Había una vez una época en la que el general Lavr Kornilov y Aleksandr Kerensky eran vistos como héroes.
Los historiadores conservadores describen a Kornilov como un patriota honorable y un soldado profesional, mientras que historiadores liberales nos hablan del abogado idealista y elocuente, Aleksandr Kerensky, quien quería transformar Rusia en una vibrante república democrática. Después de la abdicación del Zar Nicolás II los dos juntaron fuerzas –Kerensky como jefe del gobierno provisional y Kornilov como comandante-en-jefe. Ambos deseaban guiar su nación a un futuro mejor.
Como lo han notado hitoriadores de todas las estirpes, los dos héroes tuvieron un desencuentro en agosto de 1917, sentando las bases para la revolución bolchevique. En cambio, los historiadores están en desacuerdo respecto a precisamente qué fue lo que precipitó esa ruptura.
Según algunas narrativas, Kornilov estaba planificando un golpe de estado, el cual fue prevenido por Kerensky con la movilización de los grupos socialistas y obreros. Los inescrupulosos bolcheviques –va el refrán– se aprovecharon de la confusión y tomaron el poder. Otros dicen que Kerensky inventó el golpe a modo de despedir a Kornilov, así abriendo paso, sin querer, para la bastante concreta toma del poder por los bolcheviques. Esta interpretación ruega la interrogante: ¿Por qué desearía Kerensky tirarse en contra de su más alto mando militar y socavar su propio poder?
La respuesta está en el hecho de que Kornilov planificó dos golpes en 1917: uno, con Kerensky contra los bolcheviques, y el otro, en contra del mismísimo gobierno provisional. Su fracaso nos recuerda que la historia a la escala del revolución rusa no la hacen los héroes sino las fuerzas sociales, que crean el contexto dentro del cual actúan los individuos.
La mayoría de los lectores pueden ya enumerar las condiciones que produjeron la revolución rusa. Desde fines del Siglo XIX la rígida monarquía semi-feudal se había mezclado con el capitalismo industrial. Estos extraños compañeros generaron una increíble tensión entre las mayoría trabajadoras –principalmente campesinos pero con una dinámica y creciente minoría de obreros industriales– y la élite –los aristócratas hereditarios y los capitalistas industriales. La I Guerra Mundial aumento esa inestabilidad hasta niveles explosivos.
En febrero en respuesta a llamados revolucionarios por parte de varios grupos socialistas, los trabajadores iniciaron una insurgencia masiva, exigiendo paz y pan. Más profundamente, exigieron plena redistribución de tierras, el fin de la autocracia, igualdad de derechos, y mejores condiciones de vida.
Los consejos democráticos de obreros y soldados establecidos luego de la rebelión reflejaban sus valores. Los soviets no solo coordinaron la revolución pero se mantuvieron en pie para manejar la transición política y social que la rebelión exigía.
Entre tanto, tipos más “pragmáticos” –políticos liberals, conservadores y moderados– habían formado un gobierno provisional. Sus dirigentes loaban a los obreros, campesinos y soldados, alababan a los soviets, y desplegaban toda gama de retórica democrática y populista que prometía paz, pan, y tierra. Pero la paz sólo podía llegar con honor, el pan debería esperar hasta el fin de la crisis, y la redistribución de las tierras debería respetar los derechos de los latifundistas.
Aunque inicialmente inclinados a seguirle la corriente a ese aparentemente bien-intencionado gobierno, los soviets establecieron limites con el propósito de guiarlo hacia sus originales metas revolucionarias. Con sus credenciales socialistas, Kerensky se presentó como un nexo entre los soviets y el gobierno provisional. Finalmente, fue nombrado presidente.
Aunque muchos creyeron que Kerensky estaba destinado a construir una Rusia democrática, aquellos quienes lo concocían albergaban dudas. «En Kerensky todo era ilógico, contradictorio, cambiante, frecuentemente caprichoso, imaginado o fingido,» escribió el líder Socialista Revolucionario (SR) Víktor Chernov, quien sirvió como ministro de agricultura. «Kerensky,» –continúa– «estaba atormentado por la necesidad de creer en sí mismo y siempre estaba o cobrando o perdiendo esa fe.»
Diciendo aún representar los intereses de los soviets en el gobierno provisional, Kerensky empezó a tomar partido con otros políticos en contra de los consejos que socavaban la autoridad de su gobierno.
Los socialistas moderados, entre ellos muchos mencheviques y eséristas, insistían que los soviets debían apoyar al gobierno provisional en establecer una democracia capitalista, la cual veían como un largo pero necesario preludio a la eventual transición socialista. En cambio, los bolcheviques, más radicales, líderados por Lenin, insistían que las reivindicaciones de las masas insurgentes solo podían ser aseguradas por medio de una segunda revolución que haga a un lado al gobierno provisional y otorgue “todo el poder a los soviets.” Esto, a la par con la expansión de la revolución a otros países, lanzaría la transformación socialista.
Más y más obreros frustrados se estaban plegando a los bolcheviques –incluso las alas izquierdas de los mencheviques y los eséristas encontraban convincente el argumento bolchevique. Leon Trotsky, un líder brillante en la revolución de 1905, se hizo el más famoso recluta bolchevique.
Un crescendo de ira obrera en julio culminó en una manifestación revolucionaria. Militantes en Petrogrado iniciaron el levantamiento, no controlados pero sí apoyados por los bolcheviques. La resultante violencia le dio al gobierno un pretexto para reprimir. Isaac Steinberg, un esérista de izquierda, recordó que “tropas de oficiales, estudiantes, cosacos salieron a las calles, revisaron a los transeúntes en busca de armas y evidencia de ‘bolchevismo’, cometieron atrocidades.” El gobierno provisional proscribió al partido bolchevique, allanó y destrozó sus oficinas, y arrestó o expulsó a sus dirigentes y militantes más visibles.
En seguida de las Jornadas de Julio, Kerensky nombró a Kornilov comandante-en-jefe del ejército ruso. Ambos esperaban combatir la presión de obreros “intransigentes”, quienes estaban formando comités de fábrica para tomar el control de sus centros de trabajo y organizando sus propios grupos paramilitares de “guardias rojos” para mantener el orden público y proteger la revolución contra violencia reaccionaria. Kerensky encontraba tal radicalismo desconcertante pero derechistas como el general Kornilov pensaban que moderados como Kerensky eran igualmente desagradables. Políticos tradicionales –tanto liberales como conservadores– empezaban a ver una dictadura militar como la única forma de estabilizar la nación.
En sus memorias Kerensky cita este mensaje de Kornilov, que demuestra es desprecio de Kornilov hacia todo socialista, incluso los moderados:
“Estoy seguro que… los indecisos debiluchos que conforman el gobierno provisional serán barridos. Si por algún milagro se mantienen en el poder, los lideres bolcheviques y el soviet quedarán impunes por la connivencia de hombres como Chernov. Es hora de ponerle fin a todo esto. ¡Es hora de ahorcar a los espía alemanes dirigidos por Lenin, de quebrar el soviet, y de desbaratarlo de tal forma que jamás se reunirá en ninguna parte!”
Kerensky revela que estuvo “de acuerdo con esto pero no participé en los detalles.” Creía que Kornilov le permitiría permanecer a la cabeza del gobierno pero un emisario del general le reveló a los jefes conservadores y liberales de la Duma que “todo estaba listo en el Estado Mayor y en el frente para la remoción de Kerensky.”
O, por lo menos eso decía Kerensky. Los historiadores han debatido si o no Kornilov verdaderamente conspiró para remplazar a Kerensky con una dictadura militar. La evidencia sugiere una comedia de errores, fallas de comunicación, y malos entendidos. La mayoría está de acuerdo en que ambos hombres tenían planeado aniquilar los bolcheviques y aplastar los soviets.
Casi al último momento Kerensky llegó a la conclusión de que corría peligro. En fin, con los soviets fuera de escena, ¿por qué el general seguiría obedeciendo al moderado presidente izquierdista?
Cuando Kornilov se aprestaba a marchar sus tropas sobre Petrogrado para “salvar a Rusia”, el presidente intentó despedir al general y apeló a las organizaciones obreras –entre ellas a los bolcheviques, a quienes concedió pleno reconocimiento legal– a movilizarse en defensa de la revolución. Más tarde Kerensky escribiría:
“La primera noticia de la proximidad de las tropas del general Kornilov tuvo casi el mismo efecto entre el pueblo de Petrogrado como un fósforo en un polvorín. Soldados, marinos y trabajadores fueron todos presa de súbito recelo paranoico. Imaginaron ver contrarrevolucionarios por doquier. En pánico de que podrían perder derechos que apenas habían logrado, desplegaron su furia contra todos los generales, terratenientes, banqueros y otros grupos ‘burgueses’.”
El “recelo paranoico” que Kerensky atribuye a las masas insurgentes era, en efecto, el reconocimiento por su parte de las graves realidades que enfrentaban. “La noticia de la revuelta de Kornilov electrizó a la nación, especialmente a la izquierda,” recordó Raphael Abramovich, un conocido menchevique. “Los soviets y sus organismos afiliados, los trabajadores ferroviarios y algunos sectores del ejército se declararon dispuestos a resistir a Kornilov, hasta con la fuerza si fuera necesario.”
Los comités de fábrica proclamaron que “conspiradores militares, encabezados por el traidor general Kornilov y apoyados por la ceguera y falta de consciencia política de algunas divisiones, se acercan al corazón de la revolución –Petrogrado.” Otro llamado enfatizó que “ha llegado una hora terrible” e instó a los obreros a “acudir con filas cerradas a la defensa de la revolución y de la libertad,” pues “la revolución y el país necesitan vuestra fuerza, vuestro sacrificio, quizá vuestras vidas.” El historiador Alexander Rabinowitch escribe:
“Asuzadas por las noticias del ataque de Kornilov, todas las organizaciones a la izquierda de los Kadetes [el partido de los liberales pro-capitalistas], toda organización sindical de envergadura, y comités de soldados y de marinos de todos los niveles inmediatamente se alzaron para luchar contra Kornilov. Sería difícil encontrar en la historia reciente una más potente y eficaz muestra de acción política mayormente espontánea y políticamente unificada.”
Pero la respuesta no fue del todo espontánea. El testigo menchevique N. N. Sukhanov notó que los bolchevique tenían “la única organización que era grande, unida por una disciplina elemental, y conectada con los estratos democráticos de base de la capital.” “Las masas,” explicó, “en tanto que estaban organizadas, fueron organizadas por los bolcheviques.”
Aunque el partido de Lenin ciertamente se había ganado apoyo desde febrero, los insurgentes aún se identificaban con una variedad de corrientes socialistas. Como explicó Abramovitch, “la amenaza de la revuelta contrarrevolucionaria atizó y unificó a toda la izquierda, incluyendo los bolcheviques, quienes aún tenían gran influencia en los soviets. Rechazar sus ofertas de cooperación parecía imposible en un instante tan peligroso.” Más tarde Trotsky recordó que “los bolcheviques les propusieron una lucha de frente unido a los mencheviques y los eséristas y con ellos crearon organizaciones conjuntas de lucha.”
Kerensky nos ofrece su propia perspectiva:
“[T]emiendo la posibilidad de una victoria contrarrevolucionaria y las subsiguientes represalias, la mayoría de los líderes socialistas que habían integrado la coalición se volcaron a los bolcheviques. En las primeras horas de histeria, el 27 de agosto, los recibieron aclamándolos y, a su lado, se dispusieron a ‘salvar la revolución’.”
Desde luego, el veleidoso Kerensky había él mismo enfrentado acusaciones de histeria en más de una ocasión. El embajador estadounidense en Rusia, David Francis, le culpó al presidente ruso por el fiasco puesto que Kerensky había decidido no “ejecutar a los traidores Lenin y Trotsky” en julio y había “fracasado en conciliar con el general Kornilov y en cambio se había acercado al Consejo de Diputados de Obreros y Soldados y distribuido armas y municiones entre los obreros de Petrogrado” en agosto.
Años más tarde Kerensky reflexionó: “¿Cómo podría Lenin no sacar ventaja de esto?”
En efecto. “Aún ahora no debemos apoyar al gobierno de Kerensky. Eso es inescrupuloso,” enfatizó Lenin. “Lucharemos. Estamos luchando contra Kornilov, al igual que lo hacen las tropas de Kerensky, pero no apoyamos a Kerensky. De lo contrario, exponemos sus debilidades.” El líder bolchevique explicó: “Este es el momento para la acción; la guerra contra Kornilov se debe manejar de una manera revolucionaria, incorporando a las masas, despertándolas, atizándolas (Kerensky teme a las masas, teme al pueblo).” Movilizando resueltamente contra las fuerzas contrarrevolucionarias, los bolcheviques ganaron mayor autoridad en los soviets y mayor apoyo de los obreros.
Trotsky, quien ayudó a manejar aquellos esfuerzos prácticos, recordó más tarde:
“Los bolcheviques estuvieron en la vanguardia; derribaron las barreras que los separaban de los obreros mencheviques y en especial de los soldados eséristas, y los llevaron a su paso.”
Frente a una movilización obrera determinada, y gracias a los agitadores revolucionarios que se pusieron en contacto con soldados bajo el mando de Kornilov, la ofensiva militar derechista se desintegró ante de que pudiera llegar a Petrogrado. “Cientos de agitadores –obreros, soldados, miembros de los soviets– que habían infiltrado el campamento de Kornilov … encontraron poca resistencia,” escribió Abramovitch. Las tropas de Kornilov –obreros y campesinos con uniforme– dieron respuesta a los llamados de los agitadores bolcheviques, eséristas, y mencheviques de izquierda con oponerse a sus oficiales y volcarse hacia los soviets. El golpe se vino abajo, dejando a Kornilov sin más recurso que rendirse ante el gobierno provisional.
Luego del golpe los bolcheviques obtuvieron mayorías decisivas en los soviets y se aseguraron contundente apoyo entre la clase trabajadora en su conjunto. La mayoría del partido Socialista Revolucionario se fraccionió hacia la izquierda, al igual que una importante corriente entre los mencheviques, alineándose con Lenin y Trotsky. Este frente unido preparó el escenario para el triunfo revolucionario en octubre.