El puesto de comisario militar, especialmente el de comisario de regimiento,
es uno de los más difíciles e importantes de la República
Soviética. Hace falta mucho para que un camarada, aun políticamente
formado, sea capaz de llenar las obligaciones de comisario militar. Para
ese puesto es preciso ante todo un carácter firme, constante, alerta
y un coraje sin impetuosidad. Un comisario que actúa de buenas a
primeras, que se presenta en el regimiento resuelto a "apretar los tornillos",
a mostrar el camino recto, a corregir, rehacer, sin saber todavía
cómo, ni qué ni cuándo, un comisario así choca
inevitablemente, con oposiciones, obstáculos y resistencias, y corre
el riesgo de trasformarme en un comisario rezongón. Se trata de
un tipo bastante frecuente, aunque por suerte no constituye más
que una débil minoría entre nuestros comisarios.
El comisario rezongón, está siempre descontento de todo:
de los antiguos comisarios, del personal de mando, del consejo militar
revolucionario del ejército, de los reglamentos; en suma, de todos
y de todo. En realidad, ese descontento gruñón tiene su raíz
en el mismo comisario; simplemente no está hecho para llenar sus
propias obligaciones y se convierte muy pronto en un ex comisario.
El centro de gravedad de la cuestión no está, absolutamente,
allí donde los malos comisarios lo buscan. No se trata de atribuir
al comisario derechos ilimitados, universales. El problema consiste, en
verdad, en aprender mediante la experiencia a utilizar esos derechos sin
usurpar el trabajo de otros, sino completándolo y orientándolo.
No han existido ni existen instrucciones al comisario que digan: "No
tienes derecho a intervenir en órdenes, cualesquiera que sean, dadas
por el personal de mando".
El terreno donde el comisario tiene "derechos" mínimos es el
del comando operativo. Todo hombre de mente sana comprende que no puede
haber al mismo tiempo dos comandantes, y menos cuando se trata de una situación
de combate. Pero jamás nadie ha prohibido al comisario expresar
su opinión a propósito de un problema operativo, dar consejos,
controlar el cumplimiento de órdenes operativas, etc. Por el contrario,
todo eso entra en las atribuciones del comisario; si éste se desenvuelve
bien, entonces ejerce una influencia importante en el campo de mando.
En el terreno de la organización y la administración
y en el de la economía, donde las cuestiones importantes no se resuelven
en et momento del combate, sino durante el período preparatorio,
y en la retaguardia, los comisarios y los comandantes deben trabajar de
manera solidaria, y, hablando de un modo general, ambos gozan de idénticos
derechos. Si en todo momento están en desacuerdo sobre problemas
esenciales, entonces significa que probablemente uno de ellos no comprende
las cuestiones fundamentales de la construcción militar. En un caso
así, hay que relevar, sea al comandante, sea al comisario, según
fuere el uno u el otro el que en el trabajo se apartare del camino correcto.
Si el desacuerdo es a propósito de un problema práctico secundario,
se lo debe solucionar por la vía jerárquica. Esa práctica
está establecida en realidad, en nuestras unidades desde hace mucho
tiempo y ha sido confirmada con órdenes y aclaraciones correspondientes.
En lo que se refiere al trabajo de educación Política,
la batuta está en manos del comisario, así como en materia
de mando operativo es el comandante quien dirige siempre. Esto no significa,
naturalmente, que el comandante no tenga el derecho de "meterse" en el
trabajo político si éste le interesa, y a un buen comandante
no puede dejar de interesarle, pues el trabajo político tiene una
influencia enorme sobre la combatividad de su unidad.
Mientras más se compenetre un comisario del trabajo operativo,
y el comandante del político, más nos aproximaremos a esa
dirección única, en la que un hombre puesto a la cabeza de
una unidad reunirá en él las cualidades de comandante y de
comisario, es decir, será a la vez jefe militar y educador político.