Leon Trotsky - STALIN

CAPÍTULO XI

DE LA OSCURIDAD AL TRIUNVIRATO
 
El final de la guerra civil encontró a Stalin en la sombra, políticamente. Los segundones del Partido le conocían, desde luego, pero no le consideraban uno de los dirigentes de importancia. Para la base del Partido era uno de los miembros menos conocidos del Comité Central, a pesar de pertenecer al todopoderoso Politburó. El país, en general, había oído hablar muy poco de él. El mundo extrasoviético ni siquiera sospechaba su existencia. Pero en menos de dos años su dominio sobre la máquina política del Partido se había hecho tan formidable, y su influencia se juzgaba tan lesiva para Lenin, que éste, a primeros de marzo de 1923, rompió con él toda "relación de camaradería". Pasaron otros dos años, y Trotsky, el más eminente, aparte Lenin, de los adalides de la Revolución de octubre y del Gobierno de los Soviets, había sido relegado por la máquina de Stalin a una posición política precaria. No sólo llegó Stalin a ser miembro del triunvirato que regía el Partido en lugar del doliente Lenin, sino que se convirtió en el más poderoso de los triunviros y después en único sucesor de Lenin. Además, con los años adquirió un poder mucho mayor que el ejercido jamás por Lenin: de hecho, más autoridad absoluta que ninguno de los zares en la larga historia del régimen absoluto en Rusia.
[¿Cómo pudo suceder esto? ¿Cuáles fueron las causas y los grados de la elevación de Stalin desde la oscuridad a la preeminencia política?]

Cada fase de desarrollo, incluso las catastróficas, como la revolución y la contrarrevolución, es una consecuencia de la fase precedente, en donde está arraigada y a la cual se asemeja. Después de la victoria de octubre, hubo escritores que sostenían que la dictadura del bolchevismo era simplemente una nueva versión del zarismo, negándose, al estilo del avestruz, a reconocer la abolición de la monarquía y de la nobleza, la extirpación del capitalismo y la introducción de la economía planificada, la abolición de la Iglesia estatal, y la educación de las masas en los principios del ateísmo, la abolición del señorío agrario y la distribución de la tierra a los verdaderos cultivadores del suelo. De manera análoga, después, del triunfo de Stalin sobre el bolchevismo, muchos de los mismos escritores (como Webbs, los Wells y los Laskis, que primero criticaron el bolchevismo para convertirse luego en propagandistas viajeros del estalinismo) cerraron los ojos al hecho cardinal e inflexible de que, a pesar de las medidas de represión utilizadas por imperio de circunstancias especiales, la Revolución de octubre acarreó una subversión de relaciones sociales en los intereses de las masas trabajadoras; mientras que la contrarrevolución estalinista ha iniciado subversiones sociales que continuamente van transformando el orden social soviético en provecho de una minoría privilegiada de burócratas termidóricos. Igualmente insensibles a los hechos elementales son ciertos renegados del comunismo, muchos de ellos satélites de Stalin en otra época, que con las cabezas bien hundidas en la arena de su amarga desilusión, no advierten que, a pesar de semejanzas superficiales la contrarrevolución acaudillada por Stalin se diferencia en ciertos definidos puntos esenciales de las contrarrevoluciones de los caudillos fascistas; no echan de ver que la diferencia tiene su raíz en la disparidad entre la base social de la contrarrevolución de Stalin y la base social de los movimientos reaccionarios dirigidos por Mussolini y Hitler, y que guarda paralelismo con la que existe entre las dictaduras del proletariado, aun desfiguradas por el burocratismo termidórico, y la dictadura de la burguesía, entre un Estado de trabajadores y un Estado capitalista.
Además, esta disparidad fundamental tiene su ejemplo (y en cierto sentido, hasta su epítome) en la singularidad de la carrera de Stalin comparada con las carreras de los otros dos dictadores, Mussolini y Hitler, cada uno de ellos iniciador de un movimiento, ambos agitadores excepcionales y tribunos populares. Su exaltación política, por fantástica que parezca, se produjo por su propio impulso a la vista de todos, en conexión inquebrantable con el desarrollo de los movimientos que encabezaron desde su arranque. Completamente distinto es el carácter de la subida de Stalin. No puede compararse con nada de tiempos pasados. Parece no tener prehistoria. El proceso de su elevación transcurrió en alguna parte, tras una cortina política impenetrable. En un determinado momento su figura, en pleno atuendo de poder, se destacó súbitamente de la pared del Kremlin, y por primera vez el mundo se dio cuenta de Stalin como dictador ya hecho así. Tanto más vivo es el interés con que la humanidad pensante examina la naturaleza de Stalin, personal y políticamente. En sus peculiaridades de su personalidad busca la clave de su fortuna política.
Es imposible comprender a Stalin y su éxito de última hora sin comprender la fuente principal de su personalidad: ansia de poder, ambición, envidia, una envidia activa, jamás adormecida, a todos los mejor dotados, más poderosos, a cuantos destacan sobre él. Con aquella arrogancia característica que es esencial en Mussolini, dijo éste a uno de sus amigos: "Nunca he encontrado a mi igual." Stalin nunca hubiera podido decir tal frase, ni aun a sus amigos más íntimos, pues hubiera sonado descarnada, absurda, ridícula en exceso. En los mismos cuadros bolcheviques abundaban hombres que superaban a Stalin en todos los respectos, salvo en el de su reconcentrado ambición. Lenin estimaba mucho el poder como instrumento de acción; pero el amor al poder por el poder mismo le era totalmente ajeno. No sucede así con Stalin. Psicológicamente, el poder para él siempre fue algo aparte de los fines a que éste se entiende destinado. El deseo de ejercer su voluntad como el atleta utiliza sus músculos para dominar a los demás: he aquí el origen de su personalidad. Así, su voluntad fue adquiriendo una fuerza cada vez más concentrada, que se dilataba en agresividad, en actividad, en radio de expresión, sin detenerse ante nada. Cuantas veces tuvo Stalin ocasión de convencerse de que le faltaban muchos atributos para adquirir el poder, tanto más intensamente se esforzó por compensar cada deficiencia de carácter, con tanta más sutileza convirtió cada defecto en ventaja bajo ciertas condiciones.
Las comparaciones oficiales acostumbradas entre Stalin y Lenin son sencillamente indecorosas. Si la base de comparación es la expansión de la personalidad, es imposible parangonar a Stalin ni siquiera con Mussolini o Hitler. Por pobres que sean las "ideas" del fascismo, los dos victoriosos caudillos de la reacción, el italiano y el alemán, desde el comienzo mismo de sus respectivos movimientos desplegaron iniciativa, impulsaron a las masas a la acción, abrieron nuevas rutas a través de la jungla política. Nada de esto puede decirse de Stalin. El partido bolchevique fue obra de Lenin. Stalin brotó de su máquina política, de su aparato político, y continúa inseparablemente unido al mismo. Nunca ha tenido contacto con las masas o con los acontecimientos históricos sino a través del aparato. En el primer período de su acceso al poder él mismo se vio sorprendido por su propio éxito. Subió las escaleras sin seguridad, mirando a derecha e izquierda y por encima del hombro, siempre dispuesto a escabullirse o a buscar refugio. Empleado como contrapeso frente a mí, le respaldaron y animaron Zinoviev y Kamenev, y con menos calor Rikov, Bujarin y Tomsky. Ninguno de ellos pensaba entonces que Stalin llegase a destacar por encima de sus cabezas. En el primer triunvirato, Zinoviev trataba a Stalin con cierto aire circunspecto de protector; Kamenev, con un dejo de ironía. Pero ya hablaremos luego de esto con más detalle.
La escuela estalinista de falsificación no es la única que florece hoy en el campo de la historia rusa. De hecho, deriva una parte de su sustento de ciertas leyendas basadas en la ignorancia y el sentimentalismo, como las fantásticas patrañas relativas a Kronstadt, Majno y otros episodios de la Revolución. Baste saber que lo que el Gobierno soviético hizo a pesar suyo en Kronstadt fue una trágica necesidad; naturalmente, el Gobierno revolucionario no podía "regalar" la fortaleza que protegía Petrogrado a los marineros insurgentes sólo porque unos cuantos dudosos anarquistas y essars patrocinasen a un puñado de campesinos reaccionarios y soldados amotinados. Consideraciones semejantes son aplicables también al caso de Majno y de otros elementos potencialmente revolucionarios que tal vez tuviesen buenas intenciones, pero lo demostraban de detestable manera.
Lejos de desdeñar la cooperación de revolucionarios de todas las corrientes del socialismo los bolcheviques de la era heroica de la Revolución la solicitaron con afán en toda ocasión, y transigían hasta el límite por conseguirla. Por ejemplo, Lenin y yo estudiamos seriamente una vez la posibilidad de ceder ciertas comarcas a los anarquistas, naturalmente con el asenso de la población interesada, y permitirles llevar a efecto su experimento de orden social sin Estado en su jurisdicción. Aquel proyecto murió en la etapa de discusión, y no por culpa nuestra. El movimiento anarquista dejó de pasar por la prueba de los hechos reales en el terreno de ensayos en la Revolución rusa. Muchos de los anarquistas más capaces y sanos convinieron en que podrían servir mejor su causa incorporándose a las filas de nuestro Partido.
Aunque sólo nos incautamos del Poder en octubre, demostramos nuestra disposición a cooperar con otros partidos soviéticos, negociando con ellos. Pero sus exigencias eran fantásticamente desaforadas; no pretendían nada menos que la decapitación de nuestro Partido. Luego formamos un Gobierno de coalición con el único Partido que por entonces se prestaba a la cooperación en términos razonables, que fue el de los essars de izquierda; pero éstos se retiraron del Gobierno en señal de protesta contra la paz de Brest-Litovsk en marzo de 1918, y en julio apuñalaron al Gobierno por la espalda colocándole frente al hecho consumado del asesinato del embajador alemán Mirbach y a un golpe de Estado frustrado. ¿Qué hubieran querido los señores liberales que hiciéramos en tales circunstancias: dejar que la Revolución de octubre, el país y nosotros mismos fuéramos deshechos por nuestros traidores ex compañeros del Gobierno de coalición y pisoteados por el Ejército imperial alemán en pleno avance? Los hechos son irreductibles. La Historia recuerda que el Partido de los essars de izquierda quedó reducido a polvo por el choque de los acontecimientos subsiguientes, y muchos de sus miembros más arrojados se hicieron leales bolcheviques, entre ellos Blumkin, el asesino del conde Mirbach. ¿Eran los bolcheviques simplemente vengativos, o eran "liberales" al advertir el móvil revolucionario tras el estúpido y desastroso acto de provocación de Blumkin, y al concederle la entrada con plenos derechos en el Partido y en el trabajo de grave responsabilidad? (Y Blumkin no fue el único, ni mucho menos, aunque su caso sea más conocido que otros análogos.) Lejos de herirnos, la rebelión de los essars de izquierda, que nos privó de un aliado y compañero de viaje, nos fortaleció en resumidas cuentas. Puso fin a la defección de los comunistas de izquierda. El Partido estrechó sus filas. La influencia de las células comunistas en el Ejército y en las instituciones soviéticas creció enormemente. La política del Gobierno adquirió mucha mayor firmeza.
Privados de legalidad soviética en junio de 1918, los partidos mencheviques y essars de derecha y centro, después de su directa participación en la guerra civil contra el Gobierno soviético, manifestada no sólo en actos de terror individual, sino también en otros de sabotaje, diversión, conspiración y aun guerra abierta, los bolcheviques se vieron obligados a llevar también a la lista de proscripción a los essars de izquierda tras su traicionero golpe de Estado de julio. Pero el decreto promulgado por el Comité Ejecutivo Central del Soviet de toda Rusia el 14 de junio, expulsando de este organismo a los mencheviques y essars, y recomendando la adopción de igual medida a otras instituciones soviéticas se revisó cinco meses después, cuando estos partidos volvieron a la posición de lucha de clases axiomática para socialistas declarados. En octubre de 1918, el Comité Central de los mencheviques reconocía en una resolución que la Revolución bolchevique de octubre de 1917 fue "históricamente necesaria", y repudiaba "todo género de colaboración política con clases hostiles a la democracia", rehusando "participar en cualesquiera combinaciones gubernamentales, aun cubiertas por la bandera democrática, basada en coaliciones "nacionales generales" de la democracia con la burguesía capitalista o dependiente del imperialismo y el militarismo extranjero". En vista de tales declaraciones de los mencheviques, el Comité Ejecutivo Central de toda Rusia, en sesión de 30 de noviembre de 1918, decretó que se considerase anulada su resolución de 14 de junio "en cuanto se refiere al partido de los mencheviques". Unos meses más tarde el sesgo "hacia la izquierda" se inició en una sección de los essars. La conferencia de los representantes de varias organizaciones de essars en los territorios de la Rusia soviética, que se celebró el 8 de febrero de 1919 en Petrogrado, "repudió resueltamente la tentativa de derrocar el Gobierno de los Soviets por las armas". Entonces, el Comité Ejecutivo Central de toda Rusia decretó el 25 de febrero de 1919 la anulación de su disposición de 14 de junio de 1918 "con referencia a todos los grupos del Partido de los essars que consideren obligatoria para ellos la mencionada resolución de la conferencia de partidos de los essars".
Pero en la primavera, una serie de sublevaciones de kulaks en varias provincias y el avance victorioso de Koltchak, indujeron a estos partidos, con excepción de algunos de sus representantes, a las posiciones de antes. En consecuencia, el Comité Central del Partido Comunista ruso (bolchevique), en mayo de 1919, promulgó una disposición "referente a la detención de todos los mencheviques y essars de calidad, de los que no se supiera personalmente que estuviesen dispuestos a apoyar activamente al Gobierno soviético en su lucha contra Koltchak". Así se puso en evidencia que las anteriores protestas de lealtad a la "democracia" soviética eran simples maniobras por parte de los partidos menchevique y essar. Su constante agitación por la abolición de la Checa y de la pena de muerte, incluso para espías y contrarrevolucionarios, repercutió en beneficio de los guardias blancos y difundió la desmoralización en la retaguardia del Ejército Rojo.
Durante los primeros días, u horas, siguientes a la insurrección, Lenin planteó la cuestión de la Asamblea Constituyente. "Hemos de aplazarla -insistía-, hemos de aplazar las elecciones. Tenemos que ampliar los derechos electorales otorgándolos a los mayores de dieciocho años. Tenemos que hallar el modo de rectificar las listas de candidatos. Los nuestros no son buenos: demasiados intelectuales no probados, cuando lo que necesitamos son traba adores y campesinos. Los kornilovitas y los cadetes [demócratas constituyentes] deben ser despojados de estado legal." A los que opinaban: "no es político aplazarlo ahora; se interpretará como liquidación de la Asamblea Constituyente, sobre todo habiendo acusado nosotros al Gobierno provisional del aplazamiento". Lenin replicó: "¡Tonterías! Lo que importan son hechos, no palabras. Con relación al Gobierno provisional, la Asamblea Constituyente era o pudo haber sido un paso adelante; pero con relación al Gobierno soviético sólo puede ser un paso atrás. ¿Por qué no es político aplazarla? Y si la Asamblea Constituyente resulta ser un conglomerado de cadetes, mencheviques y essars, ¿será eso político?"
"Pero para entonces seremos más fuertes -argumentaban otros-, mientras que ahora no lo somos. El Gobierno soviético es prácticamente desconocido en las provincias. Y si allí se enteran de que aplazamos la Asamblea Constituyente, nuestra posición será aún más débil de lo que ya es." Sverdlov, sobre todo, se oponía enérgicamente al aplazamiento, y él conocía mejor las provincias que ninguno de nosotros. Lenin resultó quedarse solo en su posición. Solía mover la cabeza con gesto de desaprobación, insistiendo: "¡Es un error, un error evidente, que nos puede salir caro! Espero que no le cueste a la Revolución la cabeza..." Pero, una vez adoptada la decisión contraria al aplazamiento, Lenin concentró toda su atención en medidas para poner en práctica la convocatoria de la Asamblea Constituyente.
Entretanto, se vio claro que estaríamos en minoría, aun con los essars de izquierda, que iban en la misma candidatura que los essars de derecha y eran defraudados a cada paso. "Naturalmente, tendremos que disolver la Asamblea Constituyente -dijo Lenin-. Pero, ¿y los essars de izquierda?" Sin embargo, el viejo Natanson nos tranquilizó sobre el particular. Vino a "asesorarnos", pero sus primeras palabras fueron: "Me parece que tendremos que dispersar por la fuerza la Asamblea Constituyente." Lenin exclamó: "¡Bravo! ¡Lo que está bien, está bien! Pero, ¿querrá tu gente ir tan lejos?" Natanson contestó: "Algunos vacilan, pero creo que al fin se avendrán todos a ello." Los essars de izquierda estaban entonces en la luna de miel de su extremo radicalismo: efectivamente, consintieron en la disolución. Lenin se dedicó con ardor al problema de la Asamblea Constituyente. Intervenía a fondo en todos los preparativos, pensaba en todos los detalles, y sometía a Uritsky, que, con gran pesar suyo, había sido designado comisario de la Asamblea, al tormento de agotadores interrogatorios. Incidentalmente, Lenin se ocupó en persona del traslado de uno de los regimientos letones, de composición predominantemente proletaria, a Petrogrado. "El mujik podría vacilar si sucede algo -observó-, y aquí necesitamos resolución proletaria."
Los delegados bolcheviques a la Asamblea Constituyente que se reunieron en todas partes de Rusia se distribuyeron (por presión de Lenin y dirigidos por Sverdlov) entre todas las fábricas, instalaciones y unidades militares. Fueron un elemento importante del aparato organizador de la "revolución suplementaria" de 1.º de enero. En cuanto a los delegados essars de izquierda, juzgaban impropio de su elevada misión empeñarse en una lucha: "El pueblo nos ha elegido: que nos defienda." Esencialmente, aquellos aldeanos provinciales no tenían la menor idea de cómo conducirse, y la mayoría de ellos eran cobardes. Pero en compensación, prepararon con gran meticulosidad el ritual de la primera sesión. Dispusieron velas, por si los bolcheviques apagaban la luz eléctrica, y gran cantidad de emparedados, por si faltaban provisiones. Así, la Democracia vino a presentar batalla a la Dictadura armada de bocadillos y velas. El pueblo no pensó siquiera un momento en defender a quienes se tenían por sus elegidos, cuando no eran más que vagas sombras de un período revolucionario definitivamente caducado.
Yo estaba en Brest-Litovsk cuando se liquidó la Asamblea Constituyente. Pero, tan pronto como fui a Petrogrado con motivo de una conferencia, Lenin me hizo el relato de la disolución: "Fue, naturalmente, muy arriesgado para nosotros no demorar su convocatoria..., una verdadera imprudencia. Pero, en último término, resultó mejor así. La disolución de la Asamblea Constituyente por el Gobierno es una liquidación franca y total de la democracia de forma en nombre de la Dictadura revolucionaria. Desde ahora, la elección no suscitará dudas." Así, la generalización teórica marchó de la mano con el empleo del regimiento de fusilemos letones. Indudablemente, fue entonces cuando Lenin concibió con toda claridad las ideas que después formuló en el I Congreso del Komintern, en sus notables tesis sobre democracia.
Como es bien sabido, la crítica de la democracia formal tiene su propia y dilatada historia. Nosotros y nuestros predecesores explicábamos el carácter transitorio de la Revolución de 1848 por el colapso de la democracia política. ésta había sido sustituida por la democracia "social". Pero el orden social burgués fue capaz de obligar a la última a ocupar el puesto que la democracia pura ya no podía sostener. La historia política pasó luego por un período prolongado durante el cual la democracia social, medrando a costa de su crítica de la democracia pura, desempeñaba realmente el papel de esta última, y se saturó por completo de sus vicios. Lo ocurrido se había repetido más de una vez en la historia; la oposición se vio llamada a resolver en forma conservadora las tareas mismas que las fuerzas comprometidas de ayer no eran ya capaces de llevar adelante. Comenzando como estado provisional de preparación para la dictadura proletaria, la democracia había llegado a ser el supremo criterio, el último resorte regulador, el inviolable santuario de los santuarios, esto es, la más refinada hipocresía del orden social burgués. Lo mismo había sucedido en nuestro caso. Después de recibir un golpe mortal en octubre, la burguesía intentó resurgir en enero bajo la forma sacrosanta de la Asamblea Constituyente. El ulterior desarrollo victorioso de la revolución proletaria, después de la disolución franca, manifiesta, brusca de la Asamblea Constituyente, asestó a la democracia el golpe de gracia del que nunca se recobrará. Por eso tenía razón Lenin al decir: "En último término, resultó mejor así." Bajo el aspecto de la Asamblea Constituyente essarista, la República de febrero había aprovechado simplemente la oportunidad de morir por segunda vez. [Cuando, durante el breve mandato de Kamenev como primer presidente de la República (en calidad de presidente del Comité Ejecutivo Central del Soviet) y por iniciativa suya] fue abolida la pena de muerte contra soldados promulgada por Kerensky, la indignación de Lenin no tuvo límites. "¡Absurdo! -clamó-. ¿Cómo contáis que una revolución siga adelante sin ejecuciones? ¿Creéis de veras que podéis tratar con todos esos enemigos después de desarmaros? ¿Qué otras medidas de represión existen? ¿La prisión? ¿Quién da importancia a eso durante una guerra civil, cuando ambas partes confían en vencer?" Kamenev trató de argumentar que se trataba sólo de revocar la pena de muerte instituida por Kerensky, especialmente contra los desertores. Pero Lenin se mostró irreconciliable. Se daba clara cuenta de que tras el decreto de abolición se ocultaba una actitud frívola frente a las dificultades inauditas que nos aguardaban. "Una equivocación -reiteró-, blandura imperdonable, ilusiones pacifistas", etc. Propuso que se revocase inmediatamente el decreto, pero se le objetó que ello produciría una impresión desfavorable. Alguien sugirió que sería mejor recurrir a las ejecuciones cuando se viera que no había otro remedio. Finalmente, el asunto se dejó como estaba.
"¿Y qué pasaría -me preguntó una vez Vladimiro Ilich de improviso- si los guardias blancos nos mataran a los dos? ¿Serán capaces Bujarin y Sverdlov de hacer frente a la situación?" [Al principio, Lenin confiaba en Sverdlov más bien que en Stalin para centralizar el Poder con mano dura. Sverdlov fue quien primero definió la división de funciones entre el Partido y las máquinas políticas del Soviet. Se le eligió presidente del primer Comité Constitucional (del que formaba parte Stalin). Sverdlov incorporó en aquella primera Constitución soviética no sólo los principios teóricos del leninismo, sino también la experiencia práctica inicial de administración en materias tales como la correlación entre los órganos centrales y locales del Gobierno soviético, los Comités de Pobres y los Soviets en las aldeas, las fronteras y funciones de las Repúblicas constituyentes y de las regiones autónomas, y muchas cuestiones específicas que la teorización nunca hubiera podido abarcar concretamente. "Sverdlov -de acuerdo con un panegírico de Stalin- fue uno de los primeros, si no el primero, que hábilmente y sin esfuerzo resolvió... la compleja tarea organizadora... de construir la nueva Rusia... el Gobierno de los Soviets, el Gobierno de los obreros y los campesinos", que "por primera vez en la historia de la humanidad" acometió la empresa de convertir "el Partido hasta entonces ilegal en una entidad nueva, creando los instrumentos de correlación entre el Partido y los Soviets, asegurando la dirección del Partido y el desenvolvimiento normal de los Soviets...".] Sverdlov era verdaderamente irremplazable: resuelto, animoso, firme, expedito, un tipo de bolchevique insuperable. Lenin pudo conocer y estimar plenamente a Sverdlov en aquellos meses de inquietud. Muchas veces, al telefonear Lenin a Sverdlov sugiriéndole ésta o la otra medida de urgencia, recibía como invariable respuesta: "¡Ya!", expresiva de que estaba hecho lo que interesaba. A menudo bromeábamos sobre ello, diciendo: "Con Sverdlov no hay que dudar: ¡ya!"
[Cuando se creó el Comisariado Popular de Inspección de Obreros y campesinos, se designó a Stalin para desempeñarlo. Al proponer la creación de este nuevo Comisariado en el VIII Congreso de 1919, Zinoviev lo describía como "un Comisariado de control socialista que inspeccione todas las unidades de nuestro mecanismo soviético, hundiendo sus tentáculos en todas las ramas del esfuerzo constructivo de los Soviets". Lenin no tuvo empacho en apoyar la designación de Stalin para aquel Ministerio de Ministros, cuando, al replicar a las objeciones de los oposicionistas, dijo: ]

"Ahora, hablemos de la Inspección de Obreros y Campesinos. Es una empresa gigantesca... Es necesario poner a su frente a un hombre de autoridad; de otro modo, nos hundiremos en el fango, nos ahogaremos en minúsculas intrigas. Creo que ni el mismo Preobrazhnsky podría proponer otra candidatura que la del camarada Stalin."

[La función del nuevo Comisariado era extirpar de todas las instituciones soviéticas la burocracia y el expedienteo. Sin embargo, bajo Stalin no tardó en convertirse en semillero de intrigas políticas y en uno de los principales instrumentos con que levantó su aparato político. En un memorándum confidencial fechado en 1.º de abril de 1922, Trotsky escribió a este propósito:]

" Es imposible cerrar los ojos al hecho de que el Rabkrin está lleno precisamente de personas que han fracasado en varias otras esferas. De aquí proviene también el extraordinario desarrollo de intrigas en el Rabkrin, que hace ya tiempo se ha convertido en proverbial en todo el país. No hay razón para suponer que esta institución (no sus pequeños círculos rectores solamente, sino toda la organización) puede sanearse y fortalecerse, porque en el futuro los activistas eficientes seguirán destinándose al auténtico trabajo, y no a su inspección, Resulta, pues, evidente la fantasía del plan de mejorar la maquinaria del Estado soviético mediante la palanca de Rabkrin."

[A esta crítica contestó Lenin el 6 de mayo:]

"El camarada Trotsky está radicalmente equivocado respecto al Rabkrin. Con nuestro desenfrenado "departamentalismo", aun entre los mejores comunistas, el bajo nivel cultural de nuestros funcionarios, las intrigas entre unas y otras ramas del Gobierno... es imposible seguir adelante sin el Rabkrin. Hemos de trabajar sistemática y persistentemente, para convertirlo en el mecanismo de inspección y mejora de todas las actividades gubernamentales."

[Pero no tardaría mucho Lenin en cambiar de opinión sobre este tema, y en alarmarse aún más que Trotsky por el empacho de burocracia y la corrupción de este Comisariado instituido precisamente para él para combatirla.]
Stalin halló los más leales de sus primeros colaboradores en Ordzhonikidze y Dzerzhinsky, ambos en desgracia con Lenin a la sazón. Ordzhonikidze, dotado indudablemente de fortaleza decisión y firmeza de carácter, era en esencia hombre de escasa cultura, irascible y completamente incapaz de dominarse. Mientras fue un revolucionario, predominaron su arrojo y su espíritu de sacrificio; pero al convertirse en funcionario importante, su rudeza y rusticidad apagaron toda otra cualidad. Lenin, que había sentido por él simpatía en otro tiempo, poco a poco fue apartándose de él, y Ordzhonikidze lo advirtió. Sus relaciones tirantes llegaron al límite cuando Lenin propuso excluirle del Partido por un año o dos, como sanción por abuso de poder.
Análogamente se extinguió su afecto hacia Dzerzhinsky. éste se distinguía por su profunda honestidad, carácter apasionado e impulsividad. El poder no logró corromperle. Pero no siempre estuvo su capacidad a la altura de las misiones que se le confiaron. Invariablemente se le reelegía para el Comité Central; pero, mientras Lenin volvió, no había que pensar en incluirle en el Politburó. En 1921, o quizás en 1922, Dzerzhinsky, hombre excesivamente altivo, se me quejó, con tono de resignación en su voz, de que Lenin no le atribuyese capacidad política. Como es natural, hice lo que pude por disuadirle. "No me considera organizador, hombre de Estado", insistía Dzerzhinsky. "¿Qué te hace pensar así?" "Se obstina en no aceptar mi informe como comisario popular de Vías de Comunicación."
Al parecer, Lenin no estaba muy entusiasmado con el informe de Dzerzhinsky en tal concepto. En realidad, Dzerzhinsky no era un organizador en el sentido amplio de la palabra. Solía reunir a sus colaboradores y organizarlos en torno a su persona, pero no conforme a su método. Este método no era evidentemente el más oportuno para poner orden en el Comisariado de Vías de Comunicación. En 1922, Ordzhonikidze y Dzerzhinsky se sentían muy descontentos de su posición respectiva, y molestos en grado considerable. Stalin los reclutó en el acto.
[Entretanto, en el mismo Partido se había producido un cambio sutil, pero penetrante. La lucha por la democracia dentro del Partido se había iniciado en el palenque del X Congreso, girando principalmente en torno al lema de las justas relaciones entre el Estado, el Partido y los Sindicatos. La llamada oposición obrera, dirigida por Shlyapnikov y, Kollontai, proponía un programa que los círculos rectores habían denunciado como "una desviación anarcosindicalista". Según los historiadores oficiales, este programa propugnaba que los Sindicatos, como organizadores de la producción asumiesen no sólo las funciones del Estado, sino también las del Partido. Trotsky, por el contrario, sostenía que siendo esencial perseguir una política igualitaria en el campo del consumo, era aún necesario seguir insistiendo por algún tiempo en los "métodos de choque" en la esfera de la producción, lo que, según Trotsky, significaba "acomodar la maquinaria sindical al sistema administrativo de régimen económico", y de conformidad con sus adversarios, convertir los Sindicatos en instituciones estatales. Lenin opinaba que los Sindicatos debían continuar bajo el control del Partido, y convertirse cada vez en una vasta "escuela de comunismo". En esta controversia, Stalin apoyó el criterio de Lenin. En el Congreso se manifestaron otras diversas opiniones sobre el tema, pero el asunto se redujo principalmente a una controversia triangular entre los grupos cuyos portavoces principales fueron Lenin, Trotsky y Kollontai. Además, la discusión no se limitó a las sesiones del mismo Congreso, sino que prosiguió públicamente e invadió las instituciones soviéticas de todo orden.
[Esta atmósfera de libre discusión había cambiado radicalmente cuando el Partido se reunió en su XI Congreso, celebrado entre el 2 de marzo y el 2 de abril de 1922. Durante el año transcurridlo, habiendo sido oficialmente proscritas las facciones por acuerdo del X Congreso, los oposicionistas se organizaron clandestinamente tan bien, que varias proposiciones patrocinadas por el grupo rector en el XI Congreso fueron rechazadas por gran mayoría.

[No sólo dieron los oposicionistas muestras de sus arrestos secretamente, sino que hubo turbulentas expresiones de aprobación cuando el oposicionista Ryazanov apostrofó al grupo dominante en una de sus intervenciones y cuando los delegados se opusieron con tenacidad a expulsar del Partido a los dirigentes de la oposición obrera, Shlyapnikov, Medvedev y Kollantai, desafiando resueltos la petición de Lenin en tal sentido. La oposición abierta, además era sintomática de una oposición secreta mucho más extensa. El grupo rector consideraba a los disidentes tácitos más peligrosos aún, porque sus maquinaciones estaban cargadas de penosas sorpresas. Era indudable que el sistema de responsabilidad dividida entre tres miembros iguales del Secretariado, cada uno reacio a reconocerse plenamente responsable, era inadecuado para afrontar la función inherente a la Secretaría de designar camaradas "leales" para los puestos clave y elegir delegados "leales" para los Congresos del Partido, Lenin y sus adjuntos decidieron, en consecuencia, reforzar la Secretaría en dos sentidos: instituyendo el cargo de secretario general, con los otros dos miembros en calidad de auxiliares suyos más bien que como colegas, y eligiendo para dicho puesto al hombre más capaz de llevarlo con mano dura, a José Stalin. Dos de sus mejores paniaguados, Molotov y Kuibyshev, fueron designados ayudantes suyos.
[Stalin fue elegido secretario general el 2 de abril de 1922. Dos meses después, Lenin cayó gravemente enfermo. Por entonces, una propicia combinación de circunstancias, más que sus propias maquinaciones, situó ya a Stalin en una posición potencialmente estratégica. Si Lenin se hubiese restablecido rápidamente, es probable que Stalin hubiera recaído en la oscuridad; es probable, no absolutamente seguro. Pero la enfermedad de Lenin fue de mal en peor.]
Las relaciones entre Lenin y Stalin se pintan oficialmente como de íntima amistad. Realmente, estas dos figuras políticas estaban a gran distancia, no sólo por los diez años de diferencia de edad que había entre ambos, sino, incluso, por las mismas dimensiones de sus personalidades respectivas. No podía haber amistad entre uno y otro. Sin duda, Lenin llegó a apreciar la capacidad de Stalin como organizador práctico durante la azarosa época de la reacción de 1907 a 1913. Pero en los años de régimen soviético, la rudeza de Stalin le repelía cada vez más, reduciendo las posibilidades de una plácida colaboración entre ellos. Por esto, sobre todo, Stalin siguió en tácita oposición contra Lenin. Envidioso y ambicioso, Stalin no podía menos de encabritarse al sentir a cada momento la aplastante superioridad intelectual y moral de Lenin. [Variando constantemente de grado, esta inestable] relación persistió [en términos bastante satisfactorios para todos los fines prácticos] hasta que Lenin cayó tan gravemente enfermo [que se abstuvo de tomar parte activa en los asuntos de Estado], y entonces se convirtió en una abierta pugna que culminó en ruptura final.
[Ya en la primavera de 1920], al celebrarse el cincuentenario de Lenin, Stalin tuvo el atrevimiento de pronunciar un discurso acerca de los errores del festejado. Difícil es decir qué móviles le guiaron a hacerlo; en todo caso, el discurso pareció tan fuera de lugar a todos, que al día siguiente, 24 de abril, [en su reseña del acto], tanto Pravda como Izvestia se limitaron a consignar que el "camarada Stalin habló de diversos episodios del trabajo de ambos en común antes de la Revolución". Pero también por entonces se puso Stalin en evidencia consignando en letra de molde lo que había aprendido y dejado escrito para la misma ocasión, con el título de Lenin como organizador y director del Partido Comunista ruso. Apenas merecería este artículo el intento de descubrir en él algún valor teórico o literario. Baste decir que comienza afirmando lo siguiente:

"Mientras en el Oeste (en Francia, en Alemania) el partido obrero se nutría de los Sindicatos en condiciones que permitían la existencia de uno y otros... en Rusia, por el contrario, la formación de un partido proletario se realizó bajo el absolutismo más cruel..."
Esta afirmación suya, exacta en cuanto a Gran Bretaña, que deja de mencionar como ejemplo, dista de serio en cuanto a Francia, y es una monstruosa falsedad por lo que toca a Alemania, donde el Partido había creado los Sindicatos prácticamente de la nada. Hasta ahora, como en 1920, la historia del movimiento obrero es un libro cerrado para Stalin, y, por consiguiente, sigue siendo inútil esperar de él orientación teórica en este terreno.
El artículo es interesante porque no sólo en el título, sino en toda su concepción de Lenin, el autor lo aclama primero como organizador, y sólo en segundo término como dirigente político. "El mérito máximo del camarada Lenin -que Stalin consigna en primer lugar- está en su furioso ataque contra la falta de método organizador de los mencheviques." Concede crédito a Lenin por su plan de organización, porque "generalizaba magistralmente la experiencia organizadora de los mejores activistas prácticos". Y más adelante:

"Sólo en virtud de esta política organizadora pudo el Partido consolidar la unidad interna y la asombrosa solidaridad que le permitió surgir sin esfuerzo de la crisis de julio y de Kerensky, sostener en sus hombros la Revolución de octubre, salvar el difícil período de Brest sin quebranto y organizar la victoria sobre la Entente..."

Sólo después añadía Stalin: "Pero el valor organizador del Partido Comunista ruso representa únicamente un lado de la cuestión", y vuelve entonces al contenido político de la labor del Partido, a su programa y a su táctica. No es exagerado decir que ningún otro marxista y, desde luego, ningún marxista ruso, hubiera compuesto de ese modo un elogio de Lenin. Ciertamente, las cuestiones de organización no constituyen la base de la política, sino más bien las derivaciones de la cristalización de la teoría, el programa y la práctica. Y no es casual que Stalin conceptuase básica la palanca organizadora; todo lo que trate de programas y políticas fue siempre para él esencialmente un ornamento de la organización como base.
En el mismo artículo formulaba Stalin por última vez, más o menos correctamente, el criterio bolchevique, bastante nuevo por entonces, del papel del Partido proletario bajo las condiciones de las revoluciones democraticoburguesas de la época. Ridiculizando a los mencheviques, Stalin escribía que quienes habían dirigido mal la historia de las antiguas revoluciones se figuraban que

"... el proletariado no puede tener la hegemonía de la Revolución rusa; la dirección debe ofrecerse a la burguesía rusa, a la misma burguesía que era opuesta a la Revolución. El campesino debe colocarse igualmente bajo el patrocinio de la burguesía, relegando al proletariado el papel de una oposición de extrema izquierda. Estos repugnantes ecos de un detestable liberalismo eran lo que los mencheviques ofrecían como última palabra de auténtico marxismo..."

Es sorprendente que sólo tres años más tarde, Stalin aplicara esta misma concepción, palabra por palabra y literalmente, a la revolución democráticoburguesa china, y luego, con cinismo incomparablemente mayor, a la revolución española de 1931-1939. Una inversión tan monstruosa no hubiera sido posible en modo alguno de haber asimilado y comprendido entonces bien Stalin el concepto leninista de revolución. Pero lo que Stalin había asimilado, era simplemente el concepto leninista de un aparato centralizado de Partido. En cuanto comprendió aquello, perdió de vista las consideraciones teóricas de que se deriva, su base programática quedó reducida a poco más de nada, y, en consonancia con su propio pasado, su propio origen social, preparación y educación, estaba naturalmente inclinado hacia una concepción pequeñoburguesa, hacia el oportunismo, hacia la transacción. En 1917 no llegó a realizar la fusión con los mencheviques sólo porque Lenin se lo impidió; en la revolución china hizo realidad el criterio menchevique con métodos bolcheviques, esto es, con el aparato político centralizado que para él era la esencia del bolchevismo. Y con experiencia mucho mayor, con una eficacia perfeccionada, realmente mortal, desarrolló igual política en la revolución española.
De modo que si el artículo de Stalin sobre Lenin, que se ha reproducido desde entonces innumerables veces en multitud de ejemplares y de idiomas, era una caracterización bastante sencilla de su tema, nos suministra la clave de la naturaleza política de su autor. Incluso contiene líneas que, en cierto sentido, son autobiográficas:

"No rara vez nuestros propios camaradas (no sólo los mencheviques) acusaron al camarada Lenin de ser demasiado propenso a polémicas y escisiones en su pugna irreconciliable contra los transaccionistas... No hay duda de que ambas cosas se produjeron a su tiempo..."

En 1920, Stalin consideraba aún a Lenin demasiado propenso a polémicas y escisiones, como le había juzgado ya en 1913. Además, justificaba esta tendencia en Lenin sin eliminar el estigma de las acusaciones que le pintaban como dado a exageraciones y al extremismo.

[Lenin conservaba a todo funcionario útil como un tesoro. Era afectuoso con todos ellos. Le vemos charlando "diez o quince minutos" a la cabecera de Sverdlov, agonizante de gripe, a pesar del riesgo de infección; le vemos reprendiendo a Tsuryupa: "Querido A. D.: Te estás volviendo insufrible de veras en el manejo de la propiedad del Gobierno. Tus órdenes: ¡cura de tres semanas! Y tienes que obedecer a las autoridades médicas que quieren enviarte al sanatorio. Hazme caso, pues, que no es productivo ser descuidado con la mala salud. ¡Tienes que ponerte bueno!" De análoga manera, cuando Stalin tuvo que hacerse una operación en el Soldatenkovsky, hospital de Moscú, en diciembre de 1920, Lenin, según atestigua el médico que atendía a Stalin, doctor Rosanov,]

"... me llamaba por teléfono a diario, dos veces, por la mañana y por la noche, y no sólo me preguntaba por su salud, sino que insistía en pedir toda clase de pormenores. La operación practicada al camarada Stalin fue muy difícil. Había que hacer una ancha incisión en torno al apéndice para extirpárselo, y no veíamos posibilidad de garantizar el éxito. Era evidente que Vladimiro Ilich se sentía preocupado. "Si pasara algo -me dijo-, telefonéeme al instante, a cualquier hora, de noche o de día." Cuando, cuatro o cinco días después de la operación, se tuvo la certeza de que ya no había peligro y se lo comuniqué así, exclamó en tono de absoluta sinceridad: "¡Gracias, muchas gracias...! Pero seguiré fastidiándole con mis diarias llamadas telefónicas de todos modos."
"Una vez, al visitar al camarada Stalin en su habitación, me encontré allí con Vladimiro Ilich. Me saludó cordialmente, y llamándome aparte me hizo un sinfín de preguntas a propósito de la enfermedad y el restablecimiento del camarada Stalin. Le dije que era necesario enviarle una temporada a descansar, para que se recuperase lo mejor posible de la penosa operación. Y entonces él asintió: "¡Esto es lo que le estaba diciendo! Pero no quiere hacerme caso. Sin embargo, yo lo arreglaré. Pero no en uno de los sanatorios. Me dicen que están bien ahora, pero nada bueno he visto en ellos todavía." Yo le propuse: "¿Por qué no va directamente a sus montañas natales?" A lo que repuso Vladimiro Ilich: "¡Tiene usted razón! Allí estará más lejos de todo, y nadie le importunará. Nos ocuparemos de ello.""

[Pero Stalin aplazó su visita a su Georgia natal hasta julio siguiente. En el curso de aquella vuelta suya a Georgia, donde se encontró con una oposición belicosa, Stalin recayó en su enfermedad. El 25 de julio de 1921, Lenin telegrafió a Ordzhonikidze, lugarteniente de Stalin y principal ejecutor de la política y el programa de "pacificación" en Georgia:]

"Recibí tu 2.064. Mándame nombre y dirección del médico que asiste a Stalin, y dime cuántos días estuvo Stalin sin trabajar. Espero tu respuesta por telegrama cifrado. ¿Asistirás al Pleno del 7 de agosto? Nm. 835.

"Lenin."

[Y el 28 de diciembre de 1921, Lenin envió la siguiente nota a uno de sus secretarios:]

"Recuérdeme mañana que he de ver a Stalin, y antes (ejec. 29-XII-21) conécteme por teléfono con OBUJ (Dr.), acerca de Stalin."

[Menos de tres meses más tarde, el mismo Lenin estaba demasiado enfermo para asistir a un Pleno del Comité Central, si bien se aprestaba a participar en el XI Congreso. Dos meses después, Lenin se expresaba con dificultad y tenía el brazo y la pierna derecha impedidos, a consecuencia de su primer ataque de arterioesclerosis aguda del 26 de mayo de 1922, del cual no se dieron noticias hasta el 4 de junio. Tras interminables mejorías y recaídas en el curso del verano, Lenin se restituyó a sus funciones en octubre, y el mes siguiente, incluso habló ante el IV Congreso de la Internacional Comunista, con ocasión del quinto aniversario de la Revolución de octubre. Pero estaba demasiado enfermo para concurrir al X Congreso de los Soviets de la recién constituida Unión Soviética a fines de diciembre, porque sufrió un segundo ataque, el cual le inmovilizó enteramente el brazo derecho, el 16 del mismo mes. Había terminado su activa participación en los asuntos de la U.R.S.S. Como Moisés en el monte Nebo, contemplaba desde lejos la tierra prometida al proletariado mundial, y en sus intervalos de calma entre los ataques, dictó sus últimas disposiciones, su testamento, que terminó el 4 de enero de 1923: sus ensayos Sobre la Cooperación, Nuestra Revolución, Cómo debería reorganizarse la Inspección de Obreros y Campesinos, Más vale menos y mejor y Páginas de un Diario. Estos meses abarcaron el último de los esfuerzos creadores de Lenin, que culminó la noche del 5 al 6 de marzo, al dictar su última carta a Stalin, rompiendo con él toda relación de camaradería. El 9 de marzo le acometió el último y más terrible acceso, que le sumió en una agonía de atroces sufrimientos, agravados por el insomnio y la excitación nerviosa. Ya no podía hablar, y tenía medio cuerpo completamente paralizado. Pero su voluntad de vivir y de actuar era indomable.
[Hacia fines del verano siguiente mejoró algún tanto, cesó la continua pesadilla del insomnio, comenzó a andar, pudiendo de nuevo hablar otra vez. En octubre, ya en condiciones de andar apoyado en un bastón, se hizo conducir a Moscú, donde visitó su despacho del Kremlin y al regresar a Gorki se detuvo en la Exposición de Agricultura que se estaba organizando entonces. Diariamente le volvía el uso de la palabra. No parecía ya lejano el día de su completo restablecimiento. Y entonces, al despertarse indispuesto el 20 de enero de 1924, se quejó de dolor de cabeza, inapetencia y malestar general. El siguiente día volvió a sentirse mal, almorzó y comió ligeramente, a instancias de los que le rodeaban. Después de comer se echó un rato. A las seis de la tarde le sobrevino un fuerte ataque su respiración se hizo cada vez más fatigosa, se puso pálido, le subió la temperatura a saltos, y perdió el conocimiento, muriendo a los cinco minutos. Una hemorragia cerebral paralizó sus órganos respiratorios y la vida se extinguió dentro de él. Justamente quince años y siete meses a partir de entonces, la vida de su colaborador en lo que el mundo conoció como Gobierno Lenin-Trotsky había de cesar asimismo por hemorragia cerebral, esta vez provocada en forma menos sutil por el golpe de piqueta de un asesino. Lenin tenía cincuenta y cuatro años menos tres meses cuando murió; Trotsky era, al morir, siete años más viejo. Stalin, a quien su más devoto admirador entre los periodistas americanos, tras diecisiete años de pacientes servicios, habría de describir como "un animal de presa, que juguetea primero con su víctima para recrearse en su fuerza, y luego la inmoviliza a golpes, y retrocede a observar el efecto, matándola por último", ha sobrevivido a ambos. Durante la enfermedad de Lenin se cuidó de asentar los medios de esta supervivencia.
[Cuando Lenin sufrió el primer ataque, se hizo creer a todo el mundo, incluso en la Rusia de los Soviets, que su enfermedad no era grave y que pronto volvería a sus actividades. Era un hombre de férrea tenacidad en cuerpo y espíritu, y apenas había pasado la cincuentena. Al principio, los miembros del Politburó compartieron sinceramente aquella opinión. Sencillamente, no se preocuparon de desengañar al público (ni siquiera a los trabajadores y campesinos de la Unión Soviética ni a los camaradas de la base del Partido) cuando más tarde se vio que la verdad era muy distinta. Con Lenin enfermo pasajeramente, se tuvo por seguro que el Politburó seguiría adelante. Aunque para todos, en general, parecía ser Trotsky el más probable sucesor de Lenin, y así pensaban también los miembros más jóvenes del Partido, los segundones políticos del aparato de éste no veían en Trotsky un digno sucesor de Ilich, frente a quien no muchos años antes habían levantado facciones, ni tampoco en otros miembros del Politburó, todos los cuales parecían simples escuderos, comparados con el líder indiscutible. La única sucesión imaginable de Lenin, pasajeramente enfermo o definitivamente alejado, era un Directorio de los conspicuos del Partido, miembros titulares o suplentes del Politburó y del Comité Central. Esto se suponía haber sucedido tan pronto como Lenin cayó enfermo.
[Pero, en realidad, ocurrió algo distinto. La sucesión se confió a un triunvirato que dirigía Zinoviev, con Kamenev de suplente y Stalin de colaborador más joven. Así, para bien o para mal, Zinoviev se convirtió en sucesor de Lenin por obra de su mayoría en el seno del Politburó, debido no a que sus colegas le conceptuaran el más apto y meritorio, sino, por el contrario, a que le tenían por el menos capaz de dirigir y por el más vulnerable políticamente. De los siete componentes del Politburó, Lenin estaba enfermo; Trotsky, aislado en su opinión de ser el sucesor natural de Lenin, opinión muy extendida fuera del aparato del Partido, y que le hacía el miembro más temido y aborrecido dentro del Politburó y entre los segundones del Partido; Zinoviev tenía el sólido apoyo de Kamenev y Bujarin (quienes se sentían más libres de expresión y acción y con oportunidad de extender su esfera de influencia bajo la dirección nominal de aquél) y el apoyo remiso de Stalin, que todavía no-estaba en condiciones de imponerse, a más del concurso de Tomsky. Todos comprendían tácitamente, menos Zinoviev mismo, no sólo en el Politburó, sino también en el Comité Central, donde también disfrutaba de mayoría, que era sólo un testaferro y no un líder, y esto únicamente mientras se condujese de acuerdo con los secretos deseos de cada uno de los otros, que consistían en dejarle disfrutar de aquella aureola hasta tanto que el verdadero jefe se considerase preparado para adueñarse de ella.
[¿A quién prefería Lenin como sucesor suyo? Hasta su segundo ataque, sobre el 16 de diciembre de 1922, no habla dedicado al asunto seria atención, confiado en restablecerse y asumir de nuevo la dirección. Su testamento, escrito varios días más tarde, era positivamente un esfuerzo por exponer su sincero parecer acerca de los diversos candidatos, más bien que por fijar su decisión. Precisamente por el poder que le procuraba su inmenso prestigio, no le agradaba imponer su voluntad. Manifestaba sus preferencias y sus objeciones, hacía recomendaciones, especialmente sobre la separación de Stalin del cargo de secretario general, a causa de su "rudeza" y su "deslealtad", pero no pasaba de opinar a propósito de cómo podrían colaborar mejor sus sucesores, y de prevenir contra el desastre que sería para el Partido y la causa bolchevique un serio conflicto entre Trotsky y Stalin. Sin embargo, antes de transcurrir dos meses creyó necesario adoptar la firme e irrevocable decisión de romper formalmente sus relaciones de camaradería (que era tanto como cortar todo vínculo político y personal) con uno solo de sus lugartenientes, con Stalin. Esta "excomunión" tuvo lugar durante el curso de los preparativos para el XII Congreso del Partido, al que Lenin, postrado por su tercer ataque grave, no pudo asistir. Era el primer Congreso que se celebraba sin Lenin, y el primero también atestado de delegados de la cosecha particular del secretario general. Marcaba el comienzo del fin del régimen leninista y el alborear del stalinismo como nueva orientación política.
[La ruptura entre Lenin y Stalin se produjo después de pacientes esfuerzos por parte de Lenin para evitarla. Cuando, en el XI Congreso, hacia fines de marzo de 1922, Zinoviev y sus más fieles aliados apoyaban a Stalin para el cargo de secretario general, esperando aprovechar la hostilidad de éste hacia mí en su propio beneficio, Lenin puso objeciones a su candidatura (en una discusión extraoficial entre sus íntimos), advirtiendo que "aquel cocinero no haría más que platos muy cargados de pimienta".
Temía que se reprodujese su enfermedad, y estaba deseoso de aprovechar el tiempo que transcurriese hasta su próximo acceso, que podría serle fatal, para establecer una dirección colectiva armónica por acuerdo común, y particularmente para llegar a una inteligencia con Stalin. [De aquí el intenso esfuerzo suyo por coordinar su propia labor con la de la Secretaría. Era muy meticuloso en cuanto a sostener la autoridad de Stalin. Todavía el 21 de octubre de 1922, Lenin rechazó la indignada protesta de la oposición georgiana contra Stalin y Ordzhonikidze con un telegrama que levantaba la epidermis. De manera análoga continuó defendiéndole o atenuando las críticas de que era objeto mediante moderados reproches de otras decisiones. El rompimiento no surgió hasta que Lenin se convenció de que Stalin era incorregible. La cuestión georgiana fue sólo uno de los motivos que condujeron a tal desenlace.]
El único escrito serio sobre marxismo con que Stalin había contribuido nunca al arsenal de teoría bolchevique se refería a la cuestión de las nacionalidades, y databa de 1913. Es de presumir que contuviese la suma y compendio de sus propias observancias en el Cáucaso, los resultados de conclusiones extraídas del trabajo revolucionario práctico y algunas generalizaciones históricas amplias que, como ya hemos consignado, había plagiado de Lenin. Stalin se las había apropiado en sentido literario, esto es, ensartándolas con sus propias conclusiones, pero sin digerirlas por completo y, desde luego, sin asimilarlas. Esto se vio plenamente en el curso del período soviético, en que los problemas resueltos por escrito reaparecieron en forma de tareas administrativas de importancia culminante, determinando como tales todos los demás aspectos de la política. Entonces fue cuando quedó demostrado que en su mayor parte era ficticia la tan cacareada concordia de Stalin con Lenin en todo, y, especialmente, su solidaridad de principios en materia de nacionalidades.
En el X Congreso, de marzo de 1921, Stalin había leído de nuevo su inevitable informe sobre la cuestión nacional. Como suele suceder en su caso, por obra del empirismo, deducía generalizaciones, no del material vivo, no de la experiencia del Gobierno soviético, sino de abstracciones inconexas y exentas de coordinación. En 1921, como en 1917, seguía repitiendo el argumento general de que los países burgueses no podían resolver sus problemas nacionales, en tanto que la tierra de los Soviets tenía todas las posibilidades de hacerlo. El informe produjo desencanto y aun perplejidad. En el curso del subsiguiente debate, los delegados más interesados en la cuestión, principalmente los de partidos minoritarios nacionales, expresaron su disconformidad con él. Incluso Mikoyan, que era uno de los mejores aliados de Stalin y llegó a ser después uno de sus escuderos más devotos, se quejaba de que el Partido necesitaba instrucciones respecto a "los cambios que procedía introducir en el sistema, y al tipo de orden soviético que hubiera cae montarse en las naciones limítrofes... El camarada Stalin nada decía de eso".
Los principios nunca ejercieron influencia sobre Stalin, y en la cuestión nacional acaso menos que en ninguna otra. La tarea administrativa inmediata siempre se le aparecía más grande que todas las leyes de la historia. En 1905 vino a advertir el movimiento creciente de las masas sólo con permiso de su Comité de Partido. En los días de la reacción defendió el movimiento clandestino porque su temperamento se sentía atraído por un aparato político centralizado. Después de la Revolución de febrero, cuando aquella máquina quedó aplastada a pretexto de ilegalidad, Stalin perdió de vista la diferencia entre menchevismo y bolchevismo, y estuvo dispuesto a unirse con el partido de Tseretelli. Finalmente, conquistado el Poder en octubre de 1917, todas las tareas, todos los problemas, todas las perspectivas quedaron subordinadas a las exigencias de ese aparato de aparatos que es el Estado, Como comisario de Nacionalidades, Stalin ya no volvió a considerar la cuestión nacional desde el punto de vista de las leyes históricas, plenamente acatadas por él en 1913, sino bajo el aspecto de la convivencia de la función administrativa. Así, necesariamente, había de encontrarse en desacuerdo con las necesidades de las nacionalidades más atrasadas y oprimidas, y procuró indebidas ventajas al imperialismo burocrático granruso.

La población de Georgia, casi enteramente campesina o pequeñoburguesa, se resistió vigorosamente a la sovietización de su país. Pero las grandes dificultades que de esto nacieron, se agravaron considerablemente por los procedimientos y el método de arbitrariedad militarista utilizados para sovietizar Georgia. En tales condiciones, hacía falta doble prudencia frente a las masas georgianas por parte del Partido rector. Aquí fue donde se produjo el agudo antagonismo entre Lenin, que insistía en la necesidad de una política paciente, muy flexible y circunspecta, hacia Georgia y, en general, Transcaucasia, y Stalin, para quien la posesión de los resortes del Estado era una garantía de seguridad. El agente de Stalin en el Cáucaso era Ordzhonikidze, el exaltado e impaciente conquistador de Georgia, que veía en toda manifestación de resistencia una ofensa personal. [Stalin parecía haber olvidado que no mucho antes] habíamos reconocido la independencia de Georgia y concertado con ella un tratado. [Esto había ocurrido el 7 de mayo de 1920 pero el 11 de febrero de 1921] destacamentos del Ejército Rojo habían invadido Georgia por órdenes de Stalin y nos habían puesto ante un hecho consumado. Iremashvili, el amigo de Stalin en la puericia, escribe:

"Stalin era opuesto al tratado. No quería que su país natal quedase fuera del Estado ruso, viviendo bajo el régimen de los mencheviques, a quienes detestaba. Su ambición le empujaba a enseñorearse de Georgia, donde la pacífica y sensata población se oponía a su propaganda destructiva con fría obstinación... El ansia de vengarse de los líderes mencheviques, que se habían negado tenazmente a apoyar sus utópicos planes y le expulsaron de sus filas, no le dejaba conciliar el sueño. Contra la voluntad de Lenin, por su propia iniciativa, Stalin realizó la bolchevización o stalinización de su país natal... Stalin organizó la expedición a Georgia desde Moscú, y desde allí mismo la dirigió. A mediados de julio de 1921 entró personalmente en Tiflis como conquistador."

En 1921, Stalin visitó Georgia con aspecto muy distinto al que le caracterizaba cuando durante su estancia allí era aún Soso y después Koba. Esta vez era el representante del Gobierno, del omnipotente Politburó, del Comité Central. Pero nadie en Georgia vio en él a un dirigente, sobre todo en las filas señeras del Partido, donde le acogieron no como a Stalin, sino como miembro de la dirección suprema del Partido, es decir, no a base de su personalidad, sino de su cometido. Sus antiguos camaradas de trabajo ilegal se consideraban por lo menos tan competentes como él en los asuntos de Georgia, y mostraron francamente su desacuerdo. Cuando se vieron obligados a someterse lo hicieron a su pesar, con críticas duras y amenazando con pedir una revisión de todo el problema en el Politburó del Comité Central. Stalin no era un líder ni siquiera en su [país de origen. Aquello le llegó a lo vivo. Nunca olvidaría tal afrenta a su autoridad] como representante del Comité Central del Partido en todo cuanto se relacionara con Georgia. Si en Moscú basaba su autoridad en el hecho de ser un georgiano enterado de la situación local, en Georgia, donde se presentaba como representante de Moscú, exento de simpatía o prejuicios nacionales de índole local, trataba de comportarse como si no fuese georgiano, sino un bolchevique delegado por Moscú, comisario de Nacionalidades, y como si para él los georgianos no fuesen sino una de tantas nacionalidades diversas. Aparentaba desconocer las condicionales nacionales de Georgia: evidentemente, se trataba de un ligero exceso de compensación por sus extremados sentimientos nacionalistas de la juventud. [Se conducía como un rusificado granruso, tratando a la baqueta los derechos de su propio pueblo como nación.] A éstos los llamaba Lenin extranjeros rusificadores; y lo decía tanto por Stalin como por Dzerzhinsky, [polaco trocado en rusificador. Según Iremashvili, que sin duda peca de exagerado:]

* "Los bolcheviques georgianos, que al principio estuvieron implicados en la invasión estalinista rusa, perseguían como objetivo la independencia de la República Soviética de Georgia, que nada habría de tener de común con Rusia, sino el punto de vista bolchevique y la amistad política. Seguían siendo georgianos, para quienes la independencia de su país era antes que todo... Pero luego vino la declaración de guerra de Stalin, que encontró leal asistencia entre los guardias rojos rusos y la Checa que envió allí."

[Los siguientes episodios pueden consignarse en forma sucinta.] Stalin traicionó de nuevo la confianza de Lenin. Para consolidar su influencia política en Georgia, instigó allí, a espaldas de Lenin y de todo el Comité Central, con ayuda de Ordzhonikidze y no sin el concurso de Dzerzhinsky, una verdadera "revolución" contra los mejores miembros del Partido, cubriéndose a la vez pérfidamente con la autoridad del Comité Central. Aprovechándose de la circunstancia de que Lenin no podía reunirse con los camaradas de Georgia, Stalin intentó envolverle en información falsa. Lenin sospechó la jugada y encargó a su Secretaría particular que coleccionara datos relativos a la cuestión georgiana; después de estudiarla, decidió poner las cartas boca arriba. Es difícil decir lo que más extrañaba a Lenin; si la deslealtad personal de Stalin o su incapacidad crónica de captar lo esencial de la política bolchevique en cuanto al problema de las nacionalidades, o bien una mezcla de ambas cosas.
[Buscando la verdad a tientas, el postrado Lenin resolvió dictar una carta programática que bosquejara su posición fundamental respecto a la cuestión nacional, para que no hubiese equívocos entre sus camaradas sobre los extremos de más corriente debate. El 30 de diciembre dictó la siguiente nota:

"Creo que en este asunto la precipitación y la impulsividad administrativa de Stalin han sido fatales, como también su encono contra el "nacionalismo nacional" notorio. En términos generales, el encono en política es de lo más pernicioso."

[Y el día siguiente dictó, para la carta programática misma:]

* "Naturalmente, hay que hacer responsables a Stalin y a Dzerzhinsky de esta extremada campaña nacionalista granrusa."

[Lenin iba por el buen camino. Lo que precisamente había ocurrido a espaldas suyas, como Trotsky puntualizó ocho años más tarde, es que] la facción de Stalin derrotó a la facción de Lenin en el Cáucaso. Aquélla fue la primera victoria de los reaccionarios en el Partido, y dio comienzo al segundo capítulo de la Revolución [la contrarrevolución estalinista].
[Lenin se vio por fin obligado a escribir a los oposicionistas de Georgia, el 6 de marzo de 1923: ]

* "A los camaradas Mdivani, Majaradze y otros (copia a los camaradas Trotsky y Kamenev):
"Estimados camaradas:
"Estoy a vuestro lado en este asunto de todo corazón. Me indignan la arrogancia de Ordzhonikidze y la condescendencia de Stalin y Dzerzhinsky. En favor vuestro estoy preparando unas notas y un discurso.
"Con mi estimación,

"Lenin."

El día antes había dictado la siguiente nota para mí:

*

"Estrictamente confidencial. Personal.

"Estimado camarada Trotsky:
"Te ruego encarecidamente que asumas la defensa del asunto de Georgia en el Comité Central del Partido. Ahora está "confiada" a Stalin y Dzerzhinsky, de suerte que no puedo confiar en su imparcialidad. ¡Todo lo contrario! Si estás de acuerdo en encargarte de ello, quedaré tranquilo. Si por cualquier motivo no lo estuvieres, devuélveme todos los papeles. Con eso me bastará para saber que te niegas.
"Con mis mejores saludos de camarada,
"Lenin."

[También hizo saber por medio de dos de sus secretarios personales su deseo de que Trotsky se cuidara asimismo de esto en el XII Congreso. Tal indicación de Lenin, se transmitió por teléfono, y los documentos (la carta sobre la cuestión nacional y las notas) llegaron a manos de Trotsky por mediación de las señoritas Glyasser y Fotieva, con una nota de la señorita Volodicheva, que había tomado las notas taquigráficas, informándole de que Kamenev, sustituto de Lenin como presidente del Politburó y del Gobierno soviético, "salía para Georgia el miércoles, y Vladimiro Ilich le había encomendado preguntar a Trotsky si tenía algún mensaje que enviarle a su vez". Las secretarias de Lenin habían visitado a Trotsky el miércoles 7 de marzo de 1923.]
"Una vez que leyó nuestra correspondencia con usted -me dijo Glyasser-, Vladimiro Ilich se animó. Esto hace variar las cosas. Me encargó que le enviara el material manuscrito con el que contaba causar el efecto de una bomba en el XII Congreso." Kamenev me había enterado de que Lenin acababa de escribir una carta rompiendo todas sus relaciones de camarada con Stalin, y yo propuse que habiendo de salir Kamenev aquel mismo día para Georgia con el fin de asistir a un Congreso del Partido, podría convenir enseñarle la carta sobre nacionalidades a fin de que hiciera lo que fuese necesario. Fotieva replicó: "No lo sé. Vladimiro Ilich no me dijo que transmitiese la carta al camarada Kamenev, pero puedo preguntárselo." Unos minutos después regresó con el siguiente recado: "De ningún modo; Vladimiro Ilich dice que Kamenev enseñaría la carta a Stalin, y éste transigiría en apariencia, para vendernos luego."
"En otras palabras, ¿la cosa ha ido ya tan lejos que Ilich no cree posible llegar a un acuerdo con Stalin incluso en términos justos?", pregunté. "Sí -confirmó ella-; Ilich no se fía de Stalin. Se propone manifestarse abiertamente contra él ante todo el Partido. Está preparando una bomba."
Ahora se veía claramente la intención de Lenin. Sirviéndose como ejemplo de la política de Stalin, se disponía a plantear delante del Partido (sin contemplación de ninguna especie) el peligro de la transformación burocrática de la dictadura. Pero casi inmediatamente después, acaso no más de media hora, Fotieva volvió con otro recado de Vladimiro Ilich, quien, según dijo, había decidido obrar en el acto, y había escrito la nota [antes reproducida a] Mdivani y Majaradze, con instrucciones de transmitir copias a Kamenev y a mí.
"¿Cómo te explicas el cambio?", pregunté a Fotieva. 
"Sin duda -contestó-, Vladimiro Ilich se siente peor y tiene prisa por hacer todo lo que pueda."
[Dos días después sufrió Lenin su tercer ataque.]
[En vísperas del Congreso, en la reunión de 16 de abril del Comité Central, Stalin trató al parecer de cubrirse con un ataque solapado contra Trotsky a propósito de las notas y la carta de Lenin sobre la cuestión nacional, especialmente sobre el asunto de Georgia. Los dos siguientes documentos de Trotsky arrojan alguna luz sobre la situación:]

1

*
"Confidencia núm. 200 T.

"A los miembros del Comité Central.
"Asunto: Declaración del camarada Stalin del 16 de abril.

"1. El artículo del camarada Lenin me fue enviado confidencial y personalmente por el camarada Lenin a través de la camarada Fotieva, y, a pesar de mi expresa intención de enterar del mismo a los miembros del Politburó, el camarada Lenin expresó categóricamente su oposición a ello por medio de la camarada Fotieva.
"2. Como dos días más tarde de recibir yo el artículo del camarada Lenin, se puso peor, naturalmente cesó toda comunicación con él respecto a este asunto.
"3. Al cabo de algún tiempo, la camarada Glyasser me reclamó el artículo, y yo lo devolví.
"4. Hice una copia de él para mi uso particular (a fin de formular correcciones a la tesis del camarada Stalin, escribir un artículo, etc.).
"5. Nada sé de las instrucciones que diera Lenin con relación a su artículo y otros documentos sobre el asunto de Georgia ("Estoy preparando discursos y artículos"); supongo que las instrucciones pertinentes están en poder de Esperanza Konstantinovna [Krupskaia, la esposa de Lenin], María Ilyinishna [Ulynova, la hermana de Lenin], o de las camaradas secretarias de Lenin. No creí oportuno preguntar a nadie acerca de ello por razones que no necesitan aclaración.
"6. Sólo por lo que ayer me comunicó la camarada Fotieva por teléfono, por su nota al camarada Kamenev, me enteré de que el camarada Lenin no había tomado disposiciones con relación al artículo. Pues que el camarada Lenin no ha expresado formalmente sus deseos sobre este asunto, deberá decidirse a base del principio de factibilidad política. Es natural que no podía asumir personalmente la responsabilidad de tal decisión, y por eso recurrí al Comité Central en tal sentido. Lo hice sin perder minuto tan pronto supe que el camarada Lenin no había dado instrucciones directas y formales sobre el destino ulterior de su artículo, cuyo original conservan sus secretarias.
"7. Si alguien cree que he obrado mal en este asunto, propongo que pase a examen de la Comisión de conflictos del Congreso o de -otra especial. No veo otro camino.
"17 de abril de 1923."

2

Personal; escrita sin copia.

* "Camarada Stalin:
"Ayer, en conversación personal conmigo, dijiste que estaba perfectamente claro, a tu parecer, que en el asunto del artículo del camarada Lenin no había nada que reprocharme y que formularías una declaración escrita en este sentido.

"Hasta esta mañana (a las once) no he recibido tal declaración. Es posible que tu informe de ayer te haya hecho demorarlo. 
"En todo caso, tu primera declaración sigue hasta la hora presente sin desmentir por tu parte, y ello da pie a ciertos camaradas para difundir una versión en consecuencia entre determinados delegados.
"Como no puedo permitir ni la sombra de una vaguedad en este asunto (por razones que no te será difícil comprender), creo necesario acelerar la solución. Si en respuesta a esta nota no recibo una comunicación tuya manifestando que enviarás a todos los miembros del Comité Central una declaración que excluya toda clase de equívoco sobre el caso, estimaré que has cambiado de propósito desde ayer y apelaré a la Comisión de conflictos, para que haga una investigación desde el principio hasta el fin.
"Tú puedes comprender y apreciar mejor que nadie que si no lo hice así antes no fue porque esté dispuesto a tolerar que se me perjudique en modo alguno.
"18 de abril de 1923. Núm. 201."

Dirigiéndose al Congreso el 23 de abril, Stalin dijo en sus observaciones finales sobre la cuestión nacional:
"Aquí se han referido muchos a las notas y artículos de Vladimiro Ilich. No quisiera citar a mi maestro, el camarada Lenin, porque no está aquí, y temo que pudiera referirme a él sin la debida precisión y acierto..."
Estas palabras son, sin duda, un modelo del más extraordinario jesuitismo de que hay noticia. Stalin sabía bien lo indignado que estaba Lenin con su política nacional, y que sólo una enfermedad grave impedía al "maestro" mandar a su "discípulo" a las nubes a propósito de este asunto precisamente.

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