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Leon Trotsky
Los cinco primeros años de la IC

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I.

PRIMER CONGRESO MUNDIAL

(del 2 al 6 de marzo de 1919)

 

 

 



 

 

 

La reacción armada interna e internacional ante la revolución proletaria de octubre de 1917 en Rusia fue inmediata. Tras soportar años de carnicería en la Primera Guerra Mundial Imperialista, Rusia se vio sometida a una guerra civil en la que la reacción blanca rusa y los imperialismos británico, francés y estadounidense estuvieron a punto de hacer vencer a sus ejércitos coaligados sobre la primeriza y débil fuerza militar de los primeros destacamentos de la Guardia Roja y el Ejército Rojo en construcción. Sin embargo, la fuerza polí-tica y social de la revolución proletaria fue capaz de arrastrar tras el proletariado al campesinado (que se jugaba su reciente liberación política, social y económica de los grandes propietarios terratenientes) en Rusia, y golpear y hacer temblar a las potencias imperialistas en sus propios países con la clase obrera mundial en pie de guerra contra el capitalismo. Esa trabazón política, proletariado y campesinado pobre y medio, clase obrera mundial y amplias masas de capas intermedias levantándose contra las consecuencias de un modo de producción periclitado históricamente, fue capaz de extraer todas las fuerzas necesarias para acabar venciendo sobre ejércitos imperialistas y cuerpos de ejército reaccionarios rusos que contaban al principio con una mayor preparación militar y, durante toda la intervención por descontado, armamento de mayor calidad y cantidad.

El Primer Congreso Mundial de la Internacional Comunista se convocó tras una reunión preparatoria celebrada a principios de enero de 1919 en Moscú a la que asistieron representantes de varios partidos comunistas y grupos socialistas de izquierda de todo el mundo. En esa reunión se discutió y aprobó la fundación de la Internacional Comunista, la Tercera Internacional. El 24 de enero de 1919, el comité central del partido comunista ruso así como los burós de relaciones exteriores de los partidos comunistas polaco, húngaro, alemán, austríaco, letón y los comités centrales del partido comunista finlandés, de la federación socialista balcánica y del partido socialista obrero norteamericano, lanzaron el siguiente llamamiento:

«Los partidos y organizaciones abajo firmantes consideran como una imperiosa necesidad la reunión del primer congreso de la nueva internacional revolucionaria. Durante la guerra y la revolución, se puso de manifiesto no sólo la total bancarrota de los viejos partidos socialistas y socialdemócratas, y con ellos de la II Internacional, sino también la incapacidad para la acción revolucionaria de los elementos centristas de la vieja socialdemocracia. Al mismo tiempo, se perfilan claramente los contornos de una verdadera internacional revolucionaria.»

El llamamiento describe en doce puntos el objetivo, la táctica y la conducta de los partidos «socialistas». Considerando que la época actual significa la descomposición y el hundimiento del sistema capitalista, lo que a su vez significa el hundimiento de la cultura europea si no se acaba con el capitalismo, la tarea del proletariado consiste en la conquista inmediata de los poderes públicos. Esta conquista del poder público implica el aniquilamiento del aparato de estado burgués y la organización del aparato de estado proletario. El nuevo aparato debe encarnar la dictadura de la clase obrera y servir de instrumento para la opresión sistemática y la expropiación de la clase explotadora. El tipo del estado proletario no es la democracia burguesa, esa máscara tras la cual se oculta la dominación de la oligarquía financiera, sino la democracia proletaria bajo la forma de los consejos. Para asegurar la expropiación del suelo y de los medios de producción, que deberán pasar a manos de todo el pueblo, será preciso desarmar a la burguesía y armar a la clase obrera. El método principal de la lucha es la acción de las masas revolucionarias hasta llegar a la insurrección armada contra el estado burgués.

En lo que concierne a la actitud de los socialistas, deben considerarse tres grupos. Contra los socialpatriotas que combaten al lado de la burguesía, habrá que luchar sin merced. Los elementos revolucionarios centristas deberán ser escindidos y sus jefes criticados incesantemente y desenmascarados. En un determinado período del desarrollo, se impone una separación orgánica con los centristas. Deberá constituirse un tercer grupo compuesto por elementos revolucionarios del movimiento obrero. Luego seguía una enumeración de treinta y nueve partidos y organizaciones invitadas al primer congreso. La tarea del congreso consiste en la «creación de un organismo de combate encargado de coordinar y dirigir el movimiento de la Internacional Comunista y de realizar la subordinación de los intereses del movimiento de los diversos países a los intereses generales de la revolución internacional.»

En respuesta a este llamamiento comienzan a llegar a Moscú los primeros delegados a finales de febrero de 1919 para, el 1 de marzo, celebrar una reunión previa que presidió Lenin y en la que se discutió la agenda del congreso fundacional. í‰ste se celebró de los días 2 al 6 de marzo asistiendo 52 delegados de países de todo el mundo. De estos 52 asistentes, 34 delegados tenían voto pleno (un delegado por partido u organización representada) y los 18 que acompañaban, y pertenecían a países ya representados por 18 de esos 34 delegados, tenían voz sin voto.

Estuvieron representados los siguientes partidos y organizaciones comunistas o socialistas: a) partidos comunistas de Alemania, Rusia, Austria, Hungría, Polonia, Finlandia, Ucrania, Letonia, Lituania, Bielorrusia, Estonia, Armenia, el de la región alemana del Volga y los grupos comunistas checo, búlgaro, yugoslavo, británico, francés y suizo; b) el Partido Socialdemócrata de Izquierda de Suecia (Oposición), el Pueblos Revolucionarios Balcánicos de Rusia; Izquierda francesa de Zimmerwald, Grupo Socialdemócrata Holandés, la Liga Socialista de Propaganda y el Partido Laborista Socialista de Estados Unidos, Partido Socialista de los Trabajadores de China, sindicatos de trabajadores de Corea, Turkestán, Turquí-a, Georgia, Azerbaiyán, Persia; y c) la Oficina Central de los Pueblos Orientales y la Comisión de Zimmerwald. Entre los delegados se encontraban Lenin, Chicherin, Vorovsky, Eberlien (Albert), Kusinen, Platten,, Reinstein, Rutgers, Unshlijt (Yurovsky), Sirola, Skrypnik, Gopner, Shteingard (Gruber), Fineberg, y Sadoul.

La primera reunión del día 2 de marzo decidió «celebrar sesiones como Conferencia Internacional Comunista» y aprobó el siguiente orden del día para la conferencia (Primer Congreso Mundial): 1) Constitución; 2) Informes; 3) Declaración política de la Conferencia Internacional Comunista; 4) Democracia burguesa y dictadura del proletariado; 5) La Conferencia de Berna y su actitud hacia las tendencias socialistas; 6) situación internacional y política de la Entente; 7) Manifiesto; 8) El terror blanco, y 9) Elección mesa y otras cuestiones de organización. Los delegados rindieron informes sobre la situación en sus países y tras ello se debatió la plataforma de la Internacional Comunista. Lenin presentó su informe y tesis sobre la democracia burguesa y la dictadura del proletariado, teniendo en cuenta que antes del informe se distribuyeron la versión en ruso y alemán de esas tesis, que Lenin leyó el 4 de marzo y que fueron seguidas con gran atención por parte de todos los participantes. Fueron aprobadas por unanimidad y se solicitó a la mesa de la conferencia que se divulgasen ampliamente así como la resolución aneja a las tesis que Lenin presentó. Tras esto, ese mismo día se volvió a plantear la cuestión de la fundación de la Internacional Comunista pues habían llegado nuevos delegados. La conferencia resolvió: «constituirse como Tercera Internacional adoptando el nombre de Partido Comunista Internacional». Ese día también se aprobó por unanimidad dar por disuelta la asociación Zimmerwald. La declaración política contenía tres propuestas esenciales: a) factor subjetivo mediante, era inevitable históricamente la sustitución del capitalismo por el comunismo; b) la lucha revolucionaria del proletariado para el derrocamiento de los gobiernos burgueses era necesaria como aquél factor subjetivo; c) destrucción del estado burgués y creación de nuevo tipo de estado proletario de tipo soviético que asegurase la transición a la sociedad comunista. El congreso también instó a los trabajadores de todo el mundo a apoyar a la república rusa soviética y le exigió a la Entente que dejara de injerirse en los asuntos internos de dicha república, que retirase todas las tropas imperialistas que llevaban a cabo la intervención armada en suelo ruso y que reconociese al estado soviético levantando el bloque económico e restaurando las relaciones comerciales. Por fin el congreso se cerró con la decisión de establecer órganos dirigentes que llevasen a cabo los asuntos de la Internacional Comunista entre congresos.

Los materiales de Trotsky que ofrecemos en este capítulo son nucleares del hecho de la proclamación de la Internacional Comunista. Por una parte la carta de invitación dirigida a los comunistas alemanes contextualiza el momento histórico en que se producirá la conferencia promotora y justifica la proclamación en función de aquel contexto y de la caracterización de las corrientes del movimiento obrero en aquellos momentos; indispensable en el contenido de la carta de invitación es a quién va dirigida y lo va a la vanguardia comunista del país capitalista avanzado en el que los revolucionarios rusos depositaban sus esperanzas para el aseguramiento del triunfo de la revolución proletaria, revolución rusa que no entendían sino como inicio de la revolución mundial, como parte orgánica de ésta. Su informe sobre el Ejército Rojo persigue explicar a los revolucionarios del mundo cómo se construía dicho ejército, qué fin perseguía y en qué situación militar se encontraba la revolución mundial; en resumidas cuentas es la justificación y reivindicación del Ejército Rojo como instrumento armado de la revolución proletaria, revolución permanente, mundial. La Orden 83 al Ejército Rojo complementa, por así decir, el informe anterior ejemplificando cómo en la práctica política se construye el ejército revolucionario, el fin perseguido y la situación. El texto del discurso celebra los grandes días que vivía en aquellos momentos la clase obrera que celebraba su reunión mundial bajo los techos expropiados de lo que representó el poder reaccionario del zarismo. Por fin, el manifiesto a los obreros del mundo es de lectura trepidante y condensa el análisis político sobre el que se asentaban su acción los revolucionarios del mundo.

 

 


 

 

Invitación al Partido Comunista de Alemania (Spartakusbund) al Primer Congreso de la Internacional Comunista[29]

24 de enero de 1919[30]

¡Queridos camaradas! Los partidos y organizaciones abajo firmantes consideran que la convocatoria del Primer Congreso de la nueva Internacional Revolucionaria es una necesidad imperiosa. En el curso de la guerra y de la revolución se puso de manifiesto no sólo el fracaso total de los viejos partidos socialistas y socialdemócratas a la vez que el de la II Internacional, no sólo la incapacidad de los elementos intermedios, de la vieja socialdemocracia (llamada «Centro») para la acción revolucionaria efectiva sino que, actualmente, se esbozan ya los contornos de la verdadera Internacional Revolucionaria. El movimiento ascendente extremadamente rápido de la revolución mundial que plantea constantemente nuevos problemas, el peligro de aniquilamiento de esta revolución por medio de la alianza de los estados capitalistas unidos contra la revolución bajo la bandera hipócrita de la «Sociedad de las Naciones», las tentativas de los partidos socialtraidores de unirse y ayudar nuevamente a sus gobiernos y a sus burguesías a traicionar a la clase obrera luego de ser acordada una «amnistía» recíproca, finalmente la experiencia revolucionaria tan rica y ya adquirida y la internacionalización de todo el movimiento revolucionario, todas esas circunstancias nos obliga a tomar la iniciativa de incluir en el orden del día de la discusión la cuestión de la convocatoria de un Congreso Internacional de los partidos proletarios revolucionarios.

I.

Los objetivos y la táctica

El reconocimiento de los siguientes párrafos, establecidos aquí como programa y elaborados sobre la base de los programas del Spartakusbund en Alemania y del Partido Comunista (bolcheviques) en Rusia, debe, según nuestro criterio, servir de base a la nueva Internacional.

1.- El período actual es el de la descomposición y el hundimiento de todo el sistema capitalista mundial y será el del hundimiento de la civilización europea en general si no se destruye al capitalismo con sus contradicciones insolubles.

2.- La tarea del proletariado consiste en la actualidad en apoderarse del poder de estado. La toma del poder del estado de la burguesía y la organización de un nuevo aparato del poder proletario.

8.- El nuevo aparato del poder debe representar la dictadura de la clase obrera y, en determinados lugares, también la de los pequeños campesinos y obreros agrícolas, es decir que debe ser el instrumento de la subversión sistemática de la clase explotadora y el de su expropiación. No la falsa democracia burguesa (esa forma hipócrita de dominación de la oligarquía financiera) con su igualdad puramente formal, sino la democracia proletaria, con la posibilidad de realizar la liberación de las masas trabajadoras; no el parlamentarismo sino la autoadministración creada por las propias masas, con la participación real de esas masas en la administración del país y en la actividad de la construcción socialista, ese debe ser el modelo del estado proletario. El poder de los consejos obreros y de las organizaciones obreras es su forma concreta.

4.- La dictadura del proletariado debe ser el incentivo de la expropiación inmediata del capital, de la abolición de la propiedad privada sobre los medios de producción y de la trasformación de esta propiedad en propiedad popular.

La socialización (por socialización entendemos aquí la abolición de la propiedad privada que pasa a manos del estado proletario y de la administración socialista de la clase obrera) de la gran industria y de los bancos, sus centros de organización; la confiscación de las tierras de los grandes propietarios terratenientes y la socialización de la producción agrí-cola capitalista; la monopolización del comercio; la socialización de los grandes inmuebles en las ciudades y las grandes propiedades en el campo; la introducción de la administración obrera y la centralización de las funciones económicas en manos de organismos emanados de la dictadura proletaria, estos son los problemas esenciales en la actualidad.

5.- Para la seguridad de la revolución socialista, para su defensa contra enemigos interiores y exteriores, para la ayuda a las otras fracciones nacionales del proletariado en lucha, etc., es preciso proceder al desarme completo de la burguesía y de sus agentes, y el armamento general del proletariado.

6.- La situación mundial exige ahora el contacto más estrecho posible entre los diferentes sectores del proletariado revolucionario y la unión total de los países en los cuales la revolución socialista ha triunfado.

7.- El método fundamental de la lucha es la acción de masas del proletario, incluida la lucha abierta a mano armada contra el poder de estado del capital.

II.

Relaciones con los partidos «socialistas»

8.- La II Internacional se ha dividido en tres grupos principales: los social-patriotas declarados que, durante toda la guerra imperialista de los años 1914-1918 sostuvieron a su propia burguesía y transformaron a la clase obrera en verdugo de la revolución internacional; el «centro», cuyo dirigente teórico es actualmente Kautsky y que representa a una organización de elementos constantemente oscilantes, incapaces de seguir una línea directriz determinada y que actúan muchas veces como verdaderos traidores; finalmente, el ala izquierda revolucionaria.

9.- En lo que respecta a los socialpatriotas, que en todas partes y en los momentos críticos se oponen con las armas en la mano a la revolución proletaria, sólo es posible la lucha implacable. En lo que hace al «centro», se impone la táctica del debilitamiento de los elementos revolucionarios, la crítica despiadada y el desenmascaramiento de los jefes. En una cierta etapa del desarrollo, la separación organizativa de los militantes del centro es absolutamente necesaria.

10.- Por otra parte, es necesaria la alianza con esos elementos del movimiento revolucionario que, no habiendo pertenecido antes al partido socialista, se ubican ahora en su conjunto en el campo de la dictadura proletaria bajo la forma del poder soviético. Son, en primer lugar, los elementos sindicalistas del movimiento obrero.

11.- Finalmente, es necesario atraer a todos los grupos y organizaciones proletarias que, aunque no se han ubicado abiertamente en la corriente revolucionaria de izquierda, manifiestan sin embargo en su desarrollo una tendencia en esa dirección.

12.- Concretamente, proponemos que participen en el congreso los representantes de los partidos, tendencias y grupos que se enumeran a continuación (los miembros con plenos derechos de la Tercera Internacional serán otros partidos completamente y que se sitúen enteramente sobre su terreno).

1. La Spartakusbund (Alemania); 2. El Partido Comunista bolchevique (Rusia); 3. El Partido Comunista de la Austria alemana; 4. El de Hungría; 5. El de Finlandia; 6. El Partido Comunista Obrero Polaco; 7. El Partido Comunista de Estonia; 8. El de Letonia; 9. El de Lituania; 10. El de Rusia Blanca; 11. El de Ucrania; 12. Los elementos revolucionarios del partido socialdemócrata checo; 13. El Partido Socialdemócrata Búlgaro; 14. El Partido Socialdemócrata Rumano; 15. El ala izquierda del Partido Socialdemócrata Serbio; 16. La izquierda del partido Socialdemócrata Sueco; 17. El Partido Socialdemócrata Noruego; 18. Por Dinamarca, el grupo Klassenkampen 19. El Partido Comunista Holandés; 20. Los elementos revolucionarios del Partido Obrero Belga; 21 y 22. Los grupos y organizaciones dentro del movimiento socialista y sindicalista francés que en su conjunto se solidarizan con Loriot; 23. La izquierda socialdemócrata de Suiza; 24. El Partido Socialista Italiano; 25. Los elementos revolucionarios del P. S. español; 26. Los elementos de izquierda del Partido Socialista Portugués; 27. Los partidos socialistas británicos (ante todo la corriente representada por Mac Lean); 28. S. L. P. (Inglaterra); 29. I. W. W. (Inglaterra); 30. I. W. of Great Britain; 31. Los elementos revolucionarios de las organizaciones obreras de Irlanda; 32. Los elementos revolucionarios de los shop stewards (Gran Bretaña); 33. S. L. P. (Norteamérica); 34. Los elementos de izquierda del P. S. de los EEUU (la tendencia representada por Debs y la Liga de Propaganda Socialista); 35. I. W. W. EEUU.; 35. I. W. W. (Australia); 37. Workers International Industrial Union (EEUU.); 38. Los grupos socialistas de Tokio y de Yokohama (representados por el camarada Katayama); 39. La Internacional Socialista de los Jóvenes (representada por el camarada Munzenberg).

III.

El problema de la organización y el nombre del partido

13.- La base de la Tercera Internacional está dada por el hecho que en diferentes partes de Europa ya se han formado grupos y organizaciones de camaradas de ideas ubicados en una plataforma común y que emplean en general los mismos métodos tácticos. Estos son, en primer lugar, los espartaquistas en Alemania y los partidos comunistas en muchos otros paí-ses.

14.- El congreso debe publicar, de cara a una vinculación permanente y de una dirección metódica del movimiento, un órgano de lucha común, como centro de la Internacional Comunista, subordinando los intereses del movimiento de cada país a los intereses comunes de la revolución a escala internacional. Las formas concretas de la organización, de la representación, etc., serán elaboradas por el congreso.

15.- El congreso deberá adoptar el nombre de «Primer Congreso de la Internacional Comunista», convirtiéndose los diferentes partidos en sus secciones. Teóricamente, Marx y Engels ya habían considerado errónea la denominación de «socialdemócrata». El derrumbe vergonzoso de la internacional socialdemócrata exige, aquí también, una separación. Finalmente, el núcleo fundamental del gran movimiento ya está formado por una serie de partidos que han adoptado ese nombre.

Considerando lo que acabamos de decir, proponemos a todas las organizaciones y partidos hermanos incluir en el orden del día la cuestión de la convocatoria del Congreso Comunista Internacional.

Con nuestro saludo socialista

El Comité Central del Partido Comunista Ruso (Lenin, Trotsky).

El Buró de relaciones internacionales del Partido Obrero Comunista de Polonia (Karsky).

El Buró de relaciones internacionales del Partido Obrero Comunista de Hungría (Rudniasky).

El Buró de relaciones internacionales del Partido Obrero Comunista de la Austria alemana (Duda).

El Buró ruso del Comité Central del Partido Comunista de Letonia (Rosing).

El Comité Central del Partido Comunista de Finlandia (Sirola).

El Comité Ejecutivo de la Federación Socialdemócrata Revolucionario Balcánico (Rakovsky).

Por el SLP (EEUU.) (Reinstein)

 

 


 

 

Discurso del camarada Trotsky pronunciado en la primera sesión del Primer Congreso Mundial[31]

2 de marzo de 1919

Camarada L. Trotsky (Rusia). El camarada Albert ha dicho que el Ejército Rojo frecuentemente es objeto de discusiones en Alemania y, si he comprendido bien, también inquieta a los señores Ebert y Scheidemann en sus noches de insomnio, pues temen la irrupción amenazadora del Ejército Rojo en Prusia Oriental. En lo que respecta a la irrupción, el camarada Albert puede tranquilizar a los actuales amos de Alemania: feliz o desgraciadamente, eso depende del punto de vista que se tenga, actualmente aún no estamos allí. En todo caso, en lo que concierne a las invasiones que nos amenazan, hoy nuestra situación es mejor que en la época de la paz de Brest-Litovsk. Esto es muy cierto. En esa época, éramos niños en lo que respecta al desarrollo general del gobierno soviético como también al del Ejército Rojo. En aquella época este último aún se llamaba la Guardia Roja. Desde hace mucho tiempo ese nombre ya no existe. La Guardia Roja estaba compuesta por las primeras tropas de guerrilleros, secciones improvisadas de obreros revolucionarios que, impulsados por su espíritu revolucionario, llevaron la revolución proletaria desde Potrogrado y Moscú a todo el territorio ruso. Este período duró hasta el primer encuentro de la Guardia Roja con los regimientos alemanes regulares, donde se comprobó claramente que esos grupos improvisados no estaban en condiciones de proporcionar a la república socialista revolucionaria una verdadera protección, dado que ya no se trataba solamente de liquidar a la contrarrevolución rusa sino de rechazar a un ejército disciplinado.

Entonces comienza el cambio en el estado de ánimo de la clase obrera en relación al ejército, y también el cambio de los métodos de organización de éste. Presionados por la situación, procedimos a la formación de un ejército bien organizado, poseedor de una conciencia de clase. Pero en nuestro programa existe la milicia popular. Aunque hablar de la milicia popular, de esa reivindicación política de la democracia, en un país gobernado por la dictadura del proletariado es imposible, pues el ejército siempre está muy estrechamente ligado al carácter de la potencia que detenta el poder. La guerra, como decía el viejo Clausewitz, es la continuación de la política, pero por otros medios. Y el ejército es el instrumento de la guerra y debe corresponder a la política. El gobierno es proletario y en su composición social, el ejército debe reflejar esa realidad.

Por eso introdujimos el censo en la composición del ejército. Desde el mes de mayo del año pasado hemos pasado del ejército voluntario, de la Guardia Roja, al ejército basado en el servicio militar obligatorio, pero sólo admitimos a los proletarios o a los campesinos que no explotan mano de obra externa.

Es imposible hablar seriamente de una milicia popular en Rusia, si se considera que teníamos y aún tenemos varios ejércitos de clase enemigos en el territorio del antiguo imperio del zar. También tenemos, por ejemplo, en el territorio del Don un ejército monárquico, dirigido por oficiales cosacos, compuesto de elementos burgueses y ricos campesinos cosacos. Luego tuvimos en la región del Volga y de los Urales el ejército de la Constituyente que también era, según su concepción, el ejército «popular», como se le llamaba. Este ejército se disolvió muy rápidamente. Esos señores de la Constituyente tuvieron la peor parte, abandonaron el campo de la democracia del Volga y de los Urales de un modo totalmente involuntario y buscaron entre nosotros la hospitalidad del gobierno soviético. El almirante Kolchak simplemente arrestó al gobierno de la Constituyente, y el ejército se convirtió en un ejército monárquico. En un país que se halla en estado de guerra civil sólo se puede construir un ejército sobre el principio de clase. Eso es lo que nosotros hemos hecho, y exitosamente.

El problema de los jefes militares nos ha planteado grandes dificultades. Evidentemente, nuestra primera preocupación era educar oficiales rojos, reclutados en las filas de la clase obrera y entre los más avanzados jóvenes campesinos. Desde un comienzo procedimos a realizar este trabajo y aún aquí, ante la puerta de esta sala, ustedes pueden ver a «sargentos» rojos que en poco tiempo entrarán como oficiales rojos en el ejército soviético. Son muy numerosos, aunque no puedo dar cifras porque un secreto de guerra siempre es un secreto de guerra. El número, como decía, es bastante grande pero no podemos esperar que los jóvenes sargentos rojos se conviertan en generales rojos, pues el enemigo no va a concedernos tanto tiempo de tregua. Para tener éxito en nuestro objetivo y formar muchos hombres capaces, debimos dirigirnos también a los viejos jefes militares. Evidentemente, no elegimos nuestros oficiales en el brillante sector de los cortesanos militares sino entre los elementos más simples, donde hemos reclutado fuerzas muy capaces que nos ayudan ahora a combatir a sus antiguos colegas. Por una parte, contamos con elementos buenos y leales, componentes del antiguo cuerpo de oficiales, a los que hemos agregado buenos comunistas en función de comisarios y además con los mejores elementos surgidos de los soldados, los obreros, los campesinos, para los puestos de mando inferiores. De este modo, hemos formado un cuerpo de oficiales rojos.

Desde que existe la República Soviética en Rusia, siempre ha sido obligada a hacer la guerra y la hace también en la actualidad. Tenemos un frente de 8.000 Km. En el sur y, en el norte, en el este y en el oeste, en todas partes nos atacan y debemos defendernos. Y Kautsky nos ha acusado también de practicar el militarismo. Ahora bien, pienso que si queremos conservar el poder en manos de los obreros, debemos defendernos seriamente. Para defendernos, debemos enseñar a los obreros a hacer uso de las armas que ellos forjan. Hemos comenzado por desarmar a la burguesía y armar a los obreros. Si eso es militarismo, entonces hemos creado nuestro militarismo socialista y perseveraremos firmemente apoyándonos en él.

Al respecto, nuestra situación en agosto pasado era muy mala. No solamente nos hallábamos cercados sino que el cerco estaba bastante próximo de Moscú. Desde entonces, hemos ampliado el cerco cada vez más y, en los últimos seis meses, el Ejército Rojo ha recuperado para la Unión Soviética no menos de 700.000 km2, con una población de alrededor de cuarenta y dos millones de habitantes, dieciséis gobernaciones con dieciséis grandes ciudades en las que la clase obrera siempre llevó a cabo ásperas luchas. Y actualmente, si a partir de Moscú se traza sobre el mapa una línea en cualquier dirección y se la prolonga, se encontrará a un campesino ruso, a un obrero ruso en el frente que, en medio de la fría noche, se yergue con su fusil en la frontera de la República Soviética para defenderla.

Y puedo asegurarles que los obreros comunistas que forman realmente el núcleo de este ejército se comportan no sólo como el ejército de protección de la República socialista rusa sino también como el Ejército Rojo de la III Internacional. Y si hoy tenemos la posibilidad de brindar hospitalidad a esta conferencia comunista para agradecer a nuestros hermanos de Europa occidental la hospitalidad que nos prodigaron durante decenas de años, lo debemos a los esfuerzos y sacrificios del Ejército Rojo, en el cual los mejores camaradas de la clase obrera comunista actúan como simples soldados, como oficiales rojos o como comisarios, es decir como los representantes directos de nuestro partido, del gobierno soviético y que en cada regimiento, en cada división, dan el tono político y moral, es decir que enseñan con su ejemplo a los soldados rojos cómo se lucha y se muere por el socialismo. Entre esos hombres, estas no son palabras huecas, pues son seguidas de actos, y en esta lucha hemos perdido centenares y millares de los mejores obreros socialistas. Pienso que no han caído solamente por la República Soviética sino también por la Tercera Internacional.

Y si bien en la actualidad no pensamos invadir la Prusia oriental (por el contrario, nos sentiríamos felices si los señores Ebert y Scheidemann nos dejasen en paz) sin embargo es exacto que cuando llegue el momento en que nuestros hermanos de Occidente nos llamen en su auxilio, les responderemos: «¡Aquí estamos, durante este tiempo hemos aprendido el manejo de las armas, y estamos dispuestos a luchar y a morir por la causa de la Revolución mundial!».

 

 


 

Orden del día nº 83 al Ejército Rojo y a la Marina Roja.

Saludos a la Internacional Comunista[32]

9 de marzo de 1919

En Moscú, al comenzar el mes de marzo, se reunieron los representantes de los obreros revolucionarios de varios países de Europa y América con el objetivo de establecer una estrecha colaboración revolucionaria entre los trabajadores del mundo en la lucha contra sus opresores. Esta conferencia fundó la Internacional Comunista, es decir, la alianza internacional de obreros, soldados y campesinos pobres en pro del establecimiento de la República Soviética Mundial que ponga fin para siempre a la enemistad y a las guerras entre los pueblos. En una de sus reuniones, la Internacional Comunista aprobó la siguiente resolución de salutación al Ejército Rojo de Obreros y Campesinos:

«El Congreso de la Internacional Comunista envía al Ejército Rojo de la Rusia Soviética sus más cordiales saludos y reafirma su esperanza en una victoria total en la lucha contra el imperialismo mundial.»

Este saludo fraternal del proletariado del mundo debe ser conocido por todos los soldados del Ejército y de la Armada Rojos. Por la presente, ordeno a los comisarios hacerla conocer en todas las compañías, destacamentos, escuadrones, baterías y buques. Todo soldado del Ejército Rojo, todo marino de la Marina Roja, debe escuchar con merecido orgullo este mensaje de salutación del más alto y más autorizado organismo de la clase obrera mundial. El Ejército Rojo y la Marina Roja no fallarán a las expectativas y esperanzas de la Internacional Comunista.

¡Bajo la Bandera de la Clase Obrera Mundial: Adelante!

 

Emitido en Moscú, el 9 de marzo de 1919

León Trotsky,

Presidente del Consejo Militar Revolucionario de la República;

Comisario de Asuntos de Guerra y Marina

 

 

 


 

Grandes días[33]

6 de marzo de 1919

Suponemos que los zares y popes, antiguos dueños del Kremlin moscovita, nunca imaginaron que entre sus grises paredes se reunirían los representantes del sector más revolucionario de la humanidad actual. Sin embargo, es lo que está sucediendo. En uno de los salones de un antiguo juzgado, donde aún vagan los penosos fantasmas de las leyes criminales de los códigos zaristas, hoy deliberan los delegados de la Tercera Internacional. Por cierto, el topo de la historia no cavó superficialmente bajo las paredes del Kremlin...

Este lugar en que sesiona el congreso comunista es un símbolo de los enormes cambios ocurridos en los últimos diez o veinte años en la situación mundial.

En la época de la Primera y en la de la Segunda Internacional, la Rusia zarista era el principal baluarte de la reacción mundial. En los congresos socialistas internacionales, la revolución rusa estaba representada por emigrados, a quienes la mayoría de los dirigentes oportunistas del socialismo europeo observaban con irónica condescendencia. Estos funcionarios parlamentarios y sindicales estaban firmemente convencidos de que la suerte de la Rusia semiasiática era sufrir los males de la revolución, mientras que Europa tenía asegurada una evolución gradual, indolora y tranquila, del capitalismo al socialismo.

Pero en agosto de 1914 las contradicciones capitalistas acumuladas hicieron jirones la «pacífica» fachada del capitalismo, con su parlamentarismo, con sus «libertades» reglamentadas y su prostitución, política y de cualquier otro tipo, legalizada. Desde las alturas de la civilización la humanidad fue arrojada al abismo de la barbarie escalofriante y la brutalidad sanguinaria.

No obstante el hecho de que la teoría marxista había previsto y pronosticado la sangrienta catástrofe, los partidos social-reformistas fueron tomados de sorpresa. Las perspectivas de un desarrollo pacífico se esfumaron y se convirtieron en desecho humeante. Lo único que los dirigentes oportunistas fueron capaces de hacer fue convocar a las masas obreras a la defensa del estado nacional burgués. El 4 de agosto de 1914 la Segunda Internacional pereció innoblemente.

Desde ese momento, todos los revolucionarios auténticos, los herederos del espíritu del marxismo, se propusieron como tarea la creación de una nueva Internacional, la Internacional de la lucha irreconciliable contra la sociedad capitalista. La guerra desatada por el imperialismo sacó a todo el mundo capitalista de su equilibrio. Todos los problemas se manifestaron claramente como problemas de la revolución. Sus viejos remendones pusieron en escena toda su habilidad para preservar una apariencia de antiguas esperanzas, de viejos engaños, y vieja organización. Fue en vano. La guerra (no por primera vez en la historia) resultó ser la madre de la revolución. La guerra imperialista fue la madre de la revolución proletaria.

A la clase obrera rusa y a su partido comunista, templado en la lucha, pertenece el honor de haber iniciado el camino. Mediante su Revolución de Octubre, el proletariado ruso no sólo abrió de par en par las puertas del Kremlin a los representantes del proletariado internacional, sino que colocó la piedra fundamental del edificio de la Tercera Internacional.

Las revoluciones en Alemania, Austria y Hungría, la tempestuosa oleada del movimiento soviético y de la guerra civil, sellada por el martirio de Karl Liebknecht y Rosa Luxemburg y de muchos miles de héroes anónimos, han demostrado que el camino de Europa no es diferente del de Rusia. La unidad metodológica en la lucha por el socialismo, reflejada en la acción, garantizó ideológicamente la creación de la Internacional Comunista, y al mismo tiempo, hizo impostergable la convocatoria del congreso comunista.

Hoy, este congreso se reúne dentro de los muros del Kremlin. Somos testigos y participantes de uno de los más grandes acontecimientos de la historia universal. La clase obrera ha tomado la más inexpugnable fortaleza enemiga, el ex imperio zarista. Con este baluarte como base, está unificando sus fuerzas para la decisiva batalla final.

¡Qué alegría vivir y luchar en tiempos como éstos!

 

 


 

Manifiesto de la Internacional Comunista a los proletarios de todo el mundo[34]

Marzo de 1919

Hace 72 años el partido comunista proclamó su programa al mundo en la forma de un manifiesto redactado por los más grandes heraldos de la revolución proletaria, Carlos Marx y Federico Engels. Ya en esa época, cuando apenas el comunismo había comenzado su lucha, fue atacado por provocaciones, mentiras, odio, y la persecución de las clases poseedoras que, correctamente, vieron en él a su enemigo mortal. Durante tres cuartos de siglo, su desarrollo siguió caminos complejos: a períodos de alza tempestuosa, siguieron otros de decadencia; conoció los éxitos y la derrota cruel. Pero el movimiento siguió esencialmente el camino trazado por el Manifiesto del Partido Comunista. La etapa de la lucha final, decisiva, se retrasó más de lo que esperaban y creían los apóstoles de la revolución socialista. Pero ha llegado. Nosotros, los comunistas, representantes del proletariado revolucionario de los distintos países de Europa, América y Asia, reunidos en el Moscú soviético, nos sentimos y consideramos herederos y realizadores de la causa cuyo programa fue afirmado hace 72 años.

Nuestra tarea consiste en generalizar la experiencia revolucionaria de la clase obrera, purgar al movimiento de la mezcla corrosiva de oportunismo y socialpatriotismo, unificar los esfuerzos de todos los partidos verdaderamente revolucionarios del proletariado mundial, y así facilitar y acelerar la victoria de la revolución comunista en todo el mundo.

En la actualidad, cuando Europa está cubierta de ruinas humeantes, los más culpables de los incendiarios de la historia buscan afanosamente a los criminales responsables de la guerra, llevando a la rastra a sus lacayos: profesores, parlamentarios, periodistas, socialpatriotas y otros apoyos polí-ticos de la burguesía.

Durante muchos años el movimiento socialista predijo la inevitabilidad de la guerra imperialista, cuyas causas subyacen en la avidez insaciable de las clases poseedoras de los dos bandos principales y, en general, de todos los países capitalistas. En el Congreso de Basilea dos años antes de que estallase la guerra, los dirigentes socialistas responsables de todos los países echaron, sobre las espaldas del imperialismo, la culpa de la guerra inminente, y amenazaron a la burguesía con la revolución socialista, que caería sobre su cabeza como el castigo proletario a los crímenes del militarismo. Hoy, después de la experiencia de los últimos cinco años, la historia, habiendo puesto de manifiesto los apetitos depredadores de Alemania, desenmascara los actos no menos criminales de los aliados. Los socialistas de los países de la Entente siguen a sus gobiernos respectivos para descubrir al criminal de guerra en la persona del Káiser alemán derrocado. Además, los socialpatriotas alemanes que, en agosto de 1914, hacían del libro blanco de los Hohenzollern el evangelio sagrado de las naciones, acusan ahora a su vez a esta monarquía alemana vencida, de la que fueron sus fieles servidores, de ser el principal criminal de guerra. Esperan así esconder su propio papel y a la vez conseguir los buenos oficios de los conquistadores. Pero, a la luz de los acontecimientos y de las revelaciones diplomáticas, junto con el papel de las dinastías derrocadas (los Romanov, Hohenzollern y los Habsburgo) y de las camarillas capitalistas de estos países, el papel de las clases dominantes de Francia, Inglaterra, Italia y EEUU aparece en toda su criminal magnitud a la luz de los acontecimientos producidos y de las revelaciones diplomáticas.

La diplomacia inglesa no confesó sus intenciones hasta el estallido mismo de la guerra. El gobierno de la City, obviamente, temía revelar sus propósitos de entrar en guerra al lado de la Entente, por si el gobierno de Berlín se asustaba y evitaba entrar en guerra. En Londres querían la guerra. Por eso fomentaron esperanzas en Berlín y Viena de que permanecería neutral, mientras París y Petrogrado contaban firmemente con su intervención.

Preparada por el curso de los acontecimientos a lo largo de varias décadas, la guerra estalló por la provocación británica, directa y consciente. Así, el gobierno británico calculaba proporcionar a Francia y Rusia la ayuda suficiente como para desgastar al enemigo mortal de Inglaterra, Alemania, a la vez que ellas se arruinaban. Pero el poderío del militarismo alemán resultó demasiado formidable y exigió la intervención real de Inglaterra en la guerra. El papel al que aspiraba Gran Bretaña, siguiendo su antigua tradición, recayó sobre los EEUU.

El gobierno de Washington se resignó tanto más fácilmente al bloqueo inglés, que de algún modo limitaba las ganancias de la bolsa norteamericana alimentadas con la sangre europea, porque los países de la Entente recompensaron jugosamente a la burguesía norteamericana por violación del «derecho internacional». Sin embargo, este gobierno se vio obligado, debido a la gran superioridad militar de Alemania, a abandonar su ficción de neutralidad. EEUU asumió, en relación al conjunto de Europa, el papel que había ejercido Inglaterra en todas las guerras previas, y que también intentó ejercer en la última, en relación al continente: debilitar a un bando haciéndolo luchar contra el otro, interviniendo en las operaciones militares sólo para aprovecharse de la situación. Según las reglas del juego norteamericanas, la apuesta de Wilson no fue muy alta, pero fue la final y, por lo tanto, le aseguró la ganancia.

Como resultado de la guerra, las consecuencias de las contradicciones del sistema capitalista asolaron a la humanidad: hambrunas, inanición, epidemias y vandalismo moral. Así se resolvió, de una vez por todas, la controversia académica en el seno del movimiento socialista acerca de la teoría de la pauperización y de la transición gradual del capitalismo al socialismo. Los pedantes propagandistas de la teoría de que las contradicciones perdían su agudeza, durante décadas habían buscado por los cuatro rincones del globo hechos reales o míticos que atestiguaran el creciente bienestar de distintos sectores y categorías de la clase obrera. Se enterró la teoría de la pauperización masiva, entre las burlas despreciativas de los eunucos del profesorado burgués y de los mandarines del oportunismo socialista. En la actualidad este empobrecimiento, no sólo social, sino también fisiológico y biológico, se nos presenta en toda su cruda realidad.

La catástrofe de la guerra imperialista barrió totalmente con todas las conquistas de las luchas sindicales y parlamentarias. Porque esta guerra fue producto de las tendencias internas del capitalismo, igual que los acuerdos económicos y compromisos parlamentarios que la guerra enterró en sangre y estiércol.

El capital financiero, que sumergió a la humanidad en el abismo de la guerra, sufrió, en el curso de esta misma guerra, un cambio catastrófico. La dependencia del papel moneda de las bases materiales de la producción, ha quedado totalmente desbaratada. Al perder progresivamente su significado de medio y regulador de la circulación mercantil capitalista, el papel moneda se transformó en un instrumento de robo, de violencia económico-militar en general.

La desvalorización del papel moneda refleja la crisis general de la circulación mercantil capitalista. Durante las décadas que precedieron a la guerra, la libre competencia, como regulador de la producción y distribución, ya había sido barrida de los principales campos de la vida económica por el sistema de truts y monopolios; en el curso de la guerra el papel regulador y dirigente fue arrancado de las manos de estos grupos y transferido directamente a las del poder estatal militar. La distribución de materias primas, la utilización de petróleo de Bakú o Rumania, carbón de Donbas, trigo ucraniano, el destino de las locomotoras, vagones de carga y automóviles alemanes, la racionalización de la ayuda a la Europa hambrienta, todas cuestiones fundamentales de la vida económica mundial, no se regulan ya mediante la libre competencia, ni por asociaciones de trusts y consorcios nacionales e internacionales, sino mediante la aplicación directa de la fuerza militar, en aras de su preservación. Si el sometimiento total del poder estatal al poder del capital financiero llevó a la humanidad a la carnicería imperialista, a través de esta carnicería el capital financiero logró militarizar totalmente, no sólo al estado, sino a sí mismo; y ya no es capaz de cumplir sus funciones económicas básicas de otra manera que por medio de la sangre y el hierro.

Los oportunistas, que antes de la guerra mundial llamaban a los trabajadores a la moderación para efectuar la transición gradual al socialismo, y que durante la guerra, en nombre de la paz civil y la defensa nacional, exigieron docilidad a la clase, nuevamente exigen del proletariado que renuncie a sus luchas, esta vez con el propósito de superar las consecuencias terribles de la guerra. Si esta prédica prendiera en las masas trabajadoras, el desarrollo capitalista se restauraría sobre los huesos de varias generaciones, en formas nuevas, mucho más monstruosas y concentradas, con la perspectiva de otra inevitable guerra mundial. Felizmente para la humanidad, esto ya no es posible.

La estatización de la vida económica, contra la cual el capitalismo liberal tanto protestaba, ya es un hecho consumado. No hay escapatoria; es imposible volver no sólo a la libre competencia, sino también la dominación de los trusts, consorcios y demás pulpos económicos. La única cuestión planteada hoy es: ¿quién organizará la producción estatizada, el estado imperialista o el estado del proletariado victorioso?

En otras palabras: ¿seguirá la humanidad trabajadora esclavizada a las camarillas mundiales victoriosas que, bajo el signo de la Liga de las Naciones y con la ayuda de un ejército «internacional» y de una marina «internacional» saquearán y estrangularán algunos pueblos y arrojarán migajas a otros, mientras siempre y en todas partes encadenan al proletariado con el único objetivo de mantener su dominación? ¿O la clase obrera de Europa y de los países avanzados de otras partes del mundo tomará en sus manos las ruinas de la economía para asegurar su regeneración sobre principios socialistas?

El actual período de crisis puede terminar. Lo logrará la dictadura proletaria, que no mira al pasado, que no respeta privilegios heredados ni derechos de propiedad, que toma como punto de partida las necesidades de las masas hambrientas. Con este fin, moviliza todas las fuerzas y recursos, transforma en activos a todos los miembros de la sociedad, establece un régimen de disciplina laboral, para así, en unos pocos años, sanar las heridas abiertas infligidas por la guerra y además elevar a la humanidad a alturas nuevas y sin precedentes.

El estado nacional, que impulsó poderosamente el desarrollo capitalista, limita demasiado el desarrollo futuro de las fuerzas productivas. Esto hace aún más precaria la posición de los estados pequeños, encerrados por todas las grandes potencias de Europa y desparramados por todo el resto del mundo. Estos estados pequeños, resultado de distintas fragmentaciones de los más grandes a cambio de servicios prestados y como tapones estratégicos, conservan sus propias dinastías, camarillas dominantes, pretensiones imperialistas, intrigas diplomáticas. Antes de la guerra, su independencia fantasma descansaba, al igual que el equilibrio de Europa, sobre el antagonismo ininterrumpido entre los dos campos imperialistas. La guerra ha roto este equilibrio. Al darle, al principio, enorme preponderancia a Alemania, la guerra los obligó a buscar su salvación bajo las alas magnánimas del militarismo alemán. Aplastada Alemania, los burgueses y los socialistas patrióticos de los estados respectivos se volvieron hacia el imperialismo aliado triunfante. Buscaban garantías para continuar su existencia independiente en el programa wilsoniano. Al mismo tiempo, la cantidad de estados pequeños ha aumentado; surgieron nuevos estados de divisiones de la monarquía austro-húngara, del ex imperio zarista; ni bien terminaban de nacer ya se trababan en lucha encarnizada por cuestión de fronteras. En el ínterin, los aliados imperialistas juegan con las pequeñas potencias, viejas y nuevas, ligados por el odio mismo y la impotencia común. Mientras oprimen y violan a los pueblos pequeños y débiles, mientras los condenan al hambre y a la destrucción, los aliados imperialistas, como lo hacían ayer los del Imperio Central, no dejan de hablar de la autodeterminación, que hoy se pisotea en Europa como en el resto del mundo.

Lo único que garantizará la existencia libre de los pueblos pequeños es la revolución proletaria. Ella liberará las fuerzas productivas de todos los paí-ses de los tentáculos de los estados nacionales, unificará a los pueblos en la más estrecha colaboración económica sobre la base de un plan económico común; ofrecerá a los más débiles y pequeños la oportunidad de dirigirse libre e independientemente, sin perjudicar la economía europea y mundial unificada y centralizada.

La última guerra, en gran medida colonialista, fue, a la vez, llevada a cabo con ayuda de las colonias. Las poblaciones coloniales fueron arrastradas a la guerra europea en una escala sin precedentes. Hindúes, negros, árabes y malgaches lucharon en territorios europeos. ¿En aras de qué? De su derecho a permanecer esclavos de Inglaterra y Francia. Jamás se reveló con tanta claridad la infamia del dominio capitalista de las colonias, ni se planteó con tanta nitidez el problema de la esclavitud colonial.

A partir de entonces, hubo insurrecciones abiertas, en las colonias, hoy caldo de cultivo de un gran fermento revolucionario. En la propia Europa, Irlanda muestra, en sanguinarias batallas callejeras, que todavía es y se siente un país esclavizado. En Madagascar, Anan y en otras partes, los ejércitos de la república burguesa han aplastado más de una vez los alzamientos de los esclavos coloniales durante la guerra. En la India, el movimiento revolucionario no retrocede; allí se han desarrollado las huelgas obreras más grandes de Asia, que el gobierno británico enfrentó con sus carros blindados en las calles de Bombay.

Así, la cuestión colonial está sobre el tapete, no sólo en los mapas del congreso diplomático de París, sino también en las propias colonias. En el mejor de los casos, el programa de Wilson tiene como objetivo, en su interpretación más favorable, cambiar la etiqueta de la esclavitud colonial. La emancipación de las colonias es concebible sólo en conjunción con la emancipación de la clase obrera de las metrópolis. Los obreros y campesinos, no sólo de Anan, Argelia y Bengala, sino también de Persia y Armenia, sólo lograrán su independencia cuando los obreros de Inglaterra y Francia, habiendo derrocado a Lloyd George y a Clemenceau, hayan tomado el poder estatal en sus manos. Aún ahora, la lucha en las colonias más avanzadas, aunque se libre sólo bajo la bandera de la liberación nacional, adquiere inmediatamente un carácter social, definido con mayor o menor claridad. Si la Europa capitalista arrastró violentamente a los sectores más atrasados del mundo al torbellino de las relaciones capitalistas, la Europa socialista vendrá en ayuda de las colonias liberadas con su tecnología, organización e influencia ideológica para facilitar su transición a una economía socialista planificada y organizada.

¡Esclavos coloniales de ífrica y Asia! ¡La hora de la dictadura proletaria en Europa será para vosotros la de vuestra emancipación!

Todo el mundo burgués acusa a los comunistas de destruir la libertad y la democracia política. Son mentiras. Al tomar el poder, el proletariado simplemente desnuda la total ineficacia de los métodos de la democracia burguesa, y crea las condiciones y formas de una democracia obrera nueva y mucho más elevada. Todo el curso del desarrollo capitalista, sobre todo durante su etapa imperialista final, ha socavado la democracia política, no sólo dividiendo a las naciones en dos clases irreconciliablemente hostiles, sino también condenando a numerosas capas pequeño burguesas y proletarias, como ya lo había hecho con los sectores más bajos y desheredados del proletariado, al debilitamiento económico y a la impotencia política.

En aquellos países donde su desarrollo histórico lo permitió, la clase obrera utilizó la democracia burguesa para organizarse contra el capitalismo. Lo mismo ocurrirá en el futuro en aquellos países donde las condiciones para la revolución proletaria aún no han madurado. Pero las amplias capas medias urbanas y rurales son frenadas por el capitalismo, retrasándose en su desarrollo histórico en lapsos que equivalen a épocas enteras.

Al campesino de Baviera y Baden que todavía no ve más allá de las torres de la iglesia aldeana, al pequeño productor vitivinícola francés empujado a la bancarrota por los grandes capitalistas que adulteran el vino, al pequeño granjero norteamericano esquilmado y engañado por los banqueros y diputados, el régimen de la democracia política los llama, en los papeles, a tomar la dirección del estado. Pero, en la realidad, en todas las cuestiones básicas que determinan los destinos de los pueblos, la oligarquía financiera toma las decisiones a espaldas de la democracia parlamentaria. Así fue respecto a la guerra; así sucede ahora respecto a la paz.

La oligarquía financiera todavía trata de buscar en los votos parlamentarios, apoyo para sus actos de violencia. El estado burgués dispone, para lograr sus objetivos, de todos los instrumentos de mentira, demagogia, provocación, calumnia, soborno y terror heredados de siglos de opresión de clase y multiplicados por los milagros de la tecnología capitalista.

Exigirle al proletariado que cumpla devotamente con las leyes de la democracia política en el combate final, con el capitalismo, es como exigirle a un hombre que se enfrenta a sus asesinos que cumpla con las reglas artificiales del boxeo francés, reglas que el enemigo le presenta pero no utiliza.

En este reino de destrucción, donde no sólo los medios de producción y transporte sino también la democracia política están construidos sobre la roña y la sangre, el proletariado se ve obligado a crear su propio aparato, destinado, en primer lugar, a cimentar las ligazones internas de la clase obrera y asegurar la posibilidad de su intervención revolucionaria en el desarrollo futuro de la humanidad. Este aparato lo constituyen los soviets obreros.

Los viejos partidos, las viejas organizaciones sindicales han demostrado, a través de sus dirigentes, que son incapaces, no sólo de solucionar, sino siquiera de comprender, las tareas que plantea la etapa actual. El proletariado ha creado un nuevo tipo de organización, una organización amplia que incluye a las masas trabajadoras independientemente de su oficio o del nivel de desarrollo político alcanzado; un aparato flexible que permite la renovación y extensión constantes, capaz de atraer a su órbita a nuevas capas, que abre sus puertas de par en par a los trabajadores de la ciudad y el campo ligados al proletariado. Esta organización irremplazable de la clase obrera gobernándose a sí misma, de lucha por la conquista del poder, ha sido probada ya en varios países y constituye la conquista y arma más poderosas con que cuenta el proletariado en nuestra época.

En todos los países donde las masas trabajadores han alcanzado un alto nivel de conciencia, se están construyendo y se seguirá haciéndolo, soviets de diputados obreros, soldados y campesinos. Fortalecerlos, incrementar su autoridad, contraponerlos al aparato estatal de la burguesía: ésta es hoy la tarea más importante de los obreros honestos y con conciencia de clase de todos los países. Por medio de los soviets, la clase obrera puede salvarse de la descomposición que siembran en su seno los sufrimientos infernales de la guerra, el hambre, la violencia de las clases poseedoras y la traición de sus dirigentes. La clase obrera podrá llegar al poder con mayor facilidad y seguridad en aquellos países donde los soviets sean capaces de reunir alrededor de ellos a la mayoría de los trabajadores. Y a través de ellos el proletariado, ya conquistado el poder, ejercerá su dominio sobre todas las esferas de la vida económica y cultural del país, como ocurre actualmente en Rusia.

El estado imperialista, desde el zarista a los más democráticos, se está hundiendo simultáneamente con el sistema militar imperialista. Los inmensos ejércitos movilizados por el imperialismo sólo podrán mantenerse en tanto que el proletariado permanezca atado al yugo de la burguesía. La ruptura de la unidad nacional significa la inevitable liquidación del ejército. Esto ocurrió primero en Rusia, luego en Alemania y Austria-Hungría. Lo mismo puede esperarse en otros países imperialistas. El campesino que se rebela contra el gran terrateniente, el obrero que se alza contra el capitalista, y ambos luchando contra la burocracia monárquica o «democrática», provocan inevitablemente la insubordinación de los soldados y luego una profunda ruptura entre los elementos proletarios y burgueses del ejército. La guerra imperialista, que lanzó una nación contra la otra, cede paso a la guerra civil de clase contra clase.

Las lamentaciones del mundo burgués contra la guerra civil y contra el Terror Rojo representan la más monstruosa hipocresía conocida en toda la historia de las luchas políticas. No habría guerra civil si la camarilla de explotadores que llevaron a la humanidad al borde mismo de la ruina no resistieran cada avance de las masas, si no organizasen conspiraciones y asesinatos, si no pidieran ayuda armada al exterior para mantener o restaurar sus privilegios de ladrones.

Los enemigos mortales de la clase obrera le imponen la guerra civil. Esta no puede dejar de devolver golpe por golpe sin renunciar a sí misma y a su propio futuro, que es el de toda la humanidad. Los partidos comunistas jamás provocan la guerra civil artificialmente. Más aún, tratan de abreviarla en lo posible cuando ésta se hace una necesidad ineludible; buscan reducir al mínimo el número de víctimas y, sobre todo, asegurar la victoria del proletariado. De aquí surge la necesidad de desarmar oportunamente a la burguesía, de armar a los obreros en el momento debido, de crear el ejército comunista, para defender el poder obrero y preservar su estructura socialista. Así actúa el Ejército Rojo de la Rusia Soviética, que surgió como el baluarte de las conquistas de la clase obrera contra los ataques de adentro y de afuera. El ejército soviético es inseparable del estado soviético.

Comprendiendo el carácter internacional de sus tareas, los obreros avanzados han tratado, desde los inicios del movimiento socialista, de unificarlo a escala mundial. La Primera Internacional comenzó este trabajo en Londres en 1864. La guerra franco-prusiana, de la que surgió la Alemania de los Hohenzollern, terminó con la Primera Internacional y al mismo tiempo impulsó el desarrollo de los partidos obreros nacionales. En 1889, estos partidos se reunieron en el Congreso de París y crearon la organización de la Segunda Internacional. Pero el centro de gravedad del movimiento obrero en este período permaneció totalmente dentro del marco de los estados nacionales, estructurándose sobre las industrias de cada país, y en la actividad parlamentaria nacional. Las décadas de actividad organizativa reformista produjeron toda una generación de dirigentes, la mayoría de los que reconocí-an, de palabra, el programa de la revolución social, pero de hecho renunciaba al mismo, empantanándose en el reformismo, en una adaptación dócil al estado burgués. El carácter oportunista de los partidos dirigentes de la Segunda Internacional ha quedado totalmente al descubierto, lo que llevó al colapso más grande de la historia mundial, en un momento en que la marcha de los acontecimientos históricos exigían a los partidos obreros métodos de lucha revolucionarios. La guerra de 1870 golpeó a la Primera Internacional, puso al descubierto que no había una fuerza de masas apoyando su programa socialrevolucionario. La de 1914 liquidó a la Segunda Internacional, demostró que las organizaciones más poderosas de las masas trabajadoras estaban dominadas por partidos que se habían transformado en órganos auxiliares del estado burgués.

No nos referimos sólo a los socialpatriotas que se pasaron clara y abiertamente al campo de la burguesía, que se convirtieron en sus embajadores y hombres de confianza, y en los mejores verdugos de la clase obrera. También estamos hablando de la tendencia amorfa e inestable del «Centro Socialista», que busca resucitar a la Segunda Internacional, revivir la estrechez, el oportunismo, la impotencia revolucionaria de sus dirigentes. El Partido Independiente de Alemania, la actual mayoría del Partido Socialista de Francia, el Grupo Menchevique de Rusia, el Partido Laborista Independiente de Inglaterra y otros grupos similares, tratan de ocupar el lugar que antes de la guerra les pertenecía a los viejos partidos oficiales de la Segunda Internacional. Reivindican el compromiso y el conciliacionismo; con todos los medios a su disposición, paralizan la energía del proletariado, prolongando la crisis y multiplicando las calamidades de Europa. La lucha contra el Centro Socialista es premisa indispensable para lograr la victoria contra el imperialismo.

Dando la espalda a la cobardía, las mentiras y la corrupción de los Partidos Socialistas oficiales perimidos, nosotros los comunistas, reunidos en la Tercera Internacional, nos consideramos los continuadores directos de las heroicos intentos y martirios de una larga serie de generaciones revolucionarias, desde Babeuf hasta Karl Liebknecht y Rosa Luxemburg.

La Primera Internacional anunció el curso futuro de los acontecimientos e indicó el camino. La Segunda reunió y organizó a millones de trabajadores. Pero la Tercera es la Internacional de la acción de masas abierta, la Internacional de la realización revolucionaria, la Internacional del hecho.

El orden burgués mundial ya ha sido suficientemente denunciado por la crí-tica socialista. La tarea del Partido Comunista Internacional consiste en derrocar este orden y erigir, en su lugar, el orden socialista. Llamamos a los obreros y obreras de todos los países a unirse bajo la bandera comunista, que ya es la bandera de las primeras grandes victorias proletarias en todos los países. ¡Uníos en la lucha contra la barbarie imperialista, contra monarquía y las clases privilegiadas, contra el estado burgués y la propiedad burguesa, contra todos los aspectos y todas las formas de la opresión de las clases o de las naciones!

Proletarios de todos los países, uníos bajo la bandera de los soviets obreros, de la lucha revolucionaria por el poder y de la dictadura del proletariado.

 

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NOTAS

[29] Tomado de Cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista. Tesis, manifiestos, resoluciones, en Edicions Internacionals Sedov / Los congresos de la Internacional Comunista.

[30] Hasta la aparición de la historia de la Tercera Internacional de Broué, todavía podían aceptarse dudas sobre la autoría de esta invitación. Después ya no: «Contrariamente a las afirmaciones opuestas, todas ellas inspiradas directamente o no por Stalin, fue [la carta de invitación] redactada por Trotsky y, además, ocupó su lugar en el tomo XIII de sus obras, publicado en la URSS en 1926», Pierre Broué, Histoire de L'Internationale Communiste, 1919-1943, Fayard, París, 1997, página 76. EIS.

[31] Tomado de Discurso ante el Primer Congreso de la Internacional Comunista, en Edicions Internacionals Sedov / Trotsky inédito en internet y en castellano.

[32] Tomado de Orden del día nº 83 al Ejército Rojo y a la Marina Roja. Saludos a la Internacional Comunista, en Edicions Internacionals Sedov / Trotsky inédito en internet y en castellano.

[33] Tomado de Grandes días, en Edicions Internacionals Sedov / Trotsky inédito en internet y en castellano.

[34] Tomado de Manifiesto de la Internacional Comunista a los proletarios de todo el mundo, en Edicions Internacionals Sedov / Trotsky inédito en internet y en castellano.