Este fue el año más importante en la vida del país
y de la generación de revolucionarios a que pertenecía José
Djugashvili. Como piedra de toque, aquel año puso a prueba ideas,
partidos, hombres.
En San Petersburgo, llamada desde entonces Petrogrado, Stalin halló
un estado de cosas que no había esperado. El bolchevismo había
dominado el movimiento obrero antes de estallar la guerra, especialmente
en la capital. En marzo de 1917, los bolcheviques en el Soviet eran una
minoría insignificante. ¿Cómo había ocurrido
aquello? La imponente masa que había participado en el movimiento
de 1911-1914 no ascendía realmente más que a una pequeña
fracción de la clase trabajadora. La Revolución había
hecho ponerse en pie a millones de hombres, no a centenares de miles solamente.
A causa de la movilización, casi un cuarenta por ciento de esos
trabajadores eran gente nueva. Los veteranos estaban en el frente, poniendo
su parte en el fermento revolucionario; sus puestos en las fábricas
pasaban a extraños novatos recién venidos del campo, mozos
y mozas de labranza. Estos novicios tenían que pasar por los mismos
trances revolucionarios, aunque más breves, que la vanguardia del
período precedente. La Revolución de febrero en Petrogrado
fue dirigida por trabajadores bien pertrechados de conciencia de clase,
bolcheviques en su mayoría, pero no por el Partido bolchevique.
La dirección en manos de bolcheviques de la base podía asegurar
la victoria a la insurrección, pero no el Poder al Partido.
Menos propicios aún se presentan los asuntos en las provincias.
La avenida de alborozadas ilusiones y de fraternización promiscua,
asociada a la candidez política de las masas recién despiertas,
abonaban las condiciones apropiadas para el florecimiento del socialismo
pequeñoburgués, del menchevismo y del populismo. Los trabajadores
(y a su zaga, también los soldados) elegían para el Soviet
a quienes, por lo menos de palabra, no sólo eran opuestos a la monarquía,
sino también al régimen burgués. Los mencheviques
y los populistas, que habían acogido en su seno a la totalidad de
los intelectuales, contaban con un infinito número de agitadores,
y todos ellos proclamaban la necesidad de unión, fraternidad y otras
virtudes cívicas igualmente atractivas. Los portavoces del Ejército
eran en su mayoría los essars, esos tradicionales protectores del
campesinado, que se bastaban solos para apuntalar aquella autoridad del
Partido entre los proletarios de la última vendimia. Por consiguiente,
el predominio de los partidos acomodadizos parecía asegurado...,
al menos para ellos.
Lo peor de todo es que el curso de los acontecimientos había
sorprendido al Partido bolchevique en plena siesta. Ninguno de sus dirigentes
probados y acreditados estaba en la capital. El Buró del Comité
Central en Petrogrado sólo constaba de dos trabajadores, Shlyapnikov
y Zalutsky, y un estudiante, Molotov. El "manifiesto" que publicaron en
nombre del Comité Central después de la victoria de febrero
"convocaba a los trabajadores de instalaciones y fábricas y a las
tropas insurrectas asimismo, para que eligieran inmediatamente sus representantes
en el Gobierno provisional revolucionario". Sin embargo, los autores de
aquel "manifiesto" no atribuían importancia práctica a su
llamamiento. Muy lejos de sus intenciones estaba emprender una lucha independiente
por la conquista del Poder. Más bien estaban dispuestos a resignarse
al papel más modesto de oposición izquierdista por muchos
años todavía.
Desde el principio las masas repudiaron a la burguesía liberal,
considerándola poco distinta de la nobleza y de la burocracia. Era
cosa descartada, por ejemplo, que los trabajadores o los soldados votasen
a un cadete. El poder estaba por completo en manos de los complacientes
socialistas, respaldados por el pueblo en armas. Pero, faltos de confianza
en sí mismos, los transaccionistas cedieron sus poderes a la burguesía.
Esta última era detestada por las masas, y se hallaba políticamente
aislada. El régimen se basaba en un quid pro quo. Los trabajadores,
y no únicamente los bolcheviques, veían en el Gobierno provisional
un enemigo. En los mítines de fábricas se aprobaban por unanimidad
los acuerdos exigiendo la cesión del Poder gubernamental a los Soviets.
El bolchevique Dingelstead, otra víctima ulterior de la purga, ha
dejado escrito: "No había una sola reunión de trabajadores
capaz de negarse a adoptar un acuerdo que nosotros propusiésemos..."
Pero, cediendo a la presión de los transaccionistas, el Comité
de Petrogrado del Partido bolchevique suspendió su campaña.
Los trabajadores avanzados hicieron lo posible por sacudirse la tutela
de los de arriba, pero no sabían cómo parar los eruditos
argumentos de aquellos acerca del carácter burgués de la
revolución. Varios matices de opinión entrechocaron dentro
del propio bolchevismo, pero no se sacaron las necesarias deducciones de
los diversos debates. El Partido atravesaba una etapa de insondables caos.
"Nadie sabía cuáles eran las consignas de los bolcheviques
-recordaba más tarde el destacado bolchevique Antonov, de Saratov-.
Era un espectáculo deplorable."
Los veintidós días que pasaron entre la llegada de Stalin
de Siberia (domingo, 12 [25] de marzo) y la de Lenin de Suiza (lunes, 3
[16] de abril) tienen excepcional interés por la luz que arrojan
sobre la contextura política de Stalin. Se vio de repente empujado
a un campo de lucha abierta. Ni Lenin ni Zinoviev estaban aún en
Petrogrado. Kamenev sí, el Kamenev comprometido por su reciente
conducta en la vista de su causa, y generalmente conocido por sus tendencias
oportunistas. También estaba el joven Sverdlov, apenas notorio en
el Partido, más organizador que político. El fogoso Spandaryan
ya no existía; había sucumbido en Siberia. Como en el año
1912, de nuevo era Stalin, si no el principal, al menos uno de los dos
principales bolcheviques en Petrogrado. El Partido, desorientado, esperaba
instrucciones claras. No era ya posible evadir las decisiones permaneciendo
quietos. Stalin tenía que dar la respuesta a las cuestiones más
urgentes: sobre los Soviets, el Gobierno, la guerra, la tierra. Sus respuestas
se publicaron, y hablan por ellas mismas.
Tan pronto como llegó a Petrogrado, que era un solo mitin monstruo
de masas en aquellos días, Stalin se dirigió inmediatamente
al cuartel general bolchevique. Los tres miembros del Buró Central,
ayudados por varios escritores, estaban tomando acuerdos sobre el sesgo
que había de darse al periódico. Aunque tenían la
dirección del Partido en sus manos, ellos no acertaban a llevar
adelante la tarea. Dejando a los demás enronquecer dirigiendo arengas
en los mítines de obreros y soldados, Stalin se atrincheró
en las oficinas del Partido. Hacía más de cuatro años,
tras la Conferencia de Praga, que había sido incluido por cooptación
en el Comité Central. Desde entonces había pasado mucha agua
por la presa. Pero el deportado Kureika tuvo la mafia de apoderarse de
la máquina del Partido; seguía considerando válido
su viejo mandato. Ayudado por Kamenev y Muranov, apartó ante todo
de la dirección al Buró "izquierdista" del Comité
Central y al Consejo de redacción de Pravda. Y lo hizo sin contemplaciones,
pues no tenía miedo de hallar resistencias y le corría prisa
demostrar que era el amo.
"Los camaradas que llegaron -escribía más tarde Shlyapnikov-
se mostraron exigentes y negativos en su actitud hacia nuestra labor."
No les pareció mal por su falta de brío y su indecisión,
sino, al contrario, por su persistente esfuerzo en trazar la línea
entre ellos y los transaccionistas. Como Kamenev, Stalin estaba más
cerca de la mayoría del Soviet. Pravda, después de pasar
a manos del nuevo Consejo de redacción, declaraba ya el 15 (28)
de marzo que los bolcheviques apoyarían resueltamente al Gobierno
provisional "siempre que éste se opusiera a la reacción o
a la contrarrevolución". La paradoja de esta declaración
está en que el único agente importante de la contrarrevolución
era el Gobierno provisional. La posición de Stalin respecto a la
guerra era del mismo temple; mientras el Ejército alemán
permaneciese fiel a su emperador, el soldado ruso debía "continuar
firme en su puesto, contestando un tiro con otro, una descarga con otra".
¡Como si todo el problema del imperialismo consistiese en el emperador!
El artículo era de Kamenev, pero Stalin no opuso la menor objeción
a él. Si alguna diferencia acusó con Kamenev en aquellos
días, consistió precisamente en expresarse de un modo más
evasivo aún que él. "Todo derrotismo -explicaba en Pravda-,
o más bien lo que la Prensa venal estigmatiza bajo ese nombre tras
el escudo de la censura zarista, había muerto tan pronto como el
primer regimiento revolucionario apareció en las calles de Petrogrado."
Esto era una franca desautorización de Lenin, que había
predicado el derrotismo fuera del alcance de la censura zarista, y al mismo
tiempo una reafirmación de lo declarado por Kamenev en el juicio
contra la fracción de la Duma. Pero en esta ocasión iba refrendado
por Stalin. En cuanto al "primer regimiento revolucionario", todo lo que
significaba su aparición era el tránsito del barbarismo bizantino
a la civilización imperialista.
"El día en que apareció transformado Pravda... -relata
Shlypnikov-, fue un día de triunfo para los defensistas. Todo el
palacio Taurid, desde la Comisión de la Duma al Comité Ejecutivo,
el corazón mismo de la democracia revolucionaria, resonaban con
una sola noticia: el triunfo de los bolcheviques moderados y sensatos sobre
los extremistas. En el propio Comité Ejecutivo nos saludaron con
maliciosas sonrisas... Cuando aquel número de Pravda llegó
a las fábricas, sembró allí la confusión y
la indignación entre los miembros de nuestro Partido y sus simpatizantes,
y una satisfacción maligna entre nuestros adversarios... La indignación
en los distritos de las afueras fue enorme, y cuando los trabajadores se
enteraron de que Pravda era llevada a remolque por tres de sus antiguos
directores recién venidos de Siberia, pidieron que se les expulsara
del Partido."
La reseña de Shlypnikov fue retocada y suavizada por él
mismo en el año 1925, a instancias de Stalin, Kamenev y Zinoviev,
el "triunvirato" que entonces regía el Partido. Pero describe con
bastante claridad los primeros pasos de Stalin en el palenque de la Revolución
y el modo de reaccionar frente a ellos la clase trabajadora. La enérgica
protesta de los viborgitas que Pravda hubo de publicar bien pronto en sus
propias columnas, obligó al Consejo de redacción a formular
en adelante sus opiniones de un modo más circunspecto, aunque no
a cambiar de política.
La política del Soviet se vela cada vez más adulterada
por la transacción y el error. Lo que las masas necesitaban ante
todo era encontrar a alguien que llamase a las cosas por su verdadero nombre;
esto es, naturalmente, la suma v compendio de la política revolucionaria.
Todo el mundo rehuía hacerlo, temiendo quebrantar la delicada estructura
del poder dual.
El mayor volumen de falsedades se acumuló en torno al asunto
de la guerra. El 14 (27) de marzo, el Comité Ejecutivo propuso al
Soviet la redacción del manifiesto A los Pueblos del Mundo. Este
documento exhortaba a los trabajadores de Alemania y de Austria-Hungría
a negarse "a servir de instrumento de conquista y violencia en manos de
reyes, terratenientes y banqueros". Pero los mismos dirigentes del Soviet
no tenían la menor intención de romper con los reyes de la
Gran Bretaña y de Bélgica, con el emperador del Japón
y con los banqueros y terratenientes, suyos y de los países de la
Entente. El periódico del ministro de Negocios Extranjeros, Miliukov,
señalaba con satisfacción que "en aquel llamamiento se desplegaba
la ideología compartida por nosotros y nuestros aliados". Aquello
era verdad..., y se ajustaba exactamente al espíritu de los ministros
socialistas franceses desde el comienzo de las hostilidades. Prácticamente
a la misma hora, Lenin escribía a Petrogrado: por intermedio de
Estocolmo, que la revolución estaba amenazada por el riesgo de continuar
la vieja política imperialista encubierta tras nuevas frases revolucionarias.
"Prefiero incluso romper con todo el mundo dentro del Partido antes de
someterme al socialpatriotismo..." Pero en aquellos &u las ideas de
Lenin no contaban con un solo campeón.
Además de apuntar un triunfo al imperialista Miliukov sobre
los demócratas pequeñoburgueses, la adopción unánime
del citado manifiesto por el Soviet de Petrogrado significaba el de Stalin
y Kamenev sobre los bolcheviques del ala izquierda. Todos inclinaron la
cabeza ante la disciplina de la hipocresía política. "Damos
nuestro cordial parabién -escribía Stalin en Pravda- al llamamiento
del Soviet del día de ayer... Este llamamiento, si llega a las grandes
masas, restituirá indudablemente a cientos de trabajadores a su
olvidada consigna: ¡Trabajadores de todos los países del mundo,
uníos!" En realidad, no eran llamamientos de parecido jaez lo que
faltaba en el Oeste, y toda su utilidad consistía en ayudar a las
clases dominantes a mantener el espejismo de una guerra por la democracia.
El artículo de Stalin sobre el manifiesto, no sólo aclara
perfectamente su posición sobre este extremo, sino su manera de
pensar en general. Su oportunismo orgánico, forzado por el momento
y las circunstancias a buscar apoyo temporal en principios revolucionarios
abstractos, prescinda de tales principios cuando llegaba la ocasión.
Comenzaba su artículo repitiendo casi a la letra la argumentación
de Lenin de que, aun después de derribado el zarismo, la participación
de Rusia en la guerra continuaría siendo imperialista. Sin embargo,
al llegar al terreno de las conclusiones prácticas, no sólo
encontraba plausible el manifiesto socialpatriótico y le atribuía
virtudes equivocas, sino que, en pos de Kamenev, rechazaba como improcedentes
la movilización revolucionaria de las masas contra la guerra. "Ante
todo -escribía-, es innegable que la mera consigna "¡Abajo
la guerra!" es completamente inaplicable como solución práctica..."
Y la solución que sugería era: "presionar al Gobierno provisional
exigiéndole que inmediatamente exprese estar dispuesto a emprender
negociaciones de paz...". Con ayuda de una "presión" amistosa sobre
la burguesía, para quien la conquista es la finalidad integral de
la guerra, Stalin pretendía conseguir la paz "sobre la base de la
autodeterminación de las naciones". Desde el comienzo de la guerra,
Lenin había estado dirigiendo sus propios golpes más duros
precisamente contra esta especie de utopismo positivista. No hay "presión"
bastante para que la burguesía deje de ser burguesa: hay que derrocarla,
sencillamente. Pero Stalin rehuía llegar a esta conclusión,
de puro miedo, exactamente lo mismo que los transaccionistas.
La Conferencia de bolcheviques de toda Rusia, convocada por el Buró
del Comité Central, se inauguró en Petrogrado el 28 de marzo,
a, la vez que la Conferencia de los Soviets más importantes de Rusia.
Aunque había pasado ya un mes desde la Revolución, el Partido
estaba aún en las angustias de una extrema confusión, aumentada
aún por la dirección impuesta durante las dos últimas
semanas, La diferenciación de las tendencias políticas no
había cristalizado aún. En el destierro había requerido
la llegada de Spandaryan; ahora, el Partido tenía que esperar la
llegada de Lenin. Chauvinistas furibundos como Voitinsky y Eli'ava, entre
otros, continuaban llamándose bolcheviques y tomaron parte en la
Conferencia del Partido junto a los que se tenían por internacionalistas.
Los patriotas daban aire a sus sentimientos del modo más explícito
y atrevido que los semipatriotas, que constantemente se retractaban y daban
excusas. Como una mayoría de los delegados pertenecían al
Pantano (expectantes, de opinión intestable), su portavoz natural
fue Stalin. "Todos pensamos lo mismo del Gobierno provisional", dijo el
delegado Vassiliev, de Saratov. "No hay diferencias en cuanto a medidas
prácticas entre Stalin y Voitinsky", convino Krestinsky alborozado.
No más tarde del día siguiente, Voitinsky se unió
a los mencheviques, y siete meses después luchó al frente
de un destacamento de cosacos contra los bolcheviques.
Al parecer, la conducta de Kamenev en el acto de la vista no se había
olvidado. Es posible que los delegados hablaran también del misterioso
telegrama al gran duque. Tal vez Stalin se tomó la molestia de recordar
a los otros estos errores de su amigo. Sea como fuere, el caso es que no
fue Kamenev, sino Stalin, mucho menos conocido, quien resultó delegado
para exponer el principal informe político sobre la actitud frente
al Gobierno provisional. Se ha conservado el acta de aquel informe; es
un documento que no tiene precio para historiadores y biógrafos.
Su tema era el problema central de la Revolución, esto es, las relaciones
entre los Soviets apoyados directamente por los trabajadores armados y
los soldados, y el Gobierno burgués, que sólo existía
por merced de los dirigentes de los Soviets. "El Gobierno -decía
Stalin en parte- está escindido en dos órganos, ninguno de
los cuales tiene plena soberanía... Cierto es que el Soviet ha tomado
la iniciativa de los cambios revolucionarios; el Soviet es el único
dirigente revolucionario del pueblo en armas, el órgano que controla
el Gobierno provisional. El Gobierno provisional se ha encargado de la
tarea de reforzar de manera efectiva las realizaciones del pueblo revolucionario.
El Soviet moviliza las fuerzas y ejerce el control, en tanto que el Gobierno
provisional, inseguro y claudicante, se reserva el papel de defensor de
las conquistas que el pueblo ya ha conseguido." ¡Este extracto vale
por todo un programa!
El informante exponía las relaciones entre las dos clases básicas
de la sociedad como una división de trabajo entre dos "órganos".
Los Soviets, esto es, los trabajadores y los soldados, hacen la Revolución;
el Gobierno, es decir, los capitalistas y los hacendados rurales, la "fortifican"
o consolidan. Durante 1905-1907, Stalin mismo había escrito una
y otra vez, parafraseando a Lenin: "La burguesía rusa es antirrevolucionaria;
no puede ser primer móvil, y menos directora de la Revolución;
es enemiga jurada de la Revolución, y con ella habrá que
librar una lucha tenaz." Y la idea política mentora del bolchevismo
no había sido anulada en, sentido alguno por la marcha de la Revolución
de febrero. Miliukov, el jefe de la burguesía liberal, dijo en la
conferencia de, su partido pocos días antes del levantamiento: "Estamos
caminando sobre un volcán... Sea cual fuere el carácter del
Gobierno (bueno o malo), necesitamos un Gobierno fuerte, ahora más
que nunca." Cuando el levantamiento comenzó, a pesar de la resistencia
de la burguesía, no les quedó a los liberales más
recurso que asentarse en el terreno preparado por su triunfo. Ningún
otro, sino Miliukov, que habiendo declarado la víspera ser preferible
una monarquía rasputiniana que una erupción volcánica,
dirigía ahora el Gobierno provisional que, en concepto de Stalin,
había de "fortificar" las conquistas de la Revolución, pero
que, en realidad, hacía todo lo posible por estrangularla. Para
las masas insurgentes, el sentido de la Revolución estaba en la
abolición de las antiguas formas de propiedad, que precisamente
el Gobierno provisional defendía. Stalin presentaba la lucha irreconciliable
de clases que, a despecho de todos los esfuerzos de los transaccionistas,
se iba haciendo cada vez más violenta para convertirse en guerra
civil, como una mera división de trabajo entre dos máquinas
políticas. Ni siquiera el menchevique de izquierda, Martov, habría
planteado el caso de tal manera. Esta era la teoría de Tseretelli
(y Tseretelli era el oráculo de los transaccionistas) en su más
vulgar forma de expresión: fuerzas "moderadas" y otras más
"resueltas" actúan en un palenque llamado "democracia", y se dividen
la tarea, unas "conquistando" y las otras "consolidando". Aquí,
preparada para nosotros, tenemos la fórmula de la futura política
staliniana en China (1924-1927), en España (1936-1939), y, en general,
en todos sus malhadados "Frentes Populares".
"No nos conviene forzar ahora el curso de los acontecimientos -continuaba
el informante- acelerando la secesión de las capas burguesas...
Tenemos que ganar tiempo frenando la secesión de las capas intermedias
de la burguesía para estar dispuestos a la lucha contra el Gobierno
provisional." Los delegados escuchaban estos argumentos con vagos recelos.
"No espantar a la burguesía" había sido siempre la consigna
de Plejanov, y, en el Cáucaso, de Jordania. El bolchevismo alcanzó
su madurez luchando fieramente contra aquella tendencia. Es imposible "frenar
la secesión" de la burguesía sin frenar a la vez la lucha
de clases proletaria; en esencia, ambas cosas son simplemente los dos aspectos
de un mismo proceso. "La cháchara sobre la cuestión de no
asustar a la burguesía... -había escrito Stalin mismo en
1913, poco antes de ser detenido-, sólo suscitaba sonrisas, porque
era evidente que la tarea de la Socialdemocracia no era sólo "asustar"
a la mismísima burguesía, sino desalojarla en la persona
de sus abogados, los cadetes." Incluso es difícil comprender cómo
ningún antiguo bolchevique podía haber olvidado los catorce
años de historia de su facción para recurrir en el momento
más crítico a la más odiosa de las fórmulas
mencheviques. La explicación ha de encontrarse en el modo de discurrir
de Stalin; no tiene capacidad para las ideas generales, v su memoria no
las conserva. Las usa de vez en cuando, según se necesitan, y las
arroja a un lado sin el menor remordimiento, casi como un reflejo. En su
artículo de 1913 se refería a las elecciones para la Duma.
"Desalojar" a la burguesía significaba sólo arrebatar actas
a los liberales. La referencia del momento afectaba a la deposición
revolucionaria de la burguesía. Aquélla era una faena que
Stalin relegaba al remoto futuro. Por lo pronto, justamente igual que los
mencheviques, creía necesario "no espantarlos".
Después de leer la resolución del Comité Central,
que había contribuido a redactar, Stalin declaró más
bien de improviso que no estaba totalmente de acuerdo con la resolución
propuesta por el Soviet de Krasnoyarsk. El secreto significado de esta
maniobra no está claro. En su viaje desde Siberia, Stalin pudo haber
participado en la redacción del acuerdo del Soviet de Krasnoyarsk.
Es posible que, dándose cuenta de la actitud de los delegados, pensara
lo mejor no disentir de Kamenev en lo más mínimo. Sin embargo,
la resolución de Krasnoyarsk aún era de calidad peor que
el documento de Petrogrado: "...poner bien de manifiesto que la única
fuente del poder y la autoridad del Gobierno provisional, es la voluntad
popular, a la que el Gobierno provisional debe someterse en absoluto, y
sostener al Gobierno provisional... sólo en tanto siga la pauta
de satisfacer los anhelos de la clase trabajadora y del campesinado revolucionario".
La panacea acarreada de Siberia resultaba muy sencilla: la burguesía
"debe someterse en absoluto" al pueblo y "seguir la pauta" de los obreros
y campesinos. Pocas semanas más tarde, la fórmula de apoyar
a la burguesía "en tanto, etc., habría de convertirse en
el blanco de las burlas de todos los bolcheviques. Pero ya algunos de los
delegados protestaban contra la idea de apoyar al Gobierno del príncipe
Lvov; sólo el pensarlo chocaba con excesiva crudeza con la constante
tradición del bolchevismo. Al día siguiente, el socialdemócrata
Steklov partidario también de la fórmula del "en tanto, etc.",
y al mismo tiempo miembro de la "Comisión de contacto" inmediata
a las esferas rectoras, tuvo en la Conferencia de los Soviets la poca habilidad
de pintar las maquinaciones reales del Gobierno provisional con tan negras
tintas (oposición a las reformas sociales, esfuerzos en favor de
la monarquía y de las anexiones), que la Conferencia de los bolcheviques
se apartó alarmada de la fórmula de apoyo. "Ahora se ve -dijo
el delegado moderado Nogin, expresando los sentimientos de muchos otros-
que no debemos discutir el apoyo, sino la oposición." El delegado
del ala izquierda, Skrypnik, manifestó el mismo criterio: "Mucho
ha cambiado desde el informe que ayer hizo Stalin... El Gobierno provisional
está intrigando contra el pueblo y la Revolución..., y, no
obstante, la resolución habla de apoyo." El alicaído Stalin,
cuya manera de apreciar la situación no podía resistir la
prueba del tiempo siquiera veinticuatro horas, "propuso instruir al Comité
para alterar la cláusula relativa al apoyo". Pero la Conferencia
adoptó un acuerdo mejor: "Por una mayoría contra cuatro,
se suprime de la resolución la cláusula relativa al apoyo."
Pudiera pensarse que, en adelante, todo el esquema del informante sobre
la división del trabajo entre el proletariado y la burguesía
quedaría relegado al olvido. En realidad, de la resolución
desaparecieron las palabras, pero no la idea. El temor de "espantar a la
burguesía" subsistió. En sustancia, la resolución
era una apelación al Gobierno provisional exhortándole a
"emprender la lucha más enérgica para liquidar por completo
el viejo régimen", en el mismo momento en que se disponía
a emprender "la lucha más enérgica" para restaurar la monarquía.
La conferencia no se arriesgó más allá de una presión
amistosa sobre los liberales. No se hablaba para nada de una lucha independiente
para la conquista del Poder, aunque no fuese más que en aras de
objetivo democráticos. Como de propósito para exponer a la
luz más atrayente el verdadero espíritu encerrado en las
resoluciones aprobadas, Kamenev declaró en la Conferencia de los
Soviets, que se celebraba al mismo tiempo, que en cuanto a la cuestión
del Poder, tenía el "gusto" de agregar el voto de los bolcheviques
a la resolución oficial que había sido presentada y patrocinada
por el dirigente derechista menchevique Dan. A la vista de estos hechos,
la escisión de 1903, que hizo permanente la Conferencia de Praga
en 1913, debe de haber parecido una ligera disención.
Así, pues, no fue por casualidad por lo que en la sesión
del día siguiente la Conferencia bolchevique estaba discutiendo
la propuesta del dirigente menchevique de la derecha, Tseretelli, de fusionar
los dos partidos. Stalin reaccionó a ello con simpatía: "Debíamos
hacerlo. Es necesario definir nuestras proposiciones en cuanto a los términos
de una unificación. ésta no es posible sino sobre la línea
de Zimmerwald-Kienthal". Se aludía con estas palabras a la "línea"
de dos conferencias socialistas celebradas en Suiza, donde habían
preponderado pacifistas moderados. Molotov, que dos semanas antes había
sido reprendido por su izquierdismo, salió al paso con tímidas
objeciones: "Tseretelli desea unir elementos divergentes... La unidad sobre
tal línea equivocada..." Más resuelta fue la protesta de
Zalutsky: "Sólo un posibilista puede sentirse impulsado por el mero
deseo de unidad, no un socialdemócrata... Es imposible unirse sobre
la base de una adhesión superficial a Zimmerwald-Kienthal... Es
necesario proponer una plataforma definida." Pero Stalin que había
sido tildado de posibilista, se atuvo a lo suyo: "No debemos anticiparnos
a señalar discrepancias. La vida del Partido es imposible sin que
las haya. Hemos de dirimir estas menudas discordias dentro del Partido."
Apenas puede uno creer a sus ojos: Stalin calificaba las diferencias con
Tseretelli, inspirador del bloque dominante del Soviet, de menudas discordias
que podían "dirimirse" dentro del Partido. La discusión tuvo
lugar el 1 (14) de abril. Tres días después, Lenin había
de declarar guerra a muerte a Tseretelli. Y dos meses después, Tseretelli
estaría desarmando y deteniendo a bolcheviques
La conferencia de marzo de 1917 es de extraordinaria importancia en
cuanto a percepción del estado de ánimo de los miembros prominentes
del Partido bolchevique inmediatamente después de la Revolución
de febrero, y particularmente de Stalin, que acababa de regresar de Siberia
después de cuatro años de cavilar por su cuenta. De la sucinta
crónica de las actas, emerge como un vulgar demócrata y un
provinciano obligado por el sesgo de la hora a adoptar el color marxista.
Sus artículos y discursos de esas semanas proyectan una luz clara
y sin manchas sobre su posición durante los años de guerra:
si hubiera derivado lo más mínimo hacia las ideas de Lenin
durante su permanencia en Siberia, como alegan Memorias escritas veinte
años después de los hechos, no se habría hundido de
modo tan irremediable en el fango del oportunismo como lo hizo en marzo
de 1917. La ausencia de Lenin y la influencia de Kamenev, hicieron posible
que Stalin apareciese al estallar la revolución como realmente era,
mostrando sus características más hondamente arraigadas:
desconfianza en las masas, falta total de imaginación, miopía,
propensión a buscar la línea de menor resistencia. Por eso,
la conferencia de marzo, en la que Stalin se reveló a sí
mismo tan explícitamente como político, se suprime hoy de
la historia del partido, y sus actas se guardan bajo siete llaves. En 1923
se prepararon secretamente tres copias para los miembros da, "triunvirato":
Stalin, Zinoviev y Kamenev. Sólo en 1926, cuando Zinoviev y Kamenev
se unieron a la oposición contra Stalin, pude procurarme de ellos
este notable documento, lo que me permitió publicarlo en el extranjero,
en ruso y en inglés.
Pero, después de todo, este documento no difiere en nada esencial
de sus artículos en Pravda, a los que sirve tan sólo de suplemento.
Ni una simple declaración, propuesta o protesta en que Stalin opusiera
más o menos articuladamente el punto de vista bolchevique a la política
de los demócratas pequeñoburgueses ha llegado hasta nosotros
de aquellos días. Un testigo presencial de aquellos tiempos, el
menchevique de izquierda Sujanov (autor del manifiesto A los Trabajadores
del Mundo, ya mencionado), escribía en sus inestimables Notas sobre
la Revolución: "Además de Kamenev, los bolcheviques tenían
entonces a Stalin en el Comité Ejecutivo... Durante su rara actuación...
daba (y no sólo a mí) la impresión de una mota gris
que, de vez en cuando, se hacía levemente visible, sin dejar rastro.
Realmente, de él no hay nada más que decir." Tal descripción,
que hemos de reconocer bastante parcial, costó a Sujanov la vida
tiempo después.
El 3 (16) de abril, después de atravesar Alemania en guerra,
Lenin, Krupskaia, Zinoviev y otros cruzaban la frontera de Finlandia y
llegaron a Petrogrado... Un grupo de bolcheviques, con Kamenev al frente,
acudieron a recibir a Lenin en Finlandia. Stalin no estaba entre ellos,
y este ligero dato muestra mejor que nada la inexistencia de cuanto significara
intimidad personal entre él y Lenin. "Tan pronto como llegó
Vladimiro Ilich y se sentó en la otomana -refiere Raskolnikov-,
la emprendió con Kamenev: "¿Qué habéis estado
escribiendo en Pravda? Hemos visto varios números, y nos pusieron
de muy mal humor..."" Durante los años que pasó junto a Lenin
en el extranjero, Kamenev se había acostumbrado a aquellas duchas
frías. No eran obstáculo para que estimase a Lenin, y aun
le adorase por entero con su vehemencia, su profundidad, su sencillez,
sus salidas, que le hacían reír aun antes de oírlas,
y su carácter de letra, que imitaba sin darse cuenta de ello. Muchos
años más tarde, alguien recordaba que durante el viaje, Lenin
había preguntado por Stalin. Aquella pregunta natural (Lenin preguntaría
indudablemente por todos los miembros de la plana mayor bolchevique), sirvió
después como punto de partida para urdir una película soviética.
Un reseñador minucioso y consciente de la revolución
escribió lo siguiente acerca de la primera aparición de Lenin
en público ante los bolcheviques reunidos al efecto: "Nunca olvidaré
aquel discurso que, como el trueno, conmovió y asombró no
a mí solamente, un hereje a quien la casualidad había llevado
allí sino incluso a todos los creyentes. Seguro es que nadie se
esperaba aquello".
No se trataba de un trueno retórico, que no era cosa del agrado
de Lenin, sino de todo el sesgo de sus ideas. "¡No necesitamos una
república parlamentaria, ni una democracia burguesa; no necesitamos
Gobierno alguno que no sea el Soviet de los diputados de los obreros, los
soldados y los campesinos pobres!" En la coalición de los socialistas
con la burguesía liberal (esto es, en el "frente popular" de nuestros
días), Lenin sólo veía traición al pueblo.
Hizo despiadada mofa de la frase de moda "democracia revolucionaria", que
confundía en una mezcolanza a los trabajadores y a la pequeña
burguesía, a populistas, mencheviques y bolcheviques. Los partidos
transaccionistas que predominaban en los Soviets no eran para él
aliados, sino enemigos irreconciliables. "¡Sólo aquello -advierte
Sujanov- era suficiente entonces para que al auditorio le diese vueltas
la cabeza!"
El Partido estaba tan falto de preparación para Lenin como lo
había estado para la Revolución de febrero. Todos los juicios,
consignas y giros verbales acumulados durante las cinco semanas de revolución
quedaron reducidos a añicos. "Atacó resueltamente las tácticas
de los grupos situados a la cabeza del Partido y de los camaradas individuales,
ya antes de llegar -escribe Raskolnikov, refiriéndose ante todo
a Stalin y Kamenev-. Los activistas más responsables del Partido
estaban presentes. Pero aun para ellos resultó algo totalmente nuevo
el discurso de Ilich." No hubo discusión. Estaban todos demasiado
confusos para ello. Ninguno quiso exponerse a los golpes de aquel intrépido
líder. Por los rincones cuchicheaban que Ilich había pasado
demasiado tiempo en el extranjero, que había perdido contacto con
Rusia, que no comprendía la situación, y, lo que es peor,
que se había pasado a la oposición del trotskismo. Stalin,
informante de la víspera en la Conferencia, permanecía callado.
Se daba cuenta de haber cometido un terrible error, mucho más grave
que en aquella ocasión del Congreso de Estocolmo en que había
defendido la división de la tierra, o un año después,
cuando transitoriamente formó entre los boicotistas. Decididamente,
lo mejor era no prodigarse. Nadie se inquietaba por conocer la opinión
de Stalin sobre el asunto, en modo alguno. Después, nadie pudo recordar
la menor cosa para sus memorias de lo que Stalin hizo durante las semanas
que sucedieron.
Entretanto, Lenin, estaba lejos de perder el tiempo: pasaba revista
a la situación con sus perspicaces ojos, atormentaba a sus amigos
con preguntas, y sonsacaba a los trabajadores. Al día siguiente
mismo presentó al Partido un resumen de sus impresiones, que vinieron
a ser más tarde el documento más- importante de la Revolución,
famoso por el nombre de Las tesis del 4 de abril. Lenin no sólo
no se asustaba de "espantar" a los liberales sino tampoco a los miembros
del Comité Central bolchevique, no jugaba al escondite con los presuntuosos
dirigentes del partido bolchevique. Ponía al desnudo la lógica
de la guerra de clases. Arrojando a un lado la cobarde y fútil fórmula
del "en tanto, etc.", situó al Partido frente a la tarea de incautarse
del Gobierno. Pero lo primero y principal era determinar quién fuese
el enemigo. Los monárquicos de las centurias negras, acurrucados
en sus rincones y encrucijadas, no tenían la menor importancia.
La plana mayor de la contrarrevolución burguesa se componía
del Comité Central del partido cadete y del Gobierno provisional
que él inspiraba. Pero este último existía por gracia
de los social-revolucionarios y los mencheviques, que, a su vez, ejercían
el Poder por la credulidad de las masas. En tales condiciones no había
que pensar en la aplicación de violencias revolucionarias. Lo primero
que interesaba era conquistar a las masas. En lugar de unirse y fraternizar
con los populistas y los mencheviques, era necesario desenmascararlos ante
los trabajadores, los soldados y los campesinos como agentes de la burguesía.
"El Gobierno auténtico es el Soviet de delegados de los trabajadores...
Nuestro Partido es una minoría en el Soviet... ¡No se puede
evitar! A nosotros toca explicar, pacientemente con persistencia, de un
modo sistemático, lo erróneo de su táctica. Mientras
no seamos más que una minoría, nuestra tarea consiste en
criticar, para desengañar a las masas." Todo aquel programa era
sencillo y seguro, y cada clavo estaba firmemente clavado. Estas tesis
llevaban sólo una firma: "Lenin". Ni el Comité Central del
Partido ni el Consejo de redacción de Pravda consintieron en poner
su rúbrica al pie de aquel explosivo documento.
El mismo 4 de abril, Lenin compareció ante la misma Conferencia
del Partido en que Stalin había explicado su teoría de la
división pacífica del trabajo entre el Gobierno Provisional
y los Soviets. El contraste era demasiado cruel. Para moderarlo, Lenin,
abandonando su costumbre, no sometió a análisis las resoluciones
que se habían tomado, sino que les volvió la espalda. Lo
que hizo fue elevar la Conferencia a un plano mucho más alto. Le
hizo ver nuevas perspectivas que los supuestos líderes no habían
sospechado siquiera. "¿Por qué no os apoderasteis del Poder?",
preguntaba el nuevo ponente, y procedió a resumir las explicaciones
de rigor: la revolución se consideraba burguesa, estaba sólo
en su fase inicial; la guerra creaba dificultades imprevistas, y otras
por el estilo. Todo eso es desatinado. El punto está en que el proletariado
no tiene suficiente conciencia ni está bien organizado. Esto debe
admitirse. La fuerza material está en manos del proletariado, pero
la burguesía se halla alerta y preparada. Lenin desvió la
cuestión de la esfera de seudo objetivismo en que Stalin, Kamenev
y otros trataban de ocultar las tareas de la revolución, a la esfera
de apercibimiento y acción. El proletariado había dejado
de incautarse del Poder en febrero, no porque la toma del Poder estuviese
proscrita por la Sociología, sino porque su incapacidad permitió
a los transaccionistas defraudar al proletariado en interés de la
burguesía..., ¡y eso era todo! "Incluso nuestros bolcheviques
-continuó, sin mencionar nombres para nada- muestran confianza en
el Gobierno. Esto sólo puede explicarse por haberse embriagado con
la revolución. Es el fin del socialismo... Si esto es así,
no puedo seguir adelante. Prefiero quedarme en minoría." No era
difícil para Stalin y Kamenev reconocer la alusión a ellos.
Todos los presentes se dieron cuenta de quiénes eran los aludidos
por el informante. Los delegados no tenían la menor duda Lenin hablaba
en serio al decir que se apartaba. Aquello e muy distinto de la fórmula
"en tanto, etc.".
El eje de la cuestión relativa a la guerra se desvió
con no menos resolución. El Gobierno provisional había medio
prometido una república. Pero, ¿cambiaba esto el carácter
de la guerra? Francia llevaba mucho tiempo de república, y lo había
sido más de una vez, pero su participación en la guerra seguía
siendo imperialista. La índole de la guerra se determina por el
carácter de la clase que gobierna. "Cuando las masas declaran que
no quieren ningún género de conquista, yo lo creo. Cuando
Guchkov y Lvov declaran que no quieren conquistas, mienten con todo descaro."
Este sencillo juicio es profundamente científico y, al mismo tiempo,
comprensible para todos los soldados de las trincheras. Lenin asestó
luego un golpe directo al llamar a Pravda por su verdadero nombre. "Pedir
de un Gobierno de capitalistas que repudie las anexiones es una simpleza,
una burla a voces..." Estas palabras afectaban directamente a Stalin. "Es
imposible terminar esta guerra sin una paz de violencia, a menos que el
capitalismo sea derrocado." Y, sin embargo, los partidarios de la transacción
seguían apoyando a los capitalistas, y Pravda los apoyaba a ellos.
"La petición del Soviet... no contiene una sola palabra que revele
conciencia de clase. Toda ella es pura fraseología." Esto se refería
a aquel mismo manifiesto saludado por Stalin como la voz del internacionalismo.
Las frases pacifistas, a la vez que mantenían las viejas alianzas,
los viejos tratados, los viejos objetivos, sólo tenían por
finalidad engañar a las masas. "Lo que es único en Rusia
es la transición inconcebiblemente rápida de la violencia
irreprimible a la decepción más sutil." Tres días
antes, Stalin había declarado estar dispuesto a unirse con el partido
de Tseretelli. "Re oído que existe en Rusia una tendencia a la unificación;
la unidad con un defensista es traición al socialismo. Creo que
es mejor quedarse solo, como Liebknecht, ¡uno contra ciento diez!"
Ya no se podía tolerar siquiera llevar el mismo nombre de los mencheviques,
el nombre de Socialdemocracia. "Por mi parte, propongo que cambiemos de
nombre el Partido, que en adelante nos llamemos Partido Comunista." Ni
uno siquiera de los asistentes a la Conferencia, ni el mismo Zinoviev,
que acababa de llegar con Lenin, apoyó esta propuesta, que perecía
una ruptura sacrílega con su propio pasado.
Pravda, que continuaba dirigiendo Kamenev y Stalin, declaró
que las tesis de Lenin reflejaban su personal opinión, que no compartía
el Buró del Comité Central, y que Pravda continuaría
su política de siempre. Aquella declaración llevaba la firma
de Kamenev. Stalin le apoyaba con su silencio. Tuvo que permanecer así
durante mucho tiempo. Las ideas de Lenin le parecían ilusiones de
un emigrado, pero él permanecía atento esperando la reacción
del Partido. "Debe reconocerse abiertamente -escribía más
tarde el bolchevique Angarsky, que había pasado por la misma evolución
que los otros- que muchos de los viejos bolcheviques... mantenían
las opiniones bolcheviques de 1905 respecto al carácter de la Revolución
de 1917, y que no era cosa fácil repudiar tales opiniones." En realidad,
no se trataba de "muchos de los viejos bolcheviques", sino de todos, sin
excepción. En la Conferencia de marzo, donde se reunieron los cuadros
del Partido de todo el país, no se alzó una sola voz en favor
de esforzarse en recabar el Poder para los Soviets. Todos ellos tenían
que reeducarse. De los dieciséis miembros del Comité de Petrogrado,
sólo dos apoyaron las tesis, y aun no lo hicieron desde el primer
momento. "Muchos de los camaradas insinuaron -recordaba Tsijon- que Lenin
había perdido contacto con Rusia, que no tenía en cuenta
las condiciones actuales, etcétera." El bolchevique de provincias,
Lebedev, refiere que al principio los bolcheviques condenaban la agitación
de Lenin, "que parecía utópica y que se explicaba sólo
por su prolongada falta de contacto con la vida rusa". Uno de los inspiradores
de tales juicios fue sin duda Stalin, que siempre había mirado con
desdén a los emigrados". Algunos años después, Raskolnikov
recordaba que "la llegada de Vladimiro Ilich planteó un marcado
Rubicón en la táctica de nuestro Partido... La tarea de tomar
posesión del poder del Estado se concebía como un ideal remoto...
Se consideraba suficiente apoyar al Gobierno provisional en una u otra
forma... El Partido no tenía dirigente de autoridad capaz de soldarle
en una firme unidad y llevarlo adelante." En 1922, no podía habérsele
ocurrido a Raskolnikov ver a Stalin el "dirigente de autoridad". Escribía
el trabajador de los Urales, Markov, a quien la revolución había
encontrado junto a su torno: "Nuestros dirigentes marchaban a tientas hasta
que llegó Vladimiro Ilich... La posición de nuestro Partido
fue haciéndose clara al aparecer sus famosas tesis." "Recordad la
recepción dispensada a las tesis de abril de Vladimiro Ilich -decía
Bujarin poco después de morir Lenin-, cuando parte de nuestro propio
Partido las miraba como una traición virtual a la ideología
marxista consagrada." Esa "parte de nuestro propio Partido" era toda su
dirección, sin exceptuar a: nadie. "Con la llegada de Lenin a Rusia
en 1917 -escribía Molotov en 1924-, nuestro Partido comenzó
a pisar terreno firme... Hasta aquel momento sólo había ido
caminando inseguro y vacilante... El Partido carecía de la claridad
y la resolución que requería el momento revolucionario..."
Antes que los demás, de un modo más concluyente y preciso,
Ludmila Stahl define el cambio ocurrido. "Hasta la llegada de Lenin, todos
los camaradas erraban en la oscuridad...", decía el 4 (17) de abril
de 1917, en el momento más culminante de la crisis del Partido.
"Al ver la inventiva independiente del pueblo no podíamos menos
de tenerla en cuenta... Nuestros camaradas se contentaban con meros preparativos
para la Asamblea Constituyente, a base de métodos parlamentarios,
y no admitían siquiera la posibilidad de ir más lejos. Aceptando
las consignas de Lenin, haremos lo que la vida misma nos empuja a hacer."
El rearme del Partido en abril fue un rudo golpe para el prestigio
de Stalin. Había venido de Siberia con la autoridad de un viejo
bolchevique, con la categoría de miembro de Comité Central,
ayudado por Kamenev y Muranov. También él inició su
propio estilo de "rearme", rechazando la política de los dirigentes
locales como excesivamente radical y comprometiéndose mediante varios
artículos de Pravda, un informe en la Conferencia y la resolución
del Comité de Krasnoyarsk. En medio de esta actividad, que por su
misma índole era labor de un dirigente, apareció Lenin. Se
presentó en la Conferencia como entra un inspector en el aula. Después
de escuchar varias frases volvió la espalda al maestro y con una
esponja mojada borró del encerado todos sus fútiles garabatos.
Los sentimientos de asombro y protesta -de los delegados se resolvieron
en una expresión admirativa. Pero Stalin no tenía admiración
que ofrecer. Había sido el suyo un golpe muy duro, una sensación
de desamparo y de profunda envidia. Le habían humillado delante
de todo el Partido mucho más que en la Conferencia reservada de
Cracovia después de su desgraciada dirección de Pravda. Era
inútil luchar contra ello. También él entreveía
ahora nuevos horizontes que no hubiera sido capaz de presentir el día
antes. No le quedaba otro remedio que rechinar los dientes y aparentar
calma. El recuerdo de la revolución provocada por Lenin en abril
del año 1917, quedó grabado para siempre en su conciencia,
y allí se enconó. Se apoderó de las actas de la conferencia
de marzo y trató de ocultarlas al Partido y a la historia. Pero
aquello no puso arreglo en nada. Seguía habiendo en las bibliotecas
colecciones de Pravda. Además, aquellas ediciones de Pravda se reimprimieron
más tarde, y los artículos de Stalin hablaban por sí
mismos. Durante los primeros años de régimen soviético,
innumerables Memorias referentes a la crisis de abril llenaron todos los
periódicos históricos y las ediciones conmemorativas de los
diarios. Todo ello tenía que ser retirado gradualmente de la circulación,
falseado y sustituido por nuevo material. La misma palabra "rearme" del
Partido, usada por mí casualmente, en 1922, fue a su tiempo objeto
de ataques cada vez más furiosos de Stalin y sus satélites.
Verdad es que en 1924 Stalin aún estimó lo más
sensato admitir, con la debida indulgencia para sí mismo, el error
de sus métodos al comienzo de la Revolución, "El Partido
-escribía- aceptó la política de presionar desde los
Soviets al Gobierno en la cuestión de la paz y no decidió
al momento dar un paso hacia adelante... hacia la nueva consigna del poder
para los Soviets... Aquélla fue una posición profundamente
errónea, pues multiplicaba las ilusiones pacifistas, vertía
agua en el molino del defensismo y estorbaba la educación revolucionaria
de las masas. Yo compartía aquella posición errónea
en aquella ocasión con otros camaradas del Partido, y no la repudié
por completo hasta mediados de abril, después de suscitar las tesis
de Lenin." Este reconocimiento público, necesario para proteger
su propia retaguardia en su lucha contra el trotskismo, que comenzaba por
entonces, resultó muy limitado dos años más tarde.
En 1926, Stalin negaba categóricamente el carácter oportunista
de su política en marzo de 1917 ("¡No es cierto, camaradas
eso no es más que comadreo!") y admitía solamente que tuvo
"algunas vacilaciones..., pero, ¿quién entre nosotros no
las tuvo pasajeramente?". Cuatro años después, Yarolavsky,
que en su calidad de historiador mencionó el hecho de que Stalin
había asumido al iniciarse la revolución "una posición
errónea", se vio sometido a una feroz persecución de todos
lados. Ya no era tolerable mencionar siquiera "vacilaciones momentáneas".
¡El ídolo del prestigio es un monstruo voraz! Finalmente,
en la "historia" del Partido, dirigida por el mismo Stalin, éste
se atribuye la posición de Lenin, cargando las propias opiniones
a sus enemigos. Kamenev y ciertos activistas de la organización
de Moscú, como Rikov, Bubnov, Nogin, proclama esta notable historia,
"se mantuvieron en la posición semimenchevique de apoyo condicional
al Gobierno provisional y a la política de los defensistas. Stalin,
que acababa de regresar del destierro, Molotov y otros así como
la mayoría del Partido, defendían la política de no
confiar en el Gobierno provisional y se manifestaban contra el defensismo",
y así por el estilo. De este modo, por cambios graduales del hecho
a la ficción, lo negro se convirtió en blanco. Semejante
método, que Kamenev llamó "dosificar la mentira", transpira
en toda la biografía de Stalin, y halla su expresión cumbre
y al mismo tiempo su colapso en los juicios de Moscú.
Analizando las ideas básicas de las dos facciones de la Socialdemocracia
en 1909, escribía yo: "Los aspectos antirrevolucionarios del menchevismo
se destacan ya en toda su fuerza; las características antirrevolucionarias
del bolchevismo son una amenaza de gran peligro sólo en el caso
de un triunfo revolucionario." En marzo de 1907, después de derrocado
el zarismo, los antiguos cuadros del Partido llevaron estas características
antirrevolucionarias del bolchevismo a su extrema expresión: hasta
la distinción entre bolchevismo y menchevismo parecía haberse
esfumado. Era imperativo un rearme radical del Partido. Lenin, el único
hombre de talla para la tarea, lo hizo en el curso de abril. Al parecer,
Stalin no deseaba oponerse en público a Lenin; pero tampoco salió
en su favor. Sin meter mucho ruido, se desligó de Kamenev como diez
años antes había abandonado a los boicotistas y como en la
Conferencia de Cracovia dejó a, los conciliadores entregados a su
suerte. No estaba habituado a defender idea alguna que no prometiese un
éxito inmediato. La Conferencia de la organización de Petrogrado
celebró sesiones desde el 14 al 22 de abril. Aunque ya predominaba
la influencia de Lenin, los debates eran bastante movidos en ocasiones.
Entre los que intervinieron se cuentan Zinoviev, Tomsky, Molotov y otros
bolcheviques muy conocidos. Stalin ni siquiera se dejó ver; sin
duda trataba de refugiarse en el olvido una temporada.
La Conferencia de toda Rusia se reunió en Petrogrado el 24 de
abril. Se proponía dilucidar todos los asuntos que quedaron en suspenso
en la Conferencia de marzo. Unos 150 delegados representaban a 79.000 miembros
del Partido, de ellos, 15.000 de la capital. No es una marca desdeñable
para un Partido antipatriótico que apenas había salido de
la ilegalidad. La victoria de Lenin se apreció desde un principio
en las elecciones a la Presidencia de cinco miembros, pues entre los elegidos
no estaban Kamenev ni Stalin, los dos responsables de la política
oportunista de marzo. Kamenev tuvo suficiente valor para pedir la concesión
de un informe de minoría en la Conferencia. "Reconociendo que formalmente
y de hecho el remanente clásico del feudalismo, la propiedad de
la tierra por los hacendados, no ha sido aún liquidada..., es demasiado
pronto para aseverar que la democracia burguesa ha agotado todas sus posibilidades."
Tal fue la idea básica de Kamenev y de Rikov, Nogin, Dzerhinsky,
Angarsky y otros. "El ímpetu para la revolución social -decía
Rikov-, debió haber venido del Oeste." La revolución democrática
no había terminado, decían los oradores de la oposición,
apoyando a Kamenev. Era verdad. Sin embargo, la misión del gobierno
provisional no consistía en dar cima a la revolución, sino
en invertir su curso. Por consiguiente, la revolución democrática
sólo podría completarse bajo el mando de la clase trabajadora.
Los debates eran animados, pero apacibles, puesto que en lo esencial todo
había sido decidido de antemano y Lenin hacía lo posible
por facilitar la retirada de sus antagonistas.
Durante estos debates, Stalin intervino con una breve declaración
contra su aliado de ayer. En su informe de minoría, Kamenev arguyó
que no exigiendo nosotros la caída inmediata del Gobierno provisional
lo procedente era pedir autoridad sobre él; de otro modo, las masas
no nos comprenderían. Lenin opuso que el "control" del proletariado
sobre un Gobierno burgués, especialmente en tiempos de revolución,
sería ficticio o se reduciría a una simple colaboración
con aquél. Stalin creyó llegado el momento de hacer constar
su disconformidad con Kamenev. Para dar una especie de explicación
sobre su cambio de actitud, se sirvió de una nota emitida el 19
de abril por el ministro de Negocios Extranjeros, Miliukov.
La extrema franqueza imperialista de este último, empujó
literalmente a los soldados a la calle y originó una crisis gubernamental.
El concepto de Lenin acerca de la revolución se basaba en la correlación
de clases, y no en una nota diplomática o de otros actos del Gobierno.
Pero Stalin no estaba interesado en ideas generales. Todo lo que necesitaba
era un pretexto evidente para cambiar de postura con el menor quebranto
para su vanidad. Estaba "dosificando" su retirada. Al principio, según
decía, "era el Soviet quien trazó el programa, mientras que
ahora lo hacía el Gobierno provisional". Después de la nota
de Miliukov, "el Gobierno se adelanta al Soviet, y éste pierde terreno.
Hablar entonces de control era desatinar". Aquello: sonaba a forzado y
falso. Pero surtió efecto: Stalin se las compuso de este modo para
separarse a tiempo de la oposición, que obtuvo sólo siete
votos al hacer el escrutinio.
En su informe sobre la cuestión de las minorías nacionales,
Stalin hizo todo lo posible por salvar el bache entre su informe de marzo,
que veía el origen de la opresión nacional meramente en la
aristocracia hacendada, y la nueva posición el Partido estaba asimilando.
"La opresión nacional -dijo, arguyendo inevitablemente contra sí
mismo- no sólo está sostenida por la aristocracia terrateniente,
sino también por otra fuerza: los grupos imperialistas, que aplican
el método de esclavizar a las naciones, aprendido en las colonias,
a su propio país también..." Además, la gran burguesía
lleva tras ella a "la pequeña burguesía, a parte de los intelectuales
y a parte de la aristocracia del trabajo, que disfrutan asimismo de los
despojos de este latrocinio". éste era el tema en que precisamente
había insistido Lenin durante los años de guerra. "Así
-continuaba el informe-, hay todo un coro de fuerzas sociales que apoyan
la opresión nacional." Para poner fin a tal opresión, era
necesario "apartar a este coro de la escena política". Situando
en el poder a la burguesía imperialista, la Revolución de
febrero no preparaba ciertamente el camino para la liberación de
las minorías nacionales. Por ejemplo, el Gobierno provisional se
resistía con todas sus fuerzas a los intentos de ampliar la autonomía
de Finlandia. "¿A qué lado hemos de estar? Sin duda alguna,
al lado del pueblo finés..." El ucraniano Pyatakov y el polaco Dzerzhinsky
se pronunciaron en contra del programa de autodeterminación nacional,
como utópico y reaccionario. "No deberíamos plantear la cuestión
nacional -decía con ingenuidad Dzerzhinsky- porque ésta retrasa
el momento de la revolución social. Por consiguiente, propondría
suprimir de la resolución el punto relativo a la independencia de
Polonia." "La Socialdemocracia -replicó Stalin-, puesto que sigue
una ruta que conduce a la revolución socialista, debe apoyar el
movimiento revolucionario de los nacionalistas contra el imperialismo."
Entonces, por primera vez en su vida, dijo Stalin algo a propósito
de "una ruta que conduce a la revolución socialista". La hoja del
calendario juliano llevaba aquel día la fecha de 29 de abril de
1917.
Habiendo asumido las prerrogativas de un Congreso, la Conferencia eligió
nuevo Comité Central, compuesto de Lenin, Zinoviev, Kamenev, Milutin,
Nogin, Sverdlov, Smilga, Stalin, Fedorov; y como suplentes Teodorovich
Bubnov, Glebov-Avilov y Pravdin. De los 133 delegados, por alguna razón
sólo 109 tomaron parte en la votación secreta con pleno voto;
es posible que algunos de ellos se hubieran marchado ya de la capital.
Lenin obtuvo 104 votos (¿sería acaso Stalin uno de los delegados
que no le dio el suyo?); Zinoviev, 101; Stalin, 97, y Kamenev, 95. Por
primera vez era elegido Stalin para el Comité Central por el procedimiento
usual del Partido. Iba ya a cumplir los treinta y ocho años. Rikov,
Zinoviev y Kamenev tenían veintitrés o veinticuatro cuando
fueron elegidos por Congresos del Partido para formar parte de la plana
mayor bolchevique.
En la Conferencia hubo un intento de dejar a Sverdlov fuera del Comité
Central. Lenin habló de ello después del fallecimiento de
aquél, juzgándolo como una notoria equivocación suya.
"Por fortuna -añadió-, nos rectificaron desde abajo." Es
difícil que Lenin tuviese motivo alguno para oponerse a la candidatura
de Sverdlov; sólo le conocía por correspondencia como un
revolucionario profesional incansable. No es improbable que la oposición
procediera de Stalin, que no había olvidado cómo Sverdlov
anduvo enderezando entuertos tras él en San Petersburgo y reorganizando
Pravda; su vida en común en Kureika no consiguió más
que agravar su enemistad. Stalin nunca olvidaba nada. Al Parecer, trató
de vengarse en la Conferencia, y de un modo u otro (no podemos sino figurárnoslo)
consiguió ganarse el apoyo de Lenin. Pero su tentativa no dio resultado.
Si en 1912, Lenin tropezó con la resistencia de los delegados cuando
trató de incorporar a Stalin al Comité Central, esta vez
no fue menor la que le opusieron para no excluir a Sverdlov. De los miembros
de este Comité Central elegido en la Conferencia de abril, sólo
Sverdlov llegó a morir de muerte natural. Todos los demás
(con excepción del mismo Stalin), así como los cuatro suplentes,
han sido oficialmente fusilados o suprimidos sin trámites oficiales.
Sin Lenin nadie hubiera sabido afrontar aquella situación sin
precedentes; todos estaban esclavizados por viejas fórmulas. Pero
trepar hasta la consigna de la dictadura democrática suponía
ahora, según decía Lenin, "pasar realmente por encima de
la pequeña burguesía". Es muy posible que la ventaja de Stalin
sobre los demás estuviese en su falta de escrúpulos para
hacerlo así y en su disposición a acercarse a los transaccionistas
y a fusionarse con los mencheviques. No le imponía lo más
mínimo la reverencia a las viejas fórmulas. El fetichismo
ideológico le era extraño; así, sin el menor remordimiento,
renegó de la teoría, largo tiempo sostenida, del papel contrarrevolucionario
de la burguesía rusa. Como siempre, Stalin actuaba de un modo empírico,
presionado por su oportunismo natural, que siempre le había empujado
a buscar la línea de menor resistencia. Pero no había estado
solo en su postura; en el curso de las tres semanas que precedieron a la
llegada de Lenin, su expresión traducía fielmente las ocultas
convicciones de muchos de los "viejos bolcheviques".
No debe olvidarse que la máquina política del partido
bolchevique se componía principalmente de la intelectualidad, que
era de origen y ambiente pequeñoburgués, y marxista en sus
ideas y en sus relaciones con el proletariado. Los trabajadores que pasaban
a ser revolucionarios profesionales se unieron a aquel grupo con mucho
afán, y dentro de él perdieron su identidad. La peculiar
estructura social de la máquina del Partido y su autoridad sobre
el proletariado (ambas nada accidentales, y sí dictadas por estricta
necesidad histórica) fueron, una vez más, causa de la vacilación
del Partido, y finalmente se convirtieron en origen de su degeneración.
El Partido persistía en la doctrina marxista, que expresaba los
intereses históricos del proletariado en conjunto; pero los seres
humanos de la máquina del Partido asimilaban sólo proporciones
dispersas de tal doctrina, de acuerdo con su propia experiencia, relativamente
limitada. Muchas veces, como se lamentaba Lenin, sólo aprendían
maquinalmente fórmulas hechas de antemano, y cerraban los ojos a
los cambios de situación. En la mayoría de los casos, carecían
de diario contacto independiente con las masas obreras, así como
de apreciación comprensiva del proceso histórico. De este
modo, quedaban expuestos a la influencia de las otras clases. Durante la
guerra, los capitostes del Partido se vieron seriamente afectados por tendencias
transaccionistas emanadas de círculos burgueses, en tanto que los
trabajadores bolcheviques de la base desplegaban una estabilidad mucho
más firme para resistir el histerismo patriótico que se había
propagado por todo el país.
Al abrir un amplio campo de acción a procesos revolucionarios,
la revolución estaba dando mucha más satisfacción
a los "revolucionarios profesionales" de todos los partidos que a los soldados
de las trincheras, a los campesinos de las aldeas y a los trabajadores
de las fábricas de municiones. Los oscuros hombres de la clandestinidad
de la víspera se convertían de repente en figuras políticas
rectoras. En vez de Parlamentos tenían Soviets y estaban en libertad
de discutir y gobernar. Por lo que a ellos afecta, las contradicciones
de clase que habían sido causa de la revolución parecían
haberse liquidado bajo los rayos del sol democrático. Por eso, casi
en todas partes de Rusia, bolcheviques y mencheviques se dieron la mano.
Incluso donde continuaron separados, como en Petrogrado, los apremios hacia
la unidad eran resueltamente imperiosos en ambas organizaciones. Mientras
tanto, en las trincheras, en los pueblos y en las fábricas, los
antagonismos crónicos tomaban un carácter abierto y más
intenso, presagio de guerra civil más que de unidad. Como sucede
con frecuencia, se abría una profunda sima entre las clases en movimiento
y los intereses de las máquinas de partido. Hasta los cuadros del
Partido bolchevique, que tenían la ventaja de una excepcional preparación
revolucionaria, estaban decididamente resueltos a dar de lado a las masas
e identificar sus propios y especiales intereses con los de la máquina
al día siguiente mismo del derrocamiento de la monarquía.
¿Qué podía, pues, esperarse de aquellos cuadros cuando
se convirtiesen en una burocracia estatal todopoderosa? No es verosímil
que Stalin dedicase, un solo pensamiento a esta cuestión. Era carne
de la carne de la máquina, y el más duro de sus huesos.
Pero, ¿por qué milagro consiguió Lenin cambiar
en pocas semanas el curso del Partido, llevándolo por otro cauce?
La respuesta debe buscarse simultáneamente en dos direcciones: los
atributos personales de Lenin y la situación objetiva. Lenin era
fuerte, no sólo porque comprendía las leyes de la lucha de
clases, sino porque tenía el oído perfectamente acordado
a la agitación de las masas en movimiento. Para él no era
tanto la máquina del Partido como la vanguardia del proletariado.
Estaba convencido en absoluto de que millares de aquellos trabajadores
que habían sobrellevado lo más duro del trabajo ilegal estarían
ahora a su lado. Las masas, a la sazón, eran más revolucionarias
que el Partido, y el Partido más revolucionario que su máquina.
Ya en marzo, la actitud real de los trabajadores y de los soldados se había
manifestado en forma tumultuosa, y difería mucho de las instrucciones
dictadas por todos los partidos, incluyendo al bolchevique. La autoridad
de Lenin no era absoluta, pero sí enorme, porque toda la experiencia
recogida confirmaba su presencia. Por el contrario, la autoridad de la
máquina del Partido, como su conservadurismo estaba en formación
por entonces. Lenin ejercía influencia, no tanto como individuo,
sino como encarnación de la influencia de la clase sobre el Partido
y del Partido sobre su máquina. En tales circunstancias, quien trataba
de resistir perdía pronto pie. Los vacilantes se alineaban con los
de enfrente, y los precavidos se unían a la mayoría. Así,
con pérdidas relativamente escasas, Lenin consiguió orientar
a tiempo al Partido y prepararlo para la nueva revolución.
Cada vez, que los dirigentes del bolchevismo tenían que actuar
sin Lenin incurrían en error, inclinándose por lo común
a la derecha. Entonces surgía Lenin como un deus ex machina, y señalaba
el camino recto. ¿Significa esto que Lenin lo fuese todo dentro
del Partido bolchevique, y los demás nada? Tal conclusión,
muy extendida en los círculos democráticos, es sumamente
parcial, por ello falsa. Lo mismo pudiera decirse de la ciencia. La mecánica
sin Newton y la biología sin Darwin parecieron no ser nada durante
muchos años. Esto es a la vez cierto y falso. Represe la labor de
miles de hombres de ciencia sencillos al reunir los hechos, agruparlos,
plantear los problemas y preparar el terreno para las soluciones inteligentes
de un Newton o un Darwin. Y cada solución, a su vez, afectaba a
la labor de otros miles de investigadores modestos. Los genios no crean
la ciencia; no hacen sino acelerar el proceso de la reflexión colectiva.
El Partido bolchevique tenía un dirigente de genio, y no por accidente.
Un revolucionario de la contextura y los arrestos de Lenin sólo
podía estar al frente del partido más intrépido, capaz
de llevar sus ideas y acciones a su lógica conclusión. Pero
el genio en sí es la más rara de las excepciones. Un dirigente
genial se orienta más aprisa, aprecia la situación más
plenamente, ve más allá que los otros. Era inevitable que
se abriese una ancha sima entre el líder genial y sus más
íntimos colaboradores. Hasta puede concederse que en cierto grado
la perspicacia de Lenin actuase como freno sobre el desarrollo de la confianza
de sus colaboradores en sus propias aptitudes. Sin embargo, esto no significa
que Lenin lo fuese "todo y que el Partido sin Lenin no fuese nada. Sin
el Partido, Lenin se hubiese visto tan desvalido como Newton y Darwin sin
el trabajo científico colectivo. Por consiguiente, no se trata de
efectos especiales inherentes al bolchevismo, y producto probable de la
centralización, la disciplina, etc., sino del problema del genio
dentro del proceso histórico. Los escritores que intentan desacreditar
el bolchevismo sobre la base de que el Partido bolchevique tuvo la fortuna
de contar con un dirigente genial, no hacen otra cosa que confesar su propia
vulgaridad mental.
La dirección bolchevique hubiera llegado a encontrar el camino
recto sin Lenin, pero despacio, a costa de fricciones y luchas intestinas.
Los conflictos de clase habrían seguido condenando y rechazando
las consignas insípidas de la vieja guardia bolchevique. Stalin,
Kamenev y los demás segundones se hallaban ante la alternativa de
dar una expresión consistente a las tendencias de la vanguardia
proletaria o de desertar pasándose al otro lado de la barricada.
No hemos de olvidar que Shlyapnikov, Zalutsky y Molotov trataron de seguir
un rumbo más izquierdista desde el primer momento de la revolución.
Pero esto no quiere decir que el verdadero camino se hubiese encontrado
de todos modos. El factor tiempo desempeña un papel decisivo en
política, especialmente en una revolución. La lucha de clases
difícilmente ha de esperar indefinidamente a que los dirigentes
políticos descubran lo que procede hacer. El líder genial
es importante porque, al abreviar el plazo de aprendizaje mediante lecciones
objetivas, permite al Partido influir en el desarrollo de los acontecimientos
en el instante adecuado. Si Lenin no hubiera llegado a primeros de abril,
sin duda el Partido habría ido tanteando su ruta hasta coincidir
tal vez con la orientación señalada en sus Tesis. Pero, ¿existía
ningún otro capaz de haber preparado al Partido para el desenlace
de octubre? Esta interrogación no puede contestarse categóricamente.
Una cosa es cierta: en esta situación (que exigía oponer
resueltamente a la perezosa máquina del Partido las masas e ideas
de movimiento), Stalin no habría podido actuar con la necesaria
iniciativa creadora, y hubiera sido más bien freno que impulsor.
Su poder comenzó sólo cuando se hizo posible aparejar a las
masas con ayuda de la máquina.
Es difícil seguir el rastro de las actividades de Stalin durante
los dos meses siguientes. De pronto se vio replegado a una posición
de tercer orden. El mismo Lenin estaba ahora directamente encargado del
cuadro de redacción de Pravda casi a diario (no por intervención
desde lejos, como antes de la guerra), y Pravda marcaba el compás
a todo el Partido. Zinoviev era dueño y señor en materia
de agitación. Stalin no participaba aún en mítines.
Kamenev, algo mohíno ante la nueva política, representaba
al Partido en el Comité Ejecutivo Central del Soviet y en el terreno
-del Soviet. Stalin desapareció prácticamente de aquella
liza y apenas se le vio ni aun en Smolny. Sverdlov asumió la alta
dirección de la actividad organizadora más destacada, señalando
tareas a los activistas del Partido, tratando con los de provincias, resolviendo
conflictos. Además de sus obligaciones corrientes en Pravda y su
asistencia a las sesiones del Comité Central, se confiaron a Stalin
eventuales misiones de carácter administrativo, técnico o
diplomático, nada numerosas, por cierto. Perezoso por naturaleza,
Stalin puede trabajar a presión sólo cuando están
en juego sus propios intereses; de otro modo, prefiere fumar una pipa y
pasar el rato. Durante una temporada se sintió muy a disgusto. En
todas partes se encontraba sustituido por hombres más importantes
o mejor dotados. Su vanidad sentía en lo vivo la punzada de los
días de marzo y abril. Violando su propia integridad, fue lentamente
dando vuelta al rumbo de sus ideas. Pero, a fin de cuentas, sólo
dio media vuelta.
En la Conferencia de las organizaciones militares bolcheviques celebrada
en junio, después de los discursos políticos fundamentales
de Lenin y Zinoviev, Stalin informó sobre "el movimiento nacionalista
en los regimientos de este matiz". En el Ejército activo, influido
por el despertar de las nacionalidades oprimidas, hubo una espontánea
reagrupación de unidades armadas de acuerdo con la nacionalidad.
Así surgieron regimientos ucranianos, musulmanes, polacos, etc.
El Gobierno provisional se opuso abiertamente a esta "desorganización
del Ejército", mientras que los bolcheviques, como siempre, se pusieron
de parte de las nacionalidades oprimidas. El discurso de Stalin no se conserva;
pero difícilmente podía agregar nada nuevo.
El primer Congreso de los Soviets de toda Rusia, el 3 de junio, se
prolongó durante casi tres semanas. Los veinte o treinta delegados
bolcheviques de las provincias, perdidos entre la masa de transaccionistas,
constituían un grupo nada homogéneo y sujeto aún a
las corrientes de marzo. No era fácil acaudillarlos. En este Congreso
hizo una referencia de interés un populista a quien ya conocemos,
y que en alguna ocasión pudo observar a Koba en una cárcel
de Bakú. "Trataré de esforzarme para comprender el papel
de Stalin y Sverdlov en el Partido bolchevique -escribía Vereshchak
en el año 1928-. Mientras que Kamenev, Zinoviev, Nogin y Krylenko
se hallaban sentados a la mesa presidencial del Congreso, y Lenin, Zinoviev
y Kamenev eran los principales oradores, Sverdlov y Stalin dirigían
en silencio a la fracción bolchevique. Ellos eran la fuerza táctica.
Entonces me di cuenta por vez primera del pleno significado del hombre."
Vereshchak no estaba equivocado. Stalin era muy valioso tras la cortina,
preparando a la fracción para votar. Nunca recurrió a argumentos
de principios. Pero se daba maña para convencer a los dirigentes
de talla normal, excepcionalmente a los de provincias; si bien incluso
en esa tarea el lugar preeminente correspondía a Sverdlov, que era
presidente permanente de la fracción bolchevique en el Congreso.
Entretanto, el Ejército venía siendo objeto de una preparación
"moral" para la ofensiva, que enervaba a las masas en la retaguardia como
en el frente. La fracción bolchevique protestó resueltamente
contra aquella aventura militar y vaticinó la catástrofe.
La mayoría del Congreso apoyó a Kerensky. Los bolcheviques
decidieron responder con una manifestación callejera, pero mientras
se estudiaba el asunto se exteriorizaron diferencias de opinión.
Volodarsky, sostén principal del Comité de Petrogrado, no
estaba seguro de que los trabajadores quisieran echarse a la calle. Los
representantes de las organizaciones militares insistieron en que los soldados
no saldrían sin armas. Stalin opinó que "existía fermento
entre los soldados, pero no se advertía lo mismo entre los trabajadores";
no obstante, suponía que era necesario oponer resistencia al Gobierno.
La manifestación se acordó por último para el domingo,
10 de junio. Los transaccionistas estaban alarmados, y en nombre del Congreso
prohibieron la manifestación. Los bolcheviques se sometieron. Pero,
asustados de la mala impresión que su propio veredicto causó
entre las masas, el propio Congreso convocó una manifestación
general para el 18 de junio. El resultado fue inesperado: todas las fábricas
y todos los regimientos se presentaron con letreros bolcheviques. Aquello
fue un rudo golpe para la autoridad del Congreso. Los trabajadores y los
soldados de la capital se dieron cuenta de su propio poder. Dos semanas
más tarde intentaron hacerlo efectivo. Así se desarrollaron
los "días de julio", lindero el más importante entre las
dos revoluciones.
El 4 de mayo escribía Stalin en Pravda: "La Revolución
crece en anchura y profundidad... Las provincias marchan a la cabeza del
movimiento. Así como Petrogrado iba delante en los primeros días
de la Revolución, ahora comienza a quedarse rezagado." Exactamente
dos meses después, los "días de julio" demostraban que las
provincias iban muy a la zaga de Petrogrado. Lo que Stalin tenía
presente al escribir así eran las organizaciones, no las masas.
"Los Soviets de la capital -observaba Lenin ya en la Conferencia de abril-
dependen políticamente más del Gobierno central burgués
que los Soviets provinciales." Mientras que el Comité ejecutivo
Central trataba con todas sus fuerzas de concentrar el poder en manos del
Gobierno, los Soviets provinciales, constituidos por mencheviques y essars,
en muchos casos se incautaron de los gobiernos locales contra la voluntad
de éstos, y aun intentaron regular la vida económica. Pero
el "atraso" de las instituciones soviéticas en la capital obedecía
al hecho de que el proletariado de Petrogrado había ido tan lejos,
que el radicalismo de sus peticiones asustaba a los demócratas pequeñoburgueses.
Cuando se discutía el asunto de la manifestación de julio,
Stalin argüía que los trabajadores no tenían deseos
de refriega. Este argumento quedó desmentido por los mismos días
de julio, en que, desafiando la proscripción de los transaccionistas
y aun las advertencias del Partido bolchevique, el proletariado se volcó
en las calles, dando el hombro a la guarnición. Ambos errores de
Stalin son característicos suyos, sin duda alguna: no respiraba
el ambiente de lo s mítines obreros, no estaba en contacto con las
masas ni confiaba en ellas. La información le llegaba a través
de la máquina. Pero las masas eran incomparablemente más
revolucionarias que el Partido, que, a su vez, lo era más que sus
hombres de Comité. Como en otras ocasiones, Stalin expresaba las
inclinaciones conservadoras de la máquina del Partido, y no la fuerza
dinámica de las masas.
A primeros de julio, Petrogrado estaba ya por completo de parte de
los bolcheviques. Informando al nuevo embajador francés de la situación
actual de la capital, el periodista Claude Anet señalaba por encima
del Neva hacia el distrito de Viborg, donde estaban concentradas las fábricas
más importantes: "Allí, Lenin y Trotsky son los amos. Los
regimientos de la guarnición eran bolcheviques o vacilaban en la
misma dirección. Si Lenin y Trotsky quisieran apoderarse de Petrogrado,
¿quién podría impedírselo?" Tal pintura de
la situación era justa. Pero aún no era posible tomar el
poder porque, a pesar de lo que Stalin había escrito en mayo, las
provincias estaban a gran distancia detrás de la capital.
El 2 de julio, en la Conferencia bolchevique de todas las ciudades
rusas, donde Stalin representaba al Comité Central, dos soldados
de ametralladoras aparecieron muy excitados declarando que sus regimientos
habían acordado salir a la calle inmediatamente, armados por completo.
La Conferencia se pronunció contra tal decisión. Stalin,
en nombre del Comité Central, sostuvo este parecer de la Conferencia.
Trece años después, Pestkovsky, uno de los colaboradores
de Stalin y oposicionista contrito, recordaba esta conferencia. "Allí
conocí a Stalin. El local en que se celebraba la Conferencia no
podía albergar a todos los concurrentes; parte del público
seguía el curso de los debates desde el pasillo, a través
de la puerta abierta. Yo estaba entre aquella parte del público,
y, por consiguiente, no pude oír el informe muy bien... Stalin intervino
en nombre del Comité Central. Como hablaba en voz baja, no percibí
gran cosa de lo que dijo desde mi sitio del pasillo. Pero sí me
di cuenta de una cosa: cada frase de Stalin era tajante y rotunda, y sus
declaraciones se distinguían por la claridad con que las formulaba..."
Los miembros de la Conferencia se separaron y fueron a sus regimientos
y fábricas para disuadir a las masas de una manifestación
pública. "Alrededor de las cinco -informaba Stalin después
del suceso-, en la sesión del Comité Ejecutivo Central, declaré,
oficialmente, en nombre suyo en la Conferencia, que decidíamos no
salir." No obstante, la manifestación se efectuaba alrededor de
las seis. "¿Tenía el Partido derecho a lavarse las manos...
y quedar al margen...? Como Partido del proletariado, debimos haber intervenido
en su manifestación pública y haberle dado un carácter
pacífico y organizado, sin tender a una toma del poder por las armas."
Algo más tarde, dijo Stalin en un Congreso del Partido, a propósito
de los días de julio: "El Partido no deseaba la manifestación;
el Partido deseaba dar tiempo a que la política de la ofensiva en
el frente se desacreditara. Sin embargo, hubo manifestación, provocada
por el caos en que se hallaba el país, por las órdenes de
Kerensky y por el envío de destacamentos al frente." El Comité
Central decidió dar a la manifestación un carácter
pacífico. "A la cuestión planteada por los soldados de si
era permisible salir con armas, el Comité Central contestó
que no. Pero los soldados replicaron que no podían salir desarmados...,
que llevarían las armas solamente para su propia defensa."
Sobre este punto, sin embargo, nos encontramos con el enigmático
testimonio de Dyemyan Byendy. En un tono muy alborozado, el laureado poeta
dijo en 1929 que en las oficinas de Pravda llamaron a Stalin por teléfono
desde Kronstadt, y éste, respondiendo a lo que le preguntaban, respecto
a si saldrían con armas o sin ellas, dijo: "¿Fusiles...?
¡Vosotros sabréis! Los oficinistas siempre llevamos encima
nuestras armas, los lápices, adonde quiera que vamos. ¡En
cuanto a vosotros y vuestras armas, es cosa vuestra...!" Probablemente,
el lance está estilizado; pero se percibe un grano de verdad en
ello. Por lo general, Stalin se sentía inclinado a menospreciar
la disposición de los trabajadores y los soldados a luchar: siempre
recelaba de las masas. Pero tan pronto estallaba una trifulca, fuese en
una plaza de Tiflis, en la cárcel de Bakú o en las calles
de Petrogrado, invariablemente se inclinaba a darle el carácter
de máxima violencia posible. ¿La decisión del Comité
Central? Podía perfectamente volverse del revés por medio
de la palabra de los lápices. Con tondo, no debe exagerarse la importancia
de aquel episodio. La pregunta procedía sin duda del Comité
Central del Partido de Kronstadt. En cuanto a los marineros, habrían
salido armados de todos modos.
Sin degenerar en insurrección, los días de julio traspasaron
el marco de una simple manifestación. Hubo disparos de provocación
desde ventanas y tejados. Se produjeron algunos choques armados sin plan
ni finalidad, pero con muchos muertos y heridos. Los marineros de Kronstadt
se apoderaron accidentalmente a medias de la fortaleza de Petropavlosk
y el palacio de Taurid estuvo sitiado. Los Bolcheviques demostraron ser
los dueños de la situación, pero deliberadamente repudiaron
la insurrección como una aventura. "Podríamos haber tomado
el Poder el 3 y el 4 de julio -dijo Stalin en la Conferencia de Petrogrado-.
Pero contra nosotros se hubieran levantado los frentes, las provincias,
los Soviets. Sin el apoyo en las provincias, nuestro Gobierno hubiera estado
sin manos ni pies." Falto de una finalidad inmediata, el movimiento fue
extinguiéndose. Los trabajadores volvieron a sus fábricas
y los soldados a sus cuarteles. Quedaba el problema de la fortaleza de
Petropavlosk, que seguía ocupada por los kronstadtitas. "El Comité
Central me envió como delegado a la fortaleza -ha dicho Stalin-,
donde pude convencer a los marineros presentes para que rehuyesen el combate...
Como representante del Comité Ejecutivo Central, fui con Bogdanov
(menchevique) a ver a Kozmin (oficial comandante). Estaba preparado a luchar...
Le persuadimos a que no recurriese a la fuerza... Era evidente para mí
que el ala derecha quería sangre para dar una "lección" a
los trabajadores, soldados y marineros. Pero pudimos malograr sus deseos."
Stalin logró desempeñar con éxito su delicada misión
sólo porque no era una figura odiosa a los ojos de los transaccionistas:
el odio de éstos se dirigía hacia otras personas. Además,
era capaz como nadie de adoptar en tales negociaciones el tono de un bolchevique
moderado, que huía de los excesos y propendía a la transigencia.
Seguramente, nada dijo de su consejo a los marineros, a propósito
de "los lápices".
A pesar de la evidencia de los hechos, los transaccionistas calificaron
la manifestación de julio de sublevación armada, y acusaron
a los bolcheviques de conspirar. Cuando el movimiento había pasado
ya, llegaron del frente tropas reaccionarias. En la Prensa se publicaron
noticias basadas en los "documentos" del ministro de Justicia, Pereverzev,
según los cuales Lenin y sus colaboradores eran colaboradores declarados
del Estado Mayor alemán. Comenzaron días de calumnia, persecuciones
y tumulto. Las oficinas de Pravda fueron destruidas. Las autoridades promulgaron
una orden de detención contra Lenin, Zinoviev y otros responsables
de la "insurrección". Los burgueses y los transaccionistas, en su
Prensa, pedían, amenazadores, que los culpables se entregaran en
manos de la justicia. Hubo conferencias en el Comité Central de
los bolcheviques: ¿Comparecería Lenin ante las autoridades,
para dar franca batalla a los calumniadores, o era mejor que se ocultase?
¿Llegaría el asunto hasta un Consejo de Guerra? No faltaron
los titubeos, inevitables en medio de una solución de continuidad
tan brusca en la situación.
La cuestión de quién "salvó" a Lenin en aquellos
días y quién deseaba "hundirle" ocupa no poco espacio en
la literatura soviética, Dyemyan Bynedy dijo hace algún tiempo
que acudió precipitadamente con un coche a ver a Lenin, diciéndole
que no imitara a Cristo "entregándose por sí mismo a sus
enemigos". BronchBruyevich, el ex gerente del Sovnakon (Consejo de Comisarios
del Pueblo), contradijo en absoluto a su amigo, diciendo en la Prensa que
Dyemyan Byedny pasó aquellas horas críticas en su residencia
campestre de Finlandia. La alusión a que el honor de haber convencido
a Lenin "correspondía a otros camaradas", indica claramente que
Bronch se vio obligado a molestar a su buen amigo para dar satisfacción
a alguien más influyente.
En sus Memorias, dice Krupskaia: "El 7 de julio visité a Ilich
en su habitación del piso de los Alliluyev, en compañía
de María Ilinichna (la hermana de Lenin). En aquel preciso momento
Ilich estaba indeciso. Exponía un argumento tras otro en pro de
la necesidad de comparecer en juicio. María Ilinichna le contradijo
con vehemencia. "Gregory Zinoviev y yo hemos decidido presentarnos. Ve
a decírselo a Kamenev", me dijo Ilich. Lo hice apresuradamente.
"Despidámonos -me dijo Vladimiro Ilich-, es posible que no nos volvamos
a ver." Nos despedimos. Fui a ver a Kamenev y le di el mensaje de Vladimiro
Ilich. Por la noche, Stalin y otros disuadieron a Ilich de presentarse,
y así le salvaron la vida."
Ordzhonikidze ha descrito con más detalle estas horas de prueba.
"Comenzó la furiosa caza de nuestros dirigentes... Algunos camaradas
sostenían el punto de vista de que Lenin no debía ocultarse,
sino comparecer... Así razonaban muchos bolcheviques prominentes.
Encontré a Stalin en el palacio Taurid. Fuimos juntos a ver a Lenin..."
Lo primero que salta a la vista es el hecho de que en aquellos momentos
en que se desarrollaba "una furiosa caza de los dirigentes del Partido",
Ordzhonikidze y Stalin se encontraran tranquilamente en el palacio Taurid,
cuartel general enemigo, y salieran de allí sin quebranto. El mismo
argumento se reprodujo en el piso de Alliluyev: ¿Entregarse o esconderse?
Lenin suponía que no se le juzgaría en público. Más
categórico que los demás contra la presentación se
manifestó Stalin: "Los junkers (cadetes de la Academia Militar)
no le llevarán siquiera a la cárcel, le matarán en
el camino..." En aquel momento llegó Stassova y les informó
de un nuevo rumor: de que Lenin, según los informes del Departamento
de Policía, era un agente provocador. "Aquellas palabras produjeron
en Lenin una profundísima impresión. Contrajo nerviosamente
el rostro y declaró categóricamente que debía ir a
la cárcel." Ordzhonikidze y Nogin fueron enviados al palacio Taurid
para tratar de arrancar de los partidos del Gobierno la garantía
de que Ilich no sería linchado... por los junkers. Pero los espantados
mencheviques estaban buscando garantías para ellos mismos. Stalin,
por su parte, informó en la Conferencia de Petrogrado: "Personalmente,
planteé la cuestión de hacer una declaración a Lieber
y Anisinov (mencheviques, miembros del Comité Ejecutivo Central
del Soviet), y ellos replicaron que no podían dar garantías
de ningún género." Después de esa tentativa en el
campo enemigo, se decidió que Lenin abandonara Petrogrado y se ocultase
con toda seguridad. "Stalin se encargó de organizar la partida de
Lenin."
La razón que asistía a los adversarios de la entrega
de Lenin a las autoridades se demostró más tarde por el relato
del jefe de las tropas, general Polovtsev. "El oficial enviado a Terioki
(Finlandia) con la misión de capturar a Lenin me preguntó
si deseaba recibir a aquel caballero en una sola pieza o en varias... Le
contesté sonriendo que los detenidos suelen tratar de huir." Para
los organizadores de intrigas judiciales, no se trataba en aquel caso de
hacer "justicia", sino de atrapar a Lenin y darle muerte, dos años
más tarde hicieron en Alemania con Karl Liebnecht y Rosa Luxemburgo.
Stalin estaba aún más convencido que los otros de lo inevitable
de una sangrienta represalia; tal solución concordaba en absoluto
con su propio modo de pensar. Además, estaba lejos de inquietarse
por lo que dijese la "opinión pública". Otros, incluso el
mismo Lenin y Zinoviev, vacilaban. Nogin y Lunacharsky se pusieron en contra
de la entrega en el curso del día, después de haber sido
partidarios de ella al principio. Stalin se mantuvo con más tenacidad
que los otros, y demostró estar en lo cierto.
Veamos ahora lo que el postrer historiógrafo soviético
ha hecho de este episodio dramático. "Los mencheviques, los essar
y Trotsky, que luego se convirtió en un bandido fascista -dice una
publicación oficial de 1938-, pedían que Lenin compareciese
voluntariamente en juicio. También pensaban lo mismo los que más
tarde se han revelado como enemigos del pueblo, los mercenarios fascistas
Kamenev y Rikov. Stalin les hizo frente con tesón", etc. En realidad,
personalmente no intervine en aquellas conferencias, pues en aquellos momentos
yo me tuve que ocultar también. El 10 de julio me dirigí
por escrito al Gobierno de los mencheviques y los essars, declarando mi
completa solidaridad con Lenin, Zinoviev y Kamenev, y el 22 de julio fui
detenido. En una carta a la Conferencia de Petrogrado, Lenin consideraba
necesario hacer constar particularmente que "durante los difíciles
días de julio (Trotsky) supo estar a la altura de la situación".
Stalin no fue detenido, ni aun formalmente inculpado en este caso, por
la sencilla razón de que políticamente no existía
por lo que afectaba a las autoridades y a la opinión pública.
Durante la enconada persecución contra Lenin, Zinoviev, Kamenev,
el que esto escribe y otros, Stalin apenas fue objeto de mención
en la Prensa, auque era redactor de Pravda y firmaba sus artículos.
Nadie prestaba la más mínima atención a estos artículos,
ni se interesaba por su autor.
Lenin se escondió primero en casa de Alliluyev, y luego fue
a Sestroretsk, donde vivió con el trabajador Emelyanov, en quien
tenía plena confianza, y a quien se refiere con respeto, sin mencionar
su nombre, en uno de sus artículos. "Cuando Vladimiro Ilich partió
para Sestroretsk (la noche del 11 de julio), el camarada Stalin y yo -relata
Alliluyev- le acompañamos a la estación de Sestroretsk. Durante
su estancia en la tienda de Razliv, y después en Finlandia, Vladimiro
Ilich enviaba notas a Stalin por mediación mía de vez en
cuando. Las notas me llegaban a casa; y como había que contestarlas
inmediatamente, Stalin vino a vivir con nosotros en agosto y ocupó
la misma habitación en que había estado oculto Vladimiro
Ilich durante los días de julio." Allí, por lo visto, conoció
a su futura mujer, Nadezhda (Esperanza), hija de Alliluyev, una adolescente
a la sazón. Otro de los activistas bolcheviques veteranos, Rahia,
finés rusificado, refirió en letras de molde cómo
Lenin le encargó en cierta ocasión de "llevarle a Stalin
la siguiente noche. Me dijo que le encontraría en la redacción
de Pravda. Estuvieron hablando largo rato". Con Krupskaia, Stalin fue durante
aquella temporada un importante instrumento de enlace entre el Comité
Central y Lenin, quien indudablemente confiaba en él por completo
como conspirador precavido. Por otra parte, todo contribuía de un
modo natural a confiarle tal misión: Zinoviev estaba oculto, Kamenev
y yo en presidio, y Sverdlov encargado de la labor organizadora. Stalin
tenía más libertad que otros, y no era tan conocido de la
Policía.
Durante el período de reacción que siguió al movimiento
de julio, el papel de Stalin creció considerablemente en importancia.
Pestkovsky escribía en sus Memorias apologéticas, a propósito
de las actividades de Stalin durante el verano de 1917: "Las masas obreras
de Petrogrado no conocían apenas a Stalin entonces. Ni él
buscaba tampoco la aclamación popular. Como no tenía aptitudes
de orador, evitaba intervenir en mítines de masa. Pero no había
Conferencia del Partido ni reunión organizadora seria que transcurriera
sin un discurso político de Stalin. Por eso los activistas del Partido
le conocían bien. Cuando se suscitó la cuestión de
presentar candidatos bolcheviques de Petrogrado para la Asamblea Constituyente,
los activistas del Partido le propusieron en uno de los primeros puestos."
El nombre de Stalin en la lista de Petrogrado figuraba en sexto lugar...
Todavía en 1936, para explicar por qué Stalin no gozaba de
popularidad, seguía juzgándose necesario advertir que carecía
de "talento retórico". Hoy, semejante expresión sería
totalmente inadmisible. Stalin ha sido proclamado ídolo de los trabajadores
de Petrogrado y orador clásico. Pero es cierto que, aún no
presentándose ante las masas, Stalin, en compañía
de Sverdlov, desempeñaron en julio y agosto una labor de suma responsabilidad
en la oficina central, en reuniones y conferencias, en contactos con el
Comité de Petrogrado, etc.
En cuanto al director del Partido durante aquel lapso, Lunacharsky
escribía en 1923: "...Hasta los días de julio, Sverdlov estuvo,
por decirlo así, en la oficina central de los bolcheviques, encargado
de todo, con Lenin, Zinoviev y Stalin. Durante los días de julio
se puso a la cabeza." Así es la verdad. En medio de la dura ofensiva
que se abatió sobre el Partido, aquel hombrecillo moreno, con sus
lentes, se comportaba como si nada hubiera pasado. Continuó señalando
a cada cual su respectiva tarea, animaba a los que lo requerían,
daba consejos, y cuando hacía falta, también órdenes.
Era el auténtico "secretario general" del año revolucionario,
aunque no llevara ese título. Pero era el secretario de un Partido
cuyo líder político indiscutible, Lenin, permanecía
en la clandestinidad. Desde Finlandia, Lenin escribía artículos,
cartas, minutas de resoluciones, sobre las cuestiones políticas
fundamentales. Aunque el hecho de hallarse alejado le condujese no raras
veces a errores de táctica, ello le permitía definir con
tanta mayor seguridad la estrategia del Partido. La dirección cotidiana
recaía sobre Sverdlov y Stalin, y sobre los miembros más
influyentes del Comité Central que permanecían en libertad.
El movimiento de masas, entretanto, había disminuido mucho. La mitad
del Partido se había acogido a la ilegalidad. En correspondencia,
había crecido la preponderancia de la máquina. Dentro de
la máquina, el papel de Stalin se amplió automáticamente.
Esta ley rige invariablemente a lo largo de toda su biografía política,
y forma, como si dijéramos, su venero principal.
En los días 21 y 22 de julio se celebró en Petrogrado
una conferencia de importancia excepcional, que permaneció ignorada
de las autoridades y de la Prensa. Después del trágico fracaso
de la arriesgada ofensiva, comenzaron a llegar a la capital, cada vez con
más frecuencia, delegados del frente, con protestas contra la supresión
de libertades en el Ejército y contra la prosecución de la
guerra. No fueron admitidos ante el Comité Ejecutivo Central, porque
los transaccionistas nada tenían que decirles. Los soldados que
venían del frente se conocieron lino unos a otros en los pasillos
y en las antesalas, y cambiaban impresiones sobre los magnates del Comité
Ejecutivo Central con vigorosas palabras de soldados. Los bolcheviques,
que tenían habilidad para introducirse por todas partes, aconsejaron
a los enfurecidos delegados que se entrevistasen con los trabajadores,
los soldados y los marineros de la capital. La conferencia así provocada
reunió a representantes de 29 regimientos del frente, de 90 fábricas
de Petrogrado, de marineros de Kronstadt y de varias guarniciones circunvecinas.
Los soldados del frente hablaron de la estúpida ofensiva, de la
matanza, y de la colaboración entre los comisarios transaccionistas
y los oficiales reaccionarios, que se habían vuelto de nuevo arrogantes.
Aunque la mayoría de los soldados del frente continuaban considerándose
essars, la enérgica resolución propuesta por los bolcheviques
se aprobó por unanimidad. Desde Petrogrado, los delegados regresaron
a las trincheras como agitadores incomparables para una revolución
de trabajadores y campesinos. Podría parecer que los papeles de
dirección en la organización de esta notable Conferencia
correspondieron a Sverdlov y Stalin.
La Conferencia de Petrogrado, que en vano había intentado disuadir
a las masas de manifestarse, se prolongó, después de una
larga interrupción, hasta la noche del 20 de julio. El curso de
sus actividades arroja considerable luz sobre la labor de Stalin y su puesto
en el Partido. La dirección de organización en nombre del
Comité Central corría a cargo de Sverdlov, quien sin pretensiones
ni falsa modestia dejó la esfera de las teorías y las cuestiones
importantes de política a otros. La conferencia se ocupó
principalmente de examinar la situación política derivada
del desastre de julio. Volodarsky, miembro prominente del Comité
de Petrogrado, declaró al empezar: "En este momento sólo
Zinoviev puede informar... Sería bueno oír a Lenin..." Nadie
mencionó a Stalin. La Conferencia, interrumpida bruscamente por
el movimiento de masas, no se reanudó hasta el 6 de julio. Pero
entonces, Zinoviev y Lenin estaban escondidos, y el informe fundamental
sobre política correspondió a Stalin, en sustitución
de Zinoviev. "A mi parecer -dijo-, de momento, la contrarrevolución
nos ha vencido. Estamos aislados, traicionados por los mencheviques y los
essars, que se han confabulado..." El punto principal para el informante
era la victoria de la contrarrevolución burguesa. Sin embargo, era
un triunfo inestable; mientras la guerra continuase, mientras el colapso
económico no se hubiera superado, mientras los campesinos no hubieran
recibido su parte de tierra, "habría seguramente crisis, las masas
se echarán una y otra vez a la calle y, además, tendremos
choques violentos. El período apacible de la revolución ha
pasado...". De ahí que la consigna: "Todo el Poder para los Soviets",
no fuese ya práctica. Los Soviets Transaccionistas habían
ayudado a la contrarrevolución burguesa militarista a aplastar a
los bolcheviques y a desarmar a los obreros y a los soldados, y de ese
modo habían perdido su derecho al Poder. La víspera misma
habrían podido apartar al Gobierno provisional con un simple decreto;
dentro de los Soviets, los bolcheviques podrían haberse asegurado
el Poder en sencillas elecciones parciales. Pero aquello no era ya posible.
Ayudada por los transaccionistas, la contrarrevolución se había
pertrechado. Los Soviets no eran más que una mera pantalla de la
contrarrevolución. ¡Sería bobo pedir el Poder para
esos Soviets! "No es la institución lo que importa, sino la política
de clase que desarrolle." La conquista pacífica del Poder había
dejado de ser cuestión discutible. No cabía ya más
que prepararse para un alzamiento armado, que se haría posible tan
pronto como los aldeanos más humildes, y con ellos los soldados
de los frentes, se aliasen con los trabajadores. Pero esta atrevida perspectiva
estratégica iba seguida de una directiva táctica en extremo
prudente para el período inmediato. "Nuestra tarea es reunir fuerzas,
reforzar las organizaciones ya existentes, y prevenir a las masas contra
manifestaciones prematuras: Esta es la línea táctica general
del Comité Central."
Aunque muy elemental en la forma, este informe contenía un estudio
completo de la situación desarrollada en los últimos días.
Los debates agregaron poca cosa al contenido del informe. En 1927, el Consejo
de edición de las actas consignaba: "Las proposiciones básicas
de este informe se han convenido con Lenin y trazado de acuerdo con el
artículo de Lenin, Tres crisis, que aún no ha habido ocasión
de editar." Además, los delegados sabían, seguramente por
mediación de Krupskaia, que Lenin había escrito tesis especiales
para el informante. "El grupo de los asistentes a la conferencia -dicen
las actas- solicitó que las tesis de Lenin se hicieran públicas.
Stalin manifestó que las tesis no estaban en su poder..." La petición
de los delegados era bien comprensible: el cambio de orientación
era tan radical que deseaban oír la auténtica voz de su líder.
Pero lo que no se comprende es la contestación de Stalin: Si había
dejado las tesis en casa, pudo haberlas presentado en la siguiente sesión;
sin embargo, las tesis no aparecieron nunca. La impresión así
creada fue la de que se habían sustraído a la Conferencia.
Aún es más sorprendente el hecho de que las "tesis de julio",
al contrario de todos los demás documentos escritos por Lenin en
la clandestinidad, no se hayan publicado hasta la fecha. Como el único
ejemplar estaba en posesión de Stalin, es de presumir que las perdiera.
Sin embargo, él mismo nada dice de haberlas extraviado. El Consejo
de edición mencionó expresamente la suposición de
que las tesis de Lenin estuvieran redactadas con sujeción al espíritu
de sus artículos Tres crisis y Sobre consignas, escritos antes de
la Conferencia, pero publicados después en Kronstadt, donde seguía
habiendo todavía libertad de Prensa.
En efecto, una yuxtaposición de textos demuestra que el informe
de Stalin no era más que una sencilla exposición de ambos
artículos, sin una sola palabra de su propia cosecha. Evidentemente,
Stalin no había leído los artículos e ignoraba su
existencia; pero se sirvió de las tesis, que eran idénticas
a los artículos en cuanto a contenido, y esta circunstancia explica
suficientemente por qué el informante "olvidó" llevar las
tesis de Lenin a la Conferencia y por qué no se ha conservado el
documento. El carácter de Stalin hace esta hipótesis no solamente
admisible, sino probable.
Dentro del Comité de la Conferencia, donde se agitaba una furiosa
contienda, Volodarsky, que se negó a admitir que la contrarrevolución
había logrado un triunfo decisivo en julio, consiguió atraerse
a la mayoría. La resolución que salió entonces del
Comité no fue ya defendida por Stalin ante la Conferencia, sino
por Volodarsky. Stalin no solicitó informe de minoría, ni
tomó parte en el debate. Entre los delegados había confusión.
Al cabo, la resolución de Volodarsky fue apoyada por 28 delegados
contra 3 y 28 abstenciones. El grupo de los delegados de Viborg explicó
su abstención por el hecho de que "las tesis de Lenin no se había
hecho públicas, y la resolución no había sido defendida
por el informante". La alusión a la ocultación indebida de
las tesis no puede ser más clara. Stalin nada dijo. Había
sufrido una doble derrota, pues además de suscitar descontento ocultando
las tesis, no había podido conseguir para ellas mayoría.
En cuanto a Volodarsky, seguía defendiendo en sustancia el esquema
bolchevique para la Revolución del año 1905: primero, la
dictadura democrática; luego, la inevitable ruptura con el campesinado;
y, en el caso de triunfar el proletariado en el Oeste, la lucha por la
dictadura socialista. Stalin, con la ayuda de Molotov y de otros varios,
defendió la nueva concepción de Lenin: la dictadura del proletariado,
con el concurso de los campesinos más pobres, era lo único
que podía asegurar la solución de las tareas de la revolución
democrática y al mismo tiempo abrir la era de las transformaciones
sociales. Stalin tenía razón oponiéndose a Volodarsky,
pero no supo demostrarlo. En cambio, al negarse a reconocer que la contrarrevolución
burguesa hubiera ganado una victoria decisiva, Volodarsky demostró
estar más en lo cierto que Lenin y Stalin. Aquel debate estaba destinado
a reproducirse en el Congreso del Partido varios días después.
La Conferencia terminó aprobando una proclama escrita por Stalin:
"A todos los trabajadores", que decía, entre otras cosas: "... Los
corrompidos mercenarios y cobardes calumniadores osan acusar abiertamente
a los dirigentes de nuestro Partido de "traición...". ¡Nunca
como ahora han sido los nombres de nuestros dirigentes tan queridos y tan
familiares a la clase trabajadora como en este momento, en que la imprudente
chusma burguesa lanza contra ellos fango! Aparte Lenin, las principales
víctimas de la persecución y de la calumnia eran Zinoviev,
Kamenev v el que esto escribe. Estos nombres eran especialmente caros a
Stalin "cuando la chusma burguesa" lanzaba fango contra ellos.
La Conferencia de Petrogrado fue como una especie de ensayo general
para el Congreso del Partido que se reunió el 27 de julio. Por entonces,
casi todos los Soviets del distrito de Petrogrado estaban en manos de los
bolcheviques. En los centros de los Sindicatos, lo mismo que en los Comités
de fábricas y almacenes, la influencia de los bolcheviques había
llegado a dominar. Los preparativos de organización del Congreso
estaban concentrados en manos de Sverdlov. La preparación política
derivaba de Lenin, desde su escondite ilegal. En las cartas al Comité
Central y publicadas en la Prensa bolchevique, que comenzaba a publicarse
de nuevo, dilucidaba la situación bajo diversos aspectos. él
fue quien redactó las minutas de las resoluciones fundamentales
para el Congreso, pesando con cuidado todos los razonamientos en entrevistas
efectuadas clandestinamente con los diversos informantes.
El Congreso se denominó de "Unificación", porque en él
había de tener lugar la fusión en el Partido de la organización
común a los distritos de Petrogrado (Mezhrayonnaya), a la que pertenecían
Joffe, Uritsky, Ryazanov, Lunacharsky, Pokrovsky, Manuilsky, Yurenev, Karajan
y el autor, así como otros revolucionarios que de un modo u otro
se incorporaron a la historia de la Revolución soviética.
"Durante los años de la guerra -dice una nota de pie de página
en las obras de Lenin-, los de la organización interdistritos (Mezhrayontsy)
estuvieron muy en contacto con el Comité bolchevique de San Petersburgo."
En la época del Congreso, la organización sumaba unos cuatro
mil trabajadores.
Noticias del Congreso, que se reunió semilegalmente en dos diferentes
distritos obreros, se publicaron en los periódicos. En los círculos
gubernamentales se habló de disolverlo. Pero, al llegar a los hechos,
Kerensky decidió que era mejor dejar tranquilo el distrito de Viborg.
En cuanto al público en general, no conocía a los organizadores
del Congreso. Entre los bolcheviques asistentes al mismo, que después
se hicieron famosos, se cuentan Sverdlov, Bujarin, Stalin, Molotov, Vorochilov,
Ordzhonikidze, Yurenev, Manuilsky... La mesa presidencial estaba formada
por Sverdlov, Olmisky, Lomov, Yurenev y Stalin. Aun así, con las
figuras más destacadas del bolchevismo ausentes, figura Stalin en
último lugar. El Congreso resolvió enviar saludos a "Lenin,
Trotsky, Zinoviev, Lunacharsky, Kamenev, Kollontai y a todos los demás
camaradas detenidos o perseguidos". Estos fueron elegidos para la presidencia
de honor. La edición de 1938 sólo registra la elección
de Lenin.
Sverdlov informó sobre la labor de organización del Comité
Central. Desde la Conferencia de abril, el Partido había aumentado
de 80.000 a 240.000 miembros, es decir, había triplicado la cifra.
Este crecimiento bajo los golpes de julio, era reconfortante. Asombrosa
por su insignificancia era la circulación conjunta de la Prensa
bolchevique: ¡sólo 320.000 ejemplares para un país
tan inmenso! Pero la exaltación revolucionaria es eléctrica:
las ideas bolcheviques se abrieron paso en la conciencia de millones.
Stalin repitió dos de sus informes, sobre la actividad política
del Comité Central y sobre el estado del país. Refiriéndose
a las elecciones municipales, en las que los bolcheviques lograron alrededor
del veinte por ciento de los votos en la capital, Stalin manifestó:
"El Comité Central... hizo lo posible por luchar, no sólo
contra los cadetes, fuerza de la contrarrevolución, sitio también
contra los mencheviques y los essars, quienes de grado o por fuerza iban
a la zaga de los cadetes." Mucha agua había pasado por el puente
desde los días de la Conferencia de marzo, cuando Stalin había
considerado a mencheviques y essars como parte de "la democracia, revolucionaria"
y confiando en los cadetes para "consolidar" las conquistas de la Revolución.
Contra la costumbre, las cuestiones relativas a la guerra, al patriotismo
socialista, al colapso de la II Internacional y a los grupos dentro del
socialismo mundial, se excluyeron del informe político y se confiaron
a Bujarin, ya que Stalin no sabía desenvolverse en materia de política
internacional. Bujarin manifestó que la campaña por la paz
mediante "presión" sobre el Gobierno provisional y los otros Gobiernos
de la Entente había resultado infructuosa por completo, y que solo
la caída del Gobierno provisional podía traer consigo un
modo rápido de liquidar democráticamente la guerra. Después
de intervenir Bujarin, Stalin hizo un informe sobre las tareas del Partido.
Los debates versaron conjuntamente sobre amos informes, aunque pronto se
advirtió que los dos informantes no se hallaban de acuerdo.
"Algunos camaradas han opinado -decía Stalin- que porque el
capitalismo está poco desarrollado en nuestro país es una
utopía plantear el problema de la revolución socialista.
Hubieran tenido razón de no haber habido guerra, ni desplome, de
no haberse desmoronado hasta los cimientos mismos de la economía
nacional. Pero hoy, esas cuestiones de intervención en la esfera
económica se plantean en todos los países como cuestión
imperativa..." Además, "en ninguna parte tenían los trabajadores
organizaciones tan vastas como los Soviets... Todo esto excluye la posibilidad
de que las masas obreras renuncien a intervenir en la vida económica.
Ahí radica el fundamento realista para plantear la cuestión
de la revolución socialista en Rusia."
Durante los debates, Bujarin trató en parte de defender el viejo
esquema bolchevique: en la primera revolución, el proletariado ruso
marcha unido con el campesino, en nombre de la democracia; en la segunda
revolución, unido con el proletariado de Europa, en nombre del socialismo.
"¿Cuál es el sentido de la perspectiva de Bujarin? -replicó
Stalin-. Según él estamos trabajando por una revolución
campesina durante la primera fase. Pero eso... no puede menos de coincidir
con la revolución de los trabajadores. Es imposible que la clase
obrera, vanguardia de la revolución, deje de combatir, además,
por sus propias reivindicaciones. Por eso considero el esquema de Bujarin
inconsistente." Esto era rigurosamente cierto. La revolución campesina
no podía ganar sino colocando al proletariado en el Poder. El proletariado
no podía tomarlo sin iniciar la revolución socialista. Stalin
empleó contra Bujarin las mismas reflexiones que, expuestas por
primera vez en los comienzos de 1905, fueron calificadas de "utópicas"
hasta abril de 1917. Pero a los pocos años, Stalin habría
de olvidar tales argumentos por él defendidos en el VI Congreso;
en su lugar, juntamente con Bujarin habría de revivir la fórmula
de la "dictadura democrática", que desempeñaría importante
papel en el programa del Komintern y tendría una influencia fatal
en el movimiento revolucionario de China Y de otros países.
En una publicación de 1938, relativa al VI Congreso, leemos:
"Lenin, Stalin, Sverdlov, Dzerzhinsky y otros, fueron elegidos miembros
del Comité Central." Sólo tres difuntos se citan al lado
de Stalin. Sin embargo, las actas del Congreso nos informan que se eligieron
21 miembros y 10 suplentes para el Comité Central. Por la semiilegalidad
en que se hallaba el Partido, los nombres de las personas elegidas por
voto secreto, no se dieron a conocer en el Congreso, con excepción
de los cuatro que obtuvieron el número mayor de votos, Lenin, 133
de un posible 134; Zinoviev, 132; Kamenev, 131. Además, fueron elegidos
los siguientes: Nogin, Kollontai, Stalin, Sverdlov, Rikov, Bobnov, Artem,
Uritsky, Milutin, Berzin, Dzerzhinsky, Kerestinsky, Muranov, Smilga, Sokolnikov
y, Sha'umyan. Los nombres se han ordenado según el número
de votos recibidos. Los de ocho suplentes, a saber: Lomov, Joffe, Strassova,
Yakovieva, Dzhaparidze, Kisselev, Preobrazhenky y Skrypink, se han podido
reconstituir definitivamente.
El Congreso terminó sus sesiones el 3 de agosto. Al siguiente
día salió de la cárcel Kamenev. Desde entonces, no
sólo habló regularmente en instituciones soviéticas,
sino que ejerció una influencia inconfundible sobre la política
general del Partido y sobre la personalidad de Stalin. Aunque en diverso
grado ambos se habían adaptado a la nueva línea, no les era
fácil liberarse de sus propios hábitos mentales. Siempre
que podía, Kamenev redondeaba las agudas aristas de la política
de Lenin. Stalin no hacía objeciones; sencillamente se mantenía
a cubierto de posibles daños. Un conflicto abierto surgió
corno resultado de la Conferencia socialista de Estocolmo, convocada a
la iniciativa de los socialdemócratas alemanes. Los patriotas transaccionistas
rusos, inclinados a agarrarse a un clavo ardiendo, vieron en aquella Conferencia
una oportunidad excelente para "luchar por la paz". Pero Lenin, que había
sido acusado de inteligencia con el Estado Mayor alemán, se declaró
resueltamente opuesto a toda participación en tal empresa, patrocinada
sin posible duda por el Gobierno alemán. En la sesión del
Comité Ejecutivo Central del 6 de agosto, Kamenev se manifestó
partidario de intervenir en la Conferencia. Stalin no pensó siquiera
en defender la posición del Partido en el Proletariom (que era entonces
el nombre de Pravda); lejos de eso, retuvo sin publicar un enérgico
artículo de Lenin contra Kamenev, que no apareció sino diez
días más tarde, y sólo por insistentes demandas de
su autor, reforzadas por su apelación a otros miembros del Comité
Central. Sin embargo, aun entonces, Stalin no se puso francamente de parte
de Kamenev.
Inmediatamente después de la liberación de Kamenev, el
ministro democrático de Justicia hizo correr un rumor que le acusaba
de mantener ciertas relaciones con la policía secreta del zar. Kamenev
solicitó una investigación. El Comité Central encargó
a Stalin "discutir con Gotz (uno de los dirigentes essars) el caso de Kamenev".
Ya en otras ocasiones se le habían confiado gestiones análogas:
"discutir con el menchevique Bogdanov el caso de los kronstadtitas", "discutir"
con el menchevique Anissimov el asunto de las garantías para Lenin.
Como permanecía detrás del escenario, Stalin estaba mejor
situado que otros para toda clase de misiones escabrosas. Además,
el Comité Central siempre estaba seguro de que discutiendo con adversarios,
Stalin no se dejaría engañar por nadie.
"El silbido de reptil de la contrarrevolución -escribía
Stalin el 13 de agosto, refiriéndose a la calumnia contra Kamenev-
va haciéndose oír otra vez. La odiosa serpiente de la reacción
proyecta de nuevo sus venenosos colmillos desde detrás de la esquina.
Y después de morder, volverá a recogerse en su tenebroso
cubil...", y así, sucesivamente, en el estilo de los "camaleones"
de Tiflis. Pero el artículo es interesante, no sólo por su
estilo. "La infame añagaza, la bacanal de mentiras y calumnias,
la desvergonzada defraudación, el fraude y la falsificación
de baja estofa -continuaba el autor- alcanzan proporciones hasta ahora
desconocidas en la historia... Al principio trataron de manchar a las probadas
figuras revolucionarias con el dictado de espías alemanes, y, visto
su fracaso, pretenden convertirlos ahora en espías zaristas. Así
intentan estigmatizar a quienes llevan dedicando toda su vida consciente
a la causa de la lucha revolucionaria contra el régimen zarista...
como lacayos del zarismo... La intención política de todo
ello es evidente: los jefes de la contrarrevolución están
decididos a toda costa a incapacitar a Kamenev y a extirparlo en su calidad
de uno de los líderes reconocidos del proletariado revolucionario."
Es una pena que este artículo no figurase en el material del fiscal
Vichinsky durante la causa contra Kamenev en 1936.
La reanimación del movimiento de masas y la vuelta a la actividad
de los miembros del Comité Central que habían estado temporalmente
alejados de ella, naturalmente desalojó a Stalin de la posición
de prominencia en que había permanecido durante el Congreso de julio.
Desde entonces, sus actividades se desenvolvieron en la oscuridad, desconocido
de las masas, inadvertido por el enemigo. En 1924, la Comisión de
historia del Partido publicó una copiosa crónica de la Revolución
en varios volúmenes. Las 422 páginas del IV tomo, que tratan
de agosto a septiembre, registran todos los sucesos, ocurrencias, disputas,
resoluciones, discursos, artículos, etc., que en algún sentido
merecen anotarse. Sverdlov, entonces prácticamente desconocido,
aparece citado tres veces en dicho volumen; Kamenev, 46 veces; yo, que
estuve todo el mes de agosto y los primeros días de septiembre preso,
31 veces; Lenin, que estaba oculto, 16 veces; Zinoviev, que compartió
la suerte de Lenin, 6 veces; Stalin no se menciona una sola vez. Su nombre
no se incluye siquiera en el índice de 500, aproximadamente, que
lleva el libro. En otras palabras, en el transcurso de aquellos dos meses,
la Prensa no se ocupó de nada de cuanto hiciera, ni de un solo discurso
que pronunciara, y ni uno solo de los participantes más o menos
destacados en los acontecimientos de aquellos días le nombró
siquiera una vez.
Afortunadamente, es posible seguir el papel de Stalin en la vida del
Partido, o más bien de su plana mayor, examinando más o menos
detenidamente las actas del Comité Central relativas a siete meses
(agosto de 1917 a febrero de 1918), pues se han conservado, aunque ciertamente
incompletas. Durante la ausencia de los dirigentes políticos, Milutin,
Smilga, Glebov, figuras de escasa influencia, pero más aptas para
presentarse en público que Stalin, actuaban como delegados en conferencias
y congresos. El nombre de Stalin rara vez suena en decisiones del Partido.
Uritsky, Sokolnikov y Stalin fueron delegados para organizar un Comité
de elecciones a la Asamblea Constituyente. Los mismos tres recibieron encargo
de redactar la "resolución de la Conferencia de Estocolmo". Stalin
fue delegado para negociar con una imprenta acerca de la reaparición
del órgano central. También figuró en otro Comité
para redactar una resolución, etc. Después del Congreso de
julio, se aprobó una moción de Stalin para organizar el trabajo
del Comité Central con sujeción al principio de "estricta
asignación de funciones". Sin embargo, tal moción fue más
fácil de aprobar que de llevar a la práctica: la marcha de
los acontecimientos hizo que continuaran confundidas las funciones y trastocadas
las decisiones. El 2 de septiembre el Comité Central designó
Consejos le redacción para el semanario y el diario, y en ambos
figuraba Stalin. El 6 de septiembre (después de salir yo de la cárcel),
Stalin y Riazanov fueron sustituidos en el Consejo de redacción
del periódico teórico por Kamenev y por mí. Pero aquella
decisión no pasó tampoco de las actas. En realidad, ambas
publicaciones no editaron más que un número cada una, y el
Consejo de redacción efectivo fue distinto por completo del designado.
El 5 de octubre, el Comité Central nombró un Comité
para redactar un esbozo de programa del Partido con destino a la Convención
inmediata. Componíamos aquel Comité, Lenin, Bujarin, yo,
Kamenev, Sokolnikov y Kollontai. Stalin no fue incluido en él, no
porque hubiese oposición a su candidatura, sino simplemente porque
a nadie se le ocurría su nombre cuando se trataba de redactar un
documento teórico del Partido de gran importancia. Pero el Comité
de programas no se reunió ni una sola vez. Había tareas muy
distintas en el orden del día. El Partido venció en la insurrección
y llegó al Poder sin un programa definido. Aun en las cuestiones
puramente de Partido, los acontecimientos no encontraron siempre gente
a la altura de la perspicacia y de los planes de la jerarquía del
Partido. El Comité Central designaba Consejos de redacción,
Comités, grupos de tres, de cinco, de siete, que, antes de poder
reunirse, quedaban desbaratados por nuevos sucesos, y cada cual se olvidaba
de lo resuelto el día anterior. Además, por razones de conspiración,
las actas se mantenían bien escondidas, y nadie hacía a ellas
la menor alusión.
Algo extrañas eran las ausencias de Stalin, relativamente frecuentes.
Faltó seis veces en veinticuatro sesiones del Comité Central,
durante agosto, septiembre y la primera semana de octubre. La lista de
participantes en otras sesiones, no aparece. Esta falta de puntualidad,
es tanto más inexcusable en Stalin cuanto que no intervino en la
labor del Soviet y de su Comité Ejecutivo Central, ni habló
nunca en reuniones públicas. Evidentemente, él no daba entonces
a su propia participación en las sesiones del Comité Central
la importancia que hoy se le atribuye. En varios casos, su ausencia se
explica, sin duda, por susceptibilidad e irritación: siempre que
no puede imponer su criterio se siente inclinado a pasar el berrinche escondido
y pensando en el desquite. Es de interés el orden en que se reseña
en las actas la asistencia de los miembros del Comité Central: 13
de septiembre: Trotsky, Kamenev, Stalin, Sverdlov y otros; 15 de septiembre:
Trotsky, Kamenev, Rikov, Nogin, Stalin, Sverdlov y otros; 20 de septiembre:
Trotsky, Uritskl, Bubnov, Bujarin y otros (Stalin y Kamenev, ausentes);
21 de septiembre: Trotsky, Kamenev, Stalin, Sokolnikov y otros; 23 de septiembre:
Trotsky, Kamenev, Zinoviev, etc. (Stalin, ausente). El orden de los nombres
no estaba regulado, naturalmente, en ocasiones, se alteraba. Pero no es
casual, especialmente cuando se considera que en el período anterior
el nombre de Stalin, figuraba a veces en primer término. Claro es
que éstas son cuestiones triviales. Pero nada de más importancia
puede encontrarse con relación a Stalin; además, estas menudencias
reflejan imparcialmente la vida diaria del Partido y el lugar que en ella
ocupaba Stalin.
Cuanto mayor campo abarcaba el movimiento, más pequeña
era la posición de Stalin dentro de él, y más difícil
que destacase entre los miembros habituales del Comité Central.
En octubre, el mes decisivo del año decisivo, Stalin descolló
aún menos que de ordinario. El Comité Central truncado, su
única base sustancial, estuvo exento de confianza en sí mismo
durante esos meses. Sus decisiones quedaban con demasiada frecuencia anuladas
por la iniciativa de fuera. En junto, la máquina del Partido no
se vio nunca firmemente cimentada en el torbellino revolucionario. Cuanto
más amplia y profunda era la influencia de las consignas bolcheviques,
tanto más difícil era para los hombres del Comité
captar el movimiento. A medida que los Soviets iban cayendo bajo la influencia
del Partido, la máquina iba quedándose más falta de
sitio. ésa es una de las paradojas de la revolución.
Transfiriendo a 1917 situaciones que cristalizaron, mucho después,
cuando las aguas de la marea habían refluido a su cauce, muchos
historiadores, aun de los más concienzudos, se expresan como si
el Comité Central hubiera encarrilado directamente la política
del Soviet de Petrogrado, que se hizo bolchevique a principios de septiembre.
En realidad, no sucedió así. Las actas muestran de modo indiscutible
que con excepción de algunas sesiones plenarias, en las que Lenin,
Zinoviev y yo participamos, el Comité Central no intervino políticamente.
No asumió la iniciativa en ningún asunto de importancia.
Muchas decisiones del Comité Central de aquella fecha quedaron flotando
en el aire, por haber chocado con las decisiones del Soviet. Las resoluciones
más importantes de éste se transformaban en acción
antes de que el Comité Central tuviera tiempo de estudiarlas Sólo
después de conquistado el Poder, terminada la guerra civil y establecido
un régimen estable, podría ir al Comité Central empezando
a concentrar la dirección de la actividad soviética en sus
manos. Entonces le llegaría el turno a Stalin.
El 8 de agosto, el Comité Central emprendió una vigorosa
campaña contra la Conferencia del Gobierno convocada por Kerensky
en Moscú, y descaradamente amañada en provecho de la burguesía.
La Conferencia se inauguró el 12 de agosto bajo la tensión
de la huelga general que traducía la protesta de los trabajadores
de Moscú. Al no ser admitidos en la Conferencia, los bolcheviques
encontraron un medio más eficaz de exhibir su fuerza. La burguesía
estaba asustada y furiosa. Habiéndose rendido Riga a los alemanes
el 21, el comandante en jefe, Kornilov, inició su marcha sobre Petrogrado
el 25, con el propósito de instaurar una dictadura personal. Kerensky,
que se había equivocado en sus cálculos respecto a Kornilov,
declaró al comandante en jefe "traidor a la patria". Incluso en
aquel momento crítico, el 27 de agosto, Stalin no compareció
en el Comité Ejecutivo Central del Soviet. Sokolnikov se presentó
allí en nombre de los bolcheviques. Hizo constar que los bolcheviques
estaban dispuestos a tratar de las medidas militares procedentes con los
órganos de la mayoría del Soviet. Los mencheviques y los
essars aceptaron la oferta, dando las gracias y rechinando los dientes,
porque los soldados y los trabajadores seguían ahora a los bolcheviques.
La rápida e incruenta liquidación del motín de Kornilov
restauraron por completo el Poder que los Soviets habían perdido
parcialmente en julio. Los bolcheviques volvieron a exhibir la consigna
de "Todo el Poder para los Soviets". En la Prensa, Lenin propuso un arreglo
a los transaccionistas: que los Soviets se incautasen del Poder y garantizasen
completa libertad de propaganda, y los bolcheviques se mantendrían
en absoluto dentro de la legalidad soviética. Los transaccionistas,
belicosos, rehusaron pactar con los bolcheviques, y siguieron buscando
sus aliados en la derecha.
La despótico repulsa de los transaccionistas sólo sirvió
para fortificar a los bolcheviques. Como en 1905, la preponderancia que
la primera oleada revolucionaria aportó a los mencheviques se disipó
pronto en la atmósfera de la aleccionadora lucha de clases. Pero
en oposición a la tendencia observada en la primera Revolución,
el crecimiento del bolchevismo correspondía ahora más bien
a la subida que a la declinación del movimiento de masas. El mismo
proceso esencial adoptaba forma distinta en los pueblos: del partido Essar,
dominante entre el campesinado, se desgajó un ala izquierda, que
trató de ir al compás de los bolcheviques. Las guarniciones
de las ciudades grandes estaban casi por completo del lado de los trabajadores.
"Realmente, los bolcheviques trabajaron con afán y sin descanso
-atestiguaba Sujanov, menchevique izquierdista-. Estaban entre las casas,
junto al torno, diariamente, de contrato... La masa vivía y respiraba
con los bolcheviques. Estaba en las manos del Partido de Lenin y Trotsky."
En las manos del Partido, pero no en las manos de la máquina del
Partido.
El 31 de agosto, el Soviet de Petrogrado aprobó, por primera
vez, una resolución política de los bolcheviques. Decididos
a no ceder, los transaccionistas determinaron probar de nuevo su fuerza.
Nueve días después la cuestión se dilucidó
en el Soviet. La antigua presidencia y la política de coalición
obtuvieron 414 votos frente a 519 y 67 abstenciones. Los mencheviques y
los essars recogían la cosecha de su política de pactos con
la burguesa. Los Soviets dieron la bienvenida al nuevo Gobierno de coalición
que organizaron con un acuerdo que di a conocer yo como nuevo presidente.
"El nuevo Gobierno... entrará en la historia de la revolución
como el Gobierno de la guerra civil... El Congreso de los Soviets en Rusia
organizará un Gobierno genuinamente revolucionario." Aquélla
era una declaración franca de guerra a los transaccionistas que
habían rechazado nuestra propuesta de "transacción".
La Conferencia llamada democrática, convocada por el Comité
Ejecutivo Central del Soviet, ostensiblemente para contrarrestar la Conferencia
del Gobierno, pero en realidad para sancionar la misma vieja coalición
desacreditada, comenzó en Petrogrado el 14 de septiembre. Los transaccionistas
perdían los estribos. Unos días antes, Krupskaia fue secretamente
a ver a Lenin a Finlandia. En un vagón de ferrocarril lleno de soldados,
no se hablaba de coalición, sino de insurrección. Cuando
le referí a Ilich esta conversación de los soldados, se quedó
pensativo; después, se hablara de lo que se hablase, aquella expresión
preocupada no se borró de su cara. Era evidente que estaba diciendo
una cosa y pensando en otra muy distinta: en la insurrección y en
el modo de prepararse para ella.
El día en que se inauguró la Conferencia democrática
(el más necio de todos los seudoparlamentos de la democracia), Lenin
escribió al Comité Central del Partido sus famosas cartas
Los bolcheviques deben tomar el Poder y El marxismo y la insurrección.
Esta vez pedía que se actuara inmediatamente: sublevación
de regimientos y fábricas, detención del Gobierno y de la
Conferencia democrática, e incautación del Poder. Naturalmente,
el plan no podía llevarse a efecto aquel mismo día; pero
orientó el pensamiento y la actividad del Comité Central
hacia nuevos rumbos. Kamenev insistió en que se rechazara categóricamente
la proposición de Lenin... ¡por desastrosa! Temiendo que estas
cartas pudieran circular por el Partido lo mismo que en el Comité
Central, Kamenev consiguió reunir seis votos en favor de que se
destruyeran todos los ejemplares, salvo el destinado a los archivos. Stalin
propuso "enviar las cartas a las más importantes organizaciones
y sugerir que se discutieran". El comentario más moderno pone de
relieve que la finalidad de la proposición de Stalin era "organizar
la influencia de los Comités locales del Partido sobre el Comité
Central y que le apremiaran a realizar las directivas de Lenin". De haber
sido esto cierto, Stalin se hubiera pronunciado desde un principio en pro
de las instrucciones de Lenin, oponiéndose a la propuesta de Kamenev.
Pero aquello estaba lejos de su pensamiento. La mayoría de los hombres
de Comité en provincias eran más derechistas que el Comité
Central. Enviarles las cartas de Lenin sin el aval del Comité Central
era tanto como expresar la disconformidad de éste con ella. La proposición
de Stalin se hizo para ganar tiempo, y, en caso de conflicto, asegurarse
la posibilidad de alegar que los Comités locales estaban indecisos.
El Comité Central quedó paralizado por efecto <-le las
vacilaciones. Se decidió diferir el asunto de las cartas de Lenin
para la próxima sesión. Lenin estaba esperando la respuesta
con febril impaciencia. Pero Stalin ni siquiera se presentó en la
siguiente sesión, que no se celebró hasta cinco días
después, y el asunto de las cartas tampoco figuraba en el orden
del día. Cuanto más calor hay en la atmósfera, más
fríos son los manejos de Stalin.
La Conferencia democrática resolvió organizar, de acuerdo
con la burguesía, una especie de institución representativa,
a la que Kerensky prometió asignar funciones consultivas. ¿Cuál
debería ser la actitud de los bolcheviques respecto a este Consejo
de la República o Parlamento previo? Esta fue al punto la cuestión
crítica de táctica entre los bolcheviques. ¿Participarían
en él, o harían caso omiso de su existencia, en su marcha
hacia la insurrección? Como informante del Comité Central
en la futura fracción del Partido dentro de la Conferencia democrática,
propuse la idea de un boicot. El Comité Central, que se dividió
en dos mitades sobre este punto discutible (nueve en favor del boicot y
ocho en contra), transfirió la cuestión a la facción
para que ella decidiera. Con el fin de explicar los puntos de vista contradictorios
"se propusieron dos informes: el de Trotsky y el de Rikov". En realidad
-insistía Stalin en 1925-, hubo cuatro informantes: dos en favor
del boicot al Parlamento previo (Trotsky y Stalin), y dos partidarios de
la participación (Kamenev y Nogin)." Esto es casi cierto: Cuando
la fracción decidió terminar los debates, se convino en permitir
que por cada bando hablara, además, otro representante: Stalin por
los boicotistas, y Kamenev (pero no Nogin) por los partidarios de participar.
Rikov y Kamenev, obtuvieron 77 votos; Stalin y yo, 50. La derrota de la
táctica del boicot se debió a los de provincias, cuya separación
de los mencheviques era reciente en muchos puntos del país.
En el aspecto superficial puede parecer que las discrepancias no tenían
gran relieve. Pero es lo cierto que se trataba de si el Partido estaba
en condiciones de servir de oposición en una república burguesa
o de atribuirse la tarea de tomar el Poder por asalto. Stalin recordaba
después su intervención como informante por considerar de
importancia el episodio dentro de la historiografía oficial. El
obsequioso editor añadía de su cosecha que yo me había
pronunciado por una posición intermedia". En ediciones sucesivas
se ha suprimido mi nombre por completo. La nueva historia proclama: "Stalin
se alzó resueltamente contra la participación en el Parlamento
previo." Pero, además del testimonio de las actas, está el
de Lenin. "Hemos de boicotear el Parlamento previo -escribía el
23 de septiembre-. Iremos... a las masas. Tenemos que darles una consigna
clara y justa: derribar la pandilla bonapartista de Kerensky y a su pretendido
Parlamento previo." Y en una nota al pie: "Trotsky estaba por el boicot.
¡Bravo, camarada Trotsky!" Pero, naturalmente, el Kremlin ha prescrito
la eliminación de todos esos pecados en la nueva edición
de las obras de Lenin.
El 7 de octubre, la fracción bolchevique se retiró con
ostentación del Parlamento previo. "Apelamos al pueblo. ¡Todo
el Poder para los Soviets!" Aquello significaba predicar la insurrección.
El mismo día, en la sesión del Comité Central, se
decretó organizar una Oficina de Información sobre el modo
de combatir la contrarrevolución. Este nombre, deliberadamente vago,
cubría una tarea concreta: reconocer y preparar la insurrección.
Sverdlov, Bubnov y yo fuimos encargados de organizar dicha Oficina. Por
el laconismo de las reseñas y la ausencia de otros documentos, el
autor se ve obligado a fiarse a este propósito de su memoria. Stalin
rehusó participar en ella, recomendando en su lugar a Bubnov, persona
de escasa autoridad. Su actitud era de reserva, cuando no de escepticismo,
respecto a la idea en sí. él era partidario de una insurrección;
pero no creía que los trabajadores y los soldados estuvieran ya
en condiciones de actuar. Vivía aislado no sólo de las masas,
sino también de su representación dentro del Soviet, y se
contentaba con las impresiones reflejadas por la máquina del Partido.
Por lo que se refiere a las masas, las experiencias de julio no habían
pasado sin dejar huella. La presión ciega había desaparecido
para dejar sitio a la precaución. En cambio, la confianza en los
bolcheviques aparecía ya matizada de recelos: ¿serán
capaces de hacer lo que han prometido? Los agitadores bolcheviques se quejaban
a veces de cierta frialdad por parte de las masas hacia ellos. Y es que
las masas se iban cansando de esperar, de tanta indecisión y de
meras palabras. Pero en la máquina aquel cansancio se calificaba
con frecuencia de "falta de ánimos de lucha". De ahí la sombra
de escepticismo que se advertía en muchos hombres del Comité.
Además, incluso los más arrojados sienten algo de frío
en la boca del estómago en vísperas de una insurrección.
No siempre se reconoce así, pero es la verdad. El mismo Stalin se
hallaba en un estado de ánimo algo equívoco. No se le olvidaba
abril, con su terrible fracaso de ciencia "práctica". En compensación,
Stalin confiaba en la máquina mucho más que en las masas.
En todas las ocasiones de más importancia, se aseguraba votando
con Lenin. Pero no mostraba ninguna iniciativa en favor de los acuerdos
aprobados, se abstenía de emprender ninguna acción decisiva,
preparaba sus líneas de retirada, influía sobre otros como
amortiguador, y al final desperdició la Revolución de octubre
por hallarse desviado sobre una tangente.
Cierto es que nada salió de la Oficina para combatir la contrarrevolución,
pero no fue culpa de las masas. El día 9, Smolny entró de
nuevo en serio conflicto con el Gobierno, que había decretado el
transporte de las tropas revolucionarias de la capital al frente. La guarnición
se agrupó más de cerca en torno a su protector, el Soviet.
De repente, los preparativos de la insurrección adquirieron una
base concreta. El que la víspera fue iniciador de la Oficina, trasladó
toda su atención a crear un Estado Mayor en el mismo Soviet. El
primer paso se dio aquel mismo día 9 de octubre. "Para contrarrestar
los intentos del Estado Mayor General de conducir a las tropas fuera de
Petrogrado", el Comité Ejecutivo decidió crear el Comité
Revolucionario Militar. Así, por la lógica de los hechos,
sin discusión alguna en el Comité Central, casi inesperadamente,
comenzó la insurrección en el palenque del Soviet, y se inició
la recluta del Estado Mayor de éste, mucho más eficaz que
la Oficina del 7 de octubre.
La sesión inmediata del Comité Central, con participación
de Lenin disfrazado bajo una peluca, tuvo lugar el 10 de octubre, y alcanzó
resonancia histórica. El punto central de la discusión fue
la moción de Lenin, quien propuso la insurrección armada
como tarea práctica urgente. La dificultad, incluso para el más
convencido partidario de la insurrección, era la cuestión
de tiempo. Ya en los días de la Conferencia democrática,
el transaccionista Comité Ejecutivo Central, bajo la presión
de los bolcheviques, había señalado el 20 de octubre corno
fecha para el Congreso. Por lo menos en Petrogrado, la insurrección
tenía que producirse antes del día 20; de otro modo, el Congreso
no estaría en condiciones de empuñar las riendas del Poder,
y corría el riesgo de ser dispersado. Se resolvió en la reunión
del Comité Central, sin trasladarlo al papel, comenzar la insurrección
en Petrogrado hacia el 15. Quedaban, por consiguiente, unos cinco días
para prepararla. Todo el mundo se daba cuenta de que esto no bastaba. Pero
el Partido estaba prisionero de la fecha que él mismo había
impuesto a los transaccionistas en otra ocasión. Mi aviso de que
el Comité Ejecutivo había decidido organizar un Estado Mayor
propio causó gran impresión pues era mas bien asunto de plan
que de realidad. La atención de todos estaba concentrada en las
polémicas con Zinoviev y Kamenev, quienes se pronunciaban decididamente
contra la insurrección. Al parecer, Stalin no habló una sola
palabra en aquella ocasión, o se limitó a una ligera observación;
el hecho es que en las actas nada se registra de lo que dijese. La moción
se aprobó por diez votos contra dos. Pero todos se quedaron algo
recelosos en cuanto a la fecha.
Hacia el final de aquella sesión, que duró hasta bien
pasadas las doce de la noche iniciativa más bien casual de Dzerzhinsky,
se convino en "organizar para la orientación política de
la insurrección un Buró constituido por Lenin, Zinoviev,
Trotsky, Stalin, Sokolkov y Bubnov". Pero esta importante decisión,
sin embargo, no condujo a nada: Lenin y Zinoviev continuaron escondidos,
y Zinoviev y Kamenev se mostraron irreconciliablemente opuestos a la decisión
del 10 de octubre. "El Buró para la orientación política
de la insurrección", no se reunió una sola vez. Sólo
ha quedado su nombre consignado con tinta al pie del acta inconexa recogida
a lápiz. Bajo la denominación abreviada de "los siete", este
Buró fantasma entró en la ciencia oficial de la historia.
La labor de organizar el Comité Revolucionario Militar del Soviet
avanzaba rápidamente. Como es natural, la pesada maquinaria de la
democracia del Soviet impedía cualquier impulso decisivo.
Y, sin embargo, quedaba poco tiempo hasta el Congreso. No sin motivo
temía Lenin un retraso. Por petición suya se convocó
otra reunión del Comité Central para el 16 de octubre, en
presencia de los más importantes organizadores de Petrogrado. Zinoviev
y Kamenev persistieron en su oposición, Exteriormente, su posición
se había hecho más sólida que nunca: al cabo de seis
días la insurrección aún no había comenzado.
Zinoviev solicitó que la decisión se aplazara hasta que se
reuniese el Congreso de los Soviets, a fin de "conferenciar" con los delegados
que acudieron de las provincias: en el fondo de su corazón confiaba
en su apoyo. Las pasiones se desataron durante el debate. Por primera vez
intervino en esta discusión Stalin. "La oportunidad debe decidir
el día de la insurrección -dijo-. Sólo ése
es el sentido del acuerdo... Lo que Kamenev y Zinoviev proponen conduce
objetivamente a la oportunidad para que se organice la contrarrevolución;
si continuamos retirándonos sin cesar, perderemos la revolución.
¿Por qué no fijar nosotros el día y las circunstancias,
para no dar lugar a que la contrarrevolución se organice?" Estaba
defendiendo el derecho abstracto del Partido a escoger su momento para
el golpe, cuando el problema radicaba en fijar una fecha definida. Si el
Congreso bolchevique de los Soviets se hubiese mostrado incapaz de tomar
las riendas del Gobierno al instante, hubiera comprometido sencillamente
la consigna de "Todo el Poder para los Soviets", convirtiéndola
en una frase hueca. Zinoviev insistió: "Tenemos que confesarnos
francamente que no intentaremos una insurrección en estos cinco
días próximos." Kamenev tendía a lo mismo. Stalin
no se opuso concretamente a esta posición; antes bien la soslayó
con las sorprendentes palabras que siguen: "El Soviet de Petrogrado ha
elegido ya el camino de la insurrección al negarse a sancionar el
traslado de las tropas." No hacía más que reiterar la fórmula,
ajena en absoluto a su propia intervención abstracta, defendida
hacía poco por los dirigentes del Comité Revolucionario Militar.
Pero, ¿qué significaba lo de "estar ya en el camino de la
insurrección"? ¿Era cuestión de días o de semanas?
Stalin se abstuvo cautelosamente de especificarlo. No estaba dentro de
sí muy seguro de la situación.
El acuerdo del 10 de octubre fue refrendado por una mayoría
de veinte votos contra dos y tres abstenciones. Sin embargo, nadie había
respondido a la cuestión crucial de si la decisión de comenzar
la insurrección en Petrogrado antes del 20 de octubre seguía
siendo válida. Era difícil hallar esa respuesta. Políticamente,
el acuerdo de que comenzara antes del Congreso era justo en absoluto; pero
quedaba demasiado poco tiempo para hacerlo así. La reunión
del 16 de octubre no acertó tampoco a conciliar aquella contradicción.
Pero en este punto los transaccionistas aportaron la solución: el
mismo día siguiente, acordaron, por razones que ellos sabrían,
demorar la fecha del Congreso, que no les era nada grato, hasta el 25 de
octubre. Los bolcheviques recibieron este inesperado aplazamiento con una
protesta expresa, pero con tácita satisfacción. Cinco días
suplementarios resolvían por completo las dificultades del Comité
Revolucionario Militar.
Las actas del Comité Central v los números de Pravda
correspondientes a las últimas semanas que precedieron a la insurrección
marcan la carrera política de Stalin sobre el fondo de ésta
con suficiente relieve. Así como antes de la guerra se había
puesto de parte de Lenin, buscando a la vez apoyo en los conciliadores
contra el emigrado "que trepaba por la pared", esta vez formó con
la mayoría oficial del Comité Central, apoyando simultáneamente
la oposición derechista. Como siempre, procedía con cautela;
sin embargo, la amplitud de los acontecimientos y la agudeza de los conflictos
le forzaron en ocasiones a aventurarse más lejos de lo que hubiera
deseado.
El 11 de octubre, Zinoviev y Kamenev publicaron en el periódico
de Máximo Gorki una carta contra la insurrección. En el acto,
la situación entre los dirigentes del Partido se hizo sumamente
violenta. Lenin renegaba indignado en su escondite. Para quedar en libertad
de exponer su parecer respecto a la insurrección, Kamenev dimitió
su cargo en el Comité Central. Se discutió el asunto en la
sesión del 20 de octubre. Sverdlov dio a conocer la carta de Lenin
que tildaba a Zinoviev y a Kamenev de rompehuelgas y pedía su expulsión
del Partido. La crisis se complicó inesperadamente por el hecho
de publicar Pravda aquel mismo día una declaración del Consejo
de redacción en defensa de Zinoviev y Kamenev: "La aspereza de tono
del artículo del camarada Lenin no altera el hecho de que, en lo
esencial, seguimos compartiendo su opinión." El órgano central
juzgaba oportuno censurar "la aspereza" de la protesta de Lenin antes que
la pública actitud del Partido en pro de la insurrección,
y, además, expresaba su solidaridad con Zinoviev y Kamenev en puntos
"fundamentales". ¡Como si en aquel momento hubiera algo más
fundamental que la cuestión del levantamiento! Los miembros del
Comité Central se frotaban los ojos con extrañeza.
El único asociado de Stalin en la redacción era Sokolnikov,
el futuro diplomático de los Soviets y más tarde víctima
de la "purga". Sin embargo, Sokolnikov declaró que él nada
tenía que ver con aquel reproche a Lenin; y que lo consideraba erróneo.
Así, pues, Stalin solo (enfrente del Comité Central y de
su propio colega de redacción) defendió a Kamenev y a Zinoviev
cuatro días justos antes de la insurrección. El Comité
Central contuvo su indignación por miramiento de no hacer mayor
la crisis.
Continuando sus manejos entre los protagonistas y los adversarios de
la insurrección, Stalin se manifestó opuesto a admitir la
dimisión de Kamenev, alegando que "toda nuestra situación
era inconsistente". Por cinco votos contra el de Stalin y otros dos, se
aceptó la dimisión de Kamenev. Y por seis, también
contra Stalin, se aprobó una resolución prohibiendo a Kamenev
y a Zinoviev empeñar combate contra el Comité Central. En
las actas se lee: "Stalin declaró que dejaba el Consejo de redacción."
En su caso, aquello significaba abandonar el único puesto que era
capaz de desempeñar en las circunstancias del momento revolucionario.
Pero el Comité Central se negó a aceptar la retirada de Stalin,
cortando así el paso a otra nueva desgajadura.
La conducta de Stalin pudiera parecer inexplicable a la luz de la leyenda
que se ha creado en su torno; pero, en realidad, está perfectamente
de acuerdo con su contextura interna. La desconfianza en las masas y su
recelosa cautela le fuerzan, en momentos de decisiones históricas,
a sumirse en las tinieblas, esperando su hora, y, a ser posible, asegurarse
yendo y viniendo. Su defensa de Zinoviev y Kamenev no obedecía ciertamente
a consideraciones sentimentales. En abril, Stalin había cambiado
de posición oficial, pero no de estructura mental. Aunque votó
con Lenin, por sus ideas estaba mucho más cerca de Kamenev. Además,
el descontento con su propio papel le inclinaba naturalmente a unirse con
otros descontentos, aunque en política no estuviese por completo
de acuerdo con ellos.
Durante toda la última semana anterior a la insurrección,
Stalin estuvo maniobrando entre Lenin, Sverdlov y yo, por un lado, y Kamenev
y Zinoviev, por otro. En la sesión del Comité Central del
21 de octubre, restableció el recién alterado equilibrio
proponiendo designar a Lenin para preparar las tesis destinadas al próximo
Congreso de los Soviets, y a mí para disponer el informe político.
Ambas mociones se aprobaron por unanimidad. Si entonces hubiera habido
la menor desavenencia entre el autor y el Comité Central (infundio
ideado varios años después), ¿me hubiera confiado
éste, por iniciativa de Stalin, el informe más importante
en el momento más crítico? Habiéndose ganado así
a la izquierda, Stalin volvió a hundirse en las sombras y a esperar
su momento.
El biógrafo, no importa si de grado, nada tiene que decir respecto
a la participación de Stalin en la Revolución de octubre.
En ninguna parte encuentra mención de su nombre: ni en los documentos
ni en las numerosas memorias publicadas. A fin de colmar de algún
modo esta laguna tan patente, el historiógrafo oficial le hace participar
en la insurrección relacionando ésta con cierto misterioso
"centro" del Partido que, al parecer, había organizado él
mismo. Pero nadie nos dice una palabra acerca de la actividad de ese "centro",
el lugar y la fecha de sus reuniones, los medios que utilizó para
encauzar la insurrección. Y no es de extrañar: nunca existió
semejante "centro". Pero el relato de esta leyenda es digno de anotarse.
En la XVI Conferencia del Comité Central con algunos de los
principales organizadores del Partido en Petrogrado, celebrada en octubre,
se decidió organizar "un centro revolucionario militar" de cinco
miembros del Comité Central. "Este centro -dice la resolución,
escrita a toda prisa por Lenin en un rincón del vestíbulo-
formará en su día parte del Comité Revolucionario
del Soviet." Así, en el sentido real de lo acordado, "el centro"
no se creaba para dirigir separadamente la insurrección, sino para
completar la plana mayor del Soviet. Sin embargo, como muchas otras improvisaciones
de aquellos días febriles, esta idea estaba destinada a no realizarse
jamás. Durante las horas en que, ausente yo, el Comité Central
organizaba un nuevo "centro" en una hoja de papel, el Soviet de Petrogrado,
bajo mi presidencia, creó definitivamente el Comité Revolucionario
Militar, que desde su mismo nacimiento se hizo cargo de todos los preparativos
para la insurrección. Sverdlov, cuyo nombre figuraba en primer lugar
(y no el de Stalin, como falsamente se hace constar en recientes publicaciones
soviéticas) en la lista de miembros del "centro", trabajó
antes y después de la resolución de 16 de octubre en estrecho
contacto con el presidente del Comité Revolucionario Militar. Otros
tres miembros del "centro", Uritsky, Dzerzhinsky y Bubnov, fueron designados
para trabajar con el Comité Revolucionario Militar, cada cual por
separado, el 24 de octubre, como si el acuerdo del 16 no se hubiese aprobado.
En cuanto a Stalin, conforme a su línea de conducta política
durante aquel período, se mantuvo tercamente a distancia del Comité
Ejecutivo del Soviet de Petrogrado y del Comité Revolucionario Militar,
y no hizo acto de presencia en ninguna de sus sesiones. Todas estas circunstancias
se confirman fácilmente a base de las actas oficialmente publicadas.
En la sesión del Comité Central de 20 de octubre, el
"centro" creado cuatro días antes debía presentar un informe
de su labor o mencionar al menos lo que hubiese comenzado a hacer; sólo
quedaban cinco días hasta el Congreso de los Soviets, y se suponía
que la insurrección se anticipara a la inauguración del Congreso.
Stalin estaba demasiado ocupado para eso. En defensa de Zinoviev y Kamenev
dimitió su puesto en la dirección de Pravda en aquella misma
sesión. Pero ninguno de los otros miembros del "centro" que asistían
a la sesión (Sverdlov, Dzerzhinsky, Uritsky) se molestaron en decir
lo más mínimo sobre ello. El acta de la sesión de
16 de octubre se había retirado evidentemente por precaución,
a fin de ocultar todo rastro de la participación "ilegal" de Lenin
en ella, y durante los cuatro dramáticos días siguientes
el "centro" pasó al olvido tanto más fácilmente cuanto
que la intensa actividad del Comité Revolucionario Militar descartó
en absoluto la necesidad de cualquier institución auxiliar o suplementaria.
En la reunión siguiente, el 21 de octubre, con asistencia de
Stalin, Sverdlov y Dzerzhinsky, tampoco hubo informe a propósito
del "centro", ni la menor mención del mismo. El Comité Central
continuaba desenvolviéndose como si no hubiese habido tal acuerdo
de creación del "centro". De pasada, diré que en esta ocasión
se resolvió incorporar otros diez bolcheviques destacados, entre
ellos Stalin, al Comité Ejecutivo del Soviet de Petrogrado, para
incrementar su actividad. Pero también éste fue un acuerdo
que no pasó del papel.
Los preparativos para la insurrección adelantaban mucho, pero
por un cauce totalmente distinto. El dueño efectivo de la guarnición
de la capital, o sea el Comité Revolucionario Militar, andaba buscando
una excusa para romper abiertamente con el Gobierno. Este pretexto fue
suministrado el 22 de octubre por el oficial que mandaba las tropas del
distrito, al negarse a que los comisarios del Comité inspeccionara
las dependencias de su Plana Mayor. Había que batir el hierro caliente.
El Buró del Comité Revolucionario Militar, del que formábamos
parte Sverdlov y yo, decidió reconocer la ruptura con la Plana Mayor
de la guarnición como un hecho consumado y emprender la ofensiva.
Stalin no estuvo en esta conferencia. Cuando se trataba de quemar todos
los puentes, no hubo quien aludiese a la existencia del llamado "centro".
La sesión del Comité Central, que efectivamente inició
la insurrección, se celebró en Smolny, transformada ya en
fortaleza, en la mañana del 24 de octubre. Apenas comenzó
se aprobó una moción de Kamenev: "Ningún miembro
del Comité Central podrá ausentarse hoy de Smolny sin especial
permiso." En el orden del día figuraba el informe del Comité
Revolucionario Militar. Justamente al empezar la insurrección nadie
mencionó el llamado "centro". El acta dice así: "Trotsky
propuso que se pusieran dos miembros del Comité Central a disposición
del Comité Revolucionario Militar para mantener contacto con los
servicios de Correos y Telégrafos y con los ferroviarios; y un tercero
para vigilar al Gobierno provisional." Dzerzhinsky fue designado para entenderse
con los funcionarios de Correos y Telégrafos, y Bubnov para enlazar
con los ferroviarios. La vigilancia del Gobierno provisional se confió
a Sverdlov. Y más adelante: "Trotsky propuso establecer un Estado
Mayor suplente en la fortaleza de Petropavlovsky, y enviar allí
con tal fin a un miembro del Comité Central." Acordado: "Sverdlov,
delegado para mantener contacto constante con la fortaleza." De modo que
tres miembros del "centro" quedaban por primera vez colocados a disposición
directa del Comité Revolucionario Militar. Naturalmente, esto no
hubiera sido necesario de existir el "centro" y hallarse ocupado con los
preparativos de la insurrección. El acta hace constar que un cuarto
miembro del "centro", Uritsky, hizo algunas sugerencias de orden práctico.
Pero, ¿dónde estaba el quinto miembro, Stalin?
Lo más notable de todo es el hecho de que Stalin no estuvo en
esta sesión decisiva. Los miembros del Comité Central se
obligaban a no salir de Smolny. Pero Stalin ni siquiera se presentó
allí. Esto lo consignan de manera irrefutable las actas publicadas
en 1929. Stalin no ha explicado nunca su ausencia, verbalmente, para no
dar lugar a innecesarias molestias. Todas las decisiones de importancia
sobre el modo de llevar adelante la insurrección se tomaron sin
Stalin, incluso, sin su más mínima intervención directa.
Cuando se asignaron las partes a los diversos actores de aquel drama, nadie
mencionó a Stalin ni propuso confiarle misión alguna. Simplemente
quedó fuera de la partida. ¿Es que dirigió su "centro"
desde algún lugar oculto? Pero los demás miembros del "centro"
permanecieron continuamente en Smolny...
Durante las horas en que había comenzado ya la insurrección
abierta, Lenin, que estaba consumido de impaciencia en su aislamiento,
apeló a los dirigentes de distrito: "¡Camaradas! Estoy escribiendo
estas líneas la víspera del 24... Os aseguro de todo corazón
que ahora todo pende de un hilo, que estamos frente a cuestiones que no
pueden decidirse en conferencias ni en congresos (ni siquiera en congresos
de Soviets), sino exclusivamente de la lucha de las masas en armas..."
De esta carta se desprende claramente que hasta la misma víspera
del 24 de octubre, Lenin se mantenía principalmente por medio de
Stalin, porque era uno de los que menos inquietaban a la Policía.
Es inevitable deducir de aquí que no habiendo asistido a la sesión
matutina del Comité Central ni acudido a Smolny en todo el resto
del día, Stalin no se enteró de que la insurrección
había empezado y se hallaba en pleno curso hasta la última
hora de aquella noche. No es que fuese cobarde. No hay base para acusar
a Stalin de cobardía. Simplemente, era cuco en materia de política.
El cauteloso intrigante prefería estar en la valla en el momento
crítico. Esperaba ver el giro que tomaba la insurrección
antes de adoptar una postura definida. En caso de que fallara, podría
decir a Lenin, a mí y a nuestros adeptos: "¡Todo es culpa
vuestra!" Hay que evocar claramente el temple rojo vivo de aquellos días
para evaluar conforme a sus méritos la sangre fría del hombre,
o, si se prefiere, su insidiosidad.
No, Stalin no dirigió la insurrección, ni personalmente
ni por medio de "centro" alguno. En las actas, en las memorias, en los
incontables documentos, obras de referencia y tratados de historia publicados
en vida de Lenin, y aun después, el llamado "centro" no se mencionó
jamás, ni mencionó nadie el nombre de Stalin como dirigente
o destacado participante en la insurrección por cualquier otro concepto,
La Memoria del Partido lo pasó por alto. Sólo en 1924, el
Comité de Historia del Partido, al coleccionar toda suerte de datos,
sacó el texto de la resolución de organizar un "centro" práctico.
La lucha contra la oposición de izquierda y contra mí personalmente,
entonces en pleno apogeo, reclamaba una nueva versión de la historia
del Partido y de la Revolución. Recuerdo que Serebryakov, que tenía
amigos y relaciones en todas partes, me dijo una vez que reinaba gran regocijo
en la secretaría de Stalin por el descubrimiento del "centro".
"¿Qué importancia puede tener eso?", pregunté
extrañado.
"Algo se proponen devanar en torno a ese carrete", me contestó
el ladino Serebryakov.
Pero incluso el asunto del "centro" no pasó de ser una reimpresión
del: acta y vagas referencias a la misma. Los sucesos de 1917 estaban todavía
demasiado frescos en la memoria de todos. Los participantes en la Revolución
no habían sido aún liquidados. Dzerzhinsky y Bubnov, que
figuraban como miembros del "centro", seguían con vida. Por puro
fanatismo de facción, Dzerzhinsky era sin duda muy capaz de atribuir
a Stalin proezas que éste nunca había realizado; pero no
de atribuírselas a sí mismo: eso era superior, a sus fuerzas.
Dzerzhinsky se murió a tiempo. Una de las causas de que Bubnov cayera
en desgracia y le liquidaran fue sin duda su negativa a dar falso testimonio.
Nadie más recordaba absolutamente nada de la existencia del "centro".
El fantasma de las actas continuó arrastrando su documental existencia...,
sin huesos ni carne, sin ojos ni oídos.
Esto no las libró de ser incorporadas al meollo de una nueva
versión de la Revolución de octubre. En 1925 ya argüía
Stalin: "Es extraño que el camarada Trotsky, el "inspirador", la
"figura principal" y el "único líder" de la insurrección
no fuese mimbro del centro práctico llamado a dirigir la insurrección.
¿Cómo es posible conciliar eso con la opinión corriente
acerca de la misión especial del camarada Trotsky?" El argumento
era ilógico sin duda alguna: de conformidad con el sentido preciso
de la resolución, el "centro" estaba destinado a convertirse en
parte del mismo Comité Revolucionario Militar que yo presidía.
Stalin exhibía de lleno su intención de "devanar" una nueva
historia de la insurrección en torno a aquellas actas. Lo que no
acertó a explicar fue la fuente de la "opinión corriente
acerca de la misión especial del camarada Trotsky". Sin embargo,
esto vale la pena de traerlo a consideración.
Lo siguiente se incluye bajo mi nombre en las notas a la primera edición
de las obras de Lenin: "Después de pasar el Soviet de San Petersburgo
a manos de los bolcheviques (Trotsky) fue elegido presidente, y como tal,
organizó y dirigió la insurrección del 25 de octubre."
La "leyenda" encontró, pues, sitio apropiado en las obras de Lenin
mientras vivió éste. Nunca pensó nadie en discutirlo
hasta 1925. Además, el mismo Stalin rindió en cierta ocasión
tributo a esta "opinión corriente". En el artículo del primer
aniversario, en 1918, escribía: "Todo el trabajo de organización
práctica de la insurrección se efectuó bajo la dirección
inmediata del presidente del Soviet de Petrogrado, camarada Trotsky. Puede
decirse con certeza que el rápido paso de la guarnición a
favor del Soviet, y la atrevida ejecución de la labor del Comité
Revolucionario Militar, aseguran la gratitud del Partido principalmente
al camarada Trotsky; los camaradas Antonov y Podvoisky fueron los principales
auxiliares del camarada Trotsky." Hoy, tales palabras suenan como un panegírico.
En realidad, lo que el autor estaba pensando al escribirlas era recordar
al Partido que durante los días de la insurrección, además
de Trotsky, existía también un Comité Central, del
que Stalin era miembro. Pero obligado a dar a su artículo siquiera
una apariencia de objetividad, Stalin no pudo menos de decir en 1918 lo
que dijo. De todos modos, en el primer aniversario del Gobierno de los
Soviets atribuyó a Trotsky "la organización práctica
de la insurrección". Entonces, ¿qué misterioso papel
era el del "centro"? Stalin no lo menciona siquiera; habían de pasar
aún seis años hasta que se descubrieran las actas del 16
de octubre.
En 1920, sin mencionar a Trotsky, Stalin presentaba a Lenin en contra
del Comité Central, como autor de un plan equivocado de insurrección.
Así lo repetía en 1922, pero, sustituyendo a Lenin por "una
parte de los camaradas", y cautamente insinuaba que él (Stalin)
tenía algo que ver con la abolición del plan erróneo
que comprometía el éxito de la insurrección. Pasaron
otros dos años, y parece que Trotsky fue el inventor de la especie
relativa al equivocado plan de Lenin; lo cierto era que Trotsky mismo lo
había propuesto, y que por fortuna lo rechazó el Comité
Central. Por último, la "historia" del Partido, publicada en 1938,
presenta a Trotsky como furibundo adversario de la Revolución de
octubre, que, en realidad, fue dirigida por Stalin. Paralelo a todo esto
es lo ocurrido con la movilización de las artes: la poesía,
la pintura, el teatro, el cine, descubrieron de pronto la urgente necesidad
de infundir al mítico "centro" aliento de vida, aunque los historiadores
más asiduos se vieron incapaces de hallar el menor rastro de él
con una buena lupa. Actualmente, Stalin consta como líder de la
Revolución de octubre en las pantallas del mundo, para no citar
las publicaciones del Komintern.
Los hechos de la historia se revisaron de igual modo, aunque acaso
no con tanto descaro, respecto a todos los viejos bolcheviques una y otra
vez, según las combinaciones políticas cambiantes. En 1917,
Stalin defendió a Zinoviev y Kamenev, intentando utilizarlos contra
Lenin y contra mí, y como preparación de su futuro "triunvirato".
En 1924, cuando el "triunvirato" era ya dueño de la máquina
política, Stalin decía en la Prensa que las diferencias de
opinión con Zinoviev y Kamenev antes de octubre eran de carácter
pasajero y secundario. "Las divergencias duraron sólo unos días,
y esto sólo porque en las personas de Kamenev y Zinoviev teníamos
leninistas, bolcheviques." Cuando el "triunvirato" se deshizo, la conducta
de Zinoviev y Kamenev en 1917 figuró durante varios años
como motivo principal para denunciarlos como "agentes de la burguesía",
hasta que por último se incluyó en la fatal acusación
que condujo a ambos ante el pelotón.
Por fuerza tiene uno que detenerse asombrado ante esta persistencia
fría, paciente y a la vez cruel encaminada a una finalidad personal
invariable. Exactamente como en cierta ocasión, en Bakú,
el joven Koba había minado con perseverancia la reputación
de los miembros del Comité de Tiflis, que eran sus superiores; como
en la prisión y en el destierro había incitado a algunos
papanatas contra sus rivales, así en Petrogrado intrigaba infatigable
con las gentes y las circunstancias, con el propósito de apartar,
borrar, oscurecer y empequeñecer a cualquiera que de un modo u otro
le eclipsara o estorbara su ambición.
Naturalmente, la Revolución de octubre, como fuente del nuevo
régimen, ha ocupado la posición central en la ideología
de los nuevos círculos rectores. ¿Cómo ha ocurrido
todo ello? ¿Quién dirigió por el centro y en las ramas?
Stalin tenía que contar prácticamente con veinte años
para imponer al país un panorama histórico en el que remplazó
a los efectivos organizadores de la insurrección y les atribuyó
el papel de traidores a la Revolución. Sería injusto pensar
que comenzó con un plan de acción ya perfilado para su personal
engrandecimiento. Circunstancias históricas extraordinarias han
dado a su ambición un vuelo asombroso aun para él mismo.
En un sentido se ha mantenido firme: prescindiendo de otras consideraciones,
aprovechó toda situación concreta para consolidar su propia
posición a expensas de sus camaradas..., paso a paso, piedra a piedra,
pacientemente, sin alterarse, ¡pero también sin conmoverse!
En la tarea de urdir constantemente intrigas, en la cauta dosificación
de verdades y mentiras, en el ritmo orgánico de sus falsificaciones,
es donde mejor se refleja Stalin como personalidad humana y jefe de la
nueva capa privilegiada.
Habiendo comenzado mal en marzo, sin enmendarse en abril, Stalin se
quedó tras la cortina durante todo el año de la Revolución.
Nunca conoció la frecuentación directa de las masas, ni se
sintió responsable de la suerte de aquéllas. En ciertos momentos
fue jefe de Estado Mayor, pero nunca comandante en jefe de la Revolución.
Dado a conservar su tranquilidad, aguardaba a que otros tomasen la iniciativa,
apuntaba sus debilidades y errores, y él iba a la zaga de los acontecimientos.
Tenía que contar con cierta estabilidad de relaciones y mucho tiempo
por delante para triunfar. La revolución le dejó sin ambas
cosas.
Como nunca se vio forzado a analizar los problemas de la Revolución
con aquella presión mental que engendra sólo el sentido de
responsabilidad inmediata y directa, Stalin no llegó a adquirir
un concepto íntimo de la lógica inherente a la Revolución
de octubre. Por eso sus recuerdos de ella son tan empíricos, dispersos
y faltos de coordinación, tan contradictorios sus juicios de última
hora sobre la estrategia revolucionaria, y tan monstruosos sus errores
en varias revoluciones contemporáneas (Alemania, China, España).
En verdad, la Revolución no es el elemento de este antiguo "revolucionario
profesional".
Sin embargo, 1917 fue una etapa de suma importancia en el desarrollo
del futuro dictador. él mismo dijo más tarde que en Tiflis
fue un escolar, en Bakú se hizo aprendiz y en Petrogrado oficial
artesano. Después de cuatro años de invernada política
e intelectual en Siberia, donde descendió al nivel de los mencheviques
de izquierda, el año de la Revolución, durante el cual estuvo
bajo: la inmediata dirección de Lenin, en el círculo de camaradas
muy calificados, tuvo importancia enorme en su desenvolvimiento político.
Por primera vez tuvo la oportunidad de aprender mucho que hasta entonces
había estado fuera del radio de su experiencia. Escuchaba y observaba
con malevolencia, pero atento y vigilante. En la medula de la vida política
estaba el problema del Poder. El Gobierno provisional, apoyado en los mencheviques
y en los populistas, camaradas de antaño en la clandestinidad la
cárcel y el destierro, le permitió explorar más a
fondo aquel misterioso laboratorio, donde, como saben todos, no son dioses
precisamente los alquimistas. La distancia insalvable que en la época
del zarismo separaba a los revolucionarios clandestinos del Gobierno, se
había convertido en nada. El Gobierno pasó a ser algo contiguo,
un concepto familiar. Koba arrojó de sí buena parte de su
provincianismo, si no en hábitos y costumbres, sí al menos
en lo tocante a sus ideas políticas. Advertía (acremente,
resentido) lo que le faltaba como individuo, pero al mismo tiempo tomó
el pulso a una compacta colección de revolucionarios expertos y
capaces, dispuestos a luchar hasta el fin. Llegó a ser un miembro
reconocido en la plana mayor del Partido que las masas iban a elevar al
Poder. Dejó de ser Koba y se convirtió definitivamente en
Stalin.