Mi proposición de fusionar las revistas El Oficial Rojo y Asuntos
Militares ha levantado una decidida protesta de los colaboradores de esta
última. Hemos oído aquí una serie de objeciones que
pueden resumiese de la siguiente manera: no tenemos el derecho de hacer
desaparecer una revista científico-militar en nombre de la edición
"popular". Ocurre, ahora bien, que nada semejante he propuesto. Tengo suficiente
respeto por la ciencia militar en la medida en que ésta es digna
de ese nombre, vale decir, en la medida en que generaliza la experiencia
militar adquirida. Debe ser, sin embargo, una verdadera ciencia militar,
y la revista que aspire al título de científico-militar debe
cumplir realmente con su papel, que consiste en verificar las antiguas
conclusiones con la experiencia contemporánea en las actuales condiciones
sociales e históricas. Asuntos Militares no lo hace. Los autores
se esfuerzan por emplear un lenguaje atemporal y exponer unas cuantas verdades
al margen del tiempo. Es cierto que el redactor de Asuntos Militares -artículos
al canto- pretende que la redacción "ya está de vuelta de
todos los problemas": fortalezas, artillería, instrucción
de las compañías, doctrina militar alemana y muchos otros
más. Es una enumeración edificante, pero únicamente
prueba que Asuntos Militares se ocupa de asuntos militares. Nada más.
Lo que hay que saber es cómo se ocupa. Ciencia militar no quiere
decir geometría. Es muy poco probable que las cuatro o cinco verdades
"geométricas" -bastante debiluchas, hay que confesarlo- enunciadas
por el viejo Leer sean susceptibles de ser completadas con nuevas verdades
"atemporales" en las columnas de Asuntos Militares. Lo que hoy necesitamos
es una participación directa de la revista en la formación
material e ideológica del Ejército Rojo, del ejército
que se está creando. Por desgracia la redacción ignora en
demasía ese proceso de formación, por no decir que le da
lisa y llanamente la espalda.
El ejército de la Revolución Francesa se formó
por "amalgama". Esta palabra tenía vigencia por entonces en los
medios políticos y militares. Los antiguos regimientos de línea
y sus oficiales fueron absorbidos por brigadas compuestas por nuevas unidades
revolucionarias. La amalgama significó prácticamente la fusión
de la experiencia adquirida con el nuevo espíritu de heroísmo
revolucionario de las masas populares, expresado en el ejército
revolucionario. Hoy, también entre nosotros se ha llevado a efecto
cierta amalgama. Cierto es que no hemos conservado nuestros antiguos regimientos
y que hemos partido de cero. Sin embargo no negamos la antigua experiencia
ni a los antiguos especialistas. Al contrario. Los reclutamos. Gran número
de ellos efectúan su tarea con todo éxito. Y por lo demás
una verdadera amalgama -por tanto, cierta fusión química-
se halla igualmente en curso de realización en el frente. Nuestra
literatura militar debe ser el reflejo ideológico de ese proceso.
Asuntos Militares no es tal espejo. Ese es su principal error.
A fin de establecer vínculos más estrechos entre el Ejército
Rojo y la edición, en estos debates se ha propuesto confiar ciertos
sectores de la edición a los jefes de los correspondientes departamentos
superiores. Me opongo formalmente a ello. Sería un vínculo
puramente mecánico. Estoy íntegramente de acuerdo con el
camarada Svechin cuando dice que semejante medida solo conduciría
a una burocratización total de la edición. Sucede que aún
hoy no siempre logran salir adelante: obligar a los jefes de los departamentos
a disertar a propósito de su propia experiencia es estrictamente
imposible. También nuestros departamentos superiores necesitan ser
criticados, alentados e ideológicamente estimulados. Si les confiamos
una revista serán justamente capaces de proyectar sus propias sombras
en sus columnas. Otra cosa es Incitarlos a colaborar en la revista, y eso
incumbe a la redacción. Personalmente me siento satisfecho como
lector de haber dado con el artículo del ex-intendente Grudzinski
acerca del abastecimiento.
Este especialista se levanta contra la improvisación que, esperando
resolver todos los problemas a fuerza de pura intuición, rechaza
toda enseñanza. El descontento y la crítica del especialista
militar están cabalmente fundamentados. Pese a ello, el artículo
no responde, por desgracia, a nuestra expectativa. He encontrado una enumeración
de citas y de bromas nada tontas que prueban que hasta en condiciones difíciles
puede un intendente tener buen humor; es divertido. Pero no he encontrado
el menor vestigio de crítica práctica o constructiva. Pensad,
pues, en la amplitud del tema elegido y en la responsabilidad que entraña:
un enfrentamiento que opone la intendencia al comisariato del pueblo en
suministro y al Consejo Superior de la Economía Nacional. Trátase
de nuevas y complejas formaciones, de formaciones que reflejan todos los
aspectos del proceso de la edificación socialista, con sus errores,
sus desviaciones, sus vestigios de rutina, su inexperiencia y su búsqueda
de caminos nuevos. Por lo que respecta al abastecimiento del ejército,
¿quién mejor calificado que un intendente para permitirse
una crítica constructiva de la actividad del Comisariato de Suministro
y del Consejo Superior de la Economía Nacional? El ejército
es el organismo más exigente, el más imperativo, y no tolera
demora alguna en la satisfacción de sus necesidades. Por eso todos
los defectos de la economía se ponen de manifiesto, en su conjunto,
con la mayor claridad en el abastecimiento del ejército. Y entretanto
nuestros especialistas de la intendencia se comportan respecto del Comisariato
de Suministro y respecto del Consejo Superior de la Economía Nacional
como respecto de un azote que es necesario, quieras que si, quieras que
no, soportar. En vez de criticar, incluso de la manera más insolente
y viva, se contentan con rezongar, con callarse o con hacer burlas. Ahí
es donde Asuntos Militares equivoca el camino.
Tomemos el problema de la composición social de nuestro ejército.
Construimos éste sobre un fundamento clasista. ¿Ha sido examinado
este problema desde el punto de vista militar? Nunca
[1].
¿O no es acaso importante? Veamos, sin embargo. En Ucrania el propio
Skoropadsky ha intentado formar un ejército que se base en un principio
clasista. Ha movilizado labradores que poseen por lo menos, al parecer,
veinticinco hectáreas. En fin, hemos asistido a la tentativa de
la Asamblea Constituyente de organizar un ejército "popular" al
margen del principio de clase. Una tentativa que ha fracasado estrepitosamente.
Tendríamos, pues, que sacar la conclusión de que vivimos
en una época en la que el principio clasista de construcción
del ejército se impone por sí solo. ¿Qué conclusión
deducir en el campo militar en cuanto a la formación, la educación
y la táctica? ¿Cuáles son sus consecuencias militares
prácticas? Vuestra revista jamás se ha detenido en estos
problemas. ¿No es inconcebible?
Vayamos más lejos. Sin efectivo de comando un ejército
no es ejército. Tornamos nuestro efectivo de comando de dos fuentes
esenciales: de la reserva del antiguo cuerpo de oficiales y del seno de
la masa de los obreros y los campesinos que han seguido cursos de instrucción.
Y la evaluación de este efectivo y la tentativa de facilitar nuestra
actividad para su reclutamiento, su educación y su reeducación,
¿dónde están? En vano las buscaríamos en las
páginas de Asuntos Militares.
¿Y los problemas de técnica, estrategia y táctica
de la guerra actual? Apenas los habéis rozado. Escribís,
desde, luego, artículos sobre las fortalezas y cantidad de otros
temas. Pero el asunto es saber cómo escribirlos. Nadie exige una
vulgarización especial o artificial cualquiera. No se trata de nada
de esto en absoluto. Sólo importa escribir en función de
los temas tratados. Ni que decir que hay que evitar todo lenguaje pedante,
de casta o cancillería; pero en fin de cuentas la vulgarización
depende de la importancia del asunto, de la complejidad de las nociones
y de su interdependencia. Repito, ahora bien, que no es ese el problema.
Se puede escribir acerca de los tanques, de la flota inglesa, de las nuevas
estructuras de la división australiana, tomando por punto de partida
las necesidades y las tareas del Ejército Rojo, es decir, esforzándose
por ampliar su horizonte y enriquecer su experiencia. Se puede asimismo
escribir como un observador imparcial cualquiera, cómodamente instalado
en su escritorio y contentándose con echar una va-a ojeada a los
aledaños a fin de producir de cuando en cuando algunas líneas.
Justamente en eso estriba la desgracia. Gran número de artículos
de Asuntos Militares están escritos con el tono de personas que
se conforman con esperar y con emplear evasivas.
Claro está que también se puede considerar todo el período
revolucionario como un equívoco, y hacer como el tipo que espera
bajo su paraguas que cese la lluvia. Así se puede aguardar una,
dos horas, esperando que el tiempo cambie y le permita proseguir contando
los pasos después de haber cerrado su paraguas. ¡Ay!, este
estado de ánimo conviene muy apenas a la publicación de una
revista. La palabra misma de "diario" viene de "día", y "el tiempo
no perdona lo que se ha hecho sin él". En rigor, un secretario o
un inspector de artillería, y a veces hasta un comandante de división
(un mal comandante, se entiende), pueden inconscientemente esperar algo
o a alguien. Pero semejante estado de ánimo no conviene en absoluto
a la edición de una revista. Pues un autor sólo es, en esencia,
ideas. Invoca, enseña, generaliza, se manifiesta. ¿Y qué
valor asignar a su llamado si él mismo se refugia bajo su paraguas?
Esta psicología es la desgracia de Asuntos Militares.
Por supuesto, habláis de fortalezas y de muchas otras cosas.
Recuerdo artículos de revistas militares francesas sobre las fortalezas
en el curso de esta guerra, mientras crujían nuestras fortalezas
rusas. Por entonces una febril sobrestimación de la importancia
de las fortalezas se abatía sobre la prensa militar. ¿Tendían
las fortalezas de tipo antiguo a ser suplantadas, o iban a serlo, por las
posiciones fortificadas del nuevo tipo de trincheras? Aquellos artículos
franceses estaban redactados, ahora bien, en función de la suerte
de Verdún, de Belfort, del conjunto de las fortalezas francesas
y de su defensa; en una palabra, estaban redactados desde el punto de vista
del ejército francés y para el ejército francés.
Vuestros artículos sobre las fortalezas, en cambio, están
redactados como composiciones de seminario, "en general", sin ninguna relación
con nada de nada. Es una divertidísima geometría militar,
una pésima geometría, que con demasiada frecuencia se reduce
a palabras en el viento.
V. Borisov, colaborador de la revista, nos ha declarado categóricamente
aquí mismo que se puede intentar cualquier cosa, pero que nada puede
llevarse a cabo sin un jefe de estado mayor general. Bastaría, pues,
con que se presentara un jefe de estado mayor general para sacar inmediatamente
a flote Asuntos Militares, aun cuando en el ínterin se haya decidido
su supresión. Ahora bien, ¿qué es un jefe de estado
mayor general? Es, reparad bien, un individuo que debe tomar en cuenta
todo, verificarlo todo, distribuir todo, indicar el sitio de todos y de
cada cual. El autor de la sentencia ha sido apoyado por Lebedev, jefe de
redacción de la revista. Perdonadme, pero resulta desesperante tener
tal filosofía de la historia. ¿De dónde sacar, pues,
ese providencial jefe de estado mayor, cuando no tenéis la menor
idea acerca del estado mayor general en sí y carecéis de
toda idea rectora fundamental para construir el ejército y echarlo
a andar? Volvéis la espalda a todos los problemas prácticos
de la vida de nuestro ejército, ese ejército que ya existe,
que en este mismo momento se está forjando. Los elogios que dirigís
a un futuro jefe de estado mayor salvador no traducen más que vuestra
impotencia ideológica: es un bonapartismo pasivo de personas completamente
desorientadas. Repito: hay quienes hallan por cierto muy de su gusto esperar,
cómodamente instalados en un sillón, la aparición
de un jefe de estado mayor general. Por desgracia, el individuo así
sentado no puede aspirar a la dirección ni a la edición de
una revista militar.
Son los mismos que nos han reprochado no tener supuestamente nada más
que secretarios de estado mayor general muy capaces de pasar todo su tiempo
al teléfono y de escribir órdenes del día relativas
a las tropas complementarias. Por lo que a mí respecta, os digo
que esos secretarios pegados al teléfono nos son incomparablemente
más preciosos desde el punto de vista militar -y hasta lo son, si
os parece, para la ciencia militar- que los tristes pedantes que le vuelven
deliberadamente la espalda a la historia aguardando la llegada del mesías
del estado mayor general. Vuestro desprecio, que pontifica en un todo la
actividad militar que se desarrolla actualmente a vuestra vista, se ha
puesto de manifiesto con el máximo de claridad en una notita que
habéis añadido a mi artículo sobre los especialistas
militares, pero a la que no habéis considerado, por desgracia, digna
de publicación. Os ruego encarecidamente que la publiquéis.
Afirmáis que evidentemente "'todo está permitido" en el curso
de la guerra civil o guerrilla que llevamos actualmente, pero que eso nada
tiene que ver con la ciencia militar. Os digo, señores especialistas
militares, que esa afirmación prueba vuestra ignorancia no sólo
política, sino sobre todo militar. No es cierto que la guerra civil
no tenga nada en común con la ciencia militar y que sea incapaz
de enriquecería. Todo lo contrario. Gracias a la movilidad y la
agilidad de sus frentes, la guerra civil amplía de manera considerable
el campo de las iniciativas y del verdadero arte militar. Los objetos siguen
sien o siempre semejantes: obtener los mejores resultados con un gasto
mínimo de fuerzas. A menudo se ha hecho referencia a la analogía
entre el arte militar y el del ajedrez. Permitidme incursionar en este
terreno. Quien conoce las partidas del gran estratega Murphy sabe que ellas
se distinguen por su perfección. Así entablara una guerra
"grande" o una guerra "pequeña", es decir, así tuviera que
vérselas con un adversario de su talla o con un profano, Murphy
daba permanentemente prueba de las mismas cualidades y alcanzaba sus fines
con un mínimo de golpes. Tal es también la exigencia fundamental
de la ciencia militar, que debe ser obligatoriamente tomada en consideración
hasta en el curso de una guerra civil. El frente occidental -de hecho el
frente francés- probó rápidamente que la última
guerra sólo permitía un desarrollo restringido de la iniciativa.
Como consecuencia del establecimiento de un frente inmenso, desde el litoral
belga hasta Suiza, la guerra se volvió súbitamente automática;
la estrategia fue reducida al mínimo y por ambos lados jugó
la carta del agotamiento recíproco. En cambio nuestra guerra es
en primer lugar una guerra móvil, una guerra de maniobras, que es
precisamente lo que da a la "guerrilla" la posibilidad de revelar sus grandes
cualidades. Quien desprecia esta guerra pone así de manifiesto su
crasa ignorancia y su pedantería; demuestra, con ello, que, es incapaz
de instruir a los demás, puesto que tampoco él es siquiera
capaz de aprender la mínima cosa.
Asuntos Militares no es, evidentemente, una publicación de masa
destinada a los soldados. El soldado rojo no es más que un simple
ciudadano soviético armado de un fusil para defender sus intereses.
Para satisfacer sus necesidades ideológicas dispone de la prensa
general. En cuanto a los comandantes, son sobre poco más o menos
especialistas que tienen una esfera limitada de intereses y que necesitan
una publicación especial. Para ellos es una necesidad urgente. A
fin de responder a esta exigencia hay que conocer al lector, hay que escucharlo,
hay que saber con claridad para quién se escribe. Demasiados son
los artículos publicados en Asuntos Militares que se parecen a una
amable correspondencia entre buenos amigos.
Se han alzado reclamaciones contra la censura, que impide, al parecer,
escribir y criticar. Reconozco de buen grado que la censura ha cometido
toda una serie de errores y que sería necesario asignarle a esta
honorable, criatura un lugar más modesto. La censura debe defender
el secreto militar, y nada más. (Señalemos, no obstante,
de paso que entre nosotros, en nuestras propias instituciones, se respeta
demasiado al secreto militar). Espero que juntos demos cuenta de este adversario
de la crítica militar. Con todo, es demasiado cómodo rechazar
la responsabilidad de la pobreza de Asuntos Militares sobre la censura.
Por otra parte se nos ha dicho a fin de aproximarnos a la actualidad, dénosenos
acceso a los archivos de la guerra civil. Es perfectamente posible. Pero
no es necesario buscar el día de hoy en los archivos. Está
vivo en la calle; si algunos no lo ven, es simplemente porque tienen los
ojos cerrados.
También se ha declarado que finalmente había que renunciar
a la posibilidad de editar una revista científico-militar con la
colaboración de los antiguos autores militares. No iré tan
lejos. Por el momento la experiencia no ha sido concluyente, pero disponemos,
según todas las apariencias de elementos de mejora. Estimo que lo
único que hay que hacer por el instante es poner de relieve todos
los defectos de Asuntos Militares. Hay, que obligar a la redacción
a decir con claridad y precisión lo que quiere, cómo se representa
la formación del ejército, por qué no menciona en
absoluto los problemas más importantes. Es necesario trasformar
los gruñidos en críticas inteligibles. Hay que obligar a
los señores pontífices de la seudo ciencia militar, a los
sostenedores de la idea del jefe de estado mayor general, a medirse ideológicamente
con toda franqueza con los verdaderos fundadores del ejército actual.
Gran número de especialistas militares instruidas están
trabajando en nuestras instituciones militares, sobre todo en el frente.
Se liberan de su morgue académica y pedante y se hallan por eso
mismo mucho más acerca del verdadero arte militar. La polémica
así abierta sacará al pensamiento militar de su inmovilismo
y aportará un nuevo hálito; engendrará autores militares
que querrán y sabrán hablar del Ejército Rojo para
el Ejército Rojo, sin recusar nada de las exigencias de la ciencia.
¡Abajo la rutina satisfecha de sí misma! Su lugar debe
ser ocupado por un verdadero pensamiento científico-militar de índole
crítica.
[1] A partir de la experiencia
de la guerra de 1870-71, el economista burgués L. Brentano, alemán,
hizo un análisis comparativo de las condiciones combativas de los
obreros y los campesinos alemanes y dedujo la superioridad militar del
proletariado. ¿Se han ocupado nuestros especialistas militares así
sea una sola vez, de tan importante asunto en su revista? Nunca. Y entretanto
la vida del ejército gira, en nuestra época, en torno de
este problema. La experiencia acumulada es enorme. ¿Se la tiene
en cuenta? En absoluto. L. T.