, llegan por otro camino, a su manera, como quien siente lo imposible, al mismo resultado que nosotros, pero no con pena ni aflicción, sino como realistas que no invocan los recursos de la imaginación: no se puede pensar más que sobre lo que podemos, en amplio sentido, experimentar nosotros mismos.

Veamos qué es lo que ha sucedido en el dominio de la psicología. Se ha rechazado, por una parte, la ilusión ideológica de que los hechos psíquicos se explican tomando como sujeto sustancial un ser hiperfísico; se ha rechazado, por otra, la vulgaridad, material antes que materialista, que el pensamiento es una secreción del cerebro; se ha establecido que los hechos psíquicos son inherentes al organismo especificado, en tanto que el organismo mismo es un proceso de formación y en tanto que los hechos psíquicos son lo que hay de interno en la actividad de los nervios en tanto que esta actividad es conciencia; se ha rechazado la grosera hipótesis del materialismo simplista: que los estados interiores, que se observan y complican, por el solo hecho de que en ellos descubrimos cada día sus condiciones respectivas en los centros nerviosos, en tanto que son estados interiores, es decir, función de la conciencia, pueden ser observados bajo un aspecto extensivo; y llegamos así a la ciencia psíquica, que es poco exacto, por no decir falso, llamar psicología sin alma, pero que es necesario designarla con el nombre de ciencia de los productos psíquicos sin el mito de la sustancia espiritual.

Cuando en el Anti-Dühring Engels usa la palabra metafísica en sentido peyorativo, quiere referirse precisamente a esas maneras de pensar, es decir, de concebir, de inferir, de exponer, que se oponen a la consideración genética y, por lo tanto (de una manera subordinada), dialéctica de las cosas. Estas maneras se distinguen por esos dos caracteres: primero, fijan, como existiendo por sí mismo y como completamente independientes el uno del otro, los modos del pensamiento, que en realidad no son modos más que en tanto representan los puntos de correlación y transición de un proceso; y, en segundo lugar, consideran estos mismos modos del pensamiento como una presuposición, un anticipación, o un tipo o prototipo de la pobre y aparente realidad empírica. En el primer punto de vista por ejemplo, la causa y el efecto, el medio y el fin, la razón de ser y la realidad, etc., siempre se presentan al espíritu como términos distintos y, por lo tanto, diferentes y a veces opuestos; como si hubiera cosas que son por sí mismas exclusivamente causas y otras que son por sí mismas exclusivamente efectos, etc. En el segundo punto de vista parece que el mundo de la experiencia se desintegra y se separa ante nuestros ojos en substancia y en accidente, en cosa en sí y en fenómenos, en posibilidad y en existencia. Toda esta crítica se reduce a esta exigencia realista: que es necesario considrar los términos del pensamiento no como cosas y entidades fijas, sino como en función, porque los términos no tienen valor sino en tanto tengamos algo que pensar de manera activa y estemos en el acto mismo de pensar.

Esta crítica de Engels, que podría ser especificada y precisada aún con muchas otras consideraciones, sobre todo en lo que respecta al origen de la manera metafísica de pensar, repite, a su manera, la oposición hcgeliana entre el entendimiento, que fija los contrarios como tales, y la razón, que reemplaza los contrarios en serie de procesos ascendentes (el arte divino de conciliar los contrarios, diría Bruno; omnis determinatio est negatio, diría Spinoza).

Esta metafísica, sensu deteriori, tiene a lo lejos una cierta analogía con el origen de los mitos. Tiene sus raíces en la teología, en tanto se propone hacer digno del razonamiento formal los datos (subjetivos, pero que la ilusión personal tiene por objetivos) de la creencia. ¿Cuántos milagros no ha hecho el semi-mito del eterno logos? Esta metafísica, en el sentido peyorativo que emplearemos desde ahora, como estadio y como obstáculo a un pensamiento aún en formación, se encuentra en tedas las ramas del saber. ¿Cuántos esfuerzos no fueron necesarios a la reflexión doctrinal en el dominio de la lingüística para substituir la ilusión según la
cual las formas gramaticales son modelos por la génesis de éstos: génesis que debe ser psicológicamente investigada y
constatada en las diferentes maneras de ser de la lengua, que es un acto y una producción, y no un simple factum? Esta metafísica existe y existirá quizá siempre en los derivados verbales y fraseológicos de la expresión del pensamiento, porque la lengua, sin la cual no podríamos llegar a la precisión del pensamiento, ni a formular su manifestación, al mismo tiempo que dice lo que expresa, lo altera, y es por esto que posee en sí el germen del mito. Tan profundam|ente como penetremos en la teoría más general de las vibraciones, siempre diremos: la luz produce este efecto, el calor obra así. Se tiene siempre la tentación, o al menos se corre siempre el peligro,
de substancializar un proceso o sus términos. Las relaciones, por el efecto de la ilusión que se proyecta fuera de sí, vuélvense cosas, y las cosas vuélvense, a su vez, sujetos activos actuantes. Si prestamos atención a esta vuelta tan frecuente de nuestro espíritu al empleo pre-científico de los medios verbales, hallaremos en nosotros mismos los datos psicológicos para explicar la manera por la que han nacido, en otros tiempos y en otras circunstancias, las objetivaciones de las formas del pensamiento mismo en seres y en entidades,
cuyo caso tipo, ya que es el acabado, nos es suministrado por las ideas platónicas. La historia está plagada de esta metafísica,
en tanto que es la inmaturez de una inteligencia no aguzada aún por la autocrítica y no reforzada por la experiencia: y es por esto, como igualmente por tantos otros motivos. que la historia es también superstición, mitología, religión, poesía, fanatismo de palabras y culto de formas vacías. Asimismo, esta metafísica deja sus huellas en lo que, en nuestros días, orgullosamente llamamos ciencia.

¿Y no encontramos sus rastros en la economía política?  Este dinero que, de simple medio de cambio, se hace capital en función con el trabajo productivo, ¿no llega a ser, en la imaginación de los economistas, capital ab origine, que por un derecho que le es innato produce un interés?  Se encuentra aquí el sentido de un capítulo de Marx, en el que habla del capital como de un fetiche[3]. La ciencia económica está llena de estos fetiches. La cualidad de mercancía, que no es propia del producto del trabajo humano más que en determinado momento histórico —en tanto que los hombres viven en un cierto sistema dado de correlación social—, se hace una cualidad intrínseca ab aeterno del producto mismo. El salario, que no sería concebible si determinados hombres no tuvieran la necesidad imperiosa de venderse a otros hombres, se hace una categoría absoluta, es decir, uno de los -elementos de completa ganancia: ¿y aun el capitalista no es (¡en su imaginación!) un individuo que saca de sí mismo un salario más grande? Y la renta de la tierra: ¡de la tierra! No se terminaría nunca si se quisiera enumerar todas esas transformaciones metafóricas de relaciones relativas en atributos eternos de los hombres y de las cosas.

Pero, ¿qué no ha llegado a ser la lucha por la vida en el darwinismo vulgar?: un imperativo, una orden, el factum, un tirano; y se han despreciado las circunstancias empíricas del ratón y del gato, del murciélago y del insecto, de la mala yerba y del trébol. La evolución, es decir, la expresión resumida de procesos infinitos, que plantea tantos problemas de circunstancias y no un simple teorema, ¿no se transforma a menudo, de extraña manera, en Evolución? En fin, en las vulgarizaciones de la sociología marxista, las condiciones, las relaciones, las correlativídades de coexistencia económica se transforman —quizá a veces por pobreza de expresión— en alguna cosa existiendo imaginariamente por encima de nosotros, como si en el problema hubiera otros elementos que
éstos: individuos e individuos, es decir, locatarios y propietarios, terratenientes y arrendatarios, capitalistas y asalariados, patrones y domésticos, explotados y explotadores, en una palabra, hombres y otros hombres que, en condiciones dadas de tiempo y lugar, se hallan en relaciones diferentes de dependencia recíproca, por efecto de la forma que se produce y se sirve, en las formas correlativas dadas, de los medios necesarios a la existencia.

La constante y no dudosa persistencia del vicio metafísico, que confina a veces directamente con la mitología, debe hacernos
indulgentes con respecto a las causas y condiciones, directamente psíquicas o más generalmente sociales, que durante tan largo tiempo han retardado en el pasado la aparición del pensamiento crítico, conscientemente experimental y prudentemente antiverbalista. De nada sirve recurrir a las tres épocas de Comte. Se trata de una dominación cuantitativa de la forma teológica o de la forma metafísica en otras épocas de la histeria, y no del exclusivismo cualitativo con relación a la llamada época científica actual. Los hombres no
han sido jamás exclusivamente teólogos o metafísicos, como no serán jamás exclusivam.ente hombres de ciencia. El salvaje más humilde que teme los fetiches sabe que le es menos penoso descender que remontar el río, y en el empleo elementalísimo que hace del trabajo tiene un embrión de experiencia y de ciencia. E inversamente, en nuestra época, tales hombres de ciencia tienen el espíritu colmado de mitología. ¡La metafísica, considerada como lo opuesto a la corrección científica, no es un hecho tan prehistórico que se lo pueda comparar al tatuaje y a la antropofagia!

Espero que nadie querrá poner en el activo del materialismo histórico la victoria definitiva sobre la metafísica, en el sentido antes indicado, de acuerdo a Engels. El materialismo histórico es un caso particular en el desenvolvimiento del pensamiento antimetafísico. No habría sido posible si la inteligencia crítica no se elaborara ya antes. Es necesario tener en cuenta aquí toda la historia de la ciencia moderna. Cuando el Don Ferrante de Los Novios, de Manzoni (estamos en el siglo XVII), que fué, si León XIII no se ofende por envidia profesional, el último de los escolásticos verdaderamente convencidos, moría de la peste, negando la peste porque no entraba en las diez categorías de Aristóteles, la escolástica había ya recibido los primeros golpes, los más violentos y más decisivos. Y desde entonces tiene toda una historia las conquistas positivas del pensamiento, que han absorbido o eliminado, o reducido y combinado diferentemente esta materia del saber, que antes constituía la filosofía existiendo por sí misma y, por lo tanto, dominando la ciencia. En esta línea del pensamiento científico nos encontramos, por ejemplo, con la psicología empírica, la lingüística, el darwinismo, la historia de las instituciones y la crítica propiamente dicha. Y diría también con el Positivismo —el positivismo verdadero y no el adulterado que corre por las calles—, si no temiera con ello dar origen al nacimiento de un equívoco. En efecto, el Positivismo, considerado en general y a grandes rasgos, es una de las tan num,'erosas formas por las cuales el espíritu se ha ido avecinando al concepto de una filosofía que no anticipa scbre las cosas, sino que le es inmanente. Por lo tanto, no hay que asombrarse de que a consecuencia de la homogeneidad genérica que acerca el materialismo histórico a tantos otros productos del espíritu y del saber contemporáneo, muchos de los que tratan la ciencia a la manera de letrados o de lectores de revistas, engañados por los de afuera y
siguiendo el impulso de la curiosidad erudita, crean poder completar a Marx con tal o cual cosa; derivaciones de las cuales nos es difícil deshacernos. El estudio evolutivo o genérico, generalizado en casi toda la ciencia de nuestro tiempo, es lo que principalmente induce a ese error: de solerte que los que están poco al corriente o son superficiales todo lo confunden en el término común de Evolución. Con todo derecho concentra usted su atención sobre los caracteres diferenciales y diferenciados del materialismo histórico —que, añado yo, son propios a una ciencia de comunistas dialécticamente revolucionarios— y no se pregunta si Marx puede ser conciliado con tal o cual filósofo, sino que, por el contrario, se pregunta cuál es la filosofía que está necesaria y objetivamente implícita en esta doctrina.

Es por esta razón que le he aceptado y le acepto el uso de la palabra metafísica en un sentido no peyorativo. En el fondo
del marxismo hay problemas generales, y éstos llevan, por una parte, a los límites y formas del conocimiento, y, por otra, a las relaciones del mundo humano y al resto de lo cognoscible y de lo conocido. ¿No es de esto de lo que usted quiere hablar? Y soy tanto más de su parecer que me he preocupado de estas cuestiones generales en el segundo de mis ensayos (Del Materialismo Histórico) , pero de manera que disimula la intención. 

Si se considera el materialismo histórico en su conjunto, se puede hallar el motivo de tres órdenes de estudios. El primero
responde a la necesidad práctica, propia a los partidos socialistas, de adquirir un conocimiento completo de las condiciones específicas del proletariado en cada país y de hacer depender de las causas, de las promesas y de los peligros de la situación política, la acción del socialismo. El segundo puede influir, e influirá ciertamente, para modificar las corrientes de historiografía en tanto que permita que este arte vaya al terreno de las luchas de clases y a la combinación social que resulte de éstas, dada la correspondiente estructura económica que cada historiador debe en adelante conocer y comprender. El tercero se relaciona con la investigación de los principios directores, cuya inteligencia y desenvolvimiento necesitan de esa orientación general de que usted habla. Me parece, por lo tanto — y de ello he dado pruebas en lo que he escrito — , que cuando no se cae en el antiguo error de creer que las ideas son como ejemplares por encima de las cosas, reconociendo siempre la inevitable división del trabajo, este estudio de los principios generales, considerados en sí mismos, no implica necesariamente el escolasticismo formal, es decir, la ignorancia de las cosas de donde estos principios se han extraído. En verdad, estas diferentes consideraciones y estudios no son más que una sola cosa en el espíritu de Marx y, además, ellas no son más que una sola cosa en su obra. Su política ha sido como la práctica de su materialismo histórico, y su filosofía ha sido como inherente a su crítica de la economía, que fué su manera de hacer la historia. Pero, sea lo que fuese esta universalidad de inteligencia, que es la marca específica del genio que comienza una nueva corriente intelectual, el hecho es que Marx mismo no ha llegado a esta perfecta integridad de su doctrina más que en un solo caso, y es en El Capital.

La completa identificación de la filosofía, es decir, del pensamiento críticamente consciente, con la materia de lo conocido, es decir, la completa eliminación de la tradicional separación de ciencia y filosofía, es una tendencia de nuestro tiempo: tendencia que, sin embargo, permanece siendo muy a menudo un simple desiderátum. Es precisamente a esta aptitud que se refieren algunos cuando afirman que la metafísica (en todo sentido) es superada, mientras que otros, más exactos, suponen que la ciencia llegada a su perfección es ya la filosofía absorbida. La misma tendencia justifica la expresión de filosofía científica, que, sin eso, sería ridicula. Si esta expresión puede ser justificada, lo será precisamente por el materialismo histórico, tal como lo ha sido en el espíritu y en los escritos de Marx. En estos trabajos la filosofía está de tal manera en la cosa misma, está tan fundida en ella y con ella que el lector siente su efecto; es como si la filosofía no fuera más que la función misma del estudio científico.

¿Debo comenzar aquí mis confesiones o bien limitarme a discutir objetivamente con usted los aspectos que pueden aproximar nuestras maneras de ver? Si debo contentarme con escribir aforismos, como conviene a las confesiones, diría: a) el ideal del saber debe ser: terminar con la oposición entre ciencia y filosofía; b) pero, así como la ciencia (empírica) está en perpetuo devenir y se multiplica en su materia como en sus grados, diferenciando al mismo tiempo los espíritus que cultivan sus diferentes ramas, por otra parte, es acumulada y se acumula continuamente bajo el nombre de filosofía la suma de los conocimientos metódicos y formales; c) igualmente, la oposición entre la ciencia y la filosofía se mantiene y se mantendrá, como término y mxomento siempre provisorio, para indicar, precisamente, que la ciencia está en devenir continuo y que, en este devenir, la autocrítica es una parte importante.

Es suficiente pensar en Darwin para comprender cuan necesario es ser prudente cuando se afirma que la ciencia de nuestro tiempo es por sí misma el fin de la filosofía. Darwin, ciertamente, ha revolucionado el dominio de las ciencias del organismo, y con ello toda la concepción de la naturaleza. Pero Darwin no ha tenido plena conciencia del alcance de sus descubrimientos: él no fué el filósofo de su ciencia. El darwinismo, en tanto que nueva concepción de la vida y, por lo tanto, de la naturaleza, se ha desarrollado después más allá de las intenciones de Darwin. Por el contrario, algunos divulgadores del marxismo han despojado a esta doctrina de la filosofía que le es inmanente, para reducirla a una simple ojeada sobre las variaciones de las condiciones históricas de acuerdo a las variaciones de las condiciones económicas. Observaciones tan simples bastan para persuadirnos de que si podemos afirmar que la ciencia llegada a su perfección es ya la filosofía, es decir, que ésta no es otra cosa que el último grado de la elaboración de los conceptos (Herbart), no debemos, enunciando este postulado, autorizar a nadie a hablar con menosprecio de lo que, en sentido diferenciado, se llama la filosofía, así como no debemos dejar creer a ningún sabio que en el grado de desarrollo mental en que se detienen, son ya los triunfadores o los herederos de esta bagatela que fué la filosofía. Y, por lo tanto, usted no ha planteado una cuestión que pueda parecer ociosa cuando pregunta poco más o menos esto: ¿Qué actitud deben adoptar con respecto a la filosofía en su conjunto aquellos que se ocupan del materialismo histórico?

 

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[1] "Los juegos de la infancia, y esto no es broma, son el primer principio y fundamento de todo lo serio de la vida; ellcxs son los que, permitiendo descargar la actividad interna, terminan poco a poco en actos de conocimiento y en un lento pasaje de un estado a otro de conciencia. En un momento dado, es decir, a falta de ésta, nace la ilusión de que la dirección y el dominio que nosotros hemos adquirido (de nosotros sobre nosotros mismos) es una potencia originaria y la causa constante de todos los efectos visibles del cual tenemos, nosotros y los otros, el testimonio objetivo en los actos mismos", págs. 13-14 de mi pequeño libro: Del concetto della Libertá. Studio psicológico, Roma, 18 78, que ha sido escrito en el mismo momento de la crisis de la psicología.

[2] Alguna de estas tonterías han sido hábilmente ilustradas por B. Croce: Le teorie storiche del prof. Loria, Nápoles, 1897. (Ver: Les théories historiques de M. Loria, Devenir Social, noviembre de 1896; e Intorno al communismo di Tommaso Campanella, Nápoles, 1895.)

[3] Actualmente, los hedonistas, marchando cum rationc temporis, explican el interés ut sic (dinero que produce dinero) por medio del valor diferencial que hay entre el bien actual y el bien futuro, es decir, que traducen en conceptualismo psicológico la razón del riesgo y hacen otras consideraciones análogas de la práctica comercial corriente. Y luego prosiguen en esta dirección con ayuda de procesos matemáticos ficticios.

 

 

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