Expulsado de Rusia

En el mes de octubre de 1928, nuestra situación cambió bruscamente. Se nos cortaron repentinamente las comunicaciones con los correligionarios, los amigos y hasta con los parientes de Moscú, y de pronto, dejamos de recibir cartas y telegramas. En la estación telegráfica de Moscú se iban acumulando, como supimos por nuestro conducto, cientos de telegramas, la mayoría de los cuales se me habían dirigido, con motivo del aniversario de la revolución de Octubre. El cerco se iba apretando cada vez más en torno nuestro.
Durante el año 1928 la oposición, a pesar de la persecución furiosa de que era objeto, no hacía más que aumentar visiblemente, sobre todo en los grandes centros industriales. Esto hizo que se extremasen las represalias, procediéndose ante todo a cortar de raíz la correspondencia que se sostenía entre los desterrados. Comprendimos que no pararían allí las cosas, y no nos equivocamos.
El día 16 de diciembre, un agente de la GPU., venido expresamente desde Moscú, me entregó el ultimátum formulado por la Policía, en el que se me pedía que abandonase la dirección de la campaña que la oposición venía sosteniendo, si no quería exponerme a medidas que "me aislasen totalmente de la vida, política". En este ultimátum no se aludía para nada a una deportación al extranjero, y yo pensé que se trataría de medidas de orden interior. Contesté al ultimátum con una carta dirigida al Comité central del partido y a la presidencia de la Internacional comunista. Creo oportuno reproducir aquí el contenido esencial de esta carta.
"Hoy, 16 de diciembre, se ha presentado ante mí Wolinsky con poderes de la GPU., trasmitiéndome de palabra, en nombre de este organismo, el siguiente ultimátum:
La labor de sus correligionarios dentro del país-tales fueron casi literalmente sus palabras-ha llegado a presentar, en los últimos tiempos, marcado carácter contrarrevolucionario. Las condiciones de vida que le rodean a usted en Alma-Ata le permiten seguir dirigiendo estos trabajos, en vista de lo cual la GPU. ha decidido exigirle que diga, en términos categóricos, si está dispuesto a suspender toda su actuación, pues en otro caso se vería obligada a introducir en su vida un cambio que le aislase en absoluto de las actividades políticas. Para ello, se haría necesario desplazar el lugar de su residencia.
Hube de contestar al agente de la GPU. que no podía darle contestación más que por escrito, y eso en el caso de que también él me formulase por escrito el ultimátum de la GPU. Mi negativa a darle una contestación verbal nacía de la convicción, basada en la experiencia del pasado, de que mis palabras serían desfiguradas malignamente para desorientar a las masas obreras de Rusia y del mundo entero.
Pero, independientemente de lo que pueda hacer en este asunto la GPU., que no desempeña aquí en realidad papel alguno, sino que se limita a ejecutar técnicamente un antiguo acuerdo, conocido por mí hace ya mucho tiempo, de la reducida fracción stalinista, estimo necesario poner en conocimiento del Comité central del partido comunista, de la Unión soviética y del Comité ejecutivo de la Internacional comunista, lo siguiente:
Esa exigencia que se me hace a que renuncie a toda actuación política equivale a decirme que renuncie a luchar por los intereses del proletariado internacional, a cuya defensa he venido consagrando sin interrupción treinta y dos años, que tanto vale decir mi vida entera, desde que tuve uso de razón. La pretensión de presentar mi labor política como "contrarrevolucionaria" procede de aquellos a quienes yo acuso delante del proletariado internacional de estar pisoteando las teorías fundamentales de Marx y de Lenin, de hollar los intereses históricos de la revolución internacional, de haber roto con las tradiciones y la obra de Octubre y de estar preparando inconscientemente, pero no por ello con menor peligro, la reacción termidoriana.
Renunciar a toda actuación política equivaldría a deponer las armas en la lucha contra la ceguera de los actuales jefes del partido comunista, que con su oportunista incapacidad para dirigir una política proletaria en gran escala, están acumulando obstáculos políticos cada vez mayores, que vienen a unirse a las dificultades objetivas con que tropieza para la reconstrucción socialista del país la República de los Soviets.
Equivaldría a renunciar a seguir luchando contra el régimen hoy imperante en el partido, que no hace más que reflejar la presión cada día mayor que ejercen las clases enemigas sobre la vanguardia del proletariado.
Equivaldría a resignarse pasivamente ante la política económica del oportunismo que está minando y desarraigando los pilares de la dictadura del proletariado, que se interpone ante su desenvolvimiento material y cultural, infiriendo además golpes muy duros contra la alianza de los obreros y los trabajadores del campo, que es la base del poder de los Soviets.
El ala leninista del partido viene sufriendo una granizada de ataques desde el año 23, en que fracasó, de una manera escandalosa, la revolución alemana. La furia de estos ataques aumenta con cada nueva derrota del proletariado ruso e internacional como consecuencia de la dirección oportunista que a nuestra política se imprime.
La inteligencia teórica y la experiencia política demuestran a una que los períodos de decadencia histórica, de retroceso, es decir, de reacción, pueden sobrevenir, no sólo en las revoluciones burguesas, sino también en las proletarias. Llevamos ya seis años, en la Unión de los Soviets, viviendo bajo el signo de una reacción cada vez más aguda contra el movimiento de Octubre, en la cual late, por consiguiente, el Termidor. Y donde esta reacción cobra un volumen más visible y perfecto, dentro del partido, es en la batida furiosa que se viene dando contra el ala izquierda y en los esfuerzos que se hacen para dejarla fuera de combate en todas las organizaciones.
En las tentativas más recientes que ha venido haciendo la fracción de Stalin para defenderse contra las fuerzas manifiestamente termidorianas, no ha hecho más que alimentarse de los despojos espirituales de la oposición. La fracción gobernante no tiene talento alguno original. La campaña contra la izquierda la priva de todo equilibrio. La política práctica que viene siguiendo carece de eje, es falsa, contradictoria, desatentada. La ruidosa cruzada contra el peligro derechista no es, en sus tres cuartas partes, más que una campaña aparente, principalmente encaminada a disimular ante las masas la guerra de exterminio-ésta sí que lo es-que se está librando contra los leninistas. La burguesía del mundo entero y los menchevistas de todos los países han declarado, al unísono, que ésta era una guerra santa. Hace ya mucho tiempo que estos jueces han sancionado "el derecho histórico" que asiste a Stalin.
Sin esta política, ciega, miedosa y mezquina, de adaptación a la burocracia y a la pequeña burguesía, la situación de los trabajadores en el duodécimo año de la dictadura proletaria sería incomparablemente más próspera; la situación militar incomparablemente más fuerte y más segura, la Internacional comunista ocuparía otras posiciones y no tendría que retroceder, paso a paso, como lo hace, ante la socialdemocracia venal y traidora.
La irremediable impotencia a que se ve reducida la Administración, bajo sus apariencias externas de poder, está en no saber lo que hace. Y lo que hace, en realidad, es cumplir el mandato de las clases enemigas. No puede recaer maldición histórica mayor sobre la cabeza de un grupo gobernante, que, nacido de la revolución, no hace más que minarla.
La gran fuerza histórica de la oposición, pese a toda su aparente debilidad externa y momentánea, está en saber pulsar el proceso histórico universal, en no perder de vista la dinámica de las fuerzas de clase, en saber prever y preparar conscientemente el día de mañana. Renunciar a nuestra actividad política equivaldría a renunciar a esta preparación del día de mañana.
Al amenazarme con cambiar mis condiciones de vida y aislarme de toda actividad política, parece como si no se me hubiese mandado ya a una comarca situada a 4.000 kilómetros de Moscú y a 250 kilómetros del ferrocarril, y a una distancia aproximadamente igual de la frontera en que comienzan las provincias esteparias del occidente de China; a una comarca en que reinan la malaria, la lepra y la peste. Como si la fracción de Stalin, por medio de su órgano inmediato, que es la GPU., no hubiese ya hecho cuanto estaba de su mano para aislarme, no ya de la vida política, sino de toda vida en general. Los periódicos de Moscú tardan de diez días a un mes en llegar aquí, cuando no más. Las cartas llegan a mis manos, con raras excepciones, después de pasar dos o tres meses en los tiradores de la GPU. Y en los de la Secretaría del Comité central.
Dos de mis colaboradores más íntimos, que lo venían siendo desde los tiempos de la guerra civil, los camaradas Sermux y Posnansky, que se habían decidido voluntariamente a acompañarme al destierro, fueron detenidos inmediatamente de llegar, metidos en un calabozo con los criminales de delitos comunes y deportados luego a los rincones más remotos del Norte. Una carta que me dirigió mi hija, enferma de muerte, a quien se expulsó del partido y se privó de trabajo, tardó setenta y tres días en llegar a mis manos, desde el hospital de Moscú, y cuando la recibí no tuve ya lugar a contestarla, pues mi hija había muerto. Otra carta escrita desde Moscú, en que se me daba cuenta de la grave enfermedad de mi segunda hija, expulsada también del partido y privada de trabajo, me fue entregada hace próximamente un mes, a los cuarenta y tres días de expedida. La mayoría de los telegramas que se nos dirigen preguntando por nuestra salud no llegan al punto de destino. Y en iguales o peores condiciones se tiene hoy a millares de intachables leninistas, que han contraído para con la revolución de Octubre y el proletariado internacional méritos inmensamente superiores a los de aquellos que nos mandan a la cárcel y el destierro. La reducida fracción de Stalin-a quien Lenin hubo de llamar ya en su testamento "grosero y desleal", cuando todavía estas cualidades no habían dado de sí ni una centésima parte de lo que son hoy-trama represalias cada vez más graves contra la oposición, y, al mismo tiempo, valiéndose de los agentes de la GPU. Intenta constantemente echarnos encima todo género de "relaciones" con los enemigos de la dictadura proletaria. En sus corros, los jefes actuales no se cansan de decir: "Esto es necesario para las masas." Y a veces, la expresión es todavía más cínica: "Esto es para los tontos." A mi íntimo colaborador Georgiie Vasilievich Butof, que fue durante toda la guerra civil Secretario del Consejo revolucionario de Guerra de la República, se le detuvo y se le sometió a condiciones inauditas, intentando arrancar de aquel hombre puro y humilde, de aquel intachable camarada, una confirmación de acusaciones hechas a sabiendas de que eran falsas, desfiguradas, fraudulentas, por el procedimiento de las amalgamas termidorianas. Butof contestó a aquellas exigencias con una heroica huelga de hambre que sostuvo por espacio de cerca de cincuenta días y que, en septiembre del corriente año, acabó con su vida en la cárcel. Contra los mejores elementos bolchevistas que han permanecido fieles a las tradiciones de Octubre, se emplea la violencia, el látigo, el tormento físico y moral. Tales son, en términos generales, las condiciones que a juicio de la GPU., no oponen, por lo visto, "ningún obstáculo" a la labor política de la oposición en general ni a la mía en particular.
La mísera amenaza de cambiar estas condiciones, sometiéndonos a un aislamiento todavía mayor, parece como si la fracción stalinista hubiese tomado el acuerdo de cambiarnos el destierro por la cárcel. Este acuerdo no tiene, ya lo dejo dicho, nada de sorprendente para nosotros. Es un acuerdo previsto ya en el año 1924, y que va desarrollándose poco a poco, paulatinamente, para ir preparando insensiblemente al partido, oprimido y defraudado, a los métodos de Stalin, cuya grosera deslealtad presenta hoy todo el carácter de una felonía burocrática y venenosa.
En la "declaración" que formulamos ante el 6.º congreso hubimos de escribir y literalmente-como si adivinásemos este ultimátum que hoy se me comunica: "Sólo una burocracia corrompida hasta el tuétano podía exigir de un revolucionario semejante renuncia (a seguir actuando políticamente al servicio del partido y de la revolución internacional), y sólo unos renegados despreciables podrían aceptarla."
No tengo nada que quitar ni que añadir a estas palabras.
A cada uno lo suyo. La fracción de Stalin está resuelta a seguir escuchando las sugestiones de las fuerzas de clase enemigas del proletariado. Nosotros sabemos cuál es nuestro deber, y lo cumpliremos hasta el fin.
Alma-Ata, 16 de diciembre de 1928.
                                                                                                                                                    L. Trotsky."

Un mes entero transcurrió, desde que cursé esta carta, sin que surgiese ningún cambio en nuestra situación. Nuestras comunicaciones con el mundo exterior, incluyendo las que teníamos montadas con Moscú clandestinamente, siguieron cortadas. En el mes de enero sólo recibimos los periódicos de Moscú. Cuanto más se insistía en ellos en la campaña entablada contra la derecha, más nos preparábamos a esperar el golpe que se tramaba contra la izquierda. Ya conocíamos los métodos de la política de Stalin.
El enviado de la GPU. de Moscú, Wolinsky, se quedó todo ese tiempo en Alma-Ata, aguardando instrucciones. El día 20 de enero se presentó, acompañado de varios agentes armados, que tomaron todas las entradas y salidas de la casa y me hizo entrega del siguiente extracto sacado del libro de actas de la GPU., sesión de 18 de enero de 1929:
"Después de deliberar acerca de la situación del ciudadano León Davidovich Trotsky, incurso en el artículo 58/10 de la Ley penal, por acusársela de sostener campañas contrarrevolucionarias consistentes en la organización de un partido clandestino hostil a los Soviets, cuya actuación se redujo durante todo este tiempo a provocar un alzamiento antisoviético y a preparar un movimiento armado contra el Poder de los Soviets,
Decretamos que el ciudadano León Davidovich Trotsky sea expulsado del territorio de la Unión de los Soviets."
Y como más tarde me exigiesen recibo de aquella comunicación, lo extendí en los siguientes términos: "El decreto, criminal en el fondo e ilegal en la forma, de la GPU., me ha sido notificado con fecha de 20 de enero de 1929."
Y digo que el decreto es criminal porque me acusa, a sabiendas de que falta a la verdad, de haber estado preparando un movimiento armado contra los Soviets. Pero, además esta fórmula de que se valía Stalin para cohonestar mi deportación venia a socavar de la forma más perversa el propio Poder soviético. Pues, si fuera verdad que la oposición acaudillada por los elementos de la revolución de Octubre, por los constructores de la República de los Soviets y del Ejército rojo, preparaba el derrumbamiento por las armas del Poder soviéticos esto bastaría por sí sólo para poner al descubierto la situación catastrófica del país. Pero, por fortuna, la fórmula encontrada por la GPU es una descarada invención. La política seguida por la oposición no prepara, ni ha preparado nunca, ningún movimiento armado. Todos los que formamos en ella estarnos plenamente convencidos de la profunda vitalidad y de la gran capacidad de adaptación de régimen soviético. El camino que nos hemos trazado es el de las reformas interiores.
Cuando pedí que me dijesen cuándo y adónde se me había deportar, se me contestó que esto me lo diría, antes de abandonar el territorio de la Rusia europea, un agente de la GPU, que venía a nuestro encuentro. Todo el día siguiente nos lo pasamos empaquetando febrilmente nuestras cosas, que eran casi exclusivamente libros y originales. Advertiré de pasada que los agentes de la GPU no me mostraban ningún género de hostilidad, sino todo lo contrario. Al amanecer del día 22 tomé asiento con mi mujer, mi hijo y la escolta en el autobús, que nos llevó por un camino liso y cubierto de nieve hasta el puerto, por el que habíamos de remontar las montañas del Kurdai. En el puerto nos encontramos con una tormenta de nieve y el viento nos cerraba el paso. El potente tractor que había de sacarnos del trance, se hundía hasta el cuello en la nieve, con los siete automóviles que tenía que arrastrar. Durante la tormenta se quedaron helados en el puerto siete hombres y un buen golpe de caballos. Tuvimos que transbordar a varios trineos y empleamos más de siete horas en recorrer unos treinta kilómetros. A lo largo del camino devastado veíanse emerger de la nieve muchos trineos con las lanzas punta arriba, con cargamentos para el ferrocarril de Siberia al Turquestán, que estaba en construcción, muchos carros-tanques de petróleo. Los hombres y los caballos habían salido huyendo de la nevada que se avecinaba, a refugiarse a los poblados de kirgises más próximos.
Después de pasar el puerto, volvimos a subir a un automóvil y en Pichpek tomamos el tren. Los periódicos de Moscú que nos salían al paso iban preparando a la opinión oficial para recibir la noticia de la deportación al extranjero de los caudillos de la oposición. En el distrito de Aktiubinsk nos comunican que el punto de destino para mi deportación es Constantinopla. Pido que me dejen ver a dos personas de mi familia: a mi hijo pequeño y a mi nuera, que están en Moscú. Los traen a la estación de Riask y los someten al mismo régimen que a nosotros. El nuevo enviado de la GPU., Bulanof, intenta convencerme de las grandes ventajas de Constantinopla, que yo rechazo resueltamente. Bulanof conferencia por el hilo directo con Moscú. En Moscú lo han previsto todo; lo único que no han previsto es que yo pueda negarme a pasar voluntariamente la frontera. El tren, al que han hecho variar de dirección, se pone pesadamente en movimiento y va a detenerse en una vía muerta, junto a una pequeña estación solitaria, donde muere entre dos traviesas. Así se pasan varios días, uno tras otro. Los montones de latas vacías de conserva en torno al tren van en aumento. Los cuervos y los grajos vienen en bandadas a revolver en ellas, buscando botín. Soledad. Desolación. Por aquí no hay liebres: el otoño pasado hubo una epidemia que las exterminó. Pero, en cambio, se ve el rastro fresco de un zorro, que llega hasta muy cerca del tren. La máquina sale todos los días con un coche camino de una estación grande a buscar la comida y los periódicos. En nuestro coche se ha desatado una epidemia de gripe. No hacemos más que leer a Anatole France y la Historia de Rusia, de Kliutchevsky. Leo también a Panait Istrati; es la primera vez que me encuentro con este autor. El frío desciende hasta 38 grados Réaumur, y la locomotora tiene que ponerse a pasear por los rieles para no helarse. Por el éter vienen las ondas de las estaciones radiotelegráficas preguntando dónde estamos. Pero nosotros no nos enteramos de estas llamadas; distraemos las horas jugando al ajedrez. Y aunque nos enterásemos, no podríamos contestar, pues nos han traído aquí de noche y ni nosotros mismos sabemos dónde estamos.
Así pasan doce días y doce noches. Por los periódicos, nos informamos de que han hecho otra redada de detenciones, en la que cayeron varios centenares de hombres, de ellos unos ciento cincuenta del "centro trotskista". En los periódicos venían los nombres siguientes: Kavtaradse, antiguo presidente del Soviet de Comisarios del pueblo, de Georgia; Mdvani, antiguo representante comercial de los Soviets en París; Woronsky, el mejor crítico literario ruso, y algunos otros más. Viejos obreros del partido todos, caudillos del movimiento de Octubre.
El día 8 de febrero nos comunica Bulanof que, a pesar de todas las instancias de Moscú, el Gobierno alemán se niega resueltamente a visarme el pasaporte, en vista de lo cual le han dado orden definitiva de acompañarme a Constantinopla.
-Pero, conste-le dije-que me opongo y que lo declararé así en la frontera turca.
-Con eso no conseguirá usted nada, pues, de todas maneras, le trasladaremos a usted a Turquía.
-Ah, ¿de modo que se han puesto ustedes de acuerdo con la policía turca para hacerme pasar por la fuerza la frontera?
Un gesto evasivo, como diciendo: Nosotros no hacemos más que ejecutar órdenes.
Después de doce días de parada, el tren vuelve a ponerse en movimiento. El pequeño tren crece conforme aumenta la escolta. Desde Pichpek no nos había sido posible bajar del coche en todo el trayecto. Ahora, vamos a toda velocidad camino del Sur. Sólo nos detenemos a reponer agua y combustible, y siempre en pequeñas estaciones. Son todas precauciones adoptadas bajo la impresión de la manifestación organizada en Moscú para despedirme, cuando me sacaron conducido, en enero de 1928. Durante el viaje, los periódicos nos traen un eco de la nueva y furiosa campaña desencadenada contra los trotskistas. No es difícil leer entre líneas la lucha sostenida entre los dirigentes en torno a mi expulsión. Pero a la fracción stalinista le corre prisa. Tiene sus razones para acelerar el paso. Mas, para ello, hubo de vencer ciertos obstáculos políticos y hasta físicos. El vapor Kalinin, que tenían preparado para sacarme de Odesa, estaba aprisionado entre los hielos. Todos los esfuerzos que hicieron los rompehielos para libertarlo fueron inútiles. Moscú no se retira del telégrafo, metiendo prisa. A toda velocidad, preparan para hacerse a la mar el vapor Ilitch. El tren en que íbamos llegó a Odesa en la noche del día 10 de febrero. Por la ventanilla desfilaron ante mis ojos todos aquellos lugares con los que estaba tan familiarizado, pues en aquella ciudad había pasado siete años, estudiando en el Instituto. Colocaron el coche junto al costado del vapor. Estaba cayendo una buena helada. Y a pesar de ser ya muy tarde de la noche, el muelle estaba acordonado por agentes y tropas de la GPU. Aquí hubimos de despedirnos de nuestro hijo y de la nuera, que habían compartido nuestra prisión en las dos últimas semanas. Cuando divisamos el vapor por la ventanilla del coche, nos acordamos de otro que nos condujo también, como éste, a un punto de destino que nosotros no habíamos elegido. Nos acordamos de aquel día del mes de marzo del año 1917, junto a Halifax, en que los marineros de guerra ingleses me sacaron en brazos, delante de todo el pasaje, del barco noruego Christianiafiord. Mi familia constaba entonces del mismo número de miembros, con la diferencia de que todos eran doce años más jóvenes.
El Ilitch zarpó del puerto de Odesa, sin carga y sin pasaje, hacia la una de la mañana. Hasta unas sesenta millas mar adentro, nos fué abriendo paso un rompehielos. De la tormenta que había descargado aquí ya no nos cogió más que el último aletazo. El día 12 de febrero entrábamos en el Bósforo. Al oficial de la policía turca que subió a bordo a inspeccionar el pasaje-que se reducía, fuera de los agentes de la GPU, a mi familia y a mí-le entregué la siguiente declaración escrita, para que la cursase al Presidente de la República turca, Kemal Paschá:
"Muy estimado señor mío: Desde las puertas de Constantinopla, tengo el honor de poner en su conocimiento que no he venido hasta aquí por mi voluntad y que, si paso la frontera turca, es porque se me obliga a hacerlo por la fuerza. Sírvase usted, señor Presidente, aceptar los sentimientos a que me fuerza esta situación. L. Trotsky. 12 de febrero de 1929."
Esta declaración no surtió ningún efecto. El vapor enfiló el puerto. Después de un viaje de veintidós días con un recorrido de 6.000 kilómetros, arribamos a Constantinopla.


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