OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

CARTAS DE ITALIA

 

 

LA ULTIMA CRISIS ITALIANA

 

CRISIS DE GOBIERNO Y CRISIS DE CAMARA1

 

Acaba de solucionarse la crisis ministerial más larga y más complicada de la historia de Italia. La mayoría parlamentaria, —apremiada por la necesidad de varar un ministerio cualquiera—, ha concluido varando un ministerio presidido por De Facta, uno de los principales lugartenientes de Giolitti. Ministerio de subse­cretarios de Estado lo llama uno de los mayores rotativos romanos. Es decir, ministerio de figuras secundarias y terciarias de la Cámara.

Esta crisis no ha sido, evidentemente, sólo una crisis de gobierno. Ha sido, sobre todo, una crisis de Parlamento. Para explicársela hay que examinar, por esto, la situación parlamentaria.

La Cámara italiana está dividida en tres grandes sectores: constitucionales, populares y socialistas. Los constitucionales forman la mitad de la Cámara. Pero, mientras los socialistas ofí­ciales y los populares son dos fuerzas homogé­neas y compactas, los constitucionales se frac­cionan en varios grupos que, con muchas reser­vas y condiciones, se han polarizado en dos ban­dos: derecha e izquierda. Dada la variedad de la gama constitucional, que va del "fascismo" al socialismo reformista, no puede constituirse, pues, un gobierno exclusivamente constitucional. La colaboración de los populares, o sea del cen­tro católico, es indispensable para la vida del gabinete.

Las bases parlamentarias del gabinete Bono-mi eran las mismas de los precedentes ministerios: el centro católico y la izquierda constitu­cional. Los grupos constitucionales ganaban sus votos según las oscilaciones de la política interna.

Ultimamente, la izquierda constitucional mo­vida por los elementos giolittianos, retiró su apo­yo a Bonomi. Al lado de éste quedaron, más o menos solos, los populares. Y bien. Los popu­lares se rebelaron ante la maniobra antiministe­rial. Considerando intolerable que los constitu­cionales deshiciesen una vez más sin ellos un gabinete que no pueden rehacer sino con ellos, se declararon cansados de que se les llamase y consultase para solucionar las crisis ministeria­les, pero no para producirlas. La represalia, ade­más, les fue fácil: el veto a la organización del ministerio por el líder de los causantes de la crisis, esto es, por Giolitti. El político automáti­camente designado según la tradición parlamen­taria para solucionar la crisis quedó así excluído de su función natural. Y, por tanto, tuvo que buscarse los sucesores de Bonomi y sus mi­nistros en elementos que no creían necesario por el momento un cambio ministerial.

Un factor nuevo influyó para que la solución de la crisis se orientase de esta manera: los so­cialistas oficiales. Desde su separación de los co­munistas, se vigoriza entre los socialistas oficiales la tendencia colaboracionista. La mayoría del grupo parlamentario es, con más o menos atenuantes, favorable a esa tendencia. Y esta mayoría habría conducido ya al socialismo a la violación de sus viejos votos de castidad si el Congreso de Milán no hubiera dejado una orden del día anticolaboracionista y un comité encar­gado de aplicarla.

El grupo parlamentario socialista avanzó mu­cho, sin embargo, en el camino de la colabora­ción, durante esta crisis. Por primera vez en su historia, ofreció contribuir con su abstención del voto y, en caso indispensable, con su voto favorable, al sostenimiento de un gobierno de la iz­quierda y, por ende, de programa adverso al "fascismo" y al nacionalismo conservador y reaccionario.

El político más adaptado para presidir el go­bierno de esta orientación sería Nitti. Pero la vuelta de Nitti al poder no está todavía madu­ra. Nitti tendría en su contra a toda la derecha y a una parte de la izquierda constitucional adicta a Giolitti y Orlando. De otro lado, su programa de política internacional, explícitamente favorable a la revisión de la Paz de Versailles y a la cooperación de los vencedores y los ven­cidos en la obra de la reconstrucción europea, resultaría aún un poco prematuro.

Eliminado, por estas razones, Nitti, apareció la candidatura de De Nicola, quien, como presi­dente de la Cámara, ha revelado un temperamen­to sagazmente conciliador y ecléctico que le ha captado la amistad de los propios socialistas.

Pero tampoco De Nicola encontró madura la situación para un gobierno suyo. Y algo desga­nadamente intentó, por encargo del Rey, la orga­nización del ministerio sobre la base de una só­lida conjunción del centro católico y la izquier­da constitucional amparada por la neutralidad benévola de los socialistas. Los elementos gio­littianos obstaculizaron esta "entente" regateando a los católicos ministeriales concesiones programáticas. Y, tanto a causa de esta resistencia como a causa de su desgano, De Nicola abando­nó la tentativa.

El encargo pasó a Orlando. Mas Orlando no tuvo mejor suerte que De Nicola. Los populares, en represalia por el torpedeamiento de la com­binación De Nicola, que ellos miraban con sim­patía, torpedearon a su vez a la combinación Orlando.

Se volvió así transitoriamente a Bonomi. Pero no a un gobierno de Bonomi reforzado en su personal sino al mismo maltrecho gobierno de Bonomi desde hacía meses vacilante y minado. El Rey desechó sus dimisiones. Y el ministerio se presentó de nuevo a la Cámara donde, naturalmente, no consiguió reunir a su alrededor una mayoría cualquiera.

La crisis se reabrió, pues, con un carácter más grave y más apremiante. Y, por segunda vez, el encargo de organizar el gabinete pasó a Giolitti, a De Nicola y de éste a Orlando. Des­pués, fracasadas estas soluciones, se intentó, un gabinete de concentración constituido por Orlando, De Nicola y Facta. Pero Facta, cuya partici­pación exigían Orlando y De Nicola, en prenda del apoyo seguro de los giolittianos, se negó a favorecer esta combinación.

Y de este modo se ha llegado al ministerio Facta que representa un gobierno giolittiano sin Giolitti. Los católicos, satisfechos de impedir que Giolitti gobierne personalmente, no han tenido inconveniente para aceptar que gobierne por medio de un apoderado.

 


NOTA:

1 Fechado en Roma, 24 de febrero de 1922; publicado en El Tiempo, Lima 13 de abril de 1922.