Indice |
Al final de la última conferencia dejábamos Minneápolis y estábamos de regreso a New York, buscando nuevos rumbos para conquistar. La gran oleada de huelgas de 1934, la segunda bajo la administración de Roosevelt, no había agotado todavía sus fuerzas. En el número de obreros implicados, pero no en otros aspectos, alcanzó su cresta en septiembre, con la huelga general de los obreros textiles. 750.000 obreros de fábricas de algodón fueron a la huelga el 1 de septiembre de 1934. The Militant reportó la huelga con una editorial completa con consejos sobre qué deberían hacer los huelguistas. Montada sobre la oleada del movimiento de masas trabajadoras, nuestra organización política avanzaba. Nuestro progreso, sin embargo, fue interrumpido por un momento por un pequeño obstáculo, llamado crisis financiera. La misma edición de The Militant que reportaba la huelga de los 750.000 obreros textiles con unos pocos artículos sobre las conclusiones de la huelga de Minneapolis, llevaba la siguiente noticia en la página frontal. La copié hoy para darles a ustedes el sabor de la situación tal cual se nos presentaba en aquel momento:
"Estamos en una crisis... Nuestras actividades en Minneapolis han agotado nuestros recursos... He aquí los hechos: es sólo una cuestión de días para que aparezca el jefe de policía en nuestro local y nos saque a la calle nuestro equipo de impresión. Ya ha llegado una nota de desalojo. Y aún si el propietario fuera misericordioso por unos pocos días, probablemente estaríamos obligados a dejar de funcionar de todas formas. Se debe una gran cuenta de electricidad; la luz y la corriente serán cortadas. La compañía de gas, la compañía de papel y un montón de otros cobradores están sobre nuestro cuello exigiendo pagos. Envíen colaboraciones. ¡Actúen ahora!"
Así equipados nos dirigimos al American Workers Party con otra propuesta de unidad. Los llamamos a unirse para formar un nuevo partido que conquiste el mundo. Reabrimos las negociaciones con una carta del 7 de septiembre, requiriéndole al AWP que tome una posición positiva en favor de la unificación y que forme un comité para discutir con nosotros el programa y los detalles organizativos. Esta vez recibimos una respuesta rápida del American Workers Party. Era una carta de dos caras. Por un lado, bajo la influencia de los cuadros y los activistas de base en la conferencia de Pittsburgh, quienes habían hablado bastante enfáticamente en favor de la unidad, la carta del AWP, firmada por Muste, el Secretario Nacional, era conciliadora en el tono y hablaba en favor de la unidad si podíamos llegar a algún acuerdo. Expresaba los sentimientos de los elementos honestos, activos, el campo obrero del AWP. Creo que el mismo Muste tenía igual disposición en aquel momento. La misma carta, sin embargo, tenía otro lado que contenía una referencia provocadora sobre la Unión Soviética. Representaba la influencia de Salutsky y Budenz, quienes eran hostiles a unirse con los trotskistas.
El AWP no era una organización homogénea. Su carácter progresivo estaba determinado por dos factores: 1) a través de sus actividades en el movimiento de masas, en los sindicatos y en el campo de los desocupados, habían atraído algunos militantes obreros de base y cuadros que estaban en serio por pelear contra el capitalismo. 2) la dirección general en la que se movía el AWP en ese momento era claramente hacia la izquierda, hacia una posición revolucionaria. Esos dos factores determinaban el carácter progresivo del movimiento de Muste de conjunto. Al mismo tiempo, como ya he dicho, nos dábamos cuenta de que no era una organización homogénea. De hecho, tenía adentro todo tipo de especies políticas. En otras palabras, los miembros del AWP incluían de todo, desde proletarios revolucionarios hasta canallas reaccionarios y falsos.
La personalidad sobresaliente del American Workers Party era A. J. Muste, un hombre notable que siempre fue extremadamente interesante para mí y por quien siempre he tenido los sentimientos más amigables. Era un hombre capaz y enérgico, evidentemente sincero y entregado a la causa, a su trabajo. El punto en contra era su pasado. Muste había comenzado su vida como un predicador. Para empezar, esto significó dos obstáculos para él. Porque es muy difícil sacar algo de un predicador. Digo esto más con tristeza que con enojo. Lo he visto intentar varias veces, pero nunca con éxito. Muste era, se puede decir, la última y mejor oportunidad; y aún él, la mejor perspectiva de todas, no pudo avanzar hasta el final a causa de aquel terrible pasado de iglesia, que lo había estropeado en sus años de formación. Tomar el opio de la religión es muy malo en sí mismo -Marx la definió correctamente como un opio. Pero vender el opio de la religión, como hacen los predicadores es mucho peor. Es una ocupación que deforma la mente humana. Ni un solo predicador, de los muchos que han ido al movimiento radical de Norteamérica, a través de su historia, ni uno solo de ellos cambió y se transformó en revolucionario genuino. Pero, a pesar del obstáculo de su pasado, Muste era prometedor por sus cualidades personales excepcionales, y por la gran influencia que tenía sobre la gente que lo rodeaba; su prestigio y su buena reputación. Muste prometía transformarse en una fuerza real como dirigente en un nuevo partido.
Muste no era el único dirigente del AWP. Era, podría decirse, el mediador, el dirigente central que balanceaba las cosas entre los lados en pugna.
Había otro hombre extremadamente capaz en el Comité Nacional del American Workers Party. Lo mencioné en una conferencia anterior: su nombre era Salutsky. Ese era el nombre bajo el cual lo conocimos en el Partido Socialista y en los primeros años del comunismo norteamericano. Ahora anda bajo el nombre de J. B. S. Hardman, el editor de Advance, órgano oficial del Amalgamated Clothing Workers (Obreros Textiles Unidos), y ha tenido ese puesto por los últimos 20 años. Salutsky era un hombre a medias. Intelectualmente, era un socialista. Su pasado estaba en el movimiento socialista ruso, el bund judío. Fue un dirigente sobresaliente de la Federación Socialista Judía del Partido Socialista Norteamericano. Por años fue el editor del órgano de la Federación Judía, y más capaz que Olgin y otros destacados miembros en el movimiento. Moralmente, Salutsky era un débil, un veleta oportunista que nunca podía terminar de decidirse ir de lleno en una dirección. Quería y no quería. Estaba siempre dividido en su lealtad, y cada movimiento que hacía en una dirección era contrarrestado por la contradicción que llevaba adentro, aquella doble personalidad, que lo empujaba en otra dirección. Vivía una doble vida. Los domingos quería ser de un partido, dar conferencias, discutir teoría, asociarse con gente de ideas. Pero los días de semana era J. B. S. Hardman, el editor lacayo del Advance, certero tirador intelectual que hacía toda clase de trabajo sucio para aquel patán ignorante y engañabobos que era el jefe del Amalgamated Clothing Workers, Sydney Hillman.
Conocía a Salutsky bastante bien desde el punto de vista personal. Cuando lo encontré en 1934, en el curso de las negociaciones con el American Workers Party, estábamos por segunda vez en una situación similar. Trece años antes, en 1921, él y yo -en bandos opuestos- participamos en el comité de negociación conjunto de los "Consejos Obreros" y el Partido Comunista clandestino. "Consejos Obreros" era el nombre de un grupo de corta vida de los Socialistas de lzquierda que rompió en 1921 con el Partido Socialista; es decir dos años después de la gran ruptura decisiva de 1919, y vio la unidad con nosotros sobre la base de un Partido Comunista legal. Su posición fue acorde con su característica. En 1919, cuando tuvo lugar la ruptura principal, cuando todo el movimiento estaba dividido en comunistas por un lado y socialdemócratas por otro, Salutsky rechazó a los comunistas y permaneció en el Partido Socialista. Pero sus tendencias izquierdistas y su conocimiento del socialismo eran tales que no podía reconciliarse completamente con el ala derecha, y comenzó a jugar con la organización de un nuevo grupo de izquierda en el Partido Socialista. Ese era un grupo de comunistas de segundo grado, de segunda línea. Hacia 1921, Salutsky, sus amigos y gente parecida, fueron a una nueva ruptura del Partido Socialista y formaron otra organización, los "Consejos Obreros".
Fue una característica de Salutsky que nunca llegó a unirse al Partido Comunista directamente y sin reservas, ni en 1919 ni en 1921. No quería unirse al Partido Comunista clandestino, sólo formar un nuevo partido con un programa moderado, estrictamente "legal". Se unió por la puerta trasera en 1921, a través de esa fusión que hicimos con el "Consejo Obrero" para formar nuestro partido legal, el Workers Party. Aquella fusión coincidió justo con nuestros propósitos en aquel momento. El Partido Comunista de Estados Unidos era clandestino y estábamos intentando sacarlo a la legalidad por grados, como ya he relatado. En aquel momento, queríamos formar una organización legal, no como partido autosuficiente, sino como una pantalla del movimiento clandestino y como un paso de nuestra pelea por la legalidad. Servía muy bien a nuestros propósitos efectivizar una unificación con grupos a medias como la organización de Salutsky, el "Consejo Obrero", y lanzar un partido legal en el cual la mayoría comunista estuviera asegurada firmemente. Este partido legal -conocido como Workers Party- estaba completamente bajo la dominación del Partido Comunista. Todo el mundo sabía que era la expresión legal del Partido Comunista. Lo que hizo Salutsky fue una suerte de adhesión enmascarada al movimiento comunista. Pero no estuvo mucho tiempo. Cuando el Workers Party lanzó una campaña contra la burocracia sindical, comenzó a escaparse. Salutsky no tenía estómago para esa clase de cosas.
Una cosa es hacer una conferencia un domingo sobre el socialismo y la lucha de clases, explicar las contradicciones del capitalismo y la inevitabilidad de la revolución. Otra cosa es comprometerse con la acción práctica revolucionaria que puede llevar a uno a conflictos con los burócratas. Salutsky pronto se fue del Workers Party, o fue expulsado -no recuerdo cómo fue. Pero eso no importa.
Salutsky, sin embargo, no podría dejar de jugar con las ideas del socialismo y la revolución. Se unió a la CPLA (Conferencia de Acción Obrera Progresista), la predecesora del American Workers Party. Ayudó a darle una cierta dirección política, y apoyó la idea de transformarla en un partido, pero quería un partido pseudo-revolucionario, no uno real. No quería conflictos con la burocracia de los sindicatos y por sobre todas las cosas temía una unión con los trotskistas. Nada de lo que Salutsky podía hacer para sabotear la unificación dejó de hacerlo. El conocía, como muchos otros, aquella característica de nuestro movimiento que he mencionado en conferencias anteriores: trotskista significa seriedad. Salutsky sabía que una vez que tuviera lugar una fusión del AWP con los trotskistas, toda posibilidad futura de disfrazarse como socialista con un partido pseudo-radical estaría perdida para él.
En las negociaciones nos encontramos con Salutsky como enemigos, bien educados por supuesto, como es la costumbre prevalente para los negociadores, pasamos el día haciendo unas pocas bromas y ocultando el puñal -al menos al principio. Recuerdo el primer día para nosotros -Shachtman y yo, y creo que Abern u Oehler- no estoy seguro quién -entramos en la oficina del American Workers Party para encontrarnos concertadamente con Muste, Salutsky y Hook, el profesor de la Universidad de New York que después rozó el socialismo. Como estábamos intercambiando bromas antes de que empezara el mitín, Salutsky me dijo, con aquella sonrisa triste que parecía llevar siempre: "Siempre leo The Militant. Me gusta ver qué tienen para decir los trotskistas". Tenía en la punta de la lengua responderle que siempre leo el Advance para ver qué tiene Hillman para decir. Pero lo dejé pasar. Estábamos con la mejor actitud, para poder llevar adelante la unidad con las menores fricciones sobre pequeñeces posibles. Salutsky intentó sabotear la unidad por todos los medios, pero al final perdió el juego. En vez de empujar al American Workers Party lejos de los trotskistas, los empujamos hacia nosotros, en una unificación eventual, y fue hecho a un costado como un trapo viejo. Esto puso fin a las actividades de Salutsky como "socialista". Dejó el partido, y la política radical también. Ahora está en el campo de Roosevelt -y ahí es donde pertenece.
Otro dirigente sobresaliente del American Workers Party en aquel momento era un hombre llamado Louis Budenz. Había sido un trabajador social. Su interés en el movimiento obrero fue el de un estudiante -observador y publicista de una revista que daba consejos a los trabajadores pero no representaba un movimiento organizado. Eventualmente, por medio de la CPLA, se vio envuelto por primera vez en el movimiento de masas para el cual tenía incuestionablemente un talento considerable. El trabajo de masas es un trabajo duro y devora a mucha gente. Hacia 1934 Budenz, que no tenía un pasado o educación socialista, era un 100 por ciento patriota, tres cuartos stalinista, cansado y algo enfermo, buscando una oportunidad para venderse. Era un oponente de la unificación. Budenz ya estaba mirando hacia el partido stalinista, así como una considerable sección del AWP lo había hecho. Sólo la vigorosa intervención de los trotskistas y la presión de nuestras negociaciones por la unidad impidieron que el partido stalinista se tragara a una gran parte del AWP en ese momento. Debo agregar que Budenz eventualmente encontró su oportunidad de venderse, hoy es editor del Daily Workers y por años ha estado haciendo todos los trabajos sucios por los que le pagan.
Después estaba Ludwig Lore, bien conocido por nosotros desde los viejos tiempos del Partido Comunista. Lore, uno de los primeros comunistas en los Estados Unidos, uno de los editores de Class Struggle, la primera revista comunista en este país; un socialista de izquierda más que un comunista de corazón, estaba pasando por el AWP en su camino para completar la reconciliación con la democracia burguesa. Finalmente consiguió un trabajo en el New York Evening Post como un columnista ultra-patriótico. Lore estaba en contra de la unificación.
Estas eran algunas de las figuras líderes en el AWP. Discutiendo en nuestras filas la cuestión de unificarnos con los musteístas, encontramos oposición, el comienzo de una fracción sectaria en nuestro movimiento encabezada por Oehler y Stamm. Escuchamos los viejos argumentos familiares de los sectarios, que ven sólo a los dirigentes oficiales de las organizaciones, no a la militancia, y que juzgan de acuerdo a esto. Ellos preguntaban: "¿Cómo nos podemos unir con Salutsky, con Lore, y los otros?" Si no hubiera habido nada más que Salutsky, Lore y compañía en el American Workers Party, habría habido alguna lógica en su oposición.
Detrás de estos falsos y renegados veíamos alguna gente seria, algunos militantes proletarios. Antes había mencionado al camarada que dirigió la huelga de Toledo. Tenían numerosos elementos de este tipo en Pennsylvania y en el Medio Oeste. Ellos habían construido una organización de desocupados de tamaño considerable. Esos activistas proletarios en el AWP eran del tipo que nos interesaba; lo mismo que Muste de quien nosotros pensábamos que podía transformarse en un bolchevique. Al lado de Muste, que era una figura por sí mismo, al lado de Budenz, Salutsky, Lore, había otros en esta masa heterogénea llamada American Workers Party: la gente de Toledo; los cuadros y militantes en el movimiento de desocupados y algunos cuadros y militantes de los sindicatos. En suma, para redondear la lista del American Workers Party, había algunas chicas del YWCA, estudiosos de la Biblia, intelectuales varios, profesores universitarios y algunos no clasificados que sólo se han extraviado. Nuestra tarea política era no permitir que los stalinistas se tragaran este movimiento, y remover un obstáculo centrista de nuestro camino haciendo una unificación con los activistas proletarios y la gente seria, aislando a los impostores y descartando a los elementos inasimilables. Esa era una gran tarea pero al fin triunfamos no sin gran esfuerzo y dificultades.
Yo mencioné que la carta del AWP, en respuesta a nuestra segunda propuesta para negociar, contenía una provocación sobre la cuestión rusa, incuestionablemente inspirada por Salutsky y Budenz. Extraigo unas pocas frases de aquella carta para darles una idea sobre la provocación: "Debemos tener cuidado de que nuestra crítica a las políticas de la Internacional Comunista y del Partido Comunista no sólo no sean, sino que estén libres de cualquier apariencia de ser un ataque sobre la Unión Soviética. Sin embargo, por justificadas que hayan sido algunas de las críticas de la CPLA a cierta política de la Unión Soviética, han quedado en la opinión pública como una expresión de una actitud antagónica hacia la Unión Soviética".
Continuaban diciendo en la carta que debía haber un claro entendimiento, que de unirse con nosotros, ellos no se iban a volver anti-soviéticos. Cuando leímos esa carta en nuestra reunión del Comité Nacional no lo podíamos creer. Nosotros habíamos estado defendiendo a la Unión Soviética desde 1917. Esta gente en gran parte recién la había descubierto y ya nos daba conferencias sobre nuestras obligaciones hacia la Unión Soviética. Muy violentos, nos sentamos y escupimos una quemante respuesta para sacarlos del medio. Luego de escribirla, diciéndoles dónde podían metérsela, nos enfriamos. Lo reconocimos como lo que era: una provocación. Hubiera sido muy tonto de nuestra parte caer en la trampa y perder de vista nuestras tareas y objetivos políticos. Por consiguiente, delineamos en la reunión del comité otra respuesta que: 1) sentaría firmemente nuestra posición sobre la Unión Soviética; 2) simularía no tomar en cuenta la provocación; 3) enfatizaría de nuevo la necesidad de la unidad.
Esa clase de respuesta estaba hecha para hacerle más duro a los provocadores su tarea de evitar la unidad entre los militantes del AWP.
Mientras estábamos sentados en la reunión en nuestro cuartel general de la Segunda Avenida, discutiendo los puntos de este bosquejo y decidiendo quién escribiría la declaración, recibimos una visita del profesor Hook y Burnham quienes eran miembros de este fantástico comité nacional del American Workers Party. Ellos estaban por la fusión. Eso era muy ventajoso para nosotros -tener un par de profesores en el comité del AWP en favor de la fusión sin considerar cuáles podrían ser sus motivos reales. Hook quería la fusión para deshacerse del AWP y terminar su breve aventura en la política partidaria. Quería retirarse a los costados, el único lugar donde él se sentía siempre en casa, y al que nunca debió haber dejado. Burnham, como más tarde mostraron los acontecimientos, quería la unidad con los trotskistas porque iba a dar después un paso más allá, volviéndose un poco más radical; quería probar con la punta del pie el agua fría de la política proletaria mientras estaba firmemente apoyado con el otro pie en la orilla de la burguesía. Los dos valerosos profesores nos advirtieron de la provocación. Temían que les respondiéramos de un modo que hiciera imposible la unidad. Por eso habían venido a visitarnos. Se sintieron muy complacidos y aliviados cuando les dimos el segundo borrador de nuestra respuesta.
Mientras todo esto pasaba en nuestro campo, las cosas se sacudían en todos lados, en todas las organizaciones, bajo el impacto del desarrollo del movimiento de masas. Nosotros estábamos empezando a atraer a pequeños grupos de gente de los lovestonistas y otros círculos en aquel momento. Había una noticia en The Militant del 8 de setiembre: "El grupo de Lovestone se rompe en Detroit. Cinco se unen a la Liga". La misma edición de The Militant contaba que Herbert Zam había dejado la organización de Lovestone y que Zam y Gitlow iban a unirse al Partido Socialista. The Militant del 29 de setiembre reportaba: "Los bolcheviques-leninistas franceses se han unido al Partido Socialista de Francia como una fracción". Esa fue la primera gran acción tomada llevando adelante la línea de Trotsky del "giro francés" que apuntaba a que nuestros camaradas se unan, siempre que sea posible, a aquellas organizaciones socialistas reformistas que pudieran estar abiertas a ellos para establecer contacto con las alas izquierdas en desarrollo y, de este modo, sentar las bases para un nuevo partido.
Nuestras propuestas organizativas, que fueron sometidas al American Workers Party en nuestro tercer encuentro, ayudaron a facilitar la unificación. Siempre creímos que el programa decide todo. Un grupo que está seguro de la adopción de un programa marxista no necesita pelear muy duro sobre cada detalle organizativo. Es un error común cometido por militantes inexpertos en política exagerar las cuestiones organizativas y despreciar el rol decisivo del programa. En los primeros días del movimiento comunista norteamericano muchas de las peleas y aún de las rupturas fueron causadas innecesariamente por una exagerada importancia por parte de las diferentes fracciones a posiciones organizativas que eran consideradas puestos de avanzada para la fracción. Nosotros hemos aprendido algo de aquella experiencia que ahora nos sirve como buena ayuda.
Cuando en el curso de las negociaciones, encontramos a los musteístas más cerca nuestro en las cuestiones del programa, avanzamos con un conjunto completo de propuestas para el aspecto organizativo de la fusión, un aspecto que importaba demasiado a un número de ellos. Nosotros les ofrecimos un acuerdo de cincuenta-cincuenta en todo. En ese momento éramos más fuertes que los musteístas numéricamente. Cuando se ponían las cartas sobre la mesa de la cuestión de los miembros cotizantes de la organización, nosotros teníamos más fuerzas. Ellos tenían probablemente un movimiento más grande en una forma nebulosa, probablemente más simpatizantes en general, pero nosotros teníamos más miembros reales. Nuestra organización era más compacta. Pero nosotros no tomamos en consideración todo eso y les ofrecimos un trato en el que las posiciones oficiales en el partido se dividirían equitativamente entre las dos partes. Además, en cada caso donde hubiera dos puestos de relativamente igual importancia, les ofreceríamos la elección. Por ejemplo, en las dos posiciones líderes, propusimos que Muste fuera el Secretario Nacional y que yo fuera el editor del periódico. O, si lo deseaban, a la inversa, yo sería el Secretario Nacional y Muste el editor. Les era muy difícil objetar esto. Sabíamos lo que significaba para ellos con su énfasis en las cuestiones organizativas, tener la secretaría porque, al menos en teoría, controla la máquina partidaria. Nosotros estábamos más interesados en el cargo editorial porque éste forma más directamente la ideología del movimiento. Hicimos lo mismo con los puestos de secretario obrero y director de educación. Propusimos tomar lo último y darles a ellos lo primero, o viceversa, como ellos quisieran.
El Comité Nacional tendría un número igual de cada parte y toda otra cuestión de organización que podría surgir se trataría sobre bases partidarias. Esa era nuestra propuesta. La obvia equidad, aún generosidad, impresionaron fuertemente a Muste y sus amigos. Nuestras "propuestas de organización", en lugar de precipitar conflictos y paralizaciones, como ha ocurrido frecuentemente, facilitaron enormemente la unidad. Como he dicho, éramos capaces de hacer esto, y de eliminar de un solo golpe aquello que ha sido regularmente un obstáculo insuperable, porque habíamos aprendido las lecciones de las peleas organizativas del pasado en el Partido Comunista.
Tomamos una actitud liberal y conciliadora sobre las cuestiones de organización, reservando nuestra intransigencia para la cuestión del programa. Se eligió un comité conjunto para bosquejarlo. Después de que habían sido diseñados, discutidos y enmendados dos o tres borradores; después de un poco de presión y conflicto, finalmente se acordó uno. Este se transformó después de la ratificación de la convención conjunta, en la "Declaración de Principios" del Workers Party de los Estados Unidos, que fue caracterizado por el camarada Trotsky como un programa rígidamente principista.
Mientras tanto recibimos algunas advertencias de los stalinistas quienes se habían dormido en los márgenes mientras el despreciado pequeño grupo "sectario" de trotskistas había entrado a un campo que ellos consideraban como propio. Habían hecho todos los intentos para absorber a la organización de Muste y tenían más derechos a esperar ganar que los que teníamos nosotros. Pero nosotros habíamos pegado el puñetazo, habíamos actuado en el momento justo -el tiempo es esencial en política- y fuimos más profundos en las negociaciones para la unidad con el AWP antes de que los stalinistas se dieran cuenta de qué estaba pasando. Cuando se despertaron salieron en su prensa con consejos y advertencias. El título de The Militant del 20 de octubre decía: "La prensa stalinista advierte al AWP contra la unión con nosotros". La referencia era un artículo del Daily Worker del notorio Bittleman, quien, bajo el título "¿Sabe el American Workers Party con quiénes se está uniendo?" daba una franca advertencia para ambos. A los musteístas los stalinistas les decían: "Nosotros debemos advertir a los trabajadores que siguen a Muste y a su American Workers Party contra una trampa que les está siendo tendida por sus dirigentes, la trampa del trotskismo contrarrevolucionario". Y después, para mostrar su imparcialidad, en el mismo artículo giraban y decían: "A aquellos pocos obreros descarriados que aún siguen a los trotskistas: Cannon, Shachtman y compañía los están llevando a la unidad con Muste, el campeón del nacionalismo burgués".
Nosotros les respondimos. "Si los trotskistas son contrarrevolucionarios y los musteístas nacionalistas burgueses, podrían muy bien tirarlos juntos en la misma bolsa. Nada malo puede salir de esto porque ninguno de los dos puede hacerse peor con la fusión. Les agradecimos su consejo imparcial, de dos caras, con doble intención y continuamos con la fusión. Las dos organizaciones comenzaron a colaborar en actividades prácticas. Tuvimos encuentros conjuntos antes de la fusión. The Militant del 6 de octubre reporta que Muste y Cannon hablaron ante un mitín común de masas de la CLA y el AWP en Paterson, New Jersey, a 300 obreros de la seda discutiendo las lecciones de la huelga.
Por esa época, en octubre de 1934, fui enviado al exterior por el Comité Nacional al mitín del pleno del Comité Ejecutivo de la Liga Comunista Internacional en Paris. De allí fui a visitar al camarada Trotsky en Grenoble, en el sur de Francia. Fue la primera vez que vi al camarada Trotsky personalmente desde su exilio de la URSS años atrás. Muchos camaradas norteamericanos habían estado en el extranjero, pero ese era mi primer viaje. Shachtman había estado allí dos veces y muchos otros miembros individuales de la organización, quienes podían financiarse viajes personales a Europa, lo habían visto. En ese momento el camarada Trotsky estaba siendo perseguido por los fascistas franceses.
Algunos de ustedes recordarán que en aquel momento, 1934, la prensa fascista francesa comenzó a hacer un gran escándalo por la presencia de Trotsky en Francia. Hicieron tal agitación -en la cual estuvieron junto a los stalinistas bajo el slogan común: "Echen a Trotsky de Francia"- que aterrorizaron al gobernante Daladier para que revocara su visa. Le fue ordenado dejar Francia y privado de todos sus derechos de permanecer allí. Pero ellos no pudieron encontrar ni un solo país capitalista en el mundo entero que le diera una visa de entrada, por lo que tuvieron que dejarlo en Francia. Pero él estaba allí bajo las circunstancias más inciertas y peligrosas, sin ninguna protección real, ni derechos legales, mientras la prensa fascista y los stalinistas seguían persiguiéndolo todo el tiempo. En ese entonces estaba escondido en la casa de un simpatizante en Grenoble. No tenía asistentes, ni secretarios, ni dactilógrafos porque estaba viviendo al día. Estaba obligado a hacer todo su trabajo a mano. Los sabuesos de la reacción lo tenían corriendo. Perseguido de un lugar a otro, sólo consiguió establecerse en la casa de un simpatizante, y comenzó a trabajar, hasta que los fascistas locales descubrieran su presencia en el nuevo refugio. La mañana siguiente aparecería un rótulo escandaloso en el periódico: "¿Qué está haciendo en esta ciudad el asesino ruso, Trotsky?" Esto provocaría gritos y ayes, y él debería abandonar el lugar en la oscuridad de la noche, tan pronto como sea posible, para salvar su vida, y encontrar otro lugar para salvarse. Lo mismo se repetía una y otra vez. Durante ese tiempo la salud de Trotsky estaba muy mal y casi sucumbe. Aquellos fueron días de gran ansiedad para todos nosotros. Fue un momento muy feliz pan mí, a la mañana temprano -a eso de las siete- después de viajar toda la noche desde París, poder entrar a esa casa, ver y saber que él estaba aún vivo. Me reuní con él para el desayuno pero prefirió sentarse y comenzar directamente la discusión política. Su primera pregunta fue: "¿Qué pasó en el pleno? ¿Votaron las resoluciones?" Cortésmente, salteé las cuestiones de poco sustento. Entonces tomé el desayuno con Trotsky y Natalia, y rompí una de las reglas de la casa, por la cual me disculpé más tarde. Lo hice por ignorancia. Había oído que él no permitía que fumaran en su presencia. Glotzer y otros habían regresado con relatos terribles de las reprimendas que habían recibido por este motivo. Yo había pensado esto sólo como una idiosincrasia por parte de Trotsky, no para ser tomado muy seriamente. Yo estaba acostumbrado a fumar después del desayuno y, como el café estaba servido -ese es el momento en el que sabe mejor fumar- saqué mi cigarro y después de que el hecho estaba medio consumado, dije graciosamente: "escuché que alguna gente es echada por fumar. ¿Es eso así?" Él me dijo, "no, no, siga fumando". Y agregó: "para muchachos como Glotzer no está permitido, pero para un sólido camarada como usted está bien". Por lo tanto fumé todo el tiempo en su presencia durante mi visita. Sólo años después aprendí que el fumar era repugnante físicamente para él, y hasta lo enfermaba y me arrepentí profundamente de haberlo hecho. A la tarde, Trotsky nos llevó a un viaje en su automóvil a la cima de los Alpes franceses. En la cumbre de la montaña tuvimos una discusión sobre el proyecto de fusión con los musteístas. El viejo aprobó todo lo que habíamos hecho, incluso nuestra finta a la provocación sobre la URSS. Nos pusimos de acuerdo en uno o dos puntos que habíamos dejado en suspenso esperando su consejo; medidas para facilitar nuestra unificación con los musteístas. Estaba totalmente a favor de ésta, y también se interesó mucho por la personalidad de Muste, me hizo preguntas sobre él y manejó algunas expectativas de que Muste se desarrollara como un bolchevique real más adelante.
El pleno de la Liga Comunista Internacional se hizo en París, en octubre de 1934. El propósito de ese pleno era darle el remate a la decisión que ya había sido acordada por el Comité Ejecutivo Internacional y afirmada por referéndum en las secciones nacionales: la decisión de llevar adelante el "Giro francés"; es decir el giro realizado por nuestra organización francesa para unirse al Partido Socialista de Francia como un todo para trabajar dentro de ese partido reformista como una fracción, para entrar en contacto con su Ala Izquierda, buscando influenciarla y fusionarse con ella, y de este modo, ensanchar las bases para la eventual construcción de un nuevo partido revolucionario en Francia. El pleno apoyó esta línea, lo que significaba una reorientación de nuestras tácticas en todo el mundo. La acción se llevó a cabo bajo la consigna que mencioné antes: girar de un círculo de propaganda, como lo habíamos sido nosotros por cinco años, a un trabajo de masas, a tomar contacto con el movimiento vivo de los trabajadores que iban en dirección del marxismo revolucionario.
Cuando regresé de París a informar sobre el pleno a nuestra organización en New York, encontramos una oposición encabezada por Oehler y Stamm y reforzada por un voluble inmigrante ultraizquierdista alemán llamado Eiffel. Ellos objetaban, por principio, nuestra unión a cualquier sección de la Segunda Internacional. Sus argumentos, como todos los argumentos de los sectarios, eran formales, estériles, por fuera de la realidad de nuestros días. "La Segunda Internacional" -decían y bastante correctamente- "traicionó al proletariado en la Guerra Mundial. Fue denunciada por Rosa Luxemburgo como un cadáver maloliente. La Internacional Comunista se formó en 1919 en lucha contra la Segunda Internacional. Y ahora, en 1934, ustedes quieren regresar a esa organización reformista y traidora. Eso es una traición sin principios".
En vano les explicamos que la Segunda Internacional de 1934 no era exactamente la misma organización que la que había sido en 1914 o en 1919. Que la burocratización de la Comintern había empujado dentro de los partidos socialistas con su forma de organización más libre, más democrática, una nueva camada de obreros despiertos, de militantes. Que había crecido allí una nueva generación de jóvenes socialistas que no tuvieron parte en la traición de 1914-1918. Que desde que habíamos sido barridos de toda participación en la Comintern debíamos reconocer esa fuerza. Que si queríamos construir un nuevo partido revolucionario deberíamos dirigir nuestras fuerzas a la Segunda Internacional y establecer contacto con su nueva ala izquierda.
Después la oposición sectaria fue más allá con un nuevo argumento. "¿No es uno de los principios del marxismo, y una de las condiciones de admisión en el movimiento trotskista, que debemos estar por la independencia incondicional del partido revolucionario en todo momento y bajo cualquier circunstancia? ¿No es este un principio?" "Sí", respondimos, "es un principio. Esta es la gran lección del Comité Anglo-Ruso. Esta es la lección fundamental de la Revolución China. Hemos publicado folletos y libros para probar que el partido revolucionario nunca debe fundirse con otra organización política, nunca debe mezclar sus banderas, sino permanecer independiente aún en el aislamiento. La Revolución Húngara fue destrozada en parte por la fusión falsamente motivada de los comunistas y los socialdemócratas".
"Todo esto es correcto", dijimos, "pero hay sólo un pequeño tornillo suelto en sus argumentos. Nosotros no somos aún un partido. Somos sólo un pequeño grupo de propaganda. Nuestro problema es transformarnos en un partido. Nuestro problema, como lo dijo Trotsky, es poner algo de carne sobre nuestros huesos. Si nuestros camaradas franceses pueden penetrar al movimiento político de masas del Partido Socialista, atraer a su ala izquierda y fusionarse con ella, entonces ellos van a poder construir un partido en el real sentido de la palabra, no una caricatura. Entonces podrán aplicar el principio de la independencia del partido bajo cualquier condición, y el principio tendrá algún sentido. Ustedes usan el principio en una forma que lo transforman en una barrera contra los movimientos tácticos necesarios para hacer posible la creación de un partido real".
No los pudimos mover. Pensamiento formal, ese es el rasgo del sectarismo; carente del sentido de las proporciones; sin consideración por la realidad; excentricidad estéril en un círculo cerrado. Comenzamos a pelear la cuestión del "Giro Francés" en nuestra Liga un año antes de que fuera aplicado aquí en la misma forma que en Francia. La fusión proyectada con los musteístas era la misma cosa en una forma diferente, pero los oehleristas no lo reconocieron -precisamente porque la forma era diferente. Nos perdonaron la fusión con los musteístas, pero con gran alarma, miedo y profecías de cosas malas que irían a ocurrir por mezclarse con gente extraña. Como uno de nuestros muchachos -Larry Turner- expresó en una carta el otro día, los sectarios siempre tienen miedo de sus reprimidos deseos de ser oportunistas. Tienen siempre miedo de entrar en contacto con oportunistas, permitirles que los corrompan. Pero nosotros, seguros de nuestra virtud, fuimos confiadamente adelante. En la discusión de 1934 del "Giro francés", creció una división en nuestra organización. Las tendencias en pugna eventualmente se consolidaron en fracciones. La disputa de 1934 sobre la acción de nuestros camaradas franceses fue el ensayo general para derribar, sacar la pelea definitiva contra el sectarismo oehlerista en nuestras filas al año siguiente. Nuestra victoria en aquella pelea fue la precondición para todos nuestros avances posteriores.
Nos estábamos moviendo rápidamente hacia la fusión, negociando día tras día. Estábamos cooperando con los musteístas en varias actividades prácticas, y la tendencia era hacia la unificación de las dos organizaciones. Finalmente llegamos a un acuerdo sobre el bosquejo del programa; es decir, los dos comités llegaron a un acuerdo. Llegamos a un acuerdo sobre las propuestas organizativas. No quedaba nada más excepto someter la cuestión a las convenciones de las respectivas organizaciones para su ratificación. Había aún algunas dudas de ambos lados como qué harían los cuadros y los militantes. Nosotros no sabíamos cuán fuertes podrían llegar a ser los oehleristas fuera de New York; y Abern, como siempre, estaba maniobrando furtivamente desde las sombras, llave inglesa en mano. Muste, en ese momento se había vuelto un firme devoto de la fusión, pero no estaba seguro de ser mayoría. Consecuentemente, a pesar de llamar a una convención conjunta, tuvimos primero convenciones separadas de las dos organizaciones. Las convenciones se reunieron separadas del 26 al 30 de noviembre de 1934, y desgranamos todos los asuntos internos de cada lado. Cada convención ratificó finalmente la Declaración de Principios que había sido bosquejada por los comités conjuntos, y ratificaron las propuestas organizativas. Después, sobre la base de estas decisiones separadas, llamamos a las dos convenciones a una sesión conjunta el sábado l y domingo 2 de diciembre de 1934. The Militant, informando sobre aquella convención en su siguiente edición decía: "El "Workers Party de Estados Unidos ha sido formado... la convención única del American Workers Party y la Comunist League of America (Liga Comunista de Estados Unidos) completó su tarea histórica la tarde del domingo en Stuyvesant Casino... Minneapolis y Toledo, ejemplificando la nueva militancia de la clase obrera norteamericana, eran las estrellas que presidieron su nacimiento... Un nuevo partido lanzado en su tremendo compromiso: La derrota de la clase capitalista en Norteamérica y la creación de un estado obrero".
<< Cap. 8 | Indice | Cap. 10 >> |