Antonio Labriola

 

FILOSOFIA Y SOCIALISMO

(1899)

 

IV

 

Roma, 14 de mayo de 1897.

Me parece — y vuelvo así a mi primer asunto — que su preocupación más grande es saber: ¿por qué camino y de qué manera se podría llegar a constituir en Francia una escuela del materialismo histórico? No sé si me es permitido responder a esta cuestión sin parecerme a esos periodistas de la vieja escuela que con el mayor aplomo aconsejan a Europa, corriendo así el riesgo de que me suceda lo que a ellos: no ser escuchado. Sin embargo, con toda modestia trataré de satisfacerlo.

Me parece, primero, que no debe ser difícil hallar en Francia editores y libreros para editar y hacer conocer buenas traducciones de las obras de Marx y Engels y de aquellos de sus discípulos que es necesario estudiar. Este sería el mejor comienzo. Sé que los traductores deberán luchar con graves dificultades. Hace ya treinta y siete años que leo obras alemanas y siempre me ha parecido que nosotros, los pueblos latinos, perdemos nuestra riqueza lingüística y literaria cuando traducimos de aquella lengua. Lo que en alemán está lleno de vigor, de nitidez y es maravilloso, se hace a menudo, por ejemplo en italiano, frío, sin relieve y a veces incomprensible. En estas traducciones, hablo evidentemente de las ordinarias y corrientes, se pierde al mismo tiempo que la posibilidad de insinuación, el poder de persuación. En un vasto trabajo de vulgarización como el que nos ocupa, sería necesario, ante todo, conservar la integridad de los textos, agregando prefacios, notas y comentarios que faciliten el proceso de asimilación que se hace por sí mismo en la lengua originaria.

Las lenguas no son, en verdad, variantes accidentales del volapuk universal; son mucho más que los medios extrínsecos de comunicación y expresión del pensamiento y del alma. £llas son las condiciones y los límites de nuestra actividad interior, que, por eso, como por tantas otras razones, tienen formas y modos nacionales que no son simples accidentes. Si hay internacionalistas que no se dan cuenta de esto, es necesario, ante todo, llamarlos confusionistas y amorfistas, como a aquellos que van a buscar su instrucción no en los viejos autores de los apocalipsis sino en el extraordinario Bakunin, que hasta reclamaba la igualdad de los sexos. Luego, en la asimilación de las ideas, de los pensamientos, de las tendencias y de las intenciones, que han hallado su perfecta expresión literaria en las lenguas extranjeras, hay como un ejemplo bastante confuso de pedagogía social.

Y, ya que me ha salido esta expresión, permítame confesarle que cuando examino de cerca la historia anterior y las condiciones actuales de la Socialdemocracia alemana, no es el aumento continuo de los éxitos electorales lo que principalmente me llena de admiración y fuerte esperanza. Antes que edificar sobre estos votos como sobre esperanzas del porvenir, de acuerdo a los cálculos a veces engañosos de la deducción estadística, me siento lleno de admiración por el caso verdaderamente nuevo e imponente de pedagogía social, que hace que, en una masa tan considerable de hombres y principalmente de obreros y de pequeños burgueses, se forme una conciencia nueva, a la que contribuye en igual medida la apreciación directa de la situación económica que empuja a la lucha y la propaganda del socialismo comprendido como un fin o como un terreno de aproximación. Esta digresión evoca en mí un recuerdo. He sido aquí, en Italia, el primero o uno de los primeros que, con la pluma y la palabra, durante muchos años, en variadas circunstancias e insistentemente, he recordado el ejemplo de Alemania, llamando la atención de nuestros obreros que fueron y son capaces de ponerse en acción sobre la nueva línea de lucha proletaria. Pero. . . jamás me ha pasado por la imaginación creer que la imitación pueda excusar la espontaneidad; no he pensado jamás que fuera preciso seguir el ejemplo de los monjes y padres que fueron durante siglos casi los únicos educadores de la Italia ya en decadencia, quienes, con gran seriedad, fabricaban poetas haciéndoles aprender de memoria el arte poético de Horacio. Sería un hermoso espectáculo verte aparecer entre nosotros — tú, Bebel — , tan activo y prudente, bajo la forma de un nuevo Horacio. Esto asombraría aún a mi amigo Lombroso, que detesta el latín más aún que la pelagra.

Hay, pues, dificultades más íntimas, de más grande alcance y de mayor peso. Aún si sucediera que los editores y libreros, hábiles y diligentes, se dieran por tarea propalar, no solamente en Francia, sino por todo país civilizado, las traducciones de todas las obras escritas sobre materialismo histórico, esto serviría solamente para estimular pero no para formar y constituir en cada una de esas naciones las energías activas que producen y tienen despierta una corriente de pensamiento. Pensar es producir. Aprender es producir reproduciendo. Nosotros no sabemos bien y ciertamente qué es lo que somos nosotros mismos capaces de producir, pensando, trabajando, ensayando y experimentando, siempre en medio de las fuerzas que nos pertenecen como propias, sobre el terreno social y en el ángulo visual en el que nos hallamos.

¡Y se trata de la Francia con su larga historia, con su literatura, que tanto ha dominado durante siglos, con su ambición patriótica y con su diferenciación etno-psicológica tan particular, que se refleja hasta en los más abstractos productos del pensamiento! Yo, italiano, no soy quién debe tomar la defensa de vuestros patrioteros, a quienes hace usted una crítica tan merecida. Me recuerda usted, sin embargo, lo sucedido en el último siglo. El pensamiento revolucionario nace casi en todo lugar del mundo civilizado, tanto en Italia, como en Inglaterra, como en Alemania, pero no se hace europeo más que a condición de fundirse al espíritu francés, y la revolución francesa fué la revolución en Europa. Esta gloria imperecedera de su patria pesa, como todas las glorias, sobre la nación misma, tal la pesadilla de un arraigado prejuicio. ¿Pero los prejuicios no son también fuerzas, al menos en lo que tienen de obstáculo? París no será más el cerebro del mundo, tanto por esta razón, como, por otra parte, porque el mundo no tiene cerebro, a menos que lo tenga en la imaginación de algunos falsos sociólogos[1] . París no es actualmente, y tampoco será en el porvenir, la santa Jerusalén de los revolucionarios de todas las partes del mundo — como me parece que ha sido — . La futura revolución proletaria no tendrá nada que la haga asemejar al millenium apocalíptico, y, además, los privilegios ya han terminado, tanto para las naciones como para los individuos. Es lo que muy justamente había observado Engels, y, por otra parte, no estaría demás que los franceses leyeran lo que escribiera en 1874 con respecto a los Blanquistas, cuando éstos incitaban a la revuelta inmediata, precisamente algunos años después de la catástrofe de la Comuna[2]. Pero bien considerado. . . y teniendo en cuenta las condiciones propias de la agricultura y de la industria francesa, que durante tanto tiempo ha retardado la concentración del movimiento obrero, y conociendo la buena parte de culpa que corresponde a los jefes de secta y a los jefes de escuela, que tuvieron durante tanto tiempo separado y dividido al socialismo francés, verdad es que el materialismo histórico no podrá hacerse camino entre ustedes en tanto se lo considere un simple producto intelectual de dos alemanes de gran talento. Precisamente por esta expresión Mazzini estimulaba los resentimientos nacionales contra los dos autores, quienes, en tanto que materialistas y comunistas, parecía que debieran destrozar muy naturalmente la idealista divisa de Mazzini: la patria y Dios.

A este respecto la suerte de los dos fundadores del socialismo científico fué casi trágica. Han pasado más de una vez por los dos alemanes para muchos que fueron patrioteros aún entre los revolucionarios; han pasado por agentes del pangermanismo, en las invectivas de Bakunin, que tenía el espíritu tan dispuesto a inventar. . ., por no decir más; ¡los dos alemanes, ellos, que en su patria, que habían abandonado en exilio desde los primeros años de su vida, no hallaron más que el silencio de esos profesores para los cuales el servilismo es un acto de fe patriótica! En verdad, estos profesores se vengaban. En efecto, en El Capital, que tiene sus raíces en las tradiciones de la economía clásica, incluyendo en ésta los escritores ingeniosos y a menudo de gran mérito de la Italia del siglo XVII, Marx no ha hablado sino con altanero menosprecio de Roscher y secuaces. Engels, que hizo populares las investigaciones del americano Morgan con tan grande habilidad de exposición, estando absolutamente convencido de que lo que él llamaba muy justamente la filosofía clásica había llegado al momento de su disolución con Feuerbach, en nada tiene en cuenta, y francamente va muy lejos, escribiendo el Anti-Dühring, a la filosofía contemporánea, esto es, la neocrítica de sus compatriotas (desprecio explicable en él, pero ridículo en los socialistas, que no lo ostentan más que por imitación). Este trágico destino estaba íntimamente ligado a su misión. Ellos dieron toda su alma y toda su inteligencia a la causa del proletariado de todos los países; y es por eso que los productos de su ciencia no tienen por público en todo el mundo sino aquel que se alista entre los que son capaces de una revolución intelectual análoga. En Alemania, donde por las condiciones históricas especiales, y sobre todo porque la burguesía no ha logrado desembarazarse completamente del Antiguo Régimen (ved ese emperador que impunemente puede hablar como un semi-dios, y que en suma no es más que un Federico Barbarroja hecho viajante de comercio de la in German Made) , la democracia social ha podido constituirse y agruparse en falange cerrada, era natural que las ideas del socialismo científico hallasen un terreno favorable para su difusión normal y progresiva. Pero ningún socialista alemán — al menos así lo espero — deberá jamás apreciar las ideas de Marx y de Engels colocándose en el simple punto de vista de los derechos y de los deberes, de los méritos y de los deméritos de los Camarades del Partido. He aquí, por ejemplo, lo que escribía Engels no hace mucho tiempo[3]: "Se estará sorprendido por lo que en todos estos artículos me he calificado, no por lo de demócrata-social, sino por lo de comunista. Es porque en esta época en muchos países se daba el nombre de demócratas-sociales a aquellos que no sostenían la apropiación de todos los medios de producción por la sociedad. Por demócrata-social se designaba, en Francia, a un republicano demócrata que tuviera simpatías más o menos verdaderas, pero que, sin embargo, permanecía vacilante con respecto a la clase obrera; gentes, en suma, como los Ledru-Rollin de 1848, como los radical-socialistas de 1874, que estaban más o menos matizados de proudhonismo. En Alemania se llamaba demócratas-sociales a los Lassallanos; pero bien que la gran mayoría de entre ellos fueran reconociendo poco a poco la necesidad de la socialización de los medios de producción, sin embargo las cooperativas de producción subvencionadas por el Estado quedaban como punto esencial del programa del partido en su acción pública. Era absolutamente imposible para Marx y para mí elegir una palabra de tal elasticidad para designar nuestro específico punto de vista. Hoy es completamente distinto: la palabra puede encuadrar, bien que no sea exacta, para designar un partido cuyo programa no es socialista en general sino directamentecomunista, y cuyo fin político es superar todas las formas de Estado, y, por lo tanto, también la democracia".

Los patriotas — y no me sirvo de esta palabra por burla — me parece que tienen en qué consolarse y reconfortarse. No es verdad, en suma, que el materialismo histórico sea el patrimonio intelectual de una sola nación o el privilegio de una pandilla, de un grupo o de una secta. Pertenece, ante todo, por su origen objetivo, a Francia, a Inglaterra y a Alemania, en igual medida. No quiero repetir aquí lo dicho en otra carta respecto a la influencia en la forma de pensar, para el espíritu juvenil de nuestros dos autores, ejercida por el nivel al que había llegado la cultura intelectual de los alemanes y la filosofía en particular, mientras el hegelianismo se perdía ya en las marañas de una nueva escolástica, o dando lugar a una nueva crítica más potente. Había también la gran industria inglesa con todas las miserias que la acompañan y el contragolpe ideológico de Owen y el contragolpe práctico de la agitación cartista. Y había también las escuelas del socialismo francés, y la tradición revolucionaria de Occidente, que alcanzan formas de comunismo de carácter proletario moderno. ¿Qué es El Capital sino la crítica de esta economía que, como revolución práctica y como exponente teórico de esta misma revolución, no se hallaba plenamente desarrollada más que en Inglaterra, hacia 1860, y que recién comenzaba en Alemania? ¿Qué es el Manifiesto de los Comunistas sino la explicación y los límites del socialismo latente o visible en los movimientos obreros de Francia y de Inglaterra? Pero todas estas cosas han sido continuadas y acabadas, incluida la filosofía de Hégel, por esta crítica inmanente, que es la dialéctica con sus inversiones, es decir, por esta negación que no es una simple oposición banal de un concepto a otro concepto, de una opinión a otra opinión, a la manera de los abogados, sino que, por el contrario, vuelve verdadero lo que niega, porque existe en lo que niega, y supera la condición (de hecho) o la premisa (conceptual) del proceso mismo[4]..

Francia e Inglaterra pueden tomar, sin que parezcan imitarse, su parte en la elaboración del materialismo histórico. ¿Por qué los franceses no escriben ahora libros verdaderamente críticos sobre Fourier y Saint-Simon, en tanto que fueron y en la medida en que fueron los verdaderos precursores del socialismo contemporáneo? ¿No se puede trabajar literariamente sobre los movimientos revolucionarios de 1830 a 1848, de suerte que se vea que la doctrina del Manifiesto no ha sido su negación, sino su apoyo y cómo los ha interpretado? Como pendant al 18 Brumario de Marx, que aun cuando es un trabajo genial y no pueda ser superado en el fin propuesto, es, sin embargo, un escrito de circunstancias y de publicista, ¿no se podría escribir una historia documentada del Golpe de Estado? ¿Es que la Comuna no espera aún un definitivo estudio crítico? La Gran Revolución, sobre la que hay una literatura colosal en cuanto al conjunto y muy minuciosa en cuanto a los detalles, ¿ha sido estudiada a fondo en el conjunto de las relaciones del levantamiento y rozamiento de las clases que en ella tomaron parte, y como un ejemplar de sociología económica? En resumen, toda la historia moderna de Francia e Inglaterra, ¿no ofrece a los estudiosos un terreno más extenso y más seguro para servir de ilustración al materialismo histórico que el que les ofrecía hasta estos últimos tiempos las condiciones de Alemania? Estas fueron, en efecto, desde la Guerra de los treinta años, enormemente confusas debido a los obstáculos puestos a su desenvolvimiento; además, la cabeza de los que la han estudiado sobre el lugar casi siempre ha estado envuelta en una especie de nebulosa ideológica, que haría reír a los cronistas florentinos del siglo XIV.

Me he detenido en estos detalles no para darme el tono de dar consejos a Francia, sino a fin de hacer notar, para terminar, que conociéndose la manera de pensar de los países latinos, no es cosa fácil hacer entrar en ellos ideas nuevas, cuando se las presenta exclusivamente como formas abstractas del pensamiento, mientras que llegan a comprenderse rápidamente y como por sugestión, cuando son modeladas en relatos y exposiciones que en alguna manera se asemejan a productos del arte.

Vuelvo por un momento a la cuestión de la traducción. Es el Anti-Dühring el primer libro que debe entrar en la circulación internacional, pocos libros, que yo conozca, pueden serle comparados por la densidad de pensamientos, por la multiplicidad de los puntos de vista, por la ductilidad de penetración sugestiva. Puede ser una medicina mentis para la juventud intelectual que de ordinario se vuelve, insegura de sí misma y con criterio bastante vago, hacia lo que se llama de manera genérica, el socialismo. Es lo que ha sucedido cuando se publicó, como lo ha hecho notar Bernstein en una especie de conmemoración publicada en la Neue Zeit, hace tres años. En la literatura socialista es el libro que no ha sido superado.

Pero este libro no desarrolla una tesis; no es más que la crítica de una tesis. Salvo los pasajes que se pueden aislar, como con los que se ha formado un opúsculo, que desde hace tanto tiempo da la vuelta al mundo (Socialismo utópico y socialismo científico), el libro tiene su hilo conductor en la crítica de Dühring, en tanto que éste fué el inventor de una filosofía y de un socialismo a su manera. Pero, ¿a quiénes, pues, sino es en el círculo de los profesores, y a cuántos fuera de Alemania, interesa Dühring? Todos los pueblos tienen, desgraciadamente, su Dühring. ¡Quién sabe cuántos otros anti escribiría o hubiera escrito un Engels de otro país!  El verdadero alcance de este libro me parece que es permitir a los socialistas de otros países y de otras lenguas proporcionarse las aptitudes críticas indispensables para escribir todos los anti-x . . . necesarios para combatir todo lo que molesta e infesta al socialismo en nombre de todas las sociologías que abundan por todas partes. Las armas y los medios de crítica deben sufrir la ley de la variabilidad y de la adaptación según los diferentes países. Cuidar al enfermo y no la enfermedad, es el carácter de la medicina moderna.

Si se procede de otra manera se correría el riesgo de tener la suerte de los hegelianos que brotaron en Italia de 1840 a 1880, especialmente en el Mediodía, y particularmente en Nápoles. En general, ellos no fueron más que epígonos; algunos, sin embargo, han sido vigorosos pensadores. En conjunto representan una corriente revolucionaria de gran importancia si se la compara al escolasticismo tradicional, al espiritualismo a la francesa y a la llamada filosofía del buen sentido. Este movimiento no fué completamente ignorado en Francia, ya que es un hegeliano, que no era de los más profundos ni de los más fuertes, Vera[5], el que dio a Francia las traducciones más legibles, con extensos comentarios, de algunas de las obras fundamentales de Hégel. Los vestigios y el recuerdo de este movimiento han desaparecido hace años de entre nosotros. La desaparición de toda una actividad científica, que tenía su importancia, no sólo es debido a los pequeños bandos de la vida universitaria y a la difusión epidémica del positivismo, que ha dado por todas partes frutos para el demimonde, sino a razones más intrínsecas. Estos Hegelianos han escrito, han enseñado y han discutido como si estuvieran no en Nápoles, sino en Berlín o no sé dónde. Discutían aparentemente con sus camaradas de Alemania[6].  Replicaban desde lo alto de la cátedra o en sus obras a las objeciones de críticas que sólo ellos conocían, y el diálogo que así se entablaba no era más que un monólogo para los oyentes y para los lectores. En sus obras no lograron modelar sus estudios y su dialéctica para que fuese una nueva adquisición intelectual para nuestro país. Este recuerdo poco agradable y poco halagador para mí estaba presente en mi espíritu cuando, casi a pesar mío, me puse a escribir el primero de los ensayos sobre el materialismo económico, a los que no hay ahora razón para que agregue ningún otro. Más de una vez me he preguntado: ¿qué debo hacer de mí mismo para decir cosas que no parezcan incomprensibles, extrañas y singulares a los lectores italianos? Me dice usted que he estado acertado: sea. Ciertamente sería falta de cortesía refutar por el raciocinio, como un juez, los elogios que usted me hace.

"Leyendo — es, poco más o menos, lo que escribía a Engels, hace cinco años — la Sagrada Familia, recordaba a los Hegelianos de Napoles, entre los que he estado en mi juventud, y me parece haber comprendido y gustado este libro más que muchos otros que no conocen los antecedentes especiales e instructivos de este curioso humorismo. Me parece haber visto con mis propios ojos el extraño corrillo de Charlotemburgo, al que usted y Marx satirizan con tanto humor. Veía más nítidamente que a los otros a un profesor de estética, hombre muy original y de gran talento, que explicaba la.» novelas de Balzac por deducción, hacía una construcción de la cúpula de San Pedro y disponía en serie genética los instrumentos de música; y poco a poco, de negación en negación, y con la negación de la negación, llega, finalmente, a la metafísica de lo incognoscible, que llama, ignorando a Spencer, y como un Spencer desconocido, lo innominable. Yo también he vivido, siendo joven, en esta especie de torneo y no me lamento de ello; he vivido durante muchos años indeciso entre Hégel y Spinoza; y en mi ingenuidad juvenil he defendido la dialéctica del primero contra Zeller, que comenzaba siendo neokantista; sabía de memoria las obras de Spinoza y he expuesto con cariño su teoría de los sentimientos y de las pasiones. ¡Todo esto me viene a la memoria como cosa muy lejana! ¿He sufrido yo también mi negación de la negación? Usted me anima para que escriba sobre comunismo, pero siempre temo no hacer más que una obra de poco valor, y de poco interés para Italia".

Y él me contestó . . . ; pero pongamos aquí un punto. Me parece que no es prudente reproducir, sin razones apremiantes de interés público, las cartas privadas, sobre todo tan poco tiempo después de la muerte de quien las ha escrito. En todos los casos, aún suprimiendo en las cartas privadas todo lo que pueda tener de circunstancial, y no conservando más que lo que atañe a la doctrina y a la ciencia, ellas no son más que débiles testimonios y no tienen sino muy poca importancia frente a lo que fuera escrito para la publicidad. A medida que aumentaba el interés por el materialismo histórico y a falta de una literatura que lo ilustre más extensamente y en detalles, ha sucedido que en los últimos años de su vida, Engels, profesor sin cátedra, era interrogado y continuamente asaltado por infinidad de cuestiones propuestas por muchos, quienes se inscribían voluntariamente como estudiantes libres en la Universidad del socialismo, errante y fuera de la ley. De ahí las cartas que han sido publicadas y muchas otras que están inéditas. En las tres cartas[7] que el Devenir Social ha reproducido recientemente, de acuerdo a una revista de Berlín y a un diario de Leipzig, se ve claramente que Engels temía que el marxismo se hiciera muy rápido una doctrina barata.

A muchos de aquellos que profesan, no en la Universidad errante del mundo futuro, sino en la que existe raelmjente en la sociedad oficial actual, les sucede a menudo ser puestos en apuros por estudiantes o por espíritus curiosos que exigen satisfacción, uno pede stantes, a todas las cuestiones que les proponen, como si hubieran impreso en sus cerebros la razón universal de las cosas. Los más vanidosos entre los profesores, para no dar un desmentido al carácter sacramental o hierático de la ciencia, y como si ésta consistiera únicamente en el material de cosas sabidas y no principalmente en la virtuosidad y en la corrección formal del acto de saber, responden sin titubeos, haciendo frecuentemente así su propia sátira, imitadores de aquel excelente Mefistófeles. con aspecto de doctor de cuatro facultades. Hay pocos de entre ellos que tengan la resignación socrática de responder: yo no sé, pero yo sé que no sé, y yo sé que se podrá saber, y yo mismo podré saber si utilizo todos mis esfuerzos, es decir, todo el trabajo necesario para saber; y si usted me da una infinidad de años y la aptitud indefinida para aplicarme de manera metódica al trabajo, indefinidamente podré saber casi todo.

Y es en esto que consiste esa verificación práctica de la teoría del conocimiento, que está implícita en el materialismo histórico.

Todo acto de pensamiento es un esfuerzo, esto es, un trabajo nuevo. Para hacerlo es necesario, ante todo, poseer los materiales de una experiencia madura y, luego, que los instrumentos metódicos sean familiares y manejables por un largo uso. No es dudoso que el trabajo producido, es decir, el pensamiento producido, facilite los nuevos esfuerzos destinados a la producción de un nuevo pensamiento; primero, porque los productos interiores permanecen objetivados en los medios intuitivos de la escritura y demás artes representativas, y, en segundo lugar, porque la energía acumulada en nosotros penetra e insufla el trabajo nuevo dando como un ritmo a la marcha a seguir, y es en eso (en el ritmo) que consiste precisamente el método de la memoria, del razonamiento, de la expresión, de la comunicación de las ideas, etc., ¡pero uno no es nunca una máquina pensante! Cada vez que nos ponemos de nuevo a pensar, no solamente nos es necesario los medios y los aguijóneos exteriores y objetivos de la materia empírica, sino que nos es necesario aún un esfuerzo apropiado para pasar de los estados más elementales de la vida psíquica a ese estado superior, derivado y complejo, que es el pensamiento, en el cual no nos podemos mantener más que gracias a una atención voluntaria, que tiene una intensidad y una duración especiales que no pueden ser sobrepasados.

Este trabajo que se revela en nosotros, en nuestra conciencia directa e inmediata, como un hecho que no nos concierne más que en tanto somos seres particulares y circunscriptos en nuestra individuación natural, no se realiza precisamente en cada uno de nosotros más que cuando nos realizamos en el medio social, en tanto que seres socialmente y, por consecuencia, históricamente condicionados. Los medios de la vida social, que son, por una parte, las condiciones y los instrumentos, y, por otra, los productos de la colaboración diversamente especificada, además de lo que nos ofrece la naturaleza propiamente dicha, constituyen la materia y los incentivos de nuestra formación interior. De ahí nacen los hábitos secundarios, derivados y complejos, gracias a los cuales, más allá de los límites (le nuestra configuración corporal, sentimos nuestro propio yo como parte de un nosotros, eso que, en forma concreta, vale decir de una manera de vivir, de un estado de costumbres, de una institución, de un estado, de una iglesia, de una patria, de una tradición histórica, etc. En estas correlaciones de asociación práctica que hay de individuo a individuo, se halla la raíz y la base objetiva y prosaica de todas las diferentes representaciones y expresiones ideológicas del espíritu público: de la psique social, de la conciencia étnica, etc., alrededor de las cuales, como personas que toman por entidades y substancias las analogías y las relaciones, especulan, como metafísicos de mala escuela, los sociólogos y los psicólogos, que yo llamaría simbolistas y simbolizantes. De estas mismas relaciones prácticas nacen las corrientes comunes por las cuales el pensamiento individual y la ciencia, que de ahí derivan, son verdaderas funciones sociales. 

Y así volvemos a la filosofía de la praxis, que es la esencia del materialismo histórico. Esa es la filosofía inmanente a las cosas sobre las cuales ella filosofa. De la vida al pensamiento y no del pensamiento a la vida: es este el proceso realista. Del trabajo, que es conocer en tanto obramos, al conocer como teoría abstracta: y no de ésta a aquél. De las necesidades y por ellas, de los diferentes estados internos del bienestar y del malestar que nace de la satisfacción y no satisfacción de las necesidades, a la creación mítico-poética de las fuerzas escondidas de la naturaleza, y no viceversa. En estas ideas está el secreto de una expresión de Marx que ha sido para muchos una temeridad, esto es, que había invertido[8] la dialéctica de Hégcl: lo que quiere decir, en prosa ordinaria, que el movimiento rítmico espontáneo de un pensamiento existiendo por sí mismo (¡la generatio oequivoca de las ideas!), es substituido por el movimiento espontáneo de las cesas, del cual el pensamiento es finalmente un producto. En fin, el materialismo histórico, es decir, la filosofía de la praxis, en tanto 'que abarca a todo el hombre histórico y social, de la misma manera que pone fin a todas las formas del idealismo, que considera las cosas empíricamente existentes como reflejo, reproducción, imitación, ejemplo, consecuencia, etc., de un pensamiento, cualquiera que sea, presupone igualmente el fin del materialismo naturalista, en el sentido tradicional de la palabra hasta hace algunos años. La revolución intelectual que ha inducido a considerar como absolutamente objetivo los procesos de la historia humana, es contemporáneo y corresponde a esta otra revolución intelectual que ha concluido historiando la naturaleza física. Esta no es ya, para todo hombre que piensa, un hecho que no ha sido jamás in fieri, un acontecimiento que jamás ha devenido, un eterno ser que no cambia y, menos aún, lo creado de una sola vez, que no es la creación continuamente en acto.

 

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[1] Mucho antes que el simbolismo y las analogías orgánicas fuesen una moda en sociología, tuve ocasión de escribir contra esta rara corriente en un artículo que servía de nota bibliográfica a la Psicología social de Lindner. Ver Nuova Antología, diciembre de 1872, págs. 9 71-989. — (Nota de la edición francesa) .

[2] En el artículo que lleva por título "Programm der blanquistischen Kommüne-Flüchtinge", aparecido en el Volksstaat, N° 73, y reproducido en las págs. 40-46 del folleto: Intemationales aus dem Volksstaat, Berlín, 1894.

[3] Página 6 del prefacio al folleto ya citado, Internationales aus dem Volksstaat, que reproduce los artículos de Engels aparecidos desde 18 71 a 1875. El prefacio — es bueno señalarlo — es del 3 de enero de 1894.

[4] Es por eso que Hégel y los hegelianos. que tan a menudo han hecho uso de simbolismos verbales, empleaban la palabra aufheben, que tanto puede significar quitar y superar, como elevar y, por consecuencia, hacer ascender de grado.

[5] En 18 70 aún escribía éste una Filosofía de la Historia al estilo hegeliano, pero de estrecha observancia, del que he hecho una crítica vigorosa en una nota aparecida en la Zeitschrift für exakte Philosofhie, vol. X, N^ 1. 18 72, pág. 79 y sig. — (Nota de la edición francesa).

[6] Rosenkranz, uno de los corifeos de los epígonos hegelianos, ¿no ha escrito todo un libro sobre: Hegcl's Naturphilosophie und die Bearbeitnng derselben durch den italianischen Philosophen A. Vera, Berlín, 1868? He aquí algunos pasajes en apoyo de mi afirmación: "Es interesante vct el alemán de Hégel renacer en la lengua italiana". "Los señores. . . (hay aquí una lista de nombres) y muchos otros, traducen las ideas de Hégel con una precisión y una fidelidad tales que hubiera parecido imposible, hace diez años, en Alemania", pág. 3. "Vera es el discípulo más exacto que jamás haya tenido Hégel; lo sigue paso a paso con entera devoción", pág. 5. "En adelante se puede aconsejar a aquellos que tengan dificultades para le«r a Hégel en alemán, que lean la traducción de Vera. Podrán comprender a éste, siempre que, evidentemente, tengan la capacidad indigpensable para el conocimiento filosófico", pág. 9.

[7] Ver el apéndice. — (Nota de La edición francesa).

[8] El verbo empleado por Marx umstülpen se emplea generalmente por levantar los pantalones y por arremangar. — (Nota de la ed. francesa).

 

 

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