13 de junio de 1930
Saludo calurosamente la aparición del primer número de vuestro periódico. La Oposición Comunista española sale a la arena en un momento particularmente propicio y no menos decisivo.
Ahora, la crisis que atraviesa España se desarrolla con una regularidad notable, que permite a la vanguardia proletaria prepararse durante un cierto tiempo. Pero es muy dudoso que este tiempo sea de larga duración.
La dictadura de Primo de Rivera ha caído sin revolución, por agotamiento interior[2]. Esto quiere decir, en otros términos, que en su primera etapa la cuestión fue resuelta por las enfermedades de la vieja sociedad y no por las fuerzas revolucionarias de una sociedad nueva. No es un simple azar. El régimen de la dictadura, que, para las clases burguesas, no encuentra a su justificación en la necesidad del aplastamiento inmediato de las masas revolucionarias, se encuentra simultáneamente en contradicción con las necesidades de la burguesía en los terrenos económico, financiero, político y cultural. Pero la burguesía eludió la lucha con todas sus fuerzas hasta el último momento; dejó a la dictadura el tiempo de pudrirse y de caer como una fruta agusanada.
Después de este acontecimiento, las clases dirigentes, en la persona de sus grupos políticos, se encuentran obligadas a adoptar una posición neta ante las masas populares. Y así observamos un fenómeno paradójico. Los mismos partidos burgueses que, gracias a su conservadurismo, renunciaban a llevar a cabo alguna lucha seria contra la dictadura militar, rechazan actualmente toda la responsabilidad de esta dictadura sobre la monarquía y se declaran republicanos. En efecto, se podría creer que la dictadura ha estado durante todo el tiempo suspendida de un fino hilo del balcón del Palacio real, y que sólo se apoyaba sobre el sostén, en parte pasivo, de las capas más sólidas de la burguesía, que paralizaban con todas sus fuerzas la actividad de la pequeña burguesía y pisoteaban a los trabajadores de las ciudades y de los campos.
¿Y cuál es el resultado? Mientras que no solamente los trabajadores, el pequeño pueblo urbano, los jóvenes intelectuales y casi toda la gran burguesía son republicanos o se declaran como tales, la monarquía sigue existiendo y actúa. Si bien Primo sólo mantenía de un hilo a la monarquía, ¿de qué hilo se mantendrá la monarquía, incluso en un país tan "republicano"? A primera vista esto parece un enigma insoluble. Pero el secreto no es en manera alguna tan complicado. La misma burguesía que "sufría" a Primo de Rivera, lo sostenía, en efecto, como sostiene actualmente a la monarquía mediante los únicos medios que le quedan, es decir, declarándose republicana y adaptándose así a la psicología de la pequeña burguesía, para engañarla y paralizarla lo mejor posible.[3]
Para quien la observa de lado, esta escena, a pesar de su aspecto dramático profundo, no está desprovista de un aspecto cómico. La monarquía está sentada sobre la espalda de la burguesía republicana, que no tiene mucha prisa por alzar esa espalda. La burguesía se desliza, con su preciosa carga, entre las masas populares que se agitan, grita como respuesta a las protestas, a las reclamaciones y a las maldiciones, con una voz de bufón: "Como veis, esta criatura sobre mi espalda es mi enemigo maldito, voy a enumerar sus crímenes, prestad atención atentamente", etc., y cuando la multitud, divertida por esta presentación, se pone a bromear, la burguesía aprovecha el momento para llevar un poco más lejos su carga. ¿Si esto significa una lucha contra la monarquía, que sería, pues, una lucha por la monarquía?
Las manifestaciones activas de los estudiantes[4] sólo son una tentativa de la joven generación de la burguesía, sobre todo de la pequeña burguesía, para dar una salida al equilibrio inestable en que el país se ha encontrado después de la pretendida liberación de la de la dictadura de Primo de Rivera, de la que se ha conservado íntegramente la herencia en sus elementos fundamentales. Cuando la burguesía renuncia consciente y obstinadamente a resolver los problemas que se derivan de la crisis de la sociedad burguesa, cuando el proletariado no está aún presto para asumir esta tarea, son los estudiantes los que ocupan el proscenio. En el desarrollo de la primera revolución rusa, hemos observado este fenómeno más de una vez; este fenómeno siempre ha tenido para nosotros una significación enorme y sintomática. Esta actividad revolucionaria o semirrevolucionaria, significa que la sociedad burguesa atraviesa una crisis profunda. La juventud pequeñoburguesa, sintiendo que una fuerza explosiva se acumula en las masas, tiende a encontrar a su manera la salida de ese atolladero y a impulsar más adelante el desarrollo político.
La burguesía considera el movimiento de los estudiantes, mitad con aprobación, mitad con prevención; si la juventud da algunos empujones a la burocracia monárquica, no está mal del todo, con tal de que esos "chicos" no vayan demasiado lejos y que no arrastren a las masas laboriosas.
Al apoyar el movimiento estudiantil, los obreros españoles han mostrado un positivo instinto revolucionario. Aunque claro está, deben actuar bajo su propia bandera y bajo la dirección de su propia organización proletaria. El comunismo español es el que debe asegurar esto, y para ello es indispensable una política justa. Por lo cual, la aparición de vuestro periódico, como dije antes, coincide con un momento extraordinariamente importante y crítico en el desarrollo de toda la crisis, más precisamente aún, con un momento en que la crisis revolucionaria está en camino de transformarse en una revolución.
El movimiento huelguista de los obreros, la lucha contra la racionalización y el paro forzoso, adquieren una importancia muy diferente, incomparablemente más profunda en medio de un descontento extraordinario de las masas pequeño-burguesas y de una crisis aguda de todo el sistema. Esta lucha obrera debe estar estrechamente ligada a todas las cuestiones que se derivan de la crisis nacional. Este hecho de que los obreros se hayan manifestado con los estudiantes es el primer paso, claro está, todavía insuficiente y mal asegurado, en el camino de la lucha de la vanguardia proletaria por la hegemonía revolucionaria.
Este camino supone, por parte de los comunistas, un lucha resuelta, audaz y enérgica, por las consignas democráticas. No comprenderlo sería cometer la mayor falta sectaria. En la etapa actual de la revolución, en el terreno de las consignas políticas, el proletariado se distingue de todos los otros grupos "izquierdistas" de la pequeña burguesía, no por el hecho de que niega la democracia, como lo hacen los anarquistas y sindicalistas, sino por el hecho de lucha resuelta y abierta por esta consigna, al mismo tiempo que denuncia implacablemente las vacilaciones de la pequeña burguesía.
Poniendo por delante las consignas democráticas, el proletariado no quiere con ello decir que España va hacia la revolución burguesa. Sólo podrían plantear así la cuestión fríos pedantes atiborrados de fórmulas rutinarias. España ha dejado muy lejos tras de sí el estadio de una revolución burguesa.
Si la crisis revolucionaria se transforma en revolución, superará fatalmente los límites burgueses y, en caso de victoria, deberá entregar el poder al proletariado; pero el proletariado no puede dirigir la revolución en dicha época, es decir reunir alrededor suyo las más amplias masas de trabajadores y de oprimidos y convertirse en su guía, más que a condición de desarrollar actualmente, con sus reivindicaciones de clase y en relación con ellas, todas las reivindicaciones democráticas, íntegramente y hasta el fin.
Esto tendría ante todo una importancia decisiva en lo que concierne al campesinado. Este no puede conceder al proletariado su confianza a priori, aceptando como prenda verbal la dictadura del proletariado. El campesinado, como clase numerosa y oprimida, ve inevitablemente en una cierta etapa, en la consigna de democracia, la posibilidad de dar la preponderancia a los oprimidos sobre los opresores. El campesinado relacionará, inevitablemente, la consigna de la democracia política con reparto radical de las tierras. El proletariado asume abiertamente el apoyo de estas dos reivindicaciones. En el momento oportuno, los comunistas explicarán a la vanguardia proletaria por qué camino estas reivindicaciones pueden ser realizadas, sembrando de esta manera la semilla del sistema soviético futuro.
Incluso en las cuestiones nacionales, el proletariado defiende hasta el fin la consigna democrática, declarando que está dispuesto a apoyar, por un camino revolucionario, el derecho de los diferentes grupos nacionales a la libre disposición de ellos mismos, incluso llegando a la separación.
Sin embargo, ¿la vanguardia proletaria hace suya la consigna de la separación de Cataluña? Si es la expresión de la mayoría de la población, sí. No obstante, ¿cómo puede expresarse esta voluntad? Claro está, por medio de un plebiscito libre, por una asamblea de representantes de Cataluña, por los partidos influyentes a los que siguen las masas catalanas, o finalmente por una rebelión nacional catalana. Esto nos demuestra de nuevo, y hay que hacerlo notar de paso, todo el pedantismo reaccionario que significaría por parte del proletariado el renunciar a las consignas democráticas. Sin embargo, hasta el momento en que la voluntad de la minoría nacional no se haya expresado, el proletariado no debe hacer suya la consigna de separación, pero garantizará por anticipado, abiertamente, su apoyo íntegro y sincero a esta consigna, en la medida en que exprese la voluntad de Cataluña.
Inútil es decir que los obreros catalanes no tienen en esta cuestión la última palabra. Si llegan a la conclusión de que sería inoportuno desperdigar sus fuerzas, en las condiciones de la crisis actual que abre al proletariado español los caminos más amplios y más audaces, los obreros catalanes deben llevar a cabo la propaganda para el mantenimiento de Cataluña, sobre bases determinadas, en el seno de España, y en cuanto a mí creo que el sentido político sugiere tal solución. Semejante solución sería momentáneamente aceptable, incluso para los separatistas más fervientes, puesto que es muy claro que, en caso de victoria de la revolución, sería inmensamente más fácil que hoy llegar a la libre disposición de Cataluña, como también de otras regiones.
Apoyando todo movimiento verdaderamente democrático y revolucionario de las masas populares, la vanguardia comunista lleva a cabo una lucha sin compromiso contra la llamada burguesía republicana, desenmascarando su perfidia, su traición y su reaccionarismo, y resistiendo s su tentativa de someter a su influencia a las clases laboriosas.
Los comunistas no renuncian jamás, en ninguna condición, a la libertad de su política. No hay que olvidar que, durante una revolución, las tentaciones de este género son muy grandes; la historia trágica de la revolución china es un testigo irrefutable. Al mismo tiempo que salvaguardan la completa independencia de su organización y de su propaganda, los comunistas aplican, sin embargo, de la manera más amplia, la política del frente único, a la que la revolución abre un amplio campo.
La Oposición de Izquierda comienza la aplicación de la política de frente único con el Partido Comunista oficial. No hay que permitir a los burócratas el crear la impresión de que la Oposición de Izquierda tiene relaciones hostiles con los obreros que siguen la bandera del Partido Comunista oficial. Inversamente, la Oposición está dispuesta a tomar parte en toda acción revolucionaria del proletariado y a luchar juntamente a su lado.
Si los burócratas renuncian a llevar a cabo la acción con la Oposición, la responsabilidad debe recaer sobre ellos para la clase obrera.
La continuación del desarrollo de la crisis española significa el despertar revolucionario de millones de hombres en las masas laboriosas. Nada permite creer que se alistarán de un solo golpe bajo la bandera del comunismo. Por el contrario, es muy probable que reforzarán ante todo al partido del radicalismo pequeño burgués, es decir, en primer lugar el Partido Socialista, sobre todo su ala izquierda, en el espíritu, por ejemplo, de los Independientes alemanes durante la revolución de 1918-1919. [5]
En esto, la radicalización efectiva y amplia de las masas encontrará su expresión y en manera alguna en un crecimiento del "socialfascismo"[6]. El fascismo no podrá de nuevo triunfar -y esta vez en una forma más "social" que "militar", es decir principalmente el socialfascismo a la manera de Mussolini- mas que como consecuencia de la derrota de la revolución y de la decepción de las masas engañadas que creían en ella. Pero ante el desarrollo regular de los acontecimientos actuales, una derrota sólo puede tener lugar a consecuencia de errores extraordinarios de la dirección comunista.
Es preciso desacreditar políticamente a la socialdemocracia ante las masas, pero no es por medio de insultos como se puede llegar a ello. Las masas sólo tienen fe en su propia experiencia colectiva. Hay que dar la posibilidad a las masas, durante el período preparatorio de la revolución, de comparar en los hechos la política del comunismo con la de la socialdemocracia.
Siento muchísimo hasta qué punto las consideraciones anteriores son poco concretas. Es muy probable, e incluso verosímil, que haya omitido una serie de circunstancias de una importancia extraordinaria. Ya lo veréis vosotros mismos. Armados de la teoría de Marx y el método revolucionario de Lenin, encontraréis vuestro camino. Sabréis captar los pensamientos y los sentimientos de la clase obrera y darles una clara expresión política. El objeto de estas líneas es solamente recordar en sus grandes rasgos generales los principios de estrategia revolucionaria, verificados mediante la experiencia de las tres revoluciones rusas.
[1] B.O. nº 12/13, junio-julio de 1930, pp 44-47. El fundador de la oposición de izquierda española a través de los “grupos comunistas” de Bélgica y Luxemburgo, Francisco García Lavid (a) Henri Lacroix, vuelto a España desde comienzos de 1930, había conseguido reagrupar alrededor suyo a un cierto número de militantes, y sobre todo de antiguos dirigente del PCE, como Juan Andrade. Su primer objetivo es la publicación de un boletín. Este objetivo parece haber sido casi alcanzado , puesto que La Verité del 30 de mayo de 1930 anuncia la aparición, a partir del 1 de junio, de un bimensual, Contra la Corriente, publicado en Valencia. El 13 de junio, publica la carta de Trotskya este último, pero revela el 20que el periódico no ha sido autorizado y no ha podido aparecer. Sólo tras la caída de la monarquía aparecerá finalmente la revista Comunismo, como órgano de la oposición de izquierda.
[2] El antiguo presidente del consejo de la monarquía, J. Sánchez Guerra, en enero de 1929 había intentado organizar un pronunciamiento en cuyos preparativos había comprometido a los generales Queipo de Llano y López Ochoa. Alarmado con razón, Primo de Rivera había esbozado una “liberalización” de la dictadura. El 31 de diciembre de 1929, constataba que “las clases aristocráticas, los conservadores, los Bancos y los industriales, los funcionarios, la prensa” ya no le apoyaban. A finales de enero, como consecuencia del descubrimiento de un nuevo complot militar –en el que uno de los principales papeles lo desempeñaba el general Goded- el rey despedía al dictador. El general López Ochoa debería, durante el bienio negro, dirigir la represión contra los obreros asturianos. Queipo de Llano y Goded formarán parte de los generales insurrectos en 1936 tras Sanjurjo y Franco.
[3] En abril de 1930, en un discurso pronunciado en Valencia, el antiguo ministro liberal de la monarquía Niceto Alcalá Zamora se declara republicano conservador, y promete que el nuevo régimen podrá ser servido por hombres situados todavía más a la derecha que él
[4] La agitación estudiantil que se desarrollaba desde el 1º de Mayo había llevado a las autoridades a cerrar varias universidades
[5] Trotsky formula aquí, a propósito de la revolución alemana, una observación que generaliza en otra parte como una lección de las revoluciones del siglo XX: las masas que se despiertan a la vida política, en la primera fase de la revolución, se dirigen hacia los partidos tradicionales
[6] La I.C., y tras ella los P.C., llaman “socialfascismo” en esta época a la socialdemocracia y los partidos socialistas