El problema de la dirección única ha pasado a ser capital.
Pienso que ello se debe al hecho de tratarse de un problema nuevo. Para
nosotros hay, sin embargo, tareas mucho más urgentes y prácticamente
más importantes que esta, que es, sin discusión, importante,
pero que por el momento sólo tiene un valor de principio. El camarada
Smilga ha sido el primero en plantear en la prensa el problema de la dirección
única, que además se lo ha formulado ante el departamento
militar a fin de que una discusión directa y concreta permita resolverlo
dentro del más breve plazo.
Las objeciones de principio puestas por delante contra la fusión
de las funciones de comandante y comisario son poco convincentes. Algunos
camaradas decían: "Con tantos complots y sublevaciones como hay,
y queréis eliminar los comisarios". Pero se puede dar vuelta el
argumento y decir: "Comisarios, bien que los hay, y no obstante las rebeliones
y los complots continúan". Por supuesto, todavía tenemos
casos de traición. Ocurre que algunos comandantes se pasan al enemigo;
pues bien, hay que aprehenderlos y fusilarlos. No siempre son los comisarios,
con todo, quienes realizan esta tarea. Según las circunstancias,
un servicio especial se encarga de ella: el servicio político.
Es imposible pretender que el instituto de comisarios sea una garantía
contra los casos individuales de traición o contra las deserciones.
La fundación del instituto tenía igualmente un valor político:
como la gran masa de los soldados rojos no confiaba en los efectivos de
comando, los comisarios oficiaban de intermediarios entre los comandantes
y los soldados; de algún modo, los comisarios se comportaban como
garantes de los comandantes. Creo que esa época se halla a punto
de desaparecer. Hoy los soldados rojos han comprendido que estábamos
obligados a reclutar a los especialistas militares. Las masas que han participado
en los combates y se han hallado en situaciones difíciles han visto
actuar a los comandantes; los soldados han visto que algunos de éstos
mueren y otros huyen. Camaradas, el efectivo de comando muere en combate
en una alta proporción, y los antiguos oficiales también
dan su vida. Los soldados rojos lo saben. Hoy el cuerpo de comisarios,
que era una especie de escudo contra el efectivo de comando, ha pasado
a ser, en este sentido, inútil. El ejército se encuentra
suficientemente consolidado.
Hay otro argumento: el instituto es una escuela para los comandantes.
Sin embargo, con mucha justicia se ha destacado aquí que, si se
trata de una escuela, es una escuela artificial, una escuela que arranca
a sus alumnos de sus ocupaciones corrientes. Cada vez que tenemos que vérnoslas
con un antiguo soldado lo nombramos jefe de sección; si se trata
de un suboficial, lo designamos jefe de compañía. Consiguientemente
los enviaremos a que sigan cursos destinados al efectivo de comando, y
después,
además, a la academia. Tenemos, por cierto, escuelas en el verdadero
sentido del término. Si alguien necesita experiencia militar, puede
adquirirla como simple soldado o como comandante adjunto.
A este respecto hay que ver las cosas de una manera más concreta.
Cuando creamos el instituto de comisarios veíamos en él,
con toda claridad, no sólo una escuela para el efectivo de comando
sino también una institución política. La institución
de los comisarios es un andamio, si se quiere. Cuando se construye una
casa, primero se pone en su lugar el andamiaje. Considerando su construcción
nuestro edificio militar soviético es, por regla general, muy voluminoso
y exige una importante actividad al margen de la dirección concreta
asumida por los comisarios. Actualmente la edificación llega a su
fin. Podemos levantar poco a poco el andamio -digo bien: poco a poco- a
fin de que el edificio no se nos venga abajo y mueran todos cuantos se
hallan en la obra. Sigo sosteniendo el principio de que cada unidad debería
tener un comandante a su frente. No es bueno desdoblar la personalidad
del comandante. El comandante debe tener autoridad, tanto en el sentido
de comando como en el sentido político y moral, si no del partido.
Desde luego, sería ideal que también tuviera autoridad partidaria;
pero si el comandante ya tiene autoridad moral y política, la masa
de los soldados sabrá que ese hombre no habrá de traicionar
ni los engañará, lo que resulta ampliamente suficiente. Creo,
por lo demás, que hay que tomar medidas en este sentido, comenzando
por la institución menos contemplada, es decir, por los órganos
de suministro. Hay que, reflexionar con tranquilidad en ello. Sería
arriesgado, por ejemplo, nombrar jefe de regimiento a un comunista que
no tuviera experiencia alguna en este terreno; pero en el sector del suministro
tenemos toda una serie de comunistas que trabajan junto a los especialistas.
Cabe decir que en este sector los especialistas suelen trabajar muy mal.
Antes había entre ellos algunos especialistas calificados; muchos
se fueron, y por eso los comunistas deben asimilar su trabajo. Podemos
dejar en este sector el mínimo de especialistas necesarios y poner
todo el resto en manos de los comunistas. Por ejemplo, si un comunista
no ha asimilado aún toda la técnica del trabajo, se puede
dejar un especialista como adjunto. Si el especialista es muy buen funcionario,
pero no se le puede tener cabal confianza desde el punto de vista político,
siempre se lo puede vigilar. Y no es del todo necesario hacerlo por medio
del comisario. De ello pueden encargarse una dactilógrafa, un miembro
del personal e incluso un chofer. No es indispensable que sea el comisario
quien lo haga. Observemos, por ejemplo, el sector sanitario militar, en
el que se aplica con tanta estrictez el principio según el cual
todos los puestos responsables deben estar ocupados por comunistas. ¡Hay
que confesar, sin embargo, que ese es nuestro punto más débil!
En todo caso, camaradas, os ruego creer que nada podríamos hacer
aquí a este propósito. Estoy contra la promulgación
de una orden de este género: si el comandante es comunista, hay
que sacar al comisario comunista. Esta situación suscitaría
grandes inconvenientes, tanto para los comisarlos como para los especialistas.
¿Cómo proceder, por ejemplo, con los comandantes neutrales
o con aquellos que sólo ayer se afiliaron al partido? ¿Quién
decidirá si necesitan o no necesitan comisarios a su lado?
Ahora querría atraer vuestra atención sobre algunos problemas
de índole práctica que están llamados a desempeñar
un gran papel. El primer asunto fundamental es el de la cantidad claramente
insuficiente de nuestras bayonetas en comparación con el número
de movilizados. Tenemos millones de éstos, y sólo contamos
con algunas centenas de miles de bayonetas. ¡Es de creer que gran
parte de nuestros soldados se nos escurre entre los dedos! A este respecto
nuestra tarea principal consiste en llevar mejor nuestras cuentas. Es indispensable,
instituir una libreta de servicio para cada soldado, a fin de saber lo
que ha recibido' y lo que posee. En nuestros ejércitos se han instituido
por decreto comisiones de lucha contra la deserción que incluyen
al comisario, al comandante y al comisario de la sección política
y que han sido vinculadas a la comisión central contra la deserción.
La libreta de servicio sugerida para cada soldado sería una medida
muy importante, en el sentido de que todos los soldados quedarían,
así, registrados. Además hemos decretado que el Consejo de
Guerra Revolucionario del Ejército o el comandante y el comisario,
cada cual dentro de su división, deben verificar atentamente que
no haya hombres inútiles, ocupados en no hacer nada. En repetidas
oportunidades se ha observado la formación de grupos diversos sin
destino preciso. Hemos movilizado millones de personas y todavía
tenemos que llamar bajo bandera a la clase de 1901; el próximo período
de control selectivo nos dará algunas posibilidades, pero no es
suficiente. Los combates se suceden y debemos aprender a economizar el
material humano; de otro modo tropezaremos con obstáculos interiores
en materia de organización.
En una palabra, ante todo hay que llegar a un mejor equilibrio entre
la cantidad de bayonetas y el número de movilizados. No podemos
permitir que ningún movilizado esté de vago.
En seguidla hay que pensar en un centro director, que seria responsable
de la conservación de los bienes militares. El ejército está
hoy mejor abastecido que hace un año o un año y medio; todo
el mundo lo reconoce. Pero el despilfarro que hace estragos en el ejército
resulta insoportable. Los totales que nos llegan de la Oficina Central
de Suministros Militares son realmente fantásticos: decenas de miles
de calzoncillos, millones y millones de capotes y botas. ¡Se cuenta,
por ejemplo, hasta tres o cuatro pares de botas por año y por soldado!
No es normal. Este excepcional despilfarro se debe en todos los casos a
la falta de vigilancia, y por eso necesitamos una buena administración,
desde la compañía hasta el regimiento. No es posible por
intermedio de la sección política, y no es, incluso, necesario.
Camaradas, no deseo asustaras, pero debo subrayar que así como hemos
vencido en combate a Denikin y Kolchak, así también corremos
por nuestra parte el riesgo de ser vencidos por los capotes y las botas.
Querría luego decir dos palabras acerca de la guerrilla; es
un problema importantísimo tanto para el sur como, para el este.
En el frente meridional la guerrilla se encuentra a punto de ser liquidada.
Por lo que concierne a los cuerpos de guerrilleros, existe la tendencia
a dar muestra de cierto oportunismo que ya la última vez nos valió
unos cuantos disgustos. En algunos ejércitos nos esforzamos actualmente
por integrar los cuerpos de guerrilleros a las unidades regulares. En este
aspecto, camaradas, es preciso que aquellos de vosotros que regresan del
frente del mediodía lo hagan firmemente convencidos y decididos
a poner fin a cualquier precio a este escándalo. Los comandantes
de las unidades en campaña no tienen en modo alguno el derecho de
incluir voluntarios en las filas de los ejércitos regulares. Los
comandantes que lo hagan deben ser juzgados. Esto es especialmente válido
para los elementos ucranianos, quienes, según sus propias palabras,
arden de ganas de pelear; en realidad, las tres cuartas partes de ellos
arden de ganas de saquear. En ningún caso hay que integrar de manera
inmediata a esos elementos en las unidades activas. Solamente aquel que
se integre al batallón de reserva y permanezca en él por
lo menos un mes probará así que desea realmente convertirse
en un buen soldado del Ejército Rojo. Tan pronto como nos ponemos
en contacto con los cuerpos de guerrilleros, éstos ejercen una influencia
nefasta sobre las unidades regulares; por eso bajo ningún pretexto
hay que valerse de ellos a raíz de operaciones militares. Si algún
comisario ya ha manifestado debilidad a este respecto, la sección
política respectiva debe inmediatamente dar la alarma por los más
rápidos medios, tanto en el frente como aquí mismo, en Moscú.
Semejantes manifestaciones son intolerables. Ahora bien, el conjunto de
los cuerpos de guerrilleros no debe tomar a mal estas consideraciones:
necesario es comprender que los órdenes establecidos son de índole
tal, que en el Ejército Rojo no se puede entrar despeinado y sucio.
Que el aspirante a soldado tome primeramente un buen baño, que luego
nos escuche con atención en nuestros mítines y que en seguida
trabaje bajo la dirección de algún camarada mayor: tal es
nuestro régimen, convertido en orden legal. Si nos mantenemos firmes
a este, respecto y aplicamos sin contemplaciones este principio, no habrá
cuerpo de guerrillero que vea en ello el menor insulto; al contrario, aprenderá
que esos son los usos del Ejército Rojo. En este terreno hay que
ser lo más estricto posible. Si algún destacamento rebelde
penetrara directamente hasta aquí, más valdría enviarlo
de vuelta allí de donde proviene, allende el frente de los blancos,
y verlo entonces actuar, antes que permitirle conmover nuestras filas.
Cierta disgregación se hace sentir en las unidades inestables
de nuestro ejército que deben vérselas con los destacamentos
de Majno; es necesario, luego, reforzar en ellas el efectivo de los comunistas
y nombrar comandantes y comisarios que pueden ejercer una influencia decisiva
sobre las tropas. El conjunto de los comisarios debe desplegar una amplia
propaganda contra las costumbres de Majno en cada unidad, oralmente y por
escrito. Resulta fácilmente comprensible que el nombre de Majno
haya pasado hoy a ser popular. Conquista ciudades y ferrocarriles. Pero
debemos recordar que Majno entregaría Ucrania a Denikin con más
facilidad que la emplea en tomarla. No bien Majno entre en territorio soviético
traicionará sin falta al Ejército Rojo. Ningún oportunismo
es admisible en lo que atañe a la cautela de Majno. Tenemos una
orden a este respecto -la orden secreta nº 108- y no debemos apartarnos
un ápice de ella.
En cuanto a la creación del ejército ucraniano, debo
mencionar las siguientes cosas. Por supuesto, no estamos en contra de la
creación de un ejército ucraniano, pero por el momento en
Ucrania todo está psicológicamente tan desquiciado en punto
a disciplina, que habrá que mostrarse en extremo circunspecto con
relación a la fundación de ese ejército. Dentro de
esta perspectiva, el mayor objetivo que podemos considerar por el instante
es la creación de cuatro o cinco destacamentos a título de
ejemplo. ¿Cómo arreglárselas? Hay que reunir a los
mejores soldados ucranianos, a los comunistas y simpatizantes, y enviarlos
a los cursos de formación a largo término de los cuadros
de comando, por lo menos por seis u ocho meses. Allí será
importante educarlos, o bien distribuirlos en los mejores cursos de Rusia,
a fin de crear así cuadros a la altura conveniente. Sólo
después se podrá formar alrededor de ellos unidades militares.
Y para arraigar en ellos la disciplina, será igualmente necesario
trasladar camaradas experimentados provenientes de otras unidades. únicamente
de esta manera lograremos movilizar a los obreros ucranianos. Sin embargo,
por el momento no vamos a decretar en Ucrania la movilización general,
pues el ucraniano movilizado, con su psicología vacilante y la influencia
todavía grande de los kulaks, no hará otra cosa que, pasar
por el cuartel para recibir un fusil y se volverá a su casa llevándoselo.
Todos sabemos bien que aún tenemos que resolver el problema del
desarme de toda la población campesina de Ucrania. Acaso nos veamos
compelidos a organizar los cuadros más leales de los destacamentos
de comando en destacamentos de inspección o cuerpos especiales,
para poner en evidencia a los individuos más importantes y por su
intermedio desarmar a la población dentro del radio de acción
de los ejércitos. Es indispensable prestar muy seria atención
a este problema.
Además hay que detenerse en el problema del honor militar. Nuestro
ejército es demasiado anónimo, y nuestros soldados se hallan,
tal como el cuerpo de comisarios, muy poco imbuidos del sentido del honor
militar. Nuestra censura militar ha venido imponiendo que en nuestros periódicos
se hable siempre del ejército X, del regimiento Y, de la unidad
Z. En Petrogrado dicté una orden dirigida al VII Ejército.
El censor militar -en la oportunidad, una mujer-declaró al representante
del periódico La Pravda de Petrogrado: "Lo detengo por haber infringido
la orden de Trotsky; usted habla en sus columnas del VII Ejército".
Ahora bien, Iudenich tiene millares de prisioneros y consiguientemente
conoce no sólo los números de orden de nuestros ejércitos,
sino también los de cada división y cada regimiento. Habrá
que solicitar a la censura que nos remita un pequeño compendio que
nos permita hablar de nuestras grandes acciones militares. Desde luego,
el Consejo de Guerra Revolucionario sabe muy bien que si una nueva unidad
acaba de constituirse no es necesario gritarlo a los cuatro vientos; sin
embargo, si un ejército permanece durante seis meses, en el mismo
lugar, el enemigo sabe, claro está, qué división se
encuentra frente a él. Entonces resulta estúpido escribir,
"la división X" en vez de popularizar la 28a. división -si
de ella se trata- para que cada soldado se esfuerce por mantener el honor
de su división y para que las demás divisiones tiendan a
ponerse a la altura de la que se ha distinguido. Es un sentimiento de emulación
completamente normal. La popularidad es indispensable. En caso de que los
militantes políticos vacilen en citar tal o cual hecho, que pongan
en claro el asunto con los comisarios del ejército y con el Consejo
de Guerra Revolucionario.
Respecto de los cursos de comandancia, no están a la altura
en que deberían estar. Para llevarlos al nivel requerido habrá
que prolongar el tiempo de enseñanza. Esto se halla vinculado al
problema de los efectivos de comisarios que los hayan seguido.
A propósito de la propaganda en las filas enemigas. Hoy, cuando
atacamos victoriosamente en todos los frentes, es obligación del
sector político íntegro y de las secciones políticas
de los diferentes ejércitos y divisiones conceder especial atención
a la descomposición de las filas enemigas. Por tanto, resulta indispensable
difundir una literatura apropiada en cada frente. En diferentes ejércitos
y divisiones se editan ya publicaciones de este tipo; a veces son excelentes,
a veces dejan que desear. Habría que poder tenerlas igualmente aquí.
En este sentido aparece evidente la necesidad de la centralización.
Es indispensable ampliar la edición de propaganda en las filas enemigas.
Otra cosa. He recibido varias cartas que mencionan que en ciertos estados
mayores y hasta en algunas instancias aun superiores cunde el alcoholismo.
Es necesario declarar la guerra a este fenómeno. Los comisarlos
no solo no dan prueba de bastante energía en esta lucha, sino que
además suelen ser también ellos culpables. Es importante
adoptar medidas. El problema debe ser planteado de manera tal, que se lo
resuelva por intermedio de las secciones políticas. Progresamos
en territorios que son bastante ricos en diversos tipos de alcohol, y lamentablemente
este escollo puede mandarnos a pique. La caballería de Mamontov
fue destruida por sus francachelas y sus juergas. Nosotros debemos seguir
siendo de mármol. En territorio ucraniano el ejército puede
disgregarse con suma facilidad.
He recibido cartas que dicen que en algunas unidades hay corrientemente
riñas. Semejante declaración me ha llegado por mediación
de Máximo Gorki, quien menciona que "se habla mal de nosotros".
Comunistas hay que hasta han declarado en mi presencia: "Le voy a dar un
puñetazo en la jeta". En la guerra fusilar a alguien por crimen
es una cosa; no obstante, si el soldado rojo sabe que le pueden pegar y
encima hablar mal de él, es tal la pérdida de dignidad humana,
tal la degradación, que la calamidad debe ser erradicada a cualquier
precio. El respeto por la persona del soldado rojo debe quedar asegurado.
En relación con el problema de la unidad de dirección,
hay que establecer la preeminencia de publicación de las órdenes.
Entre nosotros se ha especificado que las órdenes de los comisarios
Solo son válidas si llevan la firma de los comandantes. ¿Tienen
un comisario o un miembro del Consejo Militar Revolucionario el derecho
de publicar una orden administrativa sin la firma del comando del ejército?
En ningún caso. Ocurre, no obstante, que se producen casos así,
y eso es anormal. De regreso del frente oriental, uno de los mejores comandantes
de nuestros ejércitos, el camarada Tujachevski, se quejaba a este
respecto. Dice que siempre tuvo las mejores relaciones con su comisario,
pero que este asunto no ha sido arreglado, y exige que se lo resuelva.
En conclusión, querría decir dos palabras acerca del
tono optimista con que se habla de, la paz. Nuestra prensa partidaria continúa
hablando de paz como por inercia. Sin embargo, las cosas no son tan sencillas.
En Copenhague, por ejemplo, se habla de volver enviar al camarada Litvinov,
pues se dice que ciertos elementos se concentran alrededor de él,
y él, aparentemente, hace propaganda. Los aliados son todavía
bastante fuertes, y el más poderoso nunca cede sin combatir. Los
aliados conocen a maravilla nuestra situación en los trasportes
y el suministro, y su interés primordial consiste en agotarnos.
Esperan que al llegar al mar Negro nos encontremos tal vez con árabes,
con negros o con indios, etc. Nuestras secciones políticas se verán
quizá en la obligación de aprender lenguas africanas... Sería
extremadamente peligroso crear en el ejército la impresión
de que llegamos al fin de la guerra, que llevamos negociadores, etc. No
es todavía el caso, y al enviar los comisarios al ejército
con fines de propaganda hay que tener presente, nuestra declaración
de paz, que no ha obtenido aún ningún eco, pero también
no olvidar en momento alguno la declaración del camarada Smilga,
que dice que tenemos a nuestro frente el invierno más terrible,
más frío, y que este período de grandes sufrimientos
para el ejército y el país debemos abreviarlo gracias a una
inmensa concentración de energía,
Tal es lo que nuestro partido comunista puede hacer por intermedio
de los órganos políticos del Ejército Rojo.