Leon Trotsky - STALIN

CAPITULO VII

EL AÑO 1917
 
Este fue el año más importante en la vida del país y de la generación de revolucionarios a que pertenecía José Djugashvili. Como piedra de toque, aquel año puso a prueba ideas, partidos, hombres.
En San Petersburgo, llamada desde entonces Petrogrado, Stalin halló un estado de cosas que no había esperado. El bolchevismo había dominado el movimiento obrero antes de estallar la guerra, especialmente en la capital. En marzo de 1917, los bolcheviques en el Soviet eran una minoría insignificante. ¿Cómo había ocurrido aquello? La imponente masa que había participado en el movimiento de 1911-1914 no ascendía realmente más que a una pequeña fracción de la clase trabajadora. La Revolución había hecho ponerse en pie a millones de hombres, no a centenares de miles solamente. A causa de la movilización, casi un cuarenta por ciento de esos trabajadores eran gente nueva. Los veteranos estaban en el frente, poniendo su parte en el fermento revolucionario; sus puestos en las fábricas pasaban a extraños novatos recién venidos del campo, mozos y mozas de labranza. Estos novicios tenían que pasar por los mismos trances revolucionarios, aunque más breves, que la vanguardia del período precedente. La Revolución de febrero en Petrogrado fue dirigida por trabajadores bien pertrechados de conciencia de clase, bolcheviques en su mayoría, pero no por el Partido bolchevique. La dirección en manos de bolcheviques de la base podía asegurar la victoria a la insurrección, pero no el Poder al Partido.
Menos propicios aún se presentan los asuntos en las provincias. La avenida de alborozadas ilusiones y de fraternización promiscua, asociada a la candidez política de las masas recién despiertas, abonaban las condiciones apropiadas para el florecimiento del socialismo pequeñoburgués, del menchevismo y del populismo. Los trabajadores (y a su zaga, también los soldados) elegían para el Soviet a quienes, por lo menos de palabra, no sólo eran opuestos a la monarquía, sino también al régimen burgués. Los mencheviques y los populistas, que habían acogido en su seno a la totalidad de los intelectuales, contaban con un infinito número de agitadores, y todos ellos proclamaban la necesidad de unión, fraternidad y otras virtudes cívicas igualmente atractivas. Los portavoces del Ejército eran en su mayoría los essars, esos tradicionales protectores del campesinado, que se bastaban solos para apuntalar aquella autoridad del Partido entre los proletarios de la última vendimia. Por consiguiente, el predominio de los partidos acomodadizos parecía asegurado..., al menos para ellos.
Lo peor de todo es que el curso de los acontecimientos había sorprendido al Partido bolchevique en plena siesta. Ninguno de sus dirigentes probados y acreditados estaba en la capital. El Buró del Comité Central en Petrogrado sólo constaba de dos trabajadores, Shlyapnikov y Zalutsky, y un estudiante, Molotov. El "manifiesto" que publicaron en nombre del Comité Central después de la victoria de febrero "convocaba a los trabajadores de instalaciones y fábricas y a las tropas insurrectas asimismo, para que eligieran inmediatamente sus representantes en el Gobierno provisional revolucionario". Sin embargo, los autores de aquel "manifiesto" no atribuían importancia práctica a su llamamiento. Muy lejos de sus intenciones estaba emprender una lucha independiente por la conquista del Poder. Más bien estaban dispuestos a resignarse al papel más modesto de oposición izquierdista por muchos años todavía.
Desde el principio las masas repudiaron a la burguesía liberal, considerándola poco distinta de la nobleza y de la burocracia. Era cosa descartada, por ejemplo, que los trabajadores o los soldados votasen a un cadete. El poder estaba por completo en manos de los complacientes socialistas, respaldados por el pueblo en armas. Pero, faltos de confianza en sí mismos, los transaccionistas cedieron sus poderes a la burguesía. Esta última era detestada por las masas, y se hallaba políticamente aislada. El régimen se basaba en un quid pro quo. Los trabajadores, y no únicamente los bolcheviques, veían en el Gobierno provisional un enemigo. En los mítines de fábricas se aprobaban por unanimidad los acuerdos exigiendo la cesión del Poder gubernamental a los Soviets. El bolchevique Dingelstead, otra víctima ulterior de la purga, ha dejado escrito: "No había una sola reunión de trabajadores capaz de negarse a adoptar un acuerdo que nosotros propusiésemos..." Pero, cediendo a la presión de los transaccionistas, el Comité de Petrogrado del Partido bolchevique suspendió su campaña. Los trabajadores avanzados hicieron lo posible por sacudirse la tutela de los de arriba, pero no sabían cómo parar los eruditos argumentos de aquellos acerca del carácter burgués de la revolución. Varios matices de opinión entrechocaron dentro del propio bolchevismo, pero no se sacaron las necesarias deducciones de los diversos debates. El Partido atravesaba una etapa de insondables caos. "Nadie sabía cuáles eran las consignas de los bolcheviques -recordaba más tarde el destacado bolchevique Antonov, de Saratov-. Era un espectáculo deplorable."
Los veintidós días que pasaron entre la llegada de Stalin de Siberia (domingo, 12 [25] de marzo) y la de Lenin de Suiza (lunes, 3 [16] de abril) tienen excepcional interés por la luz que arrojan sobre la contextura política de Stalin. Se vio de repente empujado a un campo de lucha abierta. Ni Lenin ni Zinoviev estaban aún en Petrogrado. Kamenev sí, el Kamenev comprometido por su reciente conducta en la vista de su causa, y generalmente conocido por sus tendencias oportunistas. También estaba el joven Sverdlov, apenas notorio en el Partido, más organizador que político. El fogoso Spandaryan ya no existía; había sucumbido en Siberia. Como en el año 1912, de nuevo era Stalin, si no el principal, al menos uno de los dos principales bolcheviques en Petrogrado. El Partido, desorientado, esperaba instrucciones claras. No era ya posible evadir las decisiones permaneciendo quietos. Stalin tenía que dar la respuesta a las cuestiones más urgentes: sobre los Soviets, el Gobierno, la guerra, la tierra. Sus respuestas se publicaron, y hablan por ellas mismas.
Tan pronto como llegó a Petrogrado, que era un solo mitin monstruo de masas en aquellos días, Stalin se dirigió inmediatamente al cuartel general bolchevique. Los tres miembros del Buró Central, ayudados por varios escritores, estaban tomando acuerdos sobre el sesgo que había de darse al periódico. Aunque tenían la dirección del Partido en sus manos, ellos no acertaban a llevar adelante la tarea. Dejando a los demás enronquecer dirigiendo arengas en los mítines de obreros y soldados, Stalin se atrincheró en las oficinas del Partido. Hacía más de cuatro años, tras la Conferencia de Praga, que había sido incluido por cooptación en el Comité Central. Desde entonces había pasado mucha agua por la presa. Pero el deportado Kureika tuvo la mafia de apoderarse de la máquina del Partido; seguía considerando válido su viejo mandato. Ayudado por Kamenev y Muranov, apartó ante todo de la dirección al Buró "izquierdista" del Comité Central y al Consejo de redacción de Pravda. Y lo hizo sin contemplaciones, pues no tenía miedo de hallar resistencias y le corría prisa demostrar que era el amo.
"Los camaradas que llegaron -escribía más tarde Shlyapnikov- se mostraron exigentes y negativos en su actitud hacia nuestra labor." No les pareció mal por su falta de brío y su indecisión, sino, al contrario, por su persistente esfuerzo en trazar la línea entre ellos y los transaccionistas. Como Kamenev, Stalin estaba más cerca de la mayoría del Soviet. Pravda, después de pasar a manos del nuevo Consejo de redacción, declaraba ya el 15 (28) de marzo que los bolcheviques apoyarían resueltamente al Gobierno provisional "siempre que éste se opusiera a la reacción o a la contrarrevolución". La paradoja de esta declaración está en que el único agente importante de la contrarrevolución era el Gobierno provisional. La posición de Stalin respecto a la guerra era del mismo temple; mientras el Ejército alemán permaneciese fiel a su emperador, el soldado ruso debía "continuar firme en su puesto, contestando un tiro con otro, una descarga con otra". ¡Como si todo el problema del imperialismo consistiese en el emperador! El artículo era de Kamenev, pero Stalin no opuso la menor objeción a él. Si alguna diferencia acusó con Kamenev en aquellos días, consistió precisamente en expresarse de un modo más evasivo aún que él. "Todo derrotismo -explicaba en Pravda-, o más bien lo que la Prensa venal estigmatiza bajo ese nombre tras el escudo de la censura zarista, había muerto tan pronto como el primer regimiento revolucionario apareció en las calles de Petrogrado."
Esto era una franca desautorización de Lenin, que había predicado el derrotismo fuera del alcance de la censura zarista, y al mismo tiempo una reafirmación de lo declarado por Kamenev en el juicio contra la fracción de la Duma. Pero en esta ocasión iba refrendado por Stalin. En cuanto al "primer regimiento revolucionario", todo lo que significaba su aparición era el tránsito del barbarismo bizantino a la civilización imperialista.
"El día en que apareció transformado Pravda... -relata Shlypnikov-, fue un día de triunfo para los defensistas. Todo el palacio Taurid, desde la Comisión de la Duma al Comité Ejecutivo, el corazón mismo de la democracia revolucionaria, resonaban con una sola noticia: el triunfo de los bolcheviques moderados y sensatos sobre los extremistas. En el propio Comité Ejecutivo nos saludaron con maliciosas sonrisas... Cuando aquel número de Pravda llegó a las fábricas, sembró allí la confusión y la indignación entre los miembros de nuestro Partido y sus simpatizantes, y una satisfacción maligna entre nuestros adversarios... La indignación en los distritos de las afueras fue enorme, y cuando los trabajadores se enteraron de que Pravda era llevada a remolque por tres de sus antiguos directores recién venidos de Siberia, pidieron que se les expulsara del Partido."
La reseña de Shlypnikov fue retocada y suavizada por él mismo en el año 1925, a instancias de Stalin, Kamenev y Zinoviev, el "triunvirato" que entonces regía el Partido. Pero describe con bastante claridad los primeros pasos de Stalin en el palenque de la Revolución y el modo de reaccionar frente a ellos la clase trabajadora. La enérgica protesta de los viborgitas que Pravda hubo de publicar bien pronto en sus propias columnas, obligó al Consejo de redacción a formular en adelante sus opiniones de un modo más circunspecto, aunque no a cambiar de política.
La política del Soviet se vela cada vez más adulterada por la transacción y el error. Lo que las masas necesitaban ante todo era encontrar a alguien que llamase a las cosas por su verdadero nombre; esto es, naturalmente, la suma v compendio de la política revolucionaria. Todo el mundo rehuía hacerlo, temiendo quebrantar la delicada estructura del poder dual.
El mayor volumen de falsedades se acumuló en torno al asunto de la guerra. El 14 (27) de marzo, el Comité Ejecutivo propuso al Soviet la redacción del manifiesto A los Pueblos del Mundo. Este documento exhortaba a los trabajadores de Alemania y de Austria-Hungría a negarse "a servir de instrumento de conquista y violencia en manos de reyes, terratenientes y banqueros". Pero los mismos dirigentes del Soviet no tenían la menor intención de romper con los reyes de la Gran Bretaña y de Bélgica, con el emperador del Japón y con los banqueros y terratenientes, suyos y de los países de la Entente. El periódico del ministro de Negocios Extranjeros, Miliukov, señalaba con satisfacción que "en aquel llamamiento se desplegaba la ideología compartida por nosotros y nuestros aliados". Aquello era verdad..., y se ajustaba exactamente al espíritu de los ministros socialistas franceses desde el comienzo de las hostilidades. Prácticamente a la misma hora, Lenin escribía a Petrogrado: por intermedio de Estocolmo, que la revolución estaba amenazada por el riesgo de continuar la vieja política imperialista encubierta tras nuevas frases revolucionarias. "Prefiero incluso romper con todo el mundo dentro del Partido antes de someterme al socialpatriotismo..." Pero en aquellos &u las ideas de Lenin no contaban con un solo campeón.
Además de apuntar un triunfo al imperialista Miliukov sobre los demócratas pequeñoburgueses, la adopción unánime del citado manifiesto por el Soviet de Petrogrado significaba el de Stalin y Kamenev sobre los bolcheviques del ala izquierda. Todos inclinaron la cabeza ante la disciplina de la hipocresía política. "Damos nuestro cordial parabién -escribía Stalin en Pravda- al llamamiento del Soviet del día de ayer... Este llamamiento, si llega a las grandes masas, restituirá indudablemente a cientos de trabajadores a su olvidada consigna: ¡Trabajadores de todos los países del mundo, uníos!" En realidad, no eran llamamientos de parecido jaez lo que faltaba en el Oeste, y toda su utilidad consistía en ayudar a las clases dominantes a mantener el espejismo de una guerra por la democracia.
El artículo de Stalin sobre el manifiesto, no sólo aclara perfectamente su posición sobre este extremo, sino su manera de pensar en general. Su oportunismo orgánico, forzado por el momento y las circunstancias a buscar apoyo temporal en principios revolucionarios abstractos, prescinda de tales principios cuando llegaba la ocasión. Comenzaba su artículo repitiendo casi a la letra la argumentación de Lenin de que, aun después de derribado el zarismo, la participación de Rusia en la guerra continuaría siendo imperialista. Sin embargo, al llegar al terreno de las conclusiones prácticas, no sólo encontraba plausible el manifiesto socialpatriótico y le atribuía virtudes equivocas, sino que, en pos de Kamenev, rechazaba como improcedentes la movilización revolucionaria de las masas contra la guerra. "Ante todo -escribía-, es innegable que la mera consigna "¡Abajo la guerra!" es completamente inaplicable como solución práctica..." Y la solución que sugería era: "presionar al Gobierno provisional exigiéndole que inmediatamente exprese estar dispuesto a emprender negociaciones de paz...". Con ayuda de una "presión" amistosa sobre la burguesía, para quien la conquista es la finalidad integral de la guerra, Stalin pretendía conseguir la paz "sobre la base de la autodeterminación de las naciones". Desde el comienzo de la guerra, Lenin había estado dirigiendo sus propios golpes más duros precisamente contra esta especie de utopismo positivista. No hay "presión" bastante para que la burguesía deje de ser burguesa: hay que derrocarla, sencillamente. Pero Stalin rehuía llegar a esta conclusión, de puro miedo, exactamente lo mismo que los transaccionistas.
La Conferencia de bolcheviques de toda Rusia, convocada por el Buró del Comité Central, se inauguró en Petrogrado el 28 de marzo, a, la vez que la Conferencia de los Soviets más importantes de Rusia. Aunque había pasado ya un mes desde la Revolución, el Partido estaba aún en las angustias de una extrema confusión, aumentada aún por la dirección impuesta durante las dos últimas semanas, La diferenciación de las tendencias políticas no había cristalizado aún. En el destierro había requerido la llegada de Spandaryan; ahora, el Partido tenía que esperar la llegada de Lenin. Chauvinistas furibundos como Voitinsky y Eli'ava, entre otros, continuaban llamándose bolcheviques y tomaron parte en la Conferencia del Partido junto a los que se tenían por internacionalistas. Los patriotas daban aire a sus sentimientos del modo más explícito y atrevido que los semipatriotas, que constantemente se retractaban y daban excusas. Como una mayoría de los delegados pertenecían al Pantano (expectantes, de opinión intestable), su portavoz natural fue Stalin. "Todos pensamos lo mismo del Gobierno provisional", dijo el delegado Vassiliev, de Saratov. "No hay diferencias en cuanto a medidas prácticas entre Stalin y Voitinsky", convino Krestinsky alborozado. No más tarde del día siguiente, Voitinsky se unió a los mencheviques, y siete meses después luchó al frente de un destacamento de cosacos contra los bolcheviques.
Al parecer, la conducta de Kamenev en el acto de la vista no se había olvidado. Es posible que los delegados hablaran también del misterioso telegrama al gran duque. Tal vez Stalin se tomó la molestia de recordar a los otros estos errores de su amigo. Sea como fuere, el caso es que no fue Kamenev, sino Stalin, mucho menos conocido, quien resultó delegado para exponer el principal informe político sobre la actitud frente al Gobierno provisional. Se ha conservado el acta de aquel informe; es un documento que no tiene precio para historiadores y biógrafos. Su tema era el problema central de la Revolución, esto es, las relaciones entre los Soviets apoyados directamente por los trabajadores armados y los soldados, y el Gobierno burgués, que sólo existía por merced de los dirigentes de los Soviets. "El Gobierno -decía Stalin en parte- está escindido en dos órganos, ninguno de los cuales tiene plena soberanía... Cierto es que el Soviet ha tomado la iniciativa de los cambios revolucionarios; el Soviet es el único dirigente revolucionario del pueblo en armas, el órgano que controla el Gobierno provisional. El Gobierno provisional se ha encargado de la tarea de reforzar de manera efectiva las realizaciones del pueblo revolucionario. El Soviet moviliza las fuerzas y ejerce el control, en tanto que el Gobierno provisional, inseguro y claudicante, se reserva el papel de defensor de las conquistas que el pueblo ya ha conseguido." ¡Este extracto vale por todo un programa!
El informante exponía las relaciones entre las dos clases básicas de la sociedad como una división de trabajo entre dos "órganos". Los Soviets, esto es, los trabajadores y los soldados, hacen la Revolución; el Gobierno, es decir, los capitalistas y los hacendados rurales, la "fortifican" o consolidan. Durante 1905-1907, Stalin mismo había escrito una y otra vez, parafraseando a Lenin: "La burguesía rusa es antirrevolucionaria; no puede ser primer móvil, y menos directora de la Revolución; es enemiga jurada de la Revolución, y con ella habrá que librar una lucha tenaz." Y la idea política mentora del bolchevismo no había sido anulada en, sentido alguno por la marcha de la Revolución de febrero. Miliukov, el jefe de la burguesía liberal, dijo en la conferencia de, su partido pocos días antes del levantamiento: "Estamos caminando sobre un volcán... Sea cual fuere el carácter del Gobierno (bueno o malo), necesitamos un Gobierno fuerte, ahora más que nunca." Cuando el levantamiento comenzó, a pesar de la resistencia de la burguesía, no les quedó a los liberales más recurso que asentarse en el terreno preparado por su triunfo. Ningún otro, sino Miliukov, que habiendo declarado la víspera ser preferible una monarquía rasputiniana que una erupción volcánica, dirigía ahora el Gobierno provisional que, en concepto de Stalin, había de "fortificar" las conquistas de la Revolución, pero que, en realidad, hacía todo lo posible por estrangularla. Para las masas insurgentes, el sentido de la Revolución estaba en la abolición de las antiguas formas de propiedad, que precisamente el Gobierno provisional defendía. Stalin presentaba la lucha irreconciliable de clases que, a despecho de todos los esfuerzos de los transaccionistas, se iba haciendo cada vez más violenta para convertirse en guerra civil, como una mera división de trabajo entre dos máquinas políticas. Ni siquiera el menchevique de izquierda, Martov, habría planteado el caso de tal manera. Esta era la teoría de Tseretelli (y Tseretelli era el oráculo de los transaccionistas) en su más vulgar forma de expresión: fuerzas "moderadas" y otras más "resueltas" actúan en un palenque llamado "democracia", y se dividen la tarea, unas "conquistando" y las otras "consolidando". Aquí, preparada para nosotros, tenemos la fórmula de la futura política staliniana en China (1924-1927), en España (1936-1939), y, en general, en todos sus malhadados "Frentes Populares".
"No nos conviene forzar ahora el curso de los acontecimientos -continuaba el informante- acelerando la secesión de las capas burguesas... Tenemos que ganar tiempo frenando la secesión de las capas intermedias de la burguesía para estar dispuestos a la lucha contra el Gobierno provisional." Los delegados escuchaban estos argumentos con vagos recelos. "No espantar a la burguesía" había sido siempre la consigna de Plejanov, y, en el Cáucaso, de Jordania. El bolchevismo alcanzó su madurez luchando fieramente contra aquella tendencia. Es imposible "frenar la secesión" de la burguesía sin frenar a la vez la lucha de clases proletaria; en esencia, ambas cosas son simplemente los dos aspectos de un mismo proceso. "La cháchara sobre la cuestión de no asustar a la burguesía... -había escrito Stalin mismo en 1913, poco antes de ser detenido-, sólo suscitaba sonrisas, porque era evidente que la tarea de la Socialdemocracia no era sólo "asustar" a la mismísima burguesía, sino desalojarla en la persona de sus abogados, los cadetes." Incluso es difícil comprender cómo ningún antiguo bolchevique podía haber olvidado los catorce años de historia de su facción para recurrir en el momento más crítico a la más odiosa de las fórmulas mencheviques. La explicación ha de encontrarse en el modo de discurrir de Stalin; no tiene capacidad para las ideas generales, v su memoria no las conserva. Las usa de vez en cuando, según se necesitan, y las arroja a un lado sin el menor remordimiento, casi como un reflejo. En su artículo de 1913 se refería a las elecciones para la Duma. "Desalojar" a la burguesía significaba sólo arrebatar actas a los liberales. La referencia del momento afectaba a la deposición revolucionaria de la burguesía. Aquélla era una faena que Stalin relegaba al remoto futuro. Por lo pronto, justamente igual que los mencheviques, creía necesario "no espantarlos".
Después de leer la resolución del Comité Central, que había contribuido a redactar, Stalin declaró más bien de improviso que no estaba totalmente de acuerdo con la resolución propuesta por el Soviet de Krasnoyarsk. El secreto significado de esta maniobra no está claro. En su viaje desde Siberia, Stalin pudo haber participado en la redacción del acuerdo del Soviet de Krasnoyarsk. Es posible que, dándose cuenta de la actitud de los delegados, pensara lo mejor no disentir de Kamenev en lo más mínimo. Sin embargo, la resolución de Krasnoyarsk aún era de calidad peor que el documento de Petrogrado: "...poner bien de manifiesto que la única fuente del poder y la autoridad del Gobierno provisional, es la voluntad popular, a la que el Gobierno provisional debe someterse en absoluto, y sostener al Gobierno provisional... sólo en tanto siga la pauta de satisfacer los anhelos de la clase trabajadora y del campesinado revolucionario". La panacea acarreada de Siberia resultaba muy sencilla: la burguesía "debe someterse en absoluto" al pueblo y "seguir la pauta" de los obreros y campesinos. Pocas semanas más tarde, la fórmula de apoyar a la burguesía "en tanto, etc., habría de convertirse en el blanco de las burlas de todos los bolcheviques. Pero ya algunos de los delegados protestaban contra la idea de apoyar al Gobierno del príncipe Lvov; sólo el pensarlo chocaba con excesiva crudeza con la constante tradición del bolchevismo. Al día siguiente, el socialdemócrata Steklov partidario también de la fórmula del "en tanto, etc.", y al mismo tiempo miembro de la "Comisión de contacto" inmediata a las esferas rectoras, tuvo en la Conferencia de los Soviets la poca habilidad de pintar las maquinaciones reales del Gobierno provisional con tan negras tintas (oposición a las reformas sociales, esfuerzos en favor de la monarquía y de las anexiones), que la Conferencia de los bolcheviques se apartó alarmada de la fórmula de apoyo. "Ahora se ve -dijo el delegado moderado Nogin, expresando los sentimientos de muchos otros- que no debemos discutir el apoyo, sino la oposición." El delegado del ala izquierda, Skrypnik, manifestó el mismo criterio: "Mucho ha cambiado desde el informe que ayer hizo Stalin... El Gobierno provisional está intrigando contra el pueblo y la Revolución..., y, no obstante, la resolución habla de apoyo." El alicaído Stalin, cuya manera de apreciar la situación no podía resistir la prueba del tiempo siquiera veinticuatro horas, "propuso instruir al Comité para alterar la cláusula relativa al apoyo". Pero la Conferencia adoptó un acuerdo mejor: "Por una mayoría contra cuatro, se suprime de la resolución la cláusula relativa al apoyo."
Pudiera pensarse que, en adelante, todo el esquema del informante sobre la división del trabajo entre el proletariado y la burguesía quedaría relegado al olvido. En realidad, de la resolución desaparecieron las palabras, pero no la idea. El temor de "espantar a la burguesía" subsistió. En sustancia, la resolución era una apelación al Gobierno provisional exhortándole a "emprender la lucha más enérgica para liquidar por completo el viejo régimen", en el mismo momento en que se disponía a emprender "la lucha más enérgica" para restaurar la monarquía. La conferencia no se arriesgó más allá de una presión amistosa sobre los liberales. No se hablaba para nada de una lucha independiente para la conquista del Poder, aunque no fuese más que en aras de objetivo democráticos. Como de propósito para exponer a la luz más atrayente el verdadero espíritu encerrado en las resoluciones aprobadas, Kamenev declaró en la Conferencia de los Soviets, que se celebraba al mismo tiempo, que en cuanto a la cuestión del Poder, tenía el "gusto" de agregar el voto de los bolcheviques a la resolución oficial que había sido presentada y patrocinada por el dirigente derechista menchevique Dan. A la vista de estos hechos, la escisión de 1903, que hizo permanente la Conferencia de Praga en 1913, debe de haber parecido una ligera disención. 
Así, pues, no fue por casualidad por lo que en la sesión del día siguiente la Conferencia bolchevique estaba discutiendo la propuesta del dirigente menchevique de la derecha, Tseretelli, de fusionar los dos partidos. Stalin reaccionó a ello con simpatía: "Debíamos hacerlo. Es necesario definir nuestras proposiciones en cuanto a los términos de una unificación. ésta no es posible sino sobre la línea de Zimmerwald-Kienthal". Se aludía con estas palabras a la "línea" de dos conferencias socialistas celebradas en Suiza, donde habían preponderado pacifistas moderados. Molotov, que dos semanas antes había sido reprendido por su izquierdismo, salió al paso con tímidas objeciones: "Tseretelli desea unir elementos divergentes... La unidad sobre tal línea equivocada..." Más resuelta fue la protesta de Zalutsky: "Sólo un posibilista puede sentirse impulsado por el mero deseo de unidad, no un socialdemócrata... Es imposible unirse sobre la base de una adhesión superficial a Zimmerwald-Kienthal... Es necesario proponer una plataforma definida." Pero Stalin que había sido tildado de posibilista, se atuvo a lo suyo: "No debemos anticiparnos a señalar discrepancias. La vida del Partido es imposible sin que las haya. Hemos de dirimir estas menudas discordias dentro del Partido." Apenas puede uno creer a sus ojos: Stalin calificaba las diferencias con Tseretelli, inspirador del bloque dominante del Soviet, de menudas discordias que podían "dirimirse" dentro del Partido. La discusión tuvo lugar el 1 (14) de abril. Tres días después, Lenin había de declarar guerra a muerte a Tseretelli. Y dos meses después, Tseretelli estaría desarmando y deteniendo a bolcheviques
La conferencia de marzo de 1917 es de extraordinaria importancia en cuanto a percepción del estado de ánimo de los miembros prominentes del Partido bolchevique inmediatamente después de la Revolución de febrero, y particularmente de Stalin, que acababa de regresar de Siberia después de cuatro años de cavilar por su cuenta. De la sucinta crónica de las actas, emerge como un vulgar demócrata y un provinciano obligado por el sesgo de la hora a adoptar el color marxista. Sus artículos y discursos de esas semanas proyectan una luz clara y sin manchas sobre su posición durante los años de guerra: si hubiera derivado lo más mínimo hacia las ideas de Lenin durante su permanencia en Siberia, como alegan Memorias escritas veinte años después de los hechos, no se habría hundido de modo tan irremediable en el fango del oportunismo como lo hizo en marzo de 1917. La ausencia de Lenin y la influencia de Kamenev, hicieron posible que Stalin apareciese al estallar la revolución como realmente era, mostrando sus características más hondamente arraigadas: desconfianza en las masas, falta total de imaginación, miopía, propensión a buscar la línea de menor resistencia. Por eso, la conferencia de marzo, en la que Stalin se reveló a sí mismo tan explícitamente como político, se suprime hoy de la historia del partido, y sus actas se guardan bajo siete llaves. En 1923 se prepararon secretamente tres copias para los miembros da, "triunvirato": Stalin, Zinoviev y Kamenev. Sólo en 1926, cuando Zinoviev y Kamenev se unieron a la oposición contra Stalin, pude procurarme de ellos este notable documento, lo que me permitió publicarlo en el extranjero, en ruso y en inglés.
Pero, después de todo, este documento no difiere en nada esencial de sus artículos en Pravda, a los que sirve tan sólo de suplemento. Ni una simple declaración, propuesta o protesta en que Stalin opusiera más o menos articuladamente el punto de vista bolchevique a la política de los demócratas pequeñoburgueses ha llegado hasta nosotros de aquellos días. Un testigo presencial de aquellos tiempos, el menchevique de izquierda Sujanov (autor del manifiesto A los Trabajadores del Mundo, ya mencionado), escribía en sus inestimables Notas sobre la Revolución: "Además de Kamenev, los bolcheviques tenían entonces a Stalin en el Comité Ejecutivo... Durante su rara actuación... daba (y no sólo a mí) la impresión de una mota gris que, de vez en cuando, se hacía levemente visible, sin dejar rastro. Realmente, de él no hay nada más que decir." Tal descripción, que hemos de reconocer bastante parcial, costó a Sujanov la vida tiempo después.
El 3 (16) de abril, después de atravesar Alemania en guerra, Lenin, Krupskaia, Zinoviev y otros cruzaban la frontera de Finlandia y llegaron a Petrogrado... Un grupo de bolcheviques, con Kamenev al frente, acudieron a recibir a Lenin en Finlandia. Stalin no estaba entre ellos, y este ligero dato muestra mejor que nada la inexistencia de cuanto significara intimidad personal entre él y Lenin. "Tan pronto como llegó Vladimiro Ilich y se sentó en la otomana -refiere Raskolnikov-, la emprendió con Kamenev: "¿Qué habéis estado escribiendo en Pravda? Hemos visto varios números, y nos pusieron de muy mal humor..."" Durante los años que pasó junto a Lenin en el extranjero, Kamenev se había acostumbrado a aquellas duchas frías. No eran obstáculo para que estimase a Lenin, y aun le adorase por entero con su vehemencia, su profundidad, su sencillez, sus salidas, que le hacían reír aun antes de oírlas, y su carácter de letra, que imitaba sin darse cuenta de ello. Muchos años más tarde, alguien recordaba que durante el viaje, Lenin había preguntado por Stalin. Aquella pregunta natural (Lenin preguntaría indudablemente por todos los miembros de la plana mayor bolchevique), sirvió después como punto de partida para urdir una película soviética.
Un reseñador minucioso y consciente de la revolución escribió lo siguiente acerca de la primera aparición de Lenin en público ante los bolcheviques reunidos al efecto: "Nunca olvidaré aquel discurso que, como el trueno, conmovió y asombró no a mí solamente, un hereje a quien la casualidad había llevado allí sino incluso a todos los creyentes. Seguro es que nadie se esperaba aquello".
No se trataba de un trueno retórico, que no era cosa del agrado de Lenin, sino de todo el sesgo de sus ideas. "¡No necesitamos una república parlamentaria, ni una democracia burguesa; no necesitamos Gobierno alguno que no sea el Soviet de los diputados de los obreros, los soldados y los campesinos pobres!" En la coalición de los socialistas con la burguesía liberal (esto es, en el "frente popular" de nuestros días), Lenin sólo veía traición al pueblo. Hizo despiadada mofa de la frase de moda "democracia revolucionaria", que confundía en una mezcolanza a los trabajadores y a la pequeña burguesía, a populistas, mencheviques y bolcheviques. Los partidos transaccionistas que predominaban en los Soviets no eran para él aliados, sino enemigos irreconciliables. "¡Sólo aquello -advierte Sujanov- era suficiente entonces para que al auditorio le diese vueltas la cabeza!"
El Partido estaba tan falto de preparación para Lenin como lo había estado para la Revolución de febrero. Todos los juicios, consignas y giros verbales acumulados durante las cinco semanas de revolución quedaron reducidos a añicos. "Atacó resueltamente las tácticas de los grupos situados a la cabeza del Partido y de los camaradas individuales, ya antes de llegar -escribe Raskolnikov, refiriéndose ante todo a Stalin y Kamenev-. Los activistas más responsables del Partido estaban presentes. Pero aun para ellos resultó algo totalmente nuevo el discurso de Ilich." No hubo discusión. Estaban todos demasiado confusos para ello. Ninguno quiso exponerse a los golpes de aquel intrépido líder. Por los rincones cuchicheaban que Ilich había pasado demasiado tiempo en el extranjero, que había perdido contacto con Rusia, que no comprendía la situación, y, lo que es peor, que se había pasado a la oposición del trotskismo. Stalin, informante de la víspera en la Conferencia, permanecía callado. Se daba cuenta de haber cometido un terrible error, mucho más grave que en aquella ocasión del Congreso de Estocolmo en que había defendido la división de la tierra, o un año después, cuando transitoriamente formó entre los boicotistas. Decididamente, lo mejor era no prodigarse. Nadie se inquietaba por conocer la opinión de Stalin sobre el asunto, en modo alguno. Después, nadie pudo recordar la menor cosa para sus memorias de lo que Stalin hizo durante las semanas que sucedieron.
Entretanto, Lenin, estaba lejos de perder el tiempo: pasaba revista a la situación con sus perspicaces ojos, atormentaba a sus amigos con preguntas, y sonsacaba a los trabajadores. Al día siguiente mismo presentó al Partido un resumen de sus impresiones, que vinieron a ser más tarde el documento más- importante de la Revolución, famoso por el nombre de Las tesis del 4 de abril. Lenin no sólo no se asustaba de "espantar" a los liberales sino tampoco a los miembros del Comité Central bolchevique, no jugaba al escondite con los presuntuosos dirigentes del partido bolchevique. Ponía al desnudo la lógica de la guerra de clases. Arrojando a un lado la cobarde y fútil fórmula del "en tanto, etc.", situó al Partido frente a la tarea de incautarse del Gobierno. Pero lo primero y principal era determinar quién fuese el enemigo. Los monárquicos de las centurias negras, acurrucados en sus rincones y encrucijadas, no tenían la menor importancia. La plana mayor de la contrarrevolución burguesa se componía del Comité Central del partido cadete y del Gobierno provisional que él inspiraba. Pero este último existía por gracia de los social-revolucionarios y los mencheviques, que, a su vez, ejercían el Poder por la credulidad de las masas. En tales condiciones no había que pensar en la aplicación de violencias revolucionarias. Lo primero que interesaba era conquistar a las masas. En lugar de unirse y fraternizar con los populistas y los mencheviques, era necesario desenmascararlos ante los trabajadores, los soldados y los campesinos como agentes de la burguesía. "El Gobierno auténtico es el Soviet de delegados de los trabajadores... Nuestro Partido es una minoría en el Soviet... ¡No se puede evitar! A nosotros toca explicar, pacientemente con persistencia, de un modo sistemático, lo erróneo de su táctica. Mientras no seamos más que una minoría, nuestra tarea consiste en criticar, para desengañar a las masas." Todo aquel programa era sencillo y seguro, y cada clavo estaba firmemente clavado. Estas tesis llevaban sólo una firma: "Lenin". Ni el Comité Central del Partido ni el Consejo de redacción de Pravda consintieron en poner su rúbrica al pie de aquel explosivo documento.
El mismo 4 de abril, Lenin compareció ante la misma Conferencia del Partido en que Stalin había explicado su teoría de la división pacífica del trabajo entre el Gobierno Provisional y los Soviets. El contraste era demasiado cruel. Para moderarlo, Lenin, abandonando su costumbre, no sometió a análisis las resoluciones que se habían tomado, sino que les volvió la espalda. Lo que hizo fue elevar la Conferencia a un plano mucho más alto. Le hizo ver nuevas perspectivas que los supuestos líderes no habían sospechado siquiera. "¿Por qué no os apoderasteis del Poder?", preguntaba el nuevo ponente, y procedió a resumir las explicaciones de rigor: la revolución se consideraba burguesa, estaba sólo en su fase inicial; la guerra creaba dificultades imprevistas, y otras por el estilo. Todo eso es desatinado. El punto está en que el proletariado no tiene suficiente conciencia ni está bien organizado. Esto debe admitirse. La fuerza material está en manos del proletariado, pero la burguesía se halla alerta y preparada. Lenin desvió la cuestión de la esfera de seudo objetivismo en que Stalin, Kamenev y otros trataban de ocultar las tareas de la revolución, a la esfera de apercibimiento y acción. El proletariado había dejado de incautarse del Poder en febrero, no porque la toma del Poder estuviese proscrita por la Sociología, sino porque su incapacidad permitió a los transaccionistas defraudar al proletariado en interés de la burguesía..., ¡y eso era todo! "Incluso nuestros bolcheviques -continuó, sin mencionar nombres para nada- muestran confianza en el Gobierno. Esto sólo puede explicarse por haberse embriagado con la revolución. Es el fin del socialismo... Si esto es así, no puedo seguir adelante. Prefiero quedarme en minoría." No era difícil para Stalin y Kamenev reconocer la alusión a ellos. Todos los presentes se dieron cuenta de quiénes eran los aludidos por el informante. Los delegados no tenían la menor duda Lenin hablaba en serio al decir que se apartaba. Aquello e muy distinto de la fórmula "en tanto, etc.".
El eje de la cuestión relativa a la guerra se desvió con no menos resolución. El Gobierno provisional había medio prometido una república. Pero, ¿cambiaba esto el carácter de la guerra? Francia llevaba mucho tiempo de república, y lo había sido más de una vez, pero su participación en la guerra seguía siendo imperialista. La índole de la guerra se determina por el carácter de la clase que gobierna. "Cuando las masas declaran que no quieren ningún género de conquista, yo lo creo. Cuando Guchkov y Lvov declaran que no quieren conquistas, mienten con todo descaro." Este sencillo juicio es profundamente científico y, al mismo tiempo, comprensible para todos los soldados de las trincheras. Lenin asestó luego un golpe directo al llamar a Pravda por su verdadero nombre. "Pedir de un Gobierno de capitalistas que repudie las anexiones es una simpleza, una burla a voces..." Estas palabras afectaban directamente a Stalin. "Es imposible terminar esta guerra sin una paz de violencia, a menos que el capitalismo sea derrocado." Y, sin embargo, los partidarios de la transacción seguían apoyando a los capitalistas, y Pravda los apoyaba a ellos. "La petición del Soviet... no contiene una sola palabra que revele conciencia de clase. Toda ella es pura fraseología." Esto se refería a aquel mismo manifiesto saludado por Stalin como la voz del internacionalismo. Las frases pacifistas, a la vez que mantenían las viejas alianzas, los viejos tratados, los viejos objetivos, sólo tenían por finalidad engañar a las masas. "Lo que es único en Rusia es la transición inconcebiblemente rápida de la violencia irreprimible a la decepción más sutil." Tres días antes, Stalin había declarado estar dispuesto a unirse con el partido de Tseretelli. "Re oído que existe en Rusia una tendencia a la unificación; la unidad con un defensista es traición al socialismo. Creo que es mejor quedarse solo, como Liebknecht, ¡uno contra ciento diez!" Ya no se podía tolerar siquiera llevar el mismo nombre de los mencheviques, el nombre de Socialdemocracia. "Por mi parte, propongo que cambiemos de nombre el Partido, que en adelante nos llamemos Partido Comunista." Ni uno siquiera de los asistentes a la Conferencia, ni el mismo Zinoviev, que acababa de llegar con Lenin, apoyó esta propuesta, que perecía una ruptura sacrílega con su propio pasado.
Pravda, que continuaba dirigiendo Kamenev y Stalin, declaró que las tesis de Lenin reflejaban su personal opinión, que no compartía el Buró del Comité Central, y que Pravda continuaría su política de siempre. Aquella declaración llevaba la firma de Kamenev. Stalin le apoyaba con su silencio. Tuvo que permanecer así durante mucho tiempo. Las ideas de Lenin le parecían ilusiones de un emigrado, pero él permanecía atento esperando la reacción del Partido. "Debe reconocerse abiertamente -escribía más tarde el bolchevique Angarsky, que había pasado por la misma evolución que los otros- que muchos de los viejos bolcheviques... mantenían las opiniones bolcheviques de 1905 respecto al carácter de la Revolución de 1917, y que no era cosa fácil repudiar tales opiniones." En realidad, no se trataba de "muchos de los viejos bolcheviques", sino de todos, sin excepción. En la Conferencia de marzo, donde se reunieron los cuadros del Partido de todo el país, no se alzó una sola voz en favor de esforzarse en recabar el Poder para los Soviets. Todos ellos tenían que reeducarse. De los dieciséis miembros del Comité de Petrogrado, sólo dos apoyaron las tesis, y aun no lo hicieron desde el primer momento. "Muchos de los camaradas insinuaron -recordaba Tsijon- que Lenin había perdido contacto con Rusia, que no tenía en cuenta las condiciones actuales, etcétera." El bolchevique de provincias, Lebedev, refiere que al principio los bolcheviques condenaban la agitación de Lenin, "que parecía utópica y que se explicaba sólo por su prolongada falta de contacto con la vida rusa". Uno de los inspiradores de tales juicios fue sin duda Stalin, que siempre había mirado con desdén a los emigrados". Algunos años después, Raskolnikov recordaba que "la llegada de Vladimiro Ilich planteó un marcado Rubicón en la táctica de nuestro Partido... La tarea de tomar posesión del poder del Estado se concebía como un ideal remoto... Se consideraba suficiente apoyar al Gobierno provisional en una u otra forma... El Partido no tenía dirigente de autoridad capaz de soldarle en una firme unidad y llevarlo adelante." En 1922, no podía habérsele ocurrido a Raskolnikov ver a Stalin el "dirigente de autoridad". Escribía el trabajador de los Urales, Markov, a quien la revolución había encontrado junto a su torno: "Nuestros dirigentes marchaban a tientas hasta que llegó Vladimiro Ilich... La posición de nuestro Partido fue haciéndose clara al aparecer sus famosas tesis." "Recordad la recepción dispensada a las tesis de abril de Vladimiro Ilich -decía Bujarin poco después de morir Lenin-, cuando parte de nuestro propio Partido las miraba como una traición virtual a la ideología marxista consagrada." Esa "parte de nuestro propio Partido" era toda su dirección, sin exceptuar a: nadie. "Con la llegada de Lenin a Rusia en 1917 -escribía Molotov en 1924-, nuestro Partido comenzó a pisar terreno firme... Hasta aquel momento sólo había ido caminando inseguro y vacilante... El Partido carecía de la claridad y la resolución que requería el momento revolucionario..." Antes que los demás, de un modo más concluyente y preciso, Ludmila Stahl define el cambio ocurrido. "Hasta la llegada de Lenin, todos los camaradas erraban en la oscuridad...", decía el 4 (17) de abril de 1917, en el momento más culminante de la crisis del Partido. "Al ver la inventiva independiente del pueblo no podíamos menos de tenerla en cuenta... Nuestros camaradas se contentaban con meros preparativos para la Asamblea Constituyente, a base de métodos parlamentarios, y no admitían siquiera la posibilidad de ir más lejos. Aceptando las consignas de Lenin, haremos lo que la vida misma nos empuja a hacer."
El rearme del Partido en abril fue un rudo golpe para el prestigio de Stalin. Había venido de Siberia con la autoridad de un viejo bolchevique, con la categoría de miembro de Comité Central, ayudado por Kamenev y Muranov. También él inició su propio estilo de "rearme", rechazando la política de los dirigentes locales como excesivamente radical y comprometiéndose mediante varios artículos de Pravda, un informe en la Conferencia y la resolución del Comité de Krasnoyarsk. En medio de esta actividad, que por su misma índole era labor de un dirigente, apareció Lenin. Se presentó en la Conferencia como entra un inspector en el aula. Después de escuchar varias frases volvió la espalda al maestro y con una esponja mojada borró del encerado todos sus fútiles garabatos. Los sentimientos de asombro y protesta -de los delegados se resolvieron en una expresión admirativa. Pero Stalin no tenía admiración que ofrecer. Había sido el suyo un golpe muy duro, una sensación de desamparo y de profunda envidia. Le habían humillado delante de todo el Partido mucho más que en la Conferencia reservada de Cracovia después de su desgraciada dirección de Pravda. Era inútil luchar contra ello. También él entreveía ahora nuevos horizontes que no hubiera sido capaz de presentir el día antes. No le quedaba otro remedio que rechinar los dientes y aparentar calma. El recuerdo de la revolución provocada por Lenin en abril del año 1917, quedó grabado para siempre en su conciencia, y allí se enconó. Se apoderó de las actas de la conferencia de marzo y trató de ocultarlas al Partido y a la historia. Pero aquello no puso arreglo en nada. Seguía habiendo en las bibliotecas colecciones de Pravda. Además, aquellas ediciones de Pravda se reimprimieron más tarde, y los artículos de Stalin hablaban por sí mismos. Durante los primeros años de régimen soviético, innumerables Memorias referentes a la crisis de abril llenaron todos los periódicos históricos y las ediciones conmemorativas de los diarios. Todo ello tenía que ser retirado gradualmente de la circulación, falseado y sustituido por nuevo material. La misma palabra "rearme" del Partido, usada por mí casualmente, en 1922, fue a su tiempo objeto de ataques cada vez más furiosos de Stalin y sus satélites.
Verdad es que en 1924 Stalin aún estimó lo más sensato admitir, con la debida indulgencia para sí mismo, el error de sus métodos al comienzo de la Revolución, "El Partido -escribía- aceptó la política de presionar desde los Soviets al Gobierno en la cuestión de la paz y no decidió al momento dar un paso hacia adelante... hacia la nueva consigna del poder para los Soviets... Aquélla fue una posición profundamente errónea, pues multiplicaba las ilusiones pacifistas, vertía agua en el molino del defensismo y estorbaba la educación revolucionaria de las masas. Yo compartía aquella posición errónea en aquella ocasión con otros camaradas del Partido, y no la repudié por completo hasta mediados de abril, después de suscitar las tesis de Lenin." Este reconocimiento público, necesario para proteger su propia retaguardia en su lucha contra el trotskismo, que comenzaba por entonces, resultó muy limitado dos años más tarde. En 1926, Stalin negaba categóricamente el carácter oportunista de su política en marzo de 1917 ("¡No es cierto, camaradas eso no es más que comadreo!") y admitía solamente que tuvo "algunas vacilaciones..., pero, ¿quién entre nosotros no las tuvo pasajeramente?". Cuatro años después, Yarolavsky, que en su calidad de historiador mencionó el hecho de que Stalin había asumido al iniciarse la revolución "una posición errónea", se vio sometido a una feroz persecución de todos lados. Ya no era tolerable mencionar siquiera "vacilaciones momentáneas". ¡El ídolo del prestigio es un monstruo voraz! Finalmente, en la "historia" del Partido, dirigida por el mismo Stalin, éste se atribuye la posición de Lenin, cargando las propias opiniones a sus enemigos. Kamenev y ciertos activistas de la organización de Moscú, como Rikov, Bubnov, Nogin, proclama esta notable historia, "se mantuvieron en la posición semimenchevique de apoyo condicional al Gobierno provisional y a la política de los defensistas. Stalin, que acababa de regresar del destierro, Molotov y otros así como la mayoría del Partido, defendían la política de no confiar en el Gobierno provisional y se manifestaban contra el defensismo", y así por el estilo. De este modo, por cambios graduales del hecho a la ficción, lo negro se convirtió en blanco. Semejante método, que Kamenev llamó "dosificar la mentira", transpira en toda la biografía de Stalin, y halla su expresión cumbre y al mismo tiempo su colapso en los juicios de Moscú.
Analizando las ideas básicas de las dos facciones de la Socialdemocracia en 1909, escribía yo: "Los aspectos antirrevolucionarios del menchevismo se destacan ya en toda su fuerza; las características antirrevolucionarias del bolchevismo son una amenaza de gran peligro sólo en el caso de un triunfo revolucionario." En marzo de 1907, después de derrocado el zarismo, los antiguos cuadros del Partido llevaron estas características antirrevolucionarias del bolchevismo a su extrema expresión: hasta la distinción entre bolchevismo y menchevismo parecía haberse esfumado. Era imperativo un rearme radical del Partido. Lenin, el único hombre de talla para la tarea, lo hizo en el curso de abril. Al parecer, Stalin no deseaba oponerse en público a Lenin; pero tampoco salió en su favor. Sin meter mucho ruido, se desligó de Kamenev como diez años antes había abandonado a los boicotistas y como en la Conferencia de Cracovia dejó a, los conciliadores entregados a su suerte. No estaba habituado a defender idea alguna que no prometiese un éxito inmediato. La Conferencia de la organización de Petrogrado celebró sesiones desde el 14 al 22 de abril. Aunque ya predominaba la influencia de Lenin, los debates eran bastante movidos en ocasiones. Entre los que intervinieron se cuentan Zinoviev, Tomsky, Molotov y otros bolcheviques muy conocidos. Stalin ni siquiera se dejó ver; sin duda trataba de refugiarse en el olvido una temporada.
La Conferencia de toda Rusia se reunió en Petrogrado el 24 de abril. Se proponía dilucidar todos los asuntos que quedaron en suspenso en la Conferencia de marzo. Unos 150 delegados representaban a 79.000 miembros del Partido, de ellos, 15.000 de la capital. No es una marca desdeñable para un Partido antipatriótico que apenas había salido de la ilegalidad. La victoria de Lenin se apreció desde un principio en las elecciones a la Presidencia de cinco miembros, pues entre los elegidos no estaban Kamenev ni Stalin, los dos responsables de la política oportunista de marzo. Kamenev tuvo suficiente valor para pedir la concesión de un informe de minoría en la Conferencia. "Reconociendo que formalmente y de hecho el remanente clásico del feudalismo, la propiedad de la tierra por los hacendados, no ha sido aún liquidada..., es demasiado pronto para aseverar que la democracia burguesa ha agotado todas sus posibilidades." Tal fue la idea básica de Kamenev y de Rikov, Nogin, Dzerhinsky, Angarsky y otros. "El ímpetu para la revolución social -decía Rikov-, debió haber venido del Oeste." La revolución democrática no había terminado, decían los oradores de la oposición, apoyando a Kamenev. Era verdad. Sin embargo, la misión del gobierno provisional no consistía en dar cima a la revolución, sino en invertir su curso. Por consiguiente, la revolución democrática sólo podría completarse bajo el mando de la clase trabajadora. Los debates eran animados, pero apacibles, puesto que en lo esencial todo había sido decidido de antemano y Lenin hacía lo posible por facilitar la retirada de sus antagonistas.
Durante estos debates, Stalin intervino con una breve declaración contra su aliado de ayer. En su informe de minoría, Kamenev arguyó que no exigiendo nosotros la caída inmediata del Gobierno provisional lo procedente era pedir autoridad sobre él; de otro modo, las masas no nos comprenderían. Lenin opuso que el "control" del proletariado sobre un Gobierno burgués, especialmente en tiempos de revolución, sería ficticio o se reduciría a una simple colaboración con aquél. Stalin creyó llegado el momento de hacer constar su disconformidad con Kamenev. Para dar una especie de explicación sobre su cambio de actitud, se sirvió de una nota emitida el 19 de abril por el ministro de Negocios Extranjeros, Miliukov.
La extrema franqueza imperialista de este último, empujó literalmente a los soldados a la calle y originó una crisis gubernamental. El concepto de Lenin acerca de la revolución se basaba en la correlación de clases, y no en una nota diplomática o de otros actos del Gobierno. Pero Stalin no estaba interesado en ideas generales. Todo lo que necesitaba era un pretexto evidente para cambiar de postura con el menor quebranto para su vanidad. Estaba "dosificando" su retirada. Al principio, según decía, "era el Soviet quien trazó el programa, mientras que ahora lo hacía el Gobierno provisional". Después de la nota de Miliukov, "el Gobierno se adelanta al Soviet, y éste pierde terreno. Hablar entonces de control era desatinar". Aquello: sonaba a forzado y falso. Pero surtió efecto: Stalin se las compuso de este modo para separarse a tiempo de la oposición, que obtuvo sólo siete votos al hacer el escrutinio.
En su informe sobre la cuestión de las minorías nacionales, Stalin hizo todo lo posible por salvar el bache entre su informe de marzo, que veía el origen de la opresión nacional meramente en la aristocracia hacendada, y la nueva posición el Partido estaba asimilando. "La opresión nacional -dijo, arguyendo inevitablemente contra sí mismo- no sólo está sostenida por la aristocracia terrateniente, sino también por otra fuerza: los grupos imperialistas, que aplican el método de esclavizar a las naciones, aprendido en las colonias, a su propio país también..." Además, la gran burguesía lleva tras ella a "la pequeña burguesía, a parte de los intelectuales y a parte de la aristocracia del trabajo, que disfrutan asimismo de los despojos de este latrocinio". éste era el tema en que precisamente había insistido Lenin durante los años de guerra. "Así -continuaba el informe-, hay todo un coro de fuerzas sociales que apoyan la opresión nacional." Para poner fin a tal opresión, era necesario "apartar a este coro de la escena política". Situando en el poder a la burguesía imperialista, la Revolución de febrero no preparaba ciertamente el camino para la liberación de las minorías nacionales. Por ejemplo, el Gobierno provisional se resistía con todas sus fuerzas a los intentos de ampliar la autonomía de Finlandia. "¿A qué lado hemos de estar? Sin duda alguna, al lado del pueblo finés..." El ucraniano Pyatakov y el polaco Dzerzhinsky se pronunciaron en contra del programa de autodeterminación nacional, como utópico y reaccionario. "No deberíamos plantear la cuestión nacional -decía con ingenuidad Dzerzhinsky- porque ésta retrasa el momento de la revolución social. Por consiguiente, propondría suprimir de la resolución el punto relativo a la independencia de Polonia." "La Socialdemocracia -replicó Stalin-, puesto que sigue una ruta que conduce a la revolución socialista, debe apoyar el movimiento revolucionario de los nacionalistas contra el imperialismo." Entonces, por primera vez en su vida, dijo Stalin algo a propósito de "una ruta que conduce a la revolución socialista". La hoja del calendario juliano llevaba aquel día la fecha de 29 de abril de 1917.
Habiendo asumido las prerrogativas de un Congreso, la Conferencia eligió nuevo Comité Central, compuesto de Lenin, Zinoviev, Kamenev, Milutin, Nogin, Sverdlov, Smilga, Stalin, Fedorov; y como suplentes Teodorovich Bubnov, Glebov-Avilov y Pravdin. De los 133 delegados, por alguna razón sólo 109 tomaron parte en la votación secreta con pleno voto; es posible que algunos de ellos se hubieran marchado ya de la capital. Lenin obtuvo 104 votos (¿sería acaso Stalin uno de los delegados que no le dio el suyo?); Zinoviev, 101; Stalin, 97, y Kamenev, 95. Por primera vez era elegido Stalin para el Comité Central por el procedimiento usual del Partido. Iba ya a cumplir los treinta y ocho años. Rikov, Zinoviev y Kamenev tenían veintitrés o veinticuatro cuando fueron elegidos por Congresos del Partido para formar parte de la plana mayor bolchevique.
En la Conferencia hubo un intento de dejar a Sverdlov fuera del Comité Central. Lenin habló de ello después del fallecimiento de aquél, juzgándolo como una notoria equivocación suya. "Por fortuna -añadió-, nos rectificaron desde abajo." Es difícil que Lenin tuviese motivo alguno para oponerse a la candidatura de Sverdlov; sólo le conocía por correspondencia como un revolucionario profesional incansable. No es improbable que la oposición procediera de Stalin, que no había olvidado cómo Sverdlov anduvo enderezando entuertos tras él en San Petersburgo y reorganizando Pravda; su vida en común en Kureika no consiguió más que agravar su enemistad. Stalin nunca olvidaba nada. Al Parecer, trató de vengarse en la Conferencia, y de un modo u otro (no podemos sino figurárnoslo) consiguió ganarse el apoyo de Lenin. Pero su tentativa no dio resultado. Si en 1912, Lenin tropezó con la resistencia de los delegados cuando trató de incorporar a Stalin al Comité Central, esta vez no fue menor la que le opusieron para no excluir a Sverdlov. De los miembros de este Comité Central elegido en la Conferencia de abril, sólo Sverdlov llegó a morir de muerte natural. Todos los demás (con excepción del mismo Stalin), así como los cuatro suplentes, han sido oficialmente fusilados o suprimidos sin trámites oficiales.
Sin Lenin nadie hubiera sabido afrontar aquella situación sin precedentes; todos estaban esclavizados por viejas fórmulas. Pero trepar hasta la consigna de la dictadura democrática suponía ahora, según decía Lenin, "pasar realmente por encima de la pequeña burguesía". Es muy posible que la ventaja de Stalin sobre los demás estuviese en su falta de escrúpulos para hacerlo así y en su disposición a acercarse a los transaccionistas y a fusionarse con los mencheviques. No le imponía lo más mínimo la reverencia a las viejas fórmulas. El fetichismo ideológico le era extraño; así, sin el menor remordimiento, renegó de la teoría, largo tiempo sostenida, del papel contrarrevolucionario de la burguesía rusa. Como siempre, Stalin actuaba de un modo empírico, presionado por su oportunismo natural, que siempre le había empujado a buscar la línea de menor resistencia. Pero no había estado solo en su postura; en el curso de las tres semanas que precedieron a la llegada de Lenin, su expresión traducía fielmente las ocultas convicciones de muchos de los "viejos bolcheviques".
No debe olvidarse que la máquina política del partido bolchevique se componía principalmente de la intelectualidad, que era de origen y ambiente pequeñoburgués, y marxista en sus ideas y en sus relaciones con el proletariado. Los trabajadores que pasaban a ser revolucionarios profesionales se unieron a aquel grupo con mucho afán, y dentro de él perdieron su identidad. La peculiar estructura social de la máquina del Partido y su autoridad sobre el proletariado (ambas nada accidentales, y sí dictadas por estricta necesidad histórica) fueron, una vez más, causa de la vacilación del Partido, y finalmente se convirtieron en origen de su degeneración. El Partido persistía en la doctrina marxista, que expresaba los intereses históricos del proletariado en conjunto; pero los seres humanos de la máquina del Partido asimilaban sólo proporciones dispersas de tal doctrina, de acuerdo con su propia experiencia, relativamente limitada. Muchas veces, como se lamentaba Lenin, sólo aprendían maquinalmente fórmulas hechas de antemano, y cerraban los ojos a los cambios de situación. En la mayoría de los casos, carecían de diario contacto independiente con las masas obreras, así como de apreciación comprensiva del proceso histórico. De este modo, quedaban expuestos a la influencia de las otras clases. Durante la guerra, los capitostes del Partido se vieron seriamente afectados por tendencias transaccionistas emanadas de círculos burgueses, en tanto que los trabajadores bolcheviques de la base desplegaban una estabilidad mucho más firme para resistir el histerismo patriótico que se había propagado por todo el país.
Al abrir un amplio campo de acción a procesos revolucionarios, la revolución estaba dando mucha más satisfacción a los "revolucionarios profesionales" de todos los partidos que a los soldados de las trincheras, a los campesinos de las aldeas y a los trabajadores de las fábricas de municiones. Los oscuros hombres de la clandestinidad de la víspera se convertían de repente en figuras políticas rectoras. En vez de Parlamentos tenían Soviets y estaban en libertad de discutir y gobernar. Por lo que a ellos afecta, las contradicciones de clase que habían sido causa de la revolución parecían haberse liquidado bajo los rayos del sol democrático. Por eso, casi en todas partes de Rusia, bolcheviques y mencheviques se dieron la mano. Incluso donde continuaron separados, como en Petrogrado, los apremios hacia la unidad eran resueltamente imperiosos en ambas organizaciones. Mientras tanto, en las trincheras, en los pueblos y en las fábricas, los antagonismos crónicos tomaban un carácter abierto y más intenso, presagio de guerra civil más que de unidad. Como sucede con frecuencia, se abría una profunda sima entre las clases en movimiento y los intereses de las máquinas de partido. Hasta los cuadros del Partido bolchevique, que tenían la ventaja de una excepcional preparación revolucionaria, estaban decididamente resueltos a dar de lado a las masas e identificar sus propios y especiales intereses con los de la máquina al día siguiente mismo del derrocamiento de la monarquía. ¿Qué podía, pues, esperarse de aquellos cuadros cuando se convirtiesen en una burocracia estatal todopoderosa? No es verosímil que Stalin dedicase, un solo pensamiento a esta cuestión. Era carne de la carne de la máquina, y el más duro de sus huesos.
Pero, ¿por qué milagro consiguió Lenin cambiar en pocas semanas el curso del Partido, llevándolo por otro cauce? La respuesta debe buscarse simultáneamente en dos direcciones: los atributos personales de Lenin y la situación objetiva. Lenin era fuerte, no sólo porque comprendía las leyes de la lucha de clases, sino porque tenía el oído perfectamente acordado a la agitación de las masas en movimiento. Para él no era tanto la máquina del Partido como la vanguardia del proletariado. Estaba convencido en absoluto de que millares de aquellos trabajadores que habían sobrellevado lo más duro del trabajo ilegal estarían ahora a su lado. Las masas, a la sazón, eran más revolucionarias que el Partido, y el Partido más revolucionario que su máquina. Ya en marzo, la actitud real de los trabajadores y de los soldados se había manifestado en forma tumultuosa, y difería mucho de las instrucciones dictadas por todos los partidos, incluyendo al bolchevique. La autoridad de Lenin no era absoluta, pero sí enorme, porque toda la experiencia recogida confirmaba su presencia. Por el contrario, la autoridad de la máquina del Partido, como su conservadurismo estaba en formación por entonces. Lenin ejercía influencia, no tanto como individuo, sino como encarnación de la influencia de la clase sobre el Partido y del Partido sobre su máquina. En tales circunstancias, quien trataba de resistir perdía pronto pie. Los vacilantes se alineaban con los de enfrente, y los precavidos se unían a la mayoría. Así, con pérdidas relativamente escasas, Lenin consiguió orientar a tiempo al Partido y prepararlo para la nueva revolución. 
Cada vez, que los dirigentes del bolchevismo tenían que actuar sin Lenin incurrían en error, inclinándose por lo común a la derecha. Entonces surgía Lenin como un deus ex machina, y señalaba el camino recto. ¿Significa esto que Lenin lo fuese todo dentro del Partido bolchevique, y los demás nada? Tal conclusión, muy extendida en los círculos democráticos, es sumamente parcial, por ello falsa. Lo mismo pudiera decirse de la ciencia. La mecánica sin Newton y la biología sin Darwin parecieron no ser nada durante muchos años. Esto es a la vez cierto y falso. Represe la labor de miles de hombres de ciencia sencillos al reunir los hechos, agruparlos, plantear los problemas y preparar el terreno para las soluciones inteligentes de un Newton o un Darwin. Y cada solución, a su vez, afectaba a la labor de otros miles de investigadores modestos. Los genios no crean la ciencia; no hacen sino acelerar el proceso de la reflexión colectiva. El Partido bolchevique tenía un dirigente de genio, y no por accidente. Un revolucionario de la contextura y los arrestos de Lenin sólo podía estar al frente del partido más intrépido, capaz de llevar sus ideas y acciones a su lógica conclusión. Pero el genio en sí es la más rara de las excepciones. Un dirigente genial se orienta más aprisa, aprecia la situación más plenamente, ve más allá que los otros. Era inevitable que se abriese una ancha sima entre el líder genial y sus más íntimos colaboradores. Hasta puede concederse que en cierto grado la perspicacia de Lenin actuase como freno sobre el desarrollo de la confianza de sus colaboradores en sus propias aptitudes. Sin embargo, esto no significa que Lenin lo fuese "todo y que el Partido sin Lenin no fuese nada. Sin el Partido, Lenin se hubiese visto tan desvalido como Newton y Darwin sin el trabajo científico colectivo. Por consiguiente, no se trata de efectos especiales inherentes al bolchevismo, y producto probable de la centralización, la disciplina, etc., sino del problema del genio dentro del proceso histórico. Los escritores que intentan desacreditar el bolchevismo sobre la base de que el Partido bolchevique tuvo la fortuna de contar con un dirigente genial, no hacen otra cosa que confesar su propia vulgaridad mental.
La dirección bolchevique hubiera llegado a encontrar el camino recto sin Lenin, pero despacio, a costa de fricciones y luchas intestinas. Los conflictos de clase habrían seguido condenando y rechazando las consignas insípidas de la vieja guardia bolchevique. Stalin, Kamenev y los demás segundones se hallaban ante la alternativa de dar una expresión consistente a las tendencias de la vanguardia proletaria o de desertar pasándose al otro lado de la barricada. No hemos de olvidar que Shlyapnikov, Zalutsky y Molotov trataron de seguir un rumbo más izquierdista desde el primer momento de la revolución.
Pero esto no quiere decir que el verdadero camino se hubiese encontrado de todos modos. El factor tiempo desempeña un papel decisivo en política, especialmente en una revolución. La lucha de clases difícilmente ha de esperar indefinidamente a que los dirigentes políticos descubran lo que procede hacer. El líder genial es importante porque, al abreviar el plazo de aprendizaje mediante lecciones objetivas, permite al Partido influir en el desarrollo de los acontecimientos en el instante adecuado. Si Lenin no hubiera llegado a primeros de abril, sin duda el Partido habría ido tanteando su ruta hasta coincidir tal vez con la orientación señalada en sus Tesis. Pero, ¿existía ningún otro capaz de haber preparado al Partido para el desenlace de octubre? Esta interrogación no puede contestarse categóricamente. Una cosa es cierta: en esta situación (que exigía oponer resueltamente a la perezosa máquina del Partido las masas e ideas de movimiento), Stalin no habría podido actuar con la necesaria iniciativa creadora, y hubiera sido más bien freno que impulsor. Su poder comenzó sólo cuando se hizo posible aparejar a las masas con ayuda de la máquina.
Es difícil seguir el rastro de las actividades de Stalin durante los dos meses siguientes. De pronto se vio replegado a una posición de tercer orden. El mismo Lenin estaba ahora directamente encargado del cuadro de redacción de Pravda casi a diario (no por intervención desde lejos, como antes de la guerra), y Pravda marcaba el compás a todo el Partido. Zinoviev era dueño y señor en materia de agitación. Stalin no participaba aún en mítines. Kamenev, algo mohíno ante la nueva política, representaba al Partido en el Comité Ejecutivo Central del Soviet y en el terreno -del Soviet. Stalin desapareció prácticamente de aquella liza y apenas se le vio ni aun en Smolny. Sverdlov asumió la alta dirección de la actividad organizadora más destacada, señalando tareas a los activistas del Partido, tratando con los de provincias, resolviendo conflictos. Además de sus obligaciones corrientes en Pravda y su asistencia a las sesiones del Comité Central, se confiaron a Stalin eventuales misiones de carácter administrativo, técnico o diplomático, nada numerosas, por cierto. Perezoso por naturaleza, Stalin puede trabajar a presión sólo cuando están en juego sus propios intereses; de otro modo, prefiere fumar una pipa y pasar el rato. Durante una temporada se sintió muy a disgusto. En todas partes se encontraba sustituido por hombres más importantes o mejor dotados. Su vanidad sentía en lo vivo la punzada de los días de marzo y abril. Violando su propia integridad, fue lentamente dando vuelta al rumbo de sus ideas. Pero, a fin de cuentas, sólo dio media vuelta.
En la Conferencia de las organizaciones militares bolcheviques celebrada en junio, después de los discursos políticos fundamentales de Lenin y Zinoviev, Stalin informó sobre "el movimiento nacionalista en los regimientos de este matiz". En el Ejército activo, influido por el despertar de las nacionalidades oprimidas, hubo una espontánea reagrupación de unidades armadas de acuerdo con la nacionalidad. Así surgieron regimientos ucranianos, musulmanes, polacos, etc. El Gobierno provisional se opuso abiertamente a esta "desorganización del Ejército", mientras que los bolcheviques, como siempre, se pusieron de parte de las nacionalidades oprimidas. El discurso de Stalin no se conserva; pero difícilmente podía agregar nada nuevo.
El primer Congreso de los Soviets de toda Rusia, el 3 de junio, se prolongó durante casi tres semanas. Los veinte o treinta delegados bolcheviques de las provincias, perdidos entre la masa de transaccionistas, constituían un grupo nada homogéneo y sujeto aún a las corrientes de marzo. No era fácil acaudillarlos. En este Congreso hizo una referencia de interés un populista a quien ya conocemos, y que en alguna ocasión pudo observar a Koba en una cárcel de Bakú. "Trataré de esforzarme para comprender el papel de Stalin y Sverdlov en el Partido bolchevique -escribía Vereshchak en el año 1928-. Mientras que Kamenev, Zinoviev, Nogin y Krylenko se hallaban sentados a la mesa presidencial del Congreso, y Lenin, Zinoviev y Kamenev eran los principales oradores, Sverdlov y Stalin dirigían en silencio a la fracción bolchevique. Ellos eran la fuerza táctica. Entonces me di cuenta por vez primera del pleno significado del hombre." Vereshchak no estaba equivocado. Stalin era muy valioso tras la cortina, preparando a la fracción para votar. Nunca recurrió a argumentos de principios. Pero se daba maña para convencer a los dirigentes de talla normal, excepcionalmente a los de provincias; si bien incluso en esa tarea el lugar preeminente correspondía a Sverdlov, que era presidente permanente de la fracción bolchevique en el Congreso.
Entretanto, el Ejército venía siendo objeto de una preparación "moral" para la ofensiva, que enervaba a las masas en la retaguardia como en el frente. La fracción bolchevique protestó resueltamente contra aquella aventura militar y vaticinó la catástrofe. La mayoría del Congreso apoyó a Kerensky. Los bolcheviques decidieron responder con una manifestación callejera, pero mientras se estudiaba el asunto se exteriorizaron diferencias de opinión. Volodarsky, sostén principal del Comité de Petrogrado, no estaba seguro de que los trabajadores quisieran echarse a la calle. Los representantes de las organizaciones militares insistieron en que los soldados no saldrían sin armas. Stalin opinó que "existía fermento entre los soldados, pero no se advertía lo mismo entre los trabajadores"; no obstante, suponía que era necesario oponer resistencia al Gobierno. La manifestación se acordó por último para el domingo, 10 de junio. Los transaccionistas estaban alarmados, y en nombre del Congreso prohibieron la manifestación. Los bolcheviques se sometieron. Pero, asustados de la mala impresión que su propio veredicto causó entre las masas, el propio Congreso convocó una manifestación general para el 18 de junio. El resultado fue inesperado: todas las fábricas y todos los regimientos se presentaron con letreros bolcheviques. Aquello fue un rudo golpe para la autoridad del Congreso. Los trabajadores y los soldados de la capital se dieron cuenta de su propio poder. Dos semanas más tarde intentaron hacerlo efectivo. Así se desarrollaron los "días de julio", lindero el más importante entre las dos revoluciones.
El 4 de mayo escribía Stalin en Pravda: "La Revolución crece en anchura y profundidad... Las provincias marchan a la cabeza del movimiento. Así como Petrogrado iba delante en los primeros días de la Revolución, ahora comienza a quedarse rezagado." Exactamente dos meses después, los "días de julio" demostraban que las provincias iban muy a la zaga de Petrogrado. Lo que Stalin tenía presente al escribir así eran las organizaciones, no las masas. "Los Soviets de la capital -observaba Lenin ya en la Conferencia de abril- dependen políticamente más del Gobierno central burgués que los Soviets provinciales." Mientras que el Comité ejecutivo Central trataba con todas sus fuerzas de concentrar el poder en manos del Gobierno, los Soviets provinciales, constituidos por mencheviques y essars, en muchos casos se incautaron de los gobiernos locales contra la voluntad de éstos, y aun intentaron regular la vida económica. Pero el "atraso" de las instituciones soviéticas en la capital obedecía al hecho de que el proletariado de Petrogrado había ido tan lejos, que el radicalismo de sus peticiones asustaba a los demócratas pequeñoburgueses. Cuando se discutía el asunto de la manifestación de julio, Stalin argüía que los trabajadores no tenían deseos de refriega. Este argumento quedó desmentido por los mismos días de julio, en que, desafiando la proscripción de los transaccionistas y aun las advertencias del Partido bolchevique, el proletariado se volcó en las calles, dando el hombro a la guarnición. Ambos errores de Stalin son característicos suyos, sin duda alguna: no respiraba el ambiente de lo s mítines obreros, no estaba en contacto con las masas ni confiaba en ellas. La información le llegaba a través de la máquina. Pero las masas eran incomparablemente más revolucionarias que el Partido, que, a su vez, lo era más que sus hombres de Comité. Como en otras ocasiones, Stalin expresaba las inclinaciones conservadoras de la máquina del Partido, y no la fuerza dinámica de las masas.
A primeros de julio, Petrogrado estaba ya por completo de parte de los bolcheviques. Informando al nuevo embajador francés de la situación actual de la capital, el periodista Claude Anet señalaba por encima del Neva hacia el distrito de Viborg, donde estaban concentradas las fábricas más importantes: "Allí, Lenin y Trotsky son los amos. Los regimientos de la guarnición eran bolcheviques o vacilaban en la misma dirección. Si Lenin y Trotsky quisieran apoderarse de Petrogrado, ¿quién podría impedírselo?" Tal pintura de la situación era justa. Pero aún no era posible tomar el poder porque, a pesar de lo que Stalin había escrito en mayo, las provincias estaban a gran distancia detrás de la capital.
El 2 de julio, en la Conferencia bolchevique de todas las ciudades rusas, donde Stalin representaba al Comité Central, dos soldados de ametralladoras aparecieron muy excitados declarando que sus regimientos habían acordado salir a la calle inmediatamente, armados por completo. La Conferencia se pronunció contra tal decisión. Stalin, en nombre del Comité Central, sostuvo este parecer de la Conferencia. Trece años después, Pestkovsky, uno de los colaboradores de Stalin y oposicionista contrito, recordaba esta conferencia. "Allí conocí a Stalin. El local en que se celebraba la Conferencia no podía albergar a todos los concurrentes; parte del público seguía el curso de los debates desde el pasillo, a través de la puerta abierta. Yo estaba entre aquella parte del público, y, por consiguiente, no pude oír el informe muy bien... Stalin intervino en nombre del Comité Central. Como hablaba en voz baja, no percibí gran cosa de lo que dijo desde mi sitio del pasillo. Pero sí me di cuenta de una cosa: cada frase de Stalin era tajante y rotunda, y sus declaraciones se distinguían por la claridad con que las formulaba..."
Los miembros de la Conferencia se separaron y fueron a sus regimientos y fábricas para disuadir a las masas de una manifestación pública. "Alrededor de las cinco -informaba Stalin después del suceso-, en la sesión del Comité Ejecutivo Central, declaré, oficialmente, en nombre suyo en la Conferencia, que decidíamos no salir." No obstante, la manifestación se efectuaba alrededor de las seis. "¿Tenía el Partido derecho a lavarse las manos... y quedar al margen...? Como Partido del proletariado, debimos haber intervenido en su manifestación pública y haberle dado un carácter pacífico y organizado, sin tender a una toma del poder por las armas." Algo más tarde, dijo Stalin en un Congreso del Partido, a propósito de los días de julio: "El Partido no deseaba la manifestación; el Partido deseaba dar tiempo a que la política de la ofensiva en el frente se desacreditara. Sin embargo, hubo manifestación, provocada por el caos en que se hallaba el país, por las órdenes de Kerensky y por el envío de destacamentos al frente." El Comité Central decidió dar a la manifestación un carácter pacífico. "A la cuestión planteada por los soldados de si era permisible salir con armas, el Comité Central contestó que no. Pero los soldados replicaron que no podían salir desarmados..., que llevarían las armas solamente para su propia defensa."
Sobre este punto, sin embargo, nos encontramos con el enigmático testimonio de Dyemyan Byendy. En un tono muy alborozado, el laureado poeta dijo en 1929 que en las oficinas de Pravda llamaron a Stalin por teléfono desde Kronstadt, y éste, respondiendo a lo que le preguntaban, respecto a si saldrían con armas o sin ellas, dijo: "¿Fusiles...? ¡Vosotros sabréis! Los oficinistas siempre llevamos encima nuestras armas, los lápices, adonde quiera que vamos. ¡En cuanto a vosotros y vuestras armas, es cosa vuestra...!" Probablemente, el lance está estilizado; pero se percibe un grano de verdad en ello. Por lo general, Stalin se sentía inclinado a menospreciar la disposición de los trabajadores y los soldados a luchar: siempre recelaba de las masas. Pero tan pronto estallaba una trifulca, fuese en una plaza de Tiflis, en la cárcel de Bakú o en las calles de Petrogrado, invariablemente se inclinaba a darle el carácter de máxima violencia posible. ¿La decisión del Comité Central? Podía perfectamente volverse del revés por medio de la palabra de los lápices. Con tondo, no debe exagerarse la importancia de aquel episodio. La pregunta procedía sin duda del Comité Central del Partido de Kronstadt. En cuanto a los marineros, habrían salido armados de todos modos.
Sin degenerar en insurrección, los días de julio traspasaron el marco de una simple manifestación. Hubo disparos de provocación desde ventanas y tejados. Se produjeron algunos choques armados sin plan ni finalidad, pero con muchos muertos y heridos. Los marineros de Kronstadt se apoderaron accidentalmente a medias de la fortaleza de Petropavlosk y el palacio de Taurid estuvo sitiado. Los Bolcheviques demostraron ser los dueños de la situación, pero deliberadamente repudiaron la insurrección como una aventura. "Podríamos haber tomado el Poder el 3 y el 4 de julio -dijo Stalin en la Conferencia de Petrogrado-. Pero contra nosotros se hubieran levantado los frentes, las provincias, los Soviets. Sin el apoyo en las provincias, nuestro Gobierno hubiera estado sin manos ni pies." Falto de una finalidad inmediata, el movimiento fue extinguiéndose. Los trabajadores volvieron a sus fábricas y los soldados a sus cuarteles. Quedaba el problema de la fortaleza de Petropavlosk, que seguía ocupada por los kronstadtitas. "El Comité Central me envió como delegado a la fortaleza -ha dicho Stalin-, donde pude convencer a los marineros presentes para que rehuyesen el combate... Como representante del Comité Ejecutivo Central, fui con Bogdanov (menchevique) a ver a Kozmin (oficial comandante). Estaba preparado a luchar... Le persuadimos a que no recurriese a la fuerza... Era evidente para mí que el ala derecha quería sangre para dar una "lección" a los trabajadores, soldados y marineros. Pero pudimos malograr sus deseos." Stalin logró desempeñar con éxito su delicada misión sólo porque no era una figura odiosa a los ojos de los transaccionistas: el odio de éstos se dirigía hacia otras personas. Además, era capaz como nadie de adoptar en tales negociaciones el tono de un bolchevique moderado, que huía de los excesos y propendía a la transigencia. Seguramente, nada dijo de su consejo a los marineros, a propósito de "los lápices".
 

A pesar de la evidencia de los hechos, los transaccionistas calificaron la manifestación de julio de sublevación armada, y acusaron a los bolcheviques de conspirar. Cuando el movimiento había pasado ya, llegaron del frente tropas reaccionarias. En la Prensa se publicaron noticias basadas en los "documentos" del ministro de Justicia, Pereverzev, según los cuales Lenin y sus colaboradores eran colaboradores declarados del Estado Mayor alemán. Comenzaron días de calumnia, persecuciones y tumulto. Las oficinas de Pravda fueron destruidas. Las autoridades promulgaron una orden de detención contra Lenin, Zinoviev y otros responsables de la "insurrección". Los burgueses y los transaccionistas, en su Prensa, pedían, amenazadores, que los culpables se entregaran en manos de la justicia. Hubo conferencias en el Comité Central de los bolcheviques: ¿Comparecería Lenin ante las autoridades, para dar franca batalla a los calumniadores, o era mejor que se ocultase? ¿Llegaría el asunto hasta un Consejo de Guerra? No faltaron los titubeos, inevitables en medio de una solución de continuidad tan brusca en la situación.
La cuestión de quién "salvó" a Lenin en aquellos días y quién deseaba "hundirle" ocupa no poco espacio en la literatura soviética, Dyemyan Bynedy dijo hace algún tiempo que acudió precipitadamente con un coche a ver a Lenin, diciéndole que no imitara a Cristo "entregándose por sí mismo a sus enemigos". BronchBruyevich, el ex gerente del Sovnakon (Consejo de Comisarios del Pueblo), contradijo en absoluto a su amigo, diciendo en la Prensa que Dyemyan Byedny pasó aquellas horas críticas en su residencia campestre de Finlandia. La alusión a que el honor de haber convencido a Lenin "correspondía a otros camaradas", indica claramente que Bronch se vio obligado a molestar a su buen amigo para dar satisfacción a alguien más influyente.
En sus Memorias, dice Krupskaia: "El 7 de julio visité a Ilich en su habitación del piso de los Alliluyev, en compañía de María Ilinichna (la hermana de Lenin). En aquel preciso momento Ilich estaba indeciso. Exponía un argumento tras otro en pro de la necesidad de comparecer en juicio. María Ilinichna le contradijo con vehemencia. "Gregory Zinoviev y yo hemos decidido presentarnos. Ve a decírselo a Kamenev", me dijo Ilich. Lo hice apresuradamente. "Despidámonos -me dijo Vladimiro Ilich-, es posible que no nos volvamos a ver." Nos despedimos. Fui a ver a Kamenev y le di el mensaje de Vladimiro Ilich. Por la noche, Stalin y otros disuadieron a Ilich de presentarse, y así le salvaron la vida."
Ordzhonikidze ha descrito con más detalle estas horas de prueba. "Comenzó la furiosa caza de nuestros dirigentes... Algunos camaradas sostenían el punto de vista de que Lenin no debía ocultarse, sino comparecer... Así razonaban muchos bolcheviques prominentes. Encontré a Stalin en el palacio Taurid. Fuimos juntos a ver a Lenin..." Lo primero que salta a la vista es el hecho de que en aquellos momentos en que se desarrollaba "una furiosa caza de los dirigentes del Partido", Ordzhonikidze y Stalin se encontraran tranquilamente en el palacio Taurid, cuartel general enemigo, y salieran de allí sin quebranto. El mismo argumento se reprodujo en el piso de Alliluyev: ¿Entregarse o esconderse? Lenin suponía que no se le juzgaría en público. Más categórico que los demás contra la presentación se manifestó Stalin: "Los junkers (cadetes de la Academia Militar) no le llevarán siquiera a la cárcel, le matarán en el camino..." En aquel momento llegó Stassova y les informó de un nuevo rumor: de que Lenin, según los informes del Departamento de Policía, era un agente provocador. "Aquellas palabras produjeron en Lenin una profundísima impresión. Contrajo nerviosamente el rostro y declaró categóricamente que debía ir a la cárcel." Ordzhonikidze y Nogin fueron enviados al palacio Taurid para tratar de arrancar de los partidos del Gobierno la garantía de que Ilich no sería linchado... por los junkers. Pero los espantados mencheviques estaban buscando garantías para ellos mismos. Stalin, por su parte, informó en la Conferencia de Petrogrado: "Personalmente, planteé la cuestión de hacer una declaración a Lieber y Anisinov (mencheviques, miembros del Comité Ejecutivo Central del Soviet), y ellos replicaron que no podían dar garantías de ningún género." Después de esa tentativa en el campo enemigo, se decidió que Lenin abandonara Petrogrado y se ocultase con toda seguridad. "Stalin se encargó de organizar la partida de Lenin."
La razón que asistía a los adversarios de la entrega de Lenin a las autoridades se demostró más tarde por el relato del jefe de las tropas, general Polovtsev. "El oficial enviado a Terioki (Finlandia) con la misión de capturar a Lenin me preguntó si deseaba recibir a aquel caballero en una sola pieza o en varias... Le contesté sonriendo que los detenidos suelen tratar de huir." Para los organizadores de intrigas judiciales, no se trataba en aquel caso de hacer "justicia", sino de atrapar a Lenin y darle muerte, dos años más tarde hicieron en Alemania con Karl Liebnecht y Rosa Luxemburgo. Stalin estaba aún más convencido que los otros de lo inevitable de una sangrienta represalia; tal solución concordaba en absoluto con su propio modo de pensar. Además, estaba lejos de inquietarse por lo que dijese la "opinión pública". Otros, incluso el mismo Lenin y Zinoviev, vacilaban. Nogin y Lunacharsky se pusieron en contra de la entrega en el curso del día, después de haber sido partidarios de ella al principio. Stalin se mantuvo con más tenacidad que los otros, y demostró estar en lo cierto. 
Veamos ahora lo que el postrer historiógrafo soviético ha hecho de este episodio dramático. "Los mencheviques, los essar y Trotsky, que luego se convirtió en un bandido fascista -dice una publicación oficial de 1938-, pedían que Lenin compareciese voluntariamente en juicio. También pensaban lo mismo los que más tarde se han revelado como enemigos del pueblo, los mercenarios fascistas Kamenev y Rikov. Stalin les hizo frente con tesón", etc. En realidad, personalmente no intervine en aquellas conferencias, pues en aquellos momentos yo me tuve que ocultar también. El 10 de julio me dirigí por escrito al Gobierno de los mencheviques y los essars, declarando mi completa solidaridad con Lenin, Zinoviev y Kamenev, y el 22 de julio fui detenido. En una carta a la Conferencia de Petrogrado, Lenin consideraba necesario hacer constar particularmente que "durante los difíciles días de julio (Trotsky) supo estar a la altura de la situación". Stalin no fue detenido, ni aun formalmente inculpado en este caso, por la sencilla razón de que políticamente no existía por lo que afectaba a las autoridades y a la opinión pública. Durante la enconada persecución contra Lenin, Zinoviev, Kamenev, el que esto escribe y otros, Stalin apenas fue objeto de mención en la Prensa, auque era redactor de Pravda y firmaba sus artículos. Nadie prestaba la más mínima atención a estos artículos, ni se interesaba por su autor.
Lenin se escondió primero en casa de Alliluyev, y luego fue a Sestroretsk, donde vivió con el trabajador Emelyanov, en quien tenía plena confianza, y a quien se refiere con respeto, sin mencionar su nombre, en uno de sus artículos. "Cuando Vladimiro Ilich partió para Sestroretsk (la noche del 11 de julio), el camarada Stalin y yo -relata Alliluyev- le acompañamos a la estación de Sestroretsk. Durante su estancia en la tienda de Razliv, y después en Finlandia, Vladimiro Ilich enviaba notas a Stalin por mediación mía de vez en cuando. Las notas me llegaban a casa; y como había que contestarlas inmediatamente, Stalin vino a vivir con nosotros en agosto y ocupó la misma habitación en que había estado oculto Vladimiro Ilich durante los días de julio." Allí, por lo visto, conoció a su futura mujer, Nadezhda (Esperanza), hija de Alliluyev, una adolescente a la sazón. Otro de los activistas bolcheviques veteranos, Rahia, finés rusificado, refirió en letras de molde cómo Lenin le encargó en cierta ocasión de "llevarle a Stalin la siguiente noche. Me dijo que le encontraría en la redacción de Pravda. Estuvieron hablando largo rato". Con Krupskaia, Stalin fue durante aquella temporada un importante instrumento de enlace entre el Comité Central y Lenin, quien indudablemente confiaba en él por completo como conspirador precavido. Por otra parte, todo contribuía de un modo natural a confiarle tal misión: Zinoviev estaba oculto, Kamenev y yo en presidio, y Sverdlov encargado de la labor organizadora. Stalin tenía más libertad que otros, y no era tan conocido de la Policía.
Durante el período de reacción que siguió al movimiento de julio, el papel de Stalin creció considerablemente en importancia. Pestkovsky escribía en sus Memorias apologéticas, a propósito de las actividades de Stalin durante el verano de 1917: "Las masas obreras de Petrogrado no conocían apenas a Stalin entonces. Ni él buscaba tampoco la aclamación popular. Como no tenía aptitudes de orador, evitaba intervenir en mítines de masa. Pero no había Conferencia del Partido ni reunión organizadora seria que transcurriera sin un discurso político de Stalin. Por eso los activistas del Partido le conocían bien. Cuando se suscitó la cuestión de presentar candidatos bolcheviques de Petrogrado para la Asamblea Constituyente, los activistas del Partido le propusieron en uno de los primeros puestos." El nombre de Stalin en la lista de Petrogrado figuraba en sexto lugar... Todavía en 1936, para explicar por qué Stalin no gozaba de popularidad, seguía juzgándose necesario advertir que carecía de "talento retórico". Hoy, semejante expresión sería totalmente inadmisible. Stalin ha sido proclamado ídolo de los trabajadores de Petrogrado y orador clásico. Pero es cierto que, aún no presentándose ante las masas, Stalin, en compañía de Sverdlov, desempeñaron en julio y agosto una labor de suma responsabilidad en la oficina central, en reuniones y conferencias, en contactos con el Comité de Petrogrado, etc.
En cuanto al director del Partido durante aquel lapso, Lunacharsky escribía en 1923: "...Hasta los días de julio, Sverdlov estuvo, por decirlo así, en la oficina central de los bolcheviques, encargado de todo, con Lenin, Zinoviev y Stalin. Durante los días de julio se puso a la cabeza." Así es la verdad. En medio de la dura ofensiva que se abatió sobre el Partido, aquel hombrecillo moreno, con sus lentes, se comportaba como si nada hubiera pasado. Continuó señalando a cada cual su respectiva tarea, animaba a los que lo requerían, daba consejos, y cuando hacía falta, también órdenes. Era el auténtico "secretario general" del año revolucionario, aunque no llevara ese título. Pero era el secretario de un Partido cuyo líder político indiscutible, Lenin, permanecía en la clandestinidad. Desde Finlandia, Lenin escribía artículos, cartas, minutas de resoluciones, sobre las cuestiones políticas fundamentales. Aunque el hecho de hallarse alejado le condujese no raras veces a errores de táctica, ello le permitía definir con tanta mayor seguridad la estrategia del Partido. La dirección cotidiana recaía sobre Sverdlov y Stalin, y sobre los miembros más influyentes del Comité Central que permanecían en libertad. El movimiento de masas, entretanto, había disminuido mucho. La mitad del Partido se había acogido a la ilegalidad. En correspondencia, había crecido la preponderancia de la máquina. Dentro de la máquina, el papel de Stalin se amplió automáticamente. Esta ley rige invariablemente a lo largo de toda su biografía política, y forma, como si dijéramos, su venero principal.
En los días 21 y 22 de julio se celebró en Petrogrado una conferencia de importancia excepcional, que permaneció ignorada de las autoridades y de la Prensa. Después del trágico fracaso de la arriesgada ofensiva, comenzaron a llegar a la capital, cada vez con más frecuencia, delegados del frente, con protestas contra la supresión de libertades en el Ejército y contra la prosecución de la guerra. No fueron admitidos ante el Comité Ejecutivo Central, porque los transaccionistas nada tenían que decirles. Los soldados que venían del frente se conocieron lino unos a otros en los pasillos y en las antesalas, y cambiaban impresiones sobre los magnates del Comité Ejecutivo Central con vigorosas palabras de soldados. Los bolcheviques, que tenían habilidad para introducirse por todas partes, aconsejaron a los enfurecidos delegados que se entrevistasen con los trabajadores, los soldados y los marineros de la capital. La conferencia así provocada reunió a representantes de 29 regimientos del frente, de 90 fábricas de Petrogrado, de marineros de Kronstadt y de varias guarniciones circunvecinas. Los soldados del frente hablaron de la estúpida ofensiva, de la matanza, y de la colaboración entre los comisarios transaccionistas y los oficiales reaccionarios, que se habían vuelto de nuevo arrogantes. Aunque la mayoría de los soldados del frente continuaban considerándose essars, la enérgica resolución propuesta por los bolcheviques se aprobó por unanimidad. Desde Petrogrado, los delegados regresaron a las trincheras como agitadores incomparables para una revolución de trabajadores y campesinos. Podría parecer que los papeles de dirección en la organización de esta notable Conferencia correspondieron a Sverdlov y Stalin.
La Conferencia de Petrogrado, que en vano había intentado disuadir a las masas de manifestarse, se prolongó, después de una larga interrupción, hasta la noche del 20 de julio. El curso de sus actividades arroja considerable luz sobre la labor de Stalin y su puesto en el Partido. La dirección de organización en nombre del Comité Central corría a cargo de Sverdlov, quien sin pretensiones ni falsa modestia dejó la esfera de las teorías y las cuestiones importantes de política a otros. La conferencia se ocupó principalmente de examinar la situación política derivada del desastre de julio. Volodarsky, miembro prominente del Comité de Petrogrado, declaró al empezar: "En este momento sólo Zinoviev puede informar... Sería bueno oír a Lenin..." Nadie mencionó a Stalin. La Conferencia, interrumpida bruscamente por el movimiento de masas, no se reanudó hasta el 6 de julio. Pero entonces, Zinoviev y Lenin estaban escondidos, y el informe fundamental sobre política correspondió a Stalin, en sustitución de Zinoviev. "A mi parecer -dijo-, de momento, la contrarrevolución nos ha vencido. Estamos aislados, traicionados por los mencheviques y los essars, que se han confabulado..." El punto principal para el informante era la victoria de la contrarrevolución burguesa. Sin embargo, era un triunfo inestable; mientras la guerra continuase, mientras el colapso económico no se hubiera superado, mientras los campesinos no hubieran recibido su parte de tierra, "habría seguramente crisis, las masas se echarán una y otra vez a la calle y, además, tendremos choques violentos. El período apacible de la revolución ha pasado...". De ahí que la consigna: "Todo el Poder para los Soviets", no fuese ya práctica. Los Soviets Transaccionistas habían ayudado a la contrarrevolución burguesa militarista a aplastar a los bolcheviques y a desarmar a los obreros y a los soldados, y de ese modo habían perdido su derecho al Poder. La víspera misma habrían podido apartar al Gobierno provisional con un simple decreto; dentro de los Soviets, los bolcheviques podrían haberse asegurado el Poder en sencillas elecciones parciales. Pero aquello no era ya posible. Ayudada por los transaccionistas, la contrarrevolución se había pertrechado. Los Soviets no eran más que una mera pantalla de la contrarrevolución. ¡Sería bobo pedir el Poder para esos Soviets! "No es la institución lo que importa, sino la política de clase que desarrolle." La conquista pacífica del Poder había dejado de ser cuestión discutible. No cabía ya más que prepararse para un alzamiento armado, que se haría posible tan pronto como los aldeanos más humildes, y con ellos los soldados de los frentes, se aliasen con los trabajadores. Pero esta atrevida perspectiva estratégica iba seguida de una directiva táctica en extremo prudente para el período inmediato. "Nuestra tarea es reunir fuerzas, reforzar las organizaciones ya existentes, y prevenir a las masas contra manifestaciones prematuras: Esta es la línea táctica general del Comité Central."
Aunque muy elemental en la forma, este informe contenía un estudio completo de la situación desarrollada en los últimos días. Los debates agregaron poca cosa al contenido del informe. En 1927, el Consejo de edición de las actas consignaba: "Las proposiciones básicas de este informe se han convenido con Lenin y trazado de acuerdo con el artículo de Lenin, Tres crisis, que aún no ha habido ocasión de editar." Además, los delegados sabían, seguramente por mediación de Krupskaia, que Lenin había escrito tesis especiales para el informante. "El grupo de los asistentes a la conferencia -dicen las actas- solicitó que las tesis de Lenin se hicieran públicas. Stalin manifestó que las tesis no estaban en su poder..." La petición de los delegados era bien comprensible: el cambio de orientación era tan radical que deseaban oír la auténtica voz de su líder. Pero lo que no se comprende es la contestación de Stalin: Si había dejado las tesis en casa, pudo haberlas presentado en la siguiente sesión; sin embargo, las tesis no aparecieron nunca. La impresión así creada fue la de que se habían sustraído a la Conferencia. Aún es más sorprendente el hecho de que las "tesis de julio", al contrario de todos los demás documentos escritos por Lenin en la clandestinidad, no se hayan publicado hasta la fecha. Como el único ejemplar estaba en posesión de Stalin, es de presumir que las perdiera. Sin embargo, él mismo nada dice de haberlas extraviado. El Consejo de edición mencionó expresamente la suposición de que las tesis de Lenin estuvieran redactadas con sujeción al espíritu de sus artículos Tres crisis y Sobre consignas, escritos antes de la Conferencia, pero publicados después en Kronstadt, donde seguía habiendo todavía libertad de Prensa.
En efecto, una yuxtaposición de textos demuestra que el informe de Stalin no era más que una sencilla exposición de ambos artículos, sin una sola palabra de su propia cosecha. Evidentemente, Stalin no había leído los artículos e ignoraba su existencia; pero se sirvió de las tesis, que eran idénticas a los artículos en cuanto a contenido, y esta circunstancia explica suficientemente por qué el informante "olvidó" llevar las tesis de Lenin a la Conferencia y por qué no se ha conservado el documento. El carácter de Stalin hace esta hipótesis no solamente admisible, sino probable.
Dentro del Comité de la Conferencia, donde se agitaba una furiosa contienda, Volodarsky, que se negó a admitir que la contrarrevolución había logrado un triunfo decisivo en julio, consiguió atraerse a la mayoría. La resolución que salió entonces del Comité no fue ya defendida por Stalin ante la Conferencia, sino por Volodarsky. Stalin no solicitó informe de minoría, ni tomó parte en el debate. Entre los delegados había confusión. Al cabo, la resolución de Volodarsky fue apoyada por 28 delegados contra 3 y 28 abstenciones. El grupo de los delegados de Viborg explicó su abstención por el hecho de que "las tesis de Lenin no se había hecho públicas, y la resolución no había sido defendida por el informante". La alusión a la ocultación indebida de las tesis no puede ser más clara. Stalin nada dijo. Había sufrido una doble derrota, pues además de suscitar descontento ocultando las tesis, no había podido conseguir para ellas mayoría.
En cuanto a Volodarsky, seguía defendiendo en sustancia el esquema bolchevique para la Revolución del año 1905: primero, la dictadura democrática; luego, la inevitable ruptura con el campesinado; y, en el caso de triunfar el proletariado en el Oeste, la lucha por la dictadura socialista. Stalin, con la ayuda de Molotov y de otros varios, defendió la nueva concepción de Lenin: la dictadura del proletariado, con el concurso de los campesinos más pobres, era lo único que podía asegurar la solución de las tareas de la revolución democrática y al mismo tiempo abrir la era de las transformaciones sociales. Stalin tenía razón oponiéndose a Volodarsky, pero no supo demostrarlo. En cambio, al negarse a reconocer que la contrarrevolución burguesa hubiera ganado una victoria decisiva, Volodarsky demostró estar más en lo cierto que Lenin y Stalin. Aquel debate estaba destinado a reproducirse en el Congreso del Partido varios días después. La Conferencia terminó aprobando una proclama escrita por Stalin: "A todos los trabajadores", que decía, entre otras cosas: "... Los corrompidos mercenarios y cobardes calumniadores osan acusar abiertamente a los dirigentes de nuestro Partido de "traición...". ¡Nunca como ahora han sido los nombres de nuestros dirigentes tan queridos y tan familiares a la clase trabajadora como en este momento, en que la imprudente chusma burguesa lanza contra ellos fango! Aparte Lenin, las principales víctimas de la persecución y de la calumnia eran Zinoviev, Kamenev v el que esto escribe. Estos nombres eran especialmente caros a Stalin "cuando la chusma burguesa" lanzaba fango contra ellos. 
 

La Conferencia de Petrogrado fue como una especie de ensayo general para el Congreso del Partido que se reunió el 27 de julio. Por entonces, casi todos los Soviets del distrito de Petrogrado estaban en manos de los bolcheviques. En los centros de los Sindicatos, lo mismo que en los Comités de fábricas y almacenes, la influencia de los bolcheviques había llegado a dominar. Los preparativos de organización del Congreso estaban concentrados en manos de Sverdlov. La preparación política derivaba de Lenin, desde su escondite ilegal. En las cartas al Comité Central y publicadas en la Prensa bolchevique, que comenzaba a publicarse de nuevo, dilucidaba la situación bajo diversos aspectos. él fue quien redactó las minutas de las resoluciones fundamentales para el Congreso, pesando con cuidado todos los razonamientos en entrevistas efectuadas clandestinamente con los diversos informantes.
El Congreso se denominó de "Unificación", porque en él había de tener lugar la fusión en el Partido de la organización común a los distritos de Petrogrado (Mezhrayonnaya), a la que pertenecían Joffe, Uritsky, Ryazanov, Lunacharsky, Pokrovsky, Manuilsky, Yurenev, Karajan y el autor, así como otros revolucionarios que de un modo u otro se incorporaron a la historia de la Revolución soviética. "Durante los años de la guerra -dice una nota de pie de página en las obras de Lenin-, los de la organización interdistritos (Mezhrayontsy) estuvieron muy en contacto con el Comité bolchevique de San Petersburgo." En la época del Congreso, la organización sumaba unos cuatro mil trabajadores.
Noticias del Congreso, que se reunió semilegalmente en dos diferentes distritos obreros, se publicaron en los periódicos. En los círculos gubernamentales se habló de disolverlo. Pero, al llegar a los hechos, Kerensky decidió que era mejor dejar tranquilo el distrito de Viborg. En cuanto al público en general, no conocía a los organizadores del Congreso. Entre los bolcheviques asistentes al mismo, que después se hicieron famosos, se cuentan Sverdlov, Bujarin, Stalin, Molotov, Vorochilov, Ordzhonikidze, Yurenev, Manuilsky... La mesa presidencial estaba formada por Sverdlov, Olmisky, Lomov, Yurenev y Stalin. Aun así, con las figuras más destacadas del bolchevismo ausentes, figura Stalin en último lugar. El Congreso resolvió enviar saludos a "Lenin, Trotsky, Zinoviev, Lunacharsky, Kamenev, Kollontai y a todos los demás camaradas detenidos o perseguidos". Estos fueron elegidos para la presidencia de honor. La edición de 1938 sólo registra la elección de Lenin.
Sverdlov informó sobre la labor de organización del Comité Central. Desde la Conferencia de abril, el Partido había aumentado de 80.000 a 240.000 miembros, es decir, había triplicado la cifra. Este crecimiento bajo los golpes de julio, era reconfortante. Asombrosa por su insignificancia era la circulación conjunta de la Prensa bolchevique: ¡sólo 320.000 ejemplares para un país tan inmenso! Pero la exaltación revolucionaria es eléctrica: las ideas bolcheviques se abrieron paso en la conciencia de millones.
Stalin repitió dos de sus informes, sobre la actividad política del Comité Central y sobre el estado del país. Refiriéndose a las elecciones municipales, en las que los bolcheviques lograron alrededor del veinte por ciento de los votos en la capital, Stalin manifestó: "El Comité Central... hizo lo posible por luchar, no sólo contra los cadetes, fuerza de la contrarrevolución, sitio también contra los mencheviques y los essars, quienes de grado o por fuerza iban a la zaga de los cadetes." Mucha agua había pasado por el puente desde los días de la Conferencia de marzo, cuando Stalin había considerado a mencheviques y essars como parte de "la democracia, revolucionaria" y confiando en los cadetes para "consolidar" las conquistas de la Revolución.
Contra la costumbre, las cuestiones relativas a la guerra, al patriotismo socialista, al colapso de la II Internacional y a los grupos dentro del socialismo mundial, se excluyeron del informe político y se confiaron a Bujarin, ya que Stalin no sabía desenvolverse en materia de política internacional. Bujarin manifestó que la campaña por la paz mediante "presión" sobre el Gobierno provisional y los otros Gobiernos de la Entente había resultado infructuosa por completo, y que solo la caída del Gobierno provisional podía traer consigo un modo rápido de liquidar democráticamente la guerra. Después de intervenir Bujarin, Stalin hizo un informe sobre las tareas del Partido. Los debates versaron conjuntamente sobre amos informes, aunque pronto se advirtió que los dos informantes no se hallaban de acuerdo.
"Algunos camaradas han opinado -decía Stalin- que porque el capitalismo está poco desarrollado en nuestro país es una utopía plantear el problema de la revolución socialista. Hubieran tenido razón de no haber habido guerra, ni desplome, de no haberse desmoronado hasta los cimientos mismos de la economía nacional. Pero hoy, esas cuestiones de intervención en la esfera económica se plantean en todos los países como cuestión imperativa..." Además, "en ninguna parte tenían los trabajadores organizaciones tan vastas como los Soviets... Todo esto excluye la posibilidad de que las masas obreras renuncien a intervenir en la vida económica. Ahí radica el fundamento realista para plantear la cuestión de la revolución socialista en Rusia."
Durante los debates, Bujarin trató en parte de defender el viejo esquema bolchevique: en la primera revolución, el proletariado ruso marcha unido con el campesino, en nombre de la democracia; en la segunda revolución, unido con el proletariado de Europa, en nombre del socialismo. "¿Cuál es el sentido de la perspectiva de Bujarin? -replicó Stalin-. Según él estamos trabajando por una revolución campesina durante la primera fase. Pero eso... no puede menos de coincidir con la revolución de los trabajadores. Es imposible que la clase obrera, vanguardia de la revolución, deje de combatir, además, por sus propias reivindicaciones. Por eso considero el esquema de Bujarin inconsistente." Esto era rigurosamente cierto. La revolución campesina no podía ganar sino colocando al proletariado en el Poder. El proletariado no podía tomarlo sin iniciar la revolución socialista. Stalin empleó contra Bujarin las mismas reflexiones que, expuestas por primera vez en los comienzos de 1905, fueron calificadas de "utópicas" hasta abril de 1917. Pero a los pocos años, Stalin habría de olvidar tales argumentos por él defendidos en el VI Congreso; en su lugar, juntamente con Bujarin habría de revivir la fórmula de la "dictadura democrática", que desempeñaría importante papel en el programa del Komintern y tendría una influencia fatal en el movimiento revolucionario de China Y de otros países.
En una publicación de 1938, relativa al VI Congreso, leemos: "Lenin, Stalin, Sverdlov, Dzerzhinsky y otros, fueron elegidos miembros del Comité Central." Sólo tres difuntos se citan al lado de Stalin. Sin embargo, las actas del Congreso nos informan que se eligieron 21 miembros y 10 suplentes para el Comité Central. Por la semiilegalidad en que se hallaba el Partido, los nombres de las personas elegidas por voto secreto, no se dieron a conocer en el Congreso, con excepción de los cuatro que obtuvieron el número mayor de votos, Lenin, 133 de un posible 134; Zinoviev, 132; Kamenev, 131. Además, fueron elegidos los siguientes: Nogin, Kollontai, Stalin, Sverdlov, Rikov, Bobnov, Artem, Uritsky, Milutin, Berzin, Dzerzhinsky, Kerestinsky, Muranov, Smilga, Sokolnikov y, Sha'umyan. Los nombres se han ordenado según el número de votos recibidos. Los de ocho suplentes, a saber: Lomov, Joffe, Strassova, Yakovieva, Dzhaparidze, Kisselev, Preobrazhenky y Skrypink, se han podido reconstituir definitivamente.
El Congreso terminó sus sesiones el 3 de agosto. Al siguiente día salió de la cárcel Kamenev. Desde entonces, no sólo habló regularmente en instituciones soviéticas, sino que ejerció una influencia inconfundible sobre la política general del Partido y sobre la personalidad de Stalin. Aunque en diverso grado ambos se habían adaptado a la nueva línea, no les era fácil liberarse de sus propios hábitos mentales. Siempre que podía, Kamenev redondeaba las agudas aristas de la política de Lenin. Stalin no hacía objeciones; sencillamente se mantenía a cubierto de posibles daños. Un conflicto abierto surgió corno resultado de la Conferencia socialista de Estocolmo, convocada a la iniciativa de los socialdemócratas alemanes. Los patriotas transaccionistas rusos, inclinados a agarrarse a un clavo ardiendo, vieron en aquella Conferencia una oportunidad excelente para "luchar por la paz". Pero Lenin, que había sido acusado de inteligencia con el Estado Mayor alemán, se declaró resueltamente opuesto a toda participación en tal empresa, patrocinada sin posible duda por el Gobierno alemán. En la sesión del Comité Ejecutivo Central del 6 de agosto, Kamenev se manifestó partidario de intervenir en la Conferencia. Stalin no pensó siquiera en defender la posición del Partido en el Proletariom (que era entonces el nombre de Pravda); lejos de eso, retuvo sin publicar un enérgico artículo de Lenin contra Kamenev, que no apareció sino diez días más tarde, y sólo por insistentes demandas de su autor, reforzadas por su apelación a otros miembros del Comité Central. Sin embargo, aun entonces, Stalin no se puso francamente de parte de Kamenev.
Inmediatamente después de la liberación de Kamenev, el ministro democrático de Justicia hizo correr un rumor que le acusaba de mantener ciertas relaciones con la policía secreta del zar. Kamenev solicitó una investigación. El Comité Central encargó a Stalin "discutir con Gotz (uno de los dirigentes essars) el caso de Kamenev". Ya en otras ocasiones se le habían confiado gestiones análogas: "discutir con el menchevique Bogdanov el caso de los kronstadtitas", "discutir" con el menchevique Anissimov el asunto de las garantías para Lenin. Como permanecía detrás del escenario, Stalin estaba mejor situado que otros para toda clase de misiones escabrosas. Además, el Comité Central siempre estaba seguro de que discutiendo con adversarios, Stalin no se dejaría engañar por nadie.
"El silbido de reptil de la contrarrevolución -escribía Stalin el 13 de agosto, refiriéndose a la calumnia contra Kamenev- va haciéndose oír otra vez. La odiosa serpiente de la reacción proyecta de nuevo sus venenosos colmillos desde detrás de la esquina. Y después de morder, volverá a recogerse en su tenebroso cubil...", y así, sucesivamente, en el estilo de los "camaleones" de Tiflis. Pero el artículo es interesante, no sólo por su estilo. "La infame añagaza, la bacanal de mentiras y calumnias, la desvergonzada defraudación, el fraude y la falsificación de baja estofa -continuaba el autor- alcanzan proporciones hasta ahora desconocidas en la historia... Al principio trataron de manchar a las probadas figuras revolucionarias con el dictado de espías alemanes, y, visto su fracaso, pretenden convertirlos ahora en espías zaristas. Así intentan estigmatizar a quienes llevan dedicando toda su vida consciente a la causa de la lucha revolucionaria contra el régimen zarista... como lacayos del zarismo... La intención política de todo ello es evidente: los jefes de la contrarrevolución están decididos a toda costa a incapacitar a Kamenev y a extirparlo en su calidad de uno de los líderes reconocidos del proletariado revolucionario." Es una pena que este artículo no figurase en el material del fiscal Vichinsky durante la causa contra Kamenev en 1936.
La reanimación del movimiento de masas y la vuelta a la actividad de los miembros del Comité Central que habían estado temporalmente alejados de ella, naturalmente desalojó a Stalin de la posición de prominencia en que había permanecido durante el Congreso de julio. Desde entonces, sus actividades se desenvolvieron en la oscuridad, desconocido de las masas, inadvertido por el enemigo. En 1924, la Comisión de historia del Partido publicó una copiosa crónica de la Revolución en varios volúmenes. Las 422 páginas del IV tomo, que tratan de agosto a septiembre, registran todos los sucesos, ocurrencias, disputas, resoluciones, discursos, artículos, etc., que en algún sentido merecen anotarse. Sverdlov, entonces prácticamente desconocido, aparece citado tres veces en dicho volumen; Kamenev, 46 veces; yo, que estuve todo el mes de agosto y los primeros días de septiembre preso, 31 veces; Lenin, que estaba oculto, 16 veces; Zinoviev, que compartió la suerte de Lenin, 6 veces; Stalin no se menciona una sola vez. Su nombre no se incluye siquiera en el índice de 500, aproximadamente, que lleva el libro. En otras palabras, en el transcurso de aquellos dos meses, la Prensa no se ocupó de nada de cuanto hiciera, ni de un solo discurso que pronunciara, y ni uno solo de los participantes más o menos destacados en los acontecimientos de aquellos días le nombró siquiera una vez.
Afortunadamente, es posible seguir el papel de Stalin en la vida del Partido, o más bien de su plana mayor, examinando más o menos detenidamente las actas del Comité Central relativas a siete meses (agosto de 1917 a febrero de 1918), pues se han conservado, aunque ciertamente incompletas. Durante la ausencia de los dirigentes políticos, Milutin, Smilga, Glebov, figuras de escasa influencia, pero más aptas para presentarse en público que Stalin, actuaban como delegados en conferencias y congresos. El nombre de Stalin rara vez suena en decisiones del Partido. Uritsky, Sokolnikov y Stalin fueron delegados para organizar un Comité de elecciones a la Asamblea Constituyente. Los mismos tres recibieron encargo de redactar la "resolución de la Conferencia de Estocolmo". Stalin fue delegado para negociar con una imprenta acerca de la reaparición del órgano central. También figuró en otro Comité para redactar una resolución, etc. Después del Congreso de julio, se aprobó una moción de Stalin para organizar el trabajo del Comité Central con sujeción al principio de "estricta asignación de funciones". Sin embargo, tal moción fue más fácil de aprobar que de llevar a la práctica: la marcha de los acontecimientos hizo que continuaran confundidas las funciones y trastocadas las decisiones. El 2 de septiembre el Comité Central designó Consejos le redacción para el semanario y el diario, y en ambos figuraba Stalin. El 6 de septiembre (después de salir yo de la cárcel), Stalin y Riazanov fueron sustituidos en el Consejo de redacción del periódico teórico por Kamenev y por mí. Pero aquella decisión no pasó tampoco de las actas. En realidad, ambas publicaciones no editaron más que un número cada una, y el Consejo de redacción efectivo fue distinto por completo del designado.
El 5 de octubre, el Comité Central nombró un Comité para redactar un esbozo de programa del Partido con destino a la Convención inmediata. Componíamos aquel Comité, Lenin, Bujarin, yo, Kamenev, Sokolnikov y Kollontai. Stalin no fue incluido en él, no porque hubiese oposición a su candidatura, sino simplemente porque a nadie se le ocurría su nombre cuando se trataba de redactar un documento teórico del Partido de gran importancia. Pero el Comité de programas no se reunió ni una sola vez. Había tareas muy distintas en el orden del día. El Partido venció en la insurrección y llegó al Poder sin un programa definido. Aun en las cuestiones puramente de Partido, los acontecimientos no encontraron siempre gente a la altura de la perspicacia y de los planes de la jerarquía del Partido. El Comité Central designaba Consejos de redacción, Comités, grupos de tres, de cinco, de siete, que, antes de poder reunirse, quedaban desbaratados por nuevos sucesos, y cada cual se olvidaba de lo resuelto el día anterior. Además, por razones de conspiración, las actas se mantenían bien escondidas, y nadie hacía a ellas la menor alusión.
Algo extrañas eran las ausencias de Stalin, relativamente frecuentes. Faltó seis veces en veinticuatro sesiones del Comité Central, durante agosto, septiembre y la primera semana de octubre. La lista de participantes en otras sesiones, no aparece. Esta falta de puntualidad, es tanto más inexcusable en Stalin cuanto que no intervino en la labor del Soviet y de su Comité Ejecutivo Central, ni habló nunca en reuniones públicas. Evidentemente, él no daba entonces a su propia participación en las sesiones del Comité Central la importancia que hoy se le atribuye. En varios casos, su ausencia se explica, sin duda, por susceptibilidad e irritación: siempre que no puede imponer su criterio se siente inclinado a pasar el berrinche escondido y pensando en el desquite. Es de interés el orden en que se reseña en las actas la asistencia de los miembros del Comité Central: 13 de septiembre: Trotsky, Kamenev, Stalin, Sverdlov y otros; 15 de septiembre: Trotsky, Kamenev, Rikov, Nogin, Stalin, Sverdlov y otros; 20 de septiembre: Trotsky, Uritskl, Bubnov, Bujarin y otros (Stalin y Kamenev, ausentes); 21 de septiembre: Trotsky, Kamenev, Stalin, Sokolnikov y otros; 23 de septiembre: Trotsky, Kamenev, Zinoviev, etc. (Stalin, ausente). El orden de los nombres no estaba regulado, naturalmente, en ocasiones, se alteraba. Pero no es casual, especialmente cuando se considera que en el período anterior el nombre de Stalin, figuraba a veces en primer término. Claro es que éstas son cuestiones triviales. Pero nada de más importancia puede encontrarse con relación a Stalin; además, estas menudencias reflejan imparcialmente la vida diaria del Partido y el lugar que en ella ocupaba Stalin.
Cuanto mayor campo abarcaba el movimiento, más pequeña era la posición de Stalin dentro de él, y más difícil que destacase entre los miembros habituales del Comité Central. En octubre, el mes decisivo del año decisivo, Stalin descolló aún menos que de ordinario. El Comité Central truncado, su única base sustancial, estuvo exento de confianza en sí mismo durante esos meses. Sus decisiones quedaban con demasiada frecuencia anuladas por la iniciativa de fuera. En junto, la máquina del Partido no se vio nunca firmemente cimentada en el torbellino revolucionario. Cuanto más amplia y profunda era la influencia de las consignas bolcheviques, tanto más difícil era para los hombres del Comité captar el movimiento. A medida que los Soviets iban cayendo bajo la influencia del Partido, la máquina iba quedándose más falta de sitio. ésa es una de las paradojas de la revolución.
Transfiriendo a 1917 situaciones que cristalizaron, mucho después, cuando las aguas de la marea habían refluido a su cauce, muchos historiadores, aun de los más concienzudos, se expresan como si el Comité Central hubiera encarrilado directamente la política del Soviet de Petrogrado, que se hizo bolchevique a principios de septiembre. En realidad, no sucedió así. Las actas muestran de modo indiscutible que con excepción de algunas sesiones plenarias, en las que Lenin, Zinoviev y yo participamos, el Comité Central no intervino políticamente. No asumió la iniciativa en ningún asunto de importancia. Muchas decisiones del Comité Central de aquella fecha quedaron flotando en el aire, por haber chocado con las decisiones del Soviet. Las resoluciones más importantes de éste se transformaban en acción antes de que el Comité Central tuviera tiempo de estudiarlas Sólo después de conquistado el Poder, terminada la guerra civil y establecido un régimen estable, podría ir al Comité Central empezando a concentrar la dirección de la actividad soviética en sus manos. Entonces le llegaría el turno a Stalin.
 

El 8 de agosto, el Comité Central emprendió una vigorosa campaña contra la Conferencia del Gobierno convocada por Kerensky en Moscú, y descaradamente amañada en provecho de la burguesía. La Conferencia se inauguró el 12 de agosto bajo la tensión de la huelga general que traducía la protesta de los trabajadores de Moscú. Al no ser admitidos en la Conferencia, los bolcheviques encontraron un medio más eficaz de exhibir su fuerza. La burguesía estaba asustada y furiosa. Habiéndose rendido Riga a los alemanes el 21, el comandante en jefe, Kornilov, inició su marcha sobre Petrogrado el 25, con el propósito de instaurar una dictadura personal. Kerensky, que se había equivocado en sus cálculos respecto a Kornilov, declaró al comandante en jefe "traidor a la patria". Incluso en aquel momento crítico, el 27 de agosto, Stalin no compareció en el Comité Ejecutivo Central del Soviet. Sokolnikov se presentó allí en nombre de los bolcheviques. Hizo constar que los bolcheviques estaban dispuestos a tratar de las medidas militares procedentes con los órganos de la mayoría del Soviet. Los mencheviques y los essars aceptaron la oferta, dando las gracias y rechinando los dientes, porque los soldados y los trabajadores seguían ahora a los bolcheviques. La rápida e incruenta liquidación del motín de Kornilov restauraron por completo el Poder que los Soviets habían perdido parcialmente en julio. Los bolcheviques volvieron a exhibir la consigna de "Todo el Poder para los Soviets". En la Prensa, Lenin propuso un arreglo a los transaccionistas: que los Soviets se incautasen del Poder y garantizasen completa libertad de propaganda, y los bolcheviques se mantendrían en absoluto dentro de la legalidad soviética. Los transaccionistas, belicosos, rehusaron pactar con los bolcheviques, y siguieron buscando sus aliados en la derecha.
La despótico repulsa de los transaccionistas sólo sirvió para fortificar a los bolcheviques. Como en 1905, la preponderancia que la primera oleada revolucionaria aportó a los mencheviques se disipó pronto en la atmósfera de la aleccionadora lucha de clases. Pero en oposición a la tendencia observada en la primera Revolución, el crecimiento del bolchevismo correspondía ahora más bien a la subida que a la declinación del movimiento de masas. El mismo proceso esencial adoptaba forma distinta en los pueblos: del partido Essar, dominante entre el campesinado, se desgajó un ala izquierda, que trató de ir al compás de los bolcheviques. Las guarniciones de las ciudades grandes estaban casi por completo del lado de los trabajadores. "Realmente, los bolcheviques trabajaron con afán y sin descanso -atestiguaba Sujanov, menchevique izquierdista-. Estaban entre las casas, junto al torno, diariamente, de contrato... La masa vivía y respiraba con los bolcheviques. Estaba en las manos del Partido de Lenin y Trotsky." En las manos del Partido, pero no en las manos de la máquina del Partido.
 

El 31 de agosto, el Soviet de Petrogrado aprobó, por primera vez, una resolución política de los bolcheviques. Decididos a no ceder, los transaccionistas determinaron probar de nuevo su fuerza. Nueve días después la cuestión se dilucidó en el Soviet. La antigua presidencia y la política de coalición obtuvieron 414 votos frente a 519 y 67 abstenciones. Los mencheviques y los essars recogían la cosecha de su política de pactos con la burguesa. Los Soviets dieron la bienvenida al nuevo Gobierno de coalición que organizaron con un acuerdo que di a conocer yo como nuevo presidente. "El nuevo Gobierno... entrará en la historia de la revolución como el Gobierno de la guerra civil... El Congreso de los Soviets en Rusia organizará un Gobierno genuinamente revolucionario." Aquélla era una declaración franca de guerra a los transaccionistas que habían rechazado nuestra propuesta de "transacción".
La Conferencia llamada democrática, convocada por el Comité Ejecutivo Central del Soviet, ostensiblemente para contrarrestar la Conferencia del Gobierno, pero en realidad para sancionar la misma vieja coalición desacreditada, comenzó en Petrogrado el 14 de septiembre. Los transaccionistas perdían los estribos. Unos días antes, Krupskaia fue secretamente a ver a Lenin a Finlandia. En un vagón de ferrocarril lleno de soldados, no se hablaba de coalición, sino de insurrección. Cuando le referí a Ilich esta conversación de los soldados, se quedó pensativo; después, se hablara de lo que se hablase, aquella expresión preocupada no se borró de su cara. Era evidente que estaba diciendo una cosa y pensando en otra muy distinta: en la insurrección y en el modo de prepararse para ella. 
El día en que se inauguró la Conferencia democrática (el más necio de todos los seudoparlamentos de la democracia), Lenin escribió al Comité Central del Partido sus famosas cartas Los bolcheviques deben tomar el Poder y El marxismo y la insurrección. Esta vez pedía que se actuara inmediatamente: sublevación de regimientos y fábricas, detención del Gobierno y de la Conferencia democrática, e incautación del Poder. Naturalmente, el plan no podía llevarse a efecto aquel mismo día; pero orientó el pensamiento y la actividad del Comité Central hacia nuevos rumbos. Kamenev insistió en que se rechazara categóricamente la proposición de Lenin... ¡por desastrosa! Temiendo que estas cartas pudieran circular por el Partido lo mismo que en el Comité Central, Kamenev consiguió reunir seis votos en favor de que se destruyeran todos los ejemplares, salvo el destinado a los archivos. Stalin propuso "enviar las cartas a las más importantes organizaciones y sugerir que se discutieran". El comentario más moderno pone de relieve que la finalidad de la proposición de Stalin era "organizar la influencia de los Comités locales del Partido sobre el Comité Central y que le apremiaran a realizar las directivas de Lenin". De haber sido esto cierto, Stalin se hubiera pronunciado desde un principio en pro de las instrucciones de Lenin, oponiéndose a la propuesta de Kamenev. Pero aquello estaba lejos de su pensamiento. La mayoría de los hombres de Comité en provincias eran más derechistas que el Comité Central. Enviarles las cartas de Lenin sin el aval del Comité Central era tanto como expresar la disconformidad de éste con ella. La proposición de Stalin se hizo para ganar tiempo, y, en caso de conflicto, asegurarse la posibilidad de alegar que los Comités locales estaban indecisos. El Comité Central quedó paralizado por efecto <-le las vacilaciones. Se decidió diferir el asunto de las cartas de Lenin para la próxima sesión. Lenin estaba esperando la respuesta con febril impaciencia. Pero Stalin ni siquiera se presentó en la siguiente sesión, que no se celebró hasta cinco días después, y el asunto de las cartas tampoco figuraba en el orden del día. Cuanto más calor hay en la atmósfera, más fríos son los manejos de Stalin.
La Conferencia democrática resolvió organizar, de acuerdo con la burguesía, una especie de institución representativa, a la que Kerensky prometió asignar funciones consultivas. ¿Cuál debería ser la actitud de los bolcheviques respecto a este Consejo de la República o Parlamento previo? Esta fue al punto la cuestión crítica de táctica entre los bolcheviques. ¿Participarían en él, o harían caso omiso de su existencia, en su marcha hacia la insurrección? Como informante del Comité Central en la futura fracción del Partido dentro de la Conferencia democrática, propuse la idea de un boicot. El Comité Central, que se dividió en dos mitades sobre este punto discutible (nueve en favor del boicot y ocho en contra), transfirió la cuestión a la facción para que ella decidiera. Con el fin de explicar los puntos de vista contradictorios "se propusieron dos informes: el de Trotsky y el de Rikov". En realidad -insistía Stalin en 1925-, hubo cuatro informantes: dos en favor del boicot al Parlamento previo (Trotsky y Stalin), y dos partidarios de la participación (Kamenev y Nogin)." Esto es casi cierto: Cuando la fracción decidió terminar los debates, se convino en permitir que por cada bando hablara, además, otro representante: Stalin por los boicotistas, y Kamenev (pero no Nogin) por los partidarios de participar. Rikov y Kamenev, obtuvieron 77 votos; Stalin y yo, 50. La derrota de la táctica del boicot se debió a los de provincias, cuya separación de los mencheviques era reciente en muchos puntos del país.
En el aspecto superficial puede parecer que las discrepancias no tenían gran relieve. Pero es lo cierto que se trataba de si el Partido estaba en condiciones de servir de oposición en una república burguesa o de atribuirse la tarea de tomar el Poder por asalto. Stalin recordaba después su intervención como informante por considerar de importancia el episodio dentro de la historiografía oficial. El obsequioso editor añadía de su cosecha que yo me había pronunciado por una posición intermedia". En ediciones sucesivas se ha suprimido mi nombre por completo. La nueva historia proclama: "Stalin se alzó resueltamente contra la participación en el Parlamento previo." Pero, además del testimonio de las actas, está el de Lenin. "Hemos de boicotear el Parlamento previo -escribía el 23 de septiembre-. Iremos... a las masas. Tenemos que darles una consigna clara y justa: derribar la pandilla bonapartista de Kerensky y a su pretendido Parlamento previo." Y en una nota al pie: "Trotsky estaba por el boicot. ¡Bravo, camarada Trotsky!" Pero, naturalmente, el Kremlin ha prescrito la eliminación de todos esos pecados en la nueva edición de las obras de Lenin.
El 7 de octubre, la fracción bolchevique se retiró con ostentación del Parlamento previo. "Apelamos al pueblo. ¡Todo el Poder para los Soviets!" Aquello significaba predicar la insurrección. El mismo día, en la sesión del Comité Central, se decretó organizar una Oficina de Información sobre el modo de combatir la contrarrevolución. Este nombre, deliberadamente vago, cubría una tarea concreta: reconocer y preparar la insurrección. Sverdlov, Bubnov y yo fuimos encargados de organizar dicha Oficina. Por el laconismo de las reseñas y la ausencia de otros documentos, el autor se ve obligado a fiarse a este propósito de su memoria. Stalin rehusó participar en ella, recomendando en su lugar a Bubnov, persona de escasa autoridad. Su actitud era de reserva, cuando no de escepticismo, respecto a la idea en sí. él era partidario de una insurrección; pero no creía que los trabajadores y los soldados estuvieran ya en condiciones de actuar. Vivía aislado no sólo de las masas, sino también de su representación dentro del Soviet, y se contentaba con las impresiones reflejadas por la máquina del Partido. Por lo que se refiere a las masas, las experiencias de julio no habían pasado sin dejar huella. La presión ciega había desaparecido para dejar sitio a la precaución. En cambio, la confianza en los bolcheviques aparecía ya matizada de recelos: ¿serán capaces de hacer lo que han prometido? Los agitadores bolcheviques se quejaban a veces de cierta frialdad por parte de las masas hacia ellos. Y es que las masas se iban cansando de esperar, de tanta indecisión y de meras palabras. Pero en la máquina aquel cansancio se calificaba con frecuencia de "falta de ánimos de lucha". De ahí la sombra de escepticismo que se advertía en muchos hombres del Comité. Además, incluso los más arrojados sienten algo de frío en la boca del estómago en vísperas de una insurrección. No siempre se reconoce así, pero es la verdad. El mismo Stalin se hallaba en un estado de ánimo algo equívoco. No se le olvidaba abril, con su terrible fracaso de ciencia "práctica". En compensación, Stalin confiaba en la máquina mucho más que en las masas. En todas las ocasiones de más importancia, se aseguraba votando con Lenin. Pero no mostraba ninguna iniciativa en favor de los acuerdos aprobados, se abstenía de emprender ninguna acción decisiva, preparaba sus líneas de retirada, influía sobre otros como amortiguador, y al final desperdició la Revolución de octubre por hallarse desviado sobre una tangente.
Cierto es que nada salió de la Oficina para combatir la contrarrevolución, pero no fue culpa de las masas. El día 9, Smolny entró de nuevo en serio conflicto con el Gobierno, que había decretado el transporte de las tropas revolucionarias de la capital al frente. La guarnición se agrupó más de cerca en torno a su protector, el Soviet. De repente, los preparativos de la insurrección adquirieron una base concreta. El que la víspera fue iniciador de la Oficina, trasladó toda su atención a crear un Estado Mayor en el mismo Soviet. El primer paso se dio aquel mismo día 9 de octubre. "Para contrarrestar los intentos del Estado Mayor General de conducir a las tropas fuera de Petrogrado", el Comité Ejecutivo decidió crear el Comité Revolucionario Militar. Así, por la lógica de los hechos, sin discusión alguna en el Comité Central, casi inesperadamente, comenzó la insurrección en el palenque del Soviet, y se inició la recluta del Estado Mayor de éste, mucho más eficaz que la Oficina del 7 de octubre.
La sesión inmediata del Comité Central, con participación de Lenin disfrazado bajo una peluca, tuvo lugar el 10 de octubre, y alcanzó resonancia histórica. El punto central de la discusión fue la moción de Lenin, quien propuso la insurrección armada como tarea práctica urgente. La dificultad, incluso para el más convencido partidario de la insurrección, era la cuestión de tiempo. Ya en los días de la Conferencia democrática, el transaccionista Comité Ejecutivo Central, bajo la presión de los bolcheviques, había señalado el 20 de octubre corno fecha para el Congreso. Por lo menos en Petrogrado, la insurrección tenía que producirse antes del día 20; de otro modo, el Congreso no estaría en condiciones de empuñar las riendas del Poder, y corría el riesgo de ser dispersado. Se resolvió en la reunión del Comité Central, sin trasladarlo al papel, comenzar la insurrección en Petrogrado hacia el 15. Quedaban, por consiguiente, unos cinco días para prepararla. Todo el mundo se daba cuenta de que esto no bastaba. Pero el Partido estaba prisionero de la fecha que él mismo había impuesto a los transaccionistas en otra ocasión. Mi aviso de que el Comité Ejecutivo había decidido organizar un Estado Mayor propio causó gran impresión pues era mas bien asunto de plan que de realidad. La atención de todos estaba concentrada en las polémicas con Zinoviev y Kamenev, quienes se pronunciaban decididamente contra la insurrección. Al parecer, Stalin no habló una sola palabra en aquella ocasión, o se limitó a una ligera observación; el hecho es que en las actas nada se registra de lo que dijese. La moción se aprobó por diez votos contra dos. Pero todos se quedaron algo recelosos en cuanto a la fecha.
Hacia el final de aquella sesión, que duró hasta bien pasadas las doce de la noche iniciativa más bien casual de Dzerzhinsky, se convino en "organizar para la orientación política de la insurrección un Buró constituido por Lenin, Zinoviev, Trotsky, Stalin, Sokolkov y Bubnov". Pero esta importante decisión, sin embargo, no condujo a nada: Lenin y Zinoviev continuaron escondidos, y Zinoviev y Kamenev se mostraron irreconciliablemente opuestos a la decisión del 10 de octubre. "El Buró para la orientación política de la insurrección", no se reunió una sola vez. Sólo ha quedado su nombre consignado con tinta al pie del acta inconexa recogida a lápiz. Bajo la denominación abreviada de "los siete", este Buró fantasma entró en la ciencia oficial de la historia.
La labor de organizar el Comité Revolucionario Militar del Soviet avanzaba rápidamente. Como es natural, la pesada maquinaria de la democracia del Soviet impedía cualquier impulso decisivo.
Y, sin embargo, quedaba poco tiempo hasta el Congreso. No sin motivo temía Lenin un retraso. Por petición suya se convocó otra reunión del Comité Central para el 16 de octubre, en presencia de los más importantes organizadores de Petrogrado. Zinoviev y Kamenev persistieron en su oposición, Exteriormente, su posición se había hecho más sólida que nunca: al cabo de seis días la insurrección aún no había comenzado. Zinoviev solicitó que la decisión se aplazara hasta que se reuniese el Congreso de los Soviets, a fin de "conferenciar" con los delegados que acudieron de las provincias: en el fondo de su corazón confiaba en su apoyo. Las pasiones se desataron durante el debate. Por primera vez intervino en esta discusión Stalin. "La oportunidad debe decidir el día de la insurrección -dijo-. Sólo ése es el sentido del acuerdo... Lo que Kamenev y Zinoviev proponen conduce objetivamente a la oportunidad para que se organice la contrarrevolución; si continuamos retirándonos sin cesar, perderemos la revolución. ¿Por qué no fijar nosotros el día y las circunstancias, para no dar lugar a que la contrarrevolución se organice?" Estaba defendiendo el derecho abstracto del Partido a escoger su momento para el golpe, cuando el problema radicaba en fijar una fecha definida. Si el Congreso bolchevique de los Soviets se hubiese mostrado incapaz de tomar las riendas del Gobierno al instante, hubiera comprometido sencillamente la consigna de "Todo el Poder para los Soviets", convirtiéndola en una frase hueca. Zinoviev insistió: "Tenemos que confesarnos francamente que no intentaremos una insurrección en estos cinco días próximos." Kamenev tendía a lo mismo. Stalin no se opuso concretamente a esta posición; antes bien la soslayó con las sorprendentes palabras que siguen: "El Soviet de Petrogrado ha elegido ya el camino de la insurrección al negarse a sancionar el traslado de las tropas." No hacía más que reiterar la fórmula, ajena en absoluto a su propia intervención abstracta, defendida hacía poco por los dirigentes del Comité Revolucionario Militar. Pero, ¿qué significaba lo de "estar ya en el camino de la insurrección"? ¿Era cuestión de días o de semanas? Stalin se abstuvo cautelosamente de especificarlo. No estaba dentro de sí muy seguro de la situación.
El acuerdo del 10 de octubre fue refrendado por una mayoría de veinte votos contra dos y tres abstenciones. Sin embargo, nadie había respondido a la cuestión crucial de si la decisión de comenzar la insurrección en Petrogrado antes del 20 de octubre seguía siendo válida. Era difícil hallar esa respuesta. Políticamente, el acuerdo de que comenzara antes del Congreso era justo en absoluto; pero quedaba demasiado poco tiempo para hacerlo así. La reunión del 16 de octubre no acertó tampoco a conciliar aquella contradicción. Pero en este punto los transaccionistas aportaron la solución: el mismo día siguiente, acordaron, por razones que ellos sabrían, demorar la fecha del Congreso, que no les era nada grato, hasta el 25 de octubre. Los bolcheviques recibieron este inesperado aplazamiento con una protesta expresa, pero con tácita satisfacción. Cinco días suplementarios resolvían por completo las dificultades del Comité Revolucionario Militar.
Las actas del Comité Central v los números de Pravda correspondientes a las últimas semanas que precedieron a la insurrección marcan la carrera política de Stalin sobre el fondo de ésta con suficiente relieve. Así como antes de la guerra se había puesto de parte de Lenin, buscando a la vez apoyo en los conciliadores contra el emigrado "que trepaba por la pared", esta vez formó con la mayoría oficial del Comité Central, apoyando simultáneamente la oposición derechista. Como siempre, procedía con cautela; sin embargo, la amplitud de los acontecimientos y la agudeza de los conflictos le forzaron en ocasiones a aventurarse más lejos de lo que hubiera deseado.
El 11 de octubre, Zinoviev y Kamenev publicaron en el periódico de Máximo Gorki una carta contra la insurrección. En el acto, la situación entre los dirigentes del Partido se hizo sumamente violenta. Lenin renegaba indignado en su escondite. Para quedar en libertad de exponer su parecer respecto a la insurrección, Kamenev dimitió su cargo en el Comité Central. Se discutió el asunto en la sesión del 20 de octubre. Sverdlov dio a conocer la carta de Lenin que tildaba a Zinoviev y a Kamenev de rompehuelgas y pedía su expulsión del Partido. La crisis se complicó inesperadamente por el hecho de publicar Pravda aquel mismo día una declaración del Consejo de redacción en defensa de Zinoviev y Kamenev: "La aspereza de tono del artículo del camarada Lenin no altera el hecho de que, en lo esencial, seguimos compartiendo su opinión." El órgano central juzgaba oportuno censurar "la aspereza" de la protesta de Lenin antes que la pública actitud del Partido en pro de la insurrección, y, además, expresaba su solidaridad con Zinoviev y Kamenev en puntos "fundamentales". ¡Como si en aquel momento hubiera algo más fundamental que la cuestión del levantamiento! Los miembros del Comité Central se frotaban los ojos con extrañeza.
El único asociado de Stalin en la redacción era Sokolnikov, el futuro diplomático de los Soviets y más tarde víctima de la "purga". Sin embargo, Sokolnikov declaró que él nada tenía que ver con aquel reproche a Lenin; y que lo consideraba erróneo. Así, pues, Stalin solo (enfrente del Comité Central y de su propio colega de redacción) defendió a Kamenev y a Zinoviev cuatro días justos antes de la insurrección. El Comité Central contuvo su indignación por miramiento de no hacer mayor la crisis.
Continuando sus manejos entre los protagonistas y los adversarios de la insurrección, Stalin se manifestó opuesto a admitir la dimisión de Kamenev, alegando que "toda nuestra situación era inconsistente". Por cinco votos contra el de Stalin y otros dos, se aceptó la dimisión de Kamenev. Y por seis, también contra Stalin, se aprobó una resolución prohibiendo a Kamenev y a Zinoviev empeñar combate contra el Comité Central. En las actas se lee: "Stalin declaró que dejaba el Consejo de redacción." En su caso, aquello significaba abandonar el único puesto que era capaz de desempeñar en las circunstancias del momento revolucionario. Pero el Comité Central se negó a aceptar la retirada de Stalin, cortando así el paso a otra nueva desgajadura.
La conducta de Stalin pudiera parecer inexplicable a la luz de la leyenda que se ha creado en su torno; pero, en realidad, está perfectamente de acuerdo con su contextura interna. La desconfianza en las masas y su recelosa cautela le fuerzan, en momentos de decisiones históricas, a sumirse en las tinieblas, esperando su hora, y, a ser posible, asegurarse yendo y viniendo. Su defensa de Zinoviev y Kamenev no obedecía ciertamente a consideraciones sentimentales. En abril, Stalin había cambiado de posición oficial, pero no de estructura mental. Aunque votó con Lenin, por sus ideas estaba mucho más cerca de Kamenev. Además, el descontento con su propio papel le inclinaba naturalmente a unirse con otros descontentos, aunque en política no estuviese por completo de acuerdo con ellos.
Durante toda la última semana anterior a la insurrección, Stalin estuvo maniobrando entre Lenin, Sverdlov y yo, por un lado, y Kamenev y Zinoviev, por otro. En la sesión del Comité Central del 21 de octubre, restableció el recién alterado equilibrio proponiendo designar a Lenin para preparar las tesis destinadas al próximo Congreso de los Soviets, y a mí para disponer el informe político. Ambas mociones se aprobaron por unanimidad. Si entonces hubiera habido la menor desavenencia entre el autor y el Comité Central (infundio ideado varios años después), ¿me hubiera confiado éste, por iniciativa de Stalin, el informe más importante en el momento más crítico? Habiéndose ganado así a la izquierda, Stalin volvió a hundirse en las sombras y a esperar su momento.
El biógrafo, no importa si de grado, nada tiene que decir respecto a la participación de Stalin en la Revolución de octubre. En ninguna parte encuentra mención de su nombre: ni en los documentos ni en las numerosas memorias publicadas. A fin de colmar de algún modo esta laguna tan patente, el historiógrafo oficial le hace participar en la insurrección relacionando ésta con cierto misterioso "centro" del Partido que, al parecer, había organizado él mismo. Pero nadie nos dice una palabra acerca de la actividad de ese "centro", el lugar y la fecha de sus reuniones, los medios que utilizó para encauzar la insurrección. Y no es de extrañar: nunca existió semejante "centro". Pero el relato de esta leyenda es digno de anotarse.
En la XVI Conferencia del Comité Central con algunos de los principales organizadores del Partido en Petrogrado, celebrada en octubre, se decidió organizar "un centro revolucionario militar" de cinco miembros del Comité Central. "Este centro -dice la resolución, escrita a toda prisa por Lenin en un rincón del vestíbulo- formará en su día parte del Comité Revolucionario del Soviet." Así, en el sentido real de lo acordado, "el centro" no se creaba para dirigir separadamente la insurrección, sino para completar la plana mayor del Soviet. Sin embargo, como muchas otras improvisaciones de aquellos días febriles, esta idea estaba destinada a no realizarse jamás. Durante las horas en que, ausente yo, el Comité Central organizaba un nuevo "centro" en una hoja de papel, el Soviet de Petrogrado, bajo mi presidencia, creó definitivamente el Comité Revolucionario Militar, que desde su mismo nacimiento se hizo cargo de todos los preparativos para la insurrección. Sverdlov, cuyo nombre figuraba en primer lugar (y no el de Stalin, como falsamente se hace constar en recientes publicaciones soviéticas) en la lista de miembros del "centro", trabajó antes y después de la resolución de 16 de octubre en estrecho contacto con el presidente del Comité Revolucionario Militar. Otros tres miembros del "centro", Uritsky, Dzerzhinsky y Bubnov, fueron designados para trabajar con el Comité Revolucionario Militar, cada cual por separado, el 24 de octubre, como si el acuerdo del 16 no se hubiese aprobado. En cuanto a Stalin, conforme a su línea de conducta política durante aquel período, se mantuvo tercamente a distancia del Comité Ejecutivo del Soviet de Petrogrado y del Comité Revolucionario Militar, y no hizo acto de presencia en ninguna de sus sesiones. Todas estas circunstancias se confirman fácilmente a base de las actas oficialmente publicadas.
En la sesión del Comité Central de 20 de octubre, el "centro" creado cuatro días antes debía presentar un informe de su labor o mencionar al menos lo que hubiese comenzado a hacer; sólo quedaban cinco días hasta el Congreso de los Soviets, y se suponía que la insurrección se anticipara a la inauguración del Congreso. Stalin estaba demasiado ocupado para eso. En defensa de Zinoviev y Kamenev dimitió su puesto en la dirección de Pravda en aquella misma sesión. Pero ninguno de los otros miembros del "centro" que asistían a la sesión (Sverdlov, Dzerzhinsky, Uritsky) se molestaron en decir lo más mínimo sobre ello. El acta de la sesión de 16 de octubre se había retirado evidentemente por precaución, a fin de ocultar todo rastro de la participación "ilegal" de Lenin en ella, y durante los cuatro dramáticos días siguientes el "centro" pasó al olvido tanto más fácilmente cuanto que la intensa actividad del Comité Revolucionario Militar descartó en absoluto la necesidad de cualquier institución auxiliar o suplementaria.
En la reunión siguiente, el 21 de octubre, con asistencia de Stalin, Sverdlov y Dzerzhinsky, tampoco hubo informe a propósito del "centro", ni la menor mención del mismo. El Comité Central continuaba desenvolviéndose como si no hubiese habido tal acuerdo de creación del "centro". De pasada, diré que en esta ocasión se resolvió incorporar otros diez bolcheviques destacados, entre ellos Stalin, al Comité Ejecutivo del Soviet de Petrogrado, para incrementar su actividad. Pero también éste fue un acuerdo que no pasó del papel.
Los preparativos para la insurrección adelantaban mucho, pero por un cauce totalmente distinto. El dueño efectivo de la guarnición de la capital, o sea el Comité Revolucionario Militar, andaba buscando una excusa para romper abiertamente con el Gobierno. Este pretexto fue suministrado el 22 de octubre por el oficial que mandaba las tropas del distrito, al negarse a que los comisarios del Comité inspeccionara las dependencias de su Plana Mayor. Había que batir el hierro caliente. El Buró del Comité Revolucionario Militar, del que formábamos parte Sverdlov y yo, decidió reconocer la ruptura con la Plana Mayor de la guarnición como un hecho consumado y emprender la ofensiva. Stalin no estuvo en esta conferencia. Cuando se trataba de quemar todos los puentes, no hubo quien aludiese a la existencia del llamado "centro".
La sesión del Comité Central, que efectivamente inició la insurrección, se celebró en Smolny, transformada ya en fortaleza, en la mañana del 24 de octubre. Apenas comenzó se aprobó una moción de Kamenev: "Ningún miembro del Comité Central podrá ausentarse hoy de Smolny sin especial permiso." En el orden del día figuraba el informe del Comité Revolucionario Militar. Justamente al empezar la insurrección nadie mencionó el llamado "centro". El acta dice así: "Trotsky propuso que se pusieran dos miembros del Comité Central a disposición del Comité Revolucionario Militar para mantener contacto con los servicios de Correos y Telégrafos y con los ferroviarios; y un tercero para vigilar al Gobierno provisional." Dzerzhinsky fue designado para entenderse con los funcionarios de Correos y Telégrafos, y Bubnov para enlazar con los ferroviarios. La vigilancia del Gobierno provisional se confió a Sverdlov. Y más adelante: "Trotsky propuso establecer un Estado Mayor suplente en la fortaleza de Petropavlovsky, y enviar allí con tal fin a un miembro del Comité Central." Acordado: "Sverdlov, delegado para mantener contacto constante con la fortaleza." De modo que tres miembros del "centro" quedaban por primera vez colocados a disposición directa del Comité Revolucionario Militar. Naturalmente, esto no hubiera sido necesario de existir el "centro" y hallarse ocupado con los preparativos de la insurrección. El acta hace constar que un cuarto miembro del "centro", Uritsky, hizo algunas sugerencias de orden práctico. Pero, ¿dónde estaba el quinto miembro, Stalin?
Lo más notable de todo es el hecho de que Stalin no estuvo en esta sesión decisiva. Los miembros del Comité Central se obligaban a no salir de Smolny. Pero Stalin ni siquiera se presentó allí. Esto lo consignan de manera irrefutable las actas publicadas en 1929. Stalin no ha explicado nunca su ausencia, verbalmente, para no dar lugar a innecesarias molestias. Todas las decisiones de importancia sobre el modo de llevar adelante la insurrección se tomaron sin Stalin, incluso, sin su más mínima intervención directa. Cuando se asignaron las partes a los diversos actores de aquel drama, nadie mencionó a Stalin ni propuso confiarle misión alguna. Simplemente quedó fuera de la partida. ¿Es que dirigió su "centro" desde algún lugar oculto? Pero los demás miembros del "centro" permanecieron continuamente en Smolny...
Durante las horas en que había comenzado ya la insurrección abierta, Lenin, que estaba consumido de impaciencia en su aislamiento, apeló a los dirigentes de distrito: "¡Camaradas! Estoy escribiendo estas líneas la víspera del 24... Os aseguro de todo corazón que ahora todo pende de un hilo, que estamos frente a cuestiones que no pueden decidirse en conferencias ni en congresos (ni siquiera en congresos de Soviets), sino exclusivamente de la lucha de las masas en armas..." De esta carta se desprende claramente que hasta la misma víspera del 24 de octubre, Lenin se mantenía principalmente por medio de Stalin, porque era uno de los que menos inquietaban a la Policía. Es inevitable deducir de aquí que no habiendo asistido a la sesión matutina del Comité Central ni acudido a Smolny en todo el resto del día, Stalin no se enteró de que la insurrección había empezado y se hallaba en pleno curso hasta la última hora de aquella noche. No es que fuese cobarde. No hay base para acusar a Stalin de cobardía. Simplemente, era cuco en materia de política. El cauteloso intrigante prefería estar en la valla en el momento crítico. Esperaba ver el giro que tomaba la insurrección antes de adoptar una postura definida. En caso de que fallara, podría decir a Lenin, a mí y a nuestros adeptos: "¡Todo es culpa vuestra!" Hay que evocar claramente el temple rojo vivo de aquellos días para evaluar conforme a sus méritos la sangre fría del hombre, o, si se prefiere, su insidiosidad.
No, Stalin no dirigió la insurrección, ni personalmente ni por medio de "centro" alguno. En las actas, en las memorias, en los incontables documentos, obras de referencia y tratados de historia publicados en vida de Lenin, y aun después, el llamado "centro" no se mencionó jamás, ni mencionó nadie el nombre de Stalin como dirigente o destacado participante en la insurrección por cualquier otro concepto, La Memoria del Partido lo pasó por alto. Sólo en 1924, el Comité de Historia del Partido, al coleccionar toda suerte de datos, sacó el texto de la resolución de organizar un "centro" práctico. La lucha contra la oposición de izquierda y contra mí personalmente, entonces en pleno apogeo, reclamaba una nueva versión de la historia del Partido y de la Revolución. Recuerdo que Serebryakov, que tenía amigos y relaciones en todas partes, me dijo una vez que reinaba gran regocijo en la secretaría de Stalin por el descubrimiento del "centro".
"¿Qué importancia puede tener eso?", pregunté extrañado.
"Algo se proponen devanar en torno a ese carrete", me contestó el ladino Serebryakov.
Pero incluso el asunto del "centro" no pasó de ser una reimpresión del: acta y vagas referencias a la misma. Los sucesos de 1917 estaban todavía demasiado frescos en la memoria de todos. Los participantes en la Revolución no habían sido aún liquidados. Dzerzhinsky y Bubnov, que figuraban como miembros del "centro", seguían con vida. Por puro fanatismo de facción, Dzerzhinsky era sin duda muy capaz de atribuir a Stalin proezas que éste nunca había realizado; pero no de atribuírselas a sí mismo: eso era superior, a sus fuerzas. Dzerzhinsky se murió a tiempo. Una de las causas de que Bubnov cayera en desgracia y le liquidaran fue sin duda su negativa a dar falso testimonio. Nadie más recordaba absolutamente nada de la existencia del "centro". El fantasma de las actas continuó arrastrando su documental existencia..., sin huesos ni carne, sin ojos ni oídos.
Esto no las libró de ser incorporadas al meollo de una nueva versión de la Revolución de octubre. En 1925 ya argüía Stalin: "Es extraño que el camarada Trotsky, el "inspirador", la "figura principal" y el "único líder" de la insurrección no fuese mimbro del centro práctico llamado a dirigir la insurrección. ¿Cómo es posible conciliar eso con la opinión corriente acerca de la misión especial del camarada Trotsky?" El argumento era ilógico sin duda alguna: de conformidad con el sentido preciso de la resolución, el "centro" estaba destinado a convertirse en parte del mismo Comité Revolucionario Militar que yo presidía. Stalin exhibía de lleno su intención de "devanar" una nueva historia de la insurrección en torno a aquellas actas. Lo que no acertó a explicar fue la fuente de la "opinión corriente acerca de la misión especial del camarada Trotsky". Sin embargo, esto vale la pena de traerlo a consideración.
Lo siguiente se incluye bajo mi nombre en las notas a la primera edición de las obras de Lenin: "Después de pasar el Soviet de San Petersburgo a manos de los bolcheviques (Trotsky) fue elegido presidente, y como tal, organizó y dirigió la insurrección del 25 de octubre." La "leyenda" encontró, pues, sitio apropiado en las obras de Lenin mientras vivió éste. Nunca pensó nadie en discutirlo hasta 1925. Además, el mismo Stalin rindió en cierta ocasión tributo a esta "opinión corriente". En el artículo del primer aniversario, en 1918, escribía: "Todo el trabajo de organización práctica de la insurrección se efectuó bajo la dirección inmediata del presidente del Soviet de Petrogrado, camarada Trotsky. Puede decirse con certeza que el rápido paso de la guarnición a favor del Soviet, y la atrevida ejecución de la labor del Comité Revolucionario Militar, aseguran la gratitud del Partido principalmente al camarada Trotsky; los camaradas Antonov y Podvoisky fueron los principales auxiliares del camarada Trotsky." Hoy, tales palabras suenan como un panegírico. En realidad, lo que el autor estaba pensando al escribirlas era recordar al Partido que durante los días de la insurrección, además de Trotsky, existía también un Comité Central, del que Stalin era miembro. Pero obligado a dar a su artículo siquiera una apariencia de objetividad, Stalin no pudo menos de decir en 1918 lo que dijo. De todos modos, en el primer aniversario del Gobierno de los Soviets atribuyó a Trotsky "la organización práctica de la insurrección". Entonces, ¿qué misterioso papel era el del "centro"? Stalin no lo menciona siquiera; habían de pasar aún seis años hasta que se descubrieran las actas del 16 de octubre.
En 1920, sin mencionar a Trotsky, Stalin presentaba a Lenin en contra del Comité Central, como autor de un plan equivocado de insurrección. Así lo repetía en 1922, pero, sustituyendo a Lenin por "una parte de los camaradas", y cautamente insinuaba que él (Stalin) tenía algo que ver con la abolición del plan erróneo que comprometía el éxito de la insurrección. Pasaron otros dos años, y parece que Trotsky fue el inventor de la especie relativa al equivocado plan de Lenin; lo cierto era que Trotsky mismo lo había propuesto, y que por fortuna lo rechazó el Comité Central. Por último, la "historia" del Partido, publicada en 1938, presenta a Trotsky como furibundo adversario de la Revolución de octubre, que, en realidad, fue dirigida por Stalin. Paralelo a todo esto es lo ocurrido con la movilización de las artes: la poesía, la pintura, el teatro, el cine, descubrieron de pronto la urgente necesidad de infundir al mítico "centro" aliento de vida, aunque los historiadores más asiduos se vieron incapaces de hallar el menor rastro de él con una buena lupa. Actualmente, Stalin consta como líder de la Revolución de octubre en las pantallas del mundo, para no citar las publicaciones del Komintern.
Los hechos de la historia se revisaron de igual modo, aunque acaso no con tanto descaro, respecto a todos los viejos bolcheviques una y otra vez, según las combinaciones políticas cambiantes. En 1917, Stalin defendió a Zinoviev y Kamenev, intentando utilizarlos contra Lenin y contra mí, y como preparación de su futuro "triunvirato". En 1924, cuando el "triunvirato" era ya dueño de la máquina política, Stalin decía en la Prensa que las diferencias de opinión con Zinoviev y Kamenev antes de octubre eran de carácter pasajero y secundario. "Las divergencias duraron sólo unos días, y esto sólo porque en las personas de Kamenev y Zinoviev teníamos leninistas, bolcheviques." Cuando el "triunvirato" se deshizo, la conducta de Zinoviev y Kamenev en 1917 figuró durante varios años como motivo principal para denunciarlos como "agentes de la burguesía", hasta que por último se incluyó en la fatal acusación que condujo a ambos ante el pelotón.
Por fuerza tiene uno que detenerse asombrado ante esta persistencia fría, paciente y a la vez cruel encaminada a una finalidad personal invariable. Exactamente como en cierta ocasión, en Bakú, el joven Koba había minado con perseverancia la reputación de los miembros del Comité de Tiflis, que eran sus superiores; como en la prisión y en el destierro había incitado a algunos papanatas contra sus rivales, así en Petrogrado intrigaba infatigable con las gentes y las circunstancias, con el propósito de apartar, borrar, oscurecer y empequeñecer a cualquiera que de un modo u otro le eclipsara o estorbara su ambición.
Naturalmente, la Revolución de octubre, como fuente del nuevo régimen, ha ocupado la posición central en la ideología de los nuevos círculos rectores. ¿Cómo ha ocurrido todo ello? ¿Quién dirigió por el centro y en las ramas? Stalin tenía que contar prácticamente con veinte años para imponer al país un panorama histórico en el que remplazó a los efectivos organizadores de la insurrección y les atribuyó el papel de traidores a la Revolución. Sería injusto pensar que comenzó con un plan de acción ya perfilado para su personal engrandecimiento. Circunstancias históricas extraordinarias han dado a su ambición un vuelo asombroso aun para él mismo. En un sentido se ha mantenido firme: prescindiendo de otras consideraciones, aprovechó toda situación concreta para consolidar su propia posición a expensas de sus camaradas..., paso a paso, piedra a piedra, pacientemente, sin alterarse, ¡pero también sin conmoverse! En la tarea de urdir constantemente intrigas, en la cauta dosificación de verdades y mentiras, en el ritmo orgánico de sus falsificaciones, es donde mejor se refleja Stalin como personalidad humana y jefe de la nueva capa privilegiada.
Habiendo comenzado mal en marzo, sin enmendarse en abril, Stalin se quedó tras la cortina durante todo el año de la Revolución. Nunca conoció la frecuentación directa de las masas, ni se sintió responsable de la suerte de aquéllas. En ciertos momentos fue jefe de Estado Mayor, pero nunca comandante en jefe de la Revolución. Dado a conservar su tranquilidad, aguardaba a que otros tomasen la iniciativa, apuntaba sus debilidades y errores, y él iba a la zaga de los acontecimientos. Tenía que contar con cierta estabilidad de relaciones y mucho tiempo por delante para triunfar. La revolución le dejó sin ambas cosas.
Como nunca se vio forzado a analizar los problemas de la Revolución con aquella presión mental que engendra sólo el sentido de responsabilidad inmediata y directa, Stalin no llegó a adquirir un concepto íntimo de la lógica inherente a la Revolución de octubre. Por eso sus recuerdos de ella son tan empíricos, dispersos y faltos de coordinación, tan contradictorios sus juicios de última hora sobre la estrategia revolucionaria, y tan monstruosos sus errores en varias revoluciones contemporáneas (Alemania, China, España). En verdad, la Revolución no es el elemento de este antiguo "revolucionario profesional".
Sin embargo, 1917 fue una etapa de suma importancia en el desarrollo del futuro dictador. él mismo dijo más tarde que en Tiflis fue un escolar, en Bakú se hizo aprendiz y en Petrogrado oficial artesano. Después de cuatro años de invernada política e intelectual en Siberia, donde descendió al nivel de los mencheviques de izquierda, el año de la Revolución, durante el cual estuvo bajo: la inmediata dirección de Lenin, en el círculo de camaradas muy calificados, tuvo importancia enorme en su desenvolvimiento político. Por primera vez tuvo la oportunidad de aprender mucho que hasta entonces había estado fuera del radio de su experiencia. Escuchaba y observaba con malevolencia, pero atento y vigilante. En la medula de la vida política estaba el problema del Poder. El Gobierno provisional, apoyado en los mencheviques y en los populistas, camaradas de antaño en la clandestinidad la cárcel y el destierro, le permitió explorar más a fondo aquel misterioso laboratorio, donde, como saben todos, no son dioses precisamente los alquimistas. La distancia insalvable que en la época del zarismo separaba a los revolucionarios clandestinos del Gobierno, se había convertido en nada. El Gobierno pasó a ser algo contiguo, un concepto familiar. Koba arrojó de sí buena parte de su provincianismo, si no en hábitos y costumbres, sí al menos en lo tocante a sus ideas políticas. Advertía (acremente, resentido) lo que le faltaba como individuo, pero al mismo tiempo tomó el pulso a una compacta colección de revolucionarios expertos y capaces, dispuestos a luchar hasta el fin. Llegó a ser un miembro reconocido en la plana mayor del Partido que las masas iban a elevar al Poder. Dejó de ser Koba y se convirtió definitivamente en Stalin.

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