El final de la guerra civil encontró a Stalin en la sombra,
políticamente. Los segundones del Partido le conocían, desde
luego, pero no le consideraban uno de los dirigentes de importancia. Para
la base del Partido era uno de los miembros menos conocidos del Comité
Central, a pesar de pertenecer al todopoderoso Politburó. El país,
en general, había oído hablar muy poco de él. El mundo
extrasoviético ni siquiera sospechaba su existencia. Pero en menos
de dos años su dominio sobre la máquina política del
Partido se había hecho tan formidable, y su influencia se juzgaba
tan lesiva para Lenin, que éste, a primeros de marzo de 1923, rompió
con él toda "relación de camaradería". Pasaron otros
dos años, y Trotsky, el más eminente, aparte Lenin, de los
adalides de la Revolución de octubre y del Gobierno de los Soviets,
había sido relegado por la máquina de Stalin a una posición
política precaria. No sólo llegó Stalin a ser miembro
del triunvirato que regía el Partido en lugar del doliente Lenin,
sino que se convirtió en el más poderoso de los triunviros
y después en único sucesor de Lenin. Además, con los
años adquirió un poder mucho mayor que el ejercido jamás
por Lenin: de hecho, más autoridad absoluta que ninguno de los zares
en la larga historia del régimen absoluto en Rusia.
[¿Cómo pudo suceder esto? ¿Cuáles fueron
las causas y los grados de la elevación de Stalin desde la oscuridad
a la preeminencia política?]
Cada fase de desarrollo, incluso las catastróficas, como la revolución
y la contrarrevolución, es una consecuencia de la fase precedente,
en donde está arraigada y a la cual se asemeja. Después de
la victoria de octubre, hubo escritores que sostenían que la dictadura
del bolchevismo era simplemente una nueva versión del zarismo, negándose,
al estilo del avestruz, a reconocer la abolición de la monarquía
y de la nobleza, la extirpación del capitalismo y la introducción
de la economía planificada, la abolición de la Iglesia estatal,
y la educación de las masas en los principios del ateísmo,
la abolición del señorío agrario y la distribución
de la tierra a los verdaderos cultivadores del suelo. De manera análoga,
después, del triunfo de Stalin sobre el bolchevismo, muchos de los
mismos escritores (como Webbs, los Wells y los Laskis, que primero criticaron
el bolchevismo para convertirse luego en propagandistas viajeros del estalinismo)
cerraron los ojos al hecho cardinal e inflexible de que, a pesar de las
medidas de represión utilizadas por imperio de circunstancias especiales,
la Revolución de octubre acarreó una subversión de
relaciones sociales en los intereses de las masas trabajadoras; mientras
que la contrarrevolución estalinista ha iniciado subversiones sociales
que continuamente van transformando el orden social soviético en
provecho de una minoría privilegiada de burócratas termidóricos.
Igualmente insensibles a los hechos elementales son ciertos renegados del
comunismo, muchos de ellos satélites de Stalin en otra época,
que con las cabezas bien hundidas en la arena de su amarga desilusión,
no advierten que, a pesar de semejanzas superficiales la contrarrevolución
acaudillada por Stalin se diferencia en ciertos definidos puntos esenciales
de las contrarrevoluciones de los caudillos fascistas; no echan de ver
que la diferencia tiene su raíz en la disparidad entre la base social
de la contrarrevolución de Stalin y la base social de los movimientos
reaccionarios dirigidos por Mussolini y Hitler, y que guarda paralelismo
con la que existe entre las dictaduras del proletariado, aun desfiguradas
por el burocratismo termidórico, y la dictadura de la burguesía,
entre un Estado de trabajadores y un Estado capitalista.
Además, esta disparidad fundamental tiene su ejemplo (y en cierto
sentido, hasta su epítome) en la singularidad de la carrera de Stalin
comparada con las carreras de los otros dos dictadores, Mussolini y Hitler,
cada uno de ellos iniciador de un movimiento, ambos agitadores excepcionales
y tribunos populares. Su exaltación política, por fantástica
que parezca, se produjo por su propio impulso a la vista de todos, en conexión
inquebrantable con el desarrollo de los movimientos que encabezaron desde
su arranque. Completamente distinto es el carácter de la subida
de Stalin. No puede compararse con nada de tiempos pasados. Parece no tener
prehistoria. El proceso de su elevación transcurrió en alguna
parte, tras una cortina política impenetrable. En un determinado
momento su figura, en pleno atuendo de poder, se destacó súbitamente
de la pared del Kremlin, y por primera vez el mundo se dio cuenta de Stalin
como dictador ya hecho así. Tanto más vivo es el interés
con que la humanidad pensante examina la naturaleza de Stalin, personal
y políticamente. En sus peculiaridades de su personalidad busca
la clave de su fortuna política.
Es imposible comprender a Stalin y su éxito de última
hora sin comprender la fuente principal de su personalidad: ansia de poder,
ambición, envidia, una envidia activa, jamás adormecida,
a todos los mejor dotados, más poderosos, a cuantos destacan sobre
él. Con aquella arrogancia característica que es esencial
en Mussolini, dijo éste a uno de sus amigos: "Nunca he encontrado
a mi igual." Stalin nunca hubiera podido decir tal frase, ni aun a sus
amigos más íntimos, pues hubiera sonado descarnada, absurda,
ridícula en exceso. En los mismos cuadros bolcheviques abundaban
hombres que superaban a Stalin en todos los respectos, salvo en el de su
reconcentrado ambición. Lenin estimaba mucho el poder como instrumento
de acción; pero el amor al poder por el poder mismo le era totalmente
ajeno. No sucede así con Stalin. Psicológicamente, el poder
para él siempre fue algo aparte de los fines a que éste se
entiende destinado. El deseo de ejercer su voluntad como el atleta utiliza
sus músculos para dominar a los demás: he aquí el
origen de su personalidad. Así, su voluntad fue adquiriendo una
fuerza cada vez más concentrada, que se dilataba en agresividad,
en actividad, en radio de expresión, sin detenerse ante nada. Cuantas
veces tuvo Stalin ocasión de convencerse de que le faltaban muchos
atributos para adquirir el poder, tanto más intensamente se esforzó
por compensar cada deficiencia de carácter, con tanta más
sutileza convirtió cada defecto en ventaja bajo ciertas condiciones.
Las comparaciones oficiales acostumbradas entre Stalin y Lenin son
sencillamente indecorosas. Si la base de comparación es la expansión
de la personalidad, es imposible parangonar a Stalin ni siquiera con Mussolini
o Hitler. Por pobres que sean las "ideas" del fascismo, los dos victoriosos
caudillos de la reacción, el italiano y el alemán, desde
el comienzo mismo de sus respectivos movimientos desplegaron iniciativa,
impulsaron a las masas a la acción, abrieron nuevas rutas a través
de la jungla política. Nada de esto puede decirse de Stalin. El
partido bolchevique fue obra de Lenin. Stalin brotó de su máquina
política, de su aparato político, y continúa inseparablemente
unido al mismo. Nunca ha tenido contacto con las masas o con los acontecimientos
históricos sino a través del aparato. En el primer período
de su acceso al poder él mismo se vio sorprendido por su propio
éxito. Subió las escaleras sin seguridad, mirando a derecha
e izquierda y por encima del hombro, siempre dispuesto a escabullirse o
a buscar refugio. Empleado como contrapeso frente a mí, le respaldaron
y animaron Zinoviev y Kamenev, y con menos calor Rikov, Bujarin y Tomsky.
Ninguno de ellos pensaba entonces que Stalin llegase a destacar por encima
de sus cabezas. En el primer triunvirato, Zinoviev trataba a Stalin con
cierto aire circunspecto de protector; Kamenev, con un dejo de ironía.
Pero ya hablaremos luego de esto con más detalle.
La escuela estalinista de falsificación no es la única
que florece hoy en el campo de la historia rusa. De hecho, deriva una parte
de su sustento de ciertas leyendas basadas en la ignorancia y el sentimentalismo,
como las fantásticas patrañas relativas a Kronstadt, Majno
y otros episodios de la Revolución. Baste saber que lo que el Gobierno
soviético hizo a pesar suyo en Kronstadt fue una trágica
necesidad; naturalmente, el Gobierno revolucionario no podía "regalar"
la fortaleza que protegía Petrogrado a los marineros insurgentes
sólo porque unos cuantos dudosos anarquistas y essars patrocinasen
a un puñado de campesinos reaccionarios y soldados amotinados. Consideraciones
semejantes son aplicables también al caso de Majno y de otros elementos
potencialmente revolucionarios que tal vez tuviesen buenas intenciones,
pero lo demostraban de detestable manera.
Lejos de desdeñar la cooperación de revolucionarios de
todas las corrientes del socialismo los bolcheviques de la era heroica
de la Revolución la solicitaron con afán en toda ocasión,
y transigían hasta el límite por conseguirla. Por ejemplo,
Lenin y yo estudiamos seriamente una vez la posibilidad de ceder ciertas
comarcas a los anarquistas, naturalmente con el asenso de la población
interesada, y permitirles llevar a efecto su experimento de orden social
sin Estado en su jurisdicción. Aquel proyecto murió en la
etapa de discusión, y no por culpa nuestra. El movimiento anarquista
dejó de pasar por la prueba de los hechos reales en el terreno de
ensayos en la Revolución rusa. Muchos de los anarquistas más
capaces y sanos convinieron en que podrían servir mejor su causa
incorporándose a las filas de nuestro Partido.
Aunque sólo nos incautamos del Poder en octubre, demostramos
nuestra disposición a cooperar con otros partidos soviéticos,
negociando con ellos. Pero sus exigencias eran fantásticamente desaforadas;
no pretendían nada menos que la decapitación de nuestro Partido.
Luego formamos un Gobierno de coalición con el único Partido
que por entonces se prestaba a la cooperación en términos
razonables, que fue el de los essars de izquierda; pero éstos se
retiraron del Gobierno en señal de protesta contra la paz de Brest-Litovsk
en marzo de 1918, y en julio apuñalaron al Gobierno por la espalda
colocándole frente al hecho consumado del asesinato del embajador
alemán Mirbach y a un golpe de Estado frustrado. ¿Qué
hubieran querido los señores liberales que hiciéramos en
tales circunstancias: dejar que la Revolución de octubre, el país
y nosotros mismos fuéramos deshechos por nuestros traidores ex compañeros
del Gobierno de coalición y pisoteados por el Ejército imperial
alemán en pleno avance? Los hechos son irreductibles. La Historia
recuerda que el Partido de los essars de izquierda quedó reducido
a polvo por el choque de los acontecimientos subsiguientes, y muchos de
sus miembros más arrojados se hicieron leales bolcheviques, entre
ellos Blumkin, el asesino del conde Mirbach. ¿Eran los bolcheviques
simplemente vengativos, o eran "liberales" al advertir el móvil
revolucionario tras el estúpido y desastroso acto de provocación
de Blumkin, y al concederle la entrada con plenos derechos en el Partido
y en el trabajo de grave responsabilidad? (Y Blumkin no fue el único,
ni mucho menos, aunque su caso sea más conocido que otros análogos.)
Lejos de herirnos, la rebelión de los essars de izquierda, que nos
privó de un aliado y compañero de viaje, nos fortaleció
en resumidas cuentas. Puso fin a la defección de los comunistas
de izquierda. El Partido estrechó sus filas. La influencia de las
células comunistas en el Ejército y en las instituciones
soviéticas creció enormemente. La política del Gobierno
adquirió mucha mayor firmeza.
Privados de legalidad soviética en junio de 1918, los partidos
mencheviques y essars de derecha y centro, después de su directa
participación en la guerra civil contra el Gobierno soviético,
manifestada no sólo en actos de terror individual, sino también
en otros de sabotaje, diversión, conspiración y aun guerra
abierta, los bolcheviques se vieron obligados a llevar también a
la lista de proscripción a los essars de izquierda tras su traicionero
golpe de Estado de julio. Pero el decreto promulgado por el Comité
Ejecutivo Central del Soviet de toda Rusia el 14 de junio, expulsando de
este organismo a los mencheviques y essars, y recomendando la adopción
de igual medida a otras instituciones soviéticas se revisó
cinco meses después, cuando estos partidos volvieron a la posición
de lucha de clases axiomática para socialistas declarados. En octubre
de 1918, el Comité Central de los mencheviques reconocía
en una resolución que la Revolución bolchevique de octubre
de 1917 fue "históricamente necesaria", y repudiaba "todo género
de colaboración política con clases hostiles a la democracia",
rehusando "participar en cualesquiera combinaciones gubernamentales, aun
cubiertas por la bandera democrática, basada en coaliciones "nacionales
generales" de la democracia con la burguesía capitalista o dependiente
del imperialismo y el militarismo extranjero". En vista de tales declaraciones
de los mencheviques, el Comité Ejecutivo Central de toda Rusia,
en sesión de 30 de noviembre de 1918, decretó que se considerase
anulada su resolución de 14 de junio "en cuanto se refiere al partido
de los mencheviques". Unos meses más tarde el sesgo "hacia la izquierda"
se inició en una sección de los essars. La conferencia de
los representantes de varias organizaciones de essars en los territorios
de la Rusia soviética, que se celebró el 8 de febrero de
1919 en Petrogrado, "repudió resueltamente la tentativa de derrocar
el Gobierno de los Soviets por las armas". Entonces, el Comité Ejecutivo
Central de toda Rusia decretó el 25 de febrero de 1919 la anulación
de su disposición de 14 de junio de 1918 "con referencia a todos
los grupos del Partido de los essars que consideren obligatoria para ellos
la mencionada resolución de la conferencia de partidos de los essars".
Pero en la primavera, una serie de sublevaciones de kulaks en varias
provincias y el avance victorioso de Koltchak, indujeron a estos partidos,
con excepción de algunos de sus representantes, a las posiciones
de antes. En consecuencia, el Comité Central del Partido Comunista
ruso (bolchevique), en mayo de 1919, promulgó una disposición
"referente a la detención de todos los mencheviques y essars de
calidad, de los que no se supiera personalmente que estuviesen dispuestos
a apoyar activamente al Gobierno soviético en su lucha contra Koltchak".
Así se puso en evidencia que las anteriores protestas de lealtad
a la "democracia" soviética eran simples maniobras por parte de
los partidos menchevique y essar. Su constante agitación por la
abolición de la Checa y de la pena de muerte, incluso para espías
y contrarrevolucionarios, repercutió en beneficio de los guardias
blancos y difundió la desmoralización en la retaguardia del
Ejército Rojo.
Durante los primeros días, u horas, siguientes a la insurrección,
Lenin planteó la cuestión de la Asamblea Constituyente. "Hemos
de aplazarla -insistía-, hemos de aplazar las elecciones. Tenemos
que ampliar los derechos electorales otorgándolos a los mayores
de dieciocho años. Tenemos que hallar el modo de rectificar las
listas de candidatos. Los nuestros no son buenos: demasiados intelectuales
no probados, cuando lo que necesitamos son traba adores y campesinos. Los
kornilovitas y los cadetes [demócratas constituyentes] deben ser
despojados de estado legal." A los que opinaban: "no es político
aplazarlo ahora; se interpretará como liquidación de la Asamblea
Constituyente, sobre todo habiendo acusado nosotros al Gobierno provisional
del aplazamiento". Lenin replicó: "¡Tonterías! Lo que
importan son hechos, no palabras. Con relación al Gobierno provisional,
la Asamblea Constituyente era o pudo haber sido un paso adelante; pero
con relación al Gobierno soviético sólo puede ser
un paso atrás. ¿Por qué no es político aplazarla?
Y si la Asamblea Constituyente resulta ser un conglomerado de cadetes,
mencheviques y essars, ¿será eso político?"
"Pero para entonces seremos más fuertes -argumentaban otros-,
mientras que ahora no lo somos. El Gobierno soviético es prácticamente
desconocido en las provincias. Y si allí se enteran de que aplazamos
la Asamblea Constituyente, nuestra posición será aún
más débil de lo que ya es." Sverdlov, sobre todo, se oponía
enérgicamente al aplazamiento, y él conocía mejor
las provincias que ninguno de nosotros. Lenin resultó quedarse solo
en su posición. Solía mover la cabeza con gesto de desaprobación,
insistiendo: "¡Es un error, un error evidente, que nos puede salir
caro! Espero que no le cueste a la Revolución la cabeza..." Pero,
una vez adoptada la decisión contraria al aplazamiento, Lenin concentró
toda su atención en medidas para poner en práctica la convocatoria
de la Asamblea Constituyente.
Entretanto, se vio claro que estaríamos en minoría, aun
con los essars de izquierda, que iban en la misma candidatura que los essars
de derecha y eran defraudados a cada paso. "Naturalmente, tendremos que
disolver la Asamblea Constituyente -dijo Lenin-. Pero, ¿y los essars
de izquierda?" Sin embargo, el viejo Natanson
nos tranquilizó sobre el particular. Vino a "asesorarnos", pero sus primeras palabras fueron: "Me parece que tendremos que dispersar por la fuerza la Asamblea Constituyente." Lenin exclamó: "¡Bravo! ¡Lo que está bien, está bien! Pero, ¿querrá tu gente ir tan lejos?" Natanson contestó: "Algunos vacilan, pero creo que al fin se avendrán todos a ello." Los essars de izquierda estaban entonces en la luna de miel de su extremo radicalismo: efectivamente, consintieron en la disolución. Lenin se dedicó con ardor al problema de la Asamblea Constituyente. Intervenía a fondo en todos los preparativos, pensaba en todos los detalles, y sometía a Uritsky, que, con gran pesar suyo, había sido designado comisario de la Asamblea, al tormento de agotadores interrogatorios. Incidentalmente, Lenin se ocupó en persona del traslado de uno de los regimientos letones, de composición predominantemente proletaria, a Petrogrado.
"El mujik podría vacilar si sucede algo -observó-, y aquí
necesitamos resolución proletaria."
Los delegados bolcheviques a la Asamblea Constituyente que se reunieron
en todas partes de Rusia se distribuyeron (por presión de Lenin
y dirigidos por Sverdlov) entre todas las fábricas, instalaciones
y unidades militares. Fueron un elemento importante del aparato organizador
de la "revolución suplementaria" de 1.º de enero. En cuanto
a los delegados essars de izquierda, juzgaban impropio de su elevada misión
empeñarse en una lucha: "El pueblo nos ha elegido: que nos defienda."
Esencialmente, aquellos aldeanos provinciales no tenían la menor
idea de cómo conducirse, y la mayoría de ellos eran cobardes.
Pero en compensación, prepararon con gran meticulosidad el ritual
de la primera sesión. Dispusieron velas, por si los bolcheviques
apagaban la luz eléctrica, y gran cantidad de emparedados, por si
faltaban provisiones. Así, la Democracia vino a presentar batalla
a la Dictadura armada de bocadillos y velas. El pueblo no pensó
siquiera un momento en defender a quienes se tenían por sus elegidos,
cuando no eran más que vagas sombras de un período revolucionario
definitivamente caducado.
Yo estaba en Brest-Litovsk cuando se liquidó la Asamblea Constituyente.
Pero, tan pronto como fui a Petrogrado con motivo de una conferencia, Lenin
me hizo el relato de la disolución: "Fue, naturalmente, muy arriesgado
para nosotros no demorar su convocatoria..., una verdadera imprudencia.
Pero, en último término, resultó mejor así.
La disolución de la Asamblea Constituyente por el Gobierno es una
liquidación franca y total de la democracia de forma en nombre de
la Dictadura revolucionaria. Desde ahora, la elección no suscitará
dudas." Así, la generalización teórica marchó
de la mano con el empleo del regimiento de fusilemos letones. Indudablemente,
fue entonces cuando Lenin concibió con toda claridad las ideas que
después formuló en el I Congreso del Komintern, en sus notables
tesis sobre democracia.
Como es bien sabido, la crítica de la democracia formal tiene
su propia y dilatada historia. Nosotros y nuestros predecesores explicábamos
el carácter transitorio de la Revolución de 1848 por el colapso
de la democracia política. ésta había sido sustituida
por la democracia "social". Pero el orden social burgués fue capaz
de obligar a la última a ocupar el puesto que la democracia pura
ya no podía sostener. La historia política pasó luego
por un período prolongado durante el cual la democracia social,
medrando a costa de su crítica de la democracia pura, desempeñaba
realmente el papel de esta última, y se saturó por completo
de sus vicios. Lo ocurrido se había repetido más de una vez
en la historia; la oposición se vio llamada a resolver en forma
conservadora las tareas mismas que las fuerzas comprometidas de ayer no
eran ya capaces de llevar adelante. Comenzando como estado provisional
de preparación para la dictadura proletaria, la democracia había
llegado a ser el supremo criterio, el último resorte regulador,
el inviolable santuario de los santuarios, esto es, la más refinada
hipocresía del orden social burgués. Lo mismo había
sucedido en nuestro caso. Después de recibir un golpe mortal en
octubre, la burguesía intentó resurgir en enero bajo la forma
sacrosanta de la Asamblea Constituyente. El ulterior desarrollo victorioso
de la revolución proletaria, después de la disolución
franca, manifiesta, brusca de la Asamblea Constituyente, asestó
a la democracia el golpe de gracia del que nunca se recobrará. Por
eso tenía razón Lenin al decir: "En último término,
resultó mejor así." Bajo el aspecto de la Asamblea Constituyente
essarista, la República de febrero había aprovechado simplemente
la oportunidad de morir por segunda vez. [Cuando, durante el breve mandato
de Kamenev como primer presidente de la República (en calidad de
presidente del Comité Ejecutivo Central del Soviet) y por iniciativa
suya] fue abolida la pena de muerte contra soldados promulgada por Kerensky,
la indignación de Lenin no tuvo límites. "¡Absurdo!
-clamó-. ¿Cómo contáis que una revolución
siga adelante sin ejecuciones? ¿Creéis de veras que podéis
tratar con todos esos enemigos después de desarmaros? ¿Qué
otras medidas de represión existen? ¿La prisión? ¿Quién
da importancia a eso durante una guerra civil, cuando ambas partes confían
en vencer?" Kamenev trató de argumentar que se trataba sólo
de revocar la pena de muerte instituida por Kerensky, especialmente contra
los desertores. Pero Lenin se mostró irreconciliable. Se daba clara
cuenta de que tras el decreto de abolición se ocultaba una actitud
frívola frente a las dificultades inauditas que nos aguardaban.
"Una equivocación -reiteró-, blandura imperdonable, ilusiones
pacifistas", etc. Propuso que se revocase inmediatamente el decreto, pero
se le objetó que ello produciría una impresión desfavorable.
Alguien sugirió que sería mejor recurrir a las ejecuciones
cuando se viera que no había otro remedio. Finalmente, el asunto
se dejó como estaba.
"¿Y qué pasaría -me preguntó una vez Vladimiro
Ilich de improviso- si los guardias blancos nos mataran a los dos? ¿Serán
capaces Bujarin y Sverdlov de hacer frente a la situación?" [Al
principio, Lenin confiaba en Sverdlov más bien que en Stalin para
centralizar el Poder con mano dura. Sverdlov fue quien primero definió
la división de funciones entre el Partido y las máquinas
políticas del Soviet. Se le eligió presidente del primer
Comité Constitucional (del que formaba parte Stalin). Sverdlov incorporó
en aquella primera Constitución soviética no sólo
los principios teóricos del leninismo, sino también la experiencia
práctica inicial de administración en materias tales como
la correlación entre los órganos centrales y locales del
Gobierno soviético, los Comités de Pobres y los Soviets en
las aldeas, las fronteras y funciones de las Repúblicas constituyentes
y de las regiones autónomas, y muchas cuestiones específicas
que la teorización nunca hubiera podido abarcar concretamente. "Sverdlov
-de acuerdo con un panegírico de Stalin- fue uno de los primeros,
si no el primero, que hábilmente y sin esfuerzo resolvió...
la compleja tarea organizadora... de construir la nueva Rusia... el Gobierno
de los Soviets, el Gobierno de los obreros y los campesinos", que "por
primera vez en la historia de la humanidad" acometió la empresa
de convertir "el Partido hasta entonces ilegal en una entidad nueva, creando
los instrumentos de correlación entre el Partido y los Soviets,
asegurando la dirección del Partido y el desenvolvimiento normal
de los Soviets...".] Sverdlov era verdaderamente irremplazable: resuelto,
animoso, firme, expedito, un tipo de bolchevique insuperable. Lenin pudo
conocer y estimar plenamente a Sverdlov en aquellos meses de inquietud.
Muchas veces, al telefonear Lenin a Sverdlov sugiriéndole ésta
o la otra medida de urgencia, recibía como invariable respuesta:
"¡Ya!", expresiva de que estaba hecho lo que interesaba. A menudo
bromeábamos sobre ello, diciendo: "Con Sverdlov no hay que dudar:
¡ya!"
[Cuando se creó el Comisariado Popular de Inspección
de Obreros y campesinos, se designó a Stalin para desempeñarlo.
Al proponer la creación de este nuevo Comisariado en el VIII Congreso
de 1919, Zinoviev lo describía como "un Comisariado de control socialista
que inspeccione todas las unidades de nuestro mecanismo soviético,
hundiendo sus tentáculos en todas las ramas del esfuerzo constructivo
de los Soviets". Lenin no tuvo empacho en apoyar la designación
de Stalin para aquel Ministerio de Ministros, cuando, al replicar a las
objeciones de los oposicionistas, dijo: ]
"Ahora, hablemos de la Inspección de Obreros y Campesinos. Es
una empresa gigantesca... Es necesario poner a su frente a un hombre de
autoridad; de otro modo, nos hundiremos en el fango, nos ahogaremos en
minúsculas intrigas. Creo que ni el mismo Preobrazhnsky podría
proponer otra candidatura que la del camarada Stalin."
[La función del nuevo Comisariado era extirpar de todas las instituciones
soviéticas la burocracia y el expedienteo. Sin embargo, bajo Stalin
no tardó en convertirse en semillero de intrigas políticas
y en uno de los principales instrumentos con que levantó su aparato
político. En un memorándum confidencial fechado en 1.º
de abril de 1922, Trotsky escribió a este propósito:]
" Es imposible cerrar los ojos al hecho de que el Rabkrin está
lleno precisamente de personas que han fracasado en varias otras esferas.
De aquí proviene también el extraordinario desarrollo de
intrigas en el Rabkrin, que hace ya tiempo se ha convertido en proverbial
en todo el país. No hay razón para suponer que esta institución
(no sus pequeños círculos rectores solamente, sino toda la
organización) puede sanearse y fortalecerse, porque en el futuro
los activistas eficientes seguirán destinándose al auténtico
trabajo, y no a su inspección, Resulta, pues, evidente la fantasía
del plan de mejorar la maquinaria del Estado soviético mediante
la palanca de Rabkrin."
[A esta crítica contestó Lenin el 6 de mayo:]
"El camarada Trotsky está radicalmente equivocado respecto al
Rabkrin. Con nuestro desenfrenado "departamentalismo", aun entre los mejores
comunistas, el bajo nivel cultural de nuestros funcionarios, las intrigas
entre unas y otras ramas del Gobierno... es imposible seguir adelante sin
el Rabkrin. Hemos de trabajar sistemática y persistentemente, para
convertirlo en el mecanismo de inspección y mejora de todas las
actividades gubernamentales."
[Pero no tardaría mucho Lenin en cambiar de opinión sobre
este tema, y en alarmarse aún más que Trotsky por el empacho
de burocracia y la corrupción de este Comisariado instituido precisamente
para él para combatirla.]
Stalin halló los más leales de sus primeros colaboradores
en Ordzhonikidze y Dzerzhinsky, ambos en desgracia con Lenin a la sazón.
Ordzhonikidze, dotado indudablemente de fortaleza decisión y firmeza
de carácter, era en esencia hombre de escasa cultura, irascible
y completamente incapaz de dominarse. Mientras fue un revolucionario, predominaron
su arrojo y su espíritu de sacrificio; pero al convertirse en funcionario
importante, su rudeza y rusticidad apagaron toda otra cualidad. Lenin,
que había sentido por él simpatía en otro tiempo,
poco a poco fue apartándose de él, y Ordzhonikidze lo advirtió.
Sus relaciones tirantes llegaron al límite cuando Lenin propuso
excluirle del Partido por un año o dos, como sanción por
abuso de poder.
Análogamente se extinguió su afecto hacia Dzerzhinsky.
éste se distinguía por su profunda honestidad, carácter
apasionado e impulsividad. El poder no logró corromperle. Pero no
siempre estuvo su capacidad a la altura de las misiones que se le confiaron.
Invariablemente se le reelegía para el Comité Central; pero,
mientras Lenin volvió, no había que pensar en incluirle en
el Politburó. En 1921, o quizás en 1922, Dzerzhinsky, hombre
excesivamente altivo, se me quejó, con tono de resignación
en su voz, de que Lenin no le atribuyese capacidad política. Como
es natural, hice lo que pude por disuadirle. "No me considera organizador,
hombre de Estado", insistía Dzerzhinsky. "¿Qué te
hace pensar así?" "Se obstina en no aceptar mi informe como comisario
popular de Vías de Comunicación."
Al parecer, Lenin no estaba muy entusiasmado con el informe de Dzerzhinsky
en tal concepto. En realidad, Dzerzhinsky no era un organizador en el sentido
amplio de la palabra. Solía reunir a sus colaboradores y organizarlos
en torno a su persona, pero no conforme a su método. Este método
no era evidentemente el más oportuno para poner orden en el Comisariado
de Vías de Comunicación. En 1922, Ordzhonikidze y Dzerzhinsky
se sentían muy descontentos de su posición respectiva, y
molestos en grado considerable. Stalin los reclutó en el acto.
[Entretanto, en el mismo Partido se había producido un cambio
sutil, pero penetrante. La lucha por la democracia dentro del Partido se
había iniciado en el palenque del X Congreso, girando principalmente
en torno al lema de las justas relaciones entre el Estado, el Partido y
los Sindicatos. La llamada oposición obrera, dirigida por Shlyapnikov
y, Kollontai, proponía un programa que los círculos rectores
habían denunciado como "una desviación anarcosindicalista".
Según los historiadores oficiales, este programa propugnaba que
los Sindicatos, como organizadores de la producción asumiesen no
sólo las funciones del Estado, sino también las del Partido.
Trotsky, por el contrario, sostenía que siendo esencial perseguir
una política igualitaria en el campo del consumo, era aún
necesario seguir insistiendo por algún tiempo en los "métodos
de choque" en la esfera de la producción, lo que, según Trotsky,
significaba "acomodar la maquinaria sindical al sistema administrativo
de régimen económico", y de conformidad con sus adversarios,
convertir los Sindicatos en instituciones estatales. Lenin opinaba que
los Sindicatos debían continuar bajo el control del Partido, y convertirse
cada vez en una vasta "escuela de comunismo". En esta controversia, Stalin
apoyó el criterio de Lenin. En el Congreso se manifestaron otras
diversas opiniones sobre el tema, pero el asunto se redujo principalmente
a una controversia triangular entre los grupos cuyos portavoces principales
fueron Lenin, Trotsky y Kollontai. Además, la discusión no
se limitó a las sesiones del mismo Congreso, sino que prosiguió
públicamente e invadió las instituciones soviéticas
de todo orden.
[Esta atmósfera de libre discusión había cambiado
radicalmente cuando el Partido se reunió en su XI Congreso, celebrado
entre el 2 de marzo y el 2 de abril de 1922. Durante el año transcurridlo,
habiendo sido oficialmente proscritas las facciones por acuerdo del X Congreso,
los oposicionistas se organizaron clandestinamente tan bien, que varias
proposiciones patrocinadas por el grupo rector en el XI Congreso fueron
rechazadas por gran mayoría.
[No sólo dieron los oposicionistas muestras de sus arrestos secretamente,
sino que hubo turbulentas expresiones de aprobación cuando el oposicionista
Ryazanov apostrofó al grupo dominante en una de sus intervenciones
y cuando los delegados se opusieron con tenacidad a expulsar del Partido
a los dirigentes de la oposición obrera, Shlyapnikov, Medvedev y
Kollantai, desafiando resueltos la petición de Lenin en tal sentido.
La oposición abierta, además era sintomática de una
oposición secreta mucho más extensa. El grupo rector consideraba
a los disidentes tácitos más peligrosos aún, porque
sus maquinaciones estaban cargadas de penosas sorpresas. Era indudable
que el sistema de responsabilidad dividida entre tres miembros iguales
del Secretariado, cada uno reacio a reconocerse plenamente responsable,
era inadecuado para afrontar la función inherente a la Secretaría
de designar camaradas "leales" para los puestos clave y elegir delegados
"leales" para los Congresos del Partido, Lenin y sus adjuntos decidieron,
en consecuencia, reforzar la Secretaría en dos sentidos: instituyendo
el cargo de secretario general, con los otros dos miembros en calidad de
auxiliares suyos más bien que como colegas, y eligiendo para dicho
puesto al hombre más capaz de llevarlo con mano dura, a José
Stalin. Dos de sus mejores paniaguados, Molotov y Kuibyshev, fueron designados
ayudantes suyos.
[Stalin fue elegido secretario general el 2 de abril de 1922. Dos meses
después, Lenin cayó gravemente enfermo. Por entonces, una
propicia combinación de circunstancias, más que sus propias
maquinaciones, situó ya a Stalin en una posición potencialmente
estratégica. Si Lenin se hubiese restablecido rápidamente,
es probable que Stalin hubiera recaído en la oscuridad; es probable,
no absolutamente seguro. Pero la enfermedad de Lenin fue de mal en peor.]
Las relaciones entre Lenin y Stalin se pintan oficialmente como de
íntima amistad. Realmente, estas dos figuras políticas estaban
a gran distancia, no sólo por los diez años de diferencia
de edad que había entre ambos, sino, incluso, por las mismas dimensiones
de sus personalidades respectivas. No podía haber amistad entre
uno y otro. Sin duda, Lenin llegó a apreciar la capacidad de Stalin
como organizador práctico durante la azarosa época de la
reacción de 1907 a 1913. Pero en los años de régimen
soviético, la rudeza de Stalin le repelía cada vez más,
reduciendo las posibilidades de una plácida colaboración
entre ellos. Por esto, sobre todo, Stalin siguió en tácita
oposición contra Lenin. Envidioso y ambicioso, Stalin no podía
menos de encabritarse al sentir a cada momento la aplastante superioridad
intelectual y moral de Lenin. [Variando constantemente de grado, esta inestable]
relación persistió [en términos bastante satisfactorios
para todos los fines prácticos] hasta que Lenin cayó tan
gravemente enfermo [que se abstuvo de tomar parte activa en los asuntos
de Estado], y entonces se convirtió en una abierta pugna que culminó
en ruptura final.
[Ya en la primavera de 1920], al celebrarse el cincuentenario de Lenin,
Stalin tuvo el atrevimiento de pronunciar un discurso acerca de los errores
del festejado. Difícil es decir qué móviles le guiaron
a hacerlo; en todo caso, el discurso pareció tan fuera de lugar
a todos, que al día siguiente, 24 de abril, [en su reseña
del acto], tanto Pravda como Izvestia se limitaron a consignar que el "camarada
Stalin habló de diversos episodios del trabajo de ambos en común
antes de la Revolución". Pero también por entonces se puso
Stalin en evidencia consignando en letra de molde lo que había aprendido
y dejado escrito para la misma ocasión, con el título de
Lenin como organizador y director del Partido Comunista ruso. Apenas merecería
este artículo el intento de descubrir en él algún
valor teórico o literario. Baste decir que comienza afirmando lo
siguiente:
"Mientras en el Oeste (en Francia, en Alemania) el partido obrero se
nutría de los Sindicatos en condiciones que permitían la
existencia de uno y otros... en Rusia, por el contrario, la formación
de un partido proletario se realizó bajo el absolutismo más
cruel..."
Esta afirmación suya, exacta en cuanto a Gran Bretaña,
que deja de mencionar como ejemplo, dista de serio en cuanto a Francia,
y es una monstruosa falsedad por lo que toca a Alemania, donde el Partido
había creado los Sindicatos prácticamente de la nada. Hasta
ahora, como en 1920, la historia del movimiento obrero es un libro cerrado
para Stalin, y, por consiguiente, sigue siendo inútil esperar de
él orientación teórica en este terreno.
El artículo es interesante porque no sólo en el título,
sino en toda su concepción de Lenin, el autor lo aclama primero
como organizador, y sólo en segundo término como dirigente
político. "El mérito máximo del camarada Lenin -que
Stalin consigna en primer lugar- está en su furioso ataque contra
la falta de método organizador de los mencheviques." Concede crédito
a Lenin por su plan de organización, porque "generalizaba magistralmente
la experiencia organizadora de los mejores activistas prácticos".
Y más adelante:
"Sólo en virtud de esta política organizadora pudo el
Partido consolidar la unidad interna y la asombrosa solidaridad que le
permitió surgir sin esfuerzo de la crisis de julio y de Kerensky,
sostener en sus hombros la Revolución de octubre, salvar el difícil
período de Brest sin quebranto y organizar la victoria sobre la
Entente..."
Sólo después añadía Stalin: "Pero el valor
organizador del Partido Comunista ruso representa únicamente un
lado de la cuestión", y vuelve entonces al contenido político
de la labor del Partido, a su programa y a su táctica. No es exagerado
decir que ningún otro marxista y, desde luego, ningún marxista
ruso, hubiera compuesto de ese modo un elogio de Lenin. Ciertamente, las
cuestiones de organización no constituyen la base de la política,
sino más bien las derivaciones de la cristalización de la
teoría, el programa y la práctica. Y no es casual que Stalin
conceptuase básica la palanca organizadora; todo lo que trate de
programas y políticas fue siempre para él esencialmente un
ornamento de la organización como base.
En el mismo artículo formulaba Stalin por última vez,
más o menos correctamente, el criterio bolchevique, bastante nuevo
por entonces, del papel del Partido proletario bajo las condiciones de
las revoluciones democraticoburguesas de la época. Ridiculizando
a los mencheviques, Stalin escribía que quienes habían dirigido
mal la historia de las antiguas revoluciones se figuraban que
"... el proletariado no puede tener la hegemonía de la Revolución
rusa; la dirección debe ofrecerse a la burguesía rusa, a
la misma burguesía que era opuesta a la Revolución. El campesino
debe colocarse igualmente bajo el patrocinio de la burguesía, relegando
al proletariado el papel de una oposición de extrema izquierda.
Estos repugnantes ecos de un detestable liberalismo eran lo que los mencheviques
ofrecían como última palabra de auténtico marxismo..."
Es sorprendente que sólo tres años más tarde, Stalin
aplicara esta misma concepción, palabra por palabra y literalmente,
a la revolución democráticoburguesa china, y luego, con cinismo
incomparablemente mayor, a la revolución española de 1931-1939.
Una inversión tan monstruosa no hubiera sido posible en modo alguno
de haber asimilado y comprendido entonces bien Stalin el concepto leninista
de revolución. Pero lo que Stalin había asimilado, era simplemente
el concepto leninista de un aparato centralizado de Partido. En cuanto
comprendió aquello, perdió de vista las consideraciones teóricas
de que se deriva, su base programática quedó reducida a poco
más de nada, y, en consonancia con su propio pasado, su propio origen
social, preparación y educación, estaba naturalmente inclinado
hacia una concepción pequeñoburguesa, hacia el oportunismo,
hacia la transacción. En 1917 no llegó a realizar la fusión
con los mencheviques sólo porque Lenin se lo impidió; en
la revolución china hizo realidad el criterio menchevique con métodos
bolcheviques, esto es, con el aparato político centralizado que
para él era la esencia del bolchevismo. Y con experiencia mucho
mayor, con una eficacia perfeccionada, realmente mortal, desarrolló
igual política en la revolución española.
De modo que si el artículo de Stalin sobre Lenin, que se ha
reproducido desde entonces innumerables veces en multitud de ejemplares
y de idiomas, era una caracterización bastante sencilla de su tema,
nos suministra la clave de la naturaleza política de su autor. Incluso
contiene líneas que, en cierto sentido, son autobiográficas:
"No rara vez nuestros propios camaradas (no sólo los mencheviques)
acusaron al camarada Lenin de ser demasiado propenso a polémicas
y escisiones en su pugna irreconciliable contra los transaccionistas...
No hay duda de que ambas cosas se produjeron a su tiempo..."
En 1920, Stalin consideraba aún a Lenin demasiado propenso a
polémicas y escisiones, como le había juzgado ya en 1913.
Además, justificaba esta tendencia en Lenin sin eliminar el estigma
de las acusaciones que le pintaban como dado a exageraciones y al extremismo.
[Lenin conservaba a todo funcionario útil como un tesoro. Era
afectuoso con todos ellos. Le vemos charlando "diez o quince minutos" a
la cabecera de Sverdlov, agonizante de gripe, a pesar del riesgo de infección;
le vemos reprendiendo a Tsuryupa: "Querido A. D.: Te estás volviendo
insufrible de veras en el manejo de la propiedad del Gobierno. Tus órdenes:
¡cura de tres semanas! Y tienes que obedecer a las autoridades médicas
que quieren enviarte al sanatorio. Hazme caso, pues, que no es productivo
ser descuidado con la mala salud. ¡Tienes que ponerte bueno!" De
análoga manera, cuando Stalin tuvo que hacerse una operación
en el Soldatenkovsky, hospital de Moscú, en diciembre de 1920, Lenin,
según atestigua el médico que atendía a Stalin, doctor
Rosanov,]
"... me llamaba por teléfono a diario, dos veces, por la mañana
y por la noche, y no sólo me preguntaba por su salud, sino que insistía
en pedir toda clase de pormenores. La operación practicada al camarada
Stalin fue muy difícil. Había que hacer una ancha incisión
en torno al apéndice para extirpárselo, y no veíamos
posibilidad de garantizar el éxito. Era evidente que Vladimiro Ilich
se sentía preocupado. "Si pasara algo -me dijo-, telefonéeme
al instante, a cualquier hora, de noche o de día." Cuando, cuatro
o cinco días después de la operación, se tuvo la certeza
de que ya no había peligro y se lo comuniqué así,
exclamó en tono de absoluta sinceridad: "¡Gracias, muchas
gracias...! Pero seguiré fastidiándole con mis diarias llamadas
telefónicas de todos modos."
"Una vez, al visitar al camarada Stalin en su habitación, me
encontré allí con Vladimiro Ilich. Me saludó cordialmente,
y llamándome aparte me hizo un sinfín de preguntas a propósito
de la enfermedad y el restablecimiento del camarada Stalin. Le dije que
era necesario enviarle una temporada a descansar, para que se recuperase
lo mejor posible de la penosa operación. Y entonces él asintió:
"¡Esto es lo que le estaba diciendo! Pero no quiere hacerme caso.
Sin embargo, yo lo arreglaré. Pero no en uno de los sanatorios.
Me dicen que están bien ahora, pero nada bueno he visto en ellos
todavía." Yo le propuse: "¿Por qué no va directamente
a sus montañas natales?" A lo que repuso Vladimiro Ilich: "¡Tiene
usted razón! Allí estará más lejos de todo,
y nadie le importunará. Nos ocuparemos de ello.""
[Pero Stalin aplazó su visita a su Georgia natal hasta julio
siguiente. En el curso de aquella vuelta suya a Georgia, donde se encontró
con una oposición belicosa, Stalin recayó en su enfermedad.
El 25 de julio de 1921, Lenin telegrafió a Ordzhonikidze, lugarteniente
de Stalin y principal ejecutor de la política y el programa de "pacificación"
en Georgia:]
"Recibí tu 2.064. Mándame nombre y dirección del
médico que asiste a Stalin, y dime cuántos días estuvo
Stalin sin trabajar. Espero tu respuesta por telegrama cifrado. ¿Asistirás
al Pleno del 7 de agosto? Nm. 835.
"Lenin."
[Y el 28 de diciembre de 1921, Lenin envió la siguiente nota
a uno de sus secretarios:]
"Recuérdeme mañana que he de ver a Stalin, y antes (ejec.
29-XII-21) conécteme por teléfono con OBUJ (Dr.), acerca
de Stalin."
[Menos de tres meses más tarde, el mismo Lenin estaba demasiado
enfermo para asistir a un Pleno del Comité Central, si bien se aprestaba
a participar en el XI Congreso. Dos meses después, Lenin se expresaba
con dificultad y tenía el brazo y la pierna derecha impedidos, a
consecuencia de su primer ataque de arterioesclerosis aguda del 26 de mayo
de 1922, del cual no se dieron noticias hasta el 4 de junio. Tras interminables
mejorías y recaídas en el curso del verano, Lenin se restituyó
a sus funciones en octubre, y el mes siguiente, incluso habló ante
el IV Congreso de la Internacional Comunista, con ocasión del quinto
aniversario de la Revolución de octubre. Pero estaba demasiado enfermo
para concurrir al X Congreso de los Soviets de la recién constituida
Unión Soviética a fines de diciembre, porque sufrió
un segundo ataque, el cual le inmovilizó enteramente el brazo derecho,
el 16 del mismo mes. Había terminado su activa participación
en los asuntos de la U.R.S.S. Como Moisés en el monte Nebo, contemplaba
desde lejos la tierra prometida al proletariado mundial, y en sus intervalos
de calma entre los ataques, dictó sus últimas disposiciones,
su testamento, que terminó el 4 de enero de 1923: sus ensayos Sobre
la Cooperación, Nuestra Revolución, Cómo debería
reorganizarse la Inspección de Obreros y Campesinos, Más
vale menos y mejor y Páginas de un Diario. Estos meses abarcaron
el último de los esfuerzos creadores de Lenin, que culminó
la noche del 5 al 6 de marzo, al dictar su última carta a Stalin,
rompiendo con él toda relación de camaradería. El
9 de marzo le acometió el último y más terrible acceso,
que le sumió en una agonía de atroces sufrimientos, agravados
por el insomnio y la excitación nerviosa. Ya no podía hablar,
y tenía medio cuerpo completamente paralizado. Pero su voluntad
de vivir y de actuar era indomable.
[Hacia fines del verano siguiente mejoró algún tanto,
cesó la continua pesadilla del insomnio, comenzó a andar,
pudiendo de nuevo hablar otra vez. En octubre, ya en condiciones de andar
apoyado en un bastón, se hizo conducir a Moscú, donde visitó
su despacho del Kremlin y al regresar a Gorki se detuvo en la Exposición
de Agricultura que se estaba organizando entonces. Diariamente le volvía
el uso de la palabra. No parecía ya lejano el día de su completo
restablecimiento. Y entonces, al despertarse indispuesto el 20 de enero
de 1924, se quejó de dolor de cabeza, inapetencia y malestar general.
El siguiente día volvió a sentirse mal, almorzó y
comió ligeramente, a instancias de los que le rodeaban. Después
de comer se echó un rato. A las seis de la tarde le sobrevino un
fuerte ataque su respiración se hizo cada vez más fatigosa,
se puso pálido, le subió la temperatura a saltos, y perdió
el conocimiento, muriendo a los cinco minutos. Una hemorragia cerebral
paralizó sus órganos respiratorios y la vida se extinguió
dentro de él. Justamente quince años y siete meses a partir
de entonces, la vida de su colaborador en lo que el mundo conoció
como Gobierno Lenin-Trotsky había de cesar asimismo por hemorragia
cerebral, esta vez provocada en forma menos sutil por el golpe de piqueta
de un asesino. Lenin tenía cincuenta y cuatro años menos
tres meses cuando murió; Trotsky era, al morir, siete años
más viejo. Stalin, a quien su más devoto admirador entre
los periodistas americanos, tras diecisiete años de pacientes servicios,
habría de describir como "un animal de presa, que juguetea primero
con su víctima para recrearse en su fuerza, y luego la inmoviliza
a golpes, y retrocede a observar el efecto, matándola por último",
ha sobrevivido a ambos. Durante la enfermedad de Lenin se cuidó
de asentar los medios de esta supervivencia.
[Cuando Lenin sufrió el primer ataque, se hizo creer a todo
el mundo, incluso en la Rusia de los Soviets, que su enfermedad no era
grave y que pronto volvería a sus actividades. Era un hombre de
férrea tenacidad en cuerpo y espíritu, y apenas había
pasado la cincuentena. Al principio, los miembros del Politburó
compartieron sinceramente aquella opinión. Sencillamente, no se
preocuparon de desengañar al público (ni siquiera a los trabajadores
y campesinos de la Unión Soviética ni a los camaradas de
la base del Partido) cuando más tarde se vio que la verdad era muy
distinta. Con Lenin enfermo pasajeramente, se tuvo por seguro que el Politburó
seguiría adelante. Aunque para todos, en general, parecía
ser Trotsky el más probable sucesor de Lenin, y así pensaban
también los miembros más jóvenes del Partido, los
segundones políticos del aparato de éste no veían
en Trotsky un digno sucesor de Ilich, frente a quien no muchos años
antes habían levantado facciones, ni tampoco en otros miembros del
Politburó, todos los cuales parecían simples escuderos, comparados
con el líder indiscutible. La única sucesión imaginable
de Lenin, pasajeramente enfermo o definitivamente alejado, era un Directorio
de los conspicuos del Partido, miembros titulares o suplentes del Politburó
y del Comité Central. Esto se suponía haber sucedido tan
pronto como Lenin cayó enfermo.
[Pero, en realidad, ocurrió algo distinto. La sucesión
se confió a un triunvirato que dirigía Zinoviev, con Kamenev
de suplente y Stalin de colaborador más joven. Así, para
bien o para mal, Zinoviev se convirtió en sucesor de Lenin por obra
de su mayoría en el seno del Politburó, debido no a que sus
colegas le conceptuaran el más apto y meritorio, sino, por el contrario,
a que le tenían por el menos capaz de dirigir y por el más
vulnerable políticamente. De los siete componentes del Politburó,
Lenin estaba enfermo; Trotsky, aislado en su opinión de ser el sucesor
natural de Lenin, opinión muy extendida fuera del aparato del Partido,
y que le hacía el miembro más temido y aborrecido dentro
del Politburó y entre los segundones del Partido; Zinoviev tenía
el sólido apoyo de Kamenev y Bujarin (quienes se sentían
más libres de expresión y acción y con oportunidad
de extender su esfera de influencia bajo la dirección nominal de
aquél) y el apoyo remiso de Stalin, que todavía no-estaba
en condiciones de imponerse, a más del concurso de Tomsky. Todos
comprendían tácitamente, menos Zinoviev mismo, no sólo
en el Politburó, sino también en el Comité Central,
donde también disfrutaba de mayoría, que era sólo
un testaferro y no un líder, y esto únicamente mientras se
condujese de acuerdo con los secretos deseos de cada uno de los otros,
que consistían en dejarle disfrutar de aquella aureola hasta tanto
que el verdadero jefe se considerase preparado para adueñarse de
ella.
[¿A quién prefería Lenin como sucesor suyo? Hasta
su segundo ataque, sobre el 16 de diciembre de 1922, no habla dedicado
al asunto seria atención, confiado en restablecerse y asumir de
nuevo la dirección. Su testamento, escrito varios días más
tarde, era positivamente un esfuerzo por exponer su sincero parecer acerca
de los diversos candidatos, más bien que por fijar su decisión.
Precisamente por el poder que le procuraba su inmenso prestigio, no le
agradaba imponer su voluntad. Manifestaba sus preferencias y sus objeciones,
hacía recomendaciones, especialmente sobre la separación
de Stalin del cargo de secretario general, a causa de su "rudeza" y su
"deslealtad", pero no pasaba de opinar a propósito de cómo
podrían colaborar mejor sus sucesores, y de prevenir contra el desastre
que sería para el Partido y la causa bolchevique un serio conflicto
entre Trotsky y Stalin. Sin embargo, antes de transcurrir dos meses creyó
necesario adoptar la firme e irrevocable decisión de romper formalmente
sus relaciones de camaradería (que era tanto como cortar todo vínculo
político y personal) con uno solo de sus lugartenientes, con Stalin.
Esta "excomunión" tuvo lugar durante el curso de los preparativos
para el XII Congreso del Partido, al que Lenin, postrado por su tercer
ataque grave, no pudo asistir. Era el primer Congreso que se celebraba
sin Lenin, y el primero también atestado de delegados de la cosecha
particular del secretario general. Marcaba el comienzo del fin del régimen
leninista y el alborear del stalinismo como nueva orientación política.
[La ruptura entre Lenin y Stalin se produjo después de pacientes
esfuerzos por parte de Lenin para evitarla. Cuando, en el XI Congreso,
hacia fines de marzo de 1922, Zinoviev y sus más fieles aliados
apoyaban a Stalin para el cargo de secretario general, esperando aprovechar
la hostilidad de éste hacia mí en su propio beneficio, Lenin
puso objeciones a su candidatura (en una discusión extraoficial
entre sus íntimos), advirtiendo que "aquel cocinero no haría
más que platos muy cargados de pimienta".
Temía que se reprodujese su enfermedad, y estaba deseoso de
aprovechar el tiempo que transcurriese hasta su próximo acceso,
que podría serle fatal, para establecer una dirección colectiva
armónica por acuerdo común, y particularmente para llegar
a una inteligencia con Stalin. [De aquí el intenso esfuerzo suyo
por coordinar su propia labor con la de la Secretaría. Era muy meticuloso
en cuanto a sostener la autoridad de Stalin. Todavía el 21 de octubre
de 1922, Lenin rechazó la indignada protesta de la oposición
georgiana contra Stalin y Ordzhonikidze con un telegrama que levantaba
la epidermis. De manera análoga continuó defendiéndole
o atenuando las críticas de que era objeto mediante moderados reproches
de otras decisiones. El rompimiento no surgió hasta que Lenin se
convenció de que Stalin era incorregible. La cuestión georgiana
fue sólo uno de los motivos que condujeron a tal desenlace.]
El único escrito serio sobre marxismo con que Stalin había
contribuido nunca al arsenal de teoría bolchevique se refería
a la cuestión de las nacionalidades, y databa de 1913. Es de presumir
que contuviese la suma y compendio de sus propias observancias en el Cáucaso,
los resultados de conclusiones extraídas del trabajo revolucionario
práctico y algunas generalizaciones históricas amplias que,
como ya hemos consignado, había plagiado de Lenin. Stalin se las
había apropiado en sentido literario, esto es, ensartándolas
con sus propias conclusiones, pero sin digerirlas por completo y, desde
luego, sin asimilarlas. Esto se vio plenamente en el curso del período
soviético, en que los problemas resueltos por escrito reaparecieron
en forma de tareas administrativas de importancia culminante, determinando
como tales todos los demás aspectos de la política. Entonces
fue cuando quedó demostrado que en su mayor parte era ficticia la
tan cacareada concordia de Stalin con Lenin en todo, y, especialmente,
su solidaridad de principios en materia de nacionalidades.
En el X Congreso, de marzo de 1921, Stalin había leído
de nuevo su inevitable informe sobre la cuestión nacional. Como
suele suceder en su caso, por obra del empirismo, deducía generalizaciones,
no del material vivo, no de la experiencia del Gobierno soviético,
sino de abstracciones inconexas y exentas de coordinación. En 1921,
como en 1917, seguía repitiendo el argumento general de que los
países burgueses no podían resolver sus problemas nacionales,
en tanto que la tierra de los Soviets tenía todas las posibilidades
de hacerlo. El informe produjo desencanto y aun perplejidad. En el curso
del subsiguiente debate, los delegados más interesados en la cuestión,
principalmente los de partidos minoritarios nacionales, expresaron su disconformidad
con él. Incluso Mikoyan, que era uno de los mejores aliados de Stalin
y llegó a ser después uno de sus escuderos más devotos,
se quejaba de que el Partido necesitaba instrucciones respecto a "los cambios
que procedía introducir en el sistema, y al tipo de orden soviético
que hubiera cae montarse en las naciones limítrofes... El camarada
Stalin nada decía de eso".
Los principios nunca ejercieron influencia sobre Stalin, y en la cuestión
nacional acaso menos que en ninguna otra. La tarea administrativa inmediata
siempre se le aparecía más grande que todas las leyes de
la historia. En 1905 vino a advertir el movimiento creciente de las masas
sólo con permiso de su Comité de Partido. En los días
de la reacción defendió el movimiento clandestino porque
su temperamento se sentía atraído por un aparato político
centralizado. Después de la Revolución de febrero, cuando
aquella máquina quedó aplastada a pretexto de ilegalidad,
Stalin perdió de vista la diferencia entre menchevismo y bolchevismo,
y estuvo dispuesto a unirse con el partido de Tseretelli. Finalmente, conquistado
el Poder en octubre de 1917, todas las tareas, todos los problemas, todas
las perspectivas quedaron subordinadas a las exigencias de ese aparato
de aparatos que es el Estado, Como comisario de Nacionalidades, Stalin
ya no volvió a considerar la cuestión nacional desde el punto
de vista de las leyes históricas, plenamente acatadas por él
en 1913, sino bajo el aspecto de la convivencia de la función administrativa.
Así, necesariamente, había de encontrarse en desacuerdo con
las necesidades de las nacionalidades más atrasadas y oprimidas,
y procuró indebidas ventajas al imperialismo burocrático
granruso.
La población de Georgia, casi enteramente campesina o pequeñoburguesa,
se resistió vigorosamente a la sovietización de su país.
Pero las grandes dificultades que de esto nacieron, se agravaron considerablemente
por los procedimientos y el método de arbitrariedad militarista
utilizados para sovietizar Georgia. En tales condiciones, hacía
falta doble prudencia frente a las masas georgianas por parte del Partido
rector. Aquí fue donde se produjo el agudo antagonismo entre Lenin,
que insistía en la necesidad de una política paciente, muy
flexible y circunspecta, hacia Georgia y, en general, Transcaucasia, y
Stalin, para quien la posesión de los resortes del Estado era una
garantía de seguridad. El agente de Stalin en el Cáucaso
era Ordzhonikidze, el exaltado e impaciente conquistador de Georgia, que
veía en toda manifestación de resistencia una ofensa personal.
[Stalin parecía haber olvidado que no mucho antes] habíamos
reconocido la independencia de Georgia y concertado con ella un tratado.
[Esto había ocurrido el 7 de mayo de 1920 pero el 11 de febrero
de 1921] destacamentos del Ejército Rojo habían invadido
Georgia por órdenes de Stalin y nos habían puesto ante un
hecho consumado. Iremashvili, el amigo de Stalin en la puericia, escribe:
"Stalin era opuesto al tratado. No quería que su país
natal quedase fuera del Estado ruso, viviendo bajo el régimen de
los mencheviques, a quienes detestaba. Su ambición le empujaba a
enseñorearse de Georgia, donde la pacífica y sensata población
se oponía a su propaganda destructiva con fría obstinación...
El ansia de vengarse de los líderes mencheviques, que se habían
negado tenazmente a apoyar sus utópicos planes y le expulsaron de
sus filas, no le dejaba conciliar el sueño. Contra la voluntad de
Lenin, por su propia iniciativa, Stalin realizó la bolchevización
o stalinización de su país natal... Stalin organizó
la expedición a Georgia desde Moscú, y desde allí
mismo la dirigió. A mediados de julio de 1921 entró personalmente
en Tiflis como conquistador."
En 1921, Stalin visitó Georgia con aspecto muy distinto al que
le caracterizaba cuando durante su estancia allí era aún
Soso y después Koba. Esta vez era el representante del Gobierno,
del omnipotente Politburó, del Comité Central. Pero nadie
en Georgia vio en él a un dirigente, sobre todo en las filas señeras
del Partido, donde le acogieron no como a Stalin, sino como miembro de
la dirección suprema del Partido, es decir, no a base de su personalidad,
sino de su cometido. Sus antiguos camaradas de trabajo ilegal se consideraban
por lo menos tan competentes como él en los asuntos de Georgia,
y mostraron francamente su desacuerdo. Cuando se vieron obligados a someterse
lo hicieron a su pesar, con críticas duras y amenazando con pedir
una revisión de todo el problema en el Politburó del Comité
Central. Stalin no era un líder ni siquiera en su [país de
origen. Aquello le llegó a lo vivo. Nunca olvidaría tal afrenta
a su autoridad] como representante del Comité Central del Partido
en todo cuanto se relacionara con Georgia. Si en Moscú basaba su
autoridad en el hecho de ser un georgiano enterado de la situación
local, en Georgia, donde se presentaba como representante de Moscú,
exento de simpatía o prejuicios nacionales de índole local,
trataba de comportarse como si no fuese georgiano, sino un bolchevique
delegado por Moscú, comisario de Nacionalidades, y como si para
él los georgianos no fuesen sino una de tantas nacionalidades diversas.
Aparentaba desconocer las condicionales nacionales de Georgia: evidentemente,
se trataba de un ligero exceso de compensación por sus extremados
sentimientos nacionalistas de la juventud. [Se conducía como un
rusificado granruso, tratando a la baqueta los derechos de su propio pueblo
como nación.] A éstos los llamaba Lenin extranjeros rusificadores;
y lo decía tanto por Stalin como por Dzerzhinsky, [polaco trocado
en rusificador. Según Iremashvili, que sin duda peca de exagerado:]
* "Los bolcheviques georgianos, que al principio estuvieron implicados
en la invasión estalinista rusa, perseguían como objetivo
la independencia de la República Soviética de Georgia, que
nada habría de tener de común con Rusia, sino el punto de
vista bolchevique y la amistad política. Seguían siendo georgianos,
para quienes la independencia de su país era antes que todo... Pero
luego vino la declaración de guerra de Stalin, que encontró
leal asistencia entre los guardias rojos rusos y la Checa que envió
allí."
[Los siguientes episodios pueden consignarse en forma sucinta.] Stalin
traicionó de nuevo la confianza de Lenin. Para consolidar su influencia
política en Georgia, instigó allí, a espaldas de Lenin
y de todo el Comité Central, con ayuda de Ordzhonikidze y no sin
el concurso de Dzerzhinsky, una verdadera "revolución" contra los
mejores miembros del Partido, cubriéndose a la vez pérfidamente
con la autoridad del Comité Central. Aprovechándose de la
circunstancia de que Lenin no podía reunirse con los camaradas de
Georgia, Stalin intentó envolverle en información falsa.
Lenin sospechó la jugada y encargó a su Secretaría
particular que coleccionara datos relativos a la cuestión georgiana;
después de estudiarla, decidió poner las cartas boca arriba.
Es difícil decir lo que más extrañaba a Lenin; si
la deslealtad personal de Stalin o su incapacidad crónica de captar
lo esencial de la política bolchevique en cuanto al problema de
las nacionalidades, o bien una mezcla de ambas cosas.
[Buscando la verdad a tientas, el postrado Lenin resolvió dictar
una carta programática que bosquejara su posición fundamental
respecto a la cuestión nacional, para que no hubiese equívocos
entre sus camaradas sobre los extremos de más corriente debate.
El 30 de diciembre dictó la siguiente nota:
"Creo que en este asunto la precipitación y la impulsividad administrativa
de Stalin han sido fatales, como también su encono contra el "nacionalismo
nacional" notorio. En términos generales, el encono en política
es de lo más pernicioso."
[Y el día siguiente dictó, para la carta programática
misma:]
* "Naturalmente, hay que hacer responsables a Stalin y a Dzerzhinsky
de esta extremada campaña nacionalista granrusa."
[Lenin iba por el buen camino. Lo que precisamente había ocurrido
a espaldas suyas, como Trotsky puntualizó ocho años más
tarde, es que] la facción de Stalin derrotó a la facción
de Lenin en el Cáucaso. Aquélla fue la primera victoria de
los reaccionarios en el Partido, y dio comienzo al segundo capítulo
de la Revolución [la contrarrevolución estalinista].
[Lenin se vio por fin obligado a escribir a los oposicionistas de Georgia,
el 6 de marzo de 1923: ]
* "A los camaradas Mdivani, Majaradze y otros (copia a los camaradas
Trotsky y Kamenev):
"Estimados camaradas:
"Estoy a vuestro lado en este asunto de todo corazón. Me indignan
la arrogancia de Ordzhonikidze y la condescendencia de Stalin y Dzerzhinsky.
En favor vuestro estoy preparando unas notas y un discurso.
"Con mi estimación,
"Lenin."
El día antes había dictado la siguiente nota para mí:
*
"Estrictamente confidencial. Personal.
"Estimado camarada Trotsky:
"Te ruego encarecidamente que asumas la defensa del asunto de Georgia
en el Comité Central del Partido. Ahora está "confiada" a
Stalin y Dzerzhinsky, de suerte que no puedo confiar en su imparcialidad.
¡Todo lo contrario! Si estás de acuerdo en encargarte de ello,
quedaré tranquilo. Si por cualquier motivo no lo estuvieres, devuélveme
todos los papeles. Con eso me bastará para saber que te niegas.
"Con mis mejores saludos de camarada,
"Lenin."
[También hizo saber por medio de dos de sus secretarios personales
su deseo de que Trotsky se cuidara asimismo de esto en el XII Congreso.
Tal indicación de Lenin, se transmitió por teléfono,
y los documentos (la carta sobre la cuestión nacional y las notas)
llegaron a manos de Trotsky por mediación de las señoritas
Glyasser y Fotieva, con una nota de la señorita Volodicheva, que
había tomado las notas taquigráficas, informándole
de que Kamenev, sustituto de Lenin como presidente del Politburó
y del Gobierno soviético, "salía para Georgia el miércoles,
y Vladimiro Ilich le había encomendado preguntar a Trotsky si tenía
algún mensaje que enviarle a su vez". Las secretarias de Lenin habían
visitado a Trotsky el miércoles 7 de marzo de 1923.]
"Una vez que leyó nuestra correspondencia con usted -me dijo
Glyasser-, Vladimiro Ilich se animó. Esto hace variar las cosas.
Me encargó que le enviara el material manuscrito con el que contaba
causar el efecto de una bomba en el XII Congreso." Kamenev me había
enterado de que Lenin acababa de escribir una carta rompiendo todas sus
relaciones de camarada con Stalin, y yo propuse que habiendo de salir Kamenev
aquel mismo día para Georgia con el fin de asistir a un Congreso
del Partido, podría convenir enseñarle la carta sobre nacionalidades
a fin de que hiciera lo que fuese necesario. Fotieva replicó: "No
lo sé. Vladimiro Ilich no me dijo que transmitiese la carta al camarada
Kamenev, pero puedo preguntárselo." Unos minutos después
regresó con el siguiente recado: "De ningún modo; Vladimiro
Ilich dice que Kamenev enseñaría la carta a Stalin, y éste
transigiría en apariencia, para vendernos luego."
"En otras palabras, ¿la cosa ha ido ya tan lejos que Ilich no
cree posible llegar a un acuerdo con Stalin incluso en términos
justos?", pregunté. "Sí -confirmó ella-; Ilich no
se fía de Stalin. Se propone manifestarse abiertamente contra él
ante todo el Partido. Está preparando una bomba."
Ahora se veía claramente la intención de Lenin. Sirviéndose
como ejemplo de la política de Stalin, se disponía a plantear
delante del Partido (sin contemplación de ninguna especie) el peligro
de la transformación burocrática de la dictadura. Pero casi
inmediatamente después, acaso no más de media hora, Fotieva
volvió con otro recado de Vladimiro Ilich, quien, según dijo,
había decidido obrar en el acto, y había escrito la nota
[antes reproducida a] Mdivani y Majaradze, con instrucciones de transmitir
copias a Kamenev y a mí.
"¿Cómo te explicas el cambio?", pregunté a Fotieva.
"Sin duda -contestó-, Vladimiro Ilich se siente peor y tiene
prisa por hacer todo lo que pueda."
[Dos días después sufrió Lenin su tercer ataque.]
[En vísperas del Congreso, en la reunión de 16 de abril
del Comité Central, Stalin trató al parecer de cubrirse con
un ataque solapado contra Trotsky a propósito de las notas y la
carta de Lenin sobre la cuestión nacional, especialmente sobre el
asunto de Georgia. Los dos siguientes documentos de Trotsky arrojan alguna
luz sobre la situación:]
1
*
"Confidencia núm. 200 T.
"A los miembros del Comité Central.
"Asunto: Declaración del camarada Stalin del 16 de abril.
"1. El artículo del camarada Lenin me fue enviado confidencial
y personalmente por el camarada Lenin a través de la camarada Fotieva,
y, a pesar de mi expresa intención de enterar del mismo a los miembros
del Politburó, el camarada Lenin expresó categóricamente
su oposición a ello por medio de la camarada Fotieva.
"2. Como dos días más tarde de recibir yo el artículo
del camarada Lenin, se puso peor, naturalmente cesó toda comunicación
con él respecto a este asunto.
"3. Al cabo de algún tiempo, la camarada Glyasser me reclamó
el artículo, y yo lo devolví.
"4. Hice una copia de él para mi uso particular (a fin de formular
correcciones a la tesis del camarada Stalin, escribir un artículo,
etc.).
"5. Nada sé de las instrucciones que diera Lenin con relación
a su artículo y otros documentos sobre el asunto de Georgia ("Estoy
preparando discursos y artículos"); supongo que las instrucciones
pertinentes están en poder de Esperanza Konstantinovna [Krupskaia,
la esposa de Lenin], María Ilyinishna [Ulynova, la hermana de Lenin],
o de las camaradas secretarias de Lenin. No creí oportuno preguntar
a nadie acerca de ello por razones que no necesitan aclaración.
"6. Sólo por lo que ayer me comunicó la camarada Fotieva
por teléfono, por su nota al camarada Kamenev, me enteré
de que el camarada Lenin no había tomado disposiciones con relación
al artículo. Pues que el camarada Lenin no ha expresado formalmente
sus deseos sobre este asunto, deberá decidirse a base del principio
de factibilidad política. Es natural que no podía asumir
personalmente la responsabilidad de tal decisión, y por eso recurrí
al Comité Central en tal sentido. Lo hice sin perder minuto tan
pronto supe que el camarada Lenin no había dado instrucciones directas
y formales sobre el destino ulterior de su artículo, cuyo original
conservan sus secretarias.
"7. Si alguien cree que he obrado mal en este asunto, propongo que
pase a examen de la Comisión de conflictos del Congreso o de -otra
especial. No veo otro camino.
"17 de abril de 1923."
2
Personal; escrita sin copia.
* "Camarada Stalin:
"Ayer, en conversación personal conmigo, dijiste que estaba
perfectamente claro, a tu parecer, que en el asunto del artículo
del camarada Lenin no había nada que reprocharme y que formularías
una declaración escrita en este sentido.
"Hasta esta mañana (a las once) no he recibido tal declaración.
Es posible que tu informe de ayer te haya hecho demorarlo.
"En todo caso, tu primera declaración sigue hasta la hora presente
sin desmentir por tu parte, y ello da pie a ciertos camaradas para difundir
una versión en consecuencia entre determinados delegados.
"Como no puedo permitir ni la sombra de una vaguedad en este asunto
(por razones que no te será difícil comprender), creo necesario
acelerar la solución. Si en respuesta a esta nota no recibo una
comunicación tuya manifestando que enviarás a todos los miembros
del Comité Central una declaración que excluya toda clase
de equívoco sobre el caso, estimaré que has cambiado de propósito
desde ayer y apelaré a la Comisión de conflictos, para que
haga una investigación desde el principio hasta el fin.
"Tú puedes comprender y apreciar mejor que nadie que si no lo
hice así antes no fue porque esté dispuesto a tolerar que
se me perjudique en modo alguno.
"18 de abril de 1923. Núm. 201."
Dirigiéndose al Congreso el 23 de abril, Stalin dijo en sus observaciones
finales sobre la cuestión nacional:
"Aquí se han referido muchos a las notas y artículos
de Vladimiro Ilich. No quisiera citar a mi maestro, el camarada Lenin,
porque no está aquí, y temo que pudiera referirme a él
sin la debida precisión y acierto..."
Estas palabras son, sin duda, un modelo del más extraordinario
jesuitismo de que hay noticia. Stalin sabía bien lo indignado que
estaba Lenin con su política nacional, y que sólo una enfermedad
grave impedía al "maestro" mandar a su "discípulo" a las
nubes a propósito de este asunto precisamente.