OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

FIGURAS Y ASPECTOS DE LA VIDA MUNDIAL III

 

       

LA CONFERENCIA DE LONDRES

 

Las bases de un acuerdo naval anglo-ameri­cano, convenidas en las entrevistas de Mac Do­nald y Hoover en Washington, no han bastado, como fácilmente se preveía, para que la Confe­rencia de Londres logre la conciliación de los intereses de las cinco mayores potencias navales sobre la limitación de los armamentos. El propio acuerdo anglo-americano no era comple­to. Estaba trazado solamente en sus líneas prin­cipales y su actuación depende del entendimien­to con Japón, Francia e Italia, acerca de sus respectivos programas navales. Que el Japón acepte la proporción que le concede la fórmula de Washington, es la condición de que Estados Unidos no extreme sus precauciones en el Pací­fico, con consecuencias en su programa de cons­trucciones navales que no puede resistir la eco­nomía británica. Que Francia e Italia se allanen a la abolición del submarino como arma de gue­rra es una garantía esencial de la seguridad del dominio de los mares por el poder anglo-ame­ricano.

El compromiso de que los submarinos no se­rán empleados en una posible guerra contra los buques mercantes, no puede ser más tonto. La experiencia de la guerra mundial no permite abrigar ninguna ilusión respecto a la autoridad de estos convenios solemnes. La guerra, si esta­lla, no reconocerá límites. No será menos sino más implacable que la de 1914-18. No la harán estadistas ni funcionarios, formados en el clima benigno y jurídico de Ginebra y La Haya, sino caudillos de la estirpe de Clemenceau, inexora­bles en la voluntad de ir en todo jusqu' au bout. El más hipócrita o ingenuo pacifismo no puede prestar ninguna fe a la estipulación sobre el respeto de los buques mercantes por los submari­nos de guerra. En la guerra no hay buques mer­cantes.

La crisis ministerial francesa no estorba sino incidental y secundariamente la marcha de la Conferencia de Londres. Lo que desde sus pri­meros pasos la tiene en panne son los inconta­bles intereses de las potencias deliberantes. Esta Conferencia se ha inaugurado, formalmente, bajo mejores auspicios que la de Ginebra de 1927. La entente angloamericana sobre la pari­dad es una base de discusión que en 1927 no existía. El carácter de limitación, de equilibrio de los armamentos, perfectamente extraño a to­do efectivo plan de desarme está, además, per­fectamente establecido. Pero el conflicto de los intereses imperialistas sigue actuando en ésta como en otras cuestiones. La contradicción irre­ductible entre las exigencias internacionales de la estabilización capitalista y las pasiones e in­tereses nacionalistas que con el imperialismo en­tran exasperadamente en juego, opone su resis­tencia aún a este modestísimo entendimiento temporal, fundado en la paridad angloamerica­na, que encubre a su vez un profundo contraste, una obstinada y fatal rivalidad.