Leon Trotsky
La Revolución Desfigurada
Trotski, acusado de haber infringido la disciplina del Partido
(Discursos pronunciados en la sesión de la Comisión Central de Control. Junio de 1927)
La eliminación de Trotski de sus funciones directivas había sido premeditada desde la primera enfermedad de Lenin, es decir, desde 1922. Los trabajos preparatorios se llevaron a cabo durante el año siguiente; la campaña se manifestó públicamente a fines de año. La dirección de esta labor fue asumida por el triunvirato (Stalin, Zinoviev, Kamenev). Pero el triunvirato se disgregó en 1925. Zinoviev y Kamenev fueron victimas de las maniobras del aparato que habían contribuido a forjar contra Trotski. A partir de aquel momento, la tarea de la fracción de Stalin estuvo destinada a proceder a un cambio completo de los hombres colocados al frente del Partido, alejando de sus cargos a todos los que habían dirigido el Partido y el Estado en vida de Lenin. En julio de 1926, Trotski leyó ante la asamblea plenaria del Comité Central y de la Comisión Central de Control una declaración prediciendo con toda exactitud las medidas que adoptaría en seguida la fracción de Stalin para sustituir por una dirección stalinista la dirección leninista. Los stalinistas han puesto en práctica dicho programa, en el transcurso de los años siguientes, con una puntualidad verdaderamente sorprendente.
La principal etapa en este camino fue la comparecencia de Trotski ante el tribunal del Presidium de la Comisión Central de Control para responder de una doble acusación: 1°, de haber pronunciado discursos ”fraccionales” en la sesión del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista; 2°, de haber tomado parte en las manifestaciones de simpatía en favor de Smilga, miembro del Comité Central, mandado poco tiempo antes a Siberia oriental, a Kabavovski, como castigo por su actitud oposicionista. Zinoviev fue acusado también de crímenes por el estilo. La sanción acordada fue la de su destitución del Comité Central.
A continuación se insertan los dos discursos que pronunció el autor de este libro ante la Comisión Central de Control, que llenaba las veces del Tribunal de Justicia. El autor ha cortado los párrafos relativos a las cuestiones que el lector extranjero no podría comprender sin explicaciones detalladas. Por lo demás, y salvo ligeras correcciones de estilo, los discursos son publicados tales y como fueron pronunciados.
Primer discurso
Trotski. – Antes de abordar mi defensa o mi acusación – pues no sé cómo llamarla – me veo obligado a pedir que se elimine de este tribunal al camarada Jansson, al cual recuso por su actitud anterior. Todos estáis al corriente, indudablemente, de la existencia, a partir de 1924, de un ”Comité de los siete”, compuesto por todos los miembros del Politburó, menos yo. Mi puesto lo ocupaba vuestro ex presidente Kuibitchev, que, dadas sus funciones, hubiera debido ser el principal guardián de los estatutos y de las sanas costumbres del Partido, pero que realmente ha sido el primero en violarlos y adulterarlos. El ”Comité de los siete” ha sido una institución ilegal y contraria al Partido, que disponía de los destinos de este último contra su voluntad. En un discurso que pronunció en una de las sesiones del Comité Central, el camarada Zinoviev designó a Jansson como uno de los participantes en el trabajo, contrario al Partido, del ”Comité de los siete”. Nadie ha desmentido dicha declaración. El propio Jansson no ha abierto la boca. Aun cuando haya otros que sean igualmente culpables del mismo crimen, respecto a Jansson existen pruebas que constan en acta. Jansson se dispone hoy a juzgarme por mi actitud contraria al Partido. Yo exijo de vosotros que recuséis a Jansson como juez.
El presidente Ordionikidzé. – Eso es imposible. ¿Bromea usted, camarada Trotski?
Trotski. – No tengo costumbre de bromear cuando se trata de cuestiones graves e importantes. Comprendo muy bien que mi proposición ha colocado al Presidium en una situación un tanto difícil, pues mucho me temo que haya otros más en el Presidium de los que participaron en el trabajo de los ”siete”. Sea como fuere, mi proposición no era una broma. La verdad es que si bien sus reuniones tenían aparentemente por objeto ”fijar el orden del día” del Politburó, yo, miembro de este último, ignoraba dichas reuniones. Ahora bien; fue en una de dichas reuniones donde se adoptaron las medidas de lucha contra mí. Los miembros del Politburó adoptaron en una reunión la decisión de abandonar toda polémica entre ellos para combatir únicamente a Trotski. El Partido ignoraba todo esto; yo, también. Y así ocurrió durante mucho tiempo. Yo no he dicho nunca que el camarada Ordionikidzé fuera miembro de dicho Comité fraccional; he dicho, en cambio, que tomaba parte en su trabajo.
Ordionikidzé. – Jansson, quizá; pero respecto a Ordionikidzé, está usted equivocado.
Trotski. – Me excuso por ello, aun cuando dicha equivocación me parezca solo de pura forma. He hablado, en efecto, de Jansson. Y no he manifestado que formara parte del Comité propiamente dicho, sino que participaba en los trabajos de ese Comité fraccional, que, contrariamente a los estatutos del Partido, trabajaba contra los estatutos y contra la voluntad del Partido. De otra manera no hubiera tenido por qué ocultarse. Si se encuentran aquí otros camaradas que, lo mismo que Jansson hayan tomado parte en los trabajos de dicho Comité, pido también que se les recuse igualmente.
(El Presidium rechaza acto seguido la recusación de Jansson.)
Trotski. – Hay camaradas que estiman que es preciso eliminarnos del Comité Central a consecuencia de la manifestación de la estación de Yaroslav, del discurso de Zinoviev difundido por la ”radio” y de mi ”actitud” en el Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista. Todo esto podría tener algún valor si no existiera la declaración que nosotros, la oposición, le entregamos al Comité Central a comienzos de junio del año pasado. En ella predecíamos, muy clara y justamente, el curso que iba a seguir la lucha dirigida contra nosotros; predecíamos que os aprovecharíais de los más nimios pretextos para explicar el programa de reorganización de la dirección ideológica que se ha fijado vuestro jefe fraccional hace ya tiempo, mucho antes de la sesión de junio del Comité Central y del XIV Congreso del Partido.
Formuláis contra mí dos acusaciones. La primera es mi intervención en el Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista. Yo consideraba y considero todavía que la Comisión Central de Control no puede en manera alguna juzgarme por mis intervenciones en el Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista. Si el camarada Jansson sigue sin comprender esto, debe leer seriamente los estatutos de la Internacional y de nuestro Partido. Así verá que tengo razón, como la tendría al negarle a una Comisión de Control provisional el derecho de pedirme cuentas por una intervención hecha en mi calidad de miembro del Comité Central.
La segunda acusación está relacionada con las manifestaciones de simpatía que han tenido lugar en la estación de Yaroslav en favor de Smilga. Habéis desterrado a Smilga a Khabarovsk. Solicito una vez más que os dignéis poneros de acuerdo para dar una explicación sobre este destierro. Schkiriatov ha dicho en la Comisión Central de Control: ”¡También se puede trabajar en Khabarovsk!” Si se mandara a Smilga a Khabarovsk en condiciones normales y para trabajar, no vendríais diciendo ahora que el hecho de acompañarle a la estación era una demostración contra el Comité Central. Y si se trata del destierro administrativo de un camarada cuya presencia es necesaria en los puestos responsables, es decir, en los cargos soviéticos de combate, es que engañáis al Partido y que hacéis un doble juego. ¿Mantenéis todavía que el viaje de Smilga a Khabarovsk responde a una misión que ha sido confiada según el procedimiento normal? ¿Y no os acusáis al mismo tiempo de haber organizado una manifestación contra el Comité Central? Es una política de doble fondo.
Pero voy a pasar en seguida de estas pequeñeces de la acusación a los problemas políticos esenciales.
Los peligros de guerra
En nuestra declaración, entregada en el mes de julio del año pasado, decíamos: ”Una de las primeras condiciones para la defensa de la Unión Soviética y, por tanto, para el mantenimiento de la paz, estriba en unir por medio de un lazo indisoluble al Ejército Rojo, cada vez mayor y más fuerte, con las masas laboriosas de nuestro país y del mundo entero. Todas las medidas económicas, políticas o culturales conducentes a aumentar el papel de la clase obrera en el Estado, consolidan el lazo que une a los obreros agrícolas, a los pobres del campo, así como a los campesinos medios, y aumentan también la fuerza del Ejercito Rojo, aseguran la inviolabilidad del país de los Soviets y fortalecen la causa de la paz.”
La prueba de ello está en que hace un año os hemos invitado a examinar los peligros de guerra y los peligros en el interior de la U. R. S. S. en tiempo de guerra. No se trata de cuestiones especiales, sino de cuestiones inherentes a nuestra política de clase. Cuando el jefe oficial del Estado, el presidente del Comité Central Ejecutivo, Kalinin, pronuncia en Tvers un discurso en el que declara que necesitamos soldados fuertes y robustos, pero que el soldado fuerte y robusto no puede ser sino un campesino medio, ya que no pueden serlo los soldados pobres porque entre ellos abundan los enclenques, ¿no quiere dar a entender esto el propósito de apoyarnos sobre el campesino medio, bajo cuyo nombre denominamos al ”kulak” o candidato a ”kulak”? Kalinin olvida que hemos hecho la Revolución de Octubre y que los miserables y los enclenques han vencido a los gallardos y a los fuertes. ¿Por qué ha sucedido esto? Porque los primeros constituían y constituyen el numero. ¿Qué importa – me diréis – lo que ha podido decir ese pobre Miguel Ivanovitch? ¿Pero le habéis llamado al orden? No, no le habéis llamado al orden. Sin embargo, nos llamáis al orden a nosotros en cuanto criticamos su política, que deprime al campesino pobre y fortalece al ”kulak”, a ese ”kulak” que Yakovlev, aquí presente, oculta por medio de estadísticas truncadas. Si alguien debe ser juzgado aquí, es Yakovlev; sin embargo, es él quien se dispone a juzgarnos.
Hoy explotáis el peligro de guerra para atacar a la oposición y preparar su aplastamiento. Juzgad por vosotros mismos: de todos los problemas tratados en el Comité Ejecutivo de la Internacional, entre ellos se han examinado los peligros de guerra, el movimiento obrero ingles y más particularmente el problema de la Revolución china; no habéis publicado, para informar al Partido, más que un solo folletito rojo contra la oposición y habéis – ¿cómo decirlo? – ... y habéis escamoteado de la reseña taquigráfica mi discurso, so pretexto de que no lo había ”releído”. Esto quiere decir que explotáis el peligro de guerra ante todo contra nosotros.
Declaramos que estamos dispuestos a continuar criticando el régimen staliniano mientras no nos amordacéis por la violencia física. Hasta que eso ocurra, criticaremos este régimen que lleva en sí la ruina de todas las conquistas de la Revolución de Octubre. Ya en tiempos del zarismo había patriotas que confundían la patria con las autoridades. Nosotros no hacemos lo mismo. Criticaremos el régimen staliniano como un régimen de incapacidad, un régimen de desviación, de debilidad ideológica, de cortos alcances y desprovisto de perspicacia.
Hemos llamado vuestra atención durante todo un año respecto al Comité anglorruso. Os hemos dicho que este Comité mata la formación de un movimiento revolucionario entre el proletariado inglés. Y vosotros habéis arrojado en la balanza toda vuestra autoridad, la experiencia bolchevique acumulada, la autoridad de Lenin, con el fin de sostener a Purcell. Alegáis: ”¡Pero si le criticamos!” Esta es una desviación, una nueva forma de apoyar el oportunismo. Lo ”criticáis” – cada vez más débilmente, con menos frecuencia –, pero mantenéis relaciones con él. Purcell puede decirles a esos revolucionarios, a esos bolcheviques, cuando lo califican de agente de Chamberlain: ”Miradle bien: es el propio Tomski, miembro del Politburó, presidente de la Central de los Sindicatos rusos, el que ha enviado dinero a los huelguistas ingleses; me critica, sí, pero actúa codo con codo conmigo. ¿Cómo os atrevéis a tratarme de agente del imperialismo?” ¿Tendrá o no tendrá razón Purcell para contestar así? Mediante una táctica complicada habéis puesto todo el mecanismo del bolchevismo al servicio de Purcell. Y esta acusación es más grave, un poco más seria que la de haber acompañado a Smilga a la estación de Yaroslav. ¿Oué habéis hecho del bolchevismo? ¿Qué habéis hecho de su autoridad, de su experiencia, de la teoría de Marx y de Lenin? ¿Oué habéis hecho de todo eso en estos últimos años? Les habéis dicho a los obreros del mundo entero, y en primer lugar a nuestros obreros moscovitas, que en caso de guerra el Comité anglorruso sería el eje de la organización de la lucha contra el imperialismo. Y nosotros hemos dicho y seguimos repitiendo que en caso de guerra el Comité anglorruso será el refugio preparado para todos los desertores que antes se hacían pasar por amigos, para todos los tránsfrugas que quieran pasarse al campo de los enemigos de la Unión Soviética. Thomas apoya abiertamente a Chamberlain. Pero Purcell apoya a Thomas, y esto es lo esencial. Thomas se mantiene por el apoyo del capital. Purcell se mantiene gracias al engaño de las masas y al mismo tiempo apoya a Thomas. Ahora bien; vosotros sostenéis a Purcell. En vosotros, en vuestro lado derecho, existe una cadena que va hasta Chamberlain. Sois vosotros los que os encontráis del mismo lado que Purcell, el cual apoya a Thomas y con él a Chamberlain. He aquí las consecuencias que se desprenden de un análisis político y no de una nimiedad.
En las reuniones, y sobre todo en las células obreras y campesinas, se cuentan infinitas historias sobre la oposición, y se pregunta con qué ”recursos” lleva a cabo su ”trabajo” la oposición. Los obreros, quizá ignorantes, quizá inconscientes, quizá también instigados por vosotros, hacen esas preguntas reaccionarias. Y hay oradores lo suficientemente cobardes para contestar a esas preguntas de una manera evasiva.
Si fuérais verdaderamente una Comisión Central de Control, vuestro deber sería poner término a esta campaña inmunda, miserable, repugnante, en una palabra: staliniana.
Nosotros no nos paramos en pequeñeces, sino que hacemos una franca declaración política: Chamberlain y Thomas se encuentran en el mismo frente y Purcell los apoya, pues sin su ayuda no son nada; sosteniendo a Purcell debilitáis a la U. R. S. S. y fortalecéis al imperialismo. He aquí una declaración política honrada! Vosotros mismos sabéis }a hov toda su importancia.
Si temiérais, como decís, un peligro de guerra, ¿os entregaríais en el propio seno del Partido a esa loca represión que cada vez se agrava más? ¿Podríais arrojar en estos momentos a los militantes de primer orden, alejarles del trabajo militar porque, siempre dispuestos y aptos a luchar por la patria socialista, consideran la actual política del Comité Central falsa y funesta? ¿Disponéis de muchos trabajadores militares como Smilga, Mratchkovski, Lachevitch, Bakaiev? He oído decir que estáis dispuestos a destituir a Muralov de la Inspección militar con el pretexto de que ha firmado la declaración de los 83. ¡Vais del brazo de Purcell y de otros ”luchadores contra la guerra” de la misma especie, y tratáis de destituir a Muralov de la Inspección militar! (Escándalo en la sala.)
Una voz. – ¿Quién le ha informado a usted?
Trotski. – No me ha informado nadie; pero sé que se habla cada vez más insistentemente de este asunto.
Ordionikidzé. – Va usted demasiado deprisa.
Trotski. – Acaba usted de decir una cosa justa: hablo, en efecto, con cuarenta y ocho horas de anticipación de una cosa que se disponen ustedes a hacer dentro de un instante lo mismo que el año pasado, en julio, preveíamos apriorísticamente todo el curso de la lucha contra nosotros. Ahora se trata de una nueva etapa.
¿Y los auditores de la Academia Militar y de la Academia de Aviación? Arrojáis a los mejores por su actitud oposicionista. He dispuesto de algún tiempo para reunir algunas breves notas biográficas sobre los cuatro auditores que habéis arrojado estos días, en vísperas de terminar sus estudios. La primera biografía es la de Okhotnikof; la segunda, de Kuzmitchev; la tercera, de Broidta; la cuarta, de Capel. He aquí la primera: Okhotnikof nació en 1897. Su padre y su madre eran campesinos de la Besarabia; no poseían tierras y trabajaban las de un gran propietario. Instrucción primaria. Hasta 1905 trabajó con su padre, trabajando también, de vez en cuando, como cochero. En 1915 entró a servir en el ejército zarista. Al estallar la Revolución de Febrero se encontraba en Ekaterinoslav; el 26.° regimiento de artillería lo eligió del Sovjet de diputados soldados; en mayo se !e mandó, dado ”su espíritu bolchevique”, al frente del 4.° ejército, donde ingresó en el Comité de la División y de la 17.0 brigada. Herido durante un combate, se encontraba en el hospital al estallar la Revolución de Octubre. A su salida del hospital, en diciembre de 1917, organiza inmediatamente a los elementos revolucionarios, y lucha contra el ejército rumano de ocupación, trabaja bajo la dirección del Partido bolchevique y, en 1918, se adhiere a la organización ilegal de Besarabia. Le nombran presidente del Comité revolucionario ilegal del distrito de Telest y comandante de un cuerpo de ejército. Es juzgado dos vetes por un Consejo de guerra rumano y condenado a muerte; finalmente consigue evadirse. En 1919 llega a Ucrania con un grupo de revolucionarios, y entra a formar parte de la 45.° división roja. Ocupa diversos puestos en el mando. Pasa toda la guerra en el frente y, terminada ésta, toma parte en diferentes ocasiones en la lucha contra los bandidos blancos: Ingresa en la Academia Militar en 1924. Falto de instrucción general, se le coloca al principio en el curso preparatorio. Pasa del primero al segundo curso con la mención ”Bien”. En el Partido se le impone una primera sanción en febrero de 1927 por sus ideas oposicionistas. Ahora se le expulsa de la Academia ”por haber acompañado a Smilga”.
Conozco además otras cuatro biografías por el estilo, que, en conjunto se diferencian muy poco las unas de las otras. Se trata de soldados de la Revolución, de soldados del Partido, que han recibido heridas y diplomas del Comité Central Ejecutivo, que han sido condecorados con la Orden de la Bandera Roja; de revolucionarios de temple que permanecerán fieles a Octubre, que lucharán hasta el fin por Octubre. ¡Y vosotros los arrojáis de las Academias Militares! ¿Es así como se prepara la defensa militar de la Revolución?
Se nos acusa – ya lo sabéis – de pesimismo y de escepticismo. ¿Cuál es el origen de esta acusación de ”pesimismo”? Esta vil, esta estúpida expresión, ha sido lanzada, según parece, por Stalin. Para ir contra la corriente, como lo hacemos nosotros, se precisa, sin embargo, de un poco más de fe en la revolución internacional de la que tenéis muchos de vosotros. ¿De donde procede esta acusación de escepticismo? De la famosa teoría de la edificación del socialismo en un solo país. Nosotros no hemos tenido fe en esta teoría de Stalin.
Zinoviev. – Ordionikidzé me decía en 1925: ”Escribe contra Stalin”.
Trotski. – No hemos tenido fe en este descubrimiento, que tiende a desnaturalizar radicalmente a Marx y a Lenin. No hemos tenido fe en semejante descubrimiento, y he aquí por qué somos pesimistas y escépticos.
¿Sabéis quién ha sido el precursor del ”optimista” Stalin? He traído conmigo un importante documento, que os entregaré si así lo deseáis. Se trata de un artículo de Volmar, social patriota alemán, escrito en 1879. Este artículo se intitula: ”El Estado socialista aislado”. Sería conveniente traducirlo y enviárselo a todos los miembros del Comité Central y de la Comisión Central de Control, así como a todos los miembros del Partido.
El socialdemócrata alemán Volmar defendía la teoría del socialismo nacional en 1879, mientras que su imitador Stalin no ha comenzado a fabricar su ”original” teoría hasta 1924. ¿Por que opinaba así Volmar en 1879? Porque era una época de reacción, un período de gran retroceso y de debilidad del movimiento obrero europeo. La Comuna de París había sido vencida en 1871, y hasta 1878 no resurgió el movimiento revolucionario en Francia. En Inglaterra triunfaba el tradeunionismo liberal, la política obrera liberal. Fue la época de más profunda decadencia del movimiento revolucionario inglés, así como todo el movimiento revolucionario continental. Pero la socialdemocracia alemana se desarrollaba, durante la misma época, rápidamente Esta contradicción condujo a Volmar a recurrir también a la teoría original del socialismo en un solo país. ¿Sabéis cómo acabó Volmar? Acabó convertido en socialdemócrata, bávaro, en un archiderechista, en un nacionalista. ¿Alegaréis que la situación hoy es muy diferente? Es cierto: la situación hoy es muy diferente. Pero en estos últimos años, el proletariado europeo ha sufrido grandes derrotas. Las esperanzas en la revolución mundial, en la victoria proletaria inmediata, que existían en 1918-1919, están ya descartadas, y aquellos que pertenecen a los optimistas de la mayoría que han perdido esta esperanza tienden a deducir que podemos muy bien prescindir ahora de la revolución internacional. Son éstas las premisas de una desviación oportunista hacia la ”Volmarización” limitadamente nacional, que comienza con su teoría del socialismo en un solo país.
Nos acusáis, tanto en lo que se refiere a esta teoría como en lo que no tiene relación alguna con ella, de pesimismo y de escepticismo. Nosotros, la oposición, somos un ”puñado” de pesimistas y de escépticos. El Partido está unido y, en su seno, todos son optimistas y poseen una gran fe, ¿No es un poco simplista todo esto? Permitidme que plantee la cuestión de la siguiente manera: el arrivista, es decir, el individuo que desea obtener beneficios personales, ¿se adhiere actualmente a la oposición? Únicamente el arrivista aislado puede darnos su adhesión durante un momento, para separarse inmediatamente e ir a alinearse acto seguido en las filas de los ”mejores representantes” de nuestro Partido y del país. Pero se trata en este caso de personajes de una moral deplorable y excepcional. Si tomamos como ejemplo al arrivista medio, yo os pregunto: ¿tratará en las actuales condiciones de hacer carrera alistándose en la oposición? Todos sabéis muy bien que no. ¿Es que en las actuales condiciones puede adherirse el arrivista a la oposición, cuando, por delito oposicionista, se expulsa de las fábricas, reduciéndoles al paro forzoso, a los obreros bolcheviques que, llegado el momento, combatirán tan valerosamente como puedan combatir los aquí presentes? No; el arrivista, ambicioso, no se adherirá a la oposición. El ejemplo de los obreros oposicionistas nos prueba que, a pesar de la represión, todavía se tiene el valor, en las filas del Partido, de defender sus concepciones. Una vez más os lo pregunto: las personas del montón, los burócratas, los ambiciosos, ¿vendrán con la oposición? No, no vendrán a nuestras filas. Y los obreros cargados de familia, fatigados, decepcionados por la Revolución, que permanecen en el Partido por inercia, ¿vendrán a la oposición? No, no vendrán. Dirán para si: ”Evidentemente, el régimen es malo; pero que hagan con ellos lo que quieran; yo no puedo meterme en tales andanzas.” ¿Qué cualidades es necesario poseer, pues, en las actuales condiciones, para ingresar en la oposición? Es menester poseer una fe firme en su causa, es decir, en la causa de la revolución proletaria; una verdadera fe revolucionaria. Vosotros, en cambio, no exigís más que una fe vaga, consistente en votar según la opinión de la dirección, en identificar la patria socialista con un simple Comité del Partido, en adaptar su conducta a la del Secretariado. Si trabajáis en la industria o en la administración, para estar tranquilos aseguraros antes en el Comité del Partido de vuestro radio o en el secretario del Comité del Partido de vuestra provincia. ¿Cómo se comprueba vuestra fe? Votando con unanimidad de 100 por 100. Y el que no quiere tomar parte en esa votación obligatoria, trata de escurrir el bulto. Pero el secretario de la célula le retiene: ”Debes votar, y votar como te dicen.” Los que se niegan a votar son inmediatamente despedidos. ¿Creéis que es posible ocultar estas cosas al proletariado? ¡No! Me permito preguntaros: ¿con quién jugáis? Estáis haciendo un mal juego con vosotros mismos, con la Revolución y con el Partido. El que vota siempre con una unanimidad de 100 por 100 a vuestro favor es el que atacaba ayer a Trotski, el que ataca hoy a Zinoviev, el que atacará mañana a Bujarin o a Rikov: ese no será nunca un soldado seguro en las horas difíciles de la Revolución. La oposición da pruebas de su fidelidad y de su valor por el simple hecho de que en un grave período de desviaciones y de presión oficial no se rinde, sino que agrupa en torno suyo, por el contrario, a los elementos combativos más valiosos, a los que no se puede comprar ni aterrorizar.
Jansson. – También entre los oposicionistas se encuentran los arrivistas y los aprovechados.
Trotski. – ¡Nómbrelos! Expulsaremos a todos. Nómbrelos! ¿Donde están? El núcleo fundamental de la oposición se compone de elementos a los cuales no es posible comprar ni aterrorizar.
El régimen del Partido amordaza, oprime, en cadena al Partido, disimula el profundo proceso de clase que se opera en el país, proceso en el cual tropezamos con los primeros síntomas del peligro de guerra y con el cual tropezaremos más vivamente todavía si llega la guerra.
El régimen actual desfigura el carácter de la vanguardia del proletariado, y no permite que se diga abierta y honradamente de dónde viene el peligro. Y el peligro que amenaza al proletariado viene de las clases que no son proletarias, pues el último período se caracteriza por un repliegue político del proletariado mientras que las otras clases cobran importancia.
Con esto precisamente se relaciona el problema del Estado obrero. Una de las innumerables y vergonzosas mentiras que se propalan sistemáticamente por medio de la Pravda es que yo he declarado que nuestro Estado no es obrero. Se dice esto falsificando un acta taquigráfica que yo no he releído donde exponía simplemente la actitud de Lenin con respecto al Estado obrero y en oposición a la de Molotov. Lenin decía que habíamos heredado no pocas taras del aparato zarista. ¿Qué decís hoy vosotros? Convertís al Estado obrero en un fetiche, queréis santificarlo como una especie de Estado constituido ”por la gracia de Dios”. ¿Quién es el teórico típico de esta santificación? Molotov. Este es su mérito. Voy a leeros una vez más sus declaraciones. Vosotros habéis ocultado mi crítica de Molotov y la Pravda la ha adulterado. Pero he aquí lo que ha dicho Molotov contra Kamenev en la XIV Conferencia del Partido de la provincia de Moscú (Pravda del 13 de febrero de 1925): ”Nuestro Estado es un Estado obrero... Pero he aquí que se nos ofrece una fórmula que es justo definir así: aproximar todavía más a la clase obrera hacia nuestro Estado... ¿Qué quiere decir esto? Deberíamos asignarnos la tarea de aproximar a los obreros hacia nuestro Estado. Pero ¿a quien pertenece éste? ¿Les pertenece o no a los obreros? ¿No es el Estado del proletariado? ¿Cómo es posible aproximar a los obreros hacia el Estado, es decir, aproximar a los obreros hacia sí mismos, hacia la clase obrera que se encuentra en el Poder y que gobierna el Estado?” He aquí las palabras de Molotov. Se trata, camaradas, de la crítica más estúpida de la concepción leninista del presente Estado obrero, es decir, de un Estado que no puede convertirse verdaderamente y a fondo en un Estado obrero más que mediante un gigantesco trabajo de crítica, de progreso, de mejoramiento. Mi objeción se refiere precisamente a ese fetichismo burocrático, y mejor que mi objeción mi exposición del análisis leninista del Estado soviético. (Interrupciones.) ”¿Qué es preciso hacer?”, se dice aquí. Si creéis francamente que no se puede hacer nada contra las cosas que indico es porque creéis perdida a la Revolución. Parecerá si sigue por el camino actual. Sois vosotros, pues, los verdaderos pesimistas. Sin embargo puede modificarse muy bien la situación cambiando de política. Pero antes de decidir lo que hay que hacer es preciso decir lo que ocurre y en qué sentido se operan los procesos. Si examináis una cuestión tan espinosa como la de las viviendas, creéis que se operan dos procesos los cuales se expresan por medio de cifras que os serán fácil comprobar: el proletariado se amontona cada vez más en las viviendas, mientras que las otras clases disponen cada vez más de un espacio mayor. No me refiero a los pueblos, donde se construye mucho. Claro está que no son los pobres quienes construyen, sino las capas sociales superiores, el ”kulak” y el campesino medio pudiente. ¿Y en las ciudades? A los llamados ”artesanos”, es decir, a la pequeña burguesía, a los pequeños patronos, a los comerciantes, a los especialistas, les corresponde este año un espacio mayor que el año pasado. En cambio a los obreros les ocurre lo contrario. Antes de discutir lo que se debe hacer es necesario darse honradamente cuenta de los hechos. En los otros aspectos de la vida, en la literatura, en el teatro, en la política, ocurre absolutamente lo mismo que en la cuestión de las viviendas: las clases que no pertenecen al proletariado se difunden, se extienden, mientras que el proletariado se repliega, se restringe. Repito que al mismo tiempo que se extienden las clases burguesas en el aspecto material – podéis comprobarlo en la calle ,en los establecimientos, en los tranvías, en las viviendas –, en el aspecto político el proletariado, en su conjunto, se restringe, y nuestro régimen de Partido acentúa el repligue del proletariado como clase. Este es el hecho fundamental. El ataque más grave procede de la derecha ,de las clases que no son proletarias. Nuestra crítica debe tender a despertar la conciencia del proletariado, a llamar la atención sobre el peligro que viene, con el fin de que no se imagine que ha adquirido el Poder para siempre, sean cuales fueren las circunstancias, y que el Estado soviético es siempre y en todas las circunstancias un Estado obrero. Es menester que el Proletariado comprenda que, en un período concreto de la Historia, sobre todo con una falsa política en la dirección, el Estado soviético puede convertirse en un aparato mediante el cual el Poder sea desplazado de su base proletaria para pasar manos de la burguesía, que, inmediatamente después, destruirá la envoltura soviética y convertirá su Poder en un poder bonapartista. Este peligro es muy real con una línea política falsa.
Sin la revolución internacional no es posible edificar el socialismo. Sin una política justa, a base de la revolución internacional y no a base de conceder nuestro apoyo a Purcell, no sólo no edificaremos el socialismo, sino que conduciremos el Poder soviético a su bancarrota. Es menester que el proletariado lo comprenda así. Nuestro error, el error de la oposición, nuestro crimen, consiste en no dormirnos ni cerrar los ojos con gran ”optimismo”a los peligros que amenazan a nuestra Revolución. El peligro real viene de la derecha – no del alada derecha de nuestro Partido, que no es sino el mecanismo de transmisión – ; el verdadero peligro, el peligro esencial, viene de las clases burguesas que levantan la cabeza, y cuyo ideólogo es Ustrialof, ese burgués inteligente, clarividente, al cual le concedía Lenin una atención particular al mismo tiempo que nos ponía en guardia contra él. Ya sabéis que no somos nosotros quienes sostenemos a Ustrialov, sino Stalin. En el otoño de 1926, Ustrialov escribía: ”Hace falta ahora una nueva maniobra, un nuevo impulso; para expresarnos en lenguaje figurado: una neonep. Desde este punto de vista debemos reconocer que las concesiones prácticas que el Partido ha hecho recientemente a la oposición no pueden por menos de inspirarnos serias inquietudes.” Y a continuación decía: ”¡Viva el Politburó si el mea culpa de los jefes de la oposición es el resultado de su capitulación unilateral y categórica! Pero será un mal signo si es el fruto de un compromiso con ellos. En este caso volvería a comenzar la lucha fatalmente... El Comité Central victorioso debe inmunizarse interiormente contra el virus disolvente de la oposición. Debe sacar todas las deducciones de la derrota de ésta... De lo contrario, sería una calamidad para el país.” ”Así es – prosigue Ustrialov – como deben examinar las cosas los intelectuales que permanecen en Rusia, los hombres de negocios, los especialistas, los ideólogos de la evolución y no de la revolución.” Y la conclusión de Ustrialov era la siguiente: ”Por todo esto nos declaramos hoy completamente por... Stalin.” ¿Qué decís vosotros a esto? Queréis alejar a la oposición del Comité Central, por el momento nada más que del Comité Central. El burgués Ustrialov conoce la historia de la Revolución francesa; la conoce muy bien. Y este intérprete de los sentimientos de la nueva burguesía comprende que sólo en la política de los propios bolcheviques puede preparar la forma menos dolorosa al acceso al Poder de la nueva burguesía. Ustrialov escribe, sosteniendo al Comité Central staliniano, que es necesario protegerse {¿contra qué?) contra el virus disolvente de la oposición. Está, pues, de acuerdo con vosotros al decir que la oposición es el virus disolvente que es necesario destruir, pues de lo contrario ”será una calamidad para el país”. Así se expresa Ustrialov. He aquí por qué no solamente está contra nosotros, sino que también sostiene a Stalin. Reflexionad sobre esto. No os encontráis frente a gente ignorante, inconsciente o engañada, que cree que la oposición trabaja con el oro inglés. No. Ustrialov es un hombre consciente que sabe lo que dice y adónde va. ¿Por qué os apoya? ¿Qué es lo que defiende con vosotros?
Me han relatado recientemente que el camarada Soltz[1] , durante una conversación con uno de los camaradas que han firmado la declaración de la oposición, ha establecido una analogía con la Revolución francesa. Yo creo, en efecto, que es éste un buen método. Creo incluso que sería hoy de gran utilidad reeditar para el Partido la historia real y la interpretación marxista de la Revolución francesa, sobre todo de su último período. El camarada Soltz se encuentra aquí precisamente y sabe mejor que nadie lo que ha dicho. Si yo no lo repito exactamente, espero que se servirá corregirme. ”¿Qué significa la declaración de los 83? – decía Soltz – . ¿Adónde nos conduce? Conocéis la historia de la Revolución francesa y adónde fue a parar: a las detenciones y a la guillotina.” El camarada Vorobiev, con el cual conversaba Soltz, le preguntó: ”¡Cómo! ¿Estáis dispuestos a guillotinarnos?” Extendiéndose sobre su tema, Soltz le dijo: ”¿Es que creéis que Robespierre no compadecía a Danton cuando lo mando a la guillotina? El propio Robespierre tuvo que ir a ella también después...¿Creéis que no fue una cosa penosísima? Sin embargo, fue necesaria...” Esto fue lo sustancial de la conversación. Yo os digo que es necesario, indispensable, refrescar nuestros conocimientos sobre la Revolución francesa. Podemos comenzar aunque no sea más que por Kropotkin, que no era un marxista, pero que comprendió mejor que Jaurés los sentimientos del pueblo y los movimientos de clase de la Revolución. Durante la Revolución francesa se guillotinó a no poca gente. También nosotros hemos fusilado a muchos. Pero la historia de la Revolución comprendió dos grandes capítulos: uno que se desarrolló así (el orador traza una curva ascendente) y otro que se desarrolló de esta manera (una descendente). Esto es lo que hay que comprender. Cuando se desarrollaba siguiendo una curva ascendente, los jacobinos franceses, los bolcheviques de entonces, guillotinaban a los realistas y a los girondinos. Nosotros, los oposicionistas, hemos pasado por este gran capítulo cuando fusilamos con vosotros a los guardias blancos y a los girondinos. Después se abrió un nuevo capítulo en Francia cuando los ustrialovistas y semiustrialovistas franceses, los termidorianos y los bonapartistas, los jacobinos de la derecha, empezaron a perseguir y a fusilar a los jacobinos de la izquierda, a los bolcheviques de entonces. Yo quisiera que el camarada Soltz reflexionara hasta el final de su analogía y que después nos contestara a esta pregunta: ¿Con arreglo a qué capítulo se dispone a fusilarnos? (Escándalo en la sala.) No bromeo; la Revolución es una cosa seria. No hay nadie entre nosotros capaz de tener miedo a los fusilamientos. Todos somos viejos revolucionarios. Pero es preciso saber a quién se fusila y con arreglo a qué ”capítulo”. Cuando nosotros fusilábamos sabíamos muy bien con arreglo a qué capítulo lo hacíamos. Pero actualmente, ¿sabéis claramente con arreglo a qué capítulo os disponéis a fusilarnos? Mucho me temo, camarada Soltz, que os dispongáis a fusilarnos con arreglo al capítulo de los ustrialovistas, el capítulo de Termidor.
Cuando se emplea aquí el término ”termidovianchina” se cree que es una injuria. Créese que se trataba de contrarrevolucionarios, de partidarios conscientes del realismo, y así otras cosas por el estilo. No había tal, sin embargo. Los termidorianos eran jacobinos que habían evolucionado hacia la derecha. La organización jacobina – los bolcheviques de entonces –, bajo la presión de las contradicciones de clase, llegó pronto a convencerse de que había que aplastar a Robespierre. ¿Creéis que a la mañana siguiente del 9 Termidor se dijeron: acabamos de poner el Poder en manos de la burguesía? No, nada de eso! Tomad todos los periódicos de la época. Decían: hemos aplastado a un puñado de individuos que turbaban la tranquilidad del Partido; ahora que están aniquilados, muertos, la revolución triunfará definitivamente. Si el camarada Soltz lo duda...
Soltz. – Repite usted mis palabras casi textualmente.
Trotski. – Tanto mejor. Si nos hemos puesto de acuerdo a este respecto, camarada Soltz, creo nos ayudará mucho a saber con arreglo a qué capítulo os disponéis a inaugurar el aplastamiento de la oposición. Una cosa hay cierta: que si no se comienza a corregir como hace falta la línea clasista del Partido, tendréis que seguir en el interior del Partido la línea indicada por Ustrialov, es decir, la lucha implacable contra la oposición.
Voy a leeros lo que decía Brival, uno de los jacobinos de la derecha, uno de los termidorianos, del informe que hizo de lo sucedido en la sesión de la Convención en que Robespierre y otros jacobinos fueron entregados al Tribunal revolucionario. ”Los intrigantes, los contrarrevolucionarios que se cubrían con la toga del patriotismo, han querido perder la libertad; la Convención ha decidido proceder a su detención; esos representantes son: Robespierre, Conthon, Saint-Just, Lebas, Robespierre el joven. ¿Cuál es su opinión?, me ha preguntado el presidente. Yo he respondido: el hombre que ha votado siempre inspirándose en los principios de las Horas, tanto en la Asamblea Constituyente como en la Convención, ha votado por la detención. He hecho incluso más: he sido uno de los que han propuesto dicha medida. Por otra parte, como secretario, me he apresurado a firmar y a enviar este decreto a la Convención.” He aquí el lenguaje de un Soltz o de un Jansson de entonces. Los contrarrevolucionarios eran Robespierre y sus adeptos. ”El hombre que ha votado siempre inspirándose en los principios de las Horas” significaba, en el lenguaje de la época: ”El hombre que ha sido siempre un bolchevique.” Brival se consideraba como un viejo bolchevique. Hoy también existen secretarios que se apresuran a firmar y a enviar.
Escuchad, por otra parte, el manifiesto de la Convención a Francia, a la patria, al pueblo, después de que Robespierre, Saint-Just y sus compañeros fueron aniquilados: ”Ciudadanos: en medio de las brillantes victorias obtenidas contra los enemigos exteriores, amenaza a la República un nuevo peligro... La obra de la Convención será estéril, el valor del ejército perderá todo su sentido si los ciudadanos vacilan en elegir entre la patria y unos cuantos ciudadanos aislados. ¡Obedeced la voz de la patria, no os coloquéis en las filas de los aristócratas malhechores y de los enemigos del pueblo y salvaréis nuevamente a la patria!”
Creían que en el camino que conducía al triunfo de la Revolución se levantaban los intereses de ”algunos individuos aislados”; no comprendían que esos ”individuos aislados” eran el reflejo de la fuerza revolucionaria elemental de las capas sociales populares de aquella época. Aquellos ”individuos aislados” eran el reflejo de aquella fuerza revolucionaria espontánea que se oponía a la ”neonep” y al bonapartismo. Los termidorianos creían que se trataba de un cambio de personas, sin darse cuenta de que de lo que se trataba era de un desplazamiento de las clases. ”¡Escuchad la voz de la patria, no os coloquéis en las filas de los aristócratas malhechores!”... Los aristócratas eran los amigos de Robespierre. ¿No le hemos oído decir hoy a Jansson este mismo epíteto: ”Aristócrata!”, lanzado contra mí?
Podría deciros artículos en que los jacobinos revolucionarios son presentados como agentes de Pitt, el Chamberlain de entonces. Verdaderamente, la analogía es sorprendente. Chamberlain es el Pitt de hoy, pero en más pequeño. Coged la historia de Aulard. ”Los enemigos no se contentaron con matar a Robespierre y a sus amigos, sino que los calumniaron, presentándolos a los ojos de Francia como realistas y vendidos al extranjero.” Cito textualmente. Ahora bien; el artículo de la Pravda: ”La ruta de la oposición”, ¿no está basado en esta concepción? Quien haya leído el último artículo editorial de la Pravda habrá percibido el olor que se desprende de él. Este olor a ”segundo capítulo” molesta el olfato. El olor de segundo capítulo es el ”ustrialovchina” que se infiltra ya en los organismos oficiales de nuestro Partido y desarma a la vanguardia del proletariado, al mismo tiempo que el régimen del Partido oprime a todos los que luchan contra el Termidor. El simple miembro del Partido se ahoga. El obrero de filas se calla.
Queréis una nueva ”depuración” del Partido con el fin de imponer el silencio. Este es el régimen que reina en el Partido. Acordaos de la historia de los clubs jacobinos. Hubo dos fases en la depuración. Durante la ola ascendente se desprendieron de los moderados; cuando la curva comenzó a descender, se desembarazaron de los jacobinos revolucionarios. ¿Adónde les condujo esto a los clubs? Al régimen anónimo del terror, bajo el cual había que callarse, que votar con una unanimidad del 100 por 100, que abstenerse de toda crítica, que pensar según las prescripciones de arriba, al mismo tiempo que no se comprendía que el partido era un organismo vivo, independiente, y no un aparato del Poder que se basta a sí mismo. La Comisión Central de Control de entonces – también existían instituciones que llenaban vuestras funciones – signó dos capítulos con toda la Revolución. En el segundo capítulo quitó a los miembros del Partido la costumbre de pensar, al mismo tiempo que les obligaba a aceptar como un credo cuanto venía de arriba. Y los clubs jacobinos, centros de la Revolución, se convirtieron en el semillero de los futuros funcionarios de Napoleón. Es verdaderamente necesario instruirse en las enseñanzas de la Revolución francesa. Pero ¿es acaso menester repetirlo? (Interrupciones.)
No decimos esto por pura broma de fracción. Nadie estaría dispuesto a exponer por cosas insignificantes, por futesas, todo lo que exponemos nosotros. Ignoro si son las últimas declaraciones que hago sobre estas cuestiones ante esta asamblea. Ignoro a qué velocidad pensáis ejecutar el programa de que os hablaba al comienzo de mi discurso. Pero esta hora y veinte minutos que me habéis concedido he querido emplearlos, no para refutar las mezquinas y miserables acusaciones que formuláis contra mí, sino para definir claramente las cuestiones esenciales de nuestros desacuerdos.
¿Qué debe hacerse para evitar la escisión? ¿Puede evitarse ésta? Si viviéramos en las condiciones de antes de la guerra imperialista, de antes de la Revolución, en las condiciones de una acumulación relativamente lenta de los antagonismos, creo que la escisión sería infinitamente más probable que el mantenimiento de la unidad. Sería criminal engañarse a sí mismo en lo que concierne a la importancia de los puntos de vista. Pero hoy la situación es diferente. Nuestras divergencias se han agravado y los antagonismos han aumentado. En el ultimo período, la evolución de la Revolución china ha hecho que nuestros desacuerdos hayan aumentado de nuevo y considerablemente. Pero al mismo tiempo poseemos, en primer lugar, un inmenso poder revolucionario concentrado en el Partido, una inmensa y rica experiencia acumulada en los trabajos de Lenin, en el programa y en las tradiciones del Partido, Hemos despilfarrado gran parte de ese capital y la hemos reemplazado por los productos baratos de la ”nueva escuela”, que impera hoy como soberana en la Prensa del Partido. Pero todavía nos queda mucho oro puro. En segundo lugar, el actual período es un período histórico de curvas bruscas, de acontecimientos gigantescos, de colosales lecciones que nos pueden enseñar muchísimo. Se han producido acontecimientos grandiosos que permiten comprobar las dos líneas políticas que se afrontan. Pero no tratéis de ocultar esos acontecimientos. pues más pronto o más tarde se acabará por conocerlos. Es un imposible disimular las victorias o las derrotas del proletariado. El Partido puede facilitar o dificultar el conocimiento de esas lecciones y su asimilación. Vosotros las dificultáis. He aquí por qué nosotros lomos optimistas. Luchamos y lucharemos en favor de la línea política de la Revolución de Octubre. Estamos tan profundamente convencidos de que nuestra linea es la justa, que no dudamos de que acabará por implantarse en la conciencia de la mayoría proletaria de nuestro Partido.
¿Cuál es, en estas condiciones, el deber de la Comisión Central de Control? Creo que su deber debería consistir en crear en este período de bruscas sacudidas un régimen más sano y más flexible en el Partido, con el fin de permitir que los gigantescos acontecimientos comprueben sin sacudidas bruscas las líneas políticas que se afrontan. Es preciso darle al Partido la posibilidad de entregarse a una autoridad ideológica a la luz de los grandes acontecimientos. Si os decidís a ello, os respondo de que dentro de un año o dos el curso del Partido se habrá corregido. No hay que ir de prisa, no hay que tomar decisiones difíciles de reparar después. Tened cuidado de no veros obligados a decir: Nos hemos separado de los que hubiéramos debido guardar y hemos guardado a los que hubiéramos debido separar de nosotros.
Segundo discurso
Trotski. – Tomo nota con satisfacción de la declaración del camarada Ordjonikidzé, de que a su juicio, como al mío, el burocratismo ha aumentado en el curso del año ultimo. El eje de la cuestión no está sólo en el número de funcionarios, sino en el régimen, en el curso político, en la manera de abordar los dirigentes a los dirigidos. En una reunión confidencial de los militantes de un radio, en el curso de la cual el secretario del Comité del radio, Yakovlev, hizo un discurso fraccional contra la oposición, una obrera tomó la palabra y se expresó, poco más o menos, en los siguientes términos: ”Todo eso es muy justo; es preciso llegar a dominar a la oposición; pero el mal está en que cuando viene al Comité del radio un individuo bien vestido se le recibe en seguida, mientras que una obrera, más modesta, peor vestida, tiene que esperar largo rato en la ”antesala”.” Se trata de declaraciones de una obrera, miembro del Comité de un radio. Estas palabras son cada vez más frecuentes y significan no solamente que ha aumentado el número de los burócratas, sino que los medios dirigentes se identifican cada vez más con las capas superiores de la sociedad soviética de la post-Nep; que se crean dos planos, dos formas de vida, dos géneros de costumbres, dos tipos de relaciones, o, por decirlo mejor, que se crean los elementos de una dualidad en las condiciones de existencia, que, de continuar desarrollándose, puede convertirse en una dualidad del Poder político. Ahora bien: una dualidad del Poder político puede ser ya una amenaza directa para la dictadura del proletariado. Una considerable capa social de personas de las ciudades, pertenecientes a los medios soviéticos, y a los del Partido, viven, hasta las tres de la tarde, como funcionarios; después de las tres, como simples particulares; critican al Comité Central del Partido, y el miércoles , después de las seis, condenan a la oposición, calificándola de tendencias escépticas.
Este tipo de miembro del Partido recuerda al funcionario zarista que, en privado, predicaba las teorías de Darwin, pero que, en caso de necesidad, presentaba un certificado de comunión.
El camarada Ordionikidzé nos propone que le ayudemos a luchar contra el burocratismo. ¿Por qué expulsar entonces a los oposicionistas de sus cargos? Yo afirmo que la inmensa mayoría de los oposicionistas son arrojados de sus puestos, no porque ejecuten mal el trabajo o porque no observen las directivas del Comité Central, sino para castigarles por sus convicciones oposicionistas. Son relevados por el delito de ”trotskismo”.
Quiero por lo menos una vez, y aun cuando sea brevemente, hablar del trotskismo, es decir, de la mentira que figura bajo mi historia política, sobre todo en la boca y en la pluma de Yaroslavski, que asiste a estos debates en calidad de juez, y de sus amigos. He dicho mil veces, y todos los viejos miembros del Partido lo saben, que he combatido a veces a Lenin y al Partido bolchevique sobre muchas e importantes cuestiones. Pero no he sido nunca menchevique. Si se concibe el menchevismo como una línea política de clase – y solamente así debe concebirse –, no he sido nunca un menchevique. Rompí desde mediados de 1904, tanto en el terreno de la organización como en el terreno político, con lo que debía ser más tarde el menchevismo, es decir, rompí con ello desde el momento en que se convirtió en menchevismo, desde que comenzó a ser una tendencia política. Rompí con ello sobre el problema de las relaciones con la burguesía liberal, después del artículo de Vera Zassulitch y del artículo de Axelrod con su plan de apoyo de los liberales provinciales, etc. No he estado jamás de acuerdo con el menchevismo acerca del papel que desempeñaran las clases en la Revolución. Y era ésta la cuestión capital. Los Yaroslavski engañan al Partido y a la Internacional sobre los hechos, no sólo de los últimos diez años, sino también de un pasado más lejano, cuando me encontraba fuera de las dos fracciones fundamentales de la socialdemocracia de entonces.
El Congreso bolchevique de mayo de 1905 adoptó una resolución sobre la insurrección y el Gobierno provisional. El camarada Krassin propuso un largo apartado a este respecto, a decir verdad, toda una resolución, de la cual hizo Lenin los más vivos elogios. Esta resolución fue escrita enteramente por mí en Petersburgo y publicada por Krassin (tengo la prueba de ello en una carta que me escribió Krassin durante las sesiones del Congreso). La parte esencial – podéis consultar las reseñas – de la principal resolución del primer Congreso del Partido bolchevique sobre la insurrección y el Gobierno provisional la escribí yo, y de ello me siento orgulloso. ¿Pueden mis críticos presentar algo semejante en su activo?
En 1905, varios de los manifiestos publicados en Bakú en una imprenta bolchevique clandestina fueron redactados por mí, y especialmente un manifiesto a los campesinos concerniente al 3 de enero, otro sobre la legislación agraria del Gobierno zarista, etc. En 1906, en el mes de noviembre, la Novaia Jizn, dirigida por Lenin, se solidarizó con mis artículos, publicados en el Natchalo, sobre el carácter de nuestra resolución.
Ordionikidzé. – Sin embargo, usted estaba en el Natchalo y no en la Novaia Jizn.
Trotski. – Me parece que olvida usted que el Comité Central bolchevique, con Lenin a la cabeza, había votado, por unanimidad, una resolución de unión de los bolcheviques con los mencheviques. Por otra parte, unas semanas más tarde, el Natchalo se fusionaba con la Novaia Jizn, que, en diversas ocasiones, hizo calurosos elogios de mis artículos. Era el período de las tendencias hacia la unidad. Olvidáis decir que en 1905, en el Soviet, trabajé codo con codo con los bolcheviques. Olvidáis decir que en 1906 Lenin publicó en la Novaia Jizn mi folleto Nuestra táctica, que definía nuestras relaciones con los campesinos en la Revolución. Olvidáis decir que en el Congreso de Londres de 1907 Lenin aprobó mi posición en relación con la burguesía y con los campesinos. Puedo afirmar que mis desacuerdos no han sobrepasado nunca los de Rosa Luxemburgo y Carlos Liebknecht en las cuestiones en que se encontraron en desacuerdo con Lenin. Sin embargo, ¿quién se atrevía a decir de ellos que eran mencheviques?
Yo no era bolchevique en aquel momento. Pero no he cometido nunca faltas tan enormes como el mantenimiento del Comité anglorruso o la subordinación del Partido Comunista chino al Kuomintang.
Krivov. – ¿Y el programa de Viena?
Trotski. – ¿Se refiere usted al bloque de agosto de 1912?
Krivov. – Sí.
Trotski. – Aquello fue el fruto de un intento conciliador. Yo no había abandonado todavía la esperanza de una unión de los bolcheviques con los mencheviques. Pero olvidáis que vosotros mismos, Yaroslavski, Ordionikidzé y otros, formabais parte, a conmienzos de 1917 – ¡no en 1912, sino en 1917! –, de organizaciones similares a los mencheviques. La Conferencia de Viena fue una de las múltiples tentativas de conciliación. Yo no pensaba, ni mucho menos, en formar un bloque con los mencheviques contra los bolcheviques. Tenía esperanzas todavía de reconciliar a los bolcheviques con los mencheviques, y me esforzaba por unirlos. Como siempre, Lenin no aceptó esta unidad ficticia. A consecuencia de esta tentativa de conciliación, yo me encontré formalmente en el bloque menchevique. Pero comencé en seguida, al día siguiente mismo, a combatir a los mencheviques, y al declararse la guerra éramos ya enemigos irreductibles. Sin embargo, en la misma época, Stalin no era más que un vulgar conciliador, incluso en los momentos más agudos. En 1911, Stalin calificó la lucha de Lenin y de Martov de ”tempestad en un caso de agua”. ¡He aquí lo que escribía un miembro del Partido bolchevique! En 1917, Stalin era partidario de la unión con Tseretelli. En 1926, Stalin es partidario del bloque con Purcell, Chang Kai Chek, Van Tin Wei. Mis faltas no son nada comparadas con éstas. Mi actividad de 1914 a 1917, es decir, durante la guerra, ha sido despiadadamente deformada por la ligera mano de un Kussinen – ese socialdemócrata de pura sangre –, por los que no eran en aquel entonces más que unos patriotas o unos kautskistas. Recuerdo haber escrito al comienzo de la guerra un folleto, La guerra y la Internacional, sobre el cual Zinoviev, que no estaba ni podía estar muy inclinado hacia mí, dijo que planteaba exactamente las cuestiones en cuanto podía haber de esencial.
Shklovski. – ¡Eso era en 1914!
Trotski. – Exacto: era en 1914. Este folleto se convirtió en el arma de los elementos de la extrema izquierda en Alemania, en Austria, en Suiza. Yo era un internacionalista revolucionario a pesar de no ser un bolchevique. Milité en Francia con un grupo de camaradas socialistas y sindicalistas, que se han adherido después a la Internacional Comunista, que han sido sus fundadores. Fui expulsado de Francia por internacionalista revolucionario. Me expulsaron de España por lo mismo. En Nueva York milité en el Novy Mir con Volodarski y Bujarin. En febrero-marzo de 1917 publiqué artículos en el Novy Mir en el mismo sentido de los que escribía Lenin en Suiza al mismo tiempo, precisamente cuando los artículos de ”No hay que ir demasiado de prisa, camaradas.” Esto es ya una cosa corriente en el Partido. El problema se plantea siempre a pesar de los oposicionistas, y va seguido de insinuaciones, de sucias insinuaciones, de groseras deformaciones, deshonestas, esencialmente stalinistas, de la plataforma de la oposición y de la biografía revolucionaria de los oposicionistas, a los que se presenta como enemigos de la Revolución, como enemigos del Partido, todo ello con objeto de provocar entre los oyentes, entre los miembros jóvenes, completamente nuevos con los cuales llenáis artificialmente las filas del Partido, una reacción violenta, y para poder decir después: ”¿Lo veis? Nosotros no queremos precipitar las cosas, pero las masas lo exigen.” Se trata de una estrategia muy stalinista. Vosotros mismos sois los organizadores de esta campaña, y cuando sufrís sus efectos decís: ”El Partido lo exige; nosotros no podemos hacer nada.”
La segunda censura que me dirige el camarada Ordionikidzé es una censura política de un carácter más general. Opina que mi comparación con la Revolución francesa traiciona mi pesimismo. ”¡Trotski cree que la Revolución está perdida!” Si yo creyera que la Revolución está perdida, ¿qué interés tendría en combatiros? Si yo no creyera en la edificación del socialismo, como decís vosotros, ¿cómo vendría a proponeros el ”pillaje del mujik”, como también decís vosotros, a menos de que sintiera hostilidad personal hacia él? Si yo no creyera en la Revolución no combatiría por ella; si tal creyera, lo mejor sería seguir la corriente. Les ruego que se fijen bien en esto. Una persona que cree que la Revolución está perdida, no se lanza a la batalla. La Revolución de Octubre no está perdida; no he dicho esto nunca, por la sencilla razón de que no lo creo. Pero he dicho que se puede perder a la Revolución de Octubre si se quiere de verdad perderla, y en este sentido habéis dado ya algún paso. En esta cuestión, camarada Ordionikidzé, su manera de razonar no es dialéctica, sino formal, pues ignora las fuerzas vivas, la cuestión del Partido, y está impregnada desde el principio al fin de fatalismo. Diferenciáis el optimismo y el pesimismo, como si se tratara de dos categorías fijas, independientes de las condiciones y de la política. Según vosotros, se puede ser únicamente ”optimista” o ”pesimista”, es decir, creer que la Revolución está completamente perdida o que no parecerá sean cuales fueren las condiciones y hagamos lo que hiciéramos. Tanto en un sentido como en el otro, vuestra idea es falsa. ¿Acaso la Revolución no ha tenido ya sus altas y bajas? ¿No existió un inmenso movimiento de ascensión revolucionaria durante el período de la Revolución de Octubre y no nos hemos mantenido de un cabello durante Brest-Litovski? Recordad lo que decía Lenin cuando luchaba contra los comunistas de izquierda: que resulta muy difícil conducir el automóvil en período revolucionario, pues hay que dar buenas vueltas y revueltas. Brest fue un retroceso. Por venir después de la sublevación de Cronstadt, la Nep fue un retroceso. ¡Y es que cada ola de retroceso no ha engendrado olas oportunistas! Cuando estos movimientos de retroceso de la Revolución se prolongan un año, dos años, tres años, es indudable que la depresión moral de la masa del Partido es todavía más profunda. Camarada Ordionikidzé: usted es caucasiano y sabe que un camino que conduce a la cima de la montaña no sigue una línea recta, sino que hace revueltas y zigzag, y que después de una subida vertical hay que volver a bajar dos o tres veredas para volver a subir, pues el camino conduce, a pesar de todo, a la montaña. Obligado a bajar un poco, tengo que saber que el camino hace un recodo y que después vuelve a subir. Si, en nombre de mi ”optimismo”, no tengo en cuenta esos zigzags que suben y bajan, sucederá que en una de las revueltas mi carretera dará un salto en el vacío. Yo os digo que en este momento vuestro camino os conduce hacia la derecha v en forma descendente. El peligro está en que no os dais cuenta de ello, es decir, en que cerráis los ojos a la realidad. Y es muy peligroso conducir en la montaña con los ojos cerrados.
En el otoño de 1923 asistimos a un movimiento revolucionario grandioso, paralelo al de la Revolución alemana. Después de la derrota de ésta, comenzó también el reflujo en nuestro país. De ese reflujo ha nacido la teoría staliniana del socialismo en un solo país, teoría de degeneración, que está en contradicción con los fundamentos del marxismo. En 1926, durante la Revolución china, asistimos a un vigoroso resurgimiento, que coincidió con el mejoramiento de nuestra situación revolucionaria. Después sucedió un reflujo más sensible al fracaso de la Revolución china. Es preciso tomar la cuerva del movimiento histórico en toda su acepción concreta. En 1923 sufrimos varias derrotas importantes. Los que se dejaron abatir por ello fueron unos miserables poltrones. Pero los que no saben distinguir su pie derecho de su pie izquierdo, el resurgir de la Revolución de su decadencia, son gentes de cortos alcances y unos simples burócratas. Durante una conversación que tuve en enero de 1924, después de la derrota, con Brandler, éste me dijo: ”En el otoño de 1923 no estaba de acuerdo con usted porque le vela demasiado optimista; ahora es usted demasiado pesimista y no puedo estar tampoco de acuerdo usted.” Yo le respondí: ”Mucho me temo, camarada Brandler, que no sea usted nunca un buen revolucionario, pues no sabe distinguir la cara de la Revolución de su lado opues to.”
El camarada Ordionikidzé considera la victoria o el fracaso de la Revolución fuera de toda relación de dependencia con la dialéctica del proceso, es decir, con la acción recíproca de nuestra política y de las condiciones objetivas. Plantea la cuestión así: o la victoria fatal de la Revolución o su fatal fracaso. Pero y0 digo que si empezamos seriamente a equivocarnos podemos perder a la Revolución. Pero pretender que, hagamos lo que hagamos – con relación al ”kulak”, con relación al Comité anglorruso, con relación a la Revolución china –, nada será capaz de perjudicar a la Revolución, y que ésta de ”todas formas” debe vencer es cosa que nada más los burócratas indiferentes pueden decir. Y éstos son muy capaces de perder a la Revolución.
¿En qué se diferencia nuestra Revolución de la Revolución francesa?
En primer lugar, en el fundamento económico y de clase de la época. En Francia fue la pequeña burguesía de las ciudades la que representó el papel directivo; en nuestro país, fue el proletariado. Y únicamente gracias a ello la Revolución burguesa pudo transformarse en revolución socialista y, como tal, desarrollarse, tropezando al mismo tiempo con grandes dificultades y con grandes peligros. Esta es la primera diferencia.
La segunda es que Francia se encontraba rodeada de naciones feudales más atrasadas que ella desde el punto de vista económico y cultural. Nosotros estamos rodeados de países capitalistas más avanzados con relación a la técnica y a la producción, con un proletariado más fuerte y más instruido que el nuestro. En dichos países puede esperarse la Revolución en un porvenir relativamente próximo. Esto quiere decir que la situación internacional de nuestra Revolución, a pesar de que el imperialismo nos es mortalmente hostil, es, desde un amplio punto de vista histórico, infinitamente más favorable que en Francia a fines del siglo XVIII.
La tercera diferencia, en fin, es que vivimos en la época del imperialismo, época de inmensas conmociones interiores e internacionales; y es este hecho precisamente el que crea esta gran curva revolucionaria ascendente sobre Ja cual se apoya nuestra política. Pero no hay que creer que esta ”curva” nos permitirá hacer frente a todas las dificultades, sean cuales fueren las condiciones. Creer esto sela un error. Quien crea que podemos edificar el socialismo, incluso si el capitalismo llega a aplastar al proletariado para algunas decenas de años, no comprende el problema. No se trata de ”optimismo”, sino de ceguera nacional reformista. No podemos vencer más que como parte integrante de la Revolución internacional. Es menester durar hasta la revolución internacional, incluso si ésta tarda varios años. A este respecto, la orientación de nuestra política es de una importancia decisiva. Si nuestro curso revolucionario es justo, nos consolidaremos para varios años, consolidaremos la Internacional Comunista, avanzaremos por el camino del socialismo y llegaremos a este resultado si la revolución mundial nos lleva a remolque de la Historia.
El principal peligro lo constituye el curso del Partido. Este ahoga la resistencia revolucionaria. ¿En qué consiste vuestro curso de derecha? En contar con el campesino pudiente y no con el obrero agrícola y el campesino pobre. Os inclináis por el burócrata, por el funcionario, y no por la masa. Tenéis demasiada confianza en el aparato. El apoyo mutuo, la seguridad recíproca se practican en gran escala, y es precisamente ésta la razón por la cual Ordionikidzé no puede ni siquiera llegar a reducir el personal. El hecho de ser independiente de la masa engendra un sistema de protección mutua. Y este aparato es considerado como el punto de apoyo del Poder. En el Partido se confía en el secretario de la cédula y no en el simple miembro. Ponéis vuestra confianza en Purcell y no en el militante de filas. En China os orientáis hacia Chang Kai Chek, hacia Wan Tin Wei y no hacia el proletariado de Shangai, hacia el coolí, que arrastra él mismo sus cañones, hacia el campesino insurrecto.
Planteáis, además, la cuestión de nuestra exclusión del Comité Central. Todos nosotros seguiremos trabajando donde podamos y como simples miembros del Partido. Pero esto no puede resolver la cuestión. Deberéis avanzar aún más en vuestras deducciones. La vida os obligará a ello... Sería preferible que os detuviérais antes y que modificáseis el curso político.
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[1] Uno de los miembros del Tribunal, es decir, del Presidium de la Comisión Central de Control. (Nota del autor.)