Para los partidos comunistas de todos los países, los
problemas que se refieren a las fuerzas armadas de la revolución
son de una gran importancia. Desdeñarlos, o, lo que es peor, renegar
de ellos so capa de una fraseología pacifista-humanitaria, es un
verdadero crimen. Creer que necesariamente se obra mal cuando se obra con
violencia, aunque se trate de actos de violencia revolucionaria, y que
por esa razón los comunistas no deberían dedicarse a "exaltar"
la lucha armada y a glorificar a las tropas revolucionarias, es una filosofía
digna de cuáqueros, de dujobors y de solteronas del Ejército
de Salvación. Permitir en un partido comunista una propaganda de
ese tipo equivale a autorizar la propaganda en la guarnición de
una fortaleza sitiada. Quien quiere el fin quiere los medios. Y el acto
de la violencia revolucionaria es el medio para liberar a los trabajadores.
A partir del momento en que el objetivo es la conquista del poder, la acción
terrorista debe trasformarse en acción militar. Nada diferencia
el heroísmo de un joven proletario que cae en las barricadas de
la naciente revolución del heroísmo del soldado rojo que
muere en el frente cuando la revolución ya se ha apoderado del estado.
Sólo sentimentales estúpidos pueden creer que el proletariado
de los países capitalistas podría exagerar el papel de la
violencia revolucionaria y exaltar desmesuradamente los métodos
del terrorismo revolucionario. Por el contrario, la clase trabajadora no
comprende aún lo suficiente la importancia del papel liberador de
la violencia revolucionaria. Y precisamente por esa razón continúa
en la esclavitud. La propaganda pacifista en la clase obrera lleva tan
solo al reblandecimiento de la voluntad del proletariado y favorece la
violencia contrarrevolucionaria, armada hasta los dientes.
Antes de la revolución nuestro partido disponía de una
organización militar. Su objetivo era doble: hacer propaganda revolucionaria
entre las tropas y preparar en el ejército mismo puntos de apoyo
para el golpe de estado. Como la agitación revolucionaria había
ganado a todo el ejército, la tarea propiamente organizativa de
las células bolcheviques en los regimientos no fue especialmente
visible. Sin embargo, fue considerable: dio la posibilidad de aislar un
pequeño número de elementos, que en las horas más
críticas de la revolución desempeñaron un papel decisivo.
En el momento del golpe de octubre se los encontró en los puestos
de mando, de comisarios de unidades, etc. Más adelante volveremos
a hallar a muchos de ellos como organizadores de la Guardia Roja y del
Ejército Rojo
[1].
La guerra fue la causa directa de la revolución. El cansancio
y el disgusto general que había provocado dio a ésta una
de sus consignas principales: terminar con el conflicto. Pero la misma
revolución hizo nacer nuevamente otros peligros militares cada vez
más amenazadores. De allí la extrema debilidad exterior de
la revolución en su primer período. En la época de
las tratativas de Brest-Litovsk estuvo casi sin defensa. Todos se negaban
a luchar, pensando que la guerra era cosa del pasado. Los campesinos se
apoderaban de la tierra y los trabajadores creaban sus propias organizaciones
y tomaron en sus manos la industria.
Tal fue el origen de la inmensa experiencia pacifista en la época
de Brest-Litovsk. La República Soviética declaró que
no podía firmar un tratado bajo presión, pero que sin embargo
no se batiría, y publicó la orden de licenciar las tropas.
Era correr un gran riesgo, pero la situación lo exigía. Los
alemanes volvieron a tomar la ofensiva, y ese fue el punto de partida de
un profundo cambio en el espíritu de las masas; éstas comenzaron
a comprender que había que defenderse con las armas en las manos.
Nuestra declaración pacifista introdujo un fermento de descomposición
en el ejército de los Hohenzollern. La ofensiva del general Hoffmann
nos ayudó a crear el Ejército Rojo.
En los primeros momentos no nos decidimos, sin embargo, a recurrir
al reclutamiento obligatorio; no teníamos las posibilidades políticas
ni la organización administrativa necesarias para movilizar a los
campesinos que acababan de ser desmovilizados. Se construyó un ejército
sobre las bases del voluntariado. Y es comprensible que, junto a una juventud
obrera llena de abnegación, entraran en él también
elementos vagabundos e inestables que no siempre son de primera calidad.
Los nuevos regimientos creados durante el período en que los viejos
se disolvían espontáneamente, no eran seguros (para nuestros
amigos como para nuestros enemigos es indudable que el levantamiento checoslovaco
en el Volga ha sido provocado por los socialrrevolucionarios y otros blancos).
La capacidad de resistencia de nuestros regimientos estaba agotada; en
el verano de 1918, una ciudad tras otra caen en manos de los checoslovacos
y de los contrarevolucionarlos que se les habían unido. Su centro
es Samara. Se apoderan de Simbirsk y de Kazán. Nizhni-Nóvgorod
se halla amenazada. Del otro lado del Volga se prepara el ataque a Moscú.
En ese momento (agosto de 1918) la República Soviética hace
esfuerzos extraordinarios para desarrollar y reforzar el ejército.
Se adopta, ante todo, un método de movilización masiva de
los comunistas y se crea junto a las tropas en el frente del Volga un aparato
centralizado de dirección política y de instrucción.
Paralelamente, en Moscú y en la región del Volga se trata
de movilizar algunas clases de obreros y campesinos; pequeños destacamentos
de comunistas aseguran el cumplimiento de la movilización. En las
provincias del Volga se establece un régimen draconiano para hacer
frente a la gravedad del peligro. Al mismo tiempo se realiza una intensa
propaganda escrita y oral con grupos de comunistas que van de una aldea
a otra. Después de los primeros tanteos, la movilización
se amplía considerablemente Y se completa con una lucha sistemática
contra los desertores y grupos sociales que alimentan e inspiran la deserción:
contra los kulaks, parte del clero y los residuos de la antigua burocracia.
Los trabajadores comunistas de Petrogrado, Moscú, Ivánovo-Voznesensk,
etc.; entraron en la unidad que se acababa de reconstituir y en las que
los comisarios son los primeros en recibir el nombramiento de jefes revolucionarios
y representantes directos del poder soviético. Algunas sentencias
ejemplares de los tribunales revolucionarios advierten a todo el mundo
que la patria soviética está en peligro de muerte y que exige
de todos una absoluta obediencia. Para poder realizar el viraje indispensable
es preciso utilizar durante muchas semanas todas las medidas de propaganda,
disciplina y represión. De una masa vacilante, inestable y dispersa
nace un verdadero ejército. El 10 de setiembre de 1918 se retoma
Kazán; al día siguiente, Simbirsk. Esa fecha representa un
momento memorable en la historia del Ejército Rojo. De golpe el
suelo se afirma bajo nuestros pies. Ya no se trata de as primeras tentativas
desesperadas; desde ahora, podemos y sabemos combatir y vencer.
Mientras tanto, en todo el país se crea el aparato militar y
administrativo en estrecha combinación con los soviets de las provincias,
los distritos y los cantones. El territorio de la República, todavía
inmenso a pesar de estar roído por las conquistas enemigas, es dividido
en circunscripciones que comprenden muchas provincias, lo que permite la
necesaria centralización.
Las dificultades políticas y organizativas son increíbles.
El cambio psicológico que representaba la destrucción del
antiguo ejército y la creación de uno nuevo se logró
tan solo a costa de incesantes desacuerdos y conflictos interiores. El
antiguo ejército había hecho elegir comités de soldados
y un personal de mando que dependía en rigor de esos comités.
Esta medida tenía sin duda un carácter político-revolucionario,
y no militar. Desde el punto de vista de la dirección de las tropas
para el combate y de s u preparación, eso era inadmisible, monstruoso
y criminal. Ni es ni era posible dirigir tropas por medio de comités
elegidos, por elementos sometidos a los comités y por jefes revocables
en cualquier momento. Pero además el ejército no quería
luchar. Al rechazar el personal de mando compuesto de terratenientes y
burgueses y crear una administración revolucionaria autónoma
en la persona de los soviets de representantes de los soldados, el ejército
sostenía la revolución social. Cuando se piensa en el desmembramiento
del antiguo ejército, esas medidas de organización política
revelan ser justas y necesarias. Pero no hicieron nacer espontáneamente
un nuevo ejército apto para el combate. Después de haber
pasado por el período de Kerenski, los regimientos del zarismo,
se dispersaron con posterioridad a octubre hasta reducirse a la nada, y
al intentar aplicar de un modo automático los viejos procedimientos
de organización al nuevo Ejército Rojo se amenazó
con minarlo por la base. La elección del personal de mando en las
tropas zaristas tendía a la depuración de todos los posibles
agentes de la restauración; pero el sistema electivo en ningún
caso podía garantizar al ejército revolucionario un personal
de mando competente. El Ejército Rojo debía crearse desde
arriba, de acuerdo con los principios de la clase obrera. El personal de
mando debía ser elegido y controlado por los órganos del
poder soviético y del partido comunista. La elección de los
jefes por unidades políticamente poco educadas y constituidas por
campesinos jóvenes que acababan de ser movilizados se habría
convertido por fuerza en un juego de azar y habría creado con toda
seguridad condiciones favorables para las maniobras de algunos intrigantes
y aventureros. De igual modo, el ejército revolucionario, como instrumento
de acción y no como terreno de propaganda, era incompatible con
un régimen de comités elegidos, que en la práctica,
al dejar a cada unidad la decisión de si se estaba por la ofensiva
o la defensiva, no podía más que mirar el poder central.
Los socialrevolucionarios de izquierda llevaron ese seudodemocratismo caótico
hasta el absurdo cuando pidieron a los regimientos que tomaran en sus manos
resolver si era necesario observar las condiciones del armisticio con los
alemanes o pasar a la ofensiva. Trataban de sublevar de ese modo al ejército
contra el poder soviético que lo había creado.
Abandonado a sí mismo, el campesinado no es capaz de formar
un ejército centralizado. El campesinado no va más allá
de la etapa de destacamentos locales de guerrilleros, en los cuales una
"democracia" primitiva sirve generalmente de disfraz a la dictadura personal
de los alemanes. Esas tendencias guerrilleristas, reflejo del elemento
campesino en la revolución, encontraron su expresión perfecta
en los socialrevolucionarios de izquierda y en los anarquistas, pero se
manifestaran también en gran número de comunistas, sobre
todo entre los campesinos los antiguos soldados y los suboficiales.
En los primeros tiempos el campesinado representaba una herramienta
indispensable, y los pequeños destacamentos independientes se bastaban
para combatir a los contrarrevolucionarios, que no hablan hallado aún
el tiempo suficiente para recobrar el ánimo y armarse. Semejante
lucha exigía abnegación, iniciativa e independencia. Pero
la guerra, mientras más se extendía más exigía
una organización y una disciplina regulares. Las prácticas
del guerrillerismo, con sus lados negativos, se volvieron contra la revolución.
Trasformar los destacamentos en regimientos, integrar éstos en las
divisiones, subordinar los jefes de las divisiones al ejército y
al frente eran problemas que presentaban grandes dificultades y que no
siempre se resolvían sin víctimas.
La revuelta contra el centralismo burocrático fue en la Rusia
zarista parte integrante de la revolución. Regiones, provincias,
distritos, ciudades, querían a cual más demostrar su independencia.
En los primeros momentos, la idea de "el poder en el lugar" tomó
un carácter extremadamente caótico. Para el ala izquierda
de los socialrevolucionarios, como para los anarquistas, ella se emparentaba
con la doctrina federalista reaccionaria. Para las masas constituía
una reacción inevitable y, en el fondo, sana frente al antiguo régimen,
que perdía iniciativa. No obstante, a partir del momento en que
la unión de los contrarrevolucionarios se consolidó y aumentaron
los peligros exteriores, las tendencias autonomistas primitivas en el terreno
político y, más aún, en el militar se fueron haciendo
más y más peligrosas. Sin duda alguna este problema va a
representar un gran papel en Europa occidental, sobre todo en Francia,
donde los prejuicios autonomistas y federalistas están más
arraigados que en ninguna otra parte. Hacer triunfar el centralismo revolucionario-proletario
lo antes posible es la premisa de la futura victoria sobre la burguesía.
El año 1918 y gran parte de 1919 transcurren en una lucha incesante
y encarnizada por la creación de un ejército centralizado,
disciplinado, aprovisionado y dirigido por un centro único. En el
terreno militar esta lucha refleja, solo que en forma más acusada,
el proceso que se originaba en todos los dominios de la construcción
de la República Soviética.
La elección y la creación de un personal de mando presentaban
una serie de enormes dificultades. A nuestra disposición estaban
los restos del antiguo cuerpo de oficiales, gran parte de los oficiales
del tiempo de guerra y, por último, los jefes que la revolución
misma había promovido en su primera etapa, la de las guerrillas.
Entre los antiguos oficiales, los que permanecieron de nuestro lado
fueron por una parte los hombres de convicción que comprendían
o sentían el carácter de la nueva época; por otra,
los funcionarios rutinarios, desprovistos de iniciativa y a los que les
faltaba valor para seguir a los blancos; y, por fin, los muchos contrarrevolucionarios
activos tomados de sorpresa.
Desde los primeros pasos de la construcción, el problema de
los antiguos oficiales del ejército zarista se había planteado
en forma aguda. Como representantes de su profesión, portadores
de la rutina militar, nos eran indispensables y sin ellos habríamos
estado obligados a comenzar desde cero. Es dudoso que en tales circunstancias
el enemigo nos hubiera dado la posibilidad de alcanzar solos el nivel necesario.
Sin reclutar representantes del antiguo cuerpo de oficiales no podíamos
construir un organismo militar centralizado ni un ejército. En consecuencia,
se los incorporó a la fuerza armada, no en su condición de
agentes de las antiguas clases dirigentes, sino como protegidos de la nueva
clase revolucionaria. Muchos de ellos, es cierto, nos traicionaron y se
pasaron al enemigo; pero, aunque participaron en los levantamientos, en
el fondo su espíritu de resistencia de clase estaba roto. Sin embargo,
el odio que inspiraban a las tropas continuaba vivo y representó
una de las fuentes del espíritu guerrillero, ya que en los cuadros
de una pequeña unidad local no había necesidad de militares
calificados. Fue necesario al mismo tiempo quebrar la resistencia de los
elementos contrarrevolucionarios del antiguo cuerpo de oficiales, y garantizar,
paso a paso, a los elementos leales la posibilidad de incorporarse a las
filas del Ejército Rojo.
Las tendencias opositoras de "izquierda", en los hechos las de la intelligentsia
campesina, trataban de hallar una fórmula teórica que expresara
su manera de concebir el ejército. Según ella, el ejército
centralizado era el ejército del estado imperialista. Conforme a
su carácter, la revolución debía hacer la cruz no
sólo a la guerra de posiciones, sino también al ejército
centralizado. La revolución se ha construido por entero sobre la
movilidad, el ataque audaz y la facultad de maniobras. Su fuerza de combate
reside en la pequeña unidad independiente que combina todas las
armas y no está ligada a una base, que se apoya en la simpatía
de la población y puede atacar libremente las retaguardias del enemigo,
etc. En una palabra, la táctica de la "pequeña guerra" era
proclamada la táctica de la revolución. La terrible prueba
de la guerra civil dio muy pronto un desmentido a esos prejuicios. Las
ventajas que una organización y una estrategia centralizadas representan
con relación a la improvisación en el lugar, al separatismo
y al federalismo militares se demostraron tan rápidamente y de manera
tan clara, que hoy en día los principios fundamentales para la construcción
del Ejército Rojo están fuera de discusión.
La institución de los comisarios desempeñó un
papel principal en la creación del aparato de mando. La constituían
obreros revolucionarios, comunistas y, al comienzo, también en parte
socialrevolucionarios de izquierda (hasta julio de 1918). Por lo tanto,
el comando estaba en cierto modo desdoblado. El comandante se reservaba
la dirección puramente militar; el trabajo de educación política
se concentraba en las manos de los comisarios. Pero el comisario era sobre
todo el representante directo del poder soviético en el ejército.
Sin entorpecer el trabajo meramente, militar del comandante y sin disminuir
en ningún caso su autoridad, el comisario debía crear condiciones
tales como para que esa autoridad no se volviera contra los intereses de
la revolución. La clase obrera sacrificó a esta labor sus
mejores hijos; centenares y millares de ellos murieron en sus puestos de
comisarios. Otros muchos llegaron a ser luego jefes revolucionarios.
Desde un comienzo nos pusimos a la tarea de crear una red de escuelas
militares. En los primeros tiempos reflejaron la debilidad general de nuestra
organización militar. Una formación acelerada dio algunos
meses después en realidad, soldados rojos mediocres en lugar de
jefes. Y así como en esa época muy a menudo las masas debían
entrar en combate y manejar el fusil por primera vez, así también
se confiaba el mando no solo de grupos, sino de pelotones y aun de compañías
a soldados rojos que solamente habían recibido cuatro meses de instrucción.
Nos hemos esforzado sinceramente por reclutar antiguos suboficiales
del ejército zarista, pero se debe tener en cuenta que en buena
parte ellos provenían en ese entonces de las capas más acomodadas
de la población de las aldeas y del campo; eran sobre todo los hijos
instruidos de las familias campesinas tipo kulaks, pero seguían
odiando a los "charreteras doradas", es decir, a los oficiales de la intelligentsia
noble. Tales sentimientos provocaron una división en el seno de
ese grupo: dio muchos jefes y comandantes notables, de los cuales Budienny
fue uno de los más brillantes; pero proporcionó también
nuevos jefes a los levantamientos contrarrevolucionarios y al ejército
blanco.
La creación de un personal de mando es un problema muy difícil.
Y si durante los tres o cuatro primeros años de existencia del Ejército
Rojo pudo formarse un personal de mando superior, no se puede decir lo
mismo, ni siquiera hoy, del mando subalterno. Actualmente nos esforzamos
por asegurar al ejército jefes independientes que respondan por
completo a la pesada responsabilidad que se les confía. La instrucción
militar se puede enorgullecer de éxitos inmensos; la enseñanza
y la educación del personal de mando rojo mejora sin cesar.
Es conocido el papel que, en el Ejército Rojo ha desempeñado
la propaganda. La instrucción política que precedió
cada una de nuestras etapas en el camino de la construcción (tanto
en el terreno militar como en los otros) ha necesitado de un gran aparato
político junto al ejército, Los órganos más
importantes de ese trabajo lo constituyen los comisarios que ya conocemos.
La prensa burguesa europea falsea la verdad cuando presenta la propaganda
como una diabólica invención de los bolcheviques. En todos
los ejércitos del mundo la propaganda desempeña un papel
enorme. El aparato político de la propaganda burguesa es mucho más
poderoso y técnicamente mucho más rico que el nuestro. En
su contenido reside la ventaja de nuestra propaganda, ella ha estrechado
invariablemente las filas del Ejército Rojo y desmoralizado las
del ejército enemigo sin recurrir a ningún procedimiento
o medio técnico especial, sino solo a la "idea comunista", que es
la clave de esa propaganda. Confesamos este secreto militar sin el menor
temor de que nuestros enemigos nos lo plagien.
La técnica del Ejército Rojo reflejaba, y refleja, el
conjunto de la situación económica del país. Al comienzo
de la revolución disponíamos de la herencia material de la
guerra imperialista; en su género era colosal, pero totalmente desorganizada.
De una cosa había demasiado; de otra, no lo suficiente; además,
no sabíamos qué era lo que teníamos. Los principales
servicios de suministros nos ocultaban cuidadosamente lo poco que sabían
de su existencia. El "poder en el lugar" ponla la mano sobre todo lo que
se encontraba en su territorio. Los jefes guerrilleros revolucionarios
se proveían de lo que caía en su poder. Los conductores de
trenes desviaban hábilmente de su destino vagones de equipos y trenes
enteros. Hubo así al comienzo de la revolución un derroche
espantoso de los abastecimientos que nos había dejado la guerra
imperialista. Algunos regimientos que no tenían bayonetas para sus
fusiles, ni siquiera cartuchos, llevaban consigo carros y aviones. A fines
de 1917 el trabajo de la industria bélica se detuvo. Apenas en 1919
cuando las viejas reservas estaban casi agotadas, se la comenzó
a resucitar. Desde 1920 casi toda la industria trabaja para la guerra.
No teníamos ninguna reserva. Cada fusil, cada cartucho, cada par
de botas que salían de las máquinas eran enviados directamente
al frente. Hubo períodos (que podían durar semanas) en que
cada cartucho era imprescindible, o cuando el atraso de un tren especial
de municiones obligaba en el frente al repliegue de divisiones enteras
en decenas de verstas.
Si bien el desarrollo de la guerra traía consigo la declinación
de la economía, el abastecimiento del ejército llegó
a ser cada vez más regular, gracias por una parte a la intensificación
de la potencia industrial, y por otra a la creciente mejora en la organización
de la economía de guerra.
En el desarrollo del Ejército Rojo la creación de la
caballería ocupa un lugar especial. Sin entrar a hablar aquí
del papel que ella tendrá en el porvenir, podemos comprobar que
los países que tienen mejor caballería son los menos desarrollados:
Rusia, Polonia, Hungría y ante todo Suecia. La caballería
necesita estepas grandes espacios abiertos. Y fue lógicamente en
el Kubán y cerca del Don y no alrededor de Petrogrado y de Moscú
donde se creó. En la Guerra de Secesión fueron los labradores
del sur quienes contaron con la ventaja de la mejor caballería.
Solo en la segunda mitad de la guerra pudieron los del norte utilizar ese
tipo de arma. El mismo fenómeno se repitió entre nosotros.
La contrarrevolución se había atrincherado en la lejana periferia
y se esforzaba, atacando desde allí, por encerrarnos en el centro,
alrededor de Moscú. El arma principal de Denikin y Wrangel la formaban
los cosacos y la caballería. Al principio sus audaces incursiones
nos crearon con frecuencia inmensas dificultades. Sin embargo, esa ventaja
que tenía la contrarrevolución -la ventaja del retroceso-
se mostró accesible también a la revolución cuando
ésta comprendió lo que significaba la caballería en
una guerra civil de movimientos y se fijó como objetivo conseguir
una a cualquier precio. En 1919 la consigna del Ejército Rojo fue:
"¡Proletarios, a caballo!". Al cabo de, algunos meses nuestra caballería
igualaba a la del enemigo, para luego pasar a tomar definitivamente la
iniciativa en sus manos.
La unidad del ejército y su confianza en ella se reforzaban
sin cesar. Al comienzo no solamente los campesinos, sino también
los proletarios se negaban a enrolarse. Solo un pequeño número
de trabajadores, llenos de abnegación, participaba voluntariamente
en la creación de las fuerzas armadas de la República Soviética.
Y estos elementos soportaron todo el peso del período más
difícil. El estado de ánimo del campesinado cambiaba sin
cesar. En los primeros tiempos, regimientos enteros de campesinos que,
por cierto, en la mayoría de los casos no estaban de ningún
modo preparados, ni política ni técnicamente, se rendían
sin oponer resistencia. Pero cuando los blancos los tomaban bajo sus banderas
volvían a nuestro lado. A veces la masa campesina intentaba demostrar
independencia y abandonaba a los blancos y a los rojos para refugiarse
en los bosques y crear sus destacamentos "verdes". Pero su aislamiento
y la falta de apoyo político los condenaba de antemano a la derrota.
De ese modo en los frentes de la guerra civil se notaba con más
claridad la "relación de fuerzas fundamental" de la revolución:
la masa campesina, que la contrarrevolución de los terratenientes,
los burgueses y la intelligentsia dispuesta a la clase obrera, vacilará
sin cesar entre una y otra, para en fin de cuentas sostener a la clase
obrera. En las provincias más atrasadas, como Kursk y Vorénezh,
donde los que se negaban a cumplir las obligaciones militares se contaban
por millares, la aparición en sus fronteras de las tropas de los
generales provocó un cambio de opinión radical y lanzó
a esa masa de desertores a las filas del Ejército Rojo. El campesino
apoyó al trabajador contra el terrateniente y el capitalista. En
ese hecho decisivo se halla la raíz del factor más importante
de nuestras victorias.
El Ejército Rojo se creó bajo el fuego, a menudo sin
línea de conducta bien definida y bajo la forma de improvisaciones
bastante desordenadas. Su aparato era extremadamente pesado y muchas veces
obstaculizador. Hemos aprovechado cada tregua para estrechar, consolidar
y ajustar nuestra organización militar. En el curso de estos dos
últimos años se ha logrado a ese respecto progresos evidentes.
En 1920, en el momento de nuestra lucha contra Wrangel y Polonia, el Ejército
Rojo contaba en sus filas con más de 5.000.000 de hombres. Hoy,
incluida la flota, tiene alrededor de 1.500.000 y continúa disminuyendo.
La reducción es menos rápida que lo que habríamos
deseado, pues corre paralela con la mejora en la calidad. En las reservas
y los servicios auxiliares la reducción es incomparablemente, mayor
que en las unidades de combate. Al decrecer, el ejército no se debilita;
por el contrario, se refuerza. Su capacidad para movilizarse en caso de
guerra no cesa de crecer, y su dedicación a la causa de la revolución
social no ofrece ya dudas.
[1] La organización militar
de nuestro partido fue creada en 1905 y cumplió una tarea considerable
en el desarrollo del movimiento revolucionario en el ejército. A
fines de marzo de 1906 se hizo el primer intento de coordinar el trabajo
de las células del partido en el ejército, y se convocó
en Moscú una conferencia de las Organizaciones Militares. Después
de la detención de sus participantes, la conferencia se reunió
en Támpere (Finlandia), en el invierno de 1906.
Con posterioridad a la revolución de febrero de 1917, la organización
militar extendió su influencia al comienzo a Petrogrado y luego
al frente (sobre todo al frente norte y a la flota del Báltico).
El 15 de abril apareció el primer número del periódico
La verdad del soldado, que se convirtió en el órgano central
de la organización. En el congreso de las Organizaciones Militares
realizado en Petrogrado el 16 de julio están representadas 500 unidades
en las que hay unos 30.000 bolcheviques. La organización militar
dirige los preparativos de la insurrección y designa algunos camaradas
activos en el Comité Militar Revolucionario de Petrogrado.