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Desde mayo de 1930 a julio de 1931 [ 1 ]
[Edición de Juan Andrade y José Martínez. Ruedo Ibérico, 1971. Digitalización: J. López]
Los acontecimientos de la crisis que atraviesa actualmente España, se desarrollan, por el momento, con una notable regularidad que deja a la vanguardia proletaria algún tiempo para prepararse...
Dado que la burguesía se niega, consciente y obstinadamente, a tomar a su cargo el cuidado de resolver los problemas impuestos por la crisis que sufre su régimen; dado que el proletariado no está todavía dispuesto para encargarse de resolver estos problemas, no es raro que el proscenio esté ocupado por los estudiantes... La actividad revolucionaria o semirrevolucionaria de los estudiantes muestra que la sociedad burguesa atraviesa una crisis muy profunda...
Los obreros españoles han manifestado un instinto revolucionario muy acertado dando su apoyo a las manifestaciones de estudiantes. Claro está, tienen que obrar así bajo su propia bandera y bajo la dirección de su propia organización proletaria. El deber del comunismo español es asegurar esta acción, y a este efecto es indispensable que tenga un política justa...
Si los comunistas emprenden este camino, hay que admitir que combatirán resuelta, audaz, enérgicamente, por las consignas democráticas. Si no entienden la cosa así, se cometería un gravísimo error sectario... Si la crisis revolucionaria se transforma en revolución, rebasará fatalmente los límites previstos por la burguesía y, en caso de victoria, será preciso que el poder sea transmitido al proletariado.
En mi artículo he expresado de un modo muy circunspecto la idea de que después de varios años de dictadura, después de un movimiento de oposición de la burguesía, después de todo el ruido artificialmente levantado por los republicanos, después de las manifestaciones de estudiantes, conviene esperar una "inevitable" acción obrera, y he dado a entender que esta acción podía coger de imprevisto a los partidos revolucionarios. Si no me engaño, algunos camaradas españoles han estimado que yo exageraba la importancia sintomática de las manifestaciones de estudiantes y, al mismo tiempo, las perspectivas del movimiento revolucionario obrero. Desde entonces, sin embargo, la lucha mediante la huelga ha adquirido en España una amplitud for-midable. Es absolutamente imposible discernir claramente quiénes son los que dirigen estas huelgas. ¿No os parece que España podría pasar por el ciclo de acontecimientos que conoció Italia a partir de 1918-1919: una fermentación de huelgas, la huelga general, la toma de fábricas, la falta de dirección, la decadencia del movimiento, el desarrollo del fascismo y una dictadura contrarrevolucionaria? El régimen de Primo de Rivera no era una dictadura fascista, porque no se apoyaba en una reacción de las masas pequeño burguesas. ¿No os parece que, a consecuencia del indudable empuje revolucionario que tiene lugar actualmente en España -la vanguardia proletaria, en tanto que partido, permanece como en el pasado pasiva e incapaz-, la situación puede prestarse a un auténtico fascismo? Lo que hay de más peligroso en semejantes circunstancias es que se pierda el tiempo.
¿Cuáles son, pues, las perspectivas?... Por lo que puedo ver según vuestra última carta, todas las organizaciones, todos los grupos se dejan llevar por la corriente, es decir participan en el movimiento en la medida en que los arrastra. Ninguna de las organizaciones tiene un programa de acción revolucionaria, ni perspectivas suficientemente meditadas.
[ ... ] Me parece que la consigna de soviets está sugerida por toda la situación, si se entiende por éstos los consejos obreros que se crearon y desarrollaron en Rusia. Fueron ante todo poderosos comités de huelga. Ninguno de los que se adherían al comienzo podía suponer que los soviets eran los futuros órganos de poder... Claro está, no se pueden crear artificialmente los soviets. Pero en cada huelga local, si afecta a la mayoría de los oficios y adquiere un carácter político, es necesario actuar para que surjan los soviets. Esta es la única forma de organización que, en las circunstancias actuales, es capaz de tomar la dirección del movimiento y de instaurar la disciplina de la acción revolucionaria.
Os diré francamente que temo mucho que la historia del porvenir tenga que acusar a los revolucionarios españoles de no haber sabido aprovechar una situación revolucionaria.
¿Las elecciones tendrán verdaderamente lugar el 1 de marzo?... En la situación actual, parece que se podría muy bien hacer fracasar las elecciones de Berenguer mediante una táctica de boicot enérgicamente aplicada: en 1905 fue así como hicimos fracasar las elecciones a una Duma legislativa que sólo era consultiva. ¿Cuál es sobre este punto la política de los comunistas? ¿Distribuyen con este motivo octavillas, llamamientos, proclamas?
¿Pero si se boicotean las Cortes, en nombre de qué se hace? ¿En nombre de los soviets? En mi opinión, sería erróneo plantear así la cuestión. No se puede, en este momento, unir a las masas de las ciudades y de los campos mas que a base de las consignas democráticas. Entre éstas figura las Cortes Constituyentes, elegidas a base del sufragio universal igualitario, directo y secreto. Creo que, en la situación actual, no podéis pasar de esta consigna. Porque, finalmente, no existen todavía soviets. Los obreros españoles no saben nada -por lo menos por experiencia- sobre lo que son los soviets. ¿Y qué decir entonces de los campesinos? Por otra parte, la lucha con motivo y en torno a las Cortes será, en el próximo periodo, toda la vida política del país. En tales condiciones sería erróneo oponer la consigna de soviets a la de las Cortes. Muy al contrario, en el periodo que va a seguir, parece que no se podrán crear soviets mas que movilizando a las masas con las consignas democráticas. Comprendemos esto de la manera siguiente: para impedir a la monarquía que convoque a Cortes elegidas con engaños, falsas y conservadoras, para asegurar la convocatoria de Cortes Constituyentes democráticas, para que esas Cortes puedan dar las tierras a los campesinos y hacer otras muchas cosas, es preciso crear soviets de obreros, soldados y campesinos, que fortificarán las posiciones de las clases laboriosas.
Los comunistas españoles deben rehacer su unidad: esta consigna tendrá, sin duda, en el periodo que va a seguir, un formidable poder de atracción, que aumentará al mismo tiempo que la influencia del comunismo. Las masas e incluso su vanguardia, sólo aceptarán las escisiones que les sean impuestas por su propia experiencia. Por esto me parece que la consigna de frente único relativa a los obreros sindicalistas y socialistas debe ir acompañada de esta otra consigna: unificación de los comunistas (a base de una plataforma determinada).
[ ... ] Creo que no os será muy posible renunciar a la consigna de Cortes Constituyentes revolucionarias. ¿La población de España no está formada en un 70 por 100 de campesinos? ¿Cómo pueden comprender éstos la consigna de, una «república obrera»? Los republicanos y los socialistas, por una parte, y los curas por otra, dirían a los campesinos que los obreros quieren dominarles y administrarles. ¿Qué les contestaréis? Sólo veo una respuesta que se les pueda dar en las circunstancias presentes: queremos que los obreros y campesinos expulsen a los funcionarios nombrados por el poder superior y de un modo general a todos los responsables de violencias, a todos los opresores, y que expresen su libre voluntad mediante el sufragio universal. Se podrá llevar a los campesinos a la república obrera, es decir a la dictadura del proletariado, durante la lucha que tenga lugar para la conquista de las tierras y otros objetivos. Pero no es posible proponer a los campesinos la dictadura del proletariado como fórmula fijada a priori.
[ ... ] Evidentemente, los comunistas han cometido una falta al omitir el tomar la iniciativa del boicot. Eran los únicos capaces, a la cabeza de los obreros revolucionarios, de dar a la campaña del boicot la audacia y la combatividad. Sin embargo, parece que la opinión está muy ampliamente dispuesta al boicot, en lo que se manifiesta el síntoma de una profunda efervescencia en las masas populares. Los últimos telegramas parecen confirmar que los republicanos y los socialistas se han pronunciado por el boicot. Si los comunistas les hubiesen combatido vigorosamente en tiempo útil, los republicanos y socialistas se habrían encontrado en una dificultad infinita para renunciar a este proyecto. Entre tanto, Berenguer y su gobierno están enfrentados, fuertemente, con las elecciones del 1 de marzo. Si el boicot obliga a Berenguer a operar una retirada en un determinado sentido, las consecuencias serían formidables: las masas adquirirían mejor conciencia de sus disposiciones revolucionarias, sobre todo si los comunistas hubieran actuado como instigadores y guías en esta táctica.
Con motivo de la «república obrera». En manera alguna se debe renunciar a esta consigna. Pero actualmente conviene más a la propaganda que a la agitación. Debemos explicar a lo mejor de la clase que marchamos hacia una república obrera, pero que es necesario ante todo hacer que los campesinos acepten esta idea. Por otra parte, el convertir a los rurales a la república obrera, es decir, de hecho, a la dictadura del proletariado, sólo podremos hacerlo después de varias «experiencias» transitorias, entre ellas la del parlamentarismo. Los campesinos sólo aceptarán la dictadura del proletariado después de haber agotado todas las otras posibilidades. Es cierto que en España muchas posibilidades han sido ya objeto, de experiencias. Sin embargo, queda la de una democracia «integral», «consecuente», obtenida por la vía revolucionaria. Me refiero a las Cortes Constituyentes. Claro está, no tenemos por esta fórmula la devoción que se podría tener por un fetiche. Si los acontecimientos se desarrollan más rápidamente, sabremos en tiempo útil remplazar esta consigna por otra.
Recuerdo que, en forma de «sueño», le escribí que sería excelente cosa si el boicot forzase a la monarquía a arrodillarse, aunque no fuese más que con una sola rodilla. Ahora, esto es un hecho. La dimisión de Berenguer no tiene una gran importancia política en sí; pero como síntoma es extraordinariamente significativa. La impotencia de la monarquía, la disgregación de las pandillas dirigentes, su falta de confianza en sí mismas, el miedo, el miedo, el miedo, ante el pueblo, ante la revolución, el miedo del mañana, las tentativas hechas para prevenir, mediante extraordinarias concesiones, las consecuencias más temibles, esto es lo que se deduce de la dimisión de Berenguer y de la semicapitulación del rey. ¡Es espléndido! ¡Verdaderamente espléndido! ¡No se podía imaginar nada mejor! El respeto fetichista del poder en la conciencia de las masas populares ha sufrido un golpe mortal. Millones de corazones van a rebosar de satisfacción, de seguridad, de audacia; ese flujo les enardecerá, les inspirará, les empujará hacia adelante.
El conjunto de la situación revolucionaria en que debe obrar el partido del proletariado, es ahora de las más favorables. Toda la cuestión consiste actualmente en saber cómo se conducirá el partido. Desgraciadamente, los comunistas no han representado el papel de corifeos en el concierto de los boicoteadores. Por lo cual, no han hecho grandes conquistas en el campo durante estos dos o tres últimos meses. Durante los periodos en que la corriente revolucionaria es impetuosa, la autoridad del partido se incrementa rápida, febrilmente, a condición de que, en los virajes decisivos, en las nuevas etapas, el partido lance una consigna necesaria cuya justeza sea enseguida confirmada por los acontecimientos... Durante estos meses, durante estas últimas semanas, se han dejado escapar las ocasiones. ¿Pero para qué volver sobre el pasado? Es preciso mirar ante sí. La revolución sólo está en el comienzo de su desarrollo. Se puede todavía recuperar el céntuplo de lo que se ha dejado perder.
El problema parlamentario y constitucional se sitúa en el centro de la vida política oficial. No podemos hacer como que lo ignoramos al pasar ante él. Es preciso, según yo, redoblar nuestra energía para lanzar la consigna de Cortes revolucionarias constituyentes. No hay que sentir «repugnancia» por emplear fórmulas netamente democráticas. Se debe reclamar, por ejemplo, el derecho de ser electores para todos sin distinción de sexo, a partir de la edad de dieciocho años y sin ninguna restricción. Dieciocho años para ese país meridional, es quizás incluso fijar una edad ya bastante avanzada: es preciso contar con la juventud.
[ ... ] La cuestión del frente único de todas las fracciones comunistas, comprendido el partido oficial, será inevitablemente puesta en el orden del día. Las masas deben experimentar durante las semanas y los meses próximos, una imperiosa necesidad de estar dirigidas por un partido revolucionario unido y serio. Los disentimientos de los comunistas irritarán a las masas. Estas impondrán la unidad; no para siempre, indudablemente, porque los acontecimientos pueden enviar a las fracciones en diversas direcciones. Pero para el periodo que viene, la aproximación de las fracciones comunistas me parece totalmente inevitable. Sobre este punto, como en la cuestión del boicot y en toda otra cuestión política de actualidad, el beneficio será para la fracción que haya tomado la iniciativa de rehacer la unidad de las filas comunistas. Para que la izquierda comunista esté en condiciones de tomar esta iniciativa, es necesario que se unifique ella misma y que se organice. Es indispensable crear inmediatamente una fracción bien organizada, aunque sea poco numerosa al principio, de la Oposición Comunista de Izquierda, que publique su Boletín y tenga su grupo organizado de teóricos. Claro está, esto no excluye la posibilidad, para los comunistas de izquierda, de participar en organizaciones más amplias; al contrario, esto presupone tal participación, pero es al mismo tiempo la condición indispensable.
Algunas palabras a propósito de las juntas de soldados. ¿Tenemos interés en que se constituyan en organizaciones "independientes"? Es una cuestión muy seria, con motivo de la cual se debe, desde el comienzo, trazar una cierta línea de conducta, al mismo tiempo que reservándose, claro está, el derecho de aportar las enmiendas según lo que indique la experiencia.
En 1905, en Rusia, no se había llegado todavía a crear soviets de soldados. Diputados del ejército se mostraron en los soviets obreros, pero sólo fue a título episódico. En 1917, los soviets de soldados desempeñaron un papel formidable. En Piter (Petrogrado), el soviet de soldados se fusionó con el de los obreros desde el comienzo, y los representantes del ejército formaban la aplastante mayoría. En Moscú, los dos soviets permanecieron independientes entre sí. Pero, en suma, era una cuestión de organización técnica: en efecto, el inmenso ejército tenía de diez a doce millones de campesinos.
En España, los efectivos del ejército son los de tiempos de paz, son insignificantes con respecto a la cifra global de la población e incluso con respecto a los efectivos del proletariado. ¿En estas condiciones es inevitable que los soldados se constituyan en soviets independientes? Desde el punto de vista de la política proletaria tenemos interés en atraer a los delegados de los soldados en las juntas obreras a medida que éstas vayan creándose. Las juntas únicamente compuestas de soldados podrían no tener que formarse más que en el momento en que la revolución haya alcanzado su punto culminante o cuando haya obtenido la victoria. Las juntas obreras pueden (¡y deben!) constituirse antes, a base de las huelgas, del boicot de las Cortes y, después, de la participación en las elecciones. Se puede, por consecuencia, llevar a los delegados-soldados a las juntas obreras mucho antes de que las juntas puramente militares puedan organizarse. Pero incluso voy más lejos: si se adopta en tiempo útil la iniciativa de crear juntas obreras y de asegurar su acción en el ejército, se logrará quizás evitar a continuación la creación de juntas de soldados "independientes", expuestas a caer bajo la influencia de oficiales arribistas y no bajo la de los obreros revolucionarios. La poca importancia de los efectivos del ejército español habla en favor de esta hipótesis. Por otra parte, sin embargo, este ejército poco numeroso tiene tradiciones suyas de política revolucionaria, que no se encuentran tan marcadas en las tropas de otros países. Circunstancia que podría impedir, en cierta medida, la fusión de los diputados-soldados con las juntas obreras.
Como veis, sobre este punto, no me atrevo a pronunciarme categóricamente; además, los mismos camaradas que ven de cerca la situación probablemente no están mucho más en estado de dar una solución categórica. Me limito a abrir el debate: a medida que se emprenda más pronto en las amplios círculos de la vanguardia obrera el discutir ciertas cuestiones, más fácil será resolverlas a continuación. En todo caso, convendría orientarse en el sentido de una incorporación de los delegados-soldados en las juntas obreras. Si esto no prospera mas que parcialmente, ya será algo. Pero es precisamente en vistas a este resultado por lo que es necesario estudiar a tiempo y minuciosamente las disposiciones del ejército, de los diferentes cuerpos, de las diferentes armas, etc.
En suma, estaría bien tratar de establecer colectivamente un mapa de España, con el fin de definir con más precisión las relaciones de fuerzas en cada región y las relaciones mutuas entre las regiones. Sería necesario indicar en este mapa, los focos revolucionarios, las organizaciones sindicales y los partidos, las guarniciones, las relaciones de fuerzas entre rojos y blancos, las regiones donde se produzca un movimiento campesino, etc. Por poco numerosos que sean los oposicionistas, podrían en diversos lugares tomar la iniciativa de este estudio, auxiliados por los mejores representantes de otros grupos revolucionarios. De esta manera se constituirían los elementos de un gran estado mayor de la revolución. El núcleo central daría a este trabajo la unidad necesaria. Este trabajo preparatorio, que parecería primero de carácter «académico», sería después de un extraordinario valor, quizás incluso de una importancia decisiva. En una época como la que atraviesa España, la mayor falta que se puede cometer es perder el tiempo.
Gracias por las citas del discurso de Thaelmann sobre la revolución «popular», de las que no me había dado cuenta. Es imposible imaginar un modo más estúpido y más cazurro de embrollar la cuestión planteándola. ¡Dar esa consigna de una «revolución popular», y además alegando a Lenin ! Pero, veamos; cada número del periódico fascista de Strasser expone la misma consigna, en "contrapartida" de la divisa marxista: revolución de clase. Claro está, toda gran revolución es popular o nacional en el sentido de que agrupa en torno a la clase revolucionaria a todas las fuerzas vivas y creadoras de la nación, y porque reconstruye a ésta alrededor de un nuevo centro. Pero esto no es una consigna, no es más que una descripción sociológica de la revolución, una descripción que exige además esclarecimientos precisos y concretos. Si se quiere hacer de ello una consigna, es una tontería, es charlatanismo, es oponer a los fascistas una competencia de bazar, y los obreros pagarán las consecuencias de este engaño.
Es muy asombrosa la evolución de las consignas sobre esta cuestión. Desde el 111 Congreso de la Internacional Comunista, la divisa «clase contra clase» se ha convertido en la expresión popular de la política del "frente único proletario". Fórmula absolutamente justa: todo los obreros deben apretar sus filas contra la burguesía. Pero enseguida se ha sacado también de la misma consigna una alianza con los burócratas reformistas contra los obreros (experiencia de la huelga general inglesa). Después se ha pasado al otro extremo: ningún acuerdo posible con los reformistas. «Clase contra clase»: esta fórmula, que debía servir para el acercamiento de los obreros socialdemócratas y de los obreros comunistas, ha adquirido, durante el «tercer periodo», el sentido de una lucha contra los obreros socialdemócratas; como si estos últimos fueran de una clase diferente. Ahora, nueva voltereta: revolución popular y no ya proletaria. El fascista Strasser dice que el 95 por 100 del pueblo tiene interés en la revolución y que, por consecuencia, se trata de una revolución popular, pero no de clase. Thaelmann repite la misma canción. De hecho, sin embargo, el obrero comunista debiera decir al obrero fascista: Sí, evidentemente, el 95 por 100, si es que no el 98 por 100 de la población, es explotada por el capital financiero. Pero esta explotación está organizada jerárquicamente: explotadores, subexplotadores, explotadores de tercera clase, etc. Solamente por medio de esta gradación es como los superexplotadores mantienen en servidumbre a la mayoría de la nación. Para que la nación pueda efectivamente reconstituirse alrededor de un nuevo centro de clase, debe reconstruirse ideológicamente, lo que sólo es realizable si el proletariado, lejos de dejarse absorber por «el pueblo», por «la nación», desarrolla su "programa particular" de revolución "proletaria" y obliga a la pequeña burguesía a elegir entre los dos regímenes. La consigna de una revolución popular es una canción de cuna, adormecedora tanto para la pequeña burguesía como para las amplias masas obreras, les invita a resignarse a la estructura jerárquica burguesa del «pueblo» y retarda su emancipación. En Alemania, en las condiciones actuales, esta consigna de una revolución popular hace desaparecer toda demarcación ideológica entre el marxismo y el fascismo, reconcilia a una parte de los obreros y de la pequeña burguesía con la ideología fascista, permitiéndoles creer que no es necesario hacer una elección, puesto que, tanto de un lado como de otro, se trata de revolución popular. Estos revolucionarios incapaces, cada vez que tropiezan con un enemigo serio, piensan ante todo en acomodarse a él, adornándose con sus colores para conquistar a las masas, no mediante la lucha revolucionaria, sino mediante algún truco ingenioso. Ignominioso modo, verdaderamente, de plantear la cuestión. Si los débiles comunistas españoles se asimilasen esta fórmula, llegarían en su país a una política de Kumintang.
Muchos rasgos de semejanza saltan a los ojos entre el régimen de febrero de 1917 en Rusia y el régimen republicano actual en España, Pero se advierten también diferencias profundas: a) España no está en guerra y no tenéis que lanzar una penetrante consigna de lucha por la paz; b) no tenéis aún soviets obreros, ni -¿es preciso decirlo?- soviets de soldados; en la prensa no veo incluso que esta consigna se haya propuesto a las masas; c) el gobierno republicano ejerce desde el comienzo la represión contra el ala izquierda del proletariado, lo que no se produjo en nuestro país en febrero, porque las bayonetas estaban a disposición de los soviets de obreros y de soldados, y no en manos del gobierno liberal.
Este último punto es de una importancia enorme para nuestra agitación. El régimen de febrero realizó de primera intención, en el terreno político, una democracia completa y, en su género, casi absoluta. La burguesía no se mantenía más que por su crédito en las masas obreras y en el ejército. En vuestro país, la burguesía se apoya no solamente en la confianza sino también en la violencia organizada que ha recogido del antiguo régimen. No tenéis la libertad plena y completa de reunión, de palabra, de prensa, etc. Las bases electorales de vuestros nuevos municipios distan mucho del verdadero espíritu democrático. Por otra parte, en una época revolucionaria, las masas son particularmente sensibles a toda desigualdad de derecho y a las medidas policíacas de cualquier género. En otras palabras, es indispensable que los comunistas, por el momento, se manifiesten como el partido democrático más consecuente, el más resuelto y el más intransigente.
Por otra parte, es preciso ocuparse inmediatamente de constituir soviets obreros. A este respecto, la lucha por la democracia es un excelente punto de partida. Ellos tienen, "ellos", "su" ayuntamiento; nosotros tenemos necesidad, "nosotros" los obreros, de nuestra junta local para defender nuestros derechos y nuestros intereses.
[De una carta dirigida a Barcelona] La Federación Catalana [ 2 ] debe esforzarse por adherirse a la organización comunista panespañola. Cataluña es una vanguardia. Pero si esta vanguardia no marcha al mismo paso que el proletariado y, más tarde, de los campesinos de toda España, el movimiento catalán terminará todo lo más como un episodio grandioso, en el estilo de la Commune de París. La posición especial de Cataluña puede llevar a semejantes resultados. El conflicto nacional puede caldearse de tal manera que la explosión catalana se produzca mucho antes de que España, en el conjunto de su situación, esté madura para una segunda revolución. Sería una grandísima desgracia histórica si el proletariado catalán, cediendo a la efervescencia, a la fermentación del sentimiento nacional, se dejase arrastrar en una lucha decisiva antes de haber podido ligarse estrechamente a toda la España proletaria. La fuerza de la Oposición de Izquierda, tanto en Barcelona como en Madrid, puede y debe elevar todas las cuestiones a su nivel histórico.
[De una carta dirigida a Madrid] Hablemos de lo que se dice ser el «nacionalismo» de la Federación Catalana. Es una cuestión muy importante, muy grave. Los errores cometidos sobre este punto pueden tener consecuencias fatales.
La revolución ha despertado en España, más poderosamente que nunca, todas las cuestiones, entre ellas la de las nacionalidades. Las tendencias y las ilusiones nacionales están representadas principalmente por los intelectuales pequeñoburgueses, que se esfuerzan por encontrar un apoyo en los campesinos contra el papel desnacionalizador del gran capital y contra la burocracia del Estado. El papel dirigente -para la fase actual- de la pequeña burguesía en el movimiento de emancipación nacional, como en general en todo el movimiento democrático revolucionario, introduce inevitablemente en este último prejuicios de toda clase. Procedentes de ese medio, las ilusiones nacionales se infiltran también entre los obreros. Esta es, seguramente, en el conjunto, la situación en Cataluña, y quizás hasta un cierto punto en la Federación Catalana. Pero lo que acabo de decir no atenúa en manera alguna el carácter "progresista, revolucionario-democrático" de la lucha nacional catalana contra la soberanía española, el imperialismo burgués y el centralismo burocrático.
Ni por un momento se puede perder de vista que España entera y Cataluña, como parte constituyente de ese país, están gobernadas actualmente no por nacionales demócratas catalanes, sino por burgueses imperialistas españoles, aliados a los grandes propietarios agrarios, a los viejos burócratas y a los generales, con el apoyo de los nacionales socialistas. Toda esta cofradía tiene la opinión de mantener, por una parte, las servidumbres de las colonias españolas y de asegurar, por otra parte, el máximo de centralización burocrática de la metrópoli; es decir, que quiere el aplastamiento de los catalanes, de los vascos y de otras nacionalidades por la burguesía española. En la fase actual, dadas las combinaciones presentes de las fuerzas de clases, el nacionalismo catalán es un factor revolucionario progresista. El nacionalismo español es un factor imperialista reaccionario. El comunista español que no comprenda esta distinción, que afecte ignorarla, que no la valorice en primer plano, que se esfuerce, por el contrario, en atenuar su importancia, corre el riesgo de convertirse en un agente inconsciente de la burguesía española y de estar perdido para siempre para la causa de la revolución proletaria.
¿Dónde está el peligro de las ilusiones pequeñoburguesas? En que pueden dividir al proletariado de España en sectores nacionales. El peligro es muy serio. Los comunistas españoles pueden combatirlo con éxito, pero de una sola manera: denunciando implacablemente las violencias cometidas por la burguesía de la nación soberana y ganando así la confianza del proletariado de las nacionalidades oprimidas. Toda otra política equivaldría a sostener al nacionalismo reaccionario de la burguesía imperialista que es dueña del país, contra el nacionalismo revolucionario-democrático de la pequeña burguesía de una nación oprimida.
Me escribe usted que las mentiras de L'Humanité provocan indignación en Cataluña. Es fácil imaginárselo. Pero no es suficiente con indignarse. Es indispensable que la prensa oposicionista dé sistemáticamente el cuadro de lo que pasa en España. Es una cuestión de una enorme importancia. Según la viva experiencia de la revolución española es como debe hacerse la reeducación de los cuadros del comunismo internacional. Si correspondencias metódicamente ajustadas llegan de Barcelona y de Madrid -no ya simplemente cartas-, serán documentos políticos de una importancia de primer orden. Si esto falta, los estalinistas son capaces de crear en tomo a la Federación Catalana una atmósfera de aislamiento y de hostilidad, que, por sí sola, podría impulsar a los obreros catalanes por el camino de la aventura y de una catástrofe.
Por lo que veo, los anarcosindicalistas llevan a cabo una política conciliadora con respecto al régimen detestable del coronel Maciá, el comisionista barcelonés de los imperialistas madrileños. Los jefes del anarcosindicalismo se han convertido en empleados subalternos y en verdaderos agentes del nacionalismo catalán de paz social. La Federación Catalana ha adoptado, a mi modo de ver, una posición conciliadora respecto de los anarcosindicalistas, lo que significa que la Federación remplaza la política revolucionaria de frente único por la política oportunista de defensa y adulación de los anarcosindicalistas, y, por consiguiente, del régimen de Maciá. Precisamente en este hecho veo yo una de las fuentes de explosiones que pueden, en determinada fase, adquirir un carácter peligroso.
La labor de los Sindicatos, de ninguna manera consiste en retener a los obreros, sino, al contrario, en movilizarles y organizarles para la lucha en todos los frentes. Los Sindicatos deben, ante todo, sublevar a los obreros de las regiones atrasadas de Cataluña y del resto de España. La labor de la Federación Catalana no consiste en embellecer la actitud de la Confederación anarcosindicalista, sino en ejercer una crítica constante, paso a paso, y en denunciar ante los obreros su bloque tácito con la contrarrevolución pequeño burguesa de Maciá.
Para que las advertencias contra los actos insensatos y prematuros no se transformen en una manera menchevique de sofocar la revolución, es necesario poseer una línea estratégica clara, es necesario que los obreros avanzados comprendan bien esta línea, para que puedan explicarla incansablemente al grueso de las masas. La Federación Catalana carece, evidentemente, de línea estratégica. Sus jefes temen reflexionar sobre los problemas fundamentales de la revolución; de lo contrario, no tendrían ese miedo estúpido y pueril ante el trotskismo, que expresa todo el nivel de su pensamiento político.
Queridos camaradas: El curso de los acontecimientos pone hoy en el orden del día una cuestión grandiosa, con respecto a la cual la Oposición de Izquierda puede y debe decir su opinión. Me refiero a la Revolución española. Se trata, ahora, no de una crítica post factum; se trata, por el contrario, para la Oposición internacional de Izquierda, de una intervención activa en los acontecimientos, a fin de prevenir la catástrofe.
Tenemos pocas fuerzas. Pero la ventaja de una situación revolucionaria consiste precisamente en la posibilidad, aun para un grupo poco numeroso, de llegar a ser una gran fuerza en un corto espacio de tiempo, a condición de dar pronósticos justos y de lanzar a tiempo consignas apropiadas. Aludo no solamente a nuestra sección española, afectada de modo directo por los acontecimientos, sino a todas nuestras secciones; porque, a medida que la revolución avance, irá reclamando la atención de todos los obreros del mundo. La verificación de las líneas políticas se llevará a cabo a la vista de la vanguardia proletaria mundial. Si somos verdaderamente el ala izquierda, si somos verdaderamente fuertes por nuestra concepción revolucionaria justa, debemos demostrar esta fuerza de una manera particularmente acentuada durante una situación revolucionaria. Si somos verdaderos internacionalistas, debemos llevar a cabo el trabajo a escala internacional.
Dos cuestiones fundamentales debemos plantear resueltamente: 1 ) la cuestión del carácter general de la revolución española y la línea estratégica que de la misma se desprende; 2 ) la cuestión de la utilización táctica justa de las consignas democráticas y de las posibilidades parlamentarias y revolucionarias. Yo he tratado de expresar todo lo que hay de esencial en estas cuestiones en mi último trabajo sobre España. Ahora no pretendo más que pronunciarme en forma somera sobre el conjunto de las cuestiones a propósito de las cuales debemos pasar a la ofensiva en toda la línea de la Internacional Comunista.
¿Es de esperar en España una revolución intermedia entre la consumada revolución republicana y la futura revolución proletaria, una pretendida revolución «obrera y campesina», con una «dictadura democrática»? ¿Si o no? Toda la línea estratégica está determinada por la respuesta que se dé a esta pregunta. El partido español oficial está hundido hasta el cuello en una confusión ideológica en lo tocante a esta cuestión fundamental, confusión que fue sembrada y que se sigue sembrando por los epígonos, y que encuentra su expresión en el programa de la IC. Aquí tenemos la posibilidad de desenmascarar diariamente, ante la vanguardia proletaria, a la luz de los hechos vivos, todo el vacío, toda la falta de sentido y al mismo tiempo el peligro terrible que supone la ficción de una revolución intermedia.
Los camaradas dirigentes de todas las secciones no deben perder de vista que somos nosotros, en tanto que izquierda, quienes nos debemos colocar sobre una base científica sólida. El juego frívolo con las ideas, el charlatanismo periodístico al estilo de Landau y compañía, son contrarios a la esencia misma de una fracción revolucionaria proletaria. Es necesario estudiar las cuestiones fundamentales de la revolución, de la misma manera que los ingenieros estudian la resistencia de los materiales, o los médicos la anatomía y la patología. El problema de la revolución permanente ha llegado a ser actualmente, debido a los acontecimientos de España, el problema central de la Oposición internacional de Izquierda.
Las cuestiones de las consignas democráticas, de la utilización de las elecciones e inmediatamente de las Cortes, son cuestiones de táctica revolucionaria, subordinadas a la cuestión general de la estrategia. Pero las fórmulas estratégicas, aun las más justas, no valen nada si no se encuentra en todo momento una solución táctica a estas fórmulas. Sin embargo, las cosas se presentan muy mal, a este respecto, en España. Los periódicos franceses publican una noticia según la cual el dirigente de la Federación Catalana, Maurín, había declarado en su conferencia de Madrid que su organización no participará en las elecciones porque no creía en la sinceridad de las mismas. ¿Es posible que esto sea cierto? Tal cosa significaría que Maurín aborda los problemas de la táctica revolucionaria, no desde el punto de vista de la movilización de las fuerzas del proletariado, sino desde el punto de vista de la moral y del sentimentalismo pequeñoburgués. Hace dos semanas hubiera estado dispuesto a creer que la prensa burguesa se entretenía en publicar gansadas; pero después de haber conocido la plataforma de la Federación catalana, me veo obligado a reconocer que esta noticia, por muy monstruosa que sea, no es del todo imposible y no debe, por tanto, ser excluida de antemano.
Sobre esta línea debemos llevar a cabo una lucha implacable en nuestras propias filas. Resulta completamente absurdo e indigno querellarse con diferentes grupos a propósito de las funciones de los derechos y de las prerrogativas del Secretariado en el momento en que nosotros no tenemos con estos grupos ninguna base común de principios. Me refiero, en primer lugar, al grupo Prometeo [Así se llamaba el órgano de los bordiguistas. NDE], que se halla en desacuerdo con los bolcheviques-leninistas en todas las cuestiones fundamentales de la estrategia y de la táctica. A nadie se le debe permitir ahogar estas divergencias profundas con querellas pendencieras en el terreno de la organización y mediante bloques sin principios, que degeneran inevitablemente en intrigas entre bastidores.
Conforme a la experiencia rusa, la cuestión de las consignas democráticas en la revolución fue de nuevo planteada en el curso de la lucha en China. Sin embargo, todas las secciones europeas no tuvieron la posibilidad de seguir todas las etapas de esta lucha. La discusión sobre estas cuestiones revistió, de hecho, un carácter semiacadémico para ciertos camaradas y para ciertos grupos. Pero hoy estas cuestiones son la encarnación misma de la lucha, de la vida. ¿Podemos permitir que se nos ate de pies y manos en un viraje histórico de tamaña importancia? Así como durante el conflicto chinorruso, que amenazaba desencadenar la guerra, no podíamos perdemos en discusiones para decidir si era necesario apoyar a la Unión Soviética, o a Chang Kai-Chek, de la misma manera, hoy, frente a los acontecimientos españoles, no podemos asumir ni la más leve responsabilidad indirecta por las supersticiones sectarias y semibakuninianas de ciertos grupos.
Mis proposiciones prácticas se resumen en lo siguiente
1) Todas las secciones deben plantear los problemas de la revolución española en el orden del día.
2) Las direcciones de nuestras secciones deben crear comisiones especiales, que se impongan la tarea de recopilar materiales para profundizar las cuestiones y, sobre todo, para seguir atentamente la actividad de los partidos oficiales y la manera de plantear los problemas de la revolución española.
3) Todos los documentos importantes del comunismo español, de todas sus tendencias, deben ser comunicados -o por lo menos extractados- -regularmente para conocimiento de todas nuestras secciones nacionales.
4) Tras una preparación necesaria, cada sección nacional de la Oposición debe emprender el ataque contra la política de la IC en la revolución española. Esta ofensiva puede revestir diferentes formas: intervenciones en las reuniones, trabajo individual y por grupos, etc. Pero todas estas formas deben coordinarse rigurosamente.
5) Después de cierto trabajo preparatorio, tanto en las secciones nacionales como en el Secretariado internacional, es indispensable elaborar un Manifiesto de la Izquierda Internacional sobre la revolución española, que debe confeccionarse de la manera más concreta posible y en colaboración estrecha con la sección española. Hay que dar a este manifiesto la más amplia difusión.
Estas son las proposiciones concretas. Os ruego que las discutáis y que enviéis al mismo tiempo copia de esta carta a todas las secciones nacionales, para que la discusión se lleve a cabo simultáneamente en todas ellas.
Queridos camaradas: En una carta al camarada Lacroix he expuesto algunas consideraciones complementarias con respecto a la situación española. Desgraciadamente, carezco de información completa para estar al tanto de la forma como los comunistas españoles de las distintas agrupaciones plantean las cuestiones políticas actuales. El análisis de la situación revolucionaria en estas condiciones es más difícil que jugar al ajedrez sin mirar al tablero. Siempre quedan cuestiones que requieren un estudio complementario. Antes de recurrir a la Prensa quiero plantearos estas cuestiones, y, por mediación vuestra, a los comunistas españoles y a todas las secciones de la Oposición internacional.
Una parte considerable de mi artículo sobre los peligros que amenazan a la revolución española está consagrada a demostrar que entre la revolución burguesa democrática de abril y la futura revolución proletaria no hay intervalo para una revolución obrera-campesina intermedia. De paso, recalcaba que esto no quiere decir que el partido del proletariado deba, «hasta la lucha final», ocuparse solamente en acumular fuerzas. Semejante concepción sería antirrevolucionaria y digna de filisteos. Si no puede existir revolución intermedia, régimen intermedio, puede haber, por el contrario, manifestaciones intermedias de masas, huelgas, demostraciones, choques con la policía y el ejército, sacudidas revolucionarias impetuosas, durante las cuales los comunistas estarán, claro está, en las primeras filas de combate. ¿Cuál es el sentido histórico posible de estas luchas intermedias? De un lado, pueden provocar cambios democráticos en el régimen burgués republicano, y de otro, pueden preparar a las masas para la conquista del poder, para la creación del régimen proletario.
La participación de los comunistas en estas luchas, y sobre todo su participación en la dirección de estas luchas, exigen de ellos, no solamente una comprensión clara del desarrollo de la revolución en su conjunto, sino también capacidad para dar consignas particulares ardorosas y de combate que no se desprendan directamente del programa, sino que estén inspiradas en las contingencias de la lucha diaria e impulsen las masas hacia adelante.
Todo el mundo sabe qué enorme papel desempeñó en 1917, durante la coalición rusa de los socialistas conciliadores y de los liberales, la consigna bolchevique: «¡Abajo los diez ministros capitalistas!». Las masas tenían todavía confianza en los socialistas conciliadores; pero las masas, aun las más confiadas, sienten siempre una instintiva desconfianza hacia los burgueses, los explotadores, los capitalistas. En esto se basó la táctica bolchevique durante un período determinado. No decíamos: «¡abajo los ministros socialistas!», ni siquiera «¡abajo el gobierno provisional!». Incansablemente remachábamos el mismo clavo: «¡Abajo los diez ministros capitalistas!». Tal consigna desempeñó un papel importantísimo, ya que permitió a las masas convencerse que los socialistas conciliadores tiraban mucho más hacia los ministros capitalistas que hacia las masas obreras.
Consignas de este género corresponden a más no poder con el estado actual de la revolución española. La vanguardia proletaria está completamente interesada en empujar a los socialistas españoles para que tomen el poder en sus manos. Por esta razón es necesario romper la coalición. La tarea actual consiste en luchar para excluir a los ministros burgueses de la coalición. No es posible otra solución si no surgen acontecimientos políticos importantes, bajo la presión de nuevos movimientos de masas, etc...
Las elecciones a las Cortes revelarán, a mi juicio, una extraordinaria debilidad de los republicanos de derecha, género [Alcalá]Zamora-Maura. Estas elecciones darán una ventaja preponderante a los conciliadores pequeño burgueses de los distintos matices: radicales, radicales socialistas y «socialistas». A pesar de esto, se puede predecir con certidumbre que los socialistas y los radicales-socialistas ayudarán con todas sus fuerzas a sus aliados de derecha. La consigna «¡abajo Maura-[Alcalá]Zamora!» es de una oportunidad completa. Sin embargo, es necesario comprender lo siguiente: los comunistas no llevan a cabo una agitación por el ministerio Lerroux, ni asumen la más mínima responsabilidad por un ministerio socialista; pero en cada momento dado encauzan sus ataques contra el enemigo de clase más determinado y consecuente, y con ello debilitan a los conciliadores y despejan el terreno al proletariado. Los comunistas dicen a los obreros socialistas: «Si tenéis confianza en vuestros jefes socialistas, obligadles a tomar el poder. Nosotros os ayudaremos parcialmente, aunque no tenemos la menor confianza en ellos. Y cuando estén en el poder, les someteremos a la prueba y veremos quién tiene razón: nosotros o vosotros.»
Esta idea ha sido apuntada anteriormente, al hablar de la composición de las Cortes. Pero otros acontecimientos, como, por ejemplo, las represalias contra las masas, pueden dar una agudeza excepcional a la consigna: «¡Abajo Maura-[Alcalál Zamora!». La victoria en este dominio, es decir, la dimisión de [Alcalál Zamora, podría tener, en esta etapa, casi la misma significación, para el desarrollo ulterior de la revolución, que la dimisión de Alfonso en abril. Para dar tales consignas hay que conducirse no con arreglo a abstracciones doctrinales, sino según el estado de conciencia de las masas, según la reacción que inspire a las masas cada éxito parcial. El oponer pura y simplemente la consigna «dictadura del proletariado» o «gobierno obrero y campesino» en el régimen actual, es de todo punto insuficiente, porque tales consignas no llegan al corazón de las masas.
A propósito de lo que queda dicho, surge de nuevo la cuestión del «socialfascismo». Esta estúpida invención de la burocracia, terriblemente «izquierdista», es hoy en España el mayor obstáculo en el desarrollo de la revolución. Volvamos a la experiencia rusa. Los mencheviques y los socialistas-revolucionarios en el poder practicaban la guerra imperialista, defendían a los capitalistas, perseguían a los soldados, a los campesinos y a los obreros, llevaban a cabo detenciones. Restablecieron la pena de muerte, protegían y preconizaban el asesinato de los bolcheviques, obligaban a Lenin a hacer vida ilegal, retenían en la cárcel a los demás líderes del bolchevismo, divulgando contra ellos las más indecentes calumnias, etc... Todo esto era más que motivo suficiente para calificarlos de «socialfascistas». Pero entonces, en 1917, esta palabreja no había sido puesta en circulación, lo que no impidió, como se sabe, la toma del poder por los bolcheviques. A pesar de las terribles persecuciones contra los bolcheviques en julio-agosto, los bolcheviques participaron con los «socialfaseistas» en las organizaciones de lucha contra Kornilov. A principios de septiembre, Lenin propuso a los «socialfascistas», desde su escondite ¡legal, el compromiso siguiente: «Romped con la burguesía, tomad el poder y nosotros, los bolcheviques, lucharemos en el seno de los soviets por el poder con procedimientos normales (pacíficos).»
Si no hubiera existido ninguna diferencia entre los conciliadores y Kornilov que fue el verdadero «fascista», no hubiera sido posible ninguna lucha en común entre bolcheviques y conciliadores para aplastar a Kornilov. Y, sin embargo, esta lucha desempeñó un gran papel en el desarrollo de la revolución repeliendo el ataque de la contrarrevolución de los generales y ayudando a los bolcheviques a arrebatar por completo las masas a la influencia de los conciliadores.
La naturaleza de la democracia pequeño burguesa consiste precisamente en su carácter oscilante entre el comunismo y el fascismo. Durante la revolución, estas oscilaciones son particularmente acentuadas. Considerar a los socialistas españoles como una especie de fascismo significa renunciar a utilizar sus oscilaciones inevitables a izquierda; significa obstruirse a sí mismo el camino hacia los obreros socialistas y sindicalistas. Para terminar, quiero recalcar que la crítica implacable del anarcosindicalismo español es una tarea de una importancia tal, que no debe dejarse un solo instante de la mano. El anarcosindicalismo en sus esferas dirigentes reviste la forma más velada, pérfida y peligrosa de la conciliación con la burguesía. Entre los obreros que constituyen la base del anarcosindicalismo se encuentran grandes fuerzas potenciales de la revolución. La labor fundamental de los comunistas a este respecto debe ser la misma que hacia los socialistas: oponer la base a la dirección.
Quiero insistir todavía una vez más: hay que recoger artículos, resoluciones, plataformas, etc., de las organizaciones revo-lucionarias y de los grupos de España, traducirlas al francés y enviarlas a todas las secciones para traducirlas a otros idiomas.
Hay que criticar sin duelo y de una manera implacable a Maurín; los acontecimientos confirmarán enteramente nuestra crítica. Dentro de poco tiempo, Maurín no será mas que una figura cómica con su marrullería provinciana, sus doctrinas gastadas y sus consignas rudimentarias. La cuestión está en saber quién le sucederá. La Oposición de Izquierda no podrá llegar a ser una fuerza dirigente en toda España sin serlo en Cataluña. La segunda cuestión urgente es la cuestión de los anarcosindicalistas. Es indispensable publicar un folleto Contra el anarcosindicalismo y difundirlo ampliamente, no sólo en España, sino también en los demás países. ¿Habéis leído los artículos de Monatte [ 3 ], en los que expresa su esperanza de ver a los anarcosindicalistas españoles oponer al Estado bolchevique un Estado verdaderamente «anarquista»? Toda la suerte del anarquismo mundial, o mejor de sus residuos, esparcidos por la revolución rusa, está íntimamente unido hoy a la suerte del anarcosindicalismo español. Y puesto que el anarcosindicalismo en España va inevitablemente a la derrota más miserable y ridícula, está fuera de duda que la revolución española será la tumba del anarquismo. Pero hay que procurar por todos los medios que la tumba del anarcosindicalismo no sea al mismo tiempo la tumba de la revolución. Si Maurín es la cobertura temporal para los estalinistas, el anarcosindicalismo es una cobertura temporal para los socialistas y los republicanos, es decir, para la burguesía. Así como Maurín puede poner en las manos de la burocracia centrista a los obreros catalanes avanzados, de la misma manera los anarcosindicalistas pueden poner toda la revolución en las manos de la burguesía. La lucha teórica y práctica contra el anarcosindicalismo está ahora en el orden del día. Es evidente que esta lucha debe emprenderse sobre la base de la política del frente único, de la unidad de la organización sindical, etc. Hay que desenmascarar a los jefes del anarcosindicalismo y, ante todo, poner al desnudo a ese miserable pope laico de Pestaña, que desempeñará, sin ninguna duda, el papel más infame y cobarde en el desarrollo ulterior de la revolución.
[ ... ] Las muestras del discurso de Maurín producen una impresión penosa. Contrariamente a nosotros, él considera -¡quién lo diría!- el Plan quinquenal como una adquisición de la revolución. ¿Es posible que no haya leído nada más?
A propósito, la Agencia Reuter, y con ella otras agencias, publican falsos telegramas relativos a supuestos artículos e interviús míos sobre el Plan quinquenal (fracaso completo, mentira, etc ... ). Es extremadamente importante desenmascarar y desmentir estas infamias. En el caso presente, la burguesía se sirve contra los estalinistas de las propias calumnias y mentiras de estos últimos.
Al Secretariado internacional: 1) Tengo a la vista un periódico turco (en lengua francesa), de fecha 1 de julio, conteniendo las primeras informaciones sobre las elecciones españolas. Verdaderamente, todo ocurre en la forma por nosotros prevista. La inclinación a izquierda se ha producido con una regularidad particular. Esperamos que nuestros camaradas españoles analizarán los resultados de las elecciones con mucho cuidado, apoyándose en materiales efectivos. Hay que llegar a saber cómo han votado los obreros, en particular los anarcosindicalistas. En ciertas regiones, la respuesta debe deducirse de una manera clara de la estadística electoral. Es muy importante saber cómo han votado los campesinos en diferentes provincias. Al mismo tiempo hay que recoger todos los "programas agrarios" que fueron presentados por los distintos partidos en todos los lugares del país. Todo esto es un trabajo urgente y de mucha importancia.
2) Como era cosa de esperar, los socialistas han conseguido una gran victoria. Este es el momento central de la situación parlamentaria. Los jefes socialistas se consideran felices por el hecho de no tener mayoría en las Cortes y por creer que su coalición con la burguesía se Justifica así por la estadística parlamentaria. Los socialistas no quieren tomar el poder porque temen, no sin razón, que el gobierno socialista llegue a ser una etapa hacia la dictadura del proletariado. Se deduce del discurso de Prieto que los socialistas están decididos a apoyar la coalición hasta conseguir refrenar al proletariado, para, inmediatamente, cuando la presión de los obreros llegue a ser demasiado fuerte, pasar a la oposición con un pretexto radical cualquiera y dejar a la burguesía el cuidado de disciplinar y aplastar a los obreros. En otros términos, nos encontramos ante una variante de Ebert [ 4 ] y de Tseretelli [ 5 ] . Recordemos que la línea de Ebert triunfó, en tanto que la de Tseretelli fracasó, y que en ambos casos la fuerza del partido comunista y su política desempeñaron un papel decisivo.
3) Debemos inmediatamente denunciar el plan de los socialistas (este juego político de retirada), confundiéndoles en todas las ocasiones. Esto se refiere, desde luego, ante todo a la Oposición española de Izquierda. Pero esto no basta. Es necesario esgrimir una consigna política clara: los obreros deben romper la coali-ción con la burguesía y obligar a los socialistas a tomar el poder. Los campesinos deben ayudar a los obreros si desean de verdad la tierra.
4) Los socialistas dirán que no pueden renunciar a la coalición porque no tienen mayoría en las Cortes. Nuestra conclusión debe ser: exigir la elección de Cortes verdaderamente democrá-ticas sobre la base del derecho electoral verdaderamente univer-sal y directo para ambos sexos a partir de los dieciocho años. En una palabra, a las Cortes no democráticas y restringidas debemos, en la actual etapa, oponer las Cortes populares verda-deramente democráticas y honradamente elegidas.
5) Si los comunistas quisieran hoy volver la espalda a las Cortes, oponiéndoles la consigna de los soviets y de la dictadura del proletariado, solamente demostrarían con ello que no se les debe tomar en serio. No hay ni un solo comunista en las Cortes (según los periódicos turcos). Es evidente que el ala revolu-cionaria es mucho más fuerte en la acción, en la lucha, que en la representación parlamentaria. No obstante, existe una cierta correlación entre la fuerza de un partido revolucionario y su representación parlamentaria. La debilidad del comunismo espa-ñol se ha revelado por completo. En estas condiciones, hablar de derribar el parlamentarismo burgués por la dictadura del proletariado significaría simplemente desempeñar el papel de payaso y de charlatán. La cuestión estriba en llegar a adquirir fuerza sobre la base de la etapa parlamentaria de la revolución y en agrupar las masas en torno. Solamente así se podrá vencer el parlamentarismo. Precisamente por esta razón resulta indis-pensable desarrollar actualmente una agitación violenta bajo las consignas de la más extrema y decisiva democracia.
6) ¿Cuáles son los criterios para esgrimir estas consignas? De una parte, es necesario saber apreciar justamente la dirección general del desarrollo revolucionario que determina nuestra línea estratégica; por otra parte, hay que tener en cuenta el estado de conciencia de las masas. El comunista que no cuente con este último factor se expone a romperse la cabeza. Reflexionemos un poco sobre la cuestión de saber cómo los obreros españoles, las masas, se representan la situación actual. Sus jefes, los socialistas, están en el poder. Esto aumenta las exigencias y la intransigencia de los obreros. Todo obrero huelguista creerá que no solamente no hay que temer al gobierno, sino que, al contrario, hay que esperar una ayuda del mismo. Los comunistas deben dirigir el pensamiento de los obreros precisamente en el sentido: «Exigirlo todo del gobierno, puesto que vuestros jefes se encuentran en él.» Los socialistas respon-derán a las delegaciones obreras que ellos no tienen la mayoría. La respuesta está clara: concédase el verdadero derecho de sufragio, rómpase la coalición con la burguesía y la mayoría quedará asegurada. Pero es esto precisamente lo que no quieren los socialistas. Su posición les coloca en contradicción con las consignas democráticas audaces. Si nosotros oponemos simple-mente la dictadura del proletariado a las Cortes, sólo consegui-remos agrupar a los obreros en tomo a los socialistas, porque tanto unos como otros dirán: los comunistas nos quieren domi-nar. En tanto, que, empleando consignas democráticas y por la ruptura entre los socialistas y la burguesía, metemos una cuña entre los obreros y los socialistas y preparamos así la etapa siguiente de la revolución.
7) Todas las consideraciones mencionadas quedarán en letra muerta si nos limitamos solamente a las consignas democráticas en el sentido parlamentario. No se trata de esto. Los comunistas participan en todas las huelgas, en todas las manifestaciones de protesta, en todas las demostraciones. Arrastrando cada vez capas más numerosas, los comunistas deben estar siempre con las masas, colocándose siempre a la cabeza en todos los combates. Sobre la base de estos combates, los comunistas darán la con-signa de los soviets, a la primera ocasión, como organización de frente único proletario. En la etapa actual los soviets no pueden ser otra cosa que esto. Pero si surgiesen como organizaciones de combate del frente único proletario, se convertirían inevitablemente, bajo la dirección de los comunistas, en órganos de la insurrección e inmediatamente en órganos de poder. 8) Al desarrollar audazmente el programa agrario no hay que olvidar en ningún caso el papel independiente de los obreros agrícolas. Es la palanca más importante de la revolución proletaria en el campo. Con los campesinos, los obreros hacen la unión, en tanto que los obreros agrícolas forman parte del mismo proletariado. No hay que olvidar jamás esta profunda diferencia. 9) Me he enterado por La Vérité que los estalnistas acusan, sea a la oposición de izquierda en conjunto, sea a mí personalmente, de estar en contra de la confiscación inmediata de los propietarios terratenientes. Verdaderamente, es difícil de prever en qué sentido vivirán los burócratas demagogos. ¿Qué significa «confiscación inmediata» de la tierra? ¿Por quién? ¿Por qué organizaciones? Verdad es que el incomparable Peri [redactor de política internacional de L'Humanité. NDE] afirmaba todavía en abril que los campesinos españoles construían los soviets y que los obreros seguían en masa a los comunistas. Desde luego, estamos de acuerdo en que los soviets (o las uniones o los comités) campesinos tomen inmediatamente la tierra de los grandes propietarios. Pero hay que sublevar a los campesinos. Y para ello hay que arrancar a los obreros de la influencia de los socialistas. Lo uno no se puede hacer sin lo otro. ¿Querrán decir los estalinistas que nosotros defendemos la propiedad de los terratenientes? Pero hasta para calumniar es necesaria la lógica. ¿Cómo puede la defensa de la propiedad terrateniente derivarse de la revolución permanente? Que traten de demostrarlo. Por lo que respecta a nosotros, responderemos que cuando los estalinistas practicaban en China la política de las cuatro clases, el Buró Político, bajo la dirección de Stalin, remitía telegramas al Comité Central del Partido Comunista chino exigiendo que se frenara el movimiento campesino para no despojar a los generales «revolucionarios». Stalin y Molotov han establecido una pequeña restricción en el programa agrario: la confiscación de las tierras de los grandes propietarios, salvo las de los oficiales. Pero puesto que todos los pomieschikis y los hijos y los sobrinos de lo pomieschikis (grandes propietarios) estaban en el ejército de Chang KaiChek, el círculo de los oficiales «revolucionarios» llegó a ser un seguro para la propiedad de los pomieschikis. No es posible borrar este capítulo vergonzoso de la historia de la dirección estalinista. La Oposición encontró la copia del telegrama en el texto taquigráfico del Buró Político, denunció y puso a la pública vergüenza esta traición de la revolución agraria. Ahora estos señores tratan de atribuirnos en España los crímenes que ellos cometieron en China. Pero esto no lo lograrán: la Oposición tiene ya en casi todos los países su sección, y no consentirá que se difundan impunemente la mentira y la confusión. La Oposición de Izquierda aclarará todas las cuestiones litigiosas fundamentales a la luz de la revolución española y dará un paso gigantesco hacia adelante. No en vano es la revolución la locomotora de la historia.
Lo más nocivo, lo más peligroso e incluso lo más nefasto sería que, en opinión de los obreros de Cataluña, de España y del mundo entero, se fortifique la creencia de que nosotros somos solidarios de la política de la Federación Catalana o que nosotros compartimos la responsabilidad, o por lo menos que estamos más cerca de ella que del grupo centrista [ 6 ]. Los estalinistas presentan con todas sus fuerzas las cosas de este modo. Hasta ahora nosotros no hemos luchado contra esto con suficiente vigor. Es muy importante y urgente disipar este equívoco, que nos comprometería terriblemente y obstaculizaría el desarrollo de los obreros catalanes y españoles.
Claro está, la denuncia de la Federación Catalana es una tarea que corresponde, en primer lugar, a nuestros partidarios de Cataluña misma. Deben manifestarse mediante una crítica clara, abierta, precisa, una crítica que no calle nada sobre la política de Maurín, esa mezcla de prejuicios pequeño burgueses, de ignorancia, de "ciencia" provinciana y de cuquería política.
En las elecciones a las Cortes, la Federación ha recogido cerca de 10.000 votos. No es mucho. Pero en una época revolucionaria, una organización verdaderamente revolucionaria es capaz de crecer rápidamente. Sin embargo, hay una circunstancia que disminuye mucho el peso de esos 10.000 votos; en las elecciones a las Cortes, la Federación Catalana ha obtenido menos votos que en las elecciones municipales de Barcelona, es decir, en el centro revolucionario más importante. Este hecho, mínimo a primera vista, tiene una significación sintomática enorme. Demuestra que, mientras en los rincones más alejados del país se manifiesta una afluencia, aunque aún débil, de obreros hacia la Federación, en Barcelona la confusión de Maurín no atrae sino más bien rechaza a los obreros. Claro está, la derrota inevitable de Maciá puede ayudar a Maurín como fracasado de segundo orden. Pero la impotencia de la dirección actual de la Federación se ha demostrado completamente con las elecciones a las Cortes: es verdaderamente preciso "talentos" particulares para hacer de manera que no aumente su influencia en Barcelona durante los tres meses de la Revolución.
¿Qué representa la Federación en el lenguaje de la política revolucionaria? ¿Es una organización comunista? ¿Y cuál concretamente: de derecha, de centro o de izquierda? No cabe duda que son obreros revolucionarios, comunistas en potencia los que votan por la Federación. Pero no tienen todavía ninguna claridad en la cabeza. ¿Y cómo podrían tenerla si estos obreros están dirigidos por confusionistas? En estas condiciones, los obreros más decididos, los más audaces, los más consecuentes deben precipitarse inevitablemente al lado del partido oficial. Este último ha obtenido en Barcelona 170 votos y cerca de 1000 en toda Cataluña. Pero no hay que creer que son los peores elementos. Por el contrario, la mayor parte de estos elementos podrían estar con nosotros y lo estarán cuando despleguemos nuestra bandera.
Al principio de la Revolución de 1917, la mayoría de las organizaciones socialdemócratas rusas tenían un carácter mixto y comprendían en sus filas a los bolcheviques, los mencheviques, los conciliadores, etc. La tendencia a la unificación era tan grande que, en la conferencia del Partido bolchevique, Stalin, algunos días antes de la llegada de Lenin, se pronunció por la unificación con los mencheviques. Algunas organizaciones de provincias siguieron siendo mixtas hasta la Revolución de Octubre. Me represento a la Federación Catalana como una especie de organización mixta semejante, organización no delimitada, que comprende futuros bolcheviques y futuros mencheviques. Esto justifica una política que tienda a aportar en las filas de la Federación una diferenciación política. El primer paso en este camino es la denuncia de la vulgaridad política del maurinismo. En esta cuestión no puede haber piedad. La comparación de la Federación Catalana con las organizaciones unificadas de Rusia obliga, sin embargo, a restricciones esenciales. Las organizaciones unificadas no excluían a ningún grupo socialdemócrata existente. Todos tenían derecho a luchar por sus opiniones en el interior de la organización unificada. La cuestión es diferente en la Federación Catalana. En ella, el "trotskismo" está incluido en el Índice. Todo confusionista tiene derecho a defender su confusión, pero el bolchevique-leninista no puede elevar abiertamente su voz. De esa manera esta organización unificada mixta, ecléctica, se delimita desde el comienzo del ala izquierda. Pero por esto mismo, se convierte en un bloque caótico de tendencias centristas y derechistas. El centrismo puede desarrollarse a izquierda o bien a derecha. El centrismo de la Federación Catalana que se aleja del ala izquierda durante la Revolución, está destinado a una destrucción vergonzosa. La tarea de la Oposición de Izquierda consiste en precipitar esta destrucción mediante su crítica implacable.
Pero hay otra circunstancia a la que es preciso prestar una importancia excepcional. La Federación Catalana está oficialmente por la unificación de todas las organizaciones y grupos comunistas. Es cierto que los miembros de la base desean sincera y lealmente esta unidad, aunque a esta consigna la conceden toda clase de ilusiones. Nosotros somos completamente ajenos a estas ilusiones. Luchamos por la unidad porque dentro de un partido unificado, esperamos hacer con éxito un trabajo progresivo de delimitación ideológica sobre la base de las cuestiones y de las tareas impuestas, no desde fuera, sino que se derivan del desarrollo de la revolución española misma. Pero, de todos modos, sostenemos la lucha por la unificación de los comunistas. Las condiciones fundamentales de esta unificación son para nosotros el derecho a la posibilidad de luchar por nuestras consignas, por nuestros puntos de vista en el interior de la organización unificada. Podemos y debemos prometer una lealtad completa en esta lucha, pero esta condición fundamental es destruida desde el comienzo por la propia Federación: luchando bajo la bandera de la unidad, expulsa a los bolcheviques-leninistas de sus propias filas. En estas condiciones, apoyar el papel dirigente de la Federación Catalana en la lucha por la unidad del PC sería la mayor de las inepcias por nuestra parte. En el Congreso de unificación, Maurín se dispone a tocar el primer violín. ¿Podemos tolerar en silencio esta hipocresía repugnante? Luchando contra la Oposición de Izquierda, Maurín imita a la burocracia estalinista para ganar sus favores. En realidad, dice a los estalinistas: dadme vuestra bendición y ante todo vuestros subsidios, y os prometo el luchar contra los bolcheviques-leninistas, no por temor, sino con toda sinceridad. La actividad unificadora de Maurín no es más que una forma de chantaje hacia los estalinistas. Si nos callásemos sobre esto, no seríamos revolucionarios sino auxiliares pasivos del chantaje político. Debemos denunciar implacablemente el papel de Maurín, es decir su charlatanismo «unificador», sin por ello debilitar ni un solo momento nuestra lucha por la unificación real de las filas comunistas y sin disminuir nuestra lucha para que las filas comunistas se sitúen bajo nuestra bandera.
El trabajo de la Izquierda internacional debe actualmente estar concentrado en 9/10 partes sobre España. Es preciso restringir todos los gastos para tener la posibilidad de sacar un semanario en español y ediciones periódicas en catalán, lanzando al propio tiempo octavillas en cantidad considerable. Es necesario considerar la cuestión de restringir todos los gastos para otros fines sin excepción, con objeto de prestar la mayor ayuda posible a la Oposición española.
El Secretariado internacional debe consagrar en mi opinión, las 9/10 partes de sus fuerzas a las cuestiones de la revolución española. Es preciso, simplemente, olvidar que hay en el mundo toda clase de Landau [ 7 ]. Es necesario volver la espalda a toda clase de querellas, a todas las intrigas y a los intrigantes, sin consagrarles un solo minuto. La revolución española está en el orden del día. Es preciso sin tardanza traducir los documentos más importantes y someterlos a la crítica necesaria. El próximo número del Boletín Internacional debe estar enteramente consagrado a la Revolución española. Es preciso también adoptar toda una serie de medidas de organización. Para esto es preciso hombres y medios. Ambos deben encontrarse.
No hay ni puede haber más crimen que la pérdida de tiempo.
[ Notas ]
1. Estas cartas estaban dirigidas, aparte de al Secretariado Internacional, a Andrés Nin, Juan Andrade y Henri Lacroix (Francisco García Lavid); éste último era en aquella época el secretario general de la Oposición Comunista de Izquierda española. [NDE]
2. Se trata de la Federación Comunista Catalano-Balear, que dirigía Joaquín Maurín. En esta carta en la siguiente, Trotsky interviene en la discrepancia que había surgido entre el Comité ejecutivo de la Oposición Comunista española y Andrés Nin, recién llegado éste de Rusia. Mantenía Nin que él debía ingresar en la Federación Catalano-Balear para trabajar más eficazmente por las ideas de la Oposición de Izquierda. El Comité ejecutivo de la OCIE estimaba que Nin debía consagrar toda su actividad oficialmente a la Oposición, y al mismo tiempo destacaba el carácter confucionista y nacionalista de la Federación Catalana. Nin terminó aceptando este punto de vista, y en la revista Comunismo publicó varios artículos denunciando las falsas concepciones del maurinismo, y fue el autor de las tesis sobre el problema de las nacionalidades aprobada en el I Congreso de la Oposición de Izquierda española. [Juan Andrade]
3. Pierre Monatte, director de "La Révolution Prolétarienne", que defendía el principio de la independencia del sindicalismo revolucionario. [NDE]
4. Fritz Ebert, dirigente de la socialdemocracia alemana; en 1919 fue elegido presidente de la República alemana. [NDE]
5. Tseretelli, menchevique georgiano, líder del grupo socialista en la segunda Duma; exiliado por el zar, fue liberado por la Revolución de Febrero de 1917; ministro del gobierno de coalición entre febrero y octubre de 1917. Se exilió después de la Revolución de Octubre. [NDE]
6. Por "grupo centrista" en el lenguaje de la época se entendía el Partido Comunista de España. [NDE]
7. Kurt Landau, revolucionario marxista austriaco, que fue secretario de la Oposición de Izquierda internacional y rompió con ésta a consecuencia de sus discrepancias con Trotsky. Al declararse la guerra civil en España, se trasladó a Barcelona y fue un colaborador del POUM. En agosto de 1937 fue asesinado por la GPU, sin que se pudiera encontrar su cadáver, ni saber exactamente las circunstancias del crimen. [NDE]