En repetidas oportunidades hemos declarado, y estamos dispuestos a repetirlo,
que necesitamos especialistas militares. Son indispensables para nuestra
actividad, y lo son no meramente de modo temporario, hasta que contemos
con "nuestro" propio efectivo de comando, como afirman algunos imbéciles.
No, en su mayoría, los comandantes que han entrado en el Ejército
Rojo se funden estrechamente con él, se integran a él, como
se integran a la República Soviética. Pero no porque reclutemos
oficiales del antiguo ejército zarista quiere decir en absoluto
que aceptemos pacientemente sus prejuicios ni sus erróneas opiniones.
Aun menos significa que permitamos mansamente que tales opiniones y prejuicios
se infiltren en los ejércitos de la revolución. Tentativas
al respecto se han llevado a cabo, no obstante. No nos referimos a la malévola
propaganda contrarrevolucionaria clandestina, que reprimimos. No; se trata
de artículos y folletos absolutamente legales, editados hoy en carácter
de literatura soviética por ciertos especialistas militares que,
en su cándida inocencia, no sospechan siquiera que se hallan en
flagrante contradicción con los principios fundamentales del poder
soviético y con el programa comunista.
Tengo ante mí un "Conjunto de artículos sobre disciplina"
editado por la redacción de la revista Asuntos Militares. Resulta
difícil imaginar publicación más inactual, más
fuera de lugar y desprovista de disciplina intelectual. El compendio está
destinado, ni que decirlo, al Ejército Rojo. Es lo que uno tiene,
en todo caso, el derecho de suponer; de haber estado dirigido al ejército
de Denikin, habría debido ser editado en Rostov o en Ekaterinodar.
Pero no, el conjunto ha sido editado en Moscú, en Prechístenka,
con dinero del gobierno soviético. En un prólogo pedante,
que nos lleva de vuelta a la sabiduría de los tiempos de Ochakov,
se nos propone a Spencer como modelo supremo: "...si Rusia no tiene su
Spencer, que lea y se ilustre en el inglés Spencer". Spencer es
un típico individualista burgués, enemigo jurado del socialismo.
Su concepción del mundo está íntegramente condicionada
por el conservadorismo burgués. Es, en esencia, un viejo monaguillo
filósofo de la burguesía inglesa que ve el mundo a través
de la mirilla de un banco cualquiera de la City y que considera que los
sabios prejuicios de los clérigos superiores suyos son las únicas
leyes válidas de la evolución humana. ¡Y se le recomienda
al ejército del proletariado revolucionario instruirse en ese burgués
conservador!
Hasta se nos ofrece un verdadero florilegio de los pensamientos y los
aforismos de Spencer. Y descubrimos en él una satisfacción
farisea a propósito de los filántropos y amos del mundo que
se aplicaron permanentemente al exterminio de las creaturas inferiores
y favorecieron así la cultura... de los caníbales y los adoradores
de ídolos superiores. Spencer quiere decir con ello que las torturas
y los sufrimientos infligidos por la burguesía a las "creaturas
inferiores" -vagabundos desaventurados y proletarios sin refugio- permitieron
crear esa flor de la sociedad en cuya cúspide se encuentran los
filántropos de la Bolsa y sus criados filósofos. Este burgués
imbécil no se da cuenta siquiera de que los filántropos burgueses
que hicieron pagar tan caro su suficiencia, su egoísmo y su avidez
son mil veces más repugnantes que los presuntos caníbales...
En la parte rotulada "filosófica" del compendio encontramos
en segundo lugar esta definición de la disciplina, debida a Bismarck:
"La disciplina es el fruto de la lealtad nacido del amor a la patria y
de la fidelidad al padre de la nación". El padre de, la nación
son los Hohenzollern, en este caso. Con la apariencia más inocente
del mundo se les propone al soldado rojo y a su comandante una definición
de la disciplina salida de la "sabiduría" de los junkers prusianos
y estilizada dentro del espíritu de un nauseabundo bizantinismo
protestante. El punto 6º exige el respeto de las jerarquías
(siempre en la parte "filosófica"). En la segunda fila de la filosofía
de "la disciplinas figura un aforismo del propio "padre de la nación",
esto es, el emperador Guillermo: "únicamente la atención
y la sumisión engendran y salvaguardan las virtudes militares de
cada regimiento, y únicamente gracias a ellas se puede ir al combate
y obtener la victoria, una victoria digna de nuestro glorioso pasado. Por
eso todo soldado debe prestar atención y sumisión a todos
sus superiores, es decir, a todo oficial o suboficial del regimiento o
de la unidad de que forma parte, y ejecutar escrupulosamente sus órdenes".
Destaquemos de paso la profundidad de pensamiento, digno en un todo del
cabo coronado, y la brillantez de estilo, que recuerda la mondadura de
una papa helada. ¡Y al Ejército Rojo se le cita este aforismo
como ejemplo! En la página 17 caemos en citas de Spencer y Taylor,
quienes descubrieron "la necesidad del poder principesco"; es difícil,
no obstante, advertir si la afirmación es válida para el
pasado o para el futuro, es decir, si el autor procura explicar cómo
en determinada fase de su evolución los hombres de las cavernas
llegaron al poder de los príncipes, o bien si deduce que, en comparación
con el régimen soviético, la monarquía es una fase
superior.
Ni que decir tiene que los pensamientos de Dragomirov claramente más
humanos y psicológicamente más ricos necesitan importantes
correcciones para ser actualmente válidos. Según toda evidencia
capítulos como "La disciplina de las consecuencias" y "La instrucción
y la cultura intelectual" tomados de libros del psicólogo Ben han
sido incluidos en esta recopilación sencillamente porque ni los
redactores mismos estaban realmente seguros de la disciplina de sus propios
pensamientos.
A propósito de la disciplina que imponen las necesidades de
la guerra contemporánea se nos indica "la ejecución rigurosa
de las instrucciones relativas al saludo militar" y la exigencia, siempre
repetida, de un "saludo militar rigurosamente ejecutado y de un uniforme
absolutamente correcto".
Apenas tomado el librito, todo soldado instruido o todo comandante joven
de reciente formación abrirán grandes los ojos a la lectura
de las primeras líneas y luego, indignados, arrojarán el
opúsculo al diablo. Y tendrán razón. A decir verdad,
el compendio contiene algunos pensamientos y ciertas instrucciones de valor.
¡Pero ahogados en qué fárrago inútil! Lo que
al conjunto le falta por completo es la idea rectora. Y ello pese a que
nuestra época exige ideas rectoras. Enumerar frases y aforismos
está bien para exegetas antediluvianos. El ejército revolucionario
no necesita palabras sesudas; se contenta con palabras sencillas, clara
y netamente científicas, que sistematicen la rica experiencia de
la época. Citarle como ejemplo al soldado rojo a un vulgar burgués
miope como Spencer es idiota, y proponerle como modelo a un arrugado bufón
de teatro como Guillermo es, además de idiota, insolente. Huele
a provocación injustificada.
¿Qué hay en la base de este equívoco? Un vistazo
escolástico a la ciencia, reducida a una suma de citas sabihondas,
definiciones formales, notas al pie de página: un galimatías
académico, envejecido, sobreañadido al conocimiento militar
práctico como una cola de barrilete. ¡Y el ciudadano Bieliaiev,
redactor del compendio, se imagina seriamente que todo esto sirve para
algo! ¡Y la revista Asuntos Militares se atreve a proponerle esta
sabiduría comida por las polillas, pese a un fuerte dejo a naftalina,
al ejército más revolucionario de toda la historia humana!
¡Ciudadanos especialistas militares! Habéis aprendido
táctica y estrategia, unos mejor que otros. Tal es lo que la clase
obrera quiere aprender de vosotros, y aprenderlo concienzudamente, con
aplicación; más adelante lo aprenderá aun mejor. Pero
no vayáis a imaginar, ciudadanos especialistas militares, que porque
poseéis nociones de artillería ya lo sabéis todo.
En el campo social, en el político y en el histórico -en
el conjunto- no sabéis nada, o, peor aun, lo que se os ha enseñado
no es más que un revoltijo de pamplinas superado hace ya mucho por
la evolución del pensamiento, humano y del que los bribones del
zarismo se valían para tupir los cerebros. Nosotros no lo necesitamos.
Por eso os declaramos con toda franqueza: a la vista de nuestra pobreza,
resulta criminal, hoy, derrochar tiempo, papel y tinta para publicar recopilaciones
absolutamente inútiles, de una ideología que se remonta a
épocas hace mucho tiempo sobrepasadas.
¡Ciudadanos especialistas militares! Enseñadnos lo que
es vuestra verdadera especialidad; más allá, id también
vosotros a la escuela. No es en absoluto vergonzoso reconocer la propia
ignorancia, tratar de despejarse el cerebro del antiguo fárrago
y echar mano a los libros que reflejan el movimiento de las ideas humanas
de los siglos XIX y XX. ¡Acaso hasta las sapientísimas autoridades
en materia militar reconocerán que la teoría del comunismo
(marxismo) es tan importante como compleja y que no hay que comportarse
respecto de ella como lo hicieron ciertos seminaristas, que en menos de
cinco minutos arreglaron sus cuentas con Darwin! ¡Ciudadanos especialistas
militares! ¡Antes que editar un mal libro, leed, mejor, uno que sea
bueno!
Setiembre de 1919