El verdadero meollo del problema que se nos planteaba para organizar
eficazmente el ejército rojo, estaba en encontrar la medida exacta
de las relaciones entre el proletariado y la clase, campesina. En el año
23 había de lanzarse esa especie necia y mentirosa de mi "menosprecio"
de los campesinos. La verdad es que desde 1918 a 1921 nadie se familiarizó
tanto ni tan íntimamente como yo con el problema de los soviets
del campo. El contingente principal del ejército lo formaban los
campesinos y era en el ambiente del campo donde el ejército operaba.
No puedo detenerme mucho en este importante problema, y me limitaré
a citar dos o tres ejemplos clarísimos que ilustrarán la
posición adoptada por mí ante el asunto. El día 22
de marzo de 1919 telefoneé por el hilo directo al Comité
central pidiendo que recayese acuerdo acerca del nombramiento de una comisión
del Comité ejecutivo central del partido, asistida de los poderes
necesarios. El objetivo de esta comisión era fortificar entre los
campesinos de la región del Volga la fe en el Poder central de los
Soviets, acabar con los abusos locales más descarados, castigar
a los representantes del Poder central, principales culpables de lo que
ocurría, y reunir las quejas y los elementos de juicio necesarios
para dictar los decretos que se estimasen oportunos en favor de los campesinos
de situación media, necesitados de ayuda. Conviene advertir que
esta conferencia telefónica la hube de celebrar con el propio Stalin,
a quien expliqué en persona la importancia que estos campesinos
tenían para nosotros. En el mismo año de 1919 se nombró
a Kalinin, a instancia mía, presidente del Comité ejecutivo
central, en atención a las relaciones que mantenía con esta
clase de campesinos y a lo bien que conocía sus necesidades. Pero
lo que más importa hacer notar es que ya en el mes de febrero de
1920, bajo la impresión de las observaciones recogidas acerca de
la vida de los campesinos de los Urales, hube de abogar de un modo apremiante
porque se decretase la transición a la nueva política económica.
En el Comité central sólo pude conseguir cuatro votos contra
once en apoyo de mi proposición. Por entonces, Lenin se oponía,
y con gran intransigencia, a que se aboliese el régimen de tasas.
Stalin, por supuesto, votó contra mí. Al año de ocurrir
esto se acordó por unanimidad implantar la nueva política
económica, cuando todavía flotaba en el ambiente el clamor
de la sublevación de Cronstadt y creada ya una atmósfera
de hostilidad amenazadora por parte del ejército.
Casi todas, por no decir que todas, las cuestiones y dificultades de
principio que había de plantear en los años siguientes la
reconstrucción del país por los Soviets, se nos presentaron
a nosotros antes que a nadie en el terreno militar, y de un modo bastante
compacto, a decir verdad. En ningún ejército, sea o no rojo,
caben aplazamientos ni dilaciones. Los errores traducíanse en una
sanción inmediata. La oposición que provocasen los acuerdos
o las órdenes vigentes había que pulsarla sobre el terreno,
en plena acción. De aquí la línea lógica que,
en términos generales, siguió la organización del
ejército rojo y el que no pudiéramos andar experimentando
y ensayando con arreglo a diversos sistemas. Si hubiéramos dispuesto
de más tiempo para emplearlo en razonamientos y disquisiciones,
seguramente que hubiéramos cometido muchos más errores y
desaciertos todavía.
Sin embargo, no puede negarse que en el seno del partido surgieron
luchas intestinas; luchas que, en ciertos momentos, tomaron un cariz bastante
duro. Pero no podía ser de otro modo. Teníamos que afrontar
problemas demasiado nuevos para nosotros y preñados de dificultades.
El antiguo ejército andaba todavía disperso por el país,
sembrando por todas partes el odio contra la guerra, al tiempo que nosotros
nos veíamos forzados por las circunstancias a levantar nuevos regimientos.
A los oficiales zaristas se les arrojaba del servicio, y, no pocas veces,
se les arreglaban las cuentas despiadadamente. Y mientras esto ocurría,
nosotros no teníamos más remedio que valernos de ellos como
instructores para la formación del nuevo ejército. Los comités
creados en el ejército antiguo habían surgido como un fruto
de la propia revolución, a lo menos en su primera etapa. En los
nuevos regimientos no podíamos tolerar que existiesen Comités,
pues éstos eran ya un principio de desorganización. Y aun
no se habían disipado las maldiciones lanzadas sobra la vieja disciplina,
cuando nos veíamos obligados a implantar otra nueva. Del sistema
del voluntariado hubo que pasar, con una brusca transición, al sistema
de la recluta forzosa y del régimen de las facciones de parciales
a una organización militar regular y disciplinada. Hubimos de sostener,
día tras día, una campaña que requería una
enorme tenacidad, intransigencia y, a veces, hasta un poco de crueldad.
Aquel régimen caótico de las partidas era el fiel reflejo
de la base campesina sobre la que se erigía la revolución.
Luchar contra él era, por tanto, luchar por un sistema de Estado
proletario contra todos aquellos elementos anarquistas y pequeñoburgueses
que lo minaban. Sin embargo, los métodos y los hábitos del
partidismo y de la facción encontraban eco y acogida en las filas
de nuestro propio partido.
Ya en los primeros meses de la organización del ejército
rojo, empezó a dibujarse en los asuntos militares una campaña
de oposición. La base principal de esta campaña era la defensa
del sistema electoral, la protesta contra la colaboración de especialistas
y técnicos militares, contra la implantación de una disciplina
férrea, contra la centralización del ejército y otras
medidas por el estilo. Los elementos de la oposición buscaron una
fórmula teórica de generalidad para envolver sus pretensiones
y dijeron que el ejército centralizado era la expresión del
Estado imperialista. Según ellos, la revolución tenía
que hacer cruz y raya, no sólo de la guerra de posiciones, sino
también del ejército centralizado. La revolución-decían-tiene
que confiarse por entero a la movilidad, a los ataques rápidos y
audaces, a la rapidez en los movimientos. Su mejor instrumento eran-siempre
a juicio de la oposición-los pequeños destacamentos en que
entrasen todas las armas combinadas y que operasen por su cuenta, sin sujeción
al mando central, aprovechándose de las simpatías de la población,
lanzándose de improviso sobre el blanco del enemigo, etc., etc.
En una palabra, se proclamaba como método táctico de la revolución
la táctica de la guerra de guerrillas. Todo esto no eran más
que principios abstractos, que en sustancia se reducían a idealizar
nuestra falta de poderío. Pronto las serias enseñanzas de
la guerra civil se encargaron de refutar estos prejuicios. La dura experiencia
de la lucha demostró en seguida, y bien a las claras, las grandes,
ventajas que tienen una organización y una estrategia centralizadas
sobre todas las improvisaciones locales y toda casta de separatismos y
federalismos en la milicia.
Al servicio del ejército rojo estaban varios miles-cada vez
más-de oficiales sacados de los cuadros de las antiguas formaciones.
Muchos de estos oficiales, no hacía más de dos años
que-según su propia confesión-tenían a los liberales
más moderados por los más terribles revolucionarios, y a
los bolcheviques no digamos: éstos eran ya, para ellos, magnitudes
de la cuarta dimensión. "Verdaderamente-hube de escribir por entonces,
saliendo al paso de aquella campaña de la oposición-, abrigaríamos
una opinión bastante pobre de nosotros y de nuestro partido, de
la fortaleza moral de nuestra idea y del poder de atracción de nuestra
moral revolucionaria, si no creyéramos, sí no nos fuera lícito
creer en la posibilidad de traer a nuestro campo a varios miles de técnicos,
militares y no militares." Y, en efecto, lo conseguimos, al fin y al cabo,
aunque nos costase no pocas dificultades y conflictos.
Los comunistas no se adaptaban fácilmente a los trabajos militares.
Había que proceder a una selección y a un proceso educativo.
Ya antes de lo de Kazán, en agosto del año 18, telegrafié
a Lenin: "No mandar más que aquellos comunistas que sean capaces
de sumisión, que estén dispuestos a pasar privaciones y resueltos
incluso a morir. Agitadores de, poca monta, no nos hacen falta aquí."
Al año de esto, encontrándome en Ukrania, donde reinaba una
anarquía bastante grande en las filas del partido, dije, en una
orden del día que di para el 14.º ejército: "Advierto
que el comunista que venga a las filas del ejército como delegado
del partido tendrá los mismos derechos y deberes que tienen los
demás soldados del ejército rojo y será uno de tantos.
Pero los comunistas que falten a sus deberes revolucionarios en la guerra
o se hagan reos de algún delito contra sus banderas, recibirán
doble castigo, pues lo que a hombres incultos puede serles, acaso, perdonado
no es digno de perdón cuando se trata de afiliados al partido, que,
por serlo, figuran a la cabeza de la clase trabajadora del mundo entero."
Se comprende que, en estas condiciones, no faltasen conflictos y que abundasen
los descontentos.
En las filas de la oposición militar formaba, por ejemplo, Piatakof,
actual director del "Banco de Estado". Era un hombre dispuesto a engancharse
siempre a cualquier oposición que surgiese... para acabar rindiéndose
al servicio de la burocracia. Hace unos tres o cuatro años, cuando
Piatakof pertenecía todavía conmigo a uno de esos grupos
heterodoxos que tanto le gustaban, dije medio en broma, y la broma resultó
una profecía, que Piatakof, si por acaso en Rusia se diera un golpe
bonapartista, al día siguiente cogería su cartera y sus papeles
y se iría tranquilamente a la oficina. Ahora, puedo añadir,
ya en serio, que si aún no lo ha hecho, no es precisamente por su
culpa, sino por falta del Bonaparte. Piatakof gozaba en Ukrania de gran
predicamento, y no en balde, pues se trata, en realidad, de un marxista
bastante formado, sobre todo en asuntos económicos, y de un buen
administrador-esto
no puede negarse-, dotado de una voluntad bastante recia. En los primeros
años, poseía, además de estas virtudes, la energía
de un revolucionario, pero ésta se tomó rápidamente
en el conservadurismo burocrático que hoy le caracteriza. Lo primero
que hice para combatir sus ideas medio anarquistas en punto a la organización
del ejército, fué confiarle desde el primer momento un puesto
de responsabilidad, en que no tuviera más remedio que pasar de la
palabra al hecho. Este recurso, que no tiene nada de nuevo, es, en muchos
casos, infalible. Pronto su buen sentido administrativo le hizo comprender
que había que resignarse a aplicar aquellos métodos contra
los que de palabra tanto batallaba. Metamorfosis de estas hubo muchas.
Los mejores elementos de la oposición militar se abrazaron en seguida
al trabajo. A los más intransigentes les invité a que organizasen
un regimiento con arreglo a sus principios, prometiéndoles facilitarles
los recursos necesarios para sostenerlo. No hubo más que un grupo,
en el Volga, que aceptase el reto, pero el regimiento que pusieron en pie
no se diferenciaba absolutamente en nada de los demás. El ejército
rojo venció en todos los frentes y, poco a poco, la oposición
fué reduciéndose a la nada.
En el capítulo del ejército rojo y de la oposición
militar merece lugar aparte Tsaritsin, donde los organizadores militares
se agruparon en torno a Woroshilof. A la cabeza de casi todos los destacamentos
revolucionarios de esta zona estaban antiguos suboficiales procedentes
de las aldeas del Cáucaso Norte. La profunda rivalidad que existía
entre los campesinos y los cosacos daba una crueldad especial a la guerra
civil en las estepas del Sur; apenas había aldea en que esta crueldad
no anidase, conduciendo al exterminio de familias enteras. Aquello era
una verdadera guerra de campesinos, que tenía sus raíces
en lo más hondo de los antagonismos locales y que superaba en exasperación
a los combates revolucionarios que se libraban en el resto del país.
De esta guerra surgieron multitud de enérgicas facciones, que en
los encuentros de carácter local se portaban magníficamente,
pero, en cambio, solían fallar cuando queríamos destinarlas
a operaciones de mayor monta.
La biografía de Woroshilof da buena idea de lo que es la vida
de un proletario que abraza la causa de la revolución. Woroshilof
capitaneó huelgas, se dedicó a la propaganda secreta, sufrió
cárceles y destierros. Pero, como tantos otros de los que hoy están
al frente del Gobierno, este hombre no era, en realidad, más que
un demócrata revolucionario de corte nacionalista. Así se
hubo de demostrar palmariamente, primero en la guerra imperialista y luego
en la revolución de Febrero. En la biografía oficial de Woroshilof
hay una laguna que abarca los años de 1914 a 1917; la misma con
que nos encontramos en la: vida. de casi todos los caudillos de la hora
presente. El secreto de esta laguna está en que la mayoría
de ellos se sintieron durante la guerra fervientes patriotas y volvieron
la espalda a la revolución. Al sobrevenir el movimiento de Febrero,
Woroshilof apoyó desde la izquierda el Gabinete de Gutchkof y Miliukof,
ni más ni menos que Stalin. Sus ideas eran las de unos demócratas
radicales revolucionarios; nada más lejos de ellos que el internacionalismo.
Casi podría uno asegurar como axiomático que aquellos bolcheviques
que durante la guerra, se sintieron patriotas, y demócratas después
de la revolución de Febrero, son los que comulgan hoy en el socialismo
nacionalista de Stalin. Woroshilof no había de ser, naturalmente,
una excepción a esta regla.
Woroshilof, aunque era un obrero de Lugansk-de una clase de obreros
privilegiados-, tenía, por sus hábitos y por sus gustos,
más traza de pequeño rentista que de proletario. Después
de la revolución de Octubre convirtiese, como era lógico,
en el eje de la campaña de oposición que libraban los suboficiales
de Tsaritsin y las facciones contra la organización de un ejército
centralizado que requería, naturalmente, conocimientos militares
y un horizonte mental más amplio. Y así surgió el
movimiento de oposición de aquella zona.
Entre los que rodeaban a Woroshilof se hablaba con un odio que no se
molestaban en recatar de los especialistas, de los militares de academia
del alto mando y de Moscú. Pero como aquellos caudillos de facción
no disponían del menor conocimiento en cosas de milicia, no tenían
más remedio que llevar al lado, para que los asesorase, a un "especialista";
con la diferencia de que el suyo solía ser de la peor especie, se
aferraba a su puestecito y lo defendía desesperadamente contra otros
más capaces y mejor informados. Aquellos caudillos guerreros de
Tsaritsin no se comportaban con las autoridades soviéticas del frente
mucho mejor que contra el enemigo. Todas sus relaciones con Moscú
se reducían a constantes peticiones de material de guerra. Entre
nosotros, todo escaseaba. La producción de las fábricas iba
aún caliente, a manos del soldado. Ningún frente consumía
tantos fusiles y tantos cartuchos como el de Tsaritsin. La primera vez
que no se pudo atender a un pedido, los de Tsaritsin pusieron el grito
en el cielo, diciendo que en Moscú los traicionábamos. En
Moscú tenían destacado a un representante especial, el marinero
Shivodier, sin otra misión que sacar todo lo que pudiese de armas,
municiones y vituallas para aquel ejército. Cuando nos vimos obligados
a apretar un poco más las mallas de la disciplina, este marinero
se pasó a los bandidos. Algún tiempo después, creo
que lo cogieron y lo fusilaron.
Stalin pasó algunos meses en Tsaritsin y empalmó a la
tosca campaña de oposición de Woroshilof y de sus parciales
la intriga que venía tejiendo contra mí entre bastidores,
y que ya por aquel entonces consumía una buena parte de su actividad.
Pero procurando siempre tener cubierta la retirada, para dar el salto atrás
cuando le conviniese. Del mando central y del alto mando del frente estaban
llegando constantemente quejas sobre los de Tsaritsin. Allí-decían-era
imposible conseguir que se ejecutase una orden, no había modo de
saber lo que pasaba, ni se molestaban siquiera en contestar a las preguntas
que se les hacían. Lenin estaba muy preocupado, esperando a ver
en qué paraba aquel conflicto. Conocía a Stalin mejor que
yo y sospechaba, evidentemente, que detrás de aquella insubordinación
estaba su mano tirando de los hilos. La situación iba haciéndose
insostenible y decidí ponerle fin. Tan pronto como se produjo un
nuevo choque del mando con la facción pedí la destitución
de Stalin. Esta orden se cursó por medio de Sverdlof, que salió
en persona para Tsaritsin en un tren especial, con instrucciones para que
recogiese a Stalin y se lo trajese con él. Lenin procuraba, y hacia
bien, amortiguar en todo lo posible el conflicto. Yo no me había
torturado nunca gran cosa pensando en Stalin. En el año 17 había
cruzado por delante de mí como una sombra huidiza. Arrastrado por
la pasión de la lucha, ni siquiera me di cuenta de que existía.
Lo que me preocupaba era el ejército de Tsaritsin. Necesitaba en
el frente Sur un flanco izquierdo en el que se pudiese confiar, y salí
para Tsaritsin dispuesto a conseguir por todos los medios lo que buscaba.
En el camino, me encontré con Sverdlof. Este, muy cautelosamente,
se informó acerca de mis intenciones, y cuando las supo me invitó
a que hablase con Stalin, que iba allí precisamente, en su vagón,
de regreso.
-¿Va usted, realmente, a echarlos a todos?-me preguntó
Stalin, con un tono de voz rebuscadamente humilde-. Son buenos muchachos...
-Sí-le contesté-, pero esos "buenos muchachos" acabarán
por estrangular la revolución, que no puede esperar a que les salga
la muela del juicio. Todo lo que yo pretendo es que Tsaritsin se incorpore
a la República de los Soviets.
Unas horas después tenía delante de mí a Woroshilof.
En el cuartel general de Tsaritsin reinaba gran excitación. Se había
corrido el rumor de que iba a llegar yo provisto de una gran escolta y
de que llevaba conmigo dos docenas de generales zaristas, para sustituir
con ellos a los cabecillas de la facción. A estos cabecillas que,
dicho sea de paso, me presentaron rebautizados de generales, unos de regimiento,
otros de brigada y otros de división. Pregunté a Woroshilof
en qué actitud estaba respecto a las órdenes procedentes
del frente y del mando supremo. Fué sincero, y me dijo que Tsaritsin
no se creía obligado a ejecutar más órdenes que aquellas
que estimaba justas. Esto, era ya demasiado. Le hice saber que si no se
obligaba, de un modo taxativo y sin condiciones, a ejecutar las órdenes
y acciones de guerra que se le encomendasen, le mandaría inmediatamente
a Moscú con una escolta para que un consejo de guerra juzgase su
conducta. No necesité destituir a nadie, pues todo el mundo me aseguré
formalmente, que se sometería. La mayoría de los comunistas
incorporados al ejército de Tsaritsin me secundaron, pero no por
miedo, sino por convicción. Revisté todos los destacamentos
de tropa y procuré estar afectuoso con los de la facción,
entre los que había muchos excelentes soldados, necesitados únicamente
de quien los supiese mandar. Tales fueron los resultados con los que volví
a Moscú. En toda la tramitación de este asunto no me dejé
llevar por un asomo de parcialidad ni de animadversión personal
contra nadie. Créome autorizado para decir que en mi actuación
política las consideraciones personales no han desempeñado
nunca ningún papel. Pero en aquella lucha gigantesca que estábamos
sosteniendo era demasiado lo que teníamos que ganar o perder, para
que me anduviese con contemplaciones. Y muchas veces, casi a cada paso,
sin darme cuenta, tenía que pisar a éste o aquél en
los ojos de gallo de sus prejuicios personales, de sus amistades o de su
amor propio. Stalin iba detrás, reuniendo cuidadosamente todos los
ojos de gallo doloridos, pues disponía del tiempo y del interés
necesarios para tal empresa. Desde aquellas jornadas, los caudillos de
Tsaritsin fueron otros tantos instrumentos en manos de él. Tan pronto
como Lenin se puso enfermo, Stalin consiguió, por mediación
de sus compinches, que Tsaritsin cambiase de nombre, pasando a llamarse
Stalingrado. La masa de la población no tiene ni la más remota
idea de lo que el nuevo nombre significa. Y si hoy Woroshilof forma parte
del "Buró político", será seguramente-no veo otra
razón que lo explique-porque, en el año 18, le obligué
a someterse al Poder central, so pena de mandarle a Moscú escoltado.
El día 4 de octubre de 1918 comuniqué a Sverdlof y a
Lenin lo siguiente, por el hilo directo, desde Tambof:
"Insisto categóricamente en la necesidad de destituir a Stalin.
El frente de Tsaritsin sigue inseguro, a pesar de su superioridad de fuerzas.
A él (a Woroshilof) le dejo de General en jefe del décimo
ejército (era el de Tsaritsin) bajo la condición de que se
someta a las órdenes del alto mando del frente Sur. Hasta hoy, los
de Tsaritsin no han enviado a Koslof un solo comunicado respecto a sus
operaciones. Les he dado orden de que comuniquen dos veces al día
los movimientos de sus tropas y los resultados del servicio de espionaje.
Si mañana no tengo noticias, entregaré a Woroshilof a un
consejo de guerra y lo haré saber así en la orden del día
que dé a las tropas. Tenemos que aprovechar para el ataque el poco
tiempo que queda hasta los temporales de lluvias de otoño que cierran
todos los caminos, lo mismo a caballo que a pie. Para negociaciones diplomáticas
no disponemos ahora de vagar."
Stalin fué destituido. Lenin sabía sobradamente que yo
no me dejaba guiar más que por consideraciones objetivas. Claro
está que, aun comprendiéndolo así, se preocupaba también
de aminorar en lo posible el conflicto y amortiguar las desavenencias.
El día 23 de octubre, me dirigía a Balashof las líneas
siguientes:
"Hoy ha llegado Stalin con la noticia de tres grandes victorias, conseguidas
por nuestras tropas cerca de Tsaritsin (aquellas "victorias" no tenían,
en realidad, más que una importancia meramente episódica,
L. T.). He convencido a Woroshilof y a Minin, a quienes tiene por colaboradores
muy valiosos e insustituibles, de que no se vayan, sino que se sometan
a las órdenes del mando central; el único motivo que tienen
de descontento es, según lo que él me ha dicho, el que no
se les mandan, o lo mucho que tardan en llegar, los cartuchos y granadas,
lo cual puede-dice-ser la ruina de aquel ejército caucásico,
compuesto por doscientos mil hombres y en excelente disposición.
(Este ejército faccioso se desmoronó al primer ataque y resultó
ser completamente inepto para la lucha. L. T.).
"Stalin desearía poder trabajar en el frente Sur... pues confía
en que sobre el trabajo podrá demostrar la exactitud de sus opiniones...
Al comunicar a usted todas estas declaraciones de Stalin, le ruego que
medite acerca de ellas y me conteste, primero, si está dispuesto
a tener una entrevista personal con él, para lo cual se encargaría
de buscarle; y segundo, si usted cree posible eliminar, bajo determinadas
condiciones concretas, los antiguos rozamientos y organizar la labor en
común, cosa que él &sea vivamente. Por lo que a mí
respecta, entiendo que es necesario encontrar aplicación a todos
los elementos y llegar a una colaboración con Stalin. Lenin."
Me mostré dispuesto en un todo a aceptar esta fórmula,
y Stalin fué designado para ocupar un puesto en el Consejo revolucionario
de Guerra del frente Sur. Pero la transacción no dió ningún
resultado. En Tsaritsin las cosas seguían estancadas, como antes.
El día 14 de diciembre telegrafié a Lenin desde Kursk:
"Es imposible seguir manteniendo a Woroshilof en su puesto, cuando
por él se han malogrado todos los intentos para llegar a una avenencia.
Urge enviar a Tsaritsin un nuevo Consejo revolucionario de Guerra con un
nuevo general en jefe. Woroshilof ha sido enviado a Ukrania."
Esta proposición fué aceptada sin resistencia. Mas tampoco
en Ukrania marchaban las cosas mejor. La anarquía allí reinante
dificultaba ya no poco, de suyo, las operaciones militares ordenadas. La
oposición desarrollada por Woroshilof, a cuya espalda maniobraba
como siempre Stalin, imposibilitaba toda labor.
El día 10 de enero, hube de comunicar desde la estación
de Griasi con Sverdlof, presidente por entonces del Comité ejecutivo
central, para decirle: "Declaro categóricamente que el grupo de
Tsaritsin, causante de la ruina total de aquel ejército, no puede
seguir siendo tolerado en Ukrania... El grupo de Stalin, Woroshilof a.
Co. equivale a la aniquilación de todos nuestros esfuerzos. Trotsky."
Lenin y Sverdlof, que seguían a distancia los manejos de los
de Tsaritsin, esforzáronse todavía por llegar a una solución
amistosa. Desgraciadamente, no conservo entre mis papeles su telegrama.
Con fecha de II de enero, contesté a Lenin: "Es necesario, indudablemente,
llegar a una transacción, pero siempre que no sea simulada. La verdad
es que todos los de Tsaritsin han ido a concentrarse a Kharkof... Considero
el trato de favor que Stalin da a estas gentes y tendencias como un tumor
muy peligroso, peor que cualquier traición de los especialistas
militares... Trotsky."
"Una transacción, pero siempre que no sea simulada." Lenin había
de repetirme esta frase casi a la letra, y referida al propio Stalin, a
la vuelta de cuatro años. Estaba a punto de celebrarse el 12.º
congreso del partido. Lenin preparaba un ataque que había de aniquilar
al grupo stalinista. Inició la acometida en el terreno de la cuestión
nacional. Como yo sugiriera una transacción, Lenin me dijo:
-Ya verá usted cómo Stalin simula aceptar la transacción,
para luego faltar a ella.
En marzo de 1919, en una carta dirigida al Comité central, hube
de replicar en los términos siguientes a Zinovief, que andaba flirteando
equívocamente con la oposición militar: "A mí no me
interesa analizar mediante investigaciones de psicología individual
a qué grupo de la oposición militar pertenece Woroshilof;
me interesa tan sólo hacer constar que lo único de que puedo
acusarme para con él es de haber perdido ya demasiado tiempo, dos
o tres meses, en negociaciones, amonestaciones y todo género de
combinaciones personales, para llegar a un resultado, cuando el interés
de la causa exigía una resolución rápida y firme.
Pues de lo que se trataba, en rigor, respecto al décimo ejército,
no era tanto de convencer a Woroshilof como de conseguir rápidamente
un resultado militar."
El día 30 de mayo le piden a Lenin desde Kharkof, apremiantemente,
que se forme un grupo especial dentro de aquel ejército, bajo el
mando de Woroshilof. Lenin me transmite la petición por el hilo
directo a la estación de Kantemirovka. Con fecha de 1.º de
junio, le contesto: "La propuesta de algunos ukranianos de poner el 2.º,
el 13.º y el 8.º ejército bajo el mando de Woroshilof,
es completamente inaceptable. Para operar contra Denikin, no es una unidad
concentrada en la cuenca del Donez la que nos hace falta, sino un conjunto...
La idea de una dictadura guerrera y de aprovisionamiento ejercida por Woroshilof
en Ukrania, es el fruto de las tendencias autonomistas de la cuenca del
Donez, enderezadas contra Kief (es decir, contra el Gobierno ukraniano)
y contra el frente Sur... A mí no me cabe duda de que la realización
de este plan contribuiría a aumentar el caos y asestaría
un golpe de muerte a la dirección de las operaciones. Ruego que
se exija a Woroshilof y a Meshlaouk que cumplan en todas sus partes con
el cometido que se les ha designado... Trotsky."
El 1.º de junio, Lenin telegrafiaba a Woroshilof: "Es necesario
suspender a toda costa los mítines y encauzar todas las energías
a los objetivos de la guerra; conviene que se abstengan ustedes de todo
género de proyectos y especulaciones sobre formación de grupos
autónomos y de toda tentativa para reconstruir de una manera encubierta
el frente ukraniano... Lenin."
Lenin, que estaba convencido ya, por experiencia, de lo difícil
que era meter en cintura a todos aquellos que laboraban por la indisciplina
y el separatismo, convocó aquel mismo día una sesión
del "Buró Político" e hizo que recayese el siguiente acuerdo,
comunicado inmediatamente a Woroshilof y demás personas interesadas:
"Reunido el "Buró Político" del Comité central con
fecha 1.º de junio, acuerda, coincidiendo en un todo con Trotsky,
rechazar resueltamente el plan que proponen los ukranianos respecto a la
formación de una unidad autónoma en la cuenca del Donez.
Exigimos que Woroshilof y Meshlaouk cumplan con sus deberes inmediatos...
En otro caso, Trotsky les mandará a llamar a Isium, donde adoptará
las medidas que estime oportunas. Por encargo del Buró del Comité
central, Lenin."
Al día siguiente, el Comité central hubo de deliberar
acerca de la hazaña realizada por el General en jefe Woroshilof,
que habiéndose adueñado por la fuerza de la mayor parte del
material de guerra tomado al enemigo, lo puso, por sí y ante sí,
a disposición de su propio ejército. He aquí el acuerdo
tomado por el Comité central: "El camarada Rakovsky queda encargado
de informar telegráficamente de ello al camarada Trotsky, que se
encuentra en Isium, rogándole que adopte las más enérgicas
medidas para que ese material sea entregado sin demora al -Consejo revolucionario
de Guerra de la República." Aquel mismo día, Lenin comunicó
conmigo por el hilo directo para decirme: "Dibenko y Woroshilof hacen desaparecer
el material de guerra. Completo caos. A la cuenca del Donez no se le presta
ningún socorro serio. Lenin." Es decir, que en Ukrania se venía
a repetir la misma historia de Tsaritsin.
Nada tiene de extraño que mi actuación militar me valiese
muchos enemigos. Yo no me andaba con contemplaciones, empujaba con el codo
y quitaba de en medio a todos los que estorbaban para el avance militar
y, acuciado por las prisas, pisaba en los callos a los mirones, sin que
me quedase tiempo para pedirles perdón. Hay gente que no olvida
estas cosas. Los descontentos y los humillados se iban a llorar sus cuitas
a Stalin o a Zinovief, que también se sentían ofendidos por
mí. Cuando sobrevenía cualquier revés en el frente,
Lenin veíase acosado por los descontentos. Stalin era, ya entonces,
el encargado de dirigir estas maquinaciones detrás del telón.
Llovían quejas sobre la torpe política seguida en los asuntos
de guerra, sobre la protección dispensada por mí a los especialistas,
sobre el régimen de crueldades a que sometía a los comunistas,
etc., etc. Aquellos generales postergados y aquellos mariscales rojos que
no habían llegado a lograrse, enviabais informe tras informe acerca
de lo ruinosos que eran los planes estratégicos del alto mando,
acerca de la política de sabotaje seguida por éste y muchas
cosas más por el estilo.
Lenin estaba demasiado absorbido por los problemas de dirección,
para poder hacer viajes a los frentes y ahondar en la labor diaria del
departamento de Guerra. Yo me pasaba en el frente la mayor parte del tiempo,
y eso facilitaba la tarea a los intrigantes y soplones. Era natural que
sus clamores insistentes despertasen de vez en cuando cierto desasosiego
en Lenin. Siempre que venía a Moscú, encontraba diversas
dudas y preguntas remansadas en él. Pero nos bastaba media hora
de conversación, para restablecer la inteligencia mutua y la absoluta
solidaridad. En los días de nuestros fracasos en el frente oriental,
cuando Kolchak se avecinaba al Volga, Lenin, durante la sesión del
Consejo de Comisarios del pueblo, a la que yo había ido directamente
desde el tren, me pasó esta esquela: "¿No le parece a usted,
acaso, que debiéramos prescindir de todos los especialistas, sin
excepción, y poner a Laskhevich de General en jefe al frente de
todos los ejércitos?" Laskhevich era un viejo bolchevique, que en
la guerra "alemana" había alcanzado el grado de suboficial. Le contesté
en el mismo, pedazo de papel: "¡Dejémonos de tonterías!"
Lenin, al leer aquello, me miró con sus ojos astutos, de abajo arriba,
con un gesto especial y muy expresivo, como si quisiera decirme: ¡Qué
duramente me trata usted! En realidad, Lenin gustaba de estas contestaciones
bruscas que no dejan lugar a duda. Al terminar la sesión, nos reunimos.
Lenin me pidió noticias del frente.
-Me preguntaba usted si no convendría que separásemos
a todos los antiguos oficiales. ¿Sabe usted cuántos sirven
al presente en nuestro ejército?
-No, no lo sé.
-¿Cuántos, aproximadamente, calcula usted?
-No tengo idea.
-Pues no bajarán de treinta mil. Por cada traidor habrá
cien personas seguras y por cada tránsfuga dos o tres caídos
en el campo de batalla. ¿Por quién quiere usted que los sustituyamos?
A los pocos días, Lenin pronunciaba un discurso acerca de los
problemas que planteaba la reconstrucción socialista del Estado,
en el que dijo, entre otras cosas, lo siguiente: "Cuando hace poco tiempo
el camarada Trotsky hubo de decirme, concisamente, que el número
de oficiales que servían en el departamento de Guerra ascendía
a varias docenas de millares, comprendí, de un modo concreto, dónde
está el secreto de poner al servicio de nuestra causa al enemigo...
y cómo es necesario construir el comunismo utilizando los propios
ladrillos que el capitalismo tenía preparados contra nosotros."
En el Congreso del partido, que se celebró por aquellos mismos
días, aproximadamente, Lenin-ausente yo en el frente de batalla-hizo
una calurosa defensa de mi política de guerra contra las críticas
de la oposición. Esa es la razón de que hasta hoy no se hayan
hecho públicas las actas de la sesión militar del octavo
Congreso del partido.
Un día, se me presentó en el frente Sur Menchinsky, a
quien conocía da antiguo. En la época de la reacción,
pertenecía al grupo de la ultraizquierda o los "adelantistas", como
los llamaban por la revista Adelante (Wperiod) que publicaban. De este
grupo, formaban parte Bogdanof, Lunatcharsky y otros. Menchinsky, propendía
más bien hacia el sindicalismo francés. Los adelantistas
habían fundado en Bolonia, hacia el año 1910, una escuela
marxista para diez o quince obreros salidos clandestinamente de Rusia.
En esta escuela expliqué yo, durante unas dos semanas, un curso
de prensa y dirigí varias discusiones acerca de problemas , de táctica
de partido. Fué allí donde conocí a Menchinsky que
acababa de llegar de París. La impresión que me produjo queda
fielmente reflejada si digo que no me produjo impresión ninguna.
Aquel hombre me pareció la sombra de otro hombre no realizado o
el boceto de un retrato que no se llegara a pintar. Se dan casos de estos.
Sólo alguna que otra vez la sonrisa aduladora y el juego de ojos
atestiguaban que aquel hombre estaba devorado por el deseo de salir de
su propia insignificancia. No sé cómo se comportaría
durante la revolución, ni si se comportó de algún
modo. Cuando los revolucionarios se adueñaron del Poder, le mandaron
a toda prisa al Ministerio de Hacienda, donde no demostró actividad
alguna, o si la demostró, fué para revelar con ella su incapacidad.
Más tarde, le llevó a su lado Dserchinsky. Dserchinsky era
un hombre de voluntad, de pasiones y de una gran energía moral,
cuya figura cubría la Cheka. Menchinsky, sentado en un tranquilo
rincón con sus papeles, pasaba desapercibido para todo el mundo.
Hasta que Dserchinsky riñó con su sustituto Unchlicht-la
desavenencia ocurrió ya en la última época-y, no encontrando
a mano persona más apropiada, propuso que se nombrase a Menchinsky
para ocupar su puesto. Todo el mundo se alzó de hombros, al oír
el nombre. -¿A quién, si no?-dijo Dserchinsky, justificándose-.
¡No hay otro! Stalin, que gusta de proteger siempre a personas que
sólo puedan vivir políticamente de la misericordia de la
Administración, aprobó la candidatura de Menchinsky. Este
fué, desde entonces, el mandadero fiel de Stalin en la GPU., y al
morir su jefe, no sólo ascendió a la presidencia de la organización
de policía, si no que pasó a formar parte del Comité
central. Por donde se ve que, proyectada sobre la pantalla burocrática,
la sombra de un hombre no realizado puede pasar a veces por un hombre de
verdad.
Hace diez años, Menchinsky se esforzaba todavía por acompasar
sus movimientos a los míos. Se me presentó en el tren a informarme
de la marcha de los asuntos en ciertos sectores del frente. Cuando hubo
dado fin a la parte oficial de su visita, se quedó vacilante, pisando
ora, sobre un pie, ora sobre el otro, asomando esa sonrisa cortesana que
provoca a la par preocupación y duda. Al cabo, rompió a hablar
para preguntarme si sabía que Stalin estaba trabando contra mí
una vasta intriga.
-¿Qué?-le interrumpí sin entender, pues tales
ideas o conjeturas, estaban entonces muy lejos de mi pensamiento.
-Sí, pretende persuadir a Lenin y a otros de que usted está
agrupando en tomo suyo a una serie de gente para utilizarla de un modo
especial contra Lenin.
-¡Usted no está bueno de la cabeza, Menchinsky! Le ruego
que se vaya usted a dormir, a ver si aleja esas quimeras, pues no quiero
seguir hablando de esto.
Y el hombre se retiró con la cabeza gacha y tosiqueando. Presumo
que aquel mismo día se pondría a buscar otro eje alrededor
del cual pudiera girar más a gusto.
Pero a las pocas horas de estar trabajando, sentí que me invadía
cierto desasosiego. Aquellas palabras insinuantes y oscuras habían
dejado en mí un rastro de inquietud, como si comiendo hubiera tragado
un cristal. Empecé a recordar ciertas cosas, a confrontarlas y analizarlas.
Stalin empezaba a cobrar a mis ojos un aspecto nuevo. Recuerdo que, pasados
algunos años, había de decirme Krestinsky, hablando de él:
"Es un hombre malo, de ojos amarillos."
Esta amarillez moral de Stalin se reveló por vez primera a mi
conciencia después de recibir la visita de Menchinsky. Poco después,
fuí a Moscú y, siguiendo mi costumbre, visité a Lenin
antes que a nadie. Hablamos del frente. A Lenin le gustaba, extraordinariamente
que le refiriesen detalles de la vida diaria. Unos cuantos hechos, unos
cuantos rasgos concretos, le llevaban de la mano derechamente al meollo
del asunto. No podía tolerar que se pasase por encima la vida viviente.
Saltando por alto algunos puntos, me hacía preguntas; yo le contestaba
y me maravillaba de ver lo bien que ahondaba en las cosas. De vez en cuando,
nos echábamos a reír los dos, pues Lenin casi siempre estaba
de buen humor y yo no me tengo tampoco por hombre adusto. Para terminar,
le conté la visita que me había hecho Menchinsky en el frente
Sur.
-¿Es que puede contenerse en esto ni el más leve granito
de verdad?
En seguida vi que Lenin se inmutaba y que la sangre le afluía
a la cara.
-Eso son necedades-me contestó, pero ya con tono inseguro.
-Lo único que a mí me interesa saber-le dije-es si usted
pudo abrigar ni por un solo momento una idea tan monstruosa como esa de
que estoy haciendo agitación contra usted.
-¡Necedades!-contestó Lenin, esta vez con un tono de firmeza
que inmediatamente me tranquilizó. Aquel día, nos separamos
con gran cordialidad, como si una nubecilla sin importancia se hubiera
disipado sobre nuestras cabezas. Pero yo comprendí que las palabras
de Menchinsky no carecían de fundamento. Si Lenin negaba de una
manera insegura era, evidentemente, porque quería evitar conflictos,
disputas y duelos personales. A mí, esto me parecía también
muy natural. Pero era indudable que Stalin estaba sembrando una mala simiente.
Hasta mucho más tarde no supe que esa siembra era su ocupación
sistemática y casi única. Este hombre no ha realizado jamás
un trabajo serio. "La principal cualidad que distingue a Stalin-me dijo
un día Bujarin-, es la pereza; la segunda, una envidia sin límites
contra todos los que saben o pueden más que él. Hasta contra
Lenin ha hecho labor de zapa..."