Leon Trotsky

La Revolución Desfigurada

 

Prólogo

 

El presente volumen resume las etapas de una lucha de seis que la fracción dirigente prosigue todavía, en la U. R. S. S., contra la oposición de izquierda (los bolcheviques leninistas) en general y contra el autor de este libro en particular.

Gran parte de este volumen está consagrada a refutar las acusaciones y las groseras calumnias dirigidas personalmente contra mi. ¿Cuál es la razón que me autoriza a importunar la atención del lector con estos materiales? El hecho de que mi vida vaya estrechamente unida a los acontecimientos de la Revolución no puede por si solo justificar la publicación de este libro. Si la lucha de la fracción de Stalin contra mi no fuera más que una lucha personal por el Poder, la historia de esta lucha no tendría ningún valor eficaz, pues la historia parlamentaria está plagada de luchas de grupos y de individuos por el Poder en nombre del Poder. Otra es la razón, que nace del hecho de que la lucha de los individuos y de los grupos en la U. R. S. S. vaya indisolublemente unida a las diversas etapas de la Revolución de Octubre.

El determinismo histórico no se manifiesta nunca con tanta fuerza como durante un período revolucionario. Este período pone al descubierto las relaciones de clases y conduce todos los problemas y las contradicciones a su más alto grado de agudeza. Durante estos periodos, la lucha de ideas se convierte en el arma más directa de las clases enemigas o de las fracciones de una misma clase. Precisamente, la lucha contra el ”trotskismo” ha revestido, en la Revolución rusa, este carácter. La relación entre los razonamientos, a veces esencialmente escolásticos, y los intereses materiales de ciertas clases o capas sociales se ha manifestado en este caso de una manera tan evidente, que llegará el día en que esta experiencia histórica será objeto de un capítulo especial en los manuales escolares sobre materialismo histórica.

La Revolución de Octubre se divide, por la enfermedad y la muerte de Lenin, en dos periodos, que se diferenciarán tanto más netamente el uno del otro a medida que más nos alejemos de ella. El primer período fue la época de la conquista del Poder, de la institución y del fortalecimiento de la dictadura del proletariado, de su defensa militar, de los actos esenciales a que hubo de recurrir para determinar su camino económico. El conjunto del Partido poseía la convicción, en estos momentos, de ser el sostén de la dictadura del proletariado, y precisamente en esta convicción descansa el éxito de su seguridad interna.

El segundo período se caracteriza por un dualismo en la participación en el Poder. Al proletariado que ha conquistado el Poder en octubre, a consecuencia de una serie de causas materiales y morales, de orden interior y exterior, se le deja al margen, se le arroja a un último plano. A su lado, detrás de él, a veces delante de él, surgen otros elementos, otras capas sociales, las fracciones de otras clases que acaparan una buena parte, si no del Poder, por lo menos de la influencia sobre este. Esas otras clases – los funcionarios del Estado, de los Sindicatos y de las Cooperativas, los elementos de las profesiones liberales y los intermediarios constituyen cada vez más todo un sistema de vasos comunicantes. Al mismo tiempo, por sus condiciones de existencia, por sus costumbres y su manera de pensar, estos se apartan del proletariado o se separan cada vez más de el. En esta misma categoría y de una manera definitiva deben colocarse también a los funcionarios del Partido, que forman una casta sólidamente constituida y que, no tanto aprovechando los medios internos del Partido como los del aparato del Estado, se aseguran su inamovilidad. Por su formación y sus tradiciones, por los orígenes de su actual fuerza, el Poder soviético continúa apoyándose en el proletariado, aun cuando en forma cada vez menos directa. Pero, por medio de las capas sociales anteriormente enumeradas, le fortalece al mismo tiempo más la influencia de los intereses burgueses. Esta presión es tanto más sensible cuanto que una gran parte, no sólo del aparato del Estado, sino también del aparato del Partido, se convierte, si no en el agente consciente, por lo menos en el agente benévolo de las concepciones y de las esperanzas burguesas. Seal cual fuere la debilidad de nuestra burguesía interior,.tiene la convicción, y con bastante motivo, de que es una fracción de la burguesía mundial y de que constituye el mecanismo de transmisión del imperialismo mundial. Pero incluso a la base interior de la burguesía no debe quitársela importancia. Al desarrollarse la economía rural sobre las bases individuales del mercado, surge fatalmente de su seno una pequeña burguesía rural numerosa. El campesino enriquecido o el campesino que trata de enriquecerse, y que tropieza con las barreras de la legislación soviética, es el agente natural de las tendencias bonapartistas. Este hecho, corroborado por toda la evolución de la historia moderna, se ve una vez más probado por la experiencia de la República Soviética. Estos son los orígenes sociales de los elementos de dualidad del Poder que caracterizan el segundo capítulo, posterior a la muerte de Lenin, de la Revolución de Octubre.

Huelga decir que, incluso el primer período – 1917-1923 –, no es homógeno desde el principio al fin. También en este período ha habido, no sólo movimientos progresivos, sino retrocesos. También en este período ha hecho la Revolución importantes concesiones: por un lado, a la clase campesina; por el otro, a la burguesía mundial. Brest-Litovski fue el primer retroceso de la Revolución victoriosa. Después de retroceder, la Revolución prosiguió su marcha hacia adelante. La política de concesiones comerciales e industriales, por modestos que hasta ahora hayan sida sus resultados prácticos, constituyó en un principio una seria maniobra de retroceso. Sin embargo, el retroceso mayor lo constituyó, de una manera general, la nueva política económica (la Nep). Restableciendo el mercado, la Nep ha creado las condiciones susceptibles de resucitar a la pequeña burguesía y de convertir a determinados elementos y grupos en clase media. La Nep encerraba, en resumidas cuentas, las posibilidades de dualidad del Poder, inexistentes todavía fuera del potencial económico. Aquéllas no desplegaron una fuerza real más que en el segundo capítulo de la historia de octubre, cuyo punto general de partida fue la enfermedad y muerte de Lenin y el comienzo de la lucha concentrada contra el ”trotskismo”.

Ni que decir tiene que, en si mismas, las concesiones a las clases burguesas no constituyen todavía un atentado contra la dictadura del proletariado. En general, la historia no nos ofrece una dominación de clase de una exacta pureza química La burguesía ejerce su dominio apoyándose en las otras clases, sometiéndolas, corrompiéndolas o intimidándolas. Las reformas sociales en favor de las obras no constituyen en manera alguna y en si mismas una violación de la soberanía absoluta de la burguesía en su país respectivo. Todo capitalista, considerado individualmente, puede, indudablemente, tener la impresión de que no es absolutamente el amo en su casa – es decir, en la fábrica –, pues está obligado a tener en cuenta los límites que la legislación impone a su dictadura económica. Pero dichos límites no tienen otro objeto que mantener y sostener, en su conjunto, su poder de clase. Los intereses del capitalista, considerado individualmente, están en constante contradicción con los intereses del Estado capitalista, no sólo en las cuestiones de legislación social, sino también en las cuestiones referentes a los impuestos, la deuda la guerra y la paz, etc. La hegemonía sigue correspondiendo al conjunto de los intereses de la clase, que es la única que decide las reformas que puede hacer y en que grado puede llevarlas a cabo sin conmover las bases de su dominación.

De la misma manera se plantea el problema para la dictadura del proletariado. Una dictadura de una completa pureza química no podría existir más que en un espacio inmaterial. El proletariado dirigente se ve obligado a contar con las otras clases y, según la proporción de las fuerzas en el interior del país o internacionalmente, a hacerles concesiones a las otras clases con el fin de mantener su dominación. Todo el problema descansa en los límites de esas concesiones y en el grado de conocimiento consciente con que se llevan a cabo.

La nueva política económica revestía dos aspectos. En primer lugar, arrancaba de la necesidad para el proletariado de utilizar, con miras a la dirección de la industria y, en general, de toda la economía, los métodos elaborados por el capitalismo. En segundo lugar, significaba una concesión a la burguesía, y a la pequeña burguesía sobre todo, porque le permitía armonizar su economía con las formas que son esencialmente propias de la compra y venta. En Rusia, a causa del predominio de la población rural, este segundo aspecto de la Nep ha revestido una importancia decisiva. En presencia de la paralización del desarrollo revolucionario en los demás países, la Nep, como retroceso profundo y duradero, era inevitable. Nosotros la hemos aplicado bajo la dirección de Lenin con plena unanimidad. Este retroceso era reconocido como tal por todo el mundo. El Partido y, por su conducto, la clase obrera, comprendieron perfectamente su sentido de una forma general. La pequeña burguesía adquirió, hasta cierto punto, la posibilidad de acumulación. Pero el Poder y, por consecuencia, el derecho de determinar los límites de esta acumulación, continuaban, como antes, en manos del proletariado.

Ya hemos dicho anteriormente que existe una gran analogía entre las reformas sociales que la burguesía dirigente se ve obligada a hacer en interés del proletariado y las concesiones que el proletariado dirigente le hace a las clases burguesas. Sin embargo, si queremos evitar los errores, debemos situar esta analogía en su marco histórico bien definido. El poder burgués existe desde hace siglos; tiene un carácter mundial, encuentra su apoyo en las inmensas acumulaciones de riquezas, dispone de un poderoso sistema de instituciones, de intereses y de ideas. Estos siglos de ejercicio del Poder han creado una especie de instinto de dominación que ha sido no pocas veces, en presencia de condiciones difíciles, un guía seguro para la burguesía. Los siglos de dominación burguesa han sido para el proletariado siglos de opresión. Este no posee ni tradiciones históricas de dominación ni, con mayor razón, el instinto del Poder. En estas condiciones ha llegado al Poder en uno de los países más pobres y más atrasados de Europa. Lo cual quiere decir que en las presentes condiciones históricas, en la actual etapa, la dictadura del proletariado está infinitamente menos protegida que el Poder burgués. Una política justa, una apreciación realista de su actos y, sobre todo, las inevitables concesiones a las clases burguesas, significan para el Poder soviético una cuestión de vida o muerte.

El capítulo posterior a la muerte de Lenin de la Revolución de Octubre se caracteriza tanto por el desarrollo de las fuerzas socialistas como por el de las fuerzas capitalistas de la economía soviética. La solución depende de su proporción dinámica. El control de esta proporción lo encontramos menos en la estadística que en la evolución cotidiana de la vida económica. La profunda crisis actual, que ha tomado la forma paradójica de una penuria de productos agrícolas en un país agrario, es la prueba objetiva segura de que se han roto las proporciones económicas esenciales. Ya en el otoño de 1923, en el XII Congreso del Partido, el autor de este libro le puso en guardia contra las consecuencias a que puede conducir una falsa dirección económica: el atraso de la industria provoca las ”tijeras”, es decir, la desproporción entre los precios de los productos industriales y agrícolas, lo cual, a su vez, determina la paralización del desarrollo de la agricultura. El hecho de que estas consecuencias se hayan realizado no significa en manera alguna que sea inevitable y, menos aún, inminente la caída del régimen soviético. Significa únicamente – y esto se presenta de la manera más imperiosa – la necesidad de un cambio de política económica.

En un país donde las fuerzas productivas esenciales son propiedad del Estado, la política de la dirección estatal constituye un factor directo y, en cierta forma también un factor decisivo de la economía. Todo el problema consiste en saber si dicha dirección es capaz de comprender la necesidad de un cambio de política y si se encuentra prácticamente en condiciones de realizarlo. Volveremos así al problema de saber hasta que punto se encuentra todavía el Poder del Estado en manos del proletariado y de su partido, es decir, hasta que punto continúa siendo el Poder de la Revolución de Octubre. Es imposible con testar aprioristicamente a esta cuestión. La política no se rige por reglas mecánicas. Las fuerzas de las clases y de los partidos se revelan en la lucha. Y la lucha está todavía por venir.

La dualidad del Poder, es decir, la existencia paralela del poder o del semipoder de dos clases antagónicas – como, por ejemplo, durante el período de Kerenski – no puede eternizarse, no puede durar mucho tiempo. Una situación tan crítica debe resolverse en uno o en otro sentido. La opinión de los anarquistas o de los anarquizantes, según la cual la U R.S.S. es ya un país burgués, se ve magníficamente refutada por la actitud que ha adoptado la propia burguesía interior y extranjera. Querer ir más lejos que reconocer la existencia de elementos de dualidad del Poder seria teóricamente falso, políticamente peligroso, sería incluso un suicidio. El problema de la dualidad del Poder consiste, pues, en los actuales momentos, en saber hasta que punto las clases burguesas se han infiltrado, han echado raíces en el aparato del Partido del proletariado. De la proporción en que esto ocurra dependen la libertad en el maniobrar del Partido y la posibilidad para la clase obrera de adoptar las necesarias medidas de defensa y de ataque.

El segundo capítulo de la Revolución de Octubre no se caracteriza sólo por el desarrollo de las posiciones económicas de la pequeña burguesía de la ciudad y del campo, sino también por un proceso infinitamente más peligroso y más agudo del desarme teórico y político del proletariado, proceso que se opera paralelamente al aumento de la confianza en si mismas de las capas sociales burguesas. El interés político de las clases de la pequeña burguesía en auge ha consistido y consiste todavía en disimular lo más posible sus avances, en ocultar sus progresos bajo un aspecto soviético y protector y en hacer que sus puntos de apoyo aparezcan como partes integrantes de la edificación socialista. Ciertos progresos, importantísimos, de la burguesía sobre la base de la Nep, eran inevitables; eran, por otra parte, necesarios para el propio progreso del socialismo. Pero los mismos avances económicos de la burguesía pueden alcanzar una gran importancia y constituir un peligro más o menos grave según que la clase obrera y, ante todo, su Partido, se den o no exacta cuenta de los procesos y de los desplazamientos que se operan en el país, y mantengan más o menos sólidamente el timón en sus manos. La política es quintaesencia de la economía, en la actual etapa; el problema económico de la República soviética hay que resolverlo, más que nunca, desde el punto de vista político.

El vicio de la política posterior a Lenin no consiste sólo en haber hecho nuevas e importantes concesiones a las diversas capas sociales de la burguesía en el interior del país, en Occidente y en Asia. Algunas de esas concesiones han sido necesarias o inevitables, aun cuando no fuera más que por los errores cometidos anteriormente. Entre éstos hay que citar, por ejemplo, las concesiones a los ”kulaks” en abril de 1925, consistentes en el derecho a arrendar las tierras y a emplear jornaleros. Otras concesiones han sido en si mismas erróneas, nocivas, funestas incluso. Nos referimos principalmente a la capitulación ante los agentes burgueses del movimiento obrero británico y la capitulación, todavía peor, ante la burguesía china. Pero el peor crimen de la política posterior a Lenin – y antileninista – ha consistido en presentar las concesiones graves como éxitos del proletariado, los retrocesos como progresos; en interpretar las dificultades interiores como un avance victorioso hacia un régimen socialista nacional.

Esta tarea, traidora en el fondo, de desarmar teóricamente al Partido y de impedir que el proletariado vigile la conservación de las conquistas de la Revolución, se ha llevado a cabo en el transcurso de estos seis últimos años bajo el pretexto de una lucha contra el ”trotskismo”. Las piedras angulares del marxismo, los métodos esenciales de la Revolución de Octubre, las principales lecciones de la estrategia leninista han sido sometidos a una ruda y violenta revisión, en la cual ha encontrado su expresión la impaciente aspiración de orden y de tranquilidad del funcionario pequeño burgués.

La idea de la revolución permanente, es decir, de la ligazón indisoluble y real de la suerte de la República soviética con la marcha de la revolución proletaria en el mundo entero, ha tenido el don de irritar a las nuevas capas sociales conservadoras, íntimamente convencidas de que la Revolución, elevándolas al primer puesto, ha cumplido ya así su misión.

Mis críticos socialdemócratas y demócratas me alegan, con gran autoridad, que Rusia no está ”madura” para el socialismo y que Stalin tiene en absoluto razón al conducir el país, por medio de zig-zags, por la ruta del capitalismo. Bien es verdad que lo que los socialdemócratas llaman, con una real satisfacción, restauración del capitalismo, Stalin lo llama edificación del socialismo nacional. Pero como se basan en el mismo proceso, está claro que la diferencia en la terminología no debe disimular a nuestros ojos la identidad del fondo. Aun admitiendo que Stalin llevara a cabo su labor con conocimiento de causa, lo que no ocurre actualmente, se vería igualmente obligado, con el fin de atenuar las discusiones, a darle el nombre de socialismo al capitalismo. Ahora bien; a medida que menos comprende los problemas históricos esenciales, tanto más su proceder se reviste de suficiencia. Su ceguera le ahorra la necesidad de mentir.

Sin embargo, el problema no consiste en saber si Rusia es capaz de edificar el socialismo por sus propios medios. Este problema no existe para el marxismo en general. Cuanto ha dicho a este respecto la escuela staliniana pertenece, teóricamente, al dominio de la alquimia y de la astrología. El stalinismo, como doctrina, sirve a lo más para figurar en un museo teórico de historia natural. Lo esencial es saber si el capitalismo es capaz de sacar a Europa del callejón histórico en que se encuentra metida; si los indios son capaces de liberarse de la esclavitud y de la miseria sin sobrepasar los límites de un progreso capitalista pacífico; si China es capaz de alcanzar el nivel de cultura de América y de Europa sin revoluciones y sin guerras; si los Estados Unidos son capaces de dominar sus propias fuerzas productivas sin provocar a Europa y sin preparar una espantosa catástrofe guerrera a toda la Humanidad. Así debe plantearse el problema del curso ulterior de la Revolución de Octubre. Si se admite que el capitalismo continúa siendo una fuerza histórica progresiva que es capaz de resolver, por sus métodos y con sus medios, los problemas esenciales planteados ante la Historia y de hacer avanzar a la Humanidad algunos pasos más, no se puede plantear inmediatamente el problema de la transformación de la República soviética en país socialista. La estructura socialista de la Revolución de Octubre estaría de esta manera fatalmente condenada a su destrucción para dejar como única herencia las conquistas agrarias democráticas. Este movimiento de transformación de la revolución proletaria en la revolución burguesa, ¿se llevará a cabo por la fracción de Stalin o por una fracción de esta fracción, o se precisarán uno o más cambios políticos? Estos problemas son completamente secundarios. He dicho ya bastantes veces que, todas las probabilidades, la forma política de este movimiento de transformación sería el bonapartismo, y de ninguna manera la democracia. Ahora bien; lo esencial es saber si, como sistema mundial, el capitalismo es todavía una fuerza progresiva. Nuestros adversarios los socialdemócratas dan pruebas en esta cuestión de un miserable utopismo, arcaico, impotente; de un utopismo reaccionario y no progresivo.

La política de Stalin es una especie de ”centrismo”, es decir, una tendencia que se columpia entre los socialdemócratas y el comunismo. Los principales esfuerzos ”teóricos” de la escuela de Stalin, que no ha hecho su aparición hasta después de la muerte de Lenin, se han dedicado a separar la suerte de la República soviética del desarrollo revolucionario mundial en general, lo cual equivale a querer emancipar la Revolución de Octubre de esta propia Revolución. El problema para los teorizantes ha revestido el aspecto de una contraposición del ”trotskismo” al leninismo.

Para desprenderse del carácter internacional del marxismo, y al mismo tiempo permanecer fieles a la palabra hasta nueva orden, ha sido necesario, en primer lugar, volver las armas contra aquellos que han sido los sostenes de la Revolución de Octubre y del internacionalismo proletario. El primer puesto, naturalmente, le ha correspondido a Lenin. Pero Lenin ha muerto en el indero de dos etapas de la Revolución. No le ha sido posible, por lo tanto, defender la obra de su vida. Los teorizantes han cortado sus libros en citas y se han puesto con este arma a combatir al Lenin viviente, al mismo tiempo que le levantaban mausoleos, no sólo en la Plaza Roja, sino también en la conciencia del Partido. Como si hubiera previsto la suerte que iban a correr sus ideas en plazo breve, Lenin comenzó su libro El Estado y la Revolución proletaria con las siguientes palabras, dedicadas a la vida de los grandes revolucionarios: ”Después de su muerte, se trata de convertirlos en iconos inofensivos; de canonizarlos, por decirlo así; de envolver su nombre una aureola de gloria para ”consuelo” de las clases oprimidas y para engañarlas, al mismo tiempo que se tergiversa la substancia de su enseñanza revolucionaria, que se embota su filo, que se envilece.” (Edición rusa, t. XIV, capítulo II, página 299.) Nos basta con citar estas palabras proféticas, que N. K. Krupskaya tuvo un día la audacia de arrojar a la cara a la fracción de Stalin.

La otra misión que se han impuesto los plumíferos stalinianos consiste en presentar la defensa ulterior y el desarrollo de las ideas de Lenin como una doctrina hostil a Lenin. El mito del ”trotskismo” ha servido para realizar esa tarea histórica. ¿Es necesario repetir que no he pretendido nunca ni pretendo hoy crear una doctrina especial? En teoría, soy un discípulo de Marx. Y respeto a los métodos de la revolución, he pasado por la escuela de Lenin. Si se quiere, el ”trotskismo” es para mi un nombre bajo el cual se designan las ideas de Marx y de Lenin por los leguleyos deseosos de emanciparse a toda costa de esas ideas, pero sin atreverse a hacerlo todavía de una manera abierta.

El presente libro sintetiza una parte del proceso ideológico en virtud del cual ha cambiado la actual dirección de la República soviética en envoltura teórica de acuerdo con el cambio de su naturaleza social. Demostrará cómo las mismas personas han dado, viviendo Lenin y después de su muerte, sobre los mismos acontecimientos, sobre las mismas ideas y sobre los mismos militantes, una opinión diametralmente opuesta. Véome obligado, en este libro, a recurrir a un gran número de citas, cosa que es – permítaseme decirlo de paso – contraria a mi estilo literario habitual. Sin embargo, en la lucha contra los hombres políticos que, precipitadamente y con astucia, reniegan de su más reciente pasado al mismo tiempo que le juran fidelidad, no es posible dejar de recurrir a las citas, pues en el caso presente son evidentes e irrefutables pruebas de acusación. Si el lector impaciente se queja de tener que hacer una parte de su camino por pequeñas jornadas, sírvase tener presente que si hubiera tenido que reunir esas citas, destacar las más substanciales y establecer la consiguiente relación política entre ellas, hubiera necesitado un trabajo infinitamente mayor que el de leer atentamente estos documentos definitivos de la lucha entre dos tendencias tan próximas y, al mismo tiempo, tan irreductiblemente opuestas.

La primera parte de este libro es una carta al Instituto Histórico del Partido y de la Revolución (Ispart), que escribí con ocasión del X aniversario de la Revolución de Octubre. El Instituto me ha devuelto, con la consiguiente protesta, mi manuscrito, que era en realidad un cuerpo extraño en los trabajos de inaudita falsificación histórica a que se entrega esta institución en su lucha contra el ”trotskismo”.

La segunda parte de este libro se compone de cuatro discursos que pronuncié ante las más altas instancias del Partido, de junio a octubre de 1927, es decir, durante el período de lucha ideológica intensa entre la oposición y la fracción de Stalin. Si he escogido, entre los numerosos documentos de estos últimos años, los textos taquigráficos de estos cuatro discursos, es porque ofrecen, en forma concreta, una exposición lo suficientemente completa de las concepciones en lucha y porque, a mi juicio, su continuidad cronológica le permite comprender al lector el dinamismo dramático de la propia lucha. Deseo advertir también que las frecuentes analogías con la Revolución francesa están destinadas a facilitar la orientación histórica del lector latino.

He hecho importantes cortes en el texto de los discursos con el fin de aligerarlo de repeticiones que son, a pesar de todo, más o menos inevitables. Introduzco todas las aclaraciones necesarias en forma de notas de introducción a los discursos, publicados en la presente edición por vez primera. En la U.R.S.S. continúan siendo documentos legales.

Como conclusión doy un pequeño folleto escrito en el destierro, en Alma-Alta, en 1928, en respuesta a una carta de amonestación que me escribieron algunos adversarios bien intencionados. Creo que este documento, cuyo manuscrito ha circulado extensamente, le da al libro entero la conclusión necesaria, poniendo al corriente al lector del último momento de la lucha que ha precedido a mi expulsión.

El presente libro comprende un pasado reciente, cuyo único objetivo consiste en unirlo al presente. Más de un hecho al que se hace referencia no ha terminado todavía, y más de un problema no ha sido aún resuelto. Cada nuevo día traerá consigo una comprobación suplementaria de las concepciones de la lucha. Este libro está dedicado a la historia actual, a la política. Considera al pasado únicamente como una introducción del porvenir.

Constantinopla, 1 de mayo de 1929.