ESQUEMA DE LA EVOLUCIÓN ECONÓMICA
I. LA ECONOMÍA COLONIAL
En el plano de la economía se percibe mejor que en ningún otro hasta qué
punto la Conquista escinde la historia del Perú. La Conquista aparece en
este terreno, más netamente que en cualquiera otro, como una solución de
continuidad. Hasta la Conquista se desenvolvió en el Perú una economía que
brotaba espontánea y libremente del suelo y la gente peruanos. En el
Imperio de los Inkas, agrupación de comunas agrícolas y sedentarias, lo
más interesante era la economía. Todos los testimonios históricos
coinciden en la aserción de que el pueblo inkaico
–laborioso, disciplinado, panteísta y
sencillo– vivía con bienestar
material. Las subsistencias abundaban; la población crecía.
El Imperio ignoró radicalmente el problema de Malthus. La organización
colectivista, regida por los Inkas, había enervado en los indios el
impulso individual; pero había desarrollado extraordinariamente en ellos,
en provecho de este régimen económico, el hábito de una humilde y
religiosa obediencia a su deber social. Los Inkas sacaban toda la utilidad
social posible de esta virtud de su pueblo, valorizaban el vasto
territorio del Imperio construyendo caminos, canales, etc., lo extendían
sometiendo a su autoridad tribus vecinas. El trabajo colectivo, el
esfuerzo común, se empleaban fructuosamente en fines sociales.
Los conquistadores españoles destruyeron, sin poder naturalmente
reemplazarla, esta formidable máquina de producción. La sociedad indígena,
la economía inkaica, se descompusieron y anonadaron completamente al golpe
de la conquista. Rotos los vínculos de su unidad, la nación se disolvió en
comunidades dispersas. El trabajo indígena cesó de funcionar de un modo
solidario y orgánico. Los conquistadores no se ocuparon casi sino de
distribuirse y disputarse el pingüe botín de guerra. Despojaron los
templos y los palacios de los tesoros que guardaban; se repartieron las
tierras y los hombres, sin preguntarse siquiera por su porvenir como
fuerzas y medios de producción.
El Virreinato señala el comienzo del difícil y complejo proceso de
formación de una nueva economía. En este período, España se esforzó por
dar una organización política y económica a su inmensa colonia. Los
españoles empezaron a cultivar el suelo y a explotar las minas de oro y
plata. Sobre las ruinas y los residuos de una economía socialista, echaron
las bases de una economía feudal.
Pero no envió España al Perú, como del resto no envió tampoco a sus otras
posesiones, una densa masa colonizadora. La debilidad del imperio español
residió precisamente en su carácter y estructura de empresa militar y
eclesiástica más que política y económica. En las colonias españolas no
desembarcaron como en las costas de Nueva Inglaterra grandes bandadas de
pioneers. A la América Española no vinieron casi sino virreyes,
cortesanos, aventureros, clérigos, doctores y soldados. No se formó, por
esto, en el Perú una verdadera fuerza de colonización. La población de
Lima estaba compuesta por una pequeña corte, una burocracia, algunos
conventos, inquisidores, mercaderes, criados y esclavos
(1). El pioneer
español carecía, además, de aptitud para crear núcleos de trabajo. En
lugar de la utilización del indio, parecía perseguir su exterminio. Y los
colonizadores no se bastaban a sí mismos para crear una economía sólida y
orgánica. La organización colonial fallaba por la base. Le faltaba
cimiento demográfico. Los españoles y los mestizos eran demasiado pocos
para explotar, en vasta escala, las riquezas del territorio. Y, como para
el trabajo de las haciendas de la costa se recurrió a la importación de
esclavos negros, a los elementos y características de una sociedad feudal
se mezclaron elementos y características de una sociedad esclavista.
Sólo los jesuitas, con su orgánico positivismo, mostraron acaso, en el
Perú como en otras tierras de América, aptitud de creación económica. Los
latifundios que les fueron asignados prosperaron. Los vestigios de su
organización restan como una huella duradera. Quien recuerde el vasto
experimento de los jesuitas en el Paraguay, donde tan hábilmente
aprovecharon y explotaron la tendencia natural de los indígenas al
comunismo, no puede sorprenderse absolutamente de que esta congregación de
hijos de San Iñigo de Loyola, como los llama Unamuno, fuese capaz de crear
en el suelo peruano los centros de trabajo y producción que los nobles,
doctores y clérigos, entregados en Lima a una vida muelle y sensual, no se
ocuparon nunca de formar.
Los colonizadores se preocuparon casi únicamente de la explotación del oro
y la plata peruanos. Me he referido más de una vez a la inclinación de los
españoles a instalarse en la tierra baja. Y a la mezcla de respeto y de
desconfianza que les inspiraron siempre los Andes, de los cuales no
llegaron jamás a sentirse realmente señores. Ahora bien. Se debe, sin
duda, al trabajo de las minas la formación de las poblaciones criollas de
la sierra. Sin la codicia de los metales encerrados en las entrañas de los
Andes, la conquista de la sierra hubiese sido mucho más incompleta.
Estas fueron las bases históricas de la nueva economía peruana. De la
economía colonial -colonial desde sus raíces- cuyo proceso no ha terminado
todavía. Examinemos ahora los lineamientos de una segunda etapa. La etapa
en que una economía feudal deviene, poco a poco, economía burguesa. Pero
sin cesar de ser, en el cuadro del mundo, una economía colonial.
II. LAS BASES ECONÓMICAS DE LA REPÚBLICA
Como la primera, la segunda etapa de esta economía arranca de un hecho
político y militar. La primera etapa nace de la Conquista. La segunda
etapa se inicia con la Independencia. Pero, mientras la Conquista engendra
totalmente el proceso de la formación de nuestra economía colonial, la
Independencia aparece determinada y dominada por ese proceso.
He tenido ya -desde mi primer esfuerzo marxista por fundamentar en el
estudio del hecho económico la historia peruana- ocasión de ocuparme en
esta faz de la revolución de la Independencia, sosteniendo la siguiente
tesis: "Las ideas de la revolución francesa y de la constitución
norteamericana encontraron un clima favorable a su difusión en Sudamérica,
a causa de que en Sudamérica existía ya aunque fuese embrionariamente, una
burguesía que, a causa de sus necesidades e intereses económicos, podía y
debía contagiarse del humor revolucionario de la burguesía europea. La
Independencia de Hispanoamérica no se habría realizado, ciertamente, si no
hubiese contado con una generación heroica, sensible a la emoción de su
época, con capacidad y voluntad para actuar en estos pueblos una verdadera
revolución. La Independencia, bajo este aspecto, se presenta como una
empresa romántica. Pero esto no contradice la tesis de la trama económica
de la revolución emancipadora. Los conductores, los caudillos, los
ideólogos de esta revolución no fueron anteriores ni superiores a las
premisas y razones económicas de este acontecimiento. El hecho intelectual
y sentimental no fue anterior al hecho económico".
La política de España obstaculizaba y contrariaba totalmente el
desenvolvimiento económico de las colonias al no permitirles traficar con
ninguna otra nación y reservarse como metrópoli, acaparándolo
exclusivamente, el derecho de todo comercio y empresa en sus dominios.
El impulso natural de las fuerzas productoras de las colonias pugnaba por
romper este lazo. La naciente economía de las embrionarias formaciones
nacionales de América necesitaba imperiosamente, para conseguir su
desarrollo, desvincularse de la rígida autoridad y emanciparse de la
medioeval mentalidad del rey de España. El hombre de estudio de nuestra
época no puede dejar de ver aquí el más dominante factor histórico de la
revolución de la independencia sudamericana, inspirada y movida, de modo
demasiado evidente, por los intereses de la población criolla y aun de la
española, mucho más que por los intereses de la población indígena.
Enfocada sobre el plano de la historia mundial, la independencia
sudamericana se presenta decidida por las necesidades del desarrollo de la
civilización occidental o, mejor dicho, capitalista. El ritmo del fenómeno
capitalista tuvo en la elaboración de la independencia una función menos
aparente y ostensible, pero sin duda mucho más decisiva y profunda que el
eco de la filosofía y la literatura de los enciclopedistas. El Imperio
Británico, destinado a representar tan genuina y trascendentalmente los
intereses de la civilización capitalista, estaba entonces en formación. En
Inglaterra, sede del liberalismo y el protestantismo, la industria y la
máquina preparaban el porvenir del capitalismo, esto es del fenómeno
material del cual aquellos dos fenómenos, político el uno, religioso el
otro, aparecen en la historia como la levadura espiritual y filosófica.
Por esto le tocó a Inglaterra –con esa
clara conciencia de su destino y su misión históricas a que debe su
hegemonía en la civilización capitalista–,
jugar un papel primario en la independencia de Sudamérica. Y, por esto,
mientras el primer ministro de Francia, de la nación que algunos años
antes les había dado el ejemplo de su gran revolución, se negaba a
reconocer a estas jóvenes repúblicas sudamericanas que podían enviarle
"junto con sus productos sus ideas revolucionarias"
(2), Mr. Canning,
traductor y ejecutor fiel del interés de Inglaterra, consagraba con ese
reconocimiento el derecho de estos pueblos a separarse de España y,
anexamente, a organizarse republicana y democráticamente. A Mr. Canning,
de otro lado, se habían adelantado prácticamente los banqueros de Londres
que, con sus préstamos –no por
usurarios menos oportunos y eficaces–,
habían financiado la fundación de las nuevas repúblicas.
El Imperio español tramontaba por no reposar sino sobre bases militares y
políticas y, sobre todo, por representar una economía superada. España no
podía abastecer abundantemente a sus colonias sino de eclesiásticos,
doctores y nobles. Sus colonias sentían apetencia de cosas más prácticas y
necesidad de instrumentos más nuevos. Y, en consecuencia, se volvían hacia
Inglaterra, cuyos industriales y cuyos banqueros, colonizadores de nuevo
tipo, querían a su turno enseñorearse en estos mercados, cumpliendo su
función de agentes de un imperio que surgía como creación de una economía
manufacturera y librecambista.
El interés económico de las colonias de España y el interés económico del
Occidente capitalista se correspondían absolutamente, aunque de esto, como
ocurre frecuentemente en la historia, no se diesen exacta cuenta los
protagonistas históricos de una ni otra parte.
Apenas estas naciones fueron independientes, guiadas por el mismo impulso
natural que las había conducido a la revolución de la Independencia,
buscaron en el tráfico con el capital y la industria de Occidente los
elementos y las relaciones que el incremento de su economía requería. Al
Occidente capitalista empezaron a enviar los productos de su suelo y su
subsuelo. Y del Occidente capitalista empezaron a recibir tejidos,
máquinas y mil productos industriales. Se estableció así un contacto
continuo y creciente entre la América del Sur y la civilización
occidental. Los países más favorecidos por este tráfico fueron,
naturalmente, a causa de su mayor proximidad a Europa, los países situados
sobre el Atlántico. La Argentina y el Brasil, sobre todo, atrajeron a su
territorio capitales e inmigrantes europeos en gran cantidad. Fuertes y
homogéneos aluviones occidentales aceleraron en estos países la
transformación de la economía y la cultura que adquirieron gradualmente la
función y la estructura de la economía y la cultura europeas. La
democracia burguesa y liberal pudo ahí echar raíces seguras, mientras en
el resto de la América del Sur se lo impedía la subsistencia de tenaces y
extensos residuos de feudalidad.
En este período, el proceso histórico general del Perú entra en una etapa
de diferenciación y desvinculación del proceso histórico de otros pueblos
de Sudamérica. Por su geografía, unos estaban destinados a marchar más de
prisa que otros. La independencia los había mancomunado en una empresa
común para separarlos más tarde en empresas individuales. El Perú se
encontraba a una enorme distancia de Europa. Los barcos europeos, para
arribar a sus puertos, debían aventurarse en un viaje larguísimo. Por su
posición geográfica, el Perú resultaba más vecino y más cercano al
Oriente. Y el comercio entre el Perú y Asia comenzó como era lógico a
tornarse considerable. La costa peruana recibió aquellos famosos
contingentes de inmigrantes chinos destinados a sustituir en las haciendas
a los esclavos negros, importados por el Virreinato, cuya manumisión fue
también en cierto modo una consecuencia del trabajo de transformación de
una economía feudal en economía más o menos burguesa. Pero el tráfico con
Asia, no podía concurrir eficazmente a la formación de la nueva economía
peruana. El Perú emergido de la Conquista, afirmado en la Independencia,
había menester de las máquinas, de los métodos y de las ideas de los
europeos, de los occidentales.
III. EL PERÍODO DEL GUANO Y DEL SALITRE
El capítulo de la evolución de la economía peruana que se abre con el
descubrimiento de la riqueza del guano y del salitre y se cierra con su
pérdida, explica totalmente una serie de fenómenos políticos de nuestro
proceso histórico que una concepción anecdótica y retórica más bien que
romántica de la historia peruana se ha complacido tan superficialmente en
desfigurar y contrahacer. Pero este rápido esquema de interpretación no se
propone ilustrar ni enfocar esos fenómenos sino fijar o definir algunos
rasgos sustantivos de la formación de nuestra economía para percibir mejor
su carácter de economía colonial. Consideremos sólo el hecho económico.
Empecemos por constatar que al guano y al salitre, sustancias humildes y
groseras, les tocó jugar en la gesta de la República un rol que había
parecido reservado al oro y a la plata en tiempos más caballerescos y
menos positivistas. España nos quería y nos guardaba como país productor
de metales preciosos. Inglaterra nos prefirió como país productor de guano
y salitre. Pero este diferente gesto no acusaba, por supuesto, un móvil
diverso. Lo que cambiaba no era el móvil; era la época. El oro del Perú
perdía su poder de atracción en una época en que, en América, la vara del
pioneer descubría el oro de California. En cambio el guano y el salitre
–que para anteriores civilizaciones
hubieran carecido de valor pero que para una civilización industrial
adquirían un precio extraordinario–
constituían una reserva casi exclusivamente nuestra. El industrialismo
europeo u occidental –fenómeno en
pleno desarrollo– necesitaba
abastecerse de estas materias en el lejano litoral del sur del Pacífico. A
la explotación de los dos productos no se oponía, de otro lado, como a la
de otros productos peruanos, el estado rudimentario y primitivo de los
transportes terrestres. Mientras que para extraer de las entrañas de los
Andes el oro, la plata, el cobre, el carbón, se tenía que salvar ásperas
montañas y enormes distancias, el salitre y el guano yacían en la costa
casi al alcance de los barcos que venían a buscarlos.
La fácil explotación de este recurso natural dominó todas las otras
manifestaciones de la vida económica del país. El guano y el salitre
ocuparon un puesto desmesurado en la economía peruana. Sus rendimientos se
convirtieron en la principal renta fiscal. El país se sintió rico. El
Estado usó sin medida de su crédito. Vivió en el derroche, hipotecando su
porvenir a la finanza inglesa.
Esta es a grandes rasgos toda la historia del guano y del salitre para el
observador que se siente puramente economista. Lo demás, a primera vista,
pertenece al historiador. Pero, en este caso, como en todos, el hecho
económico es mucho más complejo y trascendental de lo que parece.
El guano y el salitre, ante todo, cumplieron la función de crear un activo
tráfico con el mundo occidental en un período en que el Perú, mal situado
geográficamente, no disponía de grandes medios de atraer a su suelo las
corrientes colonizadoras y civilizadoras que fecundaban ya otros países de
la América indo-ibera. Este tráfico colocó nuestra economía bajo el
control del capital británico al cual, a consecuencia de las deudas
contraídas con la garantía de ambos productos, debíamos entregar más tarde
la administración de los ferrocarriles, esto es, de los resortes mismos de
la explotación de nuestros recursos.
Las utilidades del guano y del salitre crearon en el Perú, donde la
propiedad había conservado hasta entonces un carácter aristocrático y
feudal, los primeros elementos sólidos de capital comercial y bancario.
Los profiteurs directos e indirectos de las riquezas del litoral
empezaron a constituir una clase capitalista. Se formó en el Perú una
burguesía, confundida y enlazada en su origen y su estructura con la
aristocracia, formada principalmente por los sucesores de los encomenderos
y terratenientes de la colonia, pero obligada por su función a adoptar los
principios fundamentales de la economía y la política liberales. Con este
fenómeno –al cual me refiero en varios
pasajes de los estudios que componen este libro–,
se relacionan las siguientes constataciones: "En los primeros tiempos de
la Independencia, la lucha de facciones y jefes militares aparece como una
consecuencia de la falta de una burguesía orgánica. En el Perú, la
revolución hallaba menos definidos, más retrasados que en otros pueblos
hispanoamericanos, los elementos de un orden liberal burgués. Para que
este orden funcionase más o menos embrionariamente tenía que constituirse
una clase capitalista vigorosa. Mientras esta clase se organizaba, el
poder estaba a merced de los caudillos militares. El gobierno de Castilla
marcó la etapa de solidificación de una clase capitalista. Las concesiones
del Estado y los beneficios del guano y del salitre crearon un capitalismo
y una burguesía. Y esta clase, que se organizó luego en el 'civilismo', se
movió muy pronto a la conquista total del poder".
Otra faz de este capítulo de la historia económica de la República es la
afirmación de la nueva economía como economía prevalentemente costeña. La
búsqueda del oro y de la plata obligó a los españoles
–contra su tendencia a instalarse en
la costa–, a mantener y ensanchar en
la sierra sus puestos avanzados. La minería –actividad
fundamental del régimen económico implantado por España en el territorio
sobre el cual prosperó antes una sociedad genuina y típicamente agraria–,
exigió que se estableciesen en la sierra las bases de la Colonia. El guano
y el salitre vinieron a rectificar esta situación. Fortalecieron el poder
de la costa. Estimularon la sedimentación del Perú nuevo en la tierra
baja. Y acentuaron el dualismo y el conflicto que hasta ahora constituyen
nuestro mayor problema histórico.
Este capítulo del guano y del salitre no se deja, por consiguiente, aislar
del desenvolvimiento posterior de nuestra economía. Están ahí las raíces y
los factores del capítulo que ha seguido. La guerra del Pacífico,
consecuencia del guano y del salitre, no canceló las otras consecuencias
del descubrimiento y la explotación de estos recursos, cuya pérdida nos
reveló trágicamente el peligro de una prosperidad económica apoyada o
cimentada casi exclusivamente sobre la posesión de una riqueza natural,
expuesta a la codicia y al asalto de un imperialismo extranjero o a la
decadencia de sus aplicaciones por efecto de las continuas mutaciones
producidas en el campo industrial por los inventos de la ciencia. Caillaux
nos habla con evidente actualidad capitalista, de la inestabilidad
económica e industrial que engendra el progreso científico
(3).
En el período dominado y caracterizado por el comercio del guano y del
salitre, el proceso de la transformación de nuestra economía, de feudal en
burguesa, recibió su primera enérgica propulsión. Es, a mi juicio,
indiscutible que, si en vez de una mediocre metamorfosis de la antigua
clase dominante, se hubiese operado el advenimiento de una clase de savia
y élan nuevos, ese proceso habría avanzado más orgánica y
seguramente. La historia de nuestra posguerra lo demuestra. La derrota
–que causó, con la pérdida de los
territorios del salitre, un largo colapso de las fuerzas productoras–
no trajo como una compensación, siquiera en este orden de cosas, una
liquidación del pasado.
IV. CARÁCTER DE NUESTRA ECONOMIA ACTUAL
El último capítulo de la evolución de la economía peruana es el de nuestra
posguerra. Este capítulo empieza con un período de casi absoluto colapso
de las fuerzas productoras.
La derrota no sólo significó para la economía nacional la pérdida de sus
principales fuentes: el salitre y el guano. Significó, además, la
paralización de las fuerzas productoras nacientes, la depresión general de
la producción y del comercio, la depreciación de la moneda nacional, la
ruina del crédito exterior. Desangrada, mutilada, la nación sufría una
terrible anemia.
El poder volvió a caer, como después de la Independencia, en manos de los
jefes militares, espiritual y orgánicamente inadecuados para dirigir un
trabajo de reconstrucción económica. Pero, muy pronto, la capa capitalista
formada en los tiempos del guano y del salitre, reasumió su función y
regresó a su puesto. De suerte que la política de reorganización de la
economía del país se acomodó totalmente a sus intereses de clase. La
solución que se dio al problema monetario, por ejemplo, correspondió
típicamente a un criterio de latifundistas o propietarios, indiferentes no
sólo al interés del proletariado sino también al de la pequeña y media
burguesía, únicas capas sociales a las cuales podía damnificar la súbita
anulación del billete.
Esta medida y el contrato Grace fueron, sin duda, los actos más
sustantivos y más característicos de una liquidación de las consecuencias
económicas de la guerra, inspirada por los intereses y los conceptos de la
plutocracia terrateniente.
El contrato Grace, que ratificó el predominio británico en el Perú,
entregando los ferrocarriles del Estado a los banqueros ingleses que hasta
entonces habían financiado la República y sus derroches, dio al mercado
financiero de Londres las prendas y las garantías necesarias para nuevas
inversiones en negocios peruanos. En la restauración del crédito del
Estado no se obtuvieron los resultados inmediatos. Pero inversiones
prudentes y seguras empezaron de nuevo a atraer al capital británico. La
economía peruana, mediante el reconocimiento práctico de su condición de
economía colonial, consiguió alguna ayuda para su convalecencia. La
terminación del ferrocarril a La Oroya abrió al tránsito y al tráfico
industriales del departamento de Junín, permitiendo la explotación en
vasta escala de su riqueza minera.
La política económica de Piérola se ajustó plenamente a los mismos
intereses. El caudillo demócrata, que durante tanto tiempo agitara
estruendosamente a las masas contra la plutocracia, se esmeró en hacer una
administración "civilista". Su método tributario, su sistema fiscal,
disipan todos los equívocos que pueden crear su fraseario y su metafísica.
Lo que confirma el principio de que en el plano económico se percibe
siempre con más claridad que en el político el sentido y el contorno de la
política, de sus hombres y de sus hechos.
Las faces fundamentales de este capítulo en que nuestra economía,
convaleciente de la crisis postbélica, se organiza lentamente sobre bases
menos pingües, pero más sólidas que las del guano y del salitre, pueden
ser concretadas esquemáticamente en los siguientes hechos:
1º- La aparición de la industria moderna. El establecimiento de fábricas,
usinas, transportes, etc. que transforman, sobre todo, la vida de la
costa. La formación de un proletariado industrial con creciente y natural
tendencia a adoptar un ideario clasista, que siega una de las antiguas
fuentes del proselitismo caudillista y cambia los términos de la lucha
política.
2º- La función del capital financiero. El surgimiento de bancos nacionales
que financian diversas empresas industriales y comerciales, pero que se
mueven dentro de un ámbito estrecho, enfeudados a los intereses del
capital extranjero y de la gran propiedad agraria; y el establecimiento de
sucursales de bancos extranjeros que sirven los intereses de la finanza
norteamericana e inglesa.
3º- El acortamiento de las distancias y el aumento del tráfico entre el
Perú y Estados Unidos y Europa. A consecuencia de la apertura del Canal de
Panamá, que mejora notablemente nuestra posición geográfica, se acelera el
proceso de incorporación del Perú en la civilización occidental.
4º- La gradual superación del poder británico por el poder norteamericano.
El Canal de Panamá, más que a Europa, parece haber aproximado el Perú a
los Estados Unidos. La participación del capital norteamericano en la
explotación del cobre y del petróleo peruanos, que se convierten en dos de
nuestros mayores productos, proporciona una ancha y durable base al
creciente predominio yanqui. La exportación a Inglaterra que en 1898
constituía el 56.7% de la exportación total, en 1923 no llegaba sino al
33.2%. En el mismo período la exportación a los Estados Unidos subía del
9.5 al 39.7%. Y este movimiento se acentuaba más aún en la importación,
pues mientras la de Estados Unidos en dicho período de veinticinco años
pasaba del 10.0 al 38.9%, la de la Gran Bretaña bajaba del 44.7 al 19.6%
(4).
5º- El desenvolvimiento de una clase capitalista, dentro de la cual cesa
de prevalecer como antes la antigua aristocracia. La propiedad agraria
conserva su potencia; pero declina la de los apellidos virreinales. Se
constata el robustecimiento de la burguesía.
6º- La ilusión del caucho. En los años de su apogeo el país cree haber
encontrado El Dorado en la montaña, que adquiere temporalmente un valor
extraordinario en la economía y, sobre todo, en la imaginación del país.
Afluyen a la montaña muchos individuos de "la fuerte raza de los
aventureros". Con la baja del caucho, tramonta esta ilusión bastante
tropical en su origen y en sus características
(5).
7º- Las sobreutilidades del período europeo. El alza de los productos
peruanos causa un rápido crecimiento de la fortuna privada nacional. Se
opera un reforzamiento de la hegemonía de la costa en la economía peruana.
8º- La política de los empréstitos. El restablecimiento del crédito
peruano en el extranjero ha conducido nuevamente al Estado a recurrir a
los préstamos para la ejecución de su programa de obras públicas
(6).
También en esta función, Norteamérica ha reemplazado a la Gran Bretaña.
Pletórico de oro, el mercado de Nueva York es el que ofrece las mejores
condiciones. Los banqueros yanquis estudian directamente las posibilidades
de colocación de capital en préstamos a los Estados latinoamericanos. Y
cuidan, por supuesto, de que sean invertidos con beneficio para la
industria y el comercio norteamericanos.
Me parece que estos son los principales aspectos de la evolución económica
del Perú en el período que comienza con nuestra posguerra. No cabe en esta
serie de sumarios apuntes un examen prolijo de las anteriores
comprobaciones o proposiciones. Me he propuesto solamente la definición
esquemática de algunos rasgos esenciales de la formación y el desarrollo
de la economía peruana.
Apuntaré una constatación final: la de que en el Perú actual coexisten
elementos de tres economías diferentes. Bajo el régimen de economía feudal
nacido de la Conquista subsisten en la sierra algunos residuos vivos
todavía de la economía comunista indígena. En la costa, sobre un suelo
feudal, crece una economía burguesa que, por lo menos en su desarrollo
mental, da la impresión de una economía retardada.
V. ECONOMÍA AGRARIA Y LATIFUNDISMO FEUDAL
El Perú, mantiene, no obstante el incremento de la minería, su carácter de
país agrícola. El cultivo de la tierra ocupa a la gran mayoría de la
población nacional. El indio, que representa las cuatro quintas partes de
ésta, es tradicional y habitualmente agricultor. Desde 1925, a
consecuencia del descenso de los precios del azúcar y el algodón y de la
disminución de las cosechas, las exportaciones de la minería han
sobrepasado largamente a las de la agricultura. La exportación de petróleo
y sus derivados, en rápido ascenso, influye poderosamente en este suceso
(De Lp. 1'387,778 en 1916 se ha elevado a Lp. 7'421,128 en 1926). Pero la
producción agropecuaria no está representada sino en una parte por los
productos exportados: algodón, azúcar y derivados, lanas, cueros, gomas.
La agricultura y ganadería nacionales proveen al consumo nacional,
mientras los productos mineros son casi íntegramente exportados. Las
importaciones de sustancias alimenticias y bebidas alcanzaron en 1925 a Lp.
4'148,311. El más grueso renglón de estas importaciones, corresponde al
trigo, que se produce en el país en cantidad muy insuficiente aún. No
existe estadística completa de la producción y el consumo nacionales.
Calculando un consumo diario de 50 centavos de sol por habitante en
productos agrícolas y pecuarios del país se obtendrá un total de más de Lp.
84'000,000 sobre la población de 4'609,999 que arroja el cómputo de 1896.
Si se supone una población de 5'000,000 de habitantes, el valor del
consumo nacional sube a Lp. 91'250,000. Estas cifras atribuyen una enorme
primacía a la producción agropecuaria en la economía del país.
La minería, de otra parte, ocupa a un número reducido aún de trabajadores.
Conforme al Extracto Estadístico, en 1926 trabajaban en esta industria
28,592 obreros. La industria manufacturera emplea también un contingente
modesto de brazos (7). Sólo las haciendas de caña de azúcar ocupaban en
1926 en sus faenas de campo 22,367 hombres y 1,173 mujeres. Las haciendas
de algodón de la costa, en la campaña de 1922-23, la última a que alcanza
la estadística publicada, se sirvieron de 40,557 braceros; y las haciendas
de arroz, en la campaña 1924p;25, de 11,332.
La mayor parte de los productos agrícolas y ganaderos que se consumen en
el país proceden de los valles y planicies de la Sierra. En las haciendas
de la costa, los cultivos alimenticios están por debajo del mínimum
obligatorio que señala una ley expedida en el período en que el alza del
algodón y el azúcar incitó a los terratenientes a suprimir casi totalmente
aquellos cultivos, con grave efecto en el encarecimiento de las
subsistencias.
La clase terrateniente no ha logrado transformarse en una burguesía
capitalista, patrona de la economía nacional
(8). La minería, el comercio,
los transportes, se encuentran en manos del capital extranjero. Los
latifundistas se han contentado con servir de intermediarios a éste, en la
producción de algodón y azúcar. Este sistema económico, ha mantenido en la
agricultura, una organización semifeudal que constituye el más pesado
lastre del desarrollo del país.
La supervivencia de la feudalidad en la Costa, se traduce en la languidez
y pobreza de su vida urbana. El número de burgos y ciudades de la Costa,
es insignificante. Y la aldea propiamente dicha, no existe casi sino en
los pocos retazos de tierra donde la campiña enciende todavía la alegría
de sus parcelas en medio del agro feudalizado.
En Europa, la aldea desciende del feudo disuelto
(9). En la costa peruana
la aldea no existe casi, porque el feudo, más o menos intacto, subsiste
todavía. La hacienda –con su casa más
o menos clásica, la ranchería generalmente miserable, y el ingenio y sus
colcas–, es el tipo dominante
de agrupación rural. Todos los puntos de un itinerario están señalados por
nombres de haciendas. La ausencia de la aldea, la rareza del burgo,
prolonga el desierto dentro del valle, en la tierra cultivada y
productiva.
Las ciudades, conforme a una ley de geografía económica, se forman
regularmente en los valles, en el punto donde se entrecruzan sus caminos.
En la costa peruana, valles ricos y extensos, que ocupan un lugar
conspicuo en la estadística de la producción nacional, no han dado vida
hasta ahora a una ciudad. Apenas si en sus cruceros o sus estaciones,
medra a veces un burgo, un pueblo estagnado, palúdico, macilento, sin
salud rural y sin traje urbano. Y, en algunos casos, como en el del valle
de Chicama, el latifundio ha empezado a sofocar a la ciudad. La
negociación capitalista se torna más hostil a los fueros de la ciudad que
el castillo o el dominio feudal. Le disputa su comercio, la despoja de su
función.
Dentro de la feudalidad europea los elementos de crecimiento, los factores
de vida del burgo, eran, a pesar de la economía rural, mucho mayores que
dentro de la semifeudalidad criolla. El campo necesitaba de los servicios
del burgo, por clausurado que se mantuviese. Disponía, sobre todo, de un
remanente de productos de la tierra que tenía que ofrecerle. Mientras
tanto, la hacienda costeña produce algodón o caña para mercados lejanos.
Asegurado el transporte de estos productos, su comunicación con la
vecindad no le interesa sino secundariamente. El cultivo de frutos
alimenticios, cuando no ha sido totalmente extinguido por el cultivo del
algodón o la caña, tiene por objeto abastecer al consumo de la hacienda.
El burgo, en muchos valles, no recibe nada del campo ni posee nada en el
campo. Vive, por esto, en la miseria, de uno que otro oficio urbano, de
los hombres que suministra al trabajo de las haciendas, de su fatiga
triste de estación por donde pasan anualmente muchos miles de toneladas de
frutos de la tierra. Una porción de campiña, con sus hombres libres, con
su comunidad hacendosa, es un raro oasis en una sucesión de feudos
deformados, con máquinas y rieles, sin los timbres de la tradición
señorial.
La hacienda, en gran número de casos, cierra completamente sus puertas a
todo comercio con el exterior: los "tambos" tienen la exclusiva del
aprovisionamiento de su población. Esta práctica que, por una parte, acusa
el hábito de tratar al peón como una cosa y no como una persona, por otra
parte impide que los pueblos tengan la función que garantizaría su
subsistencia y desarrollo, dentro de la economía rural de los valles. La
hacienda, acaparando con la tierra y las industrias anexas, el comercio y
los transportes, priva de medios de vida al burgo, lo condena a una
existencia sórdida y exigua.
Las industrias y el comercio de las ciudades están sujetos a un contralor,
reglamentos, contribuciones municipales. La vida y los servicios comunales
se alimentan de su actividad. El latifundio, en tanto, escapa a estas
reglas y tasas. Puede hacer a la industria y comercio urbanos una
competencia desleal. Está en actitud de arruinarlos.
El argumento favorito de los abogados de la gran propiedad es el de la
imposibilidad de crear, sin ella, grandes centros de producción. La
agricultura moderna -se arguye- requiere costosas maquinarias, ingentes
inversiones, administración experta. La pequeña propiedad no se concilia
con estas necesidades. Las exportaciones de azúcar y algodón establecen el
equilibrio de nuestra balanza comercial.
Mas los cultivos, los "ingenios" y las exportaciones de que se
enorgullecen los latifundistas, están muy lejos de constituir su propia
obra. La producción de algodón y azúcar ha prosperado al impulso de
créditos obtenidos con este objeto, sobre la base de tierras apropiadas y
mano de obra barata. La organización financiera de estos cultivos, cuyo
desarrollo y cuyas utilidades están regidas por el mercado mundial, no es
un resultado de la previsión ni la cooperación de los latifundistas. La
gran propiedad no ha hecho sino adaptarse al impulso que le ha venido de
fuera. El capitalismo extranjero, en su perenne búsqueda de tierras,
brazos y mercados, ha financiado y dirigido el trabajo de los
propietarios, prestándoles dinero con la garantía de sus productos y de
sus tierras. Ya muchas propiedades cargadas de hipotecas han empezado a
pasar a la administración directa de las firmas exportadoras.
La experiencia más vasta y típica de la capacidad de los terratenientes
del país, nos la ofrece el departarnento de La Libertad. Las grandes
haciendas de sus valles se encontraban en manos de su aristocracia
latifundista. El balance de largos años de desarrollo capitalista se
resume en los hechos notorios: la concentración de la industria azucarera
de la región en dos grandes centrales, la de Cartavio y la de Casa Grande,
extranjeras ambas: la absorción de las negociaciones nacionales por estas
dos empresas, particularmente por la segunda; el acaparamiento del propio
comercio de importación por esta misma empresa; la decadencia comercial de
la ciudad de Trujillo y la liquidación de la mayor parte de sus firmas
importadoras (10).
Los sistemas provinciales, los hábitos feudales de los antiguos grandes
propietarios de La Libertad no han podido resistir a la expansión de las
empresas capitalistas extranjeras. Estas no deben su éxito exclusivamente
a sus capitales: lo deben también a su técnica, a sus métodos, a su
disciplina. Lo deben a su voluntad de potencia. Lo deben, en general, a
todo aquello que ha faltado a los propietarios locales, algunos de los
cuales habrían podido hacer lo mismo que la empresa alemana ha hecho, si
hubiesen tenido condiciones de capitanes de industria.
Pesan sobre el propietario criollo la herencia y educación españolas, que
le impiden percibir y entender netamente todo lo que distingue al
capitalismo de la feudalidad. Los elementos morales, políticos,
psicológicos del capitalismo no parecen haber encontrado aquí su clima
(11). El capitalista, o mejor el propietario criollo, tiene el concepto de
la renta antes que el de la producción. El sentimiento de aventura, el
ímpetu de creación, el poder organizador, que caracterizan al capitalista
auténtico, son entre nosotros casi desconocidos.
La concentración capitalista ha estado precedida por una etapa de libre
concurrencia. La gran propiedad moderna no surge, por consiguiente, de la
gran propiedad feudal, como los terratenientes criollos se imaginan
probablemente. Todo lo contrario, para que la gran propiedad moderna
surgiese, fue necesario el fraccionamiento, la disolución de la gran
propiedad feudal. El capitalismo es un fenómeno urbano: tiene el espíritu
del burgo industrial, manufacturero, mercantil. Por esto, uno de sus
primeros actos fue la liberación de la tierra, la destrucción del feudo.
El desarrollo de la ciudad necesitaba nutrirse de la actividad libre del
campesino.
En el Perú, contra el sentido de la emancipación republicana, se ha
encargado al espíritu del feudo –antítesis
y negación del espíritu del burgo– la
creación de una economía capitalista.
REFERENCIAS
1. Comentando a Donoso Cortés, el malogrado crítico
italiano Piero Gobetti califica a España como "un pueblo de colonizadores,
de buscadores de oro, no ajenos a hacer de esclavos en caso de
desventura". Hay que rectificar a Gobetti que considera colonizadores a
quienes no fueron sino conquistadores. Pero es imposible no meditar el
juicio siguiente: "El culto de la corrida es un aspecto de este
amor de la diversión y de este catolicismo del espectáculo y de la forma:
es natural que el énfasis decorativo constituya el ideal del haraposo que
se da el aire del señor y que no puede seguir ni la pedagogía anglo-sajona
del heroísmo serio y testarudo, ni la tradición francesa de la fineza. El
ideal español de la señorilidad confina con la holgazanería y por esto
comprende como campo propicio y como símbolo la idea de la corte".
2. "Si Europa es obligada a reconocer los gobiernos de hecho de América
-decía el Vizconde de Chateaubriand- toda su política debe tender a hacer
nacer monarquías en el nuevo mundo, en lugar de estas repúblicas que nos
enviarán sus principios con los productos de su suelo".
3. J. Caillaux, Oú va la France? Oú va l'Europe?, pp. 234 a 239.
4. Extracto Estadístico del Perú. En los años 1924 a 26, el
comercio con Estados Unidos ha seguido aventajando más y más al comercio
con la Gran Bretaña. El porcentaje de la importación de la Gran Bretaña
descendía en 1926 al 15.6 de las importaciones totales y el de la
exportación a 28.5. En tanto, la importación de Estados Unidos alcanzaba
un porcentaje de 46.2, que compensaba con exceso el descenso del
porcentaje de la exportación a 34.5.
5. Véase en el sexto estudio de este volumen sobre Regionalismo y
Centralismo, la nota 4.
6. La deuda exterior del Perú, conforme el Extracto Estadístico de
1926, subía al 31 de diciembre de ese año a Lp. 10'341,906. Posteriormente
se ha colocado en Nueva York un empréstito de 50 millones de dólares, en
virtud de la ley que autoriza al Ejecutivo a la emisión del Empréstito
Nacional Peruano, a un tipo no menor del 86% y con un interés no mayor del
6%, con destino a la cancelación de los empréstitos anteriores,
contratados con un interés del 7 al 8%.
7. El Extracto Estadístico del Perú no consigna ningún dato sobre
el particular. La Estadística Industrial del Perú del Ing. Carlos
P. Jiménez (1922) tampoco ofrece una cifra general.
8. Las condiciones en que se desenvuelve la vida agrícola del país son
estudiadas en el ensayo sobre el problema de la tierra.
9. "La aldea no es -escribe Lucien Romier- como el burgo o la ciudad, el
producto de un agrupamiento: es el resultado de la desmembración de un
antiguo dominio, de una señoría, de una tierra laica o eclesiástica en
torno de un campanario. El origen unitario de la aldea transparece en
varias supervivencias: tal el 'espíritu de campanario', tales las
rivalidades inmemoriales entre las parroquias. Explica el hecho tan
impresionante de que las rutas antiguas no atraviesen las aldeas: las
respetan como propiedades privadas y abordan de preferencia sus confines"
(Explication de Notre Temps).
10. Alcides Spelucín ha expuesto recientemente, en un diario de Lima, con
mucha objetividad y ponderación, las causas y etapas de esta crisis.
Aunque su crítica recalca sobre todo la acción invasora del capitalismo
extranjero, la responsabilidad del capitalismo local -por absentismo, por
imprevisión y por inercia- es a la postre la que ocupa el primer término.
11. El capitalismo no es sólo una técnica; es además un espíritu. Este
espíritu, que en los países anglosajones alcanza su plenitud, entre
nosotros es exiguo, incipiente, rudimentario.
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