Redactado: El 5 de abril de 1944.
Fuente del texto en espanol: Obras Escogidas de Zhu De
(1931-1962), Ediciones en Lenguas Extranjeras, Beijing, 1986; págs. 138 -143.
Esta edición: marxists.org, marzo 2018.
Me embarga un inmenso dolor por la noticia del fallecimiento de mi madre. La amaba entrañablemente y merece mi eterno recuerdo, en particular, por su vida laboriosa.
Mi familia era de campesinos arrendatarios. Mis antepasados remotos eran de Shaoguan, provincia de Guangdong, aunque de origen forastero, y emigraron, durante el “éxodo de gente de Hubei-Hunan para poblar a Sichuan”, a Ma’anchang, distrito de Yilong, provincia de Sichuan. Labrando la tierra para los terratenientes de generación en generación, nuestra familia llevaba una vida muy pobre y dura, y los amigos que mantenían contactos con nosotros cran todos campesinos pobres y honestos.
Mi madre dio a luz trece hijos. Como la miseria hacia imposible mantenernos a todos, sólo quedamos con vida ocho de nosotros y hubo que ahogar en el agua a los que nacieron posteriormente. ¡Qué dolor y que tragedia para la conciencia de mi madre y que acto más contrario a su voluntad! Con sus propios esfuerzos nos sacó adelante a los ocho hijos restantes hasta que nos hicimos adultos. Sin embar¬go, como tenía que dedicar la mayor parte de su tiempo a los quehaceres domésticos y a la labranza, no pudo rodearnos de suficientes atenciones y tuvo que dejarnos andar a cuatro patas por los campos.
Mi madre era una trabajadora laboriosa. Hasta donde me alcanza la memoria, ella siempre se levantaba antes de rayar el alba. En toda nuestra familia de más de veinte personas, las mujeres se turnaban para preparar la comida, siendo cada turno de un año entero. Después de preparar la comida, mi madre se dedicaba además a labrar la tierra, cultivar verduras, dar de comer a los cerdos, criar gusanos de seda e hilar algodón. Como era alta y robusta, también podía cargar agua con una pértiga y transportar estiércol.
Mi madre estaba siempre tan ocupada en sus quehaceres que era muy natural que yo, a la tierna edad de cuatro o cinco años, ya empezara a ayudarla y que, a los ocho o nueve años, no solo fuera capaz de cargar cosas tanto con la pértiga como sobre la espalda, sino también de labrar la tierra. Recuerdo que en aquel entonces, cada vez que yo regresaba a casa después de las clases en la escuela privada de viejo tipo, siempre la encontraba preparando la comida frente al fogón con la cara empapada en sudor y yo, dejando los libros sin hacer ruido, me ponía a acarrear agua o a pastorear el buey. Durante algunas temporadas, iba yo a la escuela por la mañana y labraba la tierra por la tarde. Y, cuando había muchas faenas agrícolas, ayudaba todo el día a mi madre en su trabajo en los campos. Durante ese periodo, ella me enseñó muchas cosas relativas a la producción.
Como es natural, era dura la vida en una familia de campesinos arrendatarios; sin embargo, gracias a la inteligencia y capacidad de mi madre, podíamos mantenernos mal que bien. Alimentábamos la lámpara de casa con aceite extraído de semillas de aleurites, y comíamos guisantes, verduras, patatas dulces y otros alimentos marginales, usando como condimento el aceite de colza. Semejante comida, a la que ni siquiera se dignarían echar una sola mirada los terratenientes y los miembros de familias acomodadas, mi madre la preparaba tan ricamente que todos nosotros la tomábamos con mucho gusto. Sólo cuando nos tocaba un ano de buena cosecha podíamos hacernos ropa nueva, que también se confeccionaba en casa. Mi madre hilaba el algodón para que otra gente tejiera y tiñera las telas. A estas, que tenían el grosor de una moneda de cobre, las llamábamos “telas caseras”. Un mismo vestido, al quedar chico para el primogénito, pasaba al segundo hijo y luego al tercero, sin que se rompiera con el uso.
Una familia laboriosa lleva una vida regular y bien organizada. Mi abuelo, un campesino típicamente chino, se obstinaba en labrar la tierra incluso a los ochenta y los noventa años, porque de no hacerlo caía enfermo, de modo que hasta poco antes de su muerte siguió trabajando en los campos. Mi abuela, organizadora de la familia, manejaba y distribuía todas las faenas productivas, asignando a cada cual, la víspera del Año Nuevo Lunar, lo que debía hacer a lo largo del año siguiente. Todos los días, antes del amanecer, mi madre era la primera en levantarse y luego se oían los crujidos que causaba mi abuelo al salir de la cama. En seguida, todo el mundo abandonaba la cama, empezando quién a dar de comer a los cerdos, quién a cortar leña, quién a acarrear agua. En mi familia, mi madre era la que más duro trabajaba y menos se quejaba de las dificultades. De carácter apacible, nunca se le ocurría pegarnos o regañarnos, ni tampoco se enzarzaba en disputas con nadie. Por eso, aun en una familia tan numerosa como la nuestra, convivíamos en armonía, mayores y pequeños, primos y cuñadas. Mi madre simpatizaba con la gente pobre, lo cual obedecía a una primitiva conciencia de clase. Aunque andaba corla de dinero, ayudaba y atendía a los parientes más pobres que ella. Llevaba una vida austera. Mi padre a veces fumaba tabaco y bebía un poco, pero a nosotros nos controlaba mi madre estrictamente, sin permitirnos adquirir esos hábitos. La virtud de laboriosidad y sencillez y la actitud generosa y bondadosa de mi madre me dejaron una profunda impresión que perdura hasta hoy.
Sin embargo, no porque los campesinos chinos fueran apacibles dejaban las catástrofes de abatirse sobre ellos. Allá por el ano Geng-Zi (1900), una sequía azotó a Sichuan durante varios años consecutivos. Arruinados y hambrientos, muchos campesinos no tuvieron otra alternativa que acudir en masa a casa de la gente adinerada para “co¬mer a costa de los ricos”. Yo presencié con mis propios ojos como 600 ó 700 campesinos harapientos junto con sus mujeres c hijos cran víctimas de crueles palizas y de matanzas a manos de los llamados soldados imperiales. La sangre corrió a lo largo de 40 ó 50 li y los llantos estremecieron el cielo. En esos años, mi familia enfrentaba aun más dificultades. Teníamos que alimentarnos de hojas de verduras y sorgo, sin probar ni un punado de arroz en todo el año. El año Yi-Wei (1895), en particular, en un acto de atropello y opresión a los campesinos arrendatarios, el terrateniente en cuya tierra trabajábamos nos impuso un aumento de los arriendos. Como no podíamos pagar, nos amenazó en la víspera del Año Nuevo Lunar exigiendo la devolución de la tierra y nos obligó a desalojar la casa que teníamos alquilada. Entre llantos de dolor y desesperación, tuvimos que separarnos la misma noche. Desde entonces, tuvimos que vivir en dos lugares distintos. A la escasez de mano de obra que ocasionó esa separación se le sumaron calamidades naturales, de modo que perdimos la cosecha. Esta fue la experiencia más trágica de mi familia. Sin embar¬go, mi madre no se dejo desanimar por las adversidades. Más bien aumentó su simpatía por los campesinos pobres y sufridos y su aversión hacia los ricos desalmados. Lo que de vez en cuando me contaba ella en unas pocas palabras y las muchas injusticias sociales que presencié con mis propios ojos despertaron en mi infancia la voluntad de luchar contra la opresión y de buscar la luz, y así fue como me decidí a iniciar una nueva vida.
Al poco tiempo, me separé de mi madre, porque empecé a ir a la escuela. Siendo hijo de una familia de campesinos arrendatarios, no habría yo tenido dinero para aprender a leer. Pero el atropello y la opresión de los potentados locales, shenshi malvados y terratenientes y los desmanes de los alguaciles de las oficinas gubernamentales empujaron a mis padres a resignarse a la más dura austeridad para ver surgir de entre sus hijos a un intelectual que fuera el “pilar de la casa”. Cursé estudios en escuelas privadas de viejo tipo, asistí, el ano 31 del reinado del emperador Guangxu (1905), a exámenes imperiales y, posteriormente, viajé aún mas lejos a estudiar a Shunqing y Chengdu. En ese período, los gastos para el estudio, que totalizaban más de 200 yuanes, los obtuvimos de prestado acá y allá, y sólo quedaron totalmente saldados mucho más tarde, cuando me desempeñaba como jefe de brigada del Ejército de Defensa de la Republica.
El año 34 del reinado del emperador Guangxu (1908), regresé de Chengdu y establecí en el distrito de Yilong una escuela primaria de segundo ciclo. Podía regresar a casa dos o tres veces al año para visitar a mi madre. Entonces, había una fuerte confrontación entre las ideas nuevas y las viejas. Nosotros, que abrigábamos ideas democráticas y científicas, queríamos hacer algo en el pueblo natal, pero los potentados locales y shenshi malvados, de ideas conservadoras, salieron en nuestra contra. Tomé la decisión de alejarme de mi pue¬blo a espaldas dc mi madre e ir a la lejana provincia dc Yunnan a incorporarme al Nuevo Ejército y a la Tongmenghui (Liga Revolucionaria de China). Después dc mi llegada a Yunnan, me enteré, por cartas que me mando mi familia, de que mi madre, en vez de oponerse a esta acción mía, me brindaba mucho apoyo y estímulo.
En el período que va del 1er año del reinado del emperador Xuantong (1909) hasta ahora, no he tenido ninguna ocasión de regre¬sar a casa para ver a mis padres, salvo en el año 8 de la República de China (1919), cuando los saqué de casa y los tuve conmigo. Pero, como estaban acostumbrados al trabajo manual, se sentían incómodos por haber abandonado la tierra y terminaron por regresar a casa. Mi padre murió en el camino de regreso y mi madre, después de llegar a casa, siguió trabajando hasta cl último instante de su vida.
Con el continuo avance de la revolución china, mi mentalidad ha seguido progresando hacia adelante. Una vez que descubrí el correcto camino de la revolución china, me afilié al Partido Comunista. Con el fracaso de la Gran Revolución, perdí todo contacto con los míos. Mi madre se apoyaba en aquellos 30 mu de tierra para mantener a toda la familia. Solo después del estallido de la Guerra dc Resistencia contra el Japón, logré comunicarme por carta con mi familia. Mi madre sabía lo que yo hacía, y abrigaba la esperanza de que triunfaría la causa de la libración nacional de China. Consciente de las dificultades de nuestro Partido, ella seguía llevando en casa una vida de campesina laboriosa y pobre. En el lapso de siete años, le mandé varios centenares de yuanes y algunas fotos mías. Ya de edad avanzada, ella siempre me echaba de menos, lo mismo que yo a ella. El año pasado, recibí una carta de un sobrino en la que me decía: “La abuela cumple este año 85 años. Ya no tiene el vigor del año pasado. No come con tanto apetito ni se desenvuelve tan bien como antes. Ansía verte para charlar contigo sobre lo que ha pasado desde que te fuiste.” Sin embargo, dedicado como estoy a la causa de la guerra de resistencia nacional, no he podido atender este deseo de mi madre.
Una de las cualidades que mas caracterizaban a mi madre consistía en no alejarse ni por un momento en toda su vida del trabajo físico. Un minuto antes de darme a luz, seguía preparando la comida delante del fogón. Su avanzada edad nunca la privo de su apego a la producción. En otra carta que recibí el año pasado, un sobrino me decía: “Con su avanzada edad, mi querida abuela ya no está tan bien de salud como en los años anteriores. Sin embargo, no ha dejado de trabajar y le gusta especialmente hilar algodón.”
Debo estar agradecido a mi madre por haberme enseñado a luchar contra las dificultades. Debido a que había yo sufrido en casa muchas penalidades, no he encontrado ninguna dificultad insalvable ni me he dejado intimidar por las adversidades en los últimos tres decenios de mi vida militar y revolucionaria. Mi madre me dio un cuerpo fuerte y sano y el hábito de la laboriosidad, por lo cual nunca he sentido cansancio.
Debo estar agradecido a mi madre por haberme dotado de conocimientos sobre la producción y de una voluntad revolucionaria, estimulándome a emprender luego el camino revolucionario. En ese camino, he llegado a comprender cada día más que estos conocimientos esta voluntad son los bienes más valiosos del mundo.
Mi madre me ha dejado y se ha ido para siempre, y nunca más podré verla, dolor éste que es irremediable. Mi madre fue una persona común y corriente y sólo uno más de los centenares de millones de trabajadores chinos. Sin embargo, son precisamente estos millones y millones de personas quienes han hecho y están haciendo la historia le China. ¿De qué manera debo pagar lo mucho que por mi ha hecho mi madre? Seguiré haciendo todo lo que esté a mi alcance en bien de nuestra nación, de nuestro pueblo y de nuestro Partido Comunista, esperanza de China y de su pueblo, y trabajaré por que quienes están viviendo como vivía mi madre puedan alcanzar la felicidad. Esto es lo que puedo hacer, y lo voy a hacer.
¡Que mi madre descanse en paz!