1.
EN VISPERAS DE LA REVOLUCION
Las primeras obras del marxismo maduro, "Miseria de la
Filosofía" y el "Manifiesto Comunista",
datan precisamente de la víspera de la revolución
de 1848. Esta circunstancia hace que en estas obras se contenga,
hasta cierto punto, además de una exposición
de los fundamentos generales del marxismo, el reflejo de la
situación
revolucionaria concreta de aquella época; por eso será,
quizás, más conveniente examinar lo que los
autores de esas obras dicen acerca del Estado, inmediatamente
antes de examinar las conclusiones sacadas por ellos de la
experiencia de los anos 1848-1851.
"En el transcurso del desarrollo, la clase obrera --
escribe Marx en 'Miseria de la Filosofía' -- sustituirá
la antigua sociedad burguesa por una asociación que
excluya a las clases y su antagonismo; y no existirá
ya un Poder político propiamente dicho, pues el Poder
político es precisamente la expresión oficial
del antagonismo de clase dentro de la sociedad burguesa"
(pág. 182 de la edición alemana de 1885).
Es interesante confrontar con esta exposición general
de la idea de la desparición del Estado después
de la supresión de las clases, la exposición
que contiene el "Manifiesto Comunista", escrito
por Marx y Engels algunos meses después, a saber, en
noviembre de 1847:
"Al esbozar las fases más generales del desarrollo
del proletariado, hemos seguido la guerra civil más
o menos latente que existe en el seno de la sociedad vigente,
hasta el momento en que se transforma en una revolución
abierta y el proletariado, derrocando por la violencia a la
burguesía, instaura su dominación. . ."
". . . Ya dejamos dicho que el primer paso de la revolución
obrera será la transformación [literalmente:
elevación] del proletariado en clase dominante, la
conquista de la democracia".
"El proletariado se valdrá de su dominación
política para ir arrancando gradualmente a la burguesía
todo el capital, para centralizar todos los instrumentos de
producción en manos del Estado, es decir, del proletariado
organizado como clase dominante, y para aumentar con la mayor
rapidez posible las fuerzas productivas" (págs.
31 y 37 de la 7a edición alemana, de 1906).
Vemos aquí formulada una de las ideas más notables
y más importantes del marxismo en la cuestión
del Estado, a saber: la idea de la "dictadura del proletariado"
(como comenzaron a denominarla Marx y Engels después
de la Comuna de París) y asimismo la definición
del Estado, interesante en el más alto grado, que se
cuenta
también entre las "palabras olvidadas" del
marxismo: "El Estado, es decir, el proletariado organizado
como clase dominante ".
Esta definición del Estado no sólo no se explicaba
nunca en la literatura imperante de propaganda y agitación
de los partidos socialdemócratas oficiales, sino que,
además, se la ha entregado expresamente al olvido,
pues es del todo inconciliable con el reformismo y se da de
bofetadas con los prejuicios oportunistas corrientes y las
ilusiones filisteas con respecto al "desarrollo pacífico
de la democracia".
El proletariado necesita el Estado, repiten todos los oportunistas,
socialchovinistas y kautskianos asegurando que tal es la doctrina
de Marx y "olvidándose " de añadir,
primero, que, según Marx, el proletariado sólo
necesita un Estado que se extinga, es decir, organizado de
tal modo, que comience a extinguirse inmediatamente y que
no pueda por menos de extinguirse; y, segundo, que los trabajadores
necesitan un "Estado", "es decir, el proletariado
organizado como clase dominante".
El Estado es una organización especial de la fuerza,
es una organización de la violencia para la represión
de una clase cualquiera. ¿Qué clase es la que
el proletariado
tiene que reprimir? Sólo es, naturalmente, la clase
explotadora, es decir, la burguesía.
Los trabajadores sólo necesitan el Estado para aplastar
la resistencia de los explotadores, y este aplastamiento sólo
puede dirigirlo, sólo puede llevarlo a la práctica
el proletariado, como la única clase consecuentemente
revolucionaria, como la única clase capaz de unir a
todos los trabajadores y explotados en la lucha contra la
burguesía, por la completa eliminación de ésta.
Las clases explotadoras necesitan la dominación política
para mantener la explotación, es decir, en interés
egoísta de una minoría insignificante contra
la mayoría
inmensa del pueblo. Las clases explotadas necesitan la dominación
política para destruir completamente toda explotación,
es decir, en interés de la mayoría inmensa
del pueblo contra la minoría insignificante de los
esclavistas modernos, es decir, los terratenientes y capitalistas.
Los demócratas pequeñoburgueses, estos seudosocialistas
que han sustituido la lucha de clases por sueños sobre
la armonía de las clases, se han imaginado la
transformación socialista también de un modo
soñador, no como el derrocamiento de la dominación
de la clase explotadora, sino como la sumisión pacífica
de la minoría a la mayoría, que habrá
adquirido conciencia de su misión. Esta utopía
pequeñoburguesa, que va inseparablemente unida al reconocimiento
de un Estado situado por encima de las clases, ha conducido
en la práctica a la traición contra los intereses
de las clases trabajadoras, como lo ha demostrado, por ejemplo,
la historia de las revoluciones francesas de 1848 y 1871,
y como lo ha demostrado la experiencia de la participación
"socialista" en ministerios burgueses en Inglaterra,
Francia, Italia y otros países a fines del siglo XIX
y comienzos del XX.
Marx luchó durante toda su vida contra este socialismo
pequeñoburgués, que hoy vuelve a renacer en
Rusia en los partidos socialrevolucionario y menchevique.
Marx
des arrolló consecuentemente la doctrina de la lucha
de clases hasta llegar a establecer la doctrina sobre el Poder
político, sobre el Estado.
El derrocamiento de la dominación de la burguesía
sólo puede llevarlo a cabo el proletariado, como clase
especial cuyas condiciones económicas de existencia
le preparan para ese derrocamiento y le dan la posibilidad
y la fuerza de efectuarlo.
Mientras la burguesía desune y dispersa a los campesinos
y a todas las capas pequeñoburguesas, cohesiona, une
y organiza al proletariado. Sólo el proletariado --
en virtud de su papel económico en la gran producción
-- es capaz de ser el jefe de todas las masas trabajadoras
y explotadas, a quienes con frecuencia la burguesía
explota, esclaviza y oprime no menos, sino más que
a los proletarios, pero que no son capaces de luchar por su
cuenta para alcanzar su propia liberación.
La doctrina de la lucha de clases, aplicada por Marx a la
cuestión del Estado y de la revolución socialista,
conduce necesariamente al reconocimiento de la dominación
política del proletariado, de su dictadura, es decir,
de un Poder no compartido con nadie y apoyado directamente
en la fuerza armada de las masas. El derrocamiento de
la burguesía sólo puede realizarse mediante
la transformación del proletariado en clase dominante,
capaz de aplastar la resistencia inevitable y desesperada
de la burguesía y de organizar para el nuevo régimen
económico a todas las masas trabajadoras y explotadas.
El proletariado necesita el Poder del Estado, organización
centralizada de la fuerza, organización de la violencia,
tanto para aplastar la resistencia de los explotadores como
para dirigir a la enorme masa de la población, a los
campesinos, a la pequeña burguesía, a los semiproletarios,
en la obra de "poner en marcha" laeconomía
socialista.
Educando al Partido obrero, el marxismo educa a la vanguardia
del proletariado, vanguardia capaz de tomar el Poder y de
conducir a todo el pueblo al socialismo, de
dirigir y organizar el nuevo régimen, de ser el maestro,
el dirigente, el jefe de todos los trabajadores y explotados
en la obra de construir su propia vida social sin burguesía
y contra la burguesía. Por el contrario, el oportunismo
hoy imperante educa en sus partidos obreros a los representantes
de los obreros mejor pagados, que están apartados de
las masas y se "arreglan" pasablemente bajo el capitalismo,
vendiendo por un plato de lentejas su derecho de primogenitura,
es decir, renunciando al papel de jefes revolucionarios del
pueblo contra la burguesía.
"El Estado, es decir, el proletariado organizado como
clase dominante": esta teoría de Marx se halla
inseparablemente vinculada a toda su doctrina acerca de la
misión
revolucionaria del proletariado en la historia. El coronamiento
de esta su misión es la dictacdura proletaria, la dominación
política del proletariacdo.
Pero si el proletariado necesita el Estado como organización
especial de la violencia contra la burguesía, de aquí
se desprende por sí misma la conclusión de si
es
concebible que pueda crearse una organización semejante
sin destruir previamente, sin aniquilar aquella máquina
estatal creada para sí por la burguesía. A esta
conclusión lleva directamente el "Manifiesto Comunista",
y Marx habla de ella al hacer el balance de la experiencia
de la revolución de 1848-1851.
2.
EL BALANCE DE LA REVOLUCION
En el siguiente pasaje de su obra "El 18 Brumario de
Luis Bonaparte", Marx hace el balance de la revolución
de 1848-1851, respecto a la cuestión del Estado, que
es el
que aquí nos interesa:
"Pero la revolución es radical. Está pasando
todavía por el purgatorio. Cumple su tarea con método.
Hasta el 2 de diciembre de 1851 [día del golpe de Estado
de Luis
Bonaparte] había terminado la mitad de su labor preparatoria;
ahora, termina la otra mitad. Lleva primero a la perfección
el Poder parlamentario, para poder derrotarlo.
Ahora, conseguido ya esto, lleva a la perfección el
Poder ejecutivo, lo reduce a su más pura expresión,
lo aísla, se enfrenta con él, con el único
objeto de concentrar contra él todas las fuerzas de
destrucción [subrayado por nosotros]. Y cuando la revolución
haya llevado a cabo esta segunda parte de su labor preliminar,
Europa se levantará y gritará jubilosa: ¡bien
has osado, viejo topo!
Este Poder ejecutivo, con su inmensa organización burocrática
y militar, con su compleja y artificiosa maquinaria de Estado,
un ejército de funcionarios que suma
medio millón de hombres, junto a un ejército
de otro medio millón de hombres, este espantoso organismo
parasitario que se ciñe como una red al cuerpo de la
sociedad
francesa y la tapona todos los poros, surgió en la
época de la monarquía absoluta, de la decadencia
del régimen feudal, que dicho organismo contribuyó
a acelerar". La
primera revolución francesa desarrolló la centralización,
"pero al mismo tiempo amplió el volumen, las atribuciones
y el número de servidores del Poder del gobierno.
Napoleón perfeccionó esta máquina del
Estado". La monarquía legítima y la monarquía
de julio "no añadieron nada más que una
mayor división del trabajo. . ."
". . . Finalmente, la república parlamentaria,
en su lucha contra la revolución, vióse obligada
a fortalecer, junto con las medidas represivas, los medios
y la centralización
del Poder del gobierno. Todas las revoluciones perfeccionaban
esta máquina, en vez de destrozarla [subrayado por
nosotros]. Los partidos que luchaban alternativamente por
la dominación, consideraban la toma de posesión
de este inmenso edificio del Estado como el botín principal
del vencedor" ("El 18 Brumario de Luis Bonaparte",
págs. 98-99, 4a ed., Hamburgo, 1907).
En este notable pasaje, el marxismo avanza un trecho enorme
en comparación con el "Manifiesto Comunista".
Allí, la cuestión del Estado planteábase
todavía de un modo extremadamente abstracto, operando
con las nociones y las expresiones más generales. Aquí,
la cuestión se plantea ya de un modo concreto, y la
conclusión a que se llega es extraordinariamente precisa,
definida, prácticamente tangible: todas las revoluciones
anteriores perfeccionaron la máquina del Estado, y
lo que hace falta es romperla, destruirla.
Esta conclusión es lo principal, lo fundamental, en
la doctrina del marxismo sobre el Estado Y precisamente esto,
que es lo fundamental, es lo que no sólo ha sido olvidado
completamente por los partidos socialdemócratas oficiales
imperantes, sino lo que ha sido evidentemente tergiversado
(como veremos más abajo) por el más destacado
teórico de la II Internacional, C. Kautsky.
En el "Manifiesto Comunista" se resumen los resultados
generales de la historia, que nos obligan a ver en el Estado
un órgano de dominación de clase y nos llevan
a la
conclusión necesaria de que el proletariado no puede
derrocar a la burguesía si no empieza por conquistar
el Poder político, si no logra la dominación
política, si no
transforma el Estado en el "proletariado organizado como
clase dominante", y de que este Estado proletario comienza
a extinguirse inmediatamente después de su triunfo,
pues en una sociedad sin contradicciones de clase el Estado
es innecesario e imposible.
Pero aquí no se plantea la cuestión de cómo
deberá realizarse -- desde el punto de vista del desarrollo
histórico -- esta sustitución del Estado burgués
por el Estado
proletario.
Esta cuestión es precisamente la que Marx plantea y
resuelve en 1852. Fiel a su filosofía del materialismo
dialéctico, Marx toma como base la experiencia histórica
de
los grandes años de la revolución, de los años
1848-1851. Aquí, como siempre, la doctrina de Marx
es un resumen de la experiencia, iluminado por una profunda
concepción filosófica del mundo y por un rico
conocimiento de la historia.
La cuestión del Estado se plantea de un modo concreto:
¿cómo ha surgido históricamente el Estado
burgués, la máquina del Estado que necesita
para su dominación la burguesía? ¿Cuáles
han sido sus cambios, cuál su evolución en el
transcurso de las revoluciones burguesas y ante las acciones
independientes de las clases oprimidas? ¿Cuáles
son las tareas del proletariado en lo tocante a esta máquina
del Estado?
El Poder estatal centralizado, característico de la
sociedad burguesa, surgió en la época de la
caída del absolutismo. Dos son las instituciones más
características de esta máquina del Estado:
la burocracia y el ejército permanente. En las obras
de Marx y Engels se habla reiteradas veces de los miles de
hilos que vinculan a estas
instituciones precisamente con la burguesía. La experiencia
de todo obrero revela estos vínculos de un modo extraordinariamente
evidente y sugeridor. La clase obrera
aprende en su propia carne a comprender estos vínculos,
por eso, capta tan fácilmente y se asimila tan bien
la ciencia del carácter inevitable de estos vínculos,
ciencia que los demócratas pequeñoburgueses
niegan por ignorancia y por frivolidad, o reconocen, todavía
de un modo más frívolo, "en términos
generales", olvidándose de sacar las conclusiones
prácticas correspondientes.
La burocracia y el ejército permanente son un "parásito"
adherido al cuerpo de la sociedad burguesa, un parásito
engendrado por las contradicciones internas que
dividen a esta sociedad, pero, precisamente, un parásito
que "tapona" los poros vitales. El oportunismo kautskiano
imperante hoy en la socialdemocracia oficial considera patrimonio
especial y exclusivo del anarquismo la idea del Estado como
un organismo parasitario. Se comprende que esta tergiversación
del marxismo sea extraordinariamente ventajosa para esos filisteos
que han llevado el socialismo a la ignominia inaudita de justificar
y embellecer la guerra imperialista mediante la aplicación
a ésta del concepto de la "defensa de la patria",
pero es, a pesar de todo, una tergiversación indiscutible.
A través de todas las revoluciones burguesas vividas
en gran número por Europa desde los tiempos de la caída
del feudalismo, este aparato burocrático y militar
va
desarrollándose, perfeccionándose y afianzándose.
En particular, es precisamente la pequeña burguesía
la que se pasa al lado de la gran burguesía y se somete
a ella en una medida considerable por medio de este aparato,
que suministra a las capas altas de los campesinos, pequeños
artesanos, comerciantes, etc., puestecitos relativamente cómodos,
tranquilos y honorables, que colocan a sus poseedores por
encima del pueblo. Fijaos en lo ocurrido en Rusia en el medio
año transcurrido desde el 27 de febrero de 1917: los
cargos burocráticos, que antes se adjudicaban preferentemente
a los miembros de las centurias negras, se han convertido
en botín de kadetes, mencheviques y socialrevolucionarios.
En el fondo, no se pensaba en ninguna reforma seria, esforzándose
por aplazadas "hasta la Asamblea Constituyente",
y aplazando poco a poco la Asamblea Constituyente ¡hasta
el final de la guerra! ¡Pero para el reparto del botín,
para la ocupación de los puestecitos de ministros,
subsecretarios, gobernadores generales, etc., etc., no se
dio largas ni se esperó a ninguna Asamblea Constituyente!
El juego en torno a combinaciones para formar gobierno no
era, en el fondo, más que la expresión de este
reparto y reajuste del "botín", que se hacía
arriba y abajo, por todo el país, en toda la administración,
central y local. El balance, un balance objetivo, del medio
año que va desde el 27 de febrero al 27 de agosto de
1917 es indiscutible: las reformas se aplazaron, se efectuó
el reparto de los puestecitos burocráticos, y los "errores"
del reparto se corrigieron mediante algunos reajustes.
Pero cuanto más se procede a estos "reajustes"
del aparato burocrático entre los distintos partidos
burgueses y pequeñoburgueses (entre los kadetes, socialrevolucionarios
y mencheviques, si nos atenemos al ejemplo ruso), con tanta
mayor claridad ven las clases oprimidas, y a la cabeza de
ellas el proletariado, su hostilidad irreconciliable contra
toda la sociedad burguesa. De aquí la necesidad, para
todos los partidos burgueses, incluyendo a los más
democráticos y revolucionariodemocráticos",
de reforzar la represión contra el proletariado revolucionario,
de fortalecer el aparato de represión, es decir, la
misma máquina del Estado. Esta marcha de los acontecimientos
obliga a la revolución "a concentrar todas las
fuerzas de destrucción " contra el Poder estatal,
la obliga a proponerse como objetivo, no el perfeccionar la
máquina del Estado, sino el destruirla, el aplastarla.
No fue la deducción lógica, sino el desarrollo
real de los acontecimientos, la experiencia viva de los años
1848-1851, lo que condujo a esta manera de plantear la
cuestión. Hasta qué punto se atiene Marx rigurosamente
a la base efectiva de la experiencia histórica, se
ve teniendo en cuenta que en 1852 Marx no plantea todavía
el
problema concreto de saber con qué se va a sustituir
esta máquina del Estado que ha de ser destruida. La
experiencia no suministraba todavía entonces los materiales
para esta cuestión, que la historia puso al orden del
día más tarde, en 1871. En 1852, con la precisión
del observador que investiga la historia natural, sólo
podía registrarse una cosa: que la revolución
proletaria había de abordar la tarea de "concentrar
todas las fuerzas de destrucción" contra el Poder
estatal, la tarea de "romper" la máquina
del Estado.
Aquí puede surgir esta pregunta: ¿Es justo generalizar
la experiencia, las observaciones y las conclusiones de Marx,
aplicándolas a zonas más amplias que la historia
de Francia en los tres años que van de 1848 a 1851?
Para examinar esta pregunta, comenzaremos recordando una observación
de Engels y pasaremos luego a los hechos.
"Francia -- escribía Engels en el prólogo
a la tercera edición del '18 Brumario' -- es el país
en el que las luchas históricas de clases se han llevado
cada vez a su término
decisivo más que en ningún otro sitio y donde,
por tanto, las formas políticas variables dentro de
las que se han movido estas luchas cde clases y en las que
han encontrado su expresión los resultados de las mismas,
y en las que se condensan sus resultados, adquieren también
los contornos más acusados. Centro del feudalismo en
la Edad Media y país modelo de la monarquía
unitaria corporativa desde el Renacimiento, Francia pulverizó
el feudalismo en la gran revolución e instauró
la dominación pura de la burguesía bajo una
forma clásica como ningún otro país de
Europa. También la lucha del proletariado que se alza
contra la burguesía dominante reviste aquí una
forma violenta, desconocida en otros países" (pág.
4, ed. de 1907)
La última observación está anticuada,
ya que a partir de 1871 se ha operado una interrupción
en la lucha revolucionaria del proletariado francés,
si bien esta interrupción, por mucho que dure, no excluye,
en modo alguno, la posibilidad de que, en la próxima
revolución proletaria, Francia se revele como el país
clásico de la lucha de clases hasta su final decisivo.
Pero echemos una ojeada general a la historia de los países
adelantados a fines del siglo XIX y comienzos del XX. Veremos
que, de un modo más lento, más variado, y en
un campo de acción mucho más extenso, se desarrolla
el mismo proceso: de una parte, la formación del "Poder
parlamentario", lo mismo en los países republicanos
(Francia, Norteamérica, Suiza) que en los monárquicos
(Inglaterra, Alemania hasta cierto punto, Italia, los Países
Escandinavos, etc.); de otra parte, la lucha por el Poder
entre los distintos partidos burgueses y pequeñoburgueses,
que se reparten y se vuelven a repartir el "botín"
de los puestos burocráticos, dejando intangibles las
bases
del régimen burgués; y finalmente, el perfeccionamiento
y fortalecimiento del "Poder ejecutivo", de su aparato
burocrático y militar.
No cabe la menor duda de que éstos son los rasgos generales
que caracterizan toda la evolución moderna de los Estados
capitalistas en general. En el transcurso de tres años,
de 1848 a 1851, Francia reveló, en una forma rápida,
tajante, concentrada, los mismos procesos de desarrollo característicos
de todo el mundo capitalista.
Y en particular el imperialismo, la época del capital
bancario, la época de los gigantescos monopolios capitalistas,
la época de transformación del capitalismo monopolista
en capitalismo monopolista de Estado, revela un extraordinario
fortalecimiento de la "máquina del Estado",
un desarrollo inaudito de su aparato burocrático y
militar, en relación con el aumento de la represión
contra el proletariado, así en los países monárquicos
como en los países republicanos más libres.
Indudablemente, en la actualidad, la historia del mundo conduce,
en proporciones incomparablemente más amplias que en
1852, a la "concentración de todas las fuerzas"
de la revolución proletaria para la "destrucción"
de la máquina del Estado.
¿Con qué ha de sustituir el proletariado esta
máquina? La Comuna de París nos suministra los
materiales más instructivos a este respecto.
3.
COMO PLANTEABA MARX LA CUESTION EN 1852
En 1907, publicó Mehring en la revista "Neue Zeit"
(XXV, 2, pág. 164) extractos de una carta de Marx a
Weydemeyer, del 5 de marzo de 1852. Esta carta contiene, entre
otros, el siguiente notable pasaje:
"Por lo que a mí se refiere, no me caben ni el
mérito de haber descubierto la existencia de las clases
en la so ciedad moderna, ni el de haber descubierto la lucha
entre ellas. Mucho antes que yo, algunos historiadores burgueses
habían expuesto el desarrollo histórico de esta
lucha de clases y algunos economistas burgueses la anatomía
económica de las clases. Lo que yo aporté de
nuevo fue demostrar: 1) que la existencia de las clases sólo
va unida a determinadas fases históricas de desarrollo
de la producción (historische Entwicklungsphasen der
Produktion ); 2) que la lucha de clases conduce, necesariamente,
a la dictadura del proletariado; 3) que esta misma dictadura
no es de por sí más que el tránsito hacia
la abolición de todas las clases y hacia una sociedad
sin clases".
En estas palabras, Marx consiguió expresar de un modo
asombrosamente claro dos cosas: primero, la diferencia fundamental
y cardinal entre su doctrina y las doctrinas
de los pensadores avanzados y más profundos de la burguesía,
y segundo, la esencia de su teoría del Estado.
Lo fundamental en la doctrina de Marx es la lucha de clases.
Así se dice y se escribe con mucha frecuencia. Pero
esto no es exacto. De esta inexactitud se deriva con gran
frecuencia la tergiversación oportunista del marxismo,
su falseamiento en un sentido aceptable para la burguesía.
En efecto, la doctrina de la lucha de clases no fue creada
por Marx, sino por la burguesía, antes de Marx, y es,
en términos generales, aceptable para la burguesía.
Quien reconoce solamente la lucha de clases no es aún
marxista, puede mantenerse todavía dentro del marco
del pensamiento burgués y de la política burguesa.
Circunscribir el marxismo a la doctrina de la lucha de clases
es limitar el marxismo, bastardearlo, reducirlo a algo que
la burguesía puede aceptar. Marxista sólo es
el que hace extensivo el reconocimiento de la lucha de clases
al reconocimiento de la dictadura del proletariado. En esto
es en lo que estriba la más profunda diferencia entre
un marxista y un pequeño (o un gran) burgués
adocenado. En esta piedra de toque es en la que hay que contrastar
la comprensión y el reconocimiento real del marxismo.
Y no tiene nada de sorprendente que cuando la historia de
Europa ha colocado prácticamente a la clase obrera
ante esta cuestión, no sólo todos los oportunistas
y reformistas, sino también todos los "kautskianos"
(gentes que vacilan entre el reformismo y el marxismo) hayan
resultado ser miserables filisteos y demócratas pequeñoburgueses,
que niegan la dictadura del proletariado. El folleto de Kautsky
"La dictadura del proletariado", publicado en agosto
de 1918, es decir, mucho después de aparecer la primera
edición del presente libro, es un modelo de tergiversación
filistea del marxismo, del que de hecho se reniega ignominiosamente,
aunque se le acate hipócritamente de palabra. (Véase
mi folleto "La revolución
proletaria y el renegado Kautsky", Petrogrado y Moscú,
1918.)
El oportunismo de nuestros días, personificado por
su principal representante, el exmarxista C. Kautsky, cae
de lleno dentro de la característica de la posición
burguesa
que traza Marx y que hemos citado, pues este oportunismo circunscribe
el terreno del reconocimiento de la lucha de clases al terreno
de las relaciones burguesas. (¡Y dentro de este terreno,
dentro de este marco, ningún liberal culto se negaría
a reconocer, "en principio", la lucha de clases!)
El oportunismo no extiende el reconocimiento de la lucha de
clases precisamente a lo más fundamental, al período
de transición del capitalismo al comunismo, al período
de derrocamiento de la burguesía y de completa destrucción
de ésta. En realidad, este período es inevitablemente
un período de lucha de clases de un encarnizamiento
sin precedentes, en que ésta reviste formas agudas
nunca vistas, y, por consiguiente, el Estado de este período
debe ser inevitablemente un Estado democrático de una
manera nueva (para los proletarios y los desposeídos
en general) y dictatorial de una manera nueva (contra la burguesía).
Además, la esencia de la teoría de Marx sobre
el Estado sólo la ha asimilado quien haya comprendido
que la dictadura de una clase es necesaria, no sólo
para toda
sociedad de clases en general, no sólo para el proletariado
después de derrocar a la burguesía, sino también
para todo el período histórico que separa al
capitalismo de la "sociedad sin clases", del comunismo.
Las formas de los Estados burgueses son extraordinariamente
diversas, pero su esencia es la misma: todos esos Estados
son, bajo una forma o bajo otra, pero, en último resultado,
necesariamente, una dictadura de la burguesía. La transición
del capitalismo al comunismo no puede, naturalmente, por menos
de proporcionar una enorme abundancia y diversidad de formas
políticas, pero la esencia de todas ellas será,
necesariamente, una: la dictadura del proletariado.
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