Volver al Indice |
El marxismo ha hecho del socialismo una ciencia. Esto no impide a ciertos «marxistas» hacer del marxismo una utopía.
Rozkov explica, en su argumentación contra el programa de socialización y cooperativismo, las «condiciones previas necesarias del futuro sistema social que han sido fijadas imperecederamente por Marx», como sigue: ¿Se da ya acaso -dice Rozkov- su condición previa material, objetiva? Esta condición previa supone un nivel de desarrollo técnico que reduzca a un mínimo el motivo del beneficio personal, la existencia [?] de iniciativa personal, de espíritu emprendedor y de riesgo de forma que coloque en el primer plano la producción colectiva. Tal nivel de la técnica está entrelazado íntimamente con el predominio casi ilimitado [!] de la gran industria en todos [!] los ramos económicos, pero ¿acaso se ha conseguido ya tal resultado? Falta también la condición previa subjetiva, psicológica, el crecimiento de la conciencia de clase del proletariado que, al fin y al cabo, trae consigo la unión espiritual de la mayoría aplastante de las masas populares». «Conocemos -sigue Rozkov- ya ahora ejemplos de asociaciones de producción, como las conocidas fábricas de vidrios francesas en Albi y otras asociaciones de producción agrícola en Francia... Las experiencias francesas mencionadas demuestran más claramente que cualquier otro ejemplo que, incluso en un país tan avanzado como Francia, las condiciones económicas no están suficientemente desarrolladas como para posibilitar un predominio de la cooperación: estas empresas son de un tamaño mediano, su nivel técnico no es más alto que el de las empresas capitalistas corrientes; no marchan a la vanguardia del desarrollo industrial, no lo dirigen, sino que alcanzan sólo un mediano nivel modesto. Sólo cuando las experiencias de algunas asociaciones de producción muestren su papel dirigente en la vida económica, sólo entonces, estaremos cerca de un nuevo sistema social, sólo entonces podremos estar seguros de que existen las condiciones previas necesarias para su realización 22 ».
Aun respetando las buenas intenciones de Rozkov tenemos que confesar con tristeza que incluso en la literatura burguesa rara vez hemos encontrado una mayor confusión sobre las así llamadas condiciones previas del socialismo. Vale la pena intervenir en esta confusión, no por Rozkov sino por el problema en sí.
Rozkov explica que todavía no existe «el nivel de desarrollo técnico que reduzca a un mínimo el motivo del beneficio personal, la existencia [?] de iniciativa personal, de espíritu emprendedor y de riesgo que coloque en primer plano la producción colectiva». Es bastante difícil comprender el sentido de este párrafo. Por lo visto quiere decir Rozkov que, primero, la técnica moderna todavía no ha desplazado, en una medida suficiente, al trabajo humano vivo en la industria; que, segundo, el desplazamiento supone el predominio «casi» ilimitado de grandes empresas en todas las ramas de la economía y, con ello, la proletarización ción «casi» ilimitada de la población entera de un país.
Estas son las dos condiciones previas que se supone han sido «fijadas imperecederamente por Marx».
Intentemos imaginarnos el cuadro de las condiciones capitalistas que encontrará el socialismo según el método de Rozkov «El predominio casi ilimitado de la gran industria en todos los ramos de la economía» significa en las condiciones del capitalismo, como hemos dicho, la proletarización de todos los productores pequeños y medianos en la agricultura y en la industria, es decir la transformación en proletariado de la población total. Pero el predominio ilimitado de la técnica mecánica en estas grandes empresas reduce a un mínimo la necesidad de trabajo vivo y convierte así a la mayoría preponderante de la población del país -ha de pensarse en el 90 %- en un ejército de reserva que vive, a costa del Estado, alojado en un lugar a propósito. Suponemos el 90 %; pero nada nos impide ser lógicos e imaginarnos una situación en la que toda la producción consiste en un único autómata perteneciendo a un único sindicato y necesitando como fuerza de trabajo viva sólo un único orangután amaestrado. Ya se sabe que ésa es la brillante y consecuente teoría de Tugan-Baranovski 23. En estas condiciones, la «producción colectiva» no sólo se colocará «en el primer plano» sino que dominará todo el campo; aún más, al mismo tiempo naturalmente también se organizará el consumo colectivo, pues es obvio que toda la nación, con excepción del restante 10 %, vivirá a expensas públicas. Así vemos aparecer por detrás de Rozkov la cara sonriente y conocida del señor Tugan-Baranovski. Después empieza el socialismo: la población emerge de sus viviendas públicas y expropia al grupo de los expropiadores. Naturalmente, no son necesarias ni la revolución ni la dictadura del proletariado.
La segunda característica económica de la madurez de un país para el socialismo es, según Rozkov, la posibilidad del predominio de la producción cooperativa. Ni siquiera en Francia las fábricas de vidrio cooperativas de Albi rinden más que otras empresas capitalistas. Una producción socialista sólo es posible si las cooperativas están como empresas dirigentes, a la cabeza del desarrollo industrial.
Todas estas consideraciones son retorcidas desde el principio hasta el fin. Las cooperativas no pueden llegar a la cabeza del desarrollo industrial, no porque el desarrollo económico todavía no haya progresado suficientemente, sino porque lo ha hecho demasiado. El desarrollo económico prepara, indudablemente, el terreno para la producción cooperativa, pero ¿para cuál?: para la cooperación capitalista sobre la base del trabajo asalariado; cualquier fábrica nos puede servir como muestra de tal cooperación capitalista. Con el desarrollo técnico aumenta también la importancia de esta cooperación. Pero, ¿cómo podría permitir la evolución del capitalismo que las empresas cooperativas lleguen «a la cabeza de la industria»? ¿En qué basa Rozkov sus esperanzas de que las cooperativas desplacen a los cárteles y a los trusts y se coloquen a la cabeza del desarrollo industrial? Está claro que, en este caso, las cooperativas tendrían que expropiar automáticamente a todas las empresas capitalistas, después de lo cual sólo quedaría reducir la jornada laboral hasta el punto en que todos los ciudadanos tuviesen trabajo, regulando el volumen de producción de las diferentes ramas para evitar las crisis. De esta forma estaría construido, en sus rasgos fundamentales, el socialismo. De nuevo aparece claro que no hay ninguna necesidad de la revolución o de la dictadura del proletariado.
La tercera condición previa es psicológica: haría falta «un crecimiento de la conciencia de clase del proletariado que, al fin y al cabo, trae consigo la unión espiritual de la mayoría aplastante de las masas populares». Por lo visto, ha de entenderse, en este caso, por unión espiritual la consciente solidaridad socialista y esto quiere decir que el general Rozkov considera la unión de la «mayoría aplastante de las masas populares» en las filas de la socialdemocracia como la condición previa psicológica del socialismo. Rozkov cree, por lo visto, que el capitalismo -empujando a los pequeños productores hacia las filas del proletariado y a la masa proletaria hacia las filas del ejército de reserva industrial- dará a la socialdemocracia la oportunidad de unir espiritualmente la mayoría aplastante (¿90 %?) de las masas populares e ilustrarlas.
Realizar esto es igual de imposible, en el mundo de la barbarie capitalista, que el dominio de las cooperativas en el imperio de la competencia capitalista. Claro está que si fuera posible, la «mayoría aplastante de la nación unida en la conciencia y el espíritu, destituida, de una manera natural y sin complicaciones a los pocos magnates capitalistas y organizaría un orden económico socialista sin revolución ni dictadura».
Aquí surge, sin embargo, involuntariamente la siguiente pregunta: Rozkov se considera un discípulo de Marx. Pero Marx, explicando las «condiciones previas imperecederas del socialismo» en su Manifiesto Comunista, consideraba la revolución de 1848 como la antesala inmediata de la revolución socialista. Después de 60 años, naturalmente, no hace falta ser muy sagaz para reconocer que Marx se ha equivocado, puesto que, como sabemos, el mundo capitalista existe todavía. ¿Pero cómo podía equivocarse tanto? ¿No había visto Marx que las grandes empresas todavía no dominaban en todos los ramos industriales? ¿Que las cooperativas de producción aún no estaban en la cabeza de las grandes empresas? ¿Que la mayoría aplastante del pueblo todavía no estaba unida sobre la base de las ideas del Manifiesto Comunista? Si nosotros vemos que todo eso no existe ni siquiera hoy, ¿cómo podía no darse cuenta Marx que en el año 1848 no había nada semejante? ¡Realmente, el Marx de 1848 era, en punto a utopía, un niño de pecho en comparación con muchos actuales autómatas infalibles del marxismo!
Vemos por tanto que Rozkov, aun sin ser uno de los críticos de Marx, suprime totalmente, sin embargo, la revolución proletaria como condición previa necesaria del socialismo. Puesto que Rozkov ha expresado demasiado consecuentemente las opiniones que son compartidas por un número considerable de marxistas de las dos corrientes de nuestro partido, es menester ocuparse de las principales bases metodológicas de sus equívocos.
De paso hay que mencionar que las divagaciones de Rozkov sobre el destino de las cooperativas son de su cosecha personal. Nosotros mismos nunca hemos encontrado un socialista que creyera en un irresistible progreso tan simple de la concentración de la producción y de la proletarización de las masas populares, creyendo, al mismo tiempo, en el papel dirigente de las cooperativas de producción antes de la revolución proletaria. Unir estas dos condiciones es mucho más difícil en el ámbito del desarrollo económico que meramente en la cabeza de uno mismo, aunque incluso esto último nos pareció siempre casi imposible.
Pero tratemos otras dos «condiciones previas», que son prejuicios más difundidos.
El desarrollo técnico, la concentración de la producción y la elevación de la conciencia de las masas, son indudablemente condiciones previas del socialismo. Pero todos estos procesos tienen lugar simultáneamente; no sólo se empujan e impulsan mutuamente sino que también se demoran y limitan recíprocamente. Cada uno de estos procesos, que se realiza en un nivel superior, requiere un desarrollo determinado de otro proceso en un nivel más bajo. Pero el desarrollo completo de cada uno de ellos es imposible una vez que los otros se han desarrollado, a su vez separadamente, por completo.
El desarrollo técnico encuentra indudablemente su valor límite en un único mecanismo robot que extrajese materias primas del seno de la naturaleza y depositase los bienes de consumo terminados ante los pies de los hombres. Si la existencia del capitalismo no estuviese limitada por las relaciones de clase y la lucha revolucionaria resultante de ellas, entonces tendríamos que suponer que la técnica -cuando se hubiese acercado al ideal de un único mecanismo robot, en el marco del sistema capitalista- suprimiría también automáticamente el capitalismo.
La concentración de la producción, resultante de las leyes de la competencia, supone la tendencia interna a proletarizar a la población entera. Si aisláramos esta tendencia, tendríamos quizá un motivo para suponer que el capitalismo llevaría a cabo su obra; pero ello siempre que el proceso de proletarización no se viese interrumpido por un cambio revolucionario, el cual es inevitable -dada la correlación determinada de las fuerzas de clase- mucho antes de que el capitalismo haya convertido a la mayoría de la población en un ejército de reserva recluido en viviendas similares a cárceles.
Prosigamos. La elevación del nivel de conciencia tiene lugar, sin duda, continuamente gracias a la experiencia de la lucha diaria y a los esfuerzos conscientes de los partidos socialistas. Si analizamos este proceso por separado, podemos seguirlo hasta el punto en que la mayoría aplastante del pueblo esté comprendida en organizaciones sindicales y políticas y unida por sentimientos de solidaridad y por la unidad de objetivos. Si este proceso pudiese realmente progresar cuantitativamente sin cambiar cualitativamente, el socialismo podría ser realizado pacíficamente mediante un consciente acto unánime de los ciudadanos del siglo XXI o XXII.
Pero es consustancial a estos procesos, que representan las condiciones previas históricas para el socialismo, que no se lleven a cabo separados unos de otros sino que se obstaculicen mutuamente y que, cuando hayan alcanzado un punto determinado, definido por numerosas circunstancias pero lejos, en todo caso, de su valor límite matemático, se vean afectados por un cambio cualitativo y conduzcan, en su compleja combinación, a lo que nosotros entendemos por revolución socialista.
Quisiéramos empezar con el proceso mencionado en último lugar, el crecimiento del nivel de conciencia. Esto, como sabemos, no acontece en academias donde pudiera concentrarse artificialmente al proletariado durante 50, 100 ó 500 años, sino en plena vida de la sociedad capitalista sobre la base de una lucha de clases incesante. La conciencia creciente del proletariado da una nueva forma a esta lucha de clases, le otorga un carácter más profundo y provoca una reacción correspondiente de la clase dominante. La lucha del proletariado contra la burguesía tiene su propia lógica, que se agudiza más y más y que desembocará en una solución del asunto mucho antes de que las grandes empresas dominen en todas las ramas económicas.
Va de suyo que un crecimiento de la conciencia política se apoya en el incremento numérico del proletariado, de donde la dictadura proletaria supone que la fuerza numérica del proletariado es suficientemente grande como para romper la resistencia de la contrarrevolución burguesa. Pero eso no significa en absoluto que la «mayoría aplastante» de la población tenga que componerse de proletarios y la «mayoría aplastante» del proletariado de socialistas conscientes. En todo caso, está claro que el ejército revolucionario consciente del proletariado tiene que ser más fuerte que el ejército contrarrevolucionario del capital; aquí, las capas intermedias inseguras e indiferentes de la población tienen que estar en una situación tal que permita que el régimen de la dictadura proletaria las arrastre al lado de la revolución y no hacia las filas de sus enemigos. La política del proletariado, naturalmente, tiene que contar conscientemente con esto.
Pero todo eso supone, por su parte, una hegemonía de la industria sobre la agricultura y una preponderancia de la ciudad sobre el campo.
Intentemos estudiar las condiciones previas del socialismo, empezando con las más generales para llegar después a las más complejas:
La primera condición previa objetiva del socialismo está dada desde hace mucho. Desde que la división del trabajo social condujo a la división del trabajo en la manufactura y, especialmente, desde que ésta ha sido remplazada por la producción mecánica de las fábricas, la gran empresa ha llegado a ser cada vez más lucrativa y esto quiere decir que también una socialización de la gran empresa hará cada vez más rica a la sociedad. Está claro que la transformación de las empresas artesanales en propiedad común de todos los artesanos no hubiese hecho más ricos a éstos, mientras que al transformar las manufacturas en propiedad común de los obreros ocupados en ellas o al traspasar las fábricas a manos de los obreros asalariados, o mejor aún el traspaso de todos los medios de producción de la gran producción fabril a las manos de la población total, se elevaría indudablemente el nivel material de dicha población; y cuanto más alto sea el estado alcanzado por la gran producción, tanto más alto será también este nivel material.
En la literatura socialista se cita con frecuencia la petición de Bellers, miembro de la cámara baja inglesa 24, quien presentó en el parlamento, cien años antes de la conspiración de Babeuf, exactamente en 1696, un proyecto de organización de sociedades cooperativas que pretendían satisfacer, autónomamente, todas sus necesidades. Según los cálculos del inglés, un colectivo de producción debía constar de 200 a 300 personas. No podemos ocuparnos aquí del examen de sus conclusiones finales, y tampoco tienen importancia para nosotros; importante es solamente el hecho de que una tal economía colectivista, incluso aunque emplease sólo 100, 200, 300 6 500 personas, ofrecía ya ventajas de producción a finales del siglo XVII.
A comienzos del siglo XIX trazó Fourier su plan de asociaciones de producción y consumo, los falansteríos, que debían constar de 2 000 a 3 000 personas cada uno. Los cálculos de Fourier no se distinguían precisamente por su exactitud; pero, en todo caso, el desarrollo del sistema manufacturero en aquella época hacía que le pareciesen más apropiados, en una medida incomparablemente mayor, los colectivos económicos que en el caso del ejemplo arriba mencionado. Pero ahora está claro que tanto las asociaciones de John Bellers como los falansterios de Fourier están mucho más cerca de las libres comunas económicas con que sueñan los anarquistas, y cuyo utopismo no consiste generalmente en que sean «imposibles» o «contra la naturaleza» (las comunidades comunistas en América han demostrado que sí son posibles) sino en que cojean de 100 ó 200 años de retraso respecto al progreso en el desarrollo económico.
La evolución de la división social del trabajo, por un lado, y de la producción mecánica, por otro, han hecho que el Estado sea, hoy día, la única cooperativa capaz de aprovechar a gran escala las ventajas de una economía colectivista. Aún más: dentro de las estrechas fronteras del algunos Estados particulares, no encajaría ya la producción socialista.
Atlanticus 25, un socialista alemán que no era de la misma opinión que Marx, calculó a finales del siglo pasado las ventajas económicas de una economía socialista en el marco de Alemania. Atlanticus no se distingue en modo alguno por el vuelo de su imaginación, su razonamiento se mueve completamente dentro del marco de la rutina económica del capitalismo. Se apoya en competentes escritores de la agronomía y de la técnica actuales -y en eso radica no tanto su debilidad como su lado fuerte, puesto que le protege de un optimismo exagerado-. En fin, Atlanticus llega a la conclusión de que en el caso de una organización metódica de la economía socialista, aprovechando todos los medios técnicos disponibles a mediados de los años noventa del siglo XIX, se podrían duplicar o triplicar los ingresos de los obreros y reducir el horario de trabajo a la mitad del actual.
No debe suponerse, desde luego, que Atlanticus fue el primero en demostrar las ventajas económicas del socialismo: la productividad de trabajo infinitamente más alta en las grandes empresas, por un lado, y la necesidad de una planificación de producción, demostrada por las crisis económicas, por el otro, hablan mucho más elocuentemente en favor de las ventajas económicas del socialismo que la contabilidad socialista de Atlanticus. Su mérito consiste únicamente en haber expresado esta ventaja en valores aproximados.
Lo dicho anteriormente justifica la conclusión final de que -si resultase cierto que el crecimiento continuo del poder técnico de los hombres hace el socialismo cada vez más ventajoso están dadas, ya desde hace 100 ó 200 años, las suficientes condiciones previas técnicas para la producción colectivista en tal o cual dimensión, y de que el socialismo es técnicamente ventajoso actualmente, no sólo en un Estado individual sino, en una medida extraordinariamente grande, también a escala internacional.
Pero las ventajas técnicas del socialismo, por sí solas, no son suficientes para realizarlo. Durante los siglos XVIII y XIX, las ventajas de la gran producción no se presentaron bajo una forma socialista sino bajo la capitalista. No se realizaron los proyectos de Bellers ni de Fourier ¿Por qué no? Porque en aquella época no había ninguna fuerza social dispuesta ni capaz de realizar ninguno de los dos.
Tal teoría podría aplicarse actualmente, sin embargo, sólo dentro de los límites de la economía privada de una persona o de una sociedad anónima. Siempre se puede partir del principio de que un proyecto de reforma económica (introducción de nuevas máquinas, de nuevas materias primas, de nuevos reglamento de trabajo y sistema de remuneración) es aceptado únicamente cuando este proyecto de reforma trae consigo ventajas comerciales indudables. Pero eso por sí solo no es suficiente, ya que aquí se trata de la economía de la sociedad entera. Aquí luchan intereses antagónicos; lo que para unos es ventajoso perjudica a otros. Y el egoísmo de una clase no sólo actúa contra el egoísmo de otra sino también en contra de los intereses de la totalidad. Para la realización del socialismo es necesario, por consiguiente, que, entre las clases antagónicas de la sociedad capitalista, haya una fuerza social suficientemente interesada en razón de su situación objetiva en la realización del socialismo y suficientemente poderosa para llevarla a cabo después de superar los intereses hostiles y la resistencia.
Uno de los méritos fundamentales del socialismo científico consiste en haber descubierto teóricamente tal fuerza social en el proletariado, y en haber mostrado que esta clase, creciendo forzosamente con el capitalismo, puede encontrar su salvación sólo en el socialismo; que la situación total la empuja hacia el socialismo y que, finalmente, la doctrina del socialismo tendrá que hacerse necesaria para la ideología del proletariado en la sociedad capitalista.
Así puede fácilmente verse el gran paso atrás que significa Atlanticus en comparación con el marxismo cuando afirma que -desde el momento en que se pueda demostrar que «por el traspaso de los medios de producción a manos del Estado no sólo se consigue una prosperidad general sino que, además, podrá ser reducida la jornada de trabajo resultará completamente accesorio el que se confirme o no se confirme la teoría de la concentración del capital o la de la desaparición de clases sociales intermedias»...
Una vez que sean demostradas las ventajas del socialismo -opina Atlanticus- es «inútil poner todas las esperanzas en el fetiche del desarrollo económico; en cambio, deberían emprenderse investigaciones extensas y llegar a una amplia y escrupulosa preparación del paso de la producción privada a la estatal o «colectiva» (!) 26.
Cuando Atlanticus ataca las tácticas puramente oposicionistas de la socialdemocracia y recomienda «proceder» en seguida a los preparativos para la transformación socialista, olvida que la socialdemocracia carece todavía del poder necesario para ello y que Guillermo II, Bülow y la mayoría del Reichstag, a pesar de tener el poder en sus manos, no tienen ni la menor intención de introducir el socialismo. El proyecto socialista de Atlanticus convence a los Hohenzollern tan poco como los planes de Fourier convencieron a los Borbones de la Restauración; la única diferencia es que este último basaba su utopismo político en una fantasía apasionada en el terreno de las creaciones económicas mientras que Atlanticus se apoyaba, en su utopismo político no menos grande, en una contabilidad convincente y filisteo-sensata.
¿Cómo tiene que ser el nivel de diferenciación social para que esté dada la segunda condición previa? En otras palabras: ¿Hasta dónde necesita llegar la fuerza numérica absoluta y relativa del proletariado? ¿Debernos contar con la mitad, con los dos tercios o con los nueve décimos de la población?
Intentar determinar el marco puramente aritmético de esta segunda condición previa del socialismo sería una empresa desesperante. Aceptando no obstante este esquematismo, surgiría antes que nada la pregunta de a quién ha de contarse entre el proletariado. ¿Debemos incluir en el cálculo a las amplias capas de semiproletarios y semicampesinos? ¿Debemos contabilizar el ejército de reserva de los proletarios urbanos quienes, por un lado, amalgaman con el proletariado parásito de mendigos y ladrones y, por el otro, pueblan las calles de las ciudades en calidad de comerciantes al por menor, desempeñando pues un papel parásito respecto a la economía total? Esta cuestión no es nada simple.
La importancia del proletariado se deriva principalmente de su papel en la gran producción. La burguesa se apoya, en su lucha por el dominio político, sobre su poder económico. Antes de conseguir hacerse con la autoridad pública, concentra en sus manos los medios de producción del país; esto determina también su específico peso social. El proletariado, en cambio, a pesar de todas las fantasmagorías cooperativas, estará apartado, hasta el momento de la revolución socialista, de los medios de producción. Su poder social resulta del hecho de que los medios de producción, encontrándose en manos de la burguesía, sólo pueden ser puestos en movimiento por él, por el proletariado. Desde el punto de vista burgués, el proletariado es pues también uno de los medios de producción que, junto con los otros, forma un todo, un mecanismo unitario; pero el proletariado es la única parte no automática de este mecanismo y, pese a todos esfuerzos, no puede ser reducido a estado de automatismo. Esta posición le da al proletariado la posibilidad de impedir, según su voluntad parcial o totalmente (huelga general o parcial), el funcionamiento de la economía social.
De ello resulta que la importancia del proletariado --en igualdad de circunstancias en cuanto a fuerza numérica-- es tanto más grande cuanto mayor es la masa de fuerzas productivas que pone en movimiento: el proletario de una gran fábrica -en igualdad de circunstancias- tiene una importancia social mayor que un artesano, y un proletario urbano la tiene mayor que un proletario del campo. En otras palabras: el papel político del proletariado es tanto más importante cuanto más domina la gran producción sobre la pequeña, la industria sobre la agricultura y la ciudad sobre el campo.
Si analizamos la historia de Alemania o de Inglaterra en el periodo en el que el proletariado de estos países formaba una parte de la población igual de grande que el proletariado de la Rusia actual, podemos observar que aquél no desempeñaba el papel que corresponde actualmente a la clase obrera rusa, ni podía tampoco hacerlo, dada su significación objetiva.
Lo mismo vale, como hemos visto, para las ciudades. Cuando la población urbana en Alemania era sólo de un 15 % -como ahora en Rusia- las ciudades alemanas no desempeñaban un papel político y económico en la vida del país equivalente al de las ciudades rusas de hoy en día. La concentración en las ciudades de grandes establecimientos industriales y comerciales, y la estrecha vinculación con las provincias mediante los ferrocarriles, confiere a nuestras ciudades una importancia mucho más grande de lo que les correspondería por su cifra de población; el crecimiento de su importancia supera con mucho su incremento de población, al tiempo que el crecimiento de población en las ciudades, por otra parte, es más grande que el aumento natural de la población total... En 1848, en Italia el número de artesanos -no sólo de proletarios sino también de maestros- era aproximadamente un 15 % de la población, es decir no menos que la proporción de artesanos y proletarios en la Rusia actual. Pero el papel que desempeñaron fue incomparablemente inferior al del proletariado industrial de Rusia en la actualidad.
Todo esto demuestra claramente que el intento de predeterminar la proporción de la población total que debe formar parte del proletariado en el momento de la conquista del poder político es un trabajo infructuoso. En lugar de ello citaremos algunos datos aproximados para mostrar qué parte de la población forma actualmente el proletariado en los países avanzados.
En el año 1895 en Alemania correspondían, de la cifra total de población activa de 20,5 millones (no comprendidos el ejército, los funcionarios estatales y personas de ocupación indeterminada), 12,5 millones al proletariado (obreros asalariados en la agricultura, la industria y el comercio y domésticos); la auténtica cifra de obreros agrícolas e industriales era de 10,75 millones. En lo que se refiere a los restantes 8 millones, muchos son también, en principio, proletarios (obreros de la industria doméstica, miembros de la familia que trabajan, etc.). En la agricultura, sólo el número de obreros asalariados era de 5,75 millones. La población total agrícola era aproximadamente el 36 % de la población total. Repetimos que estos números valen para el año 1895. En los últimos once años han ocurrido indudablemente unos cambios inmensos, yendo generalmente en una dirección: ha aumentado la cifra de población urbana en relación con la agrícola (en 1882, la población agrícola era el 42 %), la cifra del proletariado total en relación con la población total y la cifra del proletariado industrial en relación con el proletariado del campo; finalmente, corresponde hoy a cada obrero industrial más capital productivo que en 1895. Pero incluso las cifras mencionadas para 1895 muestran cómo el proletariado alemán representa ya desde hace mucho la fuerza dominante en la producción del país.
Bélgica, con su población de 7 millones, es un país industrial puro. De 100 personas que tienen alguna ocupación, 41 trabajan en la industria (en sentido estricto), y sólo 21 trabajan en la agricultura. De más de 3 millones de asalariados, aproximadamente 1,8 millón -lo que hace aproximadamente el 60 %- corresponden al proletariado. Estas cifras serían mucho más explicativas si añadiésemos al proletariado estrictamente diferenciado los elementos sociales que le son semejantes, a saber, los productores sólo formalmente «independientes», que en realidad están esclavizados por el capital, los pequeños funcionarios, los soldados, ete.
Pero es Inglaterra quien ocupa el primer plano desde el punto de, vista de la industrialización de la economía y de la proletarización de la población. En el año 1901, la cifra de los ocupados en la agricultura, la pesca y la silvicultura era de 2,3 millones, mientras que en la industria, en el comercio y el transporte estaban ocupadas 12,5 millones de personas.
De lo que resulta que en los países europeos más importantes la población urbana supera numéricamente a la del campo. Pero el predominio de la población urbana no se debe sólo a la cantidad de potencia productiva que representa sino, en una medida más elevada, a su composición cualitativa personal. La ciudad atrae a los elementos más enérgicos, a los más capaces e inteligentes de la población rural. Es difícil demostrarlo estadísticamente, si bien una comparación de grupos de edades entre la población urbana y la del campo puede valer como prueba indirecta; este hecho tiene su propia significación. Así en el año 1896 se contaban en Alemania 8 millones de ocupados en la agricultura y 8 millones de ocupados en la industria. Pero si se divide la población en grupos de edades, entonces resulta que la agricultura tenía un millón de personas entre 14 y 40 años -los que están en plena posesión de sus energías físicas- menos que la industria. Eso muestra que son principalmente «los viejos y los niños» los que se quedan en el campo.
De todo ello podemos sacar la conclusión de que la evolución económica -el crecimiento de la industria, el crecimiento de las grandes empresas, el crecimiento de las ciudades, el crecimiento del proletariado en general y del proletariado industrial en particular- ha preparado ya la escena no sólo para la lucha del proletariado por el poder político sino también para su conquista.
La política es el terreno donde las condiciones objetivas previas se entremezclan con las subjetivas y donde ambas se interinfluencian. En condiciones técnicas y socioeconómicas determinadas, una clase se fija conscientemente el objetivo determinado de conquistar el poder, concentra sus fuerzas, calcula la fuerza de su adversario y decide en consecuencia.
Pero tampoco en este terreno el proletariado es absolutamente independiente; junto a elementos subjetivos, --conciencia, disposición e iniciativa-- cuya evolución tiene también su propia lógica, el proletariado en su política se enfrenta con una serie de elementos objetivos: la política de las clases dominantes, las instituciones estatales existentes (el ejército, la enseñanza clasista, la Iglesia estatal), las relaciones internacionales, etc.
Primero trataremos el elemento subjetivo: la disposición del proletariado respecto a la transformación socialista.
Indudablemente, no es suficiente que el nivel técnico haya hecho ventajosa una economía socialista desde el punto de vista de la productividad del trabajo colectivo; ni tampoco basta con que la diferenciación social, sobre la base de esta técnica, haya creado un proletariado que represente, por su significado numérico y económico, la clase más importante e interesada por razones objetivas en el socialismo. Por encima de todo esto, es necesario que esta clase sea consciente de su interés objetivo. Es menester que comprenda que para ella no hay otra salida que el socialismo; es necesario que se una en un ejército suficientemente fuerte como para conquistar en lucha abierta el poder político.
En las condiciones que se dan hoy en día sería absurdo negar esta afirmación. Sólo los viejos blanquistas podían poner sus esperanzas en la iniciativa salvadora de las organizaciones conspiradoras que se habían formado sin contacto con las masas; o bien los anarquistas -sus antípodas-, que confían en un impulso espontáneo de las masas sin saber dónde conducirá; la socialdemocracia entiende por conquista del poder una acción consciente de la clase revolucionaria.
Ahora bien, muchos ideólogos socialistas (ideólogos en el sentido negativo, o sea, los que lo revuelven todo) hablan de la preparación del proletariado para el socialismo en el sentido de su transformación moral. El proletariado y «la humanidad» en general necesitarían ante todo perder su vieja naturaleza egoísta; en la vida social deberían predominar los impulsos del altruismo, etc. ... Como estamos muy lejos de semejante estado y como la «naturaleza humana» sólo ha de cambiar lentísimamente, el advenimiento del socialismo se ha alejado por algunos siglos. Tal concepto parece muy realista y evolucionista, etc. ... Pero en realidad se basa en consideraciones moralistas triviales.
Es de suponer que la psicología socialista tiene que existir antes del socialismo; en otras palabras, que es posible inculcar a las masas una sicología socialista sobre la base de las condiciones capitalistas. Aquí no se debe confundir el aspirar conscientemente al socialismo con la psicología socialista. Esta última supone la ausencia de motivos egoístas en la esfera de la vida económica, mientras que la aspiración y la lucha por el socialismo nacen de la psicología de clase del proletariado. Por muchos puntos de contacto que haya entre la psicología de clase del proletariado y la psicología socialista de una sociedad sin clases, un abismo profundo las separa.
La lucha común contra la explotación hace brotar en el alma obrera indicios preciosos de idealismo, de camaradería solidaria y de espíritu de sacrificio desinteresado pero, al mismo tiempo, la lucha por la existencia individual, el espectro de la miseria, la diferenciación dentro del mismo estamento obrero, la presión de las masas ignorantes desde abajo y la actividad corrompida de los partidos burgueses, impiden el despliegue completo de estos indicios preciosos.
Sin embargo, lo esencial del asunto es que el obrero medio -aun cuando pueda seguir siendo egoísta y pequeño burgués, sin sobrepasar en su calidad «humana» a los representantes medios de las clases burguesas- se convence por la experiencia de la vida de que sus deseos más simples y sus necesidades más naturales sólo pueden satisfacerse sobre las ruinas del sistema capitalista.
Los idealistas se imaginan a la futura generación que será digna del socialismo de la misma manera que los cristianos se imaginan a los miembros de las primeras comunidades cristianas.
Como quiera que haya sido la psicología de los primeros prosélitos del cristianismo -sabemos por la historia de los apóstoles que se daban casos de ocultación de propiedades privadas ante la comunidad- en todo caso, al extenderse, el cristianismo fracasó no ya respecto a la transformación del modo de pensar del pueblo sino que, incluso, degenerando él mismo, haciéndose mercantilista burócrata, evolucionó de la mutua enseñanza fraternal al papismo y de la orden mendicante al parasitismo monástico; en una palabra: no logró someter a las condiciones sociales del medio dentro del cual se desarrollaba, sino que fue sometido por aquél. Y esto no ocurrió como consecuencia de la torpeza o del egoísmo de los padres y maestros del cristianismo sino como consecuencia de las leyes irrefutables de la dependencia de la sicología humana respecto de las condiciones del trabajo social y de la vida social. Y esta dependencia la mostraban incluso los propios padres y maestros del cristianismo en sus mismas personas.
Si el socialismo tan sólo se hubiese propuesto crear una nueva naturaleza humana dentro del marco de la vieja sociedad, no sería más que una nueva edición de las utopías moralistas. El socialismo no se propone la tarea de desarrollar una psicología socialista como condición previa del socialismo, sino la de crear condiciones de vida socialistas como condición previa de una psicología socialista.