Pronunciado: 1921
Fuente de esta edicion: Editorial del Siglo, 1973
HTML para el Marxists Internet Archive: Rodrigo Cisterna,
Septiembre de 2015.
Esta obra se compone de dos discursos pronunciados por el autor antes y después del Tercer Congreso de la Internacional Comunista (junio de 1921, ante miembros de la organización de Moscú del Partido Comunista (b) Ruso. Debe recordarse que el informe presentado por Trotski en ese congreso, y que fuera pronunciado en alemán, existe bajo dos formas: 1) la que fuera presentada al congreso y editada en sus actas (véase Protokoll des III. Kongresses der Kommunistischen Internationale, Hamburg 1921, pp. 48-90); 2) la que el propio Trotski reeditara (Piat Let Kominterna, s. d. 1925, pp. 138-186). y que sin duda está basada, como afirma en su "Advertencia", en el informe que previamente al Tercer Congreso de la IC pronunciara ante la dirección del PC (b) R. Según apunta Carr en La rivoluzione bolscevica, Einaudi, Roma 1964, p. 1158, la segunda versión es más completa, pero omite algunos párrafos, entre los que se cuenta la famosa previsión de una guerra entre los Estados Unidos y Gran Bretaña "en el año 1923 o 1924" (Protokoll des III. Kongresses der Kommunistischen Internationale cit., p. 86): aún antes de la finalización del congreso Trotski se lamentó por esta "desdichada fecha", que había sido dada "solo a título ilustrativo" (ibid., p. 132).
Este libro está consagrado a la nueva etapa del desarrollo de la revolución proletaria internacional. Como jalones que determinan esta fase nueva, hay que considerar: el fracaso de la marcha del Ejército rojo sobre Varsovia (agosto 1920), la derrota del potente movimiento revolucionario del proletariado italiano en setiembre de 1920 y la acción de los obreros alemanes en marzo del año actual.
El III Congreso de la Internacional Comunista ha suministrado una crítica económico política del período que acaba de empezar, sacando de esta crítica todas las conclusiones tácticas necesarias.
En la primera parte de este libro ("La situación mundial"), el autor trata de dar una característica general de la situación mundial, tal cual es a mediados del 1921. El informe del autor presentado en el antedicho Congreso, sirve de base a esta característica.
La segunda parte ("Escuela de Estrategia Revolucionaria"), contiene la enseñanza táctica que se pudo obtener del Congreso, al mismo tiempo que la crítica general de sus trabajos.
La obra entera se compone de dos discursos pronunciados por el autor en dos de las reuniones de los miembros de la organización de Moscú, de nuestro Partido; reuniones efectuadas antes del Congreso e inmediatamente después de él. Me he servido para la primera parte de mi libro, no del estenograma de mi discurso en el Congreso tuve que hablar en alemán, lo que ¡ay!, dio a mi alocución un tono sencillo, "aproximado"-, sino de mi informe ruso sobre el mismo objeto, informe que precedió al Congreso. Ruego a los camaradas que deseen tener conocimiento de mi informe citado en el Congreso, utilicen el texto de la presente obra como más justo.
Hice la revisión de los dos discursos que constituyen esta obra, con el esmero que mis ocios me han permitido. Ruego a mis lectores tengan en cuenta que no están ante un libro en el sentido estricto de la palabra; es decir: ante la exposición sistemática de un pensamiento fundamental, sino ante el texto taquigráfico, aunque revisado por mí, de dos discursos. Para qué decir que no trato con esta advertencia de evadirme de las responsabilidades que mis pensamientos me hacen adquirir con la publicación de esta obra; solamente pido un poco de indulgencia para la forma de mi exposición.
L. TROTSKI
Postdata. -Los teóricos socialdemócratas me sitúan con amable insistencia entre los comunistas de "izquierda". Nuestros amigos de la izquierda, pertenecientes a la Internacional Comunista, me consideran, al parecer, como un centrista disfrazado.
¡Camaradas! E1 problema a que consagro mi informe es muy complejo; temo que mi discurso no lo abarque. Me veo obligado a pedirles que le presten verdadera atención, pues no estoy seguro de haber acertado al reunir los datos conseguidos de tal forma que mi informe requiera el menor esfuerzo por parte de mis oyentes. Es decir, que no estoy seguro tampoco de poder expresar mis ideas sobre la situación internacional con el orden y la claridad necesarias.
Después de la guerra imperialista, entramos en un período revolucionario, o sea en un período durante el cual las bases del equilibrio europeo se quiebran y caen. E1 equilibrio capitalista es un fenómeno complicado; el régimen capitalista construye ese equilibrio, lo rompe, lo reconstruye y lo rompe otra vez, ensanchando, de paso, los límites de su dominio. En el dominio económico, las crisis y las recrudescencias de la actividad constituyen las rupturas y restablecimientos del equilibrio. En el dominio de las relaciones entre clases, la, ruptura del equilibrio consiste en huelgas, en lock-outs, en lucha revolucionaria. En el dominio de las relaciones entre estados, la ruptura del equilibrio es la guerra generalmente, o bien, más solapadamente, la guerra de las tarifas aduaneras; la guerra económica o bloqueo. E1 capitalismo tiene, pues, un equilibrio inestable que, de vez en vez, se rompe y se compone. Al mismo tiempo, semejante equilibrio posee gran fuerza de resistencia; la prueba mejor que tenemos de ella es que aún existe el mundo capitalista.
La última guerra imperialista constituyó el acontecimiento que, acertadamente, consideramos como un golpe terrible, sin precedente histórico, asestado al equilibrio del mundo capitalista. Es así que, después de la guerra, comienza la época de los grandes movimientos de masas y de las luchas revolucionarias. Rusia, el más débil de los eslabones que formaban la cadena capitalista, fue quien primero perdió su equilibrio, y también la que antes ingresó en la vía revolucionaria (marzo de 1917). Nuestra revolución de febrero tuvo resonancias enormes en las masas trabajadoras de Inglaterra. El año 1917, fue, en Inglaterra, el de las huelgas inmensas por medio de las cuales el proletariado inglés logró detener el proceso de abatimiento del nivel de vida de los obreros, proceso provocado por la guerra. En octubre de 1917, la clase obrera de Rusia se hizo cargo del Poder. Una ola de huelgas corrió sobre el mundo capitalista, empezando por los países neutrales. En otoño de 1918, el Japón soportó los grandes desórdenes llamados "del arroz", que, según datos, arrastraron al movimiento hasta un 25 por ciento de la población del país, y provocaron crueles persecuciones por parte del Gobierno del Mikado. En enero de 1918, estalló en Alemania una huelga nutrida. Al final de 1918, después del debate del militarismo germánico, estallaron revoluciones en Alemania y Austria-Hungría. El hecho revolucionario cobra amplitudes cada vez más grandes. El año 1919 es el más crítico para el capitalismo, sobre todo para el de Europa. En marzo de 1919, se proclama en Hungría la República Soviética. En enero y marzo de 1919, obreros revolucionarios sostienen terribles combates contra la República burguesa en Alemania. En Francia, durante la desmovilización, la situación es parecida; pero la ilusión de la victoria y la esperanza de sus frutos de oro son poderosos; la lucha no para aquí, ni más lejos, su intensidad adquirida en los países vencidos. En los Estados Unidos, hacia fines de 1919, las huelgas adquieren mayor amplitud y arrastran a su seno a los mineros, a los metalúrgicos, etc., etc. El gobierno de Wilson da principio a sus persecuciones furiosas contra la clase obrera. En la primavera de 1920, en Alemania, la tentativa contrarrevolucionaria de Kapp, moviliza y dispone al combate a la clase trabajadora. Sin embargo, el intenso movimiento desordenado de los obreros alemanes es ahogado esta vez por la República de Ebert, que ellos acaban de salvar. En Francia la situación política se agudiza en mayo de 1920, desde la proclamación de la huelga general; no hay, además, tal huelga, que está mal preparada y traicionada por los jefes oportunistas, los cuales -aunque no lo osaron confesar- jamás la quisieron. En agosto, la marcha del Ejército rojo sobre Varsovia, que constituye parte de la lucha revolucionaria internacional, sufre un fracaso. En septiembre, los obreros italianos, tomando al pie de la letra la agitación revolucionaria, puramente verbal, del Partido socialista, se apoderan de las fabricas y de los talleres; pero, traicionados vergonzosamente por el Partido, sufren derrotas en toda la línea y son sometidos, a partir de este hecho, a una contraofensiva implacable por parte de la reacción coaligada. Es en diciembre cuando estalla otra huelga revolucionaria en Checoslovaquia. En fin, durante el año 1921 un gran combate revolucionario que produce numerosas víctimas, se desarrolla en la Alemania central, y en Inglaterra se produce una obstinada huelga entre los mineros.
Cuando, durante el primer período inmediato a la guerra, observamos el crecimiento del movimiento revolucionario, algunos de nosotros pudieron creer- asesorados por razones históricas-que tal movimiento, cada día más fuerte y extendido, debía conducir inevitablemente al Poder a la clase obrera. No obstante, ya han transcurrido casi tres años desde la guerra europea. En el mundo entero, salvo en Rusia, el poder continúa en manos de la burguesía. Verdad es que, en este tiempo, el mundo capitalista no quedó inmutable. Cambia. Europa, el mundo entero, atraviesan un período de desmovilización extremadamente peligroso para la burguesía; período de desmovilización de los hombres y de las cosas, es decir de la industria; período durante el cual se ha producido un monstruoso acrecentamiento de la actividad comercial y, en seguida, una crisis que aún dura. He aquí que una pregunta nace con enorme amplitud: la evolución que en este momento se realiza, ¿tiende realmente a la revolución, o habrá que admitir que el capitalismo ha vencido los obstáculos creados por la guerra y que, si aún no se ha restablecido el equilibrio capitalista, al menos no está en vías de restablecerse sobre nuevas bases después de la guerra?
Si antes de analizar esa pregunta en relación con su base económica la estudiamos, además, desde el punto de vista político, a la fuerza habremos de comprobar que, toda una serie de detalles, hechos y declaraciones, atestigua que la burguesía, considerada como clase dirigente, se ha hecho más fuerte y se restablece, o al menos, así lo cree ella. En 1919, la burguesía europea estaba en pleno desorden ¡ era para ella una época de pánico, realmente loco, ante el bolchevismo que imaginaba bajo formas vagas y amenazadoras, y que los carteles en París mostraban como un hombre con el cuchillo entre los dientes.
En realidad, la burguesía europea. al personificar el bolchevismo bajo tan estupenda catadura, lo que personificaba era el fantasma del miedo al castigo por los crímenes que cometió durante la guerra. Sabía bien la burguesía hasta qué punto no respondieron los resultados de la guerra a las promesas que ella había hecho. Conocía perfectamente la extensión de los sacrificios en los hombres y en los bienes, y temía el arreglo de sus cuentas. El año 1919 fue, sin duda, el año más crítico para la burguesía. En 1920 y 192l, se la ve adquirir nuevamente su seguridad de antaño y acrecentar su aparato gubernamental que, a consecuencia de la guerra, en ciertos países-Italia, por ejemplo-, se encontraba en plena descomposición y que hoy se refuerza, sin duda alguna. El aplomo de la burguesía toma la forma más sorprendente en Italia después de la cobarde traición del Partido socialista en el mes de septiembre. La burguesía creía encontrar en su camino cuadrillas de asesinos, y se dio cuenta pronto de que sólo tenía ante sí poltrones..; Una enfermedad que en estos últimos tiempos me ha inmovilizado, me permitió, a cambio de no realizar mi trabajo activo, leer un gran número de folletos extranjeros, y he acumulado un paquete de recortes en los que claramente se observa el cambio de sentimientos de la burguesía y su nuevo concepto de la situación política mundial. Todos los testimonios se reducen a uno solo: la moral de la burguesía es, en estos momentos, indudablemente mejor que en 1919 y hasta que en 1920. Así, pongo por ejemplo, las notas publicadas en un periódico suizo, serio y puramente capitalista, Neue Zuricher Zeitung, sobre la situaci6n política en Francia, Italia y Alemania, son muy interesantes sobre este particular. Suiza, que depende de esos países, se interesa mucho por su situación interior. He aquí lo que decía un diario sobre los acontecimientos de marzo en Alemania:
"La Alemania de 1921 no se parece a la de 1918. La conciencia gubernamental se refuerza por todos lados, hasta el punto de que los métodos comunistas encuentran actualmente una viva resistencia en todas las capas sociales, aunque la fuerza de los comunistas-que no estaban representados durante la revolución más que por un pequeño grupo de hombres resueltos-haya aumentado diez veces".
En abril, el mismo diario, en ocasión de las elecciones en el parlamento italiano, pinta la situación interior de Italia del modo que sigue:
"Año 1919: la burguesía está desordenada, el bolchevismo ataca decididamente. Año 1921: el bolchevismo está vencido y disperso, la burguesía ataca decididamente".
Un periódico francés influyente, Le Temps, dijo, en ocasión del Primero de Mayo de este año, que no quedaba ni rastro de la amenaza del golpe de Estado revolucionario que envenenó la atmósfera de Francia en mayo del año pasado, etc...
De tal modo, que no aparece ya dudoso el que la clase burguesa haya recobrado vigor, ni el que los estados hayan reforzado su aparato policial después de la guerra. Pero este hecho, por importante que sea, no resuelve el problema; en todo caso, nuestros enemigos se apresuran a deducir conclusiones en la suposición del fracaso de nuestro programa. Seguramente, esperábamos ver por tierra a la burguesía en 1919. Pero es evidente que no estábamos muy confiados en ello, y que no ha sido en esta derrota en donde hemos basado nuestro plan de acción. Cuando los teóricos de la Segunda Internacional y de la Segunda y media dicen que hemos fracasado en lo que concierne a nuestras profecías, se puede pensar que se trataba de predecir un fenómeno astronómico: del hecho de que nos engañáramos en nuestro cálculo matemático, siguiendo el cual, un eclipse debería haberse producido en una fecha determinada, podría deducirse que éramos malos astrónomos. Sin embargo, en verdad, no se trataba de eso: no predecíamos un eclipse de sol, es decir un fenómeno fuera de nuestra voluntad y del campo de nuestra acción. Se trataba de un acontecimiento histórico que debía cumplirse, y se cumplirá con nuestra participación. Cuando hablábamos de la revolución que debía resultar de la guerra mundial, significaba que intentábamos e intentamos aún explotar las consecuencias de tal guerra, a fin de acelerar el advenimiento de la revolución universal. Si la revolución no se ha verificado todavía en el mundo entero o, al menos, en Europa, esto no significa que la "IC haya sido vencida" en su programa, que no estaba basado sobre datos astronómicos. Todo lo cual aparece claro para cualquier comunista que lo analice, siquiera sea brevemente, desde su punto de vista. No habiendo sobrevenido la revolución sobre las huellas candentes de la guerra, es evidente que la burguesía se ha aprovechado de un momento de descanso, si no para reparar, al menos para enmascarar las espantosas consecuencias amenazadoras de la guerra. ¿Lo ha logrado? En parte. ¿ Hasta qué punto? Este es el fondo mismo de la cuestión, que roza el restablecimiento del equilibrio capitalista.
¿Qué significa el equilibrio capitalista del que tan bonitamente habla el menchevismo internacional? Este concepto del equilibrio no ha sido analizado ni expresado por los socialdemócratas. El equilibrio capitalista está determinado por hechos, fenómenos y factores múltiples: de primera, segunda y tercera categoría. E1 capitalismo es un hecho mundial. Ha conseguido dominar el mundo entero, como ha podido observarse durante la guerra, cuando un país producía de más, sin tener mercado que consumiese su mercancía, a pesar de que otro necesitaba productos que le eran inaccesibles. En aquel momento, la interdependencia de las diferentes partes del mercado mundial se hacía sentir por todos sitios. En el punto en que se colocó antes de la guerra, el capitalismo estaba basado en la división internacional del trabajo y en el cambio, internacional también, de los productos. Es necesario que América * produzca determinada cantidad de trigo para Europa. Es preciso que Francia fabrique determinada cantidad de objetos de lujo para América. Es imprescindible que Alemania haga cierto número de objetos vulgares y económicos para Francia. Sin embargo, esta división del trabajo no es siempre la misma, no está sujeta a reglas. Establecióse históricamente, y a veces se turba por crisis, competencias y tarifas. Pero, en general, la economía mundial se funda sobre el hecho de que la producción del mundo se reparta, en mayor o menor proporción, entre diferentes países. Semejante división del trabajo universal, conmovida hasta la raíz por la guerra. ¿se ha reconstruído o no?. He ahí uno de los aspectos del asunto.
En cada país, la agricultura produce objetos para la industria; unos de uso personal de los obreros, los otros de uso industrial (materias primas); a su vez, la industria provee al campo de objetos de uso personal y doméstico, así como de instrumentos de producción agrícola. De este modo queda establecida cierta reciprocidad. En el interior de la misma industria asistimos a la fabricación de instrumentos de producción y de objetos de uso vulgar, entre los cuales se establece cierta correlación que cae o se levanta continuamente sobre nuevas bases. La guerra destruyó estas relaciones, y, hasta durante el período de su duración la industria de Europa, y en gran medida las de América y el Japón, no produjeron tanta cosa corriente ni tanto material de trabajo sino de destrucción. Pues si llegaban a producir objetos de uso personal, éstos se destinaban principalmente a los destructores, soldados de ejércitos imperialistas, con desventaja para los productos obreros. Pues bien; las relaciones rotas entre las ciudades y el campo, entre las distintas ramas del trabajo interior y la industria de los países particulares. ¿se han reconstruído, o no?
Hay que considerar, además, el equilibrio de las clases basado sobre el de la economía nacional. En el período anterior a la guerra, existía una paz armada; no solamente en lo que se refiere a las relaciones internacionales sino -en gran escala-en cuanto se refería a la burguesía y al proletariado, gracias a un sistema de acuerdos colectivos referente a los salarios; sistema llevado a cabo por los sindicatos centralizados y el capital industrial, a su vez centralizándose de más en más. Tal equilibrio rompióse con la guerra, lo que ha provocado un movimiento formidable de huelgas en el mundo entero. E1 equilibrio relativo de las clases en la sociedad burguesa, equilibrio sin el cual toda producción se hace imposible, ¿ se ha restablecido, o no? ¿ Sobre qué bases? E1 equilibrio de las clases se encuentra en situación difícil con el equilibrio político. La burguesía, durante la guerra y antes de la guerra, sostenía su mecanismo interior con la ayuda de los socialdemócratas, de los socialpatriotas, que eran sus principales agentes y mantenían la clase obrera en el marco de un equilibrio burgués. Unicamente por esto, pudo la burguesía hacer la guerra. ¿Ha reconstruido ya su sistema político, y hasta qué punto los socialdemócratas conservan o perdieron su influencia sobre las masas y son capaces de representar su papel de guardianes de la burguesía?
Más tarde se aborda la cuestión del equilibrio internacional, es decir, de la coexistencia de los estados capitalistas, sin la cual, evidentemente, la reconstrucción de la economía capitalista se hace imposible. ¿Ha sido alcanzado ya el equilibrio en este dominio, o no?
Todos los aspectos del problema deben ser analizados para que podamos contestar a la pregunta si la situación mundial continúa hacia la revolución o, por el contrario, si tienen razón los que consideran nuestros puntos de vista revolucionarios como utopistas. El estudio de cada aspecto de este problema debe ilustrarse con hechos numerosos y cifras difíciles de someter a tan grande asamblea y que apenas pueden retenerse. Así que, brevemente, trataré de exponer algunos datos esenciales que nos permitan orientarnos.
¿ Se ha establecido una nueva división del trabajo? En este terreno, el hecho decisivo es el traspaso del centro de gravedad de la economía capitalista y de la potencia burguesa de Europa a América. Es este un hecho esencial que cada uno de vosotros, camaradas, debe grabar en su memoria de la manera más fija, a fin de que podáis comprender los acontecimientos que ante nosotros se desarrollarán aún en el transcurso de los años que sigan. Antes de la guerra, era Europa el centro capitalista del mundo; era su principal depósito, su principal oficina y banca. El industrial europeo, inglés en primer término, y alemán en segundo; el comerciante europeo, inglés sobre todo; el usurero europeo, inglés en primer lugar, en seguida francés, eran los directores efectivos de la economía mundial y, por consecuencia, de la política universal. Esto se acabó: Europa ha. sido arrojada a segundo lugar.
* No hemos modificado esta designación aunque se refiere obviamente no a América en su conjunto sino en forma exclusiva a los Estados Unidos. Hubo que esperar el VI Congreso de la IC (1928) para que recién se comenzara a hablar en la Komintern del resto de los países que componían América. (N. del E.)
Ensayemos determinar en cifras aproximadamente, el traspaso del centro de gravedad económica y medir la decadencia económica de Europa. Antes de la guerra, la propiedad nacional, o sea el conjunto de fortunas de todos los ciudadanos y de todos los Estados que participaron en la última guerra, estaba valuado en unos 2.400 billones de marcos oro. La cantidad de cosas que producían en el curso de un año, ascendía a un ingreso de 340 billones de marcos. ¿ Qué ha gastado y destruído la guerra? Mil doscientos billones de marcos oro, la mitad justa de lo que los países beligerantes habían amasado durante toda su existencia. Es evidente que se cubrían los gastos de guerra con las rentas corrientes. Pero si admitimos que la renta nacional de cada país ha disminuido durante la guerra en un tercio solamente, a consecuencia de la enorme disminución de la mano de obra, y que así alcanzó 225 billones de marcos; si, por otra parte, tomamos en consideración el que todos los gastos, fuera de los de guerra, absorbían el 55% a la fuerza tendremos que reconocer que las rentas nacionales corrientes no pudieron cubrir los gastos de la guerra más que en la proporción de 100 millares de marcos oro anualmente. Lo cual representa 400 billones de marcos oro en los cuatro años de lucha. Por consecuencia, los 800 millares de marcos que faltaban debían ser sacados del capital de las mismas naciones beligerantes y, sobre todo, a base de la no reconstrucción de su aparato productor. Se comprende, pues, que la fortuna general de los países beligerantes sólo representa, después de la guerra, 2.400 billones de marcos oro; en realidad, solamente 1.600; de forma que ha disminuido en un tercio.
Sin embargo, todos los países que tomaron parte en la guerra no se arruinaron en las mismas proporciones; al contrario. Hay entre los beligerante países como los Estados Unidos y el Japón que se han enriquecido. Lo cual quiere decir que los estados europeos que lucharon han perdido más de un tercio de su fortuna nacional; algunos, como Alemania, Austria-Hungría, Rusia, Balcanes, perdieron más de la mitad.
No ignoráis que el capitalismo, considerado como organización económica, está lleno de contradicciones; esas contradicciones alcanzaron proporciones colosales durante la guerra. A fin de procurarse los medios con que mover la guerra, el estado ha pedido recursos por medio de las medidas siguientes: en primer lugar, emitiendo papel moneda, y, por otra parte, lanzando préstamos. De tal modo, la circulación de los antedichos valores aumentaba cada vez más. Gracias a este medio, el estado sacaba del país valores materiales y efectivos y los destruía en la guerra. Cuanto más gastaba el Estado, cuantos más valores reales destruía, más se amontonaban en el país los valores ficticios. Los contratos de préstamo se apilaban por doquier. Parecía que el país se había enriquecido extraordinariamente, pero, en realidad, sus fundamentos económicos debilitábanse cada vez más, quebrantábanse más, caían en ruinas. Las deudas del estado alcanzaron la cifra de los 1.000 billones de marcos oro, lo que representa un 62 por ciento de la actual riqueza de los países beligerantes. Antes de la guerra circulaba papel moneda y títulos de crédito por un valor aproximado de 28 billones de marcos oro. En este momento son 220-280, o sea diez veces más, sin contar, claro, a Rusia, pues sólo hablamos del mundo capitalista. Todo esto concierne principalmente -aunque no "exclusivamente"-a los países de Europa; sobre todo, a los del continente y, en primer término, a la Europa central. En general, conforme Europa devenía más pobre- se recubría, y se recubre, de una cada vez más espesa costra de valor en papel, o sea lo que se llama capital ficticio. Este capital ficticio: papeles de crédito, bonos del tesoro, títulos de la deuda, billetes de banco, etc., representa o el recuerdo del capital difunto o la esperanza del capital nuevo. Pero al presente a ningún capital real corresponden. Cuando el estado negociaba un empréstito para obras productivas como, por ejemplo, el canal de Suez, los valores en papel emitidos por el estado tenían al dorso un valor real; el canal de Suez, por ejemplo, que permite el paso de los barcos, recibe una remuneración, da rentas, en una palabra, participa de la economía nacional. Cuando el estado hacía empréstitos para la guerra, los valores movilizados a favor del empréstito destruían y reunían a un mismo tiempo valores nuevos. No obstante, los títulos de la deuda han quedado en los bolsillos y en las carteras de los ciudadanos; el estado les debe centenas de millones, esas centenas de millones que existen bajo la forma de billetes en el bolsillo de los que se los prestaron al estado, ¿son millones verdaderos? No existen. Han sido destruidos, quemados. E1 detentador de ese papel, ¿qué aguarda? Si es un francés, espera que Francia arrancará esos millones a Alemania, junto con su carne, y le pagará.
La destrucción de los cimientos de las naciones capitalistas, la destrucción de su organización productora, ha retoñado -en verdad- bajo diversas relaciones que se escapan a las estadísticas. Este hecho es singularmente llamativo en lo que se refiere al alojamiento. Vistos los beneficios enormes del tiempo de guerra y de después, todas las fuerzas del capital han tendido hacia la producción de nuevos objetivos de consumo personal o militar. En cuanto al restablecimiento de la organización productora fundamental, se ha ido descuidando cada vez más. Sobre todo en lo que respecta a la construcción de viviendas urbanas. Se reparan mal las casas viejas, se construyen nuevos inmuebles en cantidades insignificantes. Así se ha provocado una necesidad colosal de alojamiento en el mundo capitalista. Si en este momento, a seguidas de la crisis, durante la cual los principales países capitalistas no utilizan más que la mitad o el tercio de sus posibilidades de producción, no es visible la ruina del aparato productor, por el contrario, en el terreno de la vivienda, gracias al crecimiento incesante de la población, el desorden de la organización productora aparece en toda su extensión. Se necesitan centenas de millones de habitaciones en América, Inglaterra, Alemania y Francia. Mas los trabajos necesarios para resolver esas necesidades encuentran dificultades insuperables, provocadas por el general empobrecimiento. La Europa capitalista está obligada, y estará durante largos años, a callarse, a reducir su campo de acción, a disminuir el nivel de su vida.
Como tengo dicho, en el cuadro del empobrecimiento general de Europa diferentes países se han arruinado en diferentes proporciones. Consideremos el caso de Alemania, país que ha sufrido la más grande potencia capitalista. Citaré algunas cifras fundamentales que caractericen la situación de Alemania antes y después de la guerra. Estas cifras no son exactas, claro. La anarquía capitalista rinde el cálculo estadístico de la riqueza y de las rentas nacionales muy difícilmente.. Un cálculo real de las rentas y riquezas no será posible más que en los regímenes socialistas, y se expresará en unidades de trabajo humano. Claro es que hablamos en la esperanza del régimen socialista bien organizado y funcionando regularmente, que tan lejos estamos todavía de alcanzar. Pero hasta las cifras que no son exactas del todo nos servirán para darnos una idea aproximada de los cambios producidos en la situación económica de Alemania y de los demás países en los últimos seis o siete años.
Se calculaba la riqueza de Alemania, antes de la guerra, en 225 billones de marcos oro, y la renta nacional normal, en 40. Como es sabido, en aquella época Alemania se enriquecía velozmente. En 1896 su renta era de 22 billones de marcos oro. En dieciocho años (1896-1913) aumentó 18 billones, a razón de billón por año. Aquellos dieciocho años fueron la época del formidable crecimiento del capitalismo en el mundo entero, y sobre todo en Alemania. Hoy, la riqueza nacional de esta nación se estima en 100 billones de marcos, y su renta, en 16, o sea un 40 por ciento del que tenía antes de la guerra. Verdad que Alemania perdió una parte de su territorio, pero sus pérdidas más considerables fueron los gastos de guerra y el pillaje sufrido después. El economista Richard Lalwer (de Alemania) considera que, tanto en el terreno de la industria como en el de la agricultura, Alemania produce al presente mucho menos de la mitad de lo que producía antes de la guerra. De modo que los cálculos del economista alemán confirman en todos sus puntos las cifras que acabo de citar. Al mismo tiempo, la deuda del estado alemán se aumenta hasta alcanzar los 250 billones de marcos; es decir, 00 que es dos veces y media mayor que la riqueza de Alemania. Por otra parte, a este país se le ha impuesto una contribución de 132 billones de marcos. Si los ingleses y los franceses han decidido tomar esta suma entera e inmediatamente, se verán obligados a meterse en los bolsillos a Alemania: desde las minas de Stinnes hasta los botones de la camisa del presidente Ebert. El papel moneda se cifra actualmente en Alemania en 81 millones de marcos. Cinco billones apenas se garantizan por las re6ervas oro. De donde resulta que el valor interior del marco alemán no alcanza ahora más de siete peniques.
Lo cierto es que, después de la guerra, Alemania apareció victoriosa sobre el mercado mundial, exportando a bajo precio sus mercancías. Tal modalidad de precio, que dejaba beneficios considerables a los negociantes y exportadores alemanes, representaba, a fin de cuentas, la ruina para la población alemana considerada en conjunto. En efecto, el bajo precio sobre el mercado mundial se obtenía disminuyendo los salarios y dejando morir de hambre a los obreros, haciendo participar al estado de la compra del pan, tasando de cierta manera los alquileres, lo que provocaba a su vez la detención de la construcción de inmuebles, limitando las reparaciones, etcétera. De tal modo, cada artículo alemán arrojado al mercado mundial lleva consigo una parte de la riqueza nacional alemana, contra la cual Alemania no dispone de ningún equivalente.
A fin de "sanear'" la economía alemana, es preciso estabilizar su moneda; es decir, que hay que detener la emisión de valores papel y disminuir la cantidad de los que están en circulación. Pero para obtener tal resultado hay que renunciar al pago de las deudas, proclamar la quiebra del estado. Sin embargo, esta medida equivale por sí sola al quebrantamiento del equilibrio, pues está unida al paso de la propiedad de una mano a otra, y provoca una lucha encarnizada de clases para la nueva distribución de los bienes nacionales. En lo sucesivo, Alemania sigue empobreciéndose y declinando. Tomemos ahora un país victorioso: Francia. Si comparamos la situación actual de Francia con la que tenía durante los años 1918-1919, diremos: "Sí, algunas mejoras sé advierten." Citaré en seguida las cifras de las cuales se enorgullecen los economistas burgueses franceses, que tienden a restablecer la realidad de la reconstrucción de la economía capitalista. Examinemos, por ejemplo, el estado de la agricultura francesa. Francia producía, antes de la guerra, 86 millones de quintales métricos de trigo, 52 de avena, 132 de papas, por año. El ano 1919 ha dado 50 millones de trigo; la cosecha de 1920, 63. En 1919 se han recolectado 77 millones de quintales de papas; en 1920, 103. Examinemos el estado del ganado: en 1913 contaba Francia con 16 millones de carneros; hoy (1921), tiene nueve millones. Había en Francia siete millones de cerdos, en 1913; ahora, cuatro. Como se ve, la disminución es considerable. Veamos la producción de carbón, base esencial de la industria. En 1913 se extraían en Francia 41 millones de toneladas de carbón, contra 22 millones en 1919 y 25 en 1920. Si tomamos en consideración la producción de Alsacia-Lorena y de la cuenca del Sarre conseguiremos la cifra de 35,6 millones de toneladas en 1920. Por consecuencia, comprobamos aquí un aumento de la producción, que, sin embargo, está muy lejos de obtener el nivel de antes de la guerra. ¿Por qué medios se ha alcanzado este progreso, por pequeño que sea? En la agricultura se le debe, sobre todo, al trabajo encarnizado del labriego francés. En el terreno capitalista se ha logrado por el pillaje contra Alemania, a la cual se le han tomado vacas, granos, máquinas, locomotoras, oro y carbón, sobre todo.
Desde el punto de vista de la economía nacional no hay ningún levantamiento, ningún valor nuevo; se trata principalmente de un desplazamiento de los valores antiguos. Es preciso añadir que Alemania perdía al mismo tiempo una y media o dos veces más, que Francia no recibía.
Vemos, pues, que habiéndole arrebatado Francia a Alemania sus principales distritos de producción metalúrgica y carbonera, aún está lejos de alcanzar su propio nivel de producción de antes de la guerra. Tomemos el comercio exterior francés. EI balance comercial caracteriza el equilibrio económico internacional, o sea el estado de los cambios entre diversos países. Un país capitalista considera como favorable su situación si exporta al extranjero más que importa. La diferencia se le paga en oro. Semejante balance se denomina activo. Si un país se ve obligado a importar más que a exportar, su balance es pasivo y le obliga a añadir a las mercancías exportadas una parte de sus reservas-oro. De tal modo, la base de su sistema monetario y de su crédito se arruina. Fijándonos en Francia en los dos últimos años (1919-1920), los dos años que la burguesía francesa ha consagrado al trabajo de "reconstrucción", veremos que el pasivo comercial de 1919 se cifraba en 24 billones, y en 1920, en 13. El burgués francés jamás vio cifras parecidas ni aun en las pesadillas más terribles de antes de la guerra. El pasivo comercial de estos dos años es de 27 billones. Durante el primer trimestre de 1925, Francia realizó su balance comercial sin pasivo, o lo que es igual, que sus exportaciones han sido iguales a sus importaciones. Por esta razón algunos economistas franceses cantaron victoria: "Francia está en vías de reconstruir su equilibrio comercial", se decían. Pero el órgano directivo de la burguesía francesa, Le Temps, escribía sobre esto lo siguiente el 18 de mayo: "Están equivocados. No vamos a verter oro por estos tres meses, habiendo importado muy pocas materias primas. Esto significa sencillamente que durante la segunda mitad de este año exportaremos pocos productos de los que fabricamos generalmente con las materias primas extranjeras, norteamericanas en primer lugar. Por lo tanto, si hemos tenido un balance comercial favorable en estos tres meses, nuestro pasivo comercial aumentará de modo infalible en lo por venir."
Antes de la guerra había menos de seis billones de francos en billetes en circulación: actualmente pasan de los 38. En lo que concierne a la potencia de la compra del franco, el mismo periódico Le Temps hace observar que hacia fines de marzo, cuando ya la crisis había comenzado en el mundo entero, los precios en América aumentaron en un 23 por ciento; es decir, menos de un cuarto en relación con los de antes de la guerra, mientras que en Francia aumentaron un 260 por ciento, o sea más de tres veces y media que los de antes de la lucha. Esto significa que la potencia del franco ha disminuido. Examinemos ahora el presupuesto francés. Se divide en dos partes: ordinario y extraordinario. E1 ordinario se valúa en 23 billones de francos, ¡ cifra desconocida antes! ¿Adónde van esas sumas monstruosas? Quince billones se destinan a cubrir los intereses de las deudas, cinco billones al ejército; total, 20 billones. Esto es cuanto el estado francés se apresta a sacar del contribuyente. En realidad, sólo alcanza a obtener 17 billones y medio. Por lo tanto, las recetas '"ordinarias" del estado no bastan para pagar los intereses de las deudas y mantener el ejército. Nosotros vemos aún gastos extraordinarios: más de cinco billones para las tropas de ocupación y 23 billones para toda clase de retribuciones y reconstrucciones consecutivas a la guerra. Esos gastos son inscriptos a cuenta de Alemania. Aunque bien claro se ve que, según va, menos podrá Alemania pagarlos. Entretanto el estado francés continúa viviendo gracias a los nuevos empréstitos o imprimiendo papel moneda. León Chavenon, uno de los periodistas financieros franceses más autorizados, director de un periódico económico muy importante, L'Information, preconiza la supresión continua del papel moneda, declarando: "No evitaremos esta necesidad sino por medio de una quiebra declarada." De tal manera, no existen más que dos eventualidades: una quiebra disfrazada, gracias a la impresión ilimitada del papel moneda, o una quiebra franca. He aquí que estamos en Francia, país victorioso que, en mitad de una Europa en ruinas, se encuentra en situación favorable, en el sentido que ella pudo y puede reconstituir su equilibrio a costa de Alemania. La situación de Italia y de Bélgica no es mejor que la de Francia. Pasemos ahora al país más rico y poderoso de Europa: la Gran Bretaña. Durante la guerra nos acostumbramos a decir que Inglaterra se enriquecía con la guerra, que la burguesía inglesa llevó a Europa a la guerra y que se calentaba al calor del fuego que atizó. Lo cual era cierto hasta un punto. Inglaterra se enriqueció en el primer período de la guerra, pero empezó a perder en el segundo. La unidad de Europa, y en particular la de Europa central, tiene turbadas las relaciones comerciales entre Inglaterra y el continente. Esta circunstancia debía, a fin de cuentas, afectar terriblemente a la industria y a las finanzas de Inglaterra, y la afectó. Además, Inglaterra debió soportar gastos formidables debidos a la guerra. Se encuentra actualmente en decadencia y ésta se acentúa cada vez más. E1 hecho que cito puede ser ilustrado por medio de cifras relativas a la industria y al comercio, pero no existe ningún género de duda y halla su completa expresión en la serie de declaraciones oficiales de los banqueros e industriales ingleses más notables. En el transcurso de marzo, de abril y de mayo, se han publicado en los periódicos ingleses las cuentas de las asambleas anuales de las sociedades por acción, de las bancas, etcétera. Esas asambleas, a las cuales los directores de las empresas han leído sus informes sobre la situación general de los negocios del país, o bien de 8US ramas de industria respectivas, ofrecen documentación sumamente instructiva. He reunido una gran cantidad de esos informes. Atestiguan todos lo mismo: la renta nacional de Inglaterra, el conjunto de las rentas de los ciudadanos del mismo estado, es menor que antes de la guerra.
Inglaterra se empobrece. La productividad del trabajo disminuye. Su comercio internacional ha bajado en 1920 en relación con el del año anterior al de la guerra, en menos de un tercio, y en ciertas ramas-las más importantes-mucho más todavía. Semejante cambio es muy notable, sobre todo en la industria hullera, que representaba la rama principal de la economía inglesa o, mejor, la base de todo el sistema económico mundial de Inglaterra, el monopolio carbonero constituía el soporte de la potencia y de la prosperidad de las demás ramas de la industria inglesa. Ningún rastro de tal monopolio subsiste hoy. He aquí los datos relativos al estado de la economía que nos ocupa: en 1913, las minas inglesas dieron 287 millones de toneladas de hulla; en 1920, se extrajeron 233, lo que representa un 20 por ciento menos. Inglaterra ha producido 10,4 millones de toneladas de fundición; en 192C\, poco más de ocho millones, otro 20 por ciento de menos. Exportaba, en 1913, 73 millones de toneladas de hulla, y en 1920 apenas 25, o sea un tercio. Pero la crisis de la industria y de la exportación hullera en 1925 debía ser terrible Se extraen en enero, 19 millones de toneladas; en febrero, 17; en marzo, 16. En seguida sobreviene la huelga general, durante la cual la extracción del carbón se reduce casi a cero. La exportación en los primeros cinco meses de 1921 es seis veces menor que la del período correspondiente del año 1913. La explotación del mes de mayo de 1921, calculada en dinero, es tres veces menor que la del mes de mayo de 1920. La deuda de Inglaterra se cifraba el 1o de agosto de 1913 en 71 millones de libras esterlinas; el 4 de junio de 1921 alcanzaba los 770,9 millones. Aumentó once veces. El presupuesto, triplicado.
El derrumbamiento de la economía inglesa ha encontrado su más pasmosa expresión en el curso del cambio de la libra esterlina. Sobre el mercado financiero mundial siempre ocupó la libra una situación preponderante. Las divisas de los demás países se conformaban al valor de la libra, que los ingleses llaman soberano. En este momento, la libra ha perdido su panel director. Su plaza es ocupada por el dólar, dueño actual del mercado financiero. La libra esterlina pierde ante el dólar un 24 por ciento de su valor nominal. Tal es la situación de Inglaterra, el país más rico de Europa, el que menos ha sufrido militarmente, y el que más se enriqueció en el primer período de la guerra. Los datos que acabamos de citar caracterizan suficientemente la situación de Europa entera. De los países que participaron en la guerra, Austria ocupa un polo a título de país que más ha sufrido (sin hablar de Rusia), e Inglaterra ocupa el opuesto polo. Entre estos dos países se encuentran: Alemania, Italia, Bélgica, Francia. Los países balcánicos se han arruinado completamente y vuelto al estado de barbarie económico-cultural. En lo que concierne a los países neutrales sin duda que se enriquecieron al principio de la guerra; pero, no pudiendo jugar un papel económico autónomo, porque estaban intercalados entre las grandes potencias de las cuales dependían económicamente, la ruina de los principales estados de Europa tuvo como corolario enormes dificultades económicas para los países neutrales que también rebajaron el nivel que alcanzaron en el primer período de la guerra.
Así, la fortuna de Europa, en su conjunto, en cuanto comprende la cantidad de riquezas materiales producidas por la población europea entera, ha disminuido en un tercio, con relación a antes de la guerra. Lo fundamental, como dije, es la ruina de la organización productora. El campesino no encuentra abonos químicos, instrumentos de arar, máquinas agrícolas; el propietario de minas, deseando alcanzar los precios más elevados para su carbón, no renueva su maquinaria; los depósitos de locomotoras se vacían, las vías férreas no reponen suficientemente su material, etc. Como consecuencia de las circunstancias, la trama de la vida económica se hace más débil, más leve, menos resistente. ¿Qué hacer para medir estos fenómenos, cómo darnos cuenta? La estadística capitalista no resultaría improductiva.
El inventario, la estimación del valor exacto de la economía, no sólo de un país, sino de Europa entera, sin duda, que nos habría probado que el régimen de guerra como el de después, se sostuvo y sostiene a expensas del capital productivo fundamental de Europa. Lo cual quiere decir, por ejemplo, que Alemania, en lugar de emplear 50.000 obreros para mejorar el estado de sus minas, ocupa 50.000 obreros más para extraer el carbón que debe entregar a Francia. Por otra parte, Francia tiende a exportar la mayor cantidad posible de productos extranjeros, para disminuir su déficit comercial, descuidando, a su vez, su instrumental en las proporciones necesarias. Y todo esto concierne a todos los países de Europa, pues Europa tiene, en su conjunto, un balance comercial deficiente, pasivo. E1 debilitamiento de las bases de la economía europea será mayor mañana de lo que ayer fue, y de lo que es hoy.
El gran gusano de la historia roe los cimientos de la estructura económica de Europa.
Si pasamos al otro hemisferio, un cuadro distinto se nos ofrece. E1 desarrollo de América ha seguido una dirección diametralmente opuesta, pues se ha enriquecido enormemente en este tiempo. Tomó parte en la guerra, a título de proveedor. Verdad que también ha tenido algunos gastos con la guerra; pero esos gastos parecen insignificantes si los comparamos, no sólo con los beneficios de la guerra, sino con todas las ventajas que el desarrollo económico de América ha sacado de la guerra. Los Estados Unidos han encontrado en Europa algo más que un mercado casi ilimitado, en el cual se le compraba en firme, pues, a la vez, se han desembarazado, por largos años, de sus competidores en el mercado mundial, Alemania e Inglaterra, que soportaron el peso mayor de la guerra. Hasta la misma guerra, los Estados Unidos exportaban productos agrícolas en su mayor parte y primeras materias que constituían los dos tercios de su exportación general. En el curso de la guerra, la exportación de los Estados Unidos aumentó sin cesar y con rapidez febril. Basta decir que el excedente de sus exportaciones sobre sus importaciones en seis años (1915-1920) se calcula en 18 billones de dólares. A la vez, el carácter de sus exportaciones ha cambiado radicalmente. Los Estados Unidos exportan ahora productos manufacturados por un 60 por ciento, y de productos agrícolas-ganados, materias primas, tales como algodón, etc.-, un 40 por ciento apenas.
A fin de fijar el papel actual de los Estados Unidos en la economía mundial, citaré las cifras fundamentales siguientes:
El 6 % de la humanidad habita el territorio de los Estados Unidos, que ocupan el 7% de la superficie terrestre; el 20% de la producción global de oro se encuentra en este país; los Estados Unidos poseen el 30 % del tonelaje de la flota comercial del mundo, mientras que antes de la guerra sólo tenían un 5 %. La producción del acero y del hierro constituye, en los Estados Unidos, un 40%de la producción mundial; la del plomo, 49 %; la de la plata, 40 %; del zinc, 50 %; del carbón, 45%; del aluminio, 60 %; otro tanto del cobre y del algodón; del petróleo, de 66 a 70%; del maíz, 75 %, y de los automóviles, 85 %. Existen hoy en el mundo entero diez millones de automóviles; de ellos, América posee ocho millones y medio, y el resto del mundo, 1.400.000. En América se cuenta un auto por cada doce habitantes.
Así también el dominio sobre el mercado hullero ha pasado definitivamente de Inglaterra a los Estados Unidos. La superioridad de estos en el terreno del petróleo, que desempeña un papel siempre mayor en la industria y en la guerra, no es menos aplastante. Pero el cambio, no sólo se ha operado en la industria y el comercio mundiales, alcanza también al mercado financiero. El usurero principal del mundo de preguerra era Inglaterra; en seguida venía Francia. El universo, comprendiendo a América, le debía. Por el contrario, en este momento, el solo país que a nadie debe y al que todo el mundo le debe son los Estados Unidos. Europa, los estados europeos, las ciudades y las empresas deben a los Estados Unidos dieciocho billones de oro. Y esto es sólo el comienzo. Cada día aumenta esa deuda en diez millones de dólares gracias a los intereses impagados y a la apertura de nuevos créditos. De tal modo, el dólar se ha convertido en el 'soberano' del mercado financiero mundial. Antaño, al presentarse el dólar en el mercado, decía: "Valgo, sobre poco más o menos, un quinto de libra esterlina." En lo que respecta a esta última, no necesitaba presentación: existía como libra esterlina sencillamente. Ahora la situación ha cambiado. Hoy, la libra esterlina, como las demás unidades monetarias, necesita un pasaporte, y en él se dice que la libra esterlina no es eso en realidad, sino que vale un cierto número de dólares (casi un cuarto menos de lo que marcaban los indicadores financieros de antes de la guerra). Casi la mitad del oro mundial, que sirve de base al sistema monetario, se concentra en los Estados Unidos: ¡cerca de la mitad de las reservas-oro del mundo!
Tal es la situación de América del Norte después de la guerra.- ¿De qué modo se ha establecido? Se fundó sobre el mercado de guerra de Europa, que era ilimitado y que pagaba a cualquier precio. En las colonias inglesas, en Asia, en Africa, en América del Sur, los Estados Unidos tenían competidores. Como en su mayoría han desaparecido, los Estados Unidos pueden desenvolverse sin trabas. Durante siete años hemos asistido a un cambio completo en el dominio de la división del trabajo en el mundo entero. Durante más de cuatro años, Europa fue una hoguera en la que ardían sus rentas y su mismo capital; en esa hoguera, la burguesía americana calentaba sus manos. La potencia productora de América crece incesantemente; pero el mercado cesó de existir, porque Europa se arruinó y no encuentra el medio de comprar las mercancías americanas. Es como si Europa hubiera ayudado con todas sus fuerzas a América a subir a la más alta cima, para tirar después la escala debajo de sus pies.
*Vale decir, los Estados Unidos de Norteamérica. (N. del E.)
E1 Japón aprovechó también el tiempo de guerra, y su capitalismo hizo grandes progresos que, sin embargo, no pueden compararse con el desarrollo de los Estados Unidos. Ciertas ramas de la industria japonesa han crecido con la velocidad de plantas en invernadero. No obstante, aunque el Japón haya sido capaz de desarrollar rápidamente ciertas ramas de su industria, gracias a la ausencia de competidores, no podrá guardar las posiciones conquistadas después que algunos de sus rivales han reaparecido en el mercado. La cifra general de obreros y obreras japoneses (el trabajo femenino alcanzó rápida difusión en e1 Japón) se calcula en 2.370.000, de los qué 270.000 (casi el 12 %) están sindicados.
En los países coloniales y semicoloniales, en las Indias orientales, en la China, el capitalismo hizo grandes conquistas en los últimos años. Antes de la guerra, Asia producía 56 millones de toneladas de carbón; en 1920 llegó a los 76 millones, o sea 36 % de más.
El mundo sufre en este momento una crisis muy dura, que comenzó en la primavera de 1920 en el Japón y América, países que estaban progresando en este último período. La revista economista inglesa The Economist, que es una de las más autorizadas, relataba de manera curiosa el principio de la crisis. Es un episodio muy interesante. El obrero americano, vedlo, se enriquece y se pone a comprar camisas de seda, cuya fabricación constituye el más importante de los ramos de la industria textil japonesa. La industria japonesa de la sede se desarrolla enormemente en poco tiempo; pero el poder adquisitivo de los obreros es limitado, y, como un golpe repentino lo debilita cuando la industria americana comienza a retroceder -a raíz de la paz-, se produce entonces una aguda crisis en la industria sedera japonesa Otros aspectos de la industria han sido, a su vez, conmovidos por la misma crisis que atravesó el océano y estalló en América, alcanzando en el momento presente proporciones desconocidas en la historia del capitalismo. De manera, que lo que comenzó por una cosa insignificante, por una minúscula camisa de seda, ha terminado en un gran desastre; los precios han caído con rapidez vertiginosa; las fábricas cerraron sus puertas y arrojaron a la calle a sus obreros. Actualmente, pasan de seis millones los obreros sin trabajo.
El episodio relativo a las camisas de seda juega en la historia de la crisis casi el mismo papel que el aletazo que provoca el vendaval. No hay duda que éste estaba a punto de producirse. Sin embargo, el episodio es aún más interesante bajo este aspecto que caracteriza la mejoría cierta de la situación material de algunas categorías obreras americanas durante los años pasados. Gran parte de los ocho millones y medio de automóviles pertenecen a los obreros distinguidos pero hoy, y sobre todo en el futuro, no se cuidarán tanto los obreros americanos de automóviles y camisas de seda... Vemos, pues, una crisis en Europa y otra en América. Pero son bien distintas. Europa se arruina, América se enriquece. La organización productiva de América está, relativamente, en buen estado. Sus fábricas son de primer orden, su instrumental preciso; es cierto que la calidad de sus productos ha bajado durante la guerra, sus vías férreas no se encuentran en perfecto estado; sus capitalistas se preocupan, sobre todo del transporte de sus mercancías hacia los puertos de Oriente; pero, en general, no sólo ha conservado América su envergadura económica, sino que la ha acrecentado. La demanda de Europa ha disminuido; nada puede dar a cambio de las mercancías americanas. E1 centro de gravedad de la economía mundial se ha pasado de golpe a América y, en parte, al Japón. Si Europa sufre anemia, América sufre congestión. Esta falta monstruosa de relación entre la situación económica de Europa y la de América, tan peligrosa para ambas, ha encontrado su expresión más asombrosa en el terreno de los transportes marítimos. En este último plano, como en tantos otros, la situación dominante era, antes de la guerra, la carga de Inglaterra. Concentraba en sus manos cerca del 50 por ciento del tonelaje universal. Buscando asegurar su dominio en todos sentidos, los Estados Unidos se han dedicado a construir su flota de guerra tan rápidamente como desarrollaron su comercio durante la guerra. Su tonelaje, que no pasaba de tres o cuatro millones, se calcula hoy (1921)en quince millones, casi igual al de Inglaterra.
El tonelaje mundial aumentó en el curso de este año último cerca de un quinto, y, no obstante, la industria y el comercio del mundo están en baja. No hay nada que transportar. La anemia de Europa y la congestión de América paralizan del mismo modo los transportes del Atlántico.
Los economistas burgueses y los reformistas que tienen interés en presentar la situación del capitalismo bajo un aspecto favorable, dicen: "La crisis actual no prueba nada por sí misma. Por el contrario, es un fenómeno normal. Después de la guerra, asistimos a un desarrollo industrial en el que ahora sufrimos crisis; por lo tanto, el capitalismo vive y se desenvuelve". En efecto, el capitalismo vive entre crisis y alivios, como vive el hombre aspirando y expirando alternativamente. Por otra parte, asistimos al desarrollo de la industria y en seguida nos detenemos, padecemos crisis; luego, dentro de la crisis, nos volvemos a parar; tenemos una mejoría, un nuevo período de actividad, otra parada, etc...
La alternativa de las crisis y de los períodos de actividad, con todos sus estados intermedios, forma un ciclo o un gran círculo del desarrollo industrial. Cada círculo abraza un período de ocho, nueve, diez, once años. Si estudiamos los ciento treinta y ocho últimos años, percibimos que a este período corresponden dieciséis ciclos. A cada ciclo corresponde, en consecuencia, poco menos de nueve años: ocho años cinco octavos. Por razón de sus contradicciones interiores, el capitalismo no se desarrolla en línea recta, sino zigzagueante: ora se levanta, ora cae. Es precisamente este fenómeno el que permite decir a los apologistas del capitalismo: "Desde que asistimos, después de la guerra, a los altibajos del capitalismo, parece que todo va mejor en el mundo capitalista". Sin embargo, la realidad es otra. E1 hecho de que el capitalismo continúe sufriendo las mismas fluctuaciones indica, sencillamente, que aún no ha muerto y que todavía no nos enfrentamos con un cadáver. Hasta que el capitalismo no sea vencido por una revolución proletaria, vivirá los mismos períodos de alza y baja, conocerá idénticos ciclos. Las crisis y las mejorías son propias del capitalismo desde el día de su nacimiento; le acompañarán hasta la tumba. Pero para definir la edad del capitalismo y su estado general, para poder darse cuenta de cómo se desenvuelve, y ver si alcanza su edad madura o toca a su fin, es preciso, además, analizar el carácter de los ciclos en cuestión, tal como se juzga el estado del organismo humano, según el modo como respira: tranquila o entrecortadamente, profundo o suave, etcétera.
El fondo mismo de este problema, camaradas, puede ser presentado de la siguiente manera: tomemos el desarrollo del capitalismo (el progreso en la extracción del carbón, la fabricación de telas, la producción del hierro y la fundición, el comercio exterior, etc. ) en los últimos ciento treinta y ocho años, y representémosle por una curva. Si expresamos por las curvas de esta línea la marcha real del desarrollo económico, percibimos que esta curva no crece entera, sino en zig-zags, con los altibajos que corresponden a los períodos del progreso y de la crisis. En consecuencia, la curva del progreso económico pone en evidencia dos clases de movimientos: uno, fundamental, que expresa la elevación general; otro, de segundo orden, que corresponde a las fluctuaciones periódicas constantes, relativas a los dieciséis ciclos de un período de ciento treinta y ocho años. En ese tiempo, el capitalismo ha vivido aspirando y expirando de manera diferente, según las épocas. Desde el punto de vista del movimiento de base, es decir, desde el punto de vista del progreso y decadencia del capitalismo, la época de ciento treinta y ocho años puede dividirse en cinco períodos: de 1783 a 1815, el capitalismo se desarrolla lentamente, la curva sube penosamente; después de la revolución de 1848, que ensancha los límites del mercado europeo, asistimos a una vuelta muy brusca. Entre 1851 y 1873, la curva sube de golpe. En 1873, las fuerzas productivas desarrolladas chocan con los límites del mercado. Se produce un pánico financiero. En seguida, comienza un período de depresión que se prolonga hasta 1894. Las fluctuaciones cíclicas tienen lugar durante este tiempo; pero la curva básica queda al mismo nivel, aproximadamente. A partir de 1894 empieza una época nueva de prosperidad capitalista, y hasta la guerra, casi, la curva sube con vertiginosa rapidez. Al fin, el fracaso de la economía capitalista en el curso del quinto período tiene efecto a partir de 1914.
¿ Cómo corresponde el movimiento fundamental a las fluctuaciones cíclicas? Claramente se ve que, durante los períodos de desarrollo rápido del capitalismo, las crisis son breves y de carácter superficial en cuanto a las épocas de crecimiento, son prolongadas. En el período de decadencia, las crisis duran largo tiempo y los éxitos son momentáneos, superficiales, y están basados en la especulación. En las horas de estancamiento, las oscilaciones se producen alrededor de un mismo nivel.
He aquí, pues, cómo se determina el estado general del capitalismo según el carácter particular de su respiración y de su pulso.
Después de la guerra creóse una situación indecisa. Pero, a partir de la primavera de 1919, comenzó el resurgimiento; puestos en juego los precios, subieron en la Bolsa con la rapidez de una columna de mercurio en el agua hirviente. ¿La industria? Siguió bajando en el Centro, en el Este y en el Sureste de Europa, como lo prueban las cifras antedichas. En Francia, gracias al saqueo de Alemania, tuvo lugar una cierta mejoría. En Inglaterra, esto fue parte el estancamiento, en parte la derrota de la que solamente se escapó la flota de comercio, cuyo tonelaje aumentó en la misma proporción que bajaba el comercio. Por lo cual, la reconstrucción de Europa, tuvo en general un carácter mitad ficticio, especulativo, que fue el índice, no del progreso, sino por el contrario, de una nueva baja de la economía general. En los Estados Unidos después de la guerra, disminuyó la industria de guerra, hasta que se transformó en industria de paz. Puede comprobarse un resurgimiento en la industria del carbón, del petróleo, de los automóviles y de la construcción naval.
El camarada Varga, en su magnífico folleto, observa con justicia: "Que el resurgimiento de después de la guerra ha tenido carácter especulativo se comprueba del modo más sencillo por el ejemplo de Alemania. Mientras los precios en un año y medio se septuplicaron, la industria alemana retrocedió... Su oportunidad era favorable a la venta: el resto de los stocks sobre el mercado interior se exportaba al extranjero a precios que desafiaban toda competencia."
El alza más considerable de los precios tuvo lugar en Alemania, donde la industria continuaba descendiendo. Los precios aumentaron menos en los Estados Unidos, cuya industria seguía levantándose. Entre Alemania y los Estados Unidos se sitúan Francia e Inglaterra.
¿Cómo se realiza, cómo se explica el resurgimiento? En primer término, por causas económicas: las relaciones internacionales han sido reanudadas, aunque en proporciones restringidas, y por todas partes observamos demandas de las mercancías más variadas. También se explica por causas políticas y financieras: los gobiernos europeos temieron la crisis que se produciría después de la guerra y tomaron sus medidas para prolongar este resurgimiento artificial provocado por la guerra. Los gobiernos continuaron poniendo en circulación papel moneda en gran cantidad, lanzándose en nuevos empréstitos, tasando los beneficios, los salarios y el precio del pan, cubriendo así una parte de los salarios de los obreros desmovilizados, disponiendo de los fondos nacionales, creando una actividad económica artificial en el país. De este modo, durante todo ese tiempo, el capital ficticio seguía creciendo, sobre todo en los países cuya industria bajaba.
No obstante, el ficticio resurgimiento de después de la guerra ha tenido serias consecuencias políticas: puede decirse, fundadamente, que ha salvado a la burguesía. Si los obreros desmovilizados hubieran tenido que sufrir, desde el principio, el paro, el decaimiento del nivel de vida comparado con el de antes de la guerra, los resultados hubieran sido fatales para la burguesía. El profesor inglés Edwin Canzan escribió sobre esto en un balance de fin de año, en el Manchester Guardian: "La impaciencia de los hombres que vuelven del campo de batalla es muy peligrosa", y explica juiciosamente el curso favorable del período de después de la guerra más agudo, el de 1919, por el hecho de que el gobierno y la burguesía, de común acuerdo, hicieron retroceder la crisis creando una prosperidad artificial en medio de la destrucción del capital fundamental de Europa. "Si -dijo Canzan_ la situación económica de enero de 1919 hubiera sido pareja a la de 1921, la Europa occidental quizá cayera en el caos". La fiebre de la guerra duró aún un año y medio y la crisis no comenzó hasta que la masa de los obreros y de los campesinos desmovilizados se había dispersado en el país.
Habiéndose llegado al fin de la desmovilización y resistido el primer choque de las masas obreras, la burguesía después de un momento de pánico y desorden, recobró su equilibrio. Parece que solamente a partir de este momento empezaba una época de gran prosperidad que no tendría fin. Los representantes más notables de la política y de las finanzas inglesas, propusieron un empréstito internacional de dos billones de libras para los trabajos de reconstrucción. Se creía que sobre Europa iba a caer una lluvia de oro, para crear una prosperidad general. De este modo, la ruina de Europa, la destrucción de las ciudades y los pueblos se cambiaba, gracias a la cifra fabulosa del empréstito, en riqueza, aunque esta cifra por sí misma no fuese sino el símbolo de la inmensa miseria. Sin embargo, la realidad obligó a la burguesía a abandonar en seguida todas sus fantasías. Ya he dicho de qué forma empezó la crisis en el Japón (mes de marzo), en los Estados Unidos (abril) y se extendió en seguida a Inglaterra, Francia, Italia y, en la segunda mitad del año, en el mundo entero. De cuanto se ha dicho hasta ahora se deduce que no asistimos en este momento a, un simple doblegamiento de un nuevo ciclo industrial sino al arreglo de cuentas relativo a los gastos y ruinas de la guerra y después de ella.
En 1913 las importaciones netas de todos los países se calculaban en 65-70 billones de marcos oro. En esa suma, la parte de Rusia era de dos billones y medio, la de AustriaHungría de tres, la de los países balcánicos de uno, la de Alemania de once.
Constituían, pues, las importaciones de la Europa central y oriental el cuarto de las del mundo entero. Actualmente todos esos países importan menos de la quinta parte de lo que importaban antes de la guerra. Las cifras caracterizan suficientemente la potencia de compra que hoy tiene Europa.
¿ Cuáles son las perspectivas económicas para lo por venir?
Es evidente que América se verá obligada a disminuir su producción, no teniendo la posibilidad de reconquistar el mercado europeo de antes de la guerra. Por otro lado, Europa no podrá reconstruir sus regiones más devastadas ni las ramas más importantes de su industria. Por cuya razón asistiremos en el futuro a un retorno penoso al estado económico de antes de la guerra, y a una dilatada crisis: al marcado estancamiento en algunos países y en la ramas de las industria particulares; en otros, a un desarrollo muy lento. Las oscilaciones cíclicas quieren continuar, pero, en general, la curva del desarrollo capitalista tendrá tendencia a bajar, no a subir.
Las relaciones entre el progreso económico, la crisis y el desarrollo de la revolución presentan para nosotros un gran interés teórico y práctico. Muchos de ustedes recordarán que Marx y Engels, en 1851, cuando comprobaban un resurgimiento, escribían que en lo sucesivo era necesario considerar terminada la revolución, o al menos interrumpida hasta una nueva crisis. Dijo Engels que la crisis de 1847 era la madre de la revolución y que el resurgimiento de 1849-1851 había favorecido la marcha victoriosa de la contrarrevolución. A pesar de todo, sería falso e injusto explicar este juicio en el sentido de que las crisis provocan siempre una acción revolucionaria y que la recuperación tiene, en cambio, el don de calmar a la clase obrera. La revolución de 1848 no nació de la crisis; ésta no le prestó más que su impulso. En realidad, la revolución fue provocada por la contradicción entre las necesidades del progreso capitalista y las cadenas que el estado político y social semifeudal le había impuesto. La revolución de 1848, parcial e indecisa, borró sin embargo las últimas huellas del régimen de servilismo y de corporaciones y ensanchó el límite del desarrollo capitalista. Unicamente en estas condiciones pudo ser considerado el resurgimiento de 1851 como principio de un crecimiento capitalista prolongado hasta el año 1873.
¿Pudo alcanzarse el mismo resultado del alivio hallado en 1919-1920? No. Ningún ensanchamiento del límite del desarrollo capitalista entra en cuenta. ¿ Quiere esto decir entonces que en el futuro se halla excluido todo resurgimiento comercial-industrial? ¡De ninguna manera! Ya he dicho que el capitalismo aspiraba y expiraba, lo cual demuestra que existe. Pero durante el período en que hemos ingresado, período de liquidaciones relativas a las destrucciones y ruinas de la guerra, período de regreso al viejo estado económico, todo resurgimiento tiene que ser superficial, puesto que será provocado por la especulación, mientras que las crisis serán más largas y profundas.
En tal caso, el restablecimiento del equilibrio capitalista sobre nuevas bases, ¿ es posible? Si por un momento admitimos que la clase obrera sólo se alzara para una lucha revolucionaria, permitiendo, sin embargo, a la burguesía durante largos años-- digamos veinte o treinta años-dirigir los destinos del mundo, ¿no resultará dudoso que pueda afianzarse un cierto equilibrio nuevo? Europa sufrirá retrocesos. Millones de obreros europeos morirán de hambre. Los Estados Unidos tendrán que buscar nueva orientación sobre el mercado mundial, reducir su industria, retroceder durante largo tiempo. Después, el establecimiento de nuevas divisiones del trabajo en el mundo por semejante vía dolorosa, en quince, veinte, veinticinco años, acaso pueda comenzar una nueva época del resurgimiento capitalista.
Más todo este razonamiento es abstracto y enfoca sólo un aspecto de la cuestión. Presentamos aquí el problema como si el proletariado hubiera cesado de luchar. Sin embargo, no puede dudarse, por tan débil razón, que la oposición de las clases ha alcanzado en estos últimos años una tirantez extraordinaria.
La evolución económica no es un proceso automático. Hasta aquí he hablado de las bases de la producción, pero las cosas no quedan ahí. Sobre estas bases viven y trabajan los hombres, y es para estos hombres para quienes la revolución se realiza. ¿ Qué ha ocurrido en el dominio de las relaciones entre los hombres, o mejor dicho, entre las clases? Hemos visto que Alemania y ciertos países de Europa habían sido arrojados, en lo que concierne a su nivel económico, a veinte o treinta años atrás. Y desde el punto de vista social, ¿ han retrocedido también? No del todo. Las clases, en Alemania, el número de los obreros y su concentración, la organización del capital, todo se desenvolvió antes de la guerra gracias a la prosperidad de los últimos años y este desenvolvimiento hace progresos aún: durante la guerra, a consecuencia de la intervención del estado, y después de la guerra a causa de la fiebre de especulación y del cúmulo de capitales. Asistimos a dos procesos de la evolución económica: la riqueza nacional y las rentas nacionales disminuyen, mientras que el progreso de las clases aumenta. E1 número de proletarios aumenta, los capitales se concentran en porciones cada vez más pequeñas, las bancas se fusionan, las empresas industriales se reúnen en trusts. Todo lo cual determina que se haga inevitable la lucha de clases, cada vez más aguda, como resultado de la reducción de las rentas nacionales. Cuando más se restrinja la base material, más crecerá la lucha entre las clases, y los diferentes grupos para el reparto de las rentas nacionales se encarnizarán luchando. No hay que olvidar nunca esta circunstancia. Si Europa, en relación con sus riquezas nacionales, ha retrocedido treinta años, eso no quiere decir que se haya rejuvenecido treinta años. Por el contrario, se ha arruinado como si fuera treinta años más joven, y desde el punto de vista de la lucha de clases ha envejecido trescientos años. Así, pues, se ofrecen las relaciones entre el proletariado y la burguesía.
Se dijo en el primer período de la guerra que ésta enriquecía a los campesinos del mundo europeo. En efecto, el estado tenía extrema necesidad de pan y de carne para su ejército. Por esos productos se pagaban precios locos que subían sin cesar, y los campesinos llenaban sus bolsillos de billetes de banco. Con el papel moneda que cada día se desvalorizaba más, pagaban los labriegos sus deudas contraídas en moneda de oro. Verdaderamente, ésta era para ellos una operación ventajosa.
Los economistas burgueses pensaron que tal prosperidad de la economía campesina aseguraría, después de la guerra, la estabilidad del capitalismo. Pero se equivocaron. Los campesinos liquidaron sus hipotecas, mas la economía agrícola no consiste en pagar al banco cuanto se le debe. Consiste, además, en trabajar la tierra, en abonarla, en acrecentar el material de labranza, en recoger buenas cosechas, en mejorar la técnica, etcétera. Todo lo cual, o no se ha hecho, o ha costado muchísimo dinero. Por otra parte, la mano de obra faltaba, la agricultura decrecía, y después de un momento de prosperidad semificticia, los campesinos comenzaron a arruinarse. Este fenómeno se comprueba, aunque en diferentes proporciones, en toda Europa; sobre todo, en América. Los agricultores americanos, canadienses, sudamericanos y australianos comenzaron a sufrir terriblemente a partir del día en que se dieron cuenta que Europa, arruinada, ya no podía comprarles trigo. El precio del trigo bajó. Cierto mar de fondo comenzóse a notar entre los agricultores, y pasó a propagarse al mundo restante. Así fue cómo el campesino cesó de ser el mantenedor del orden. La clase obrera tiene la posibilidad de arrastrar con ella a la lucha a una parte de los campesinos (campesinos pobres), y de neutralizar a otra (campesinos medios), y de aislar y paralizar a los campesinos ricos.
Los reformistas habían contado mucho con la llamada clase media. Los ingenieros, los técnicos, los médicos, los abogados, los contadores, los empleados, los funcionarios, etc., forman una capa social medio conservadora entre el capital y el trabajo, y que, siguiendo a los reformistas, está destinada a reconciliar a los dos partidos y a dirigir, al mismo tiempo que sostener, el régimen democrático.
Durante la guerra, y después de ella, esta clase sufrió casi más que los obreros; es decir, que el nivel de su vida ha bajado más que el de la clase obrera. La disminución de la potencia de compra del dinero, la desvalorización del papel moneda, es la causa principal de tal estado de cosas. En todos los países de Europa apareció un gran descontento entre los pequeños y medianos funcionarios, como entre los intelectuales técnicos. En Italia, por ejemplo, tiene ahora lugar una huelga de funcionarios. Evidentemente los funcionarios, empleados de banco, etc., no constituyen una clase proletaria, pero sí han perdido su antiguo carácter conservador. No sostienen el estado, mientras que otros quebrantan y minan su organización gracias a su descontento y a sus protestas.
El descontento de los intelectuales burgueses crece aún por culpa de sus ligaduras con la pequeña y mediana burguesía industrial y comercial. Esta última se siente frustrada y perdida. La alta burguesía, unida en sus trusts, continúa enriqueciéndose a pesar de la ruina del país. Se apodera de una parte cada vez más grande de las rentas nacionales, que disminuyen cada día más. La burguesía ajena a los trusts y la moderna clase media, declinan también.
En lo que concierne al proletariado, es muy probable que, a pesar de la baja del nivel de su existencia, la parte general que sobresale sobre la renta nacional disminuyente es mayor ahora que antes de la guerra. En cuanto al obrero, no se preocupa de las estadísticas, pero se interesa de la baja del nivel de su existencia y se esfuerza en aumentar su parte del ingreso nacional. Así los campesinos están descontentos de la decadencia de la economía agrícola; los intelectuales se arruinan; la burguesía-mediana y pequeña--- está arruinada e irritada. La lucha de las clases se hace más aguda.
Las relaciones internacionales juegan un papel muy importante en la vida del mundo capitalista, el cual lo ha notado claramente durante la guerra mundial. En este momento, cuando abordamos la cuestión de saber si el capital está o no en vías de restablecer su equilibrio mundial, es preciso que veamos en qué condiciones internacionales se produce este trabajo de reconstrucción. No es difícil convencerse de que las relaciones internacionales se volvieron mucho menos adaptadas al desarrollo "pacífico" del capitalismo, de lo que eran antes de la guerra.
¿Por qué estalló la guerra? Porque las fuerzas productivas se sentían oprimidas en los límites de los estados capitalistas más potentes. La tendencia del capital imperialista consistía en suprimir las fronteras políticas y apoderarse dé toda la tierra; suprimir las aduanas, los tabiques que detenían el progreso de las fuerzas productoras. Tal es la base económica del capitalismo y tales han sido las causas de la guerra. ¿ Y el resultado? Europa es ahora más rica en fronteras y en aduanas de lo que jamás fue. Se ha fundado un gran número de pequeños estados. Una docena de líneas aduaneras atraviesan hoy el territorio de la ex Austria-Hungría. E1 inglés Keynes llamó a Europa casa de locos, y en efecto, desde el punto de vista del progreso económico, toda esta novedad de pequeños estados que la reducen, con su sistema de aduanas, etc. se presenta como un monstruoso anacronismo, como una absurda incursión de la Edad Media en el siglo XX. En el momento en que la península balcánica recae en el estado de barbarie, Europa se balcaniza. Las relaciones entre Alemania y Francia excluyen, como en el pasado, la posibilidad de cualquier equilibrio europeo. Francia está obligada a robar y violentar a Alemania para obtener su equilibrio de clases, al que la "agotada base" de la economía francesa no corresponde. Alemania ni puede ni podrá ser víctima de semejante trama. Actualmente, cierto, se ha llevado a cabo un acuerdo. Alemania se ha comprometido a pagar anualmente dos billones de marcos oro, y, además, el 26 por ciento sobre sus exportaciones. Tal acuerdo representa una gran victoria de la política inglesa, que quiere impedir la ocupación del Ruhr por los franceses. La mayor parte del hierro europeo se encuentra hoy en manos de Francia. La mayor cantidad de carbón entre las de Alemania. La reunión del hierro francés con el carbón alemán constituye una condición primordial del renacimiento económico de Europa; mas, parecida reunión, absolutamente precisa para el desarrollo de la producción, constituye un peligro de muerte para el capitalismo inglés. Y es porque todos los esfuerzos de Londres tienden a impedir la aproximación pacífica o violenta, del mineral francés y el carbón alemán.
Francia aceptó provisionalmente el compromiso, tanto más cuando su organización productora estaba desorganizada y ella era hasta incapaz de utilizar la cantidad de carbón que Alemania estaba obligada a proporcionarle. Sin embargo, nada de esto quiere decir que el problema del Ruhr esté resuelto definitivamente. En la primera falta de Alemania en lo que atañe a sus obligaciones, la suerte del Ruhr saldría fatalmente a escena. La influencia de Francia en Europa y, hasta cierto punto, en el mundo entero, aumentó en el transcurso del año último, lo cual no se explica por el refuerzo de la potencia francesa, sino por el evidente y progresivo debilitamiento de Inglaterra.
Gran Bretaña ha vencido a Alemania, última cuestión resuelta por la gran guerra. Y la guerra fue, por su misma esencia, europea, no universal; aunque la lucha habida entre dos de los más poderosos estados-Inglaterra y Alemania-se haya realizado con la participación de las fuerzas y medios guerreros de todo el mundo, Inglaterra venció a Alemania. No obstante, ahora, en el mercado mundial y en relación con la situación universal, Inglaterra es más débil que antes de la guerra. Los Estados Unidos se han reforzado a expensas de Inglaterra mucho más que Inglaterra a las de Alemania.
América vence a Inglaterra, también, por el carácter más racional y progresivo de su industria. La productividad del trabajo del obrero americano es superior en 150 por ciento a la del obrero inglés. Dicho de otro modo: dos obreros americanos, gracias a la organización más perfecta de la industria, producen tanto como cinco ingleses. Tal hecho, atestiguado por las estadísticas inglesas, prueba que Inglaterra, en su lucha con América, está condenada de antemano, lo cual basta para poner en guerra a ambas naciones, aunque la flota inglesa conservara la supremacía de los mares.
El carbón americano sustituye al carbón inglés en el mundo entero, y hasta en Europa. Sin embargo, el comercio mundial de Inglaterra se basa, ante todo, en la exportación de carbón. Por otra parte, el petróleo se convierte en un factor decisivo de la industria y de la defensa: no sólo impulsa los automóviles, tractores, submarinos, aeroplanos, sino que representa ya, como fuerza motriz, una ventaja enorme sobre el carbón para los grandes navíos. Los Estados Unidos son los que suministran el 70 % del petróleo absorbido por el universo. Así, en caso de guerra, todo este petróleo estaría a la disposición del gobierno de Washington. Además, América dispone también del petróleo mexicano, que representa el 12 % de la producción mundial. Verdad es que los americanos acusan a Inglaterra de haber concentrado en sus manos, fuera de las fronteras estadounidenses, hasta el 90 % de las fuentes mundiales de petróleo, rehusando el acceso a los americanos, mientras que las fuentes americanas-según ellos-se agotarán en algunos años. Los datos geológicos y estadísticos son demasiado arbitrarios y dudosos. Se establecen de encargo, a fin de justificar las pretensiones de América sobre el petróleo de México, de la Mesopotamia, etc. Si, a pesar de todo, el peligro de agotamiento de las fuentes americanas era real, él sería una de las razones que precipitaría la guerra entre Inglaterra y los Estados Unidos. El problema de las deudas de Europa a América se hace muy agudo. La tal deuda se calcula en 18 billones de dólares. Los Estados Unidos siempre pueden crear las mayores dificultades al mercado financiero inglés, exigiendo el pago de sus créditos. Como se sabe, Inglaterra misma propuso a América renunciar a su crédito inglés, prometiéndole, a su vez, anular las deudas de sus deudores sobre los mercados europeos. Como la deuda de Inglaterra a América era superior a la de los países continentales de la Entente (aliados a Inglaterra), ésta habría obtenido un gran beneficio de semejante transacción. Pero América rehusó. No será difícil el comprender que los capitalistas yanquis no se hayan mostrado propicios para atender con sus fondos los preparativos de guerra de la Gran Bretaña con los Estados Unidos.
El acuerdo de Inglaterra con el Japón, que lucha con América para la supremacía sobre el continente asiático, envenena también de modo extraordinario las relaciones entre América e Inglaterra.
Pero esa es la cuestión de la flota de guerra, que presenta, visto lo antedicho, un carácter sumamente espinoso. El gobierno Wilson, habiendo hallado en los problemas mundiales resistencia por parte de Inglaterra, estableció un programa gigantesco de construcciones navales. El gobierno Harding heredó el programa de su predecesor, y lo ejecutó plenamente. En 1924, la flota de los Estados Unidos será, no solamente más poderosa que la inglesa, si no por su tonelaje, al menos por su valor de combate, será superior a las de Inglaterra y del Japón juntas.
¿Qué significa esto desde el punto de vista inglés? Inglaterra no tendrá más remedio que, o aceptar la provocación antes de 1924 y ensayar destruir la potencia militar, marítima y económica de los Estados Unidos, aprovechando su actual superioridad, o quedarse quieta y convertirse poco a poco en una potencia de segunda o tercera categoría, cediendo definitivamente a los Estados Unidos el dominio sobre los mares. Así, la última guerra de los pueblos, que ha "resuelto" a su manera la cuestión europea, ha señalado a la vez en toda su amplitud el problema mundial; a saber, ¿quién dominará el mundo, Inglaterra o los Estados Unidos? Los preparativos para una nueva guerra mundial se hacen a toda marcha. Los gastos para ejército y armada se han aumentado enormemente con relación a los de antes de la guerra. El presupuesto militar inglés se ha triplicado, el de América ha aumentado tres veces y media.
El primero de enero de 1914, en el momento cumbre de la "paz armada", había siete millones de soldados en el mundo entero. Al principio de 1921, había once. El grueso de estos ejércitos constituye, evidentemente, el fardo que Europa, agotada, se ve obligada a llevar.
La aguda crisis, consecuencia de la estrechez del mercado mundial, hace sumamente áspera la lucha entre los estados capitalistas, trastornando el equilibrio de las relaciones internacionales. No es Europa sola, es el mundo entero quien deviene esa casa de locos. En tales condiciones, no se puede hablar de restablecimiento del equilibrio capitalista.
Inmediatamente después de la guerra, se encontraba la burguesía desamparada y espantada en el grado más alto; en cuanto a los obreros, sobre todo los que volvían del ejército, estaban dispuestos a colocar bien altas sus reivindicaciones. Mas la clase obrera, en conjunto, estaba desorientada y no sabía con exactitud cómo se arreglaría la vida después de la guerra, qué reivindicaciones podrían obtenerse, qué vía sería conveniente seguir... El movimiento, conforme vimos al principio, tenía un carácter tempestuoso. Pero la clase obrera adolecía de falta de dirección firme. Por otro lado, la burguesía estaba dispuesta a hacer grandes concesiones. Continuaba el régimen financiero y económico de guerra (empréstitos, inflaciones fiduciarias, monopolio de trigos, seguros contra el paro, etc.) o, en otros términos, la burguesía dirigente continuaba desorganizando sus cimientos económicos y destruyendo cada vez más el equilibrio de la producción y de las finanzas,. para sostenerse, durante el período más peligroso, el de las clases. Hasta aquí, más o menos, lo consiguió.
Ahora pasa a la solución del problema relativo al restablecimiento del equilibrio económico. No se trata ya de concesiones ni de limosnas a la clase obrera, sino de medidas de carácter fundamental. Es necesario reconstruir la organización de la producción. Hay que devolver al dinero su valor, pues no se puede pensar en el mercado mundial sin poseer un equivalente que tenga valor universal, y, en consecuencia, no se puede pensar en una industria mundial 'equilibrada', ligada al mercado universal.
Reconstruir la organización productiva, lo cual quiere decir: disminuir el trabajo destinado a la fabricación de objetos de uso corriente, y aumentar el esfuerzo destinado a nutrir los medios de producción. Hay que aumentar los stocks, es decir intensificar el trabajo y disminuir los salarios.
Para restablecer el valor del dinero no basta rehusar el pago de las deudas exorbitantes; hay que mejorar el balance comercial, o sea importar menos y exportar mas. Y para alcanzar este fin, hay que consumir menos y producir más; lo que se traduce por reducir los salarios y realizar el trabajo más intenso.
Cada paso que conduce hacia la reconstrucción de la economía capitalista está unido al aumento de la división de explotación y, en consecuencia, provocará fatalmente una resistencia por parte de la clase obrera. Dicho de otra manera: cada esfuerzo de la burguesía tendiendo a restablecer el equilibrio de la producción, de la distribución, de las finanzas del estado, compromete fatalmente el inestable equilibrio de las clases. Si durante dos años después de la guerra, la burguesía tendía, ante todo, en su política económica, a calmar al proletariado, aun al precio de la desorganización de su economía, hoy, al contrario, en el momento de una crisis desconocida hasta este día, comienza a mejorar su situación económica, oprimiendo cada vez más a la clase obrera.
En Inglaterra, es en donde percibimos más diáfanamente la resistencia que provoca tal agresión. Y la resistencia de la clase obrera destruye la estabilidad del régimen económico y hace vanas todas las veleidades del restablecimiento del equilibrio.
Ciertamente, la lucha del proletariado por el poder se prolonga. No parece un asalto general, no presenta el aspecto de una ininterrumpida serie de olas que suben cada vez más altas y de las cuales la última barre el régimen capitalista.
En esta lucha hemos observado altibajos, ataques y defensas. Las maniobras de clase, por nuestra parte, no han sido hábiles siempre. Por dos motivos: en primer lugar, la debilidad de los partidos comunistas fundados después de la guerra, que carecían de la experiencia necesaria, de la organización indispensable y de la influencia precisa-lo más importante, no llamándole 1a atención a las masas obreras. No obstante, hemos adelantado mucho en este terreno en estos últimos años. Los partidos comunistas se han reforzado y progresado. Otra de las causas del carácter crónico e ilegal de la lucha es la variada composición de la misma clase obrera tal cual salió de la guerra.
La guerra no ha quebrantado mucho a las clases burocrática obrera, sindical, política y parlamentaria. Los gobiernos capitalistas de todos los países tomaron una actitud muy cuidadosa e indulgente hacia esta superestructura obrera, comprendiendo perfectamente que, sin ella, no podrían asegurarse la sumisión de la citada clase durante los años sangrientos. La burocracia obrera tenía todos los privilegios, y salió de la guerra con las mismas costumbres de conservadurismo obtuso con que entrara, y aún más comprometida y estrechamente ligada a los estados capitalistas. Los obreros calificados de la antigua generación, habituados a sus organizaciones profesionales y políticas, sobre todo en Alemania, constituyen para la mayoría, aún hoy, el sostén de la burocracia obrera ¡ pero su estabilidad no es absoluta. Los obreros que pasaron por la escuela de la guerra y son el corazón mismo de la clase obrera, aportaron al proletariado nueva psicología, nuevas costumbres y nueva concepción de la lucha, la vida y la muerte. Se hallan dispuestos a resolver el problema por la fuerza; pero aprendieron en la batalla que la aplicación eficaz de la fuerza supone táctica y estrategia bien ordenadas. Esos elementos irán al combate, con la seguridad de firme dirección y preparación concienzuda. Varias categorías de obreros atrasados, entre ellos los que tanto han aumentado durante la guerra, en el presente se han convertido ---a causa del brusco cambio de conciencia- en la parte más combativa, aunque no siempre la más consciente de la clase obrera. En fin; vemos en nuestra extrema izquierda a la juventud obrera, que ha pugnado durante la guerra por el derrotismo empujando las sacudidas revolucionarias, y que está llamada a ocupar un gran puesto en la próxima lucha.
Toda esta masa proletaria -considerablemente acrecentada- de obreros veteranos y nuevos reclutas obreros, de los retrasados y de los que pasaron algunos años en el fuego; toda esta masa que cuenta numerosos millones, pasa por 1a escuela revolucionaria de manera determinada y en horas distintas.
Hemos visto de nuevo, a través del ejemplo de los acontecimientos de marzo en Alemania, que los obreros del centro -que constituían antes de la guerra el elemento más atrasado- se lanzaban a la batalla, sin preguntarse si la lucha les reportaría victorias, mientras que los de Berlín o Sajonia, habiendo llegado a adquirir la experiencia de la época de los combates revolucionarios, han sido más prudentes. Lo cierto es que la marcha general de la lucha, después de la guerra, y sobre todo la ofensiva actual del capital, une a todas las capas de la clase obrera, salvo cimas privilegiadas.
El Partido Comunista adquiere así, cada día más, la posibilidad de establecer la unidad efectiva del frente de la clase obrera.
Existen tres causas de revolución ligadas entre sí.
Primera, la derrota de Europa. E1 equilibrio de las clases en Europa tenía por base, ante todo, la supremacía de Inglaterra sobre el mercado mundial. Hoy perdió esta supremacía definitivamente para no reconquistarla jamás. He aquí por qué las poderosas sacudidas revolucionarias que acabarán, bien por la victoria del proletariado, bien por la decadencia completa de Europa, son inevitables.
La segunda causa de lucha revolucionaria es la profunda turbación que trastorna al organismo económico de los Estados Unidos; una reacción desconocida hasta aquí fue provocada por la guerra europea, seguida de una honda crisis nacida de las prolongadas consecuencias de semejante guerra. E1 movimiento revolucionario del proletariado americano puede, en estas condiciones, adquirir velocidad también desconocida hasta hoy en la historia que caracteriza el desarrollo económico de los Estados Unidos en estos últimos años.
La tercera causa de la lucha revolucionaria está determinada por la industrialización de las colonias y, a su vez, de las Indias. La clase campesina será quien trabaje en las colonias por la destrucción de la esclavitud. Pero en esta lucha necesita dirección. La cual estaba asegurada por la burguesía autóctona. Sin embargo, la lucha de la última contra el poder imperialista extranjero, no puede ser ni continua ni enérgica; la misma burguesía autóctona está ligada estrechamente al capital extranjero, siendo en gran parte su agente directo allí. Sólo la aparición de un proletariado temible, presto al combate, constituye la verdadera palanca de la revolución. E1 proletariado hindú no es numeroso, en relación a la población del país; pero el que haya comprendido el sentido del progreso de la revolución en Rusia, se dará cuenta de que el papel revolucionario del proletariado en los países de Oriente será mucho más importante de lo que su número hace esperar. Ello concierne no solamente a los países puramente coloniales como la India, o semicoloniales como China, sino también al Japón, donde la opresión capitalista marcha paralela con el absolutismo feudal y burocrático de castas. Así también, la situación mundial, tanto como las perspectivas del porvenir, tienen carácter profundamente revolucionario.
Habiendo la burguesía socorrido, por medio de limosnas, a la clase obrera después de la guerra, los colaboracionistas han transformado esa limosna en reformas (jornada de ocho horas, seguro contra el paro, etcétera) e iniciado sobre las ruinas una era de reformas. Actualmente, la burguesía pasa a una contraofensiva en toda regla, hasta el extremo de que un órgano archicapitalista inglés, el Times, comienza a hablar con espanto de los bolcheviques capitalistas. La época actual es la del contrarreformismo. El pacifista inglés, Norman Angell, llama a la guerra "falso cálculo". La experiencia de la última muestra, en efecto, que el cálculo, desde el punto de vista de la contabilidad era falso. Jamás estuvo la humanidad capitalista tan preparada como hoy para una guerra. La ilusión de la democracia se hace evidente hasta para las fracciones mas conservadoras de la clase obrera. Se oponía recientemente a la democracia la dictadura del proletariado con su terror, con su tchéka, etc. Hoy, la democracia se opone, de más en mas, a todas las fórmulas de la lucha de clases. Lloyd George propuso a los mineros que hicieran sus reclamos ante el parlamento, y declaró que su huelga era una violencia contra la voluntad nacional.
Bajo el régimen de los Hohenzollern, los obreros alemanes encontraban cierta certeza, ciertos límites determinados en su acción; en general, sabían lo que podían o no hacer. En la república de Ebert, el obrero huelguista se arriesga siempre a ser estrangulado, ni más ni menos, ya en la calle, ya en un calabozo de tortura de la policía. En el orden político, la "democracia" da a los obreros alemanes tanto como en el económico al pagarle altos salarios ¡en papeles sin valor!
La tarea del Partido Comunista consiste en captar la situación existente en su totalidad, y participar activamente en la lucha emprendida por la clase obrera, a fin de conquistar, durante tal lucha, la mayoría de esta clase. Si la situación, en cualquier país, se hace extremadamente crítica, estamos obligados a enfocar las cuestiones fundamentales de la manera mas intransigente y a combatir en el estado en que los acontecimientos nos encuentren. Por el contrario, si los acontecimientos se desarrollan de modo regular, debemos aprovechar todas las posibilidades para tener con nosotros a la mayoría de la clase obrera a la expectativa de los acontecimientos decisivos.
En este momento, durante la lucha económica defensiva determinada por la crisis, los comunistas deben desempeñar un papel muy activo en todos los sindicatos, en todas las huelgas y acciones, en todos los movimientos, conservando siempre durante el trabajo una estrecha unidad, como corresponde al ala más disciplinada y resuelta de la clase obrera. La lucha económica defensiva puede ampliarse de resultas del progreso, de la crisis y de la situación política, arrastrando fracciones nuevas de la clase obrera, poblaciones y ejércitos enteros de sin trabajo, y después de haberse cambiado, en cierto momento, en lucha revolucionaria ofensiva, terminar con la victoria. Hacia tal fin deben tender todos nuestros esfuerzos.
Mas, ¿y si, después de la crisis mejora la situación económica mundial? ¿Significaría eso que la lucha revolucionaria se detuviera indefinidamente?
Se extrae de todo mi informe, camaradas, que un nuevo alzamiento no podría ser extenso ni serio, por lo que no podrá determinar una detención prolongada en el progreso de la revolución. La recuperación industrial de los años 1849-1851 no asestó un golpe a la revolución, porque la revolución de 1848 ensanchó los límites del desarrollo capitalista. En cuanto a los acontecimientos de 1914-192l, no solo no han ensanchado el mercado mundial, sino, por el contrario, lo han restringido, de suerte que la curva del progreso capitalista marcará en este tiempo tendencia a bajar. En tales condiciones, una recuperación temporaria no puede menos que asegurar la conciencia de clase de los obreros, estrechar sus filas en las fábricas y en los campos de batalla, dando impulso a la contraofensiva económica y a la lucha revolucionaria para la conquista del poder.
Se nos presenta la situación cada vez más favorable, aunque también más compleja. No obtendremos la victoria automáticamente. Bajo nuestro enemigo está minado el suelo; pero el enemigo es fuerte y ve muy bien nuestros débiles flancos; sabe maniobrar según fríos cálculos. Es preciso que aprendamos mucho, nosotros, la Internacional Comunista entera, de la experiencia de nuestras luchas en los últimos tres años, sobre todo de la experiencia de nuestros errores y fracasos. Una guerra civil exige ciencia en la maniobra política, táctica y estratégica; pide que se le rinda cuenta de las condiciones propias de cada situación, de los lados fuertes y débiles del enemigos; pide la unión del entusiasmo con el cálculo y la sangre fría; exige que se sepa marchar adelante y retroceder previsoramente para economizar las fuerzas, a fin de dar más fuertes golpes al enemigo.
Lo repito: la situación mundial y las perspectivas del porvenir son profundamente revolucionarias. Tales son las premisas necesarias a nuestra victoria. Sólo nuestra táctica hábil y nuestra poderosa organización pueden darnos plena garantía. Elevar la Internacional Comunista a un nivel más alto, hacerla más potente, desde el punto de vista táctica, ésta es la tarea esencial del III Congreso de la Internacional Comunista.
Camaradas, la teoría del marxismo ha determinado las condiciones y leyes de la evolución histórica... En lo que atañe a las revoluciones, la teoría de Marx, escrita por la pluma misma de Marx, en el prefacio de su obra, Contribución a la crítica de la Economía política, establece a priori la siguiente conclusión:
"Ninguna formación social desaparece antes de que se desarrollen todas las fuerzas productivas que caben dentro de ella, y jamás aparecen nuevas y más altas relaciones de producción antes de que las condiciones materiales para su existencia hayan madurado en el seno de la propia sociedad antigua."
Esta verdad fundamental para la política revolucionaria conserva hoy, para nosotros, su indudable valor directriz. Sin embargo, más de una vez se ha comprendido al marxismo de un modo mecánico y simplista, falso por lo tanto. Además, se pueden sacar falsas conclusiones de la proposición arriba citada. Marx dice que un régimen social debe desaparecer cuando las fuerzas de producción (la técnica, el poder del hombre sobre las fuerzas naturales) no pueden ya desenvolverse en los límites de ese régimen. Desde el punto de vista del marxismo, la sociedad histórica, tomada como tal, constituye una organización colectiva de los hombres que tienen como fin el acrecentamiento de su poder sobre el de la naturaleza. Este fin, naturalmente, no se les ha impuesto a los hombres, sino que son ellos mismos los que, en el curso de su evolución, luchan por alcanzarlo, adaptándose a las condiciones objetivas del medio y aumentando cada día su poder sobre las fuerzas elementales de la naturaleza. Siguiendo la proposición, vemos que las condiciones necesarias para una revolución-para una revolución social profunda, y no para golpes de estado, por sangrientos que sean-, revolución que reemplace a un régimen económico por otro, nacen solamente a partir del momento en que el régimen social antiguo comienza a trabar el progreso de las fuerzas de producción. Esta proposición no significa sólo que el antiguo régimen resbalará infaliblemente y por su propio impulso, cuando se haya hecho reaccionario, desde el punto de vista económico, es decir a partir del momento en que empieza a trabar el desarrollo de la potencia técnica del hombre De ninguna manera, pues si las fuerzas de producción constituyen la potencia motriz de la evolución histórica, esta evolución, sin embargo, no se produce fuera de los hombres, sino por medio de los hombres. Las fuerzas de producción, el poder del hombre social sobre la naturaleza, se acumulan independientemente de la voluntad de cada hombre por separado, y depende sólo en parte de la voluntad general de los hombres de hoy, pues la técnica representa un capital ya acumulado que nos ha sido legado por el pasado, y que, si nos coloca en situación avanzada, en cierta manera también nos retiene. No obstante, cuando estas fuerzas de producción, esta técnica comienza a sentirse estrechas en los límites de un régimen de esclavitud, de servidumbre o, bien, de un régimen burgués, y cuando un cambio de formas sociales se hace necesario para la ulterior evolución del poder humano, entonces se produce la evolución, no por sí misma, como una salida o puesta de sol, sino gracias a la acción humana, gracias a la lucha conjunta de los hombres reunidos en clases.
La clase social que dirigía la antigua sociedad, convertida en reaccionaria, debe ser remplazada por una clase social nueva que aporta el plan de un régimen social nuevo, correspondiente a las necesidades del desarrollo de las fuerzas productivas y que está presto a realizar ese plan. Pero no siempre ocurre que aparezca una clase nueva, demasiado consciente, organizada y poderosa, para destronar a los antiguos dueños de la vida y para abrir camino a las nuevas relaciones sociales, en el preciso momento en que el antiguo régimen social reacciona. No ocurre siempre así. Por el contrario, más de una vez ocurrió en la historia que una vieja sociedad se agotara -por ejemplo, el régimen de esclavitud romano y, anteriormente, las civilizaciones de Asia, en las cuales la esclavitud impedía el progreso de las fuerzas productoras-, pero en esta sociedad muerta no había una nueva clase demasiado fuerte para anular a los directores y establecer un nuevo régimen, el de servidumbre, que constituía un paso hacia adelante en relación con el antiguo régimen. A su vez, en la servidumbre no se dispone siempre, en el momento preciso, de la clase nueva (burguesía), puesta a abatir el feudalismo y abrir vía franca a la evolución histórica. Más de una vez se ha visto en la historia que cierta sociedad, nación, pueblo, tribu o varios pueblos o naciones que vivían en condiciones históricas análogas, se encuentran ante la imposibilidad de progreso ulterior, en los límites de un régimen económico determinado (de esclavitud o de servidumbre). No obstante, como todavía no existía una nueva clase que hubiera podido dirigirles sobre nuevas vías, esos pueblos, esas naciones, se descomponen; una civilización, un estado, una sociedad, han dejado de existir. Así resulta que la humanidad no ha marchado de abajo a arriba, siguiendo una línea siempre ascendente. No. Ha conocido largos períodos de estancamiento y de recaída en la barbarie. Las sociedades se han educado, alcanzando cierto nivel, pero no han podido sostenerse en las alturas... La humanidad no conserva su puesto; su equilibrio, a causa de las luchas de las clases y de las naciones, es inestable. Si una sociedad no sube, cae, y si no hay clase que pueda educarlas se descompone y cae en la barbarie.
A fin de comprender este problema tan extremadamente complejo, no bastan, camaradas, las abstractas consideraciones que ante vosotros expuse. Es preciso que los jóvenes camaradas, poco al corriente de estas cuestiones, estudien obras históricas para familiarizarse con la historia de diferentes países y pueblos, en particular con la historia económica. Sólo entonces podrá representarse de manera clara y completa el mecanismo interior de la sociedad. Hay que comprender este mecanismo para aplicar con exactitud la teoría marxista a la táctica. Es decir, a la práctica de la lucha de clases.
Cuando se trata de la victoria del proletariado, algunos camaradas se representan la cosa del modo más sencillo. En este momento tenemos en el mundo entero tal situación que podemos decir marxistamente con absoluta certeza: el régimen burgués espera el fin de su desarrollo. Las fuerzas de producción no pueden progresar en los límites de la sociedad burguesa. Efectivamente, lo que hemos visto en el curso de los diez años últimos es la ruina, la descomposición de la base económica de la humanidad capitalista y una destrucción mecánica de riquezas acumuladas. Actualmente estamos en plena crisis, crisis aterradora, desconocida en la historia del mundo, y que no es una simple crisis llegada a su hora "normal" e inevitable en el proceso del progreso de las fuerzas productoras del régimen capitalista; esta crisis marca hoy la ruina y el desastre de las fuerzas productivas de la sociedad burguesa. Acaso concurran todavía ciertos altibajos; pero, en general, como expuse a los camaradas en la misma sala hace mes y medio *, la curva del desarrollo económico tiende, a través de todas sus oscilaciones, hacia abajo, y no hacia arriba. Sin embargo, ¿quiere esto decir que el fin de la burguesía llegará automática y mecánicamente? De ningún modo. La burguesía es una clase viva que ha retoñado sobre determinadas bases económico-productivas. Esta clase no es un producto pasivo del desenvolvimiento económico, sino una fuerza histórica, activa y enérgica. Esta clase ha sobrevivido, o sea que se ha hecho el más terrible freno de la evolución histórica. Lo cual no quiere decir que esta clase esté dispuesta a cometer un suicidio histórico ni que se disponga a decir: "Habiendo reconocido la teoría científica de la evolución que yo soy reaccionaria, abandono la escena." Evidentemente, ¡esto es imposible! Por otra parte, no es suficiente que el Partido Comunista reconozca a la clase burguesa como condenada y casi suprimida para considerar segura la victoria del proletariado. No. ¡Todavía hay que vencer y tirar abajo la burguesía!
Si hubiera sido posible continuar desarrollando las fuerzas productivas en los marcos de la sociedad burguesa, la revolución no hubiera podido hacerse. Mas, siendo imposible el progreso ulterior de las fuerzas de producción en el límite de la sociedad burguesa, se realizó la condición fundamental de la revolución. Sin embargo, la revolución significa ya, por sí misma, una lucha viva de las clases. La burguesía, al contrario de los necesidades de la evolución histórica, aún es la clase social más poderosa. Más aún: puede decirse, desde el punto de vista político, que la burguesía espera el máximum de su potencia, de la concentración de sus fuerzas y medios, medios políticos y militares, de mentira, de violencia y de provocación. Es decir el máximum del desarrollo de su estrategia de clase en el mismo instante en que más amenazada está de su pérdida social. La guerra y sus terribles consecuencias-y la guerra era inevitable, porque las fuerzas productivas no cabían en el marco burgués-han descubierto ante la burguesía el amenazador peligro de su hundimiento. Tal hecho ha agudizado hasta lo infinito su instinto de conservación de clase. Cuanto más grande es el peligro más una clase -como cualquier individuo-tiende con todas sus fuerzas a la lucha por instinto de conservación. No olvidemos que la burguesía se encuentra frente a un peligro mortal, después de haber adquirido la mayor experiencia política. La burguesía creó y destruyó toda suerte de regímenes. Se desenvolvía en la época del más puro absolutismo, de la monarquía constitucional, de la monarquía parlamentaria, de la república democrática, de la dictadura bonapartista, del estado ligado a la iglesia católica, del estado ligado a la Reforma, del estado separado de la iglesia, del estado persecutor de la iglesia, etc. Toda esta experiencia, d e lo más rica y variada, que penetró en la sangre y en la médula de los medios dirigentes de la burguesía, le sirve hoy para conservar a todo precio su poder. Y se mueve con tanta mayor inteligencia, finura y crueldad cuanto mayores peligros reconocen sus dirigentes.
Si analizamos superficialmente este hecho encontraremos una contradicción: hemos juzgado a la burguesía desde el punto de vista del marxismo; es decir, hemos reconocido, por medio de un análisis científico del proceso histórico, que se había sobrevivido a sí misma, haciendo demostración de una vitalidad colosal. En realidad, aquí no hay contradicción. Esto es lo que en el marxismo se llama dialéctica El hecho está en los lados distintos del proceso histórico: la economía, la política, el estado, el restablecimiento de la clase obrera no se desenvuelven simultánea ni paralelamente. La clase obrera no progresa en absoluto paralela al crecimiento de las fuerzas de producción, y la burguesía no decae a medida que el proletariado crece y se afianza. No. La marcha de la historia ,es otra. Las fuerzas de producción se desarrollan por etapas: a veces avanzan mucho, a veces retroceden. La burguesía, a su vez, también se desarrolla a saltos; la clase obrera,- lo mismo. Desde el momento en que las fuerzas productivas del capitalismo tropiezan contra un muro, no pueden avanzar; vemos a la burguesía reunir en sus manos al ejército, policía, ciencia, escuela, iglesia, parlamento, prensa, etc.; tirar sobre los renegados y decirle, con el pensamiento, a la clase obrera: " ¡Sí. Mi situación es peligrosa. Veo que a mis pies se abre un abismo. Pero veremos quién cae primero en él. ¡Acaso, antes de morir yo, pueda arrojarte al precipicio, clase obrera!" ¿ Qué significa esto? Sencillamente, la destrucción de la civilización europea en su conjunto. Si la burguesía, condenada a muerte desde el punto de vista histórico, encuentra en sí misma suficiente fuerza, energía, poder, para vencer a la clase obrera en el terrible combate que se aproxima, esto significa que Europa está en el umbral de una descomposición económica y cultural, como ya hoy a ocurrido en varios países, naciones y civilizaciones. Dicho de otro modo, la historia nos lleva al momento en que una civilización proletaria se hace indispensable para la salud de Europa y del mundo. La historia nos suministra una premisa fundamental sobre el éxito de esta revolución, en el sentido de que nuestra sociedad no puede desenvolver sus fuerzas productivas apoyándose en una base burguesa. Pero la Historia no se encarga de resolver este problema en lugar de la clase obrera, de los políticos de la clase obrera, de los comunistas. No. Ella parece decir a la vanguardia obrera (representémonos por un instante- la historia bajo la forma de una persona erguida ante nosotros) y a la clase obrera: "Es preciso que sepas que perecerás bajo las ruinas de la civilización si no derribas a la burguesía. ¡ Ensaya, resuelve el problema !" He aquí el presente estado de las cosas.
Vemos en Europa, después de la guerra, cómo ensaya encontrar la clase obrera, casi inconscientemente, una solución al problema que le ofrece la historia. Y la conclusión práctica-a .la cual deben llegar todos los elementos pensadores de la clase obrera en el curso de estos tres años después de la guerra- es la siguiente: no es tan fácil abatir a la burguesía, aunque aparezca condenada por la historia.
El período que Europa y el mundo entero atraviesan en este momento, por un lado, es el de la descomposición de las fuerzas productivas de la sociedad burguesa, mientras que, por otra parte, es el del desarrollo más alto de la estrategia contrarrevolucionaria burguesa. Es necesario comprenderlo claramente. Jamás la estrategia contrarrevolucionaria, es decir el arte de la lucha combinada contra el proletariado, tuvo la ayuda de todos los métodos posibles, desde los sermones dulzones de los curas y de los profesores hasta el fusilamiento de los huelguistas por las ametralladoras, alcanzó la altura de hoy.
El ex Secretario de Estado americano, Mr. Lansing cuenta, en su libro sobre la paz de Versalles, que Mr. Lloyd George ignora la geografía, la economía política, etc. Estamos dispuestos a creerlo. Pero lo que verdaderamente es indudable para nosotros es que el propio Mr. Lloyd George tiene llena la cabeza de las viejas costumbres de engañar y violentar a los trabajadores, empezando desde las más finas y astutas hasta las más sangrientas; que ha sabido recoger toda la experiencia que suministra este informe sobre la antigua historia de Inglaterra y que ha desarrollado y perfeccionado sus medios gracias a la experiencia de estos últimos años de turbaciones. Míster Lloyd George es, en su género, un estratega excelente de la burguesía amenazada por la historia. Y estamos obligados a reconocer, sin disminuir el valor presente; ni mucho menos los méritos futuros del Partido Comunista inglés -¡tan joven aún!-, que el proletariado inglés no posee todavía un estratega semejante. En Francia, el presidente de la República, Millerand, que perteneció al partido de la clase obrera, así como el jefe del Gobierno, Briand, que antaño propagó entre los obreros la idea de la huelga general, han puesto al servicio de los intereses de la burguesía, a título de jefes contrarrevolucionarios distinguidos, la rica experiencia política de la burguesía francesa, la misma que ellos atacaron desde el campo proletario. En Italia, en Alemania, vemos con qué esmero atrae a su seno la burguesía para colocarlos a su cabeza-a los hombres y a los grupos que acumularon experiencia sobre la lucha de clases sostenida por la burguesía para su desarrollo, para su riqueza, poder y conservación.
* Sin duda, se refiere al análisis de la situación mundial que figura como primera parte del presente folleto. (N. del E.)
La tarea de la clase obrera, tanto en Europa como en el mundo entero, consiste en oponer a la estrategia contrarrevolucionaria burguesa, acentuadísima, su propia estrategia revolucionaria, llevándola al último extremo. A este fin, es preciso darse perfecta cuenta de que no se conseguirá nunca abatir a la burguesía automática, mecánicamente, por la única razón de que esté sentenciada por la historia. Sobre el áspero campo de la batalla política vemos, a un lado, la burguesía con todo su poder y facilidades, y al otro, la clase obrera con sus fracciones, sus sentimientos, sus niveles de progreso distintos, y con su Partido Comunista, que lucha con otros partidos y organizaciones para lograr la influencia sobre las masas trabajadoras. El Partido Comunista, que cada día crece más y mejor se sitúa a la cabeza de la clase obrera europea, debe maniobrar en la lucha avanzando y retrocediendo, reafirmando su influjo y conquistando nuevas posiciones, hasta que se ofrezca el momento favorable para derrotar a la burguesía. Lo repito: este es un complejo problema de estrategia, como ya dije ampliamente en el Congreso anterior. Podemos decir que el tercer Congreso de la Internacional Comunista fue una alta escuela de estrategia revolucionaria.
Se celebró el primer Congreso poco después de la guerra, apenas nacido el comunismo como movimiento europeo, cuando se esperaba -con fundamento- que un asalto casi elemental de la clase obrera podría derribar a la burguesía, la cual no había tenido tiempo aún de encontrar una orientación nueva ni nuevos puntos de apoyo. Tales pensamientos y esperanzas justificábanse en gran parte por el estado de cosas de entonces, objetivamente juzgadas. La burguesía estaba espantada por los resultados de su propia política de guerra. Ya he hablado en mi informe sobre la situación mundial de todo ello, y no creo necesario repetirlo ahora. De todos modos, es indudable que en la época del primer Congreso (1919) todos esperábamos, los unos más, los otros menos, que un sencillo asalto de las masas trabajadoras y campesinas derribaría a la burguesía en un futuro próximo. Y. en efecto, el ataque fue poderoso. El número de las víctimas, grande. Pero la burguesía soportó este primer asalto, y gracias a ello, ha podido reafirmarse en su estabilidad de clase.
El segundo Congreso, en 1920, se verificó en un momento crítico: cuando se notaba que la burguesía no se abatiría por medio de un solo ataque de varias semanas, ni en un mes, ni en dos, ni en tres; cuando se necesitaba una preparación política y una organización de las más serias. Y al mismo tiempo, la situación era muy difícil. Como recordarán, el Ejército Rojo se aproximaba a Varsovia y podía contarse con que, vista la situación revolucionaria en Alemania, Italia y alrededores, el impulso militar, que si no podía tener significación por sí mismo constituía una fuerza suplementaria, introducido en la lucha de las fuerzas europeas, soltaría la avalancha de la revolución, momentáneamente contenida. Esto no ocurrió.
Después del segundo Congreso de la Internacional Comunista apareció más claramente la necesidad de aplicar una estrategia revolucionaria más compleja. Vemos a las masas de trabajadores, que después de la guerra han adquirido experiencia más sólida, enderezarse ellas mismas en esa dirección, y a consecuencia de tal orientación, vemos a los Partidos Comunistas crecer por todas partes. Durante el primer período millones de obreros se lanzaron en Alemania al asalto de la vieja sociedad, sin prestar atención apenas a los grupos espartaquistas. ¿Qué significaba aquello? Parecíales a las masas obreras después de la guerra que para obtener reivindicaciones bastaba ejercer presión, atacar para que mucho, si no todo, cambiara. He ahí por qué millones de obreros creían que era inútil gastar energía para fundar y organizar un Partido Comunista. No obstante, en el curso del año 1920, los Partidos Comunistas en Alemania y Francia, los dos países más importantes del continente europeo, se han transformado de pequeños cenáculos que eran en organizaciones que agrupan a centenares de millares de obreros: casi 400.000 en Alemania y 120 a 130 mil en Francia, lo que, en las condiciones francesas, constituye una cifra muy elevada. Tal circunstancia nos prueba hasta qué punto habían sentido las masas obreras en este período que era imposible vencer sin tener una organización particular, en el seno de la cual analizara la clase obrera su experiencia y sacara conclusiones; en una palabra, sin la dirección de un partido centralizado. En esto consiste la importancia de los resultados adquiridos en el último período: la fundación de los Partidos Comunistas de masa, a los que es preciso añadir a Checoslovaquia, que cuenta con 350.000 miembros. (Después de la fusión con la organización comunista de la minoría alemana, el partido checoslovaco contará 400.000, ¡ para una población de doce millones!).
Sería erróneo suponer que estos jóvenes Partidos Comunistas, apenas fundados, tengan ya el arte de la estrategia revolucionaria. No. La experiencia táctica del último año lo demuestra bien claro. Y el tercer Congreso se encuentra frente a este problema.
Este último Congreso, hablando en términos generales, debió pronunciarse sobre dos problemas. EI primero consistía, y consiste todavía, en desembarazar a la clase obrera, comprendiendo nuestros propios rangos comunistas, de los elementos que no quieren la lucha, que tienen miedo y que ocultan, bajo ciertas teorías generales, su deseo de no combatir y su tendencia íntima al acuerdo con la sociedad burguesa. La depuración del movimiento obrero en su conjunto, y con más razón en los elementos comunistas, la expulsión de las tendencias reformistas, centristas y mediocentristas, tienen doble carácter: cuando se trata de los centristas conscientes, de los colaboracionistas y de los mediocolaboracionistas acabados, es necesario echarlos sencillamente de las filas del Partido Comunista y del movimiento obrero; cuando, sin embargo, tengamos noticia de las tendencias mediocentristas mal definidas, debemos ejercer una influencia rectora e influyente para empujar a los elementos indecisos a la lucha revolucionaria. Así, pues, la primera tarea de la Internacional Comunista consiste en desembarazar al partido de la clase obrera de los elementos que no quieren luchar y que, por lo mismo, paralizan la lucha del proletariado.
Pero todavía hay una tarea más importante: aprender el arte de luchar, arte que no cae sobre la clase obrera o sobre el Partido Comunista como un don de los cielos. No puede aprenderse el arte de la táctica y de la estrategia, el arte de la lucha revolucionaria más que por la experiencia, por la crítica o la autocrítica. Dijimos en el tercer Congreso a los jóvenes comunistas: "Camaradas, no queremos solamente una lucha heroica, sino, ante todo, la victoria". Durante los últimos años hemos asistido a numerosos combates heroicos en Europa, en Alemania sobre todo. En Italia vimos una gran lucha revolucionaria, una guerra civil con sus inevitables víctimas. Verdad es que todo combate no conduce a la victoria. Los fracasos son inevitables. Pero no es preciso que tales fracasos sean la consecuencia de las faltas cometidas por el Partido. No obstante, hemos visto más de una forma y más de un medio de combate que no llevan a la victoria, ni llevarán nunca, y que están dictados a menudo más por la impaciencia revolucionaria que por la idea política. Por tales hechos, que determinaron la lucha de ideas que tuvo lugar en el tercer Congreso de la Internacional Comunista, debo explicarme, camaradas. Semejante lucha no ha tenido caracteres de rigor ni de "lucha de fracción". Por el contrario, hemos respirado una atmósfera muy cordial y seria en el Congreso, y nuestra lucha de ideas lo era enteramente de principios, y al mismo tiempo tenía el aspecto de un cambio de opiniones objetivo.
Nuestro Congreso fue un gran Soviet político y revolucionario de la clase obrera, y en este Soviet nosotros, representantes de distintos países, basándonos en la experiencia adquirida por esos países, hemos verificado y confirmado de manera práctica nuestras tesis sobre la necesidad de desembarazar a la clase obrera de los elementos que no quieren luchar y que son incapaces de nada; por otra parte, expusimos en toda su amplitud y agudeza el siguiente problema: la lucha revolucionaria por el poder tiene sus leyes, sus medios, su táctica y su estrategia; quien ignora este arte jamás conocerá la victoria.
Los problemas de la lucha contra los elementos centristas y mediocentristas aparecen claros en el asunto del Partido Socialista italiano, puesto a la orden del día. Ya conocen ustedes la historia de tal cuestión. Una lucha interior y una escisión tuvieron lugar en el Partido Socialista italiano, antes de la guerra imperialista. Así se desembarazó de los peores patrioteros. Además, Italia entró en la guerra nueve meses después que los otros países. Este hecho facilitó al Partido Socialista italiano su política contra la guerra. El Partido no se dejó arrastrar por el patriotismo y conservó la actitud crítica con respecto a la guerra y al gobierno. Gracias a lo cual fue posible que tomara parte en la Conferencia antimilitarista de Zimmerwald, aun cuando su internacionalismo tuviese un aspecto amorfo. Más tarde, la vanguardia de la clase obrera italiana empujó a los círculos dirigentes del partido más a la izquierda de lo que eran sus deseos, y el Partido se ha encontrado en el seno de la Tercera Internacional con un Turati que busca demostrar con sus discursos y sus escritos que la Tercera Internacional no es más que un arma diplomática entre las manos del poder de los Soviets, el cual, bajo pretexto de internacionalismo, lucha por los intereses "nacionales" del pueblo ruso. ¿No resulta monstruoso oír semejante opinión a un-¡no sé cómo le llamo así!- "camarada" de la Tercera Internacional? Hasta qué punto era anormal la entrada del Partido Socialista italiano, bajo; su vieja forma, en la Internacional Comunista. Si se pregunta cómo y por qué retrocedió a septiembre de 1920. Se llegó a decir que en esa acción el Partido "traicionó" a la clase obrera. Si se pregunta cómo y por qué retrocedió el Partido y capituló en otoño del año pasado, durante la huelga general y la ocupación de las, fábricas, talleres, etc., por los obreros; si se pregunta qué constituía la traición: si el reformismo mal entendido, la irresolución ligereza política o cualquier cosa, sería difícil hallar contestación. El Partido Socialista italiano se encontraba después de la guerra bajo la influencia de la Internacional Comunista, como correspondía al gusto de las masas trabajadoras; pero su organización encontraba principalmente su poder en el centro y en la derecha. A fuerza de hacer la propaganda para la dictadura del proletariado, para el poder de los Soviets, para el martillo y la hoz, para la Rusia de los Soviets, etc., la clase trabajadora italiana, en su conjunto, toma todas esas palabras en serio y emprende el camino de la lucha abiertamente revolucionaria. En septiembre del año pasado se ocuparon talleres, fábricas, minas y grandes propiedades agrarias. Pero precisamente en este momento, que debe sacar el Partido todas las conclusiones políticas y prácticas de su propaganda, tiene miedo de su responsabilidad, retrocede, deja al descubierto la retaguardia del proletariado, y las masas obreras caen bajo las hordas fascistas. La clase trabajadora pensó y esperó que el partido que le llamó a la lucha consolidaría el desarrollo de su ataque. Y así debió hacerse. La esperanza del proletariado estaba bien fundada: el poder de la burguesía se desmoralizaba y paralizaba, y no había confianza ni en el ejército ni en la policía. Era, pues, natural-a mi juicio-que la clase obrera pensase que el Partido se encontraba en el deber de llevar hasta el fin el combate comenzado. Sin embargo, en el momento más crítico el Partido se hizo atrás, privando a la clase obrera de sus jefes y de parte de sus fuerzas. Aquí se ve claramente que en la Internacional Comunista no había sitio para semejantes políticos. E1 Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista ha decidido-después de consumada la escisión que tuvo lugar en el Partido italiano-que sólo su ala de izquierda comunista representa una sección de la Internacional Comunista. Por lo mismo, el partido de Serrati, es decir, la fracción directiva del ex Partido Socialista italiano, ha sido arrojado de la Internacional Comunista. Desgraciadamente, y ello se explica por condiciones particularmente desfavorables, o acaso por errores de nuestra parte; desgraciadamente repito, el Partido Comunista italiano ha recibido en sus filas-en el momento de su fundación-menos de 50.000 afiliados, mientras que el Partido de Serrati conservaba casi 100.000 miembros, entre los cuales se contaban 14.000 reformistas determinados, formando una fracción organizada (tienen su Conferencia en Reggio-Emilia). No es que vayamos a decir que los 100.000 obreros que constituyen el Partido Socialista sean nuestros adversarios. Si hasta ahora no los tenemos en nuestras filas la falta es de nuestra responsabilidad. Prueba la justicia de tal observación que el Partido Socialista italiano, aunque excluido de la Internacional Comunista, ha enviado a nuestro Congreso tres representantes.¿ Qué significa eso? Los directivos del Partido se han colocado, por su política, fuera de la Internacional; pero las masas obreras les obligan a llamar a sus puertas.
Los obreros socialistas han demostrado que sus sentimientos eran revolucionarios y que ellos querían estar con nosotros. Mas nos han enviado gente que demuestran, con su conducta, que no han asimilado ni las ideas ni los métodos del comunismo. Los obreros italianos pertenecientes al partido de Serrati también demostraron que eran revolucionarios en su mayoría, aunque no poseían aún clara visión política de las cosas. Vimos en nuestro Congreso al viejo Lazzari. Desde el punto de vista personal, es una figura atrayente, un viejo luchador innegablemente honrado, un hombre sin tacha; pero no un comunista. Se halla totalmente bajo la influencia de las ideas democráticas, humanitarias y pacifistas. Nos contestó en el Congreso: "Ustedes exageran la importancia de un Turati. Exageran, en general, la importancia de nuestros reformistas. Nos piden que los excluyamos; pero, ¿cómo vamos a hacerlo, si ellos obedecen la disciplina del Partido? Si nos dieran el ejemplo de un hecho que pudiera probar su abierta oposición al Partido, si hubieran participado de un gobierno a pesar de nuestras resoluciones, si hubieran votado el presupuesto de guerra a pesar nuestro, entonces hubiésemos podido excluirles; pero no ha sido así". Nosotros citamos entonces a Lazzari artículos de Turati dirigidos contra el abecé del socialismo revolucionario. Lazzari nos contestó que aquellos artículos no constituían hechos, que en su Partido existía libertad de opinión, etc. Sin embargo, le dijimos: "Permitid. Si para excluir a Turati es preciso que se cumpla un "hecho", es decir, que él acepte-por ejemplo- una cartera de manos de Giolitti, es indudable que Turati, que es un político inteligente, no lo hará jamás, ya que no se trata de un arribista de baja estofa que aspire a una cartera. Turati es un colaboracionista probado, enemigo irreductible de la revolución; pero, en su especie, un político hábil. E1 quiere, cueste lo que cueste, salvar la "civilización" democrática y burguesa y remontar con este fin la corriente revolucionaria de la clase obrera. Cuando Giolitti le ofrece una cartera, y eso ha debido ocurrir más de una vez, Turati le responde, poco más o menos: "Si acepto la cartera eso constituirá el "hecho" de que habla Lazzari. En cuanto acepte la cartera me cogerá sobre el "hecho" y me echará del Partido. Y, una vez que se me haya echado del Partido, tú no tendrás necesidad de mí, compadre Giolitti, pues si ahora me necesitas es porque pertenezco a un gran partido obrero. De modo que, tan pronto sea yo excluido del Partido tú me echarás a tu vez del Ministerio. He aquí por qué no aceptaré tu cartera nunca, para no proporcionar a Lazzari el "hecho" y ser el verdadero jefe del Partido Socialista".
Este ha debido ser aproximadamente, el razonamiento que se hizo Turati y tiene razón: es más perspicaz que el idealista y pacifista Lazzari. "Ustedes exageran la importancia del grupo Turati -nos decía Lazzari-. Es un grupito, lo que en francés se llama una cantidad despreciable". A lo que contestamos: "¿ Y sabe usted que en este mismo momento, mientras aquí, en la tribuna de la Internacional de Moscú, usted nos pide ser admitido en nuestras filas, Giolitti pregunta a Turati por, teléfono: "¿Sabes, amigo mío, que está Lazzari en Moscú y que acaso tome allí, con los bolcheviques, algunos acuerdos peligrosos en nombre de tu Partido?" ¿Sabe usted lo que contesta Turatti? Pues seguramente esto: "No hagas caso, amigo Giolitti; nuestro Lazzari no es más que una cantidad despreciable". Y seguramente en esto tiene mucha más raz6n que Lazzari.
Tal fue nuestro diálogo con los temerosos representantes de una parte considerable de los obreros italianos. A fin de cuentas, se ha decidido presentar a los socialistas italianos un ultimátum: convocar en un plazo de tres meses un Congreso del Partido, excluir de ese Congreso a todos los reformistas (que se han causado su propia desmembración al reunirse en la Conferencia de Reggio-Emilia) y unirse con los comunistas según la base de las resoluciones del tercer Congreso. ¿ Cuáles serán los resultados prácticos inmediatos de esta decisión? ¿Es tan difícil predecirlos exactamente? ¿Vendrán con nosotros todos los serratianos? Lo dudo. Además, no lo deseamos. Hay hombres entre ellos de los que no tenemos necesidad. E1 paso dado por nuestro Congreso era justo. Su objeto es recobrar a los obreros llevando la escisión a las filas de los jefes que vacilan.
Encuéntranse, sin embargo, entre los delegados del Partido Comunista italiano, así como entre los representantes de las Juventudes, las más acerbas críticas de esta decisión. Los comunistas italianos, sobre todo los de izquierda, han reprochado muy particularmente al Congreso "el haber abierto la puerta" a los serratianos, a los oportunistas y a los centristas. Estas palabras: "Han abierto las puertas de la Internacional Comunista", han sido repetidas millares de veces. Les hemos explicado: "Camaradas, vosotros tenéis a vuestro lado 50.000 obreros: los serratianos tienen casi 100.000. No se puede estar contento de esos resultados". Han contrastado las cifras y afirmado que un gran número de miembros había abandonado ya el Partido Socialista, lo que sería posible; pero su argumento principal es este: "Toda la masa del Partido Socialista y no sólo sus jefes, es reformista y oportunista". Preguntamos: "¿ De qué modo, pues, por qué razón y a título de qué han enviado entonces aquí, a Moscú, a Lazzari, Maffi y Riboldi?". Los jóvenes comunistas italianos no me han dado una respuesta clara: "Vedlo: es que la clase obrera, en su conjunto, gravita hacia Moscú y hacia allí se inclina el partido oportunista de Serrati". Ese argumento ha sido extraído de los cabellos. Si, verdaderamente, la cosa se presentaba así; si la clase obrera en masa se inclinaba hacia Moscú, la puerta de Moscú le sería abierta: esta puerta es el Partido Comunista italiano, que pertenece a la Internacional. ¿ Por qué elige la clase trabajadora italiana una vía tan indirecta hacia Moscú, apoyándose en el partido de Serrati, en lugar de entrar sencillamente en el Partido Comunista de Italia? Es evidentísimo que todas esas denegaciones de los comunistas de izquierda eran erróneas y tenían su fuerte en una comprensión insuficiente de la tarea fundamental: la necesidad de conquistar la vanguardia obrera y, ante todo, los obreros que quedan en las filas del Partido Socialista italiano, no siendo los peores. .E1 error de las "izquierdas" tiene su origen en la impaciencia revolucionaria tan acentuada, que impide ver las tareas previas, las más importantes, y que tanto perjudica a los intereses de la causa. Ciertos comunistas "de izquierda" creen que para su tarea directa, consistente en derribar la burguesía, es inútil pararse en el camino, entrar en conversaciones con los serratianos, abrir la puerta a los obreros que siguen a Serrati, etc. Y es esta, sin embargo, nuestra tarea principal, ¡ y no es tan sencilla como pudiera creerse! También necesitamos conversaciones, tanto o más que luchas, exhortaciones y nuevos acuerdos, y, acaso, nuevas escisiones. Algunos camaradas impacientes quisieran volver sencillamente la espalda a esos menesteres, y, en consecuencia, a los mismos obreros socialistas. Los que quieran pertenecer a la Tercera Internacional-se dicen- que se adhieran directamente a nuestro Partido Comunista. Esa es, aparentemente, la solución más fácil del problema; pero, en realidad, equivale a plantear la cuestión en los términos más esenciales: ¿cómo, por qué métodos, atraer a los obreros socialistas al Partido Comunista? Cerrando automáticamente la puerta de la Internacional no obtendremos respuesta. Los obreros italianos saben muy bien que el Partido Socialista perteneció también a la Internacional Comunista. Los jefes del Partido Socialista italiano pronunciaron discursos revolucionarios llamando a la lucha, han reclamado el poder de los Soviets y llevado a los obreros a la huelga del mes de setiembre y a la ocupación de los talleres y fábricas. En seguida han capitulado sin aceptar la batalla, mientras luchaban los obreros. La vanguardia del proletariado italiano está en plan de digerir este hecho en su conciencia. Los obreros ven a la minoría comunista separarse del Partido Socialista y dirigirse a ellos con los mismos, o casi los mismos, discursos con que el partido de Serrati se les dirigía ayer. Los obreros dirán para sí: "Hay que esperar, ver lo que significa; hay que estudiar la cosa...". En otros términos, piden, acaso, con poca conciencia, pero con verdadero afán, que el nuevo partido, el comunista, se dé a conocer activamente, que prueben sus jefes que están hechos de otra pasta y que están ligados indefectiblemente a las masas en sus luchas, por duras que sean las consecuencias de esas luchas. Es preciso conquistar con los actos y con las palabras, con las palabras y los actos, la confianza de las decenas de millares de obreros socialistas que aún se encuentran en el cruce de los caminos, pero que quisieran estar en nuestras filas. Si volvemos tranquilamente la espalda, movidos por el deseo de derrocar inmediatamente a la burguesía, haremos un gran perjuicio a la revolución, y, sin embargo, es precisamente en Italia donde las condiciones son muy favorables para una revolución victoriosa del proletariado en el porvenir más próximo.
Imaginamos por un momento, sólo a título de ejemplo, que los comunistas italianos, admitámoslo, hayan llamado en mayo de este año a la clase obrera de Italia a una nueva huelga general y a una insurrección. Si se dijeron: "E1 Partido Socialista que dejamos sucumbió en septiembre, y nosotros, los comunistas debemos ahora, cueste lo que cueste, tomar esta tarea y conducir enseguida a la clase obrera a una batalla decisiva''. Juzgándolo superficialmente, pudiera creerse que ese fuera el deber de los comunistas; pero, en realidad, no es así. La estrategia revolucionaria elemental nos dice que tal llamada, en las actuales condiciones, sería una locura y un crimen, pues la clase obrera, que en el mes de setiembre fue cruelmente fogueada por seguir a los directores del Partido Socialista, no hubiese creído que pudiera repetirse con éxito la operación en mayo, bajo la dirección del Partido Comunista, que aún no conocía suficientemente. La falta fundamental del Partido Socialista consiste en que ha llamado a la revolución sin sacar las conclusiones necesarias; es decir, sin realmente prepararse a la revolución, sin explicar a la clase obrera las cuestiones para la toma del poder, sin desembarazar sus filas de los que no quieren el poder, sin elegir ni educar a sus militantes, sin crear los núcleos de asalto capaces de manejar armas y enarbolarlas en el momento preciso... En una palabra, el Partido Socialista llamaba a la revolución, pero sin prepararse para ella. Si los comunistas italianos hubieran lanzado ahora una simple llamada a la rebelión, hubieran repetido la falta de los socialistas, y aún en condiciones incomparablemente más difíciles. La tarea de nuestro Partido hermano en Italia es de preparar la revolución, es decir de conquistar ante todo la mayoría de la clase obrera y de organizar como sea su vanguardia Aquel que hubiera librado la partida impaciente de los comunistas italianos hacia atrás y hubiera dicho: "Antes de llamar a la insurrección tratad de conquistar a los obreros socialistas, purificad los sindicatos, poned en puestos responsables a los comunistas, en lugar de los oportunistas; conquistad a las masas", el que así hubiese hablado, aunque pareciera dejar atrás a los comunistas, lo que en realidad hubiera hecho es indicar la ruta que lleva a la victoria de la revolución.
Todo lo que acabamos de decir, camaradas, es elemental desde el punto de vista de la experiencia revolucionaria. Sin embargo, ciertos elementos "de izquierda" de nuestro Congreso han creído ver en semejante táctica una inclinación a la "derecha", y algunos jóvenes camaradas revolucionarios, sin experiencia, pero llenos de energía y prestos a la lucha y a los sacrificios, han sentido que sus cabellos se les erizaban al oír los primeros discursos críticos y prudentes pronunciados por los camaradas rusos. Algunos de esos jóvenes revolucionarios, según dicen habían besado la tierra de los Soviets atravesando la frontera. Y aunque nosotros trabajamos todavía demasiado mal nuestra tierra para que sea digna de tales besos, comprendemos, sin embargo, el entusiasmo revolucionario de nuestros jóvenes amigos extranjeros. Parece vergonzoso tal retraso y no haber realizado aún la revolución. Con estos sentimientos entran ellos en las salas del Palacio Nicolás. ¿Qué ven allí? Los comunistas rusos suben a la altura y no solamente no exigen el llamado inmediato a la insurrección sino que, por el contrario, los ponen en guardia contra las aventuras e insisten para que se atraiga a los obreros socialistas, que se conquiste la mayoría de los trabajadores y que, cuidadosamente, ¡se prepare la revolución!
Ciertos extremistas de izquierda han convenido en que el negocio no se presentaba muy claro. Elementos semihostiles, tales como los delegados de la organización llamada "Partido Obrero Comunista de Alemania" (este grupo forma parte de la Internacional con voz consultiva), razonan de la siguiente manera: "E1 poder soviético no esperó a que estallara la revolución en Europa para establecer su política. Ha perdido así, por medio de su Comisariado del Comercio Exterior, un gran comercio mundial. Y el comercio es un negocio serio, que requiere relaciones serenas y pacíficas. Se sabe desde hace tiempo que los tumultos revolucionarios perjudican al comercio. Por esta razón, colocándonos en el punto de vista del Comisariado del camarada Krasin, estamos interesados, como veis, en retardar la revolución cuanto sea posible" (Risas). Camaradas, yo siento infinitamente que vuestra unánime risa no pueda ser trasmitida por radio a varios camaradas de la extrema izquierda de Alemania e Italia. La hipótesis de nuestra oposición a los tumultos revolucionarios, oposición que tiene su fuente en nuestro Comisariado del Congreso del Comercio Exterior, es tanto más curiosa cuanto que en marzo de este ano, al desarrollarse en Alemania los trágicos combates de que hablaré más tarde, combates que los diarios burgueses y socialdemócratas alemanes, y tras ellos la prensa mundial, gritaron que la insurrección de marzo fue provocada por una orden de Moscú, que el poder de los soviets, que vivía en esta época jornadas difíciles (rebeliones de campesinos, Cronstad, etc.), había dado para su propia salud orden de organizar las insurrecciones, independientemente de la situación particular de cada país. ¡ Qué difícil es imaginar una tontería tan grande! No obstante, los camaradas delegados de Roma, de París, de Berlín apenas han tenido tiempo de llegar a Moscú cuando una nueva teoría se ha forjado en el otro extremo, el de la izquierda: la teoría según la cual, no solamente "no damos órdenes" para organizar las insurrecciones inmediata e independientemente de las circunstancias exteriores, sino que, por el contrario, interesados en el magnífico desarrollo de nuestro comercio, sólo nos preocupamos de una cosa, de retrasar la revolución. ¿Cuál de las dos tonterías, contrarias la una a la otra, es la más tonta? Es difícil juzgarlo. Si somos culpables de las faltas cometidas en marzo -suponiendo que pueda hablarse de culpabilidad-, también lo es en este sentido la Internacional en su conjunto, y por consiguiente también, nuestro Partido, porque todavía no ha educado suficientemente a las masas en cuanto concierne a la táctica revolucionaria, haciendo así imposible los actos y los métodos erróneos. Pero sería ingenuo soñar que jamás se cometieran errores...
La cuestión de los acontecimientos de marzo ha ocupado, en cierto sentido, un sitio preferente en nuestros debates del Congreso, y esto no es casual: de todos los partidos comunistas, el de Alemania es uno de los más poderosos y de los preparados desde el punto de vista teórico, y en cuanto a su capacidad revolucionaria, a mi parecer, Alemania está en primer lugar. Respecto a la situación interior, siendo Alemania un país vencido es uno de los más propicios a la revolución. Es, pues, natural que los métodos de lucha del Partido Comunista alemán adquieran importancia internacional. Sobre el suelo alemán los más importantes acontecimientos de la lucha revolucionaria se desarrollaron ante nuestros ojos desde 1918, y es por esto por 1o que podemos estudiar con el ejemplo vivo sus ventajas y sus inconvenientes
¿Y en qué consistieron los acontecimientos de marzo? Los proletarios de la Alemania del centro, obreros de la región industrial, y minera, representaban hasta hace poco, incluso durante la guerra, una de las fracciones más retrasadas de la clase obrera, Seguían en su mayoría, no a los socialdemócratas, sino a las pandillas patrióticas, burguesas y clericales; eran fieles al emperador, etc. Las condiciones de su vida y de su trabajo eran excepcionalmente pesadas. Ocupaban, en relación con los obreros de Berlín, el mismo sitio que entre nosotros, los distritos retrasados del Ural, en relación con los obreros de Petrogrado. Durante una época revolucionaria, ocurre más de una vez que una parte, la más oprimida y retrasada de la clase obrera, despierta por primera vez al estruendo de los acontecimientos y aporta a la lucha la energía más grande y está presta a combatir sin condiciones y, a menudo sin contar con las circunstancias ni con las posibilidades de vencer; es decir con las exigencias de la estrategia revolucionaria. Así mientras los obreros de Berlín y Sajonia, por ejemplo, después de la experiencia de los años 1919-1920, se han vuelto más circunspectos, lo que une sus ventajas e inconvenientes. los obreros centroalemanes en cambio continúan manifestándose enérgicamente, realizando huelgas y tumultos, sacando a los capataces de los talleres en carretillas, organizando reuniones durante las horas de trabajo, etc. Es evidente que tal género de acción es incompatible con las tareas sagradas de la República de Ebert. Nada tan asombroso como que esta república conservadora y policíaca, en la persona de su agente de policía, el socialdemócrata Hoersing, haya decidido una cierta "depuración", es decir, echar los elementos más revolucionarios, detener a ciertos comunistas, etc. El Comité Central del Partido Comunista alemán pensó, precisamente en esta época (mediados de marzo), que era preciso hacer una política revolucionaria más activa. E1 Partido alemán, según recordaréis, había sido creado un poco antes por la reunión de las antiguas agrupaciones espartaquistas y de la mayoría de los independientes, y, por lo mismo, ha tenido que resolver prácticamente el problema de la acción de masas. La idea de que había que realizar una política más activa, era perfectamente justa. Pero, ¿cómo habría que llevarla a la práctica? Al mismo tiempo que se publicaba la orden del policía socialdemócrata Hoersing, pidiendo los obreros lo que en vano y más de una vez les había pedido el Gobierno Kerenski: no organizar reuniones en las horas del trabajo, considerar la propiedad de las fábricas como sagrada, etc.; el Comité Central del Partido Comunista lanzó un llamamiento a la huelga general para sostener a los obreros de Centroalemania. Una huelga general no es cosa que la clase obrera emprende a la ligera, a la primera indicación del Partido, sobre todo cuando ha sufrido anteriormente una serie de derrotas y tanto más en un país donde hay, junto al Partido Comunista otros dos partidos socialdemócratas, y donde la organización sindical está en contra nuestra. Sin embargo, si nos fijamos en el órgano central del Partido Comunista, la Rote Fahne, durante todo este período, día tras día nos daremos cuenta de que la llamada a la huelga general no ha estado bien preparada. En Alemania se ha efectuado más de una sangría cuando la revolución, y la resistencia a la ofensiva policíaca contra el centro de esta nación no pudo abarcar a toda la clase obrera. Una seria acción de masas hubiera debido estar precedida evidentemente de una agitación enérgica y generalizada, con consignas definidas hacia el mismo fin; tal agitación hubiese podido llevar llamamientos definitivos para la acción sólo en el caso en que se hubiera podido averiguar hasta qué grado estaban preparadas y dispuestas las masas para avanzar por el camino de la revolución. Tal es el principio elemental de toda estrategia revolucionaria, y es precisamente ése el principio que no se ha tomado en cuenta durante los acontecimientos de marzo. Los batallones de policía no tenían aún tiempo de alcanzar las fábricas y minas de Alemania central, si en ellas se hubiese desencadenado una huelga general. Ya dije que los obreros de Centroalemania estaban dispuestos a una lucha inmediata, y que la indicación del Comité fue seguida. Pero las cosas no pasaron lo mismo en el resto del país. La situación de Alemania, tanto interior como exterior, no favorecía el paso brusco a la acción. Las masas, sencillamente, no comprendieron el llamamiento.
Sin embargo, ciertos teóricos muy influyentes del Partido Comunista de Alemania, en lugar de reconocer que la llamada era un error, han emitido, para explicarla la teoría, según la cual debíamos, durante la época revolucionaria, hacer exclusivamente una política ofensiva, esto es, de ataque revolucionario. De esta manera se presenta a las masas la acción de marzo como una ofensiva. Ensayada, parecida la situación en su conjunto. En realidad, el primer asalto fue dado por el policíaco socialdemócrata Hoersing. Hay que aprovechar para reunir a todos los obreros para la defensa, resistencia; el contraataque más restringido. Si son propicias las condiciones, si encuentra eco favorable la propaganda, puede pasarse a una huelga general. Si los acontecimientos se desarrollan de más en más, si las masas se sublevan, si la unión entre los trabajadores se reafirma y crece su moral, mientras que en el campo de los adversarios la falta de decisión y el desorden aparecen, entonces puede ordenarse pasar a la ofensiva Por el contrario, si la decisión no es favorable, si las condiciones y la moral de las masas no se prestan a obedecer, hay que tocar retirada, replegarse en lo posible ordenadamente hacia las posiciones anteriores, obteniendo así la ventaja de no haber sondeado la masa obrera, reforzado su unión anterior y, lo que es más importante, de haber aumentado la autoridad del Partido, que se habrá revelado como un jefe juicioso en todas las situaciones.
Pero ¿qué hace el centro director del Partido alemán? Parece aprovechar la primera ocasión y, antes que ella sea comprendida por los obreros, e1 Comité Central llama a la huelga general. Aún antes de que el Partido haya acertado a sublevar a los obreros de Berlín, Dresde, Munich, para sostener a los de Centroalemania -lo que hubiera podido lograrse en el espacio de unos días, si hubiesen sido conducidas con energía las masas después de un plan bien concebido y sin saltarse los acontecimientos-, antes que el Partido haya cumplido ese trabajo, se proclama como una ofensiva nuestra acción.. Ello significa malbaratar el asunto y paralizar el avance del movimiento. Es evidente que, en este período de lucha, la iniciativa del movimiento estaba en las manos del enemigo. Era preciso explotar el elemento moral de la defensa y llamar al proletariado del país entero en socorro de los obreros centroalemanes. Las formas de este socorro podían al principio ser variadas antes de que el Partido pudiera lanzar directivas más amplias. La tarea de la agitación consistía en sublevar las masas, concentrar su atención sobre los acontecimientos de Alemania central, romper políticamente la resistencia de la burocracia obrera y asegurar, de este modo, el carácter general de la huelga, como base posible para el desarrollo ulterior de la lucha revolucionaria. Y ¿qué tenemos, en cambio? Una minoría revolucionaria y activa del proletariado se ha opuesto en la acción a la mayoría, antes que esta mayoría pudiera enterarse del sentido de los acontecimientos. El Partido resolvió por ella, ante la pasividad e irresolución de la clase obrera. Los elementos impacientes ensayaron aquí y allá, no por medio de propaganda, sino por procedimientos mecánicos, echar a la calle a la mayor parte de los obreros. Verdad que si la mayoría de los obreros se pronuncian a favor de la huelga, pueden forzar a la minoría y cerrar fábricas para llevar a cabo la huelga general. Más de una vez ocurrió así, y así será siempre y sólo los imbéciles pueden protestar por tales procedimientos. Pero la aplastante mayoría de la clase obrera no se da cuenta exacta del movimiento, o no simpatiza con él, o no cree en su eficacia, la minoría, al revés, se decide a avanzar y a ensayar, por procedimientos mecánicos, a incitar a los obreros a la huelga. Esta minoría impaciente, representada por el Partido, puede decidirse a actuar frente a la hostilidad de la clase obrera y romperse así la cabeza.[1]
1. E1 ex presidente del Comité Central del Partido Comunista, Paul Levi, ha criticado la táctica del Partido cuando los acontecimientos de marzo. Pero dio a su crítica un carácter absolutamente inadmisible y desorganizador ¡ así que, en lugar de rendir servicio a la causa, la perjudicó. Una lucha en el seno del Partido trajo la exclusión de Levi y la confirmación de esta exclusión por el Congreso de la Internacional.
Estudiaremos desde este punto de vista toda la historia de la revolución alemana. En noviembre de 1918, la monarquía se ha derrumbado y el problema de la revolución proletaria está a la orden del día. En enero de 1919, se desarrollan los sangrientos combates revolucionarios de la vanguardia proletaria contra el régimen de la democracia burguesa, los cuales se reproducen en marzo de 1919. La burguesía se orienta, rápidamente y elabora su plan estratégico: combate al proletariado en cuanto lo divisa. Los mejores jefes de la clase obrera: Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht, son asesinados. En marzo de 1920, después de la tentativa del golpe de estado contrarrevolucionario de Kapp, quebrado por una huelga general, estalla una insurrección parcial: la lucha armada de los obreros de la cuenca del Ruhr. El movimiento concluye en un nuevo fracaso, causando innumerables víctimas. En fin, en marzo de 1921 aun tenemos una guerra civil parcial y una nueva derrota.
Cuando en enero y marzo de 1919 estaba rebelada parte de los obreros alemanes, que habían perdidos sus mejores jefes, dijimos: "Son las jornadas de julio del Partido Comunista alemán. Recordad las jornadas de julio en Petrogrado de 1917... Petrogrado se adelantó al país, se arrojó solo en la batalla, la provincia no le sostenía lo bastante, y aún se contó en el ejército de Kerenski con regimientos retrasados para ahogar el movimiento. Pero en el mismo Petrogrado, la mayoría del proletariado ya era nuestra. Las jornadas de julio fueron un preámbulo de las de octubre. Es cierto que en julio cometimos algunos errores; pero no los hemos erigido en sistema. Hemos considerado los combates de enero y marzo de 1919 como un "julio" alemán. Aunque este "julio" en Alemania no ha sido seguido de un "octubre", sino de un marzo de 1920, o sea de una nueva derrota, sin hablar de los fracasos parciales y del asesinato sistemático de los mejores jefes locales de la clase obrera alemana. Cuando vimos el movimiento de marzo 1920-digo yo- y en seguida el de marzo 192l, no pudimos menos que decir: No; hay demasiadas jornadas de Julio en Alemania: queremos un "octubre".
Sí hay que preparar un "octubre" alemán, una victoria de la clase obrera alemana. Y he aquí que los problemas de la estrategia revolucionaria se nos ofrecen en toda su amplitud. Está perfectamente claro y evidente que la burguesía alemana, o su pandilla dirigente, lleva su estrategia contrarrevolucionaria hasta lo último: provoca ciertas fracciones en la clase obrera, las induce a la acción, las aísla en regiones especiales, le vigila las armas que lleva en sus manos y se apunta a sus cabezas: la de los mejores a representantes de la clase obrera. En la calle o en un calabozo de castigo, en combate abierto o bajo la ley de fugas, por decreto de una corte marcial o por mano de banda ilegal, perecen individuos, decenas, centenas, millares de comunistas, que personifican la más alta experiencia proletaria; es esta una estrategia severamente calculada, fríamente realizada y que se apoya en la experiencia de la clase dominante.
Y en estas condiciones, cuando la clase obrera alemana en su conjunto siente instintivamente que no podrá dar cuenta de semejante enemigo con las manos desarmadas, que no basta el entusiasmo, sino que se necesita del cálculo frío, de la clara visión de las cosas, de una preparación seria, y cuando todo lo espera de su Partido, se le grita: nuestro deber es no aplicar más que una estrategia ofensiva, o sea atacar en todo momento, pues, como ven hemos entrado en un período revolucionario. Es como si un comandante de ejército dijera: "Puesto que hemos empezado la guerra, nuestra obligación es atacar siempre y por todas partes". Tal jefe sería infaliblemente vencido, aunque dispusiera de fuerzas realmente superiores... Peor aún, existen teóricos, tales como el comunista alemán Maslow, que llegan a decir, a propósito de los acontecimientos de marzo, las siguientes enormidades: "Nuestros adversarios -dice Maslow- nos reprochan por lo de marzo, lo que consideramos como un mérito nuestro. A saber: que el Partido, entrando en la lucha, no haya abortado la cuestión de si sería seguido o no por la clase obrera". Esta cita es casi literal. Desde el punto de vista de los revolucionarios subjetivos o de los socialistas revolucionarios de izquierda, es perfecto. ¡ Pero, desde el punto de vista marxista, es sencillamente monstruoso!
Nuestro deber revolucionario nos obliga a reemprender la ofensiva contra los alemanes que declararon los socialistas revolucionarios de izquierda en julio de 1918. ¿Seremos vencidos? ¡Qué importa! Nuestro deber es marchar adelante. ¿No quieren las masas obreras? Bien; se puede arrojar una bomba contra Mirbach para obligar a los obreros rusos a continuar la lucha en la que deben perecer infaliblemente. Tales razonamientos están muy extendidos en la agrupación llamada Partido Comunista Obrero de Alemania (K. A. P. D.) Es ese un pequeño grupo de socialistas revolucionarios proletarios de izquierda. Nuestros socialistas revolucionarios de izquierda reclutan, o han reclutado, principalmente sus partidarios entre intelectuales y campesinos; tal es su característica social, pero sus métodos políticos son los mismos: se trata de un revolucionarismo histérico, puesto a cada momento a aplicar medidas y métodos extremos sin contar con las masas ni con la situación general; es la impaciencia, en lugar del cálculo; una embriaguez debida a la fraseología revolucionaria; todo eso es lo que ha caracterizado tan plenamente al Partido Comunista Obrero de Alemania. En el Congreso, uno de los oradores, que hablaba en nombre de ese Partido, se expresó así "¿Qué quieren ustedes? La clase obrera alemana está imbuída (dijo verseucht, "apestada") de una ideología de filisteos, de burgueses y burguesillos, ¿qué quieren que se haga? No podrán sacarla a la calle sino recurriendo a un sabotaje económico. . . " Y cuando se le preguntó qué significaban sus palabras, explicó: "En cuanto empiezan a vivir un poco mejor los obreros, ya no quieren revolución. Pero si turbamos el mecanismo de la producción, si atacamos las fábricas, talleres, vías férreas, etc., la situación de la clase obrera empeora y, por lo tanto, se hace más apta para la revolución." No olviden que esto lo ha dicho un representante del Partido "obrero". ¡Es de un escepticismo absoluto!...
Se deduce que si aplicamos el mismo razona miento al campo, los campesinos más conscientes de Alemania deben incendiar sus aldeas, lanzar el gallo rojo a través del país entero, para revolucionar así a los habitantes del campo. No se puede por menos que recordar aquí que, durante el primer período del movimiento revolucionario en Rusia, hacia 1860, cuando los revolucionarios intelectuales eran aún incapaces de toda acción, encerrados como estaban en sus pequeños cenáculos, obstinándose en la pasividad de las masas obreras, entonces ciertos grupos-como los partidarios de Netchaiev-llegaron a pensar que el fuego y los incendios constituían un verdadero elemento revolucionario de la evolución política rusa. . . Es evidente que semejante sabotaje, dirigido, por su misma esencia, contra la mayoría de la clase obrera, constituye un medio antirrevolucionario que crea un conflicto entre la clase obrera y un Partido "obrero" cuyo número de miembros resulta difícil precisar; no suele pasar de tres o cuatro decenas de millares casi siempre, mientras que el Partido Comunista Unificado cuenta, como ustedes saben, con cerca de 400.000 afiliados.
El Congreso ha puesto en su orden del día el asunto de la K. A. P. D. en toda su agudeza, pidiendo a esa organización que convoque, en el plazo de tres meses, un Congreso y que se una con el Partido Comunista Unificado, o bien que se coloque definitivamente fuera de la Internacional Comunista. Puede creerse que la K. O. P. D., tal como está representada por sus jefes actuales aventureros y anarquistas, no se someterá a la decisión de la IC y, encontrándose fuera de ella, ensayará, probablemente con otros elementos "extremistas de izquierda", formar una Cuarta Internacional. Nuestra camarada Kolontai ha soplado un poco en la misma trompeta en el curso de nuestro Congreso. Para nadie es un secreto que nuestro Partido constituye, en el presente, la palanca de la IC. Sin embargo, la camarada Kolontai ha presentado el estado de cosas en nuestro Partido de tal manera, que podría parecer que las masas obreras, con la camarada Kolontai a la cabeza, se verán obligadas, un mes antes o después, a hacer la "tercera revolución", a fin de establecer un "verdadero" régimen de los Soviets. Pero, ¿por qué una tercera revolución, y no una cuarta, cuando la tercera revolución hecha en nombre del "verdadero" régimen soviético ha tenido ya lugar en febrero, en Cronstad ? . . . Todavía hay extremistas de izquierda en Holanda, quizá también en otros países. Ignoro si se han tomado en consideración. Siempre que no sea muy nutrido su número, pues éste sería un peligro que amenazaría a la IV Internacional, si por casualidad se fundara. Verdaderamente, éste sería el peligro de perder hasta un grupito de buenos militantes obreros que se encuentra, sin duda, en su seno. Pero si debe realizarse tal escisión de los sectarios, tendremos muy pronto, no sólo la Internacional Segunda y media a nuestra derecha, sino la número cuatro a nuestra izquierda, en la cual el subjetivismo, la histeria, el espíritu de aventura y la fraseología revolucionaria, estarán muy bien representadas. También dispondremos de un espantajo de "izquierda", del cual nos serviremos para enseñar estrategia a la clase obrera. Cada cosa, como veis, tiene dos caras: una positiva y otra negativa.
Sin embargo, dentro mismo del Partido Comunista Unificado, existían tendencias antimarxistas que salen a luz de manera asombrosa en marzo y después de marzo. Ya he citado el sorprendente artículo de Maslow. Pero Maslow no estaba solo. Se publica en Viena una revista Kommunismus -órgano de la Internacional Comunista, en lengua alemana. En la colección de junio de esta revista, encontramos un artículo que estudia la situación en la Internacional, y en el que, en síntesis, leemos esto: " E1 rasgo principal del actual período revolucionario es que debemos, en los combates parciales, hasta puramente económicos, tales como las huelgas, luchar con las armas en la mano" ¡ He aquí, camaradas, una estrategia a la inversa! Mientras que la burguesía nos provoca para combates parciales y sangrientos, algunos de nuestros estrategas quieren hacer una regla de este género de batalla. ¿ No resulta monstruoso? En Europa, la situación objetiva es profundamente revolucionaria. La nota la clase obrera, y durante todo este período de post-guerra, se lanza, ante todo, a luchar contra la burguesía. En ninguna parte, salvo en Rusia, obtiene la victoria. Entonces comienza a comprender que tenía ante sí una tarea difícil, y se dedica a forjar un arma para la victoria: el Partido Comunista. El cual, sobre este camino, anduvo en Europa, en el curso del año último, pasos de siete leguas. Ahora tenemos verdaderos partidos comunistas de masas en Alemania, en Francia, en Checoslovaquia, en Yugoslavia, en Bulgaria... ¡Una verdadera erupción! ¿Y en qué consiste nuestra tarea más próxima? Consiste en que los Partidos conquisten en el más breve plazo a la mayoría de los obreros industriales y a gran parte de los obreros agrícolas y hasta a los campesinos pobres, como nosotros los conquistamos antes de octubre; además, sin esta conquista, no hubiéramos obtenido nuestra victoria de octubre. Sin embargo, ciertos falsos estrategas dicen que, siendo la época de ahora revolucionaria, nuestro deber es encarar la lucha a cada momento, incluso la lucha parcial, usando de métodos de revolución armada. ¡Pero la burguesía no desea más que esto! En el momento en que el Partido Comunista se desarrolla con rapidez extraordinaria y extiende cada vez más sus alas por encima de toda la clase obrera, la burguesía provoca a la parte más impaciente y combativa de los obreros a una lucha prematura, sin el apoyo de la gran masa obrera, a fin de batir al proletariado, dividiéndolo, y de minar así su fe en su capacidad de victoria sobre la burguesía. En estas condiciones, la teoría de la ofensiva contínua y de las luchas parciales, dirigidas con el método de la insurrección armada, es agua para el molino de la contrarrevolución. Por esto, en el III Congreso, el Partido ruso, sostenido por los elementos más conscientes, dijo con voz firme a los camaradas del ala izquierda: "Son ustedes excelentes revolucionarios, van a combatir y morir por el comunismo; pero esto no nos basta. No basta luchar. Hay que vencer". Y para ello hay que aprender el arte de la estrategia revolucionaria.
Pienso, camaradas, que la marcha verdadera de la revolución proletaria en Rusia y, hasta cierto punto, en Hungría, es una de las causas más serias del desdén para las dificultades de la lucha revolucionaria y de la victoria en Europa. Hemos tenido entre nosotros, en Rusia, una burguesía históricamente retrasada, políticamente débil, sujeta al capital europeo y con débiles raíces políticas en el pueblo ruso. Por otra parte, hemos tenido un Partido revolucionario, con un largo pasado de trabajo clandestino, educado y templado en los combates, que ha sabido aprovecharse conscientemente de toda la experiencia de la lucha revolucionaria europea y universal. El estado de los campesinos rusos, en relación con la burguesía y el proletariado, el carácter y el estado de espíritu del ejército ruso después de la derrota militar del zarismo, todo ha contribuido a hacer inevitable la Revolución de Octubre, facilitando enormemente la victoria revolucionaria (aunque ésta no nos haya librado de las dificultades ulteriores, sino que, por el contrario, las haya preparado en proporciones gigantescas). Vista la relativa facilidad de la Revolución de Octubre, la victoria del proletariado ruso no aparece, ante los dirigentes de los obreros europeos, en su auténtico valor como problema político y estratégico y no ha sido bien comprendida.
El siguiente ensayo para apoderarse del poder fue hecho por el proletariado en menor escala, más cerca de la Europa occidental, en Hungría; allí, las condiciones eran de tal naturaleza, que el poder cayó en manos comunistas casi sin lucha revolucionaria. Por lo cual los problemas de la estrategia revolucionaria en el momento de la lucha por el poder han sido reducidos, naturalmente, al mínimum.
Después de la experiencia de Rusia y Hungría, no sólo las masas obreras, sino también los partidos comunistas de otros países, comprendieron, ante todo, que la victoria del proletariado era inevitable, y han pasado enseguida al estudio directo de las dificultades que se desprenden de la victoria de la clase obrera. En lo que concierne a la estrategia de la lucha revolucionaria para el poder, parece muy sencilla y, por decirlo así, evidente. No es por pura casualidad el que ciertos eminentes camaradas húngaros, apreciados por la Internacional, demuestran tendencias a una simplificación excesiva de los problemas de la táctica proletaria en época revolucionaria, reemplazando esta táctica por un llamamiento a la ofensiva.
El tercer Congreso dijo a los comunistas de todos los países: la marcha de la revolución rusa es un ejemplo histórico muy importante, pero no una regla política, y aún más: sólo un tratado puede negar la necesidad de una ofensiva revolucionaria; pero sólo un simple de espíritu puede reducir a la ofensiva toda la estrategia revolucionaria.
Nuestros debates sobre la política del Partido Comunista han sido menos tormentosos que los que sostuvimos con respecto a la política alemana, al menos en el Congreso mismo; pero en las sesiones del Comité Ejecutivo tuvo lugar en cierta ocasión una discusión muy violenta, cuando el estudio de los problemas del movimiento obrero francés. E1 Partido Comunista francés fue creado sin sacudidas internas y externas, como las que han acompañado a la fundación del Partido alemán. Por esta razón, sin duda, las tendencias centristas y los viejos métodos del socialismo parlamentario tan arraigados están en el Partido francés. E1 proletariado francés no ha llevado ninguna lucha revolucionaria reciente, que hubiera podido reanimar sus viejas tradiciones rebeldes. De la guerra ha salido victoriosa la burguesía francesa, lo cual le ha permitido hasta hace poco, a expensas de Alemania-a quien saqueaba hacer de vez en cuando algunas liberalidades a las fracciones privilegiadas de la clase obrera. En consecuencia, apenas se hizo lucha revolucionaria de clases en Francia. Antes de arrojarse a una batalla decisiva, el Partido Comunista francés tiene la posibilidad de estudiar y utilizar la experiencia revolucionaria de Rusia y Alemania. Basta recordar que la guerra civil llegó al paroxismo en Alemania cuando estaban representados los comunistas por un puñado de espartaquistas; mientras que en Francia cuando aún no había ocurrido -antes de la guerra ninguna batalla francamente revolucionaria, el Partido Comunista ya había reunido en sus filas a ciento veinte mil obreros. Si incluimos en la cuenta de Francia a los sindicalistas revolucionarios que no "reconocían" al Partido, sosteniendo la lucha por la dictadura del proletariado; si recordamos que la organización del partido jamás fue en Francia tan fuerte como en Alemania, veremos claro que esos ciento veinte mil comunistas organizados valen para Francia acaso más que cuatrocientos mil para Alemania. Esto nos parece tanto más verdadero, puesto que vemos en Alemania, a la derecha de los cuatrocientos mil citados, los Partidos Independientes y Socialdemócratas que cuentan juntos muchos más miembros y partidarios que los comunistas, mientras que en Francia no existe a la derecha de los comunistas más que un reducido grupo de disidentes, partidarios de Longuet y de Renaudel. En el movimiento sindical francés, el detalle numérico de las fuerzas es, en general, más favorable al ala izquierda, sin duda. Por el contrario, el informe de las potencias de clase en Alemania es, ciertamente, desfavorable a una rebelión victoriosa. En otros términos: la burguesía se apoya todavía en Francia sobre su propia organización: sobre el ejército, policía, etcétera. . . En Alemania se basa principalmente sobre la socialdemocracia y la burocracia sindical. El Partido Comunista francés dispone de la posibilidad de tomar en sus manos totalmente la dirección del movimiento obrero antes que lleguen los acontecimientos decisivos.
Pero es necesario para este fin que el comunismo francés se desembarace definitivamente de viejos hábitos políticos y de fluctuaciones, mucho más extendidas en Francia que en ningún sitio. El partido francés tiene necesidad de una actitud más enérgica frente a los acontecimientos, de una propaganda más enérgica e intransigente en tono y carácter; de una actitud más severa hacia todas las manifestaciones de la ideología democrática y parlamentaria, del individualismo intelectual, del arribismo de los abogados. Criticando la política del partido francés en el seno del Comité Ejecutivo de la IC, se dijo que el partido había cometido tales y cuales errores, que los diputados comunistas, a veces, "hablaban" demasiado en el parlamento con sus adversarios burgueses, en lugar de dirigirse a las masas por encima de sus cabezas; que la prensa del partido debía utilizar un lenguaje más claro, más rudo, desde el punto de; vista revolucionario, a fin de que los obreros franceses más oprimidos y abatidos, oyesen un eco de sus sufrimientos, de sus reivindicaciones y de sus esperanzas. Durante estos debates, un joven camarada francés subió a la tribuna y, en un apasionado discurso, aprobado por parte de la asamblea, criticó la política del partido desde otro punto de vista. "Cuando el Gobierno francés -dijo este representante de las Juventudes-tuvo la intención de arrebatar a los alemanes la cuenca del Ruhr, a principios de este año, y movilizó la clase decimonovena, el Partido no aconsejó a los movilizados la resistencia, y aprobó su debilidad". "¿Qué clase de resistencia?-preguntamos nosotros-. E1 partido no indicó a la clase decimonovena que dejara de someterse a la orden de movilización. ¿Qué entiende usted por insumisión? -seguimos preguntando-. No someterse, ¿quiere decir no presentarse voluntariamente en el cuartel y esperar que venga a buscarnos un gendarme o un policía, u ofrecer resistencia activa, armas en ristre, contra la policía y gendarme?" Este joven camarada que hizo sobre nosotros tan excelente impresión, gritó al punto: "Ciertamente. Es preciso ir hasta el fin, resistir con las armas en la mano..." Entonces comprendimos hasta qué punto son confusas y oscuras las ideas sobre la táctica revolucionaria de algunos camaradas. Nos pusimos a discutir con nuestro joven contradictor: Ustedes tienen ahora en Francia, bajo la bandera tricolor del ejército imperialista, varias clases. Vuestro gobierno encuentra necesario llamar todavía una vez más la de los jóvenes de diecinueve años. Esta cuenta en el país con doscientos mil hombres casi, de los cuales admitamos que son tres mil o cinco mil comunistas. Los cuales están dispersos, ya en el campo, ya en los pueblos. Admitamos, por un momento, que el partido les aconseja resistir, armados. Ignoro cuántos agentes de la burguesía caerían muertos con este motivo; por el contrario, no es difícil que todos los comunistas de la clase revolucionaria serían extraídos de la masa de los reclutas y aniquilados. ¿Por qué no llama usted a las otras clases que se encuentran ya bajo las banderas, para organizar la rebelión, y que, estando reunidas en las filas del ejército poseen ya los fusiles? Porque usted comprende, sin duda, que el ejército no disparará sobre los contrarrevolucionarios, y que la clase obrera, en su mayoría, no estará dispuesta a luchar por el poder hasta mucho después que haya estallado la revolución proletaria. ¿Cómo puede usted pedir que se haga la revolución, no por la clase obrera en su conjunto, sino solamente por la clase decimonovena? Si el Partido Comunista hubiera ordenado semejante cosa, ello equivaldría a hacerle un gran regalo a Millerand, a Briand, a Barthou, a todos esos candidatos al papel de estranguladores de la insurrección proletaria. Pues resulta evidente que, si la parte más ardiente de la juventud es aniquilada, la más retrasada de la clase obrera se pasmaría, el partido quedaría aislado y quebrada su influencia, no por meses, sino por años. Con estos procedimientos, aplicando con excesiva impaciencia las formas más agudas de la revolución, en condiciones aún no maduras para un encuentro decisivo, sólo pueden esperarse resultados negativos y más que parto, aborto revolucionario.
La tentativa de huelga general en mayo de 1920 presenta el clásico ejemplo de una imitación a la acción de conjunto, imitación que no estuvo bien pensada. Como se sabe, la idea de esa huelga estaba "sostenida" de manera traidora por los sindicalistas reformistas. Su objeto era no dejar escapar de sus manos el movimiento para retorcerle el cuello a la primera ocasión. Han acertado plenamente. Pero, tratándose de acuerdos, esos hombres no han sido fieles a su propia naturaleza. Tampoco se podía esperar otra cosa. Sin embargo, al otro lado, los sindicalistas revolucionarios y los comunistas no prepararon en vano el movimiento. La iniciativa partió del sindicato de los ferroviarios, donde se agrupaban por vez primera elementos de izquierda. Monmousseau a su cabeza. Antes de haber tenido lugar de reforzarse un poco y asegurarse las posiciones necesarias, antes de orientarse, como era preciso, en su situación, se ven obligados a invitar a las masas a una acción definitiva, con palabras imprecisas y confusas, "sostenidas" traidoramente por las derechas. Bajo todos los aspectos, éste fue un ataque no preparado. Los resultados son conocidos: una minoría poco importante, sola, entró en movimiento, los colaboracionistas impidieron el desarrollo de la huelga, la contrarrevolución explotó la flaqueza evidente de las izquierdas y afirmó extraordinariamente su propia situación.
En la acción, semejante improvisación es inadmisible. Hay que apreciar con mucha más seriedad la situación, hay que preparar el movimiento con obstinación con energía, con espíritu de continuación bajo todos los aspectos, a fin de llevarlo, firme y decididamente, hasta el fin. Para este fin es preciso disponer de un Partido Comunistas fiel guardián de la experiencia proletaria en todos los terrenos de la lucha. Verdad es que la sola presencia del partido no nos pone todavía al abrigo de los errores, pero la ausencia de esta vanguardia directora, hace inevitables los errores, transformando toda lucha en una serie de improvisaciones, de aventuras y de experiencias empíricas.
Las relaciones del Partido Comunista con la clase obrera en Francia son, como dije, más favorables que en Alemania. Pero la influencia política del Partido sobre la clase obrera, aumentada gracias a un golpe hacia la izquierda, no alcanza aún en Francia forma precisa, sobre todo en lo que se refiere a organización. Esto se nota perfectamente en lo que atañe a la cuestión sindical.
Los sindicatos representan en Francia, en medida más limitada que en Alemania y países anglosajones, una organización que abarca millones de obreros. En Francia también el número de los obreros sindicados aumentó enormemente en el transcurso de los años últimos.
Las relaciones entre el partido y la clase obrera encuentran su expresión en la actitud del partido para con los sindicatos. Ya esta simple manera de enfocar el asunto, nos demuestra hasta qué extremo es injusta, antirrevolucionaria y peligrosa, la teoría de la susodicha neutralidad, de la plena "independencia" de los sindicatos respecto al partido, etc. Si los sindicatos, por sus tendencias son una organización de la clase obrera en su conjunto, ¿cómo va a guardar una verdadera neutralidad en relación con el partido, o quedar "independiente"? Pero es que esto equivaldría a la neutralidad, es decir, a su plena indiferencia por la revolución. Y, por lo tanto, en lo que concierne al problema fundamental, el movimiento obrero francés adolece de falta de claridad, y la misma claridad falta dentro del partido mismo.
La teoría de la división del trabajo, absoluta, entre el partido y los sindicatos, y de su independencia mutua, es, bajo su forma definitiva el producto de la evolución política francesa por excelencia. El oportunismo más puro yace en el fondo de esta teoría. En el largo tiempo en que una aristocracia obrera organizada en los sindicatos termina contratos colectivos, y que el Partido Socialista defiende las reformas en el parlamento, son más imposibles aún una división del trabajo y una neutralidad mutua. Pero tan pronto como la verdadera masa proletaria entre en la lucha y comience el movimiento a tomar carácter auténticamente revolucionario, el principio de neutralidad degenera en una escolástica reaccionaria. La clase obrera no puede vencer más que si tiene a su cabeza una organización que represente su historia, experiencia viva, generalizada desde el punto de vista de la teoría, y que dirige prácticamente toda la lucha. Gracias a la significación misma de su tarea histórica, el partido no puede encerrar en sus filas más que a la minoría más consciente y activa de la clase obrera; por el contrario, los sindicatos buscan el organizar la clase obrera en su totalidad. Aquel que admita que el proletariado necesita una dirección política de su vanguardia organizada en Partido Comunista, admite, por la misma razón, que el partido debe convertirse en fuerza directiva del interior de los sindicatos; esto es, en el seno de las organizaciones de masas. de la clase obrera. Y, sin embargo, existen en el partido francés algunos camaradas que ignoran esta verdad tan elemental y que, como Verdier, por ejemplo, luchan intransigentemente para prevenir a los sindicatos contra toda influencia del partido. Es evidente que tales camaradas han entrado al partido por equivocación: un comunista que niega los problemas y deberes del Partido Comunista en relación con los sindicatos, no es comunista
No es decir que esto signifique la subordinación de los sindicatos al partido, ya exterior, ya desde el punto de vista de la organización. Desde éste, los sindicatos son independientes. El partido goza, en el seno de los sindicatos, de la influencia que ha conquistado con su trabajo, con su actitud espiritual, con su autoridad. Por ello mismo, afirmamos, que debe aumentar en lo posible su influencia en la parte externa de los sindicatos, estudiar todas las cuestiones inherentes al movimiento sindical y dar respuestas claras haciendo prevalecer su punto de vista por medio de los comunistas que trabajan en los sindicatos, sin menoscabo de su autonomía respecto a la organización. No ignoráis que la tendencia conocida bajo el nombre de sindicalismo revolucionario ejercía considerable influencia en los sindicatos.
El sindicalismo revolucionario, no reconociendo al Partido, en el fondo no era más que un partido antiparlamentario de la clase obrera. La fracción sindicalista llevaba siempre una lucha enérgica para mantener su influencia sobre los sindicatos, y jamás reconoció la neutralidad o independencia de los últimos en lo que atañe a la teoría y práctica de la fracción sindicalista. Si hacemos abstracción de los errores teóricos y de las tendencias extremistas del sindicalismo francés, es indudable que esta esencia no ha encontrado su pleno desarrollo en el comunismo.
El núcleo del sindicalismo revolucionario en Francia fue constituido por hombres agrupados en torno de la Vie Ouvriére. Mantiene íntima relación con aquel grupo durante la guerra. Monatte y Rosmer constituían el centro; a su derecha se hallaban Merrheim y Dumoulin. Los dos últimos pronto renegaron. Rosmer pasó, a consecuencia de una evolución natural, del sindicalismo revolucionario al comunismo. Monatte guarda, hasta hoy una posición indefinida, y después del III Congreso de la Internacional Comunista y el de los Sindicatos rojos, ha dado un paso que me inspira vivas inquietudes. Con Monmousseau, secretario del sindicato de los ferroviarios, ha publicado Monatte una protesta contra la resolución de la Internacional Comunista sobre el movimiento sindical, y ha rehusado adherirse a la Internacional Sindical Roja. Hay que decir que el texto de la protesta de Monatte y Monmousseau ofrece el mejor argumento contra su postura indefinida: Monatte declara en él que deja la Internacional Sindical de Amsterdam a causa de su estrecha unión con la Segunda Internacional. Es muy justo. Pero el hecho de que la aplastante mayoría de los sindicatos se haya unido con la II o la III Internacional, nos demuestra perfectamente que no existe, que no puede existir sindicato neutro y apolítico, en general, y, sobre todo, en época revolucionaria. El que abandona Amsterdam y no se adhiere a Moscú, se arriesga a crear una Internacional Sindical Segunda y media.
Espero firmemente que esta incomprensión desaparecerá, y que Monatte tomará su puesto allí donde le lleva todo su pasado: en el Partido Comunista francés y en la Internacional de Moscú.
Es muy comprensible y justa la actitud prudente y suavizadora que guarda el Partido Comunista francés, con respecto a los sindicalistas revolucionarios, buscando aproximarse a ellos. Lo que no comprendemos es la indulgencia con que tolera el partido una oposición a la política de la IC, por parte de sus propios miembros, como Verdier. Monatte representa la tradición del sindicalismo revolucionario; Verdier, la confusión.
Sin embargo, más alto que estas cuestiones de grupos y personalismos, se sitúa el problema de la influencia dirigente del partido sobre los sindicatos. Sin prestar la menor atención a su autonomía, determinada enteramente por la necesidad de un trabajo práctico constante, el partido debe acabar con las discusiones y vacilaciones, y demostrar a la clase obrera francesa que ella posee, al fin, un partido revolucionario que sabe dirigir la lucha de clases en todos los terrenos. Bajo este propósito, las resoluciones del III Congreso, cualesquiera que sean los tumultos y conflictos temporales que puedan provocar en meses próximos, tendrán inmensa influencia, fecunda hasta el mayor grado sobre toda la marcha ulterior del movimiento obrero francés. Solamente sobre la base de estas resoluciones se establecerán las relaciones entre el Partido y la clase obrera, sin las cuales ninguna revolución del proletariado alcanzaría la victoria.
No hablaré de los partidos comunistas de otros países: el objeto de mi informe no era caracterizar a todas las organizaciones pertenecientes a la Internacional Comunista. Solamente he querido, camaradas, exponer las líneas fundamentales de su política, tales como han sido desarrolladas y definidas por nuestro último Congreso. Por esto, he estudiado a los partidos que más contribuyeron a establecer la línea táctica de la Internacional para el porvenir inmediato.
Es innecesario decir que el Congreso no se ha propuesto "interrumpir", como creyeron infundadamente algunos camaradas de izquierda, la lucha contra los centristas y mediocentristas. Toda la lucha de la IC con el régimen capitalista se opone a los obstáculos reformistas y colaboracionistas. Es preciso que nos sintamos seguros, ante todo. Además, es imposible combatir a las internacionales segundas y segundas y medios, sin haber limpiado nuestras propias filas comunistas de las tendencias y del espíritu centrista. Esto es indudable. 1
Pero este combate contra la derecha, que forma parte de nuestra lucha fundamental con la sociedad burguesa, podemos sostenerlo con: éxito sólo a condición de vencer en el plazo más breve; los errores de izquierda provienen de la falta de experiencia y de la impaciencia, que a veces adoptan el carácter de serias y peligrosas aventuras. E1 III Congreso cumplió en tal sentido un verdadero trabajo educativo, que le ha transformado-como dije en escuela superior, en academia de estrategia revolucionaria.
Martov, Otto Bauer y otros estrategas de salón de la burguesía, a propósito de nuestras resoluciones, hablan de la descomposición del comunismo, del fracaso de la III Internacional, etc. Esos discursos solo merecen el desprecio. Jamás fue el comunismo un programa dogmático establecido según las fechas del calendario. El comunismo constituye un ejercito proletario activo, creciente, que maniobra y que, mientras trabaja, observa las condiciones variables de la batalla, comprueba sus armas, las afila de nuevo cuando se oxidan y somete toda su acción a la necesidad de preparar la derrota del régimen burgués.
Lo que hemos estudiado tan atenta, intensa y concretamente de los problemas de táctica en el III Congreso, constituye por si mismo un gran paso hacia adelante: prueba que la III Internacional salió del periodo de formación en cuanto a ideas y organización y se ha situado como organismo vivo y dirigente de las masas frente a los problemas de la acción revolucionaria directa.
Si alguno de nuestros camaradas mas jóvenes e inexpertos de los aquí presentes saco de mi informe una conclusi6n pesimista en el sentido de que la situación de la IC no es favorable y que es difícil vencer a la burguesía por culpa de los conceptos y métodos erróneos que aun laten entre los partidos comunistas, sacara una conclusión falsa. Durante un periodo de bruscos cambios en la política mundial, durante un periodo de sacudidas universales profundas, en una palabra, durante el período revolucionario en que vivimos, la educación de los partidos revolucionarios se hace con extraordinaria rapidez, sobre todo, a condición de que ellos cambian mutuamente sus experiencias, se controlan mutuamente y se someten a una dirección central común de la cual es expresión nuestra Internacional. No olvidemos que los partidos comunistas más poderosos de Europa cuentan unos meses de existencia. En nuestra época, un mes vale un año, y, a veces, hasta dos lustros.
Aunque yo haya pertenecido, en este Congreso, al ala llamada "derecha" y haya participado de la critica de izquierda llamada revolucionaria, que como he demostrado es muy peligrosa para el desarrollo real de la revoluci6n proletaria, salgo de este Congreso mucho mas optimista de lo que entre. Las impresiones que saque del cambio de noticias con los delegados de los Partidos hermanos de Europa y del mundo entero pueden resumirse: en el curso del año pasado, la IC ha dado un gran paso hacia adelante, tanto en las ideas como en la organizaci6n.
El Congreso no ha dado ni puede dar la pauta de una ofensiva general. Ha definido la tarea de los partidos comunistas como tarea de preparación de la ofensiva y, ante todo, como una tarea de conquista espiritual de la mayoría de los trabajadores de la ciudad y del campo. Lo cual no quiere decir que se haya "diferido" la revoluci6n en una serie de largos anos; de ningún modo, nosotros precipitamos la revoluci6n y nos aseguramos su victoria mediante una preparaci6n cuidada, profunda y completa.
Verdad es que no se puede reducir al mismo denominador la política revolucionaria de la clase obrera y la acción militar del Ejercito rojo; ya lo sabemos y es particularmente "arriesgado" para mi hacer una comparación en este sentido, visto el peligro casi tradicional para mi de ser sospechoso como "militarista". Los Cunow alemanes y los Martov rusos tienen decidido desde hace tiempo que yo tiendo a remplazar la política y la economía de la clase obrera por un "orden" transmitido al poder de una "organización" militar; no obstante, después de haber tomado mis precauciones, gracias a este pequeño prefacio, arriesgo una comparación militar' que no me parece inútil para aclarar también la política revolucionaria del proletariado y la acción del Ejercito rojo... Cuando, en uno de nuestros innumerables frentes, nos vimos forzados a preparar operaciones decisivas, enviamos allí regimientos frescos, comunistas movilizados por el partido, municiones, etc. Sin suficientes medios materiales, no podía entablarse una lucha resuelta con Kolchak, Denikin, Wrangel u otros.
Mas he aquí que las condiciones materiales para una acción decisiva se realizan mas o menos. Llegados al frente, sabemos que el alto mando tiene decidido emprender un ataque general, admitamos que el 5 de mayo, en tres días. En la reunión del Soviet militar revolucionario del frente, en su Estado Mayor, en su departamento político, nos ponemos a estudiar las condiciones de los combates decisivos que se preparan. Vemos que tenemos cierta superioridad en cuanto al numero de bayonetas, sables, cañones, y que, por el contrario, el adversario dispone de una aviación superior a la nuestra, aunque, en general, las ventajas materiales están de nuestra parte. Los soldados están mas o menos bien calzados y vestidos, nuestras líneas de comunicación están seguras. Así, el negocio se presenta favorable. "Y ¿cómo hacen la propaganda antes del ataque?. ¿En cuanto tiempo la han hecho? ¿En que forma y con qué exigencias? ¿ Cuántos comunistas han enviado a los destacamentos para dirigir la propaganda? Enseñadnos vuestras proclamas, tratados, los artículos de vuestros diarios del frente, vuestros carteles y vuestras caricaturas. Cada soldado de vuestro ejercito, de vuestro frente, ¿sabe quien es Wrangel, con quien esta unido, quien se encuentra a su espalda, de donde toma él su artillería y sus aviones? Recibimos respuestas insuficientes. Verdad que se hacia propaganda; se dieron a los soldados explicaciones referentes a Wrangel. Pero algunos de los regimientos no llegaron hasta la antevíspera o víspera desde el centro o de los demás frentes, y no se poseía aun ningún dato sobre su moral y su espíritu político. "¿Como habéis distribuido esos millares de comunistas, movilizados por el Partido, entre las divisiones y los regimientos? ¿Contaron ustedes con su carácter y con la composición de cada destacamento particular, enviando allí elementos comunistas? ¿Habéis hecho el trabajo preliminar necesario con los mismos comunistas? ¿Habéis explicado a cada grupo de que destacamento formara parte, cuáles son las particularidades de esos destacamentos y cuales son las condiciones especiales del trabajo político? En fin, ¿estáis seguros de la presencia, en cada compañía de un núcleo comunista puesto a combatir hasta el final, y apto para conducir a los otros?". Comprobamos que ese trabajo había sido cumplido solo superficialmente, sin prestar atención a las condiciones concretas y a las particularidades de la propaganda política en el ejercito en general y en cada regimiento en particular. La propaganda careció del carácter concentrado e intenso que correspondía a la inmediata preparación combativa. Aquello se notaba en las proclamas y en los artículos periodísticos... En total, ¿se había comprobado el personal de los comisariados y del alto mando? Pasados los combates, varios comisarios fueron muertos y remplazados por los hombres que más a mano se tenían. ¿Están completos los comisarios? ¿Dónde están los jefes? ¿Gozan de suficiente confianza? ¿ Hay cerca de los jefes poco conocidos comisarios enérgicos que dispongan de suficiente autoridad?¿No hay entre los jefes antiguos oficiales zaristas, hombres cuyas familias se encuentren en el territorio ocupado por Wrangel, o en el extranjero? Es muy natural que tales jefes hagan esfuerzos para ser tomados prisioneros, lo cual sería funesto para el resultado de algunas operaciones. ¿Lo han renovado, reforzado? ¿No? ¡Atrás! E1 ataque fracasará. Desde el punto de vista material, el momento es propicio, nuestras fuerzas son superiores, nuestro adversario no ha terminado su concentración. Todo es indudable. Pero ocurre que la preparación moral no tiene menos importancia que la material. Y, sin embargo, esta preparación moral se ha hecho negligente y superficialmente. En tales condiciones, mas vale abandonar al enemigo una parte del territorio, retroceder veinte o treinta kilómetros, ganar tiempo, dejar el ataque para dos o tres semanas después y elevar hasta el fin la campaña de preparación política y organizadora. Entonces será el éxito seguro...
Aquellos de ustedes, camaradas, que han trabajado en el ejercito, y son numerosos, deben saber que este ejemplo no es imaginación mía. Hemos efectuado mas de una vez retiradas estratégicas, únicamente porque el ejercito no estaba bien preparado para el combate definitivo, desde el plano moral y político. No obstante, el ejercito es una organización de violencia, esta obligado a combatir. Una represión militar muy dura amenaza a los recalcitrantes. Ningún ejercito puede existir de otra manera. Pero en un ejercito revolucionario la principal fuerza motriz es su conciencia política, su entusiasmo revolucionario, la comprensión de parte de la mayoría del ejercito del problema militar que espera y de la voluntad de resolverlo.
¡Cuánto importa esto a las luchas decisivas de la clase obrera! No hay derecho a forzar a nadie a hacer una revolución. No existen instrumentos de represión. El éxito no se basa mas que sobre la voluntad de la mayor parte de los trabajadores, en intervenir directa o indirectamente en la lucha para ayudarle a vencer2. El III Congreso parecía indicar que la I C, representadas por sus jefes, iba a partir hacia el frente del movimiento obrero mundial y enzarzar combates decididos para la conquista del poder. El Congreso ha pedido: "¡ Camaradas comunistas, alemanes, italianos, franceses y demás! ¿Han conquistado la mayoría de la clase obrera? ¿Han logrado que cada obrero comprenda las razones de la lucha? ¿Les han explicado con palabras sencillas, claras y terminantes, cuanto era preciso explicar a las masas obreras, incluso a las mas retrasadas? ¿Qué han emprendido para adquirir el convencimiento de que os han comprendido? ¿Quieren enseñarnos sus periódicos, grabados, proclamas?
"No, camaradas; esto no basta aún. Aún no se oye el lenguaje que atestigüe vuestra unión con los millones de trabajadores...¿Qué han emprendido para distribuir ordenadamente las fuerzas comunistas en los sindicatos? ¿Disponen de núcleos seguros en todas las organizaciones importantes de la clase obrera? ¿Qué hicieron para comprobar el estado del Alto Mando en los sindicatos; para desembarazar a las organizaciones obreras de los jefes dudosos y, de lo que es aun mas importante, de los traidores? ¿Organizaron un servicio de información en el interior mismo del campo enemigo?. . . No, camaradas; su preparaci6n es insuficiente y, bajo ciertos aspectos, no han abordado como debían los problemas de la preparación..."
¿Significa eso que hayamos de retrasar mucho tiempo la lucha definitiva? ¡De ningún modo! La preparación para una ofensiva militar puede hacerse en el espacio de quince o veinte días, hasta en menos. Divisiones dislocadas, espíritus vacilante, jefes y comisarios dudosos, pueden ser transformados en el espacio de diez o quince días, gracias a un trabajo de intensa preparación, en un poderoso ejercito unido por la unión de la conciencia y de la voluntad. Es incomparablemente más difícil el unir a millones de proletarios para una batalla definitiva. Pero toda nuestra época allana enormemente este trabajo, a condición de que no vacilemos ni a derecha ni a izquierda. Parece tonto querer adivinar si necesitamos para el trabajo preparatorio unos meses solamente, un año o dos años... Eso depende de numerosas circunstancias. Es indudable que, en la situación actual, una de las condiciones más importantes para acercar la hora de la revoluci6n y alcanzar el triunfo es nuestro trabajo de preparación. ¡Vayan a las masas!-dijo la I. C. a sus Partidos-. Penétrenlos amplia y profundamente! ¡Establezcan entre ellas y vosotros una alianza indestructible! ¡Envíen comunistas en todas las masas obreras, a los puestos más responsables y peligrosos! ¡Que conquisten la confianza de las masas! ¡Que las masas, unidas a ellos, arrojen de sus filas a los jefes oportunistas, vacilantes y arribistas ! ¡Aprovechen cada minuto para preparar la revolución ! La época nos ayuda. No teman que se les escape la revolución. Organícense, reafírmense, y entonces aproximaréis la hora del ataque decisivo verdadero, y entonces el Partido les dirá, no solamente "¡adelante!" sino que llevará la ofensiva hasta la victoria!
Notas
1 Después, he visto en los artículos del camarada Kurt Geyer con motivo del III Congreso -artículos que me llegaron cuando estaba ya en prensa mi libro-, que este representante de la oposición se desliza hacia el centrismo, sin darse cuenta. Parte del punto de vista de que el III Congreso estableció una perspectiva histórica, haciendo así más independiente nuestra táctica de nuestra confianza en la revolución. Geyer saca la conclusión que las divergencias de táctica entre la III Internacional y los centristas . . . disminuyen. ¡ Es monstruosa tal concepción! La III Internacional es una organización de combate que camina hacia su fin revolucionario a través de todos los cambios de condiciones La Internacional Segunda y media no quiere revolución; se apoya sobre una selección apropiada de jefes y subjefes, de grupos y tendencias, de ideas y de métodos.
En el mismo momento en que Kurt Geyer contrasta una suavización de la discordia entre los comunistas y los independientes, estos, con mayor fundamento, contrastan otra entre ellos y los socialdemócratas Si se quisieran- sacar todas las conclusiones necesarias, esto nos daría el programa de un restablecimiento de la vieja social democracia tal cual era antes de agosto de 1914, con todas sus consecuencias. Si rechazamos toda adaptación dogmática de la revolución en las condiciones que puedan presentarse en el transcurso de las semanas y meses próximos -lo cual conduce, prácticamente, a las tendencias putschistas-, nos mantenemos fieles en nuestra lucha contra el putschismo, a nuestra tarea fundamental: formar un Partido Comunista revolucionario, activo, irreductible, que se oponga a todas las agrupaciones proletarias reformistas y centristas. Kurt Geyer coloca dogmáticamente la revolución en un futuro indefinido, y hace cábalas en el sentido de un acercamiento a los centristas. ¿Puede dudarse que esta 'perspectiva' lleva a Geyer y a los que compartan sus ideas mucho menos lejos de lo que ellos creen ?
2 Un gracioso me 'contradijo' en el Congreso, diciendo que no se podía mandar a la clase obrera como a un ejército. Es igual. Yo he tratado de demostrar que no se podía mandar al Ejército rojo de la manera que ciertos políticos han querido mandar sobre la clase obrera
León Trotski fue uno de los que primero prestaron atención a la teoría de las "ondas largas" enunciada por el economista ruso Kondratiev y que provocó luego encarnizadas polémicas. Utilizando ampliamente los métodos de la estadistica matemática Kondratiev demostraba la existencia en el proceso de desarrollo capitalista de ciclos más largos que los habituales y cuya raíz resultaba de difícil determinación. Tan difícil que no podía afirmarse que hasta la propia economía socialista estuviera al margen de tales oscilaciones. Es evidente que una teoría que tuviese tales implicancias debía ser condenada en un ambiente cada vez más sobrecargado por el peso opresivo del stalinismo. Los críticos rusos de Kondratiev, unánimemente, negaron la existencia de ondas largas con carácter general y periódico. Tachado de "reaccionario", Kondratiev fue expulsado de sus cargos y deportado en 1930 a Siberia.
Es interesante recordar cómo el esfuerzo de Kondratiev y en este caso de su contradictor, Trotski, apuntan ambos a la necesidad de resolver un problema que ya Marx había planteado a Engels en una carta del 31 de mayo de 1873: ". . . He comunicado -a Moore, de aquí, un asunto con el que me debato desde hace tiempo privatim. Pero él cree que la cosa es insoluble al menos que lo es pro tempore a causa de numerosos factores que, en su mayoría, hay que comenzar por descubrir y que constituyen los elementos del problema. Se trata de lo siguiente: tú conoces los gráficos en los que se consignan los precios, los tipos de descuento, etc., etc., con las fluctuaciones que experimentan al cabo del año, representadas por curvas en zig-zag que ascienden y descienden. Repetidas veces he tratado de calcular-para analizar las crisis-esas alzas y bajas como se analizan las curvas irregulares, y he creído posible (y sigo creyendo que es posible, con ayuda de una documentación escogida cuidadosamente) determinar matemáticamente, partiendo de ahí, las leyes esenciales de las crisis. Moore, como te dije, considera que la cosa es por ahora irrealizable, y he decidido renunciar a ello momentáneamente..." Véase la carta en K. Marx y F. Engels, Cartas sobre E1 capital, Edima, Barcelona, 1968, pp. 209-210. El artículo de Trotski, fue publicado originariamente en Vestnik Socialistischeskoi Akademi, vol. IV (1923), pp. 3-12. Posteriormente formó parte del tomo XII de sus Obras completas en ruso que comenzaron a publicarse por esa fecha en la Unión Soviética (véase páginas 357-363 del citado tomo).
En inglés, se publicó por primera vez en mayo de 1941 en Fourth lnternational, y de ahí fue rescatado por la revista argentina Fichas para traducirlo al español y publicarlo en el N° 10 (junio-julio de 1966), pp. 57-59.
Uno de los artículos fundamentales de Kondratiev ha sido publicado en español en un volumen que incorpora una introducción que se dedica a ilustrar extensamente la discusión producida en la URSS por los trabajos de Kondratiev. Véase Nicolai D. Kondratiev y George Garvy, Las ondas largas de la economía, Revista de Occidente, Madrid, 1946.
En su introducción al libro de Marx, Las luchas de clases en Francia, Engels escribió: "Cuando se aprecian sucesos y series de sucesos de la historia diaria, jamás podemos remontarnos hasta las últimas causas económicas. Ni siquiera hoy, cuando la prensa especializada suministra materiales tan abundantes, se podría, ni aun en Inglaterra, seguir día a día la marcha de la industria y del comercio en el mercado mundial y los cambios operados en los métodos de producción, hasta el punto de poder, en cualquier momento, hacer el balance general de estos factores, múltiplemente complejos y constantemente cambiantes; máxime cuando los más importantes de ellos actúan, en la mayoría de los casos, escondidos durante largo tiempo antes de salir repentinamente y de un modo violento a la superficie. Una visión clara de conjunto sobre la historia económica de un período dado no puede conseguirse nunca en el momento mismo, sino sólo con posterioridad, después de haber reunido y tamizado los materiales. La estadística es un medio auxiliar necesario para esto, y la estadística va siempre a la zaga, rengueando. Por eso, cuando se trata de la historia contemporánea corriente, se verá uno forzado con harta frecuencia a considerar este factor, el más decisivo, como un factor constante, a considerar como dada para todos el período y como invariable la situación económica con que nos encontramos al comenzar el período en cuestión, o a no tener en cuenta más que aquellos cambios operados en esta situación, que por derivar de acontecimientos patentes sean también patentes y claros. Por esta razón, aquí el método materialista tendrá que limitarse, con harta frecuencia, a reducir los conflictos políticos a las luchas de intereses de las clases sociales y fracciones de clases existentes, determinadas por el desarrollo económico, y a poner de manifiesto que los partidos políticos son la expresión política más o menos adecuada de estas mismas clases y fracciones de clases. "Huelga decir que esta desestimación inevitable de los cambios que se operan al misma tiempo en la situación económica-verdadera base de todos los acontecimientos que se investigan tiene que ser necesariamente una fuente de errores" *.
Estas ideas que Engels expresó poco antes de su muerte no fueron desarrolladas por nadie después de él. Según mi recuerdo, ellas son raramente citadas-mucho más raramente de lo que deberían serlo. Aún más, su significado parece haber escapado a muchos marxistas. La explicación para este hecho debe encontrarse en las causas indicadas por Engels, quien militaba contra cualquier tipo de interpretación económica terminada de nuestra historia corriente.
Es una tarea muy difícil, imposible de resolver en su pleno desarrollo, el determinar aquellos impulsos subterráneos que la economía transmite a la política de hoy; y sin embargo la explicación de los fenómenos políticos no pueden ser pospuestos a causa de que la lucha no permite esperar. De aquí surge la necesidad de recurrir en la actividad política cotidiana a explicaciones tan generales que a través de un largo uso aparecen transformadas en verdades.
Mientras la política siga fluyendo dentro de una misma forma, a través del mismo dique, y a un ritmo semejante, por ejemplo, mientras la acumulación de cantidades económicas no se haya convertido en un cambio de calidad política, esta clase de abstracciones clarificante ("los intereses de la burguesía", "el imperialismo", "el fascismo") aún sirve más o menos su tarea: no interpreta un hecho político en toda su profundidad, pero lo reduce a un tipo familiar que es, seguramente, de inestimable importancia.
Pero cuando ocurre un cambio serio en la situación, o a lo sumo un giro agudo, tales explicaciones generales revelan su total insuficiencia, y surgen totalmente transformadas en una verdad vacía. En tales casos resulta invariablemente necesario estudiar en forma mucho más profunda y analítica para determinar el aspecto cualitativo, y si es posible también medir cuantitativamente, los impulsos de la economía sobre la política. Estos "impulsos" representaban la forma dialéctica de las "tareas" que se originan en la fundación dinámica y son transmitidas para buscar solución a la esfera de la superestructura.
Ya las oscilaciones de la coyuntura económica (auge-depresión-crisis) conforman las causas y efectos de impulsos periódicos que dan surgimiento a cambios, ora cuantitativos, ora cualitativos, y a nuevas formaciones en el campo político. Las rentas de las clases poseedoras, el presupuesto del estado, los salarios, el desempleo, la magnitud del comercio exterior, etc., están íntimamente ligados con la coyuntura económica, y a su turno, ejercen la más directa influencia sobre la política. Esto solo es suficiente para entender cuán importante y fructífero es seguir paso a paso la historia de los partidos políticos, las instituciones estatales, etc., en relación con los ciclos del desarrollo capitalista. Pero nosotros no podemos decir que estos ciclos explican todo: ello está excluido por la sencilla razón que los ciclos mismos no son fenómenos económicos fundamentales, sino derivados. Ellos se despliegan sobre la base del desarrollo de las fuerza productivas a través del mecanismo de las relaciones de mercado. Pero los ciclos explican una buena parte, formando como lo hacen a través de las pulsaciones automáticas, un indispensable resorte dialéctico en la mecánica de la sociedad capitalista. Los puntos de ruptura de la coyuntura comercial e industrial nos llevan a un contacto mucho más íntimo con los nudos críticos en la trama del desarrollo de las tendencias políticas, la legislación, y todas las formas de la ideología
Pero el capitalismo no se caracteriza sólo por la periódica recurrencia de los ciclos, de otra manera la historia sería una repetición compleja y no un desarrollo dinámico. Los ciclos comerciales e industriales son de diferente carácter en diferentes períodos. La principal diferencia entre ellos está determinada por las interrelaciones cuantitativas entre el período de crisis y el de auge de cada ciclo considerado. Si el auge restaura con un excedente la destrucción o la austeridad del período precedente, entonces el desarrollo capitalista está en ascenso. Si la crisis, que significa destrucción, o en todo caso contracción de las fuerzas productivas, sobrepasa en intensidad el auge correspondiente, entonces obtenemos como resultado una contracción de la economía. Finalmente, si la crisis y el auge se aproximan entre sí en magnitud, obtenemos un equilibrio temporario -un estancamiento- de la economía. Este es el esquema en lo fundamental. Observamos en la historia que los ciclos homogéneos están agrupados en series. Epocas enteras de desarrollo capitalista existen cuando un cierto número de ciclos están caracterizados por auges agudamente delineados y crisis débiles y de corta vida. Como resultado, obtenemos un agudo movimiento ascendente de la curva básica del desarrollo capitalista. Obtenemos épocas de estancamiento cuando esta curva, aunque pasando a través de parciales oscilaciones cíclicas, permanece aproximadamente en el mismo nivel durante décadas. Y finalmente, durante ciertos períodos históricos, la curva básica, aunque pasando como siempre a través de oscilaciones cíclicas, se inclina hacia abajo en su conjunto, señalando la declinación de las fuerzas productivas. Es ahora posible postular a priori que las épocas de enérgico desarrollo capitalista deben poseer formas-en política, en leyes, en filosofía, en poesía agudamente diferentes de aquellas que corresponden a la época de estancamiento o de declinación económica. Aun más, una transición de una época de esta clase a otra diferente debe producir necesariamente las más grandes convulsiones en las relaciones entre clases y entre estados. En el Tercer Congreso Mundial de la Komintern nosotros hemos insistido sobre este punto en la lucha contra la concepción puramente mecanicista de la actual desintegración capitalista. Si el remplazo periódico de auges "normales" por crisis "normales'? encuentra su proyección en todas las esferas de la vida social, entonces una transición de toda una época entera de ascenso a otra de declinación, o viceversa engendra los más grandes disturbios históricos, y no es difícil demostrar que en muchos casos las revoluciones y guerras se esparcen entre la línea de demarcación de dos épocas diferentes de desarrollo económico, por ejemplo, la unión de dos segmentos diferentes de la curva capitalista. Analizar toda la historia moderna desde este punto de vista es realmente una de las tareas más gratificantes del materialismo dialéctico.
Continuando con el Tercer Congreso Mundial, el profesor Kondratiev se aproximó a este problema como es usual, evadiendo dolorosamente la formulación de la cuestión como fuera adoptada por el Congreso mismo- intentando agregar al "ciclo menor", cubriendo un período de diez años el concepto de un "ciclo mayor", abrazando aproximadamente cincuenta años. De acuerdo a esta construcción simétricamente estilizada, un ciclo económico mayor consiste de unos cinco ciclos menores, y además, la mitad de ellos tienen el carácter de ascendentes, mientras la otra mitad son de crisis, con todas las etapas necesarias de transición. La determinación estadística de los ciclos mayores compilada por Kondratiev deberá ser sujeta a una cuidadosa y nada crédula verificación, tanto respecto a los países individualmente como al mercado mundial como un todo. Es ahora imposible refutar por adelantado el intento del profesor Kondratiev a investigar las épocas rotuladas por él como ciclos mayores con el mismo "ritmo rígidamente legítimo" que es observable en los ciclos menores; esto es obviamente una falsa generalización de una analogía formal. La recurrencia periódica de ciclos menores esta condicionada por la dinámica interna de las fuerzas capitalistas, y se manifiesta por sí misma siempre y en todas partes una vez que el mercado ha surgido a la existencia.
Por lo que se refiere a las fases largas (de cincuenta años) de la tendencia de la evolución capitalista, para las cuales el profesor Kondratiev sugiere, infundadamente, el uso del término "ciclos", debemos destacar que su carácter y duración están determinados, no por la dinámica interna de la economía capitalista, sino por las condiciones externas que constituyen la estructura de la evolución capitalista. La adquisición para el capitalismo de nuevos países y continentes, el descubrimiento de nuevos recursos naturales y, en el despertar de éstos, hechos mayores de orden "superestructural" tales como guerras y revoluciones, determinan el carácter y el reemplazo de las épocas ascendentes estancadas o declinantes del desarrollo capitalista.
¿A lo largo de qué rutas debería proceder la investigación?
Nuestro principal objetivo ha de ser establecer la curva de la evolución capitalista, incorporando sus elementos no periódicos (tendencias básicas) y periódicos (recurrentes). Tenemos que hacer esto para los países que nos interesan y para el conjunto de la economía mundial.
Una vez que hemos fijado la curva (el método de fijarla es sin duda una cuestión especial por sí misma, y de ninguna manera simple que pertenece al campo de la técnica de la estadística económica) podemos dividirla en períodos, dependientes del ángulo de ascenso o descenso con respecto al eje de abcisas. Por este medio obtenemos un cuadro del desarrollo económico, o sea, la caracterización de "la verdadera base de todos los acontecimientos que se investigan" (Engels). De acuerdo a lo concreto o detallado de nuestra investigación, podemos necesitar una cantidad de tales esquemas; uno relativo a la agricultura, otro a la industria pesada, etcétera. Con este esquema como punto de partida, debemos sincronizarnos luego con los sucesos políticos (en el más amplio sentido del término), y entonces podemos buscar no sólo su correspondencia, o para decirlo más cautamente, la interrelación entre las épocas definitivamente delineadas de la vida social y los segmentos agudamente expresados de la curva del desarrollo capitalista, sino también por aquellos impulsos subterráneos directos que unen los sucesos. A lo largo de este camino, naturalmente, no es difícil caer en la más vulgar esquematización; y, sobre todo, ignorar la tenacidad de los acondicionamientos internos y la sucesión de los procesos ideológicos, y llegar a olvidar que la economía sólo es decisiva en último análisis. No han faltado conclusiones caricaturescas dibujadas a partir del método marxista! Pero renunciar por esta causa a la formulación de la cuestión como se indicara antes ("su aroma de economismo") es demostrar una completa incapacidad para entender la esencia del marxismo que busca las causas de los cambios de la superestructura social en los cambios de la fundación económica, y en ningún otro lado.
El paralelismo de los sucesos políticos y los cambios económicos es sin duda muy relativo. Como regla general, la "superestructura" registra y refleja nuevas formaciones en la esfera económica sólo después de considerable retraso. Pero esta ley debe apoyarse en una concreta investigación de aquellas complejas interrelaciones.
En nuestro informe al Tercer Congreso Mundial ilustramos esta idea con ciertos ejemplos históricos extraídos de la época de la revolución de 1848, la época de la primera revolución rusa (1905) y el período a través del cual estamos pasando (1920-1921). Referimos al lector a estos ejemplos (véase El nuevo curso *). Ellos no proporcionan nada finalizado, pero caracterizan en forma suficientemente adecuada la extraordinaria importancia de la visión avanzada por nosotros-sobre todo, para entender los saltos más críticos en la historia: las guerras y revoluciones. Pero ningún intento de esta clase puede asemejarse a una incauta anticipación de aquellos resultados que fluyen de una completa y dolorosa investigación que aún no se ha realizado.
En la actualidad resulta aún imposible preveer hasta que grado y qué secciones del campo de la historia serán iluminadas, ni cuánta luz será arrojada por una investigación materialista que procediera a un estudio más concreto de la curva capitalista y de la interrelación entre la última y todos los aspectos de la vida social. Las conquistas que pueden obtenerse por este camino serán determinadas por el resultado de la investigación misma, la cual debe ser más sistemática, más ordenada, que aquellas excursiones histórico-materialistas emprendidas hasta ahora. En cualquier caso, tal aproximación a la historia moderna promete enriquecer la teoría del materialismo histórico con conquistas mucho más preciosas que extremadamente dudosos malabarismos especulativos, con los conceptos y términos del método materialista que, bajo la pluma de algunos de nuestros marxistas, trasplantaron el método formalista al dominio del materialismo dialéctico; que ha llevado a reducir la tarea a la confección de clasificaciones y definiciones más precisas y a dividir vacías abstracciones en cuatro partes igualmente vacías; en resumen han adulterado el marxismo con las maneras elegantemente indecentes de los epígonos de Kant. Verdaderamente es una tontería afilar y reafilar sin fin un instrumento, picar el acero marxista, cuando la tarea es aplicar el instrumento para trabajar sobre la materia prima.
En nuestra opinión, este tema puede proveer el material para los más fructíferos trabajos de nuestros seminarios marxistas sobre materialismo histórico. Las investigaciones independientes emprendidas en esta esfera arrojarían indudablemente nueva luz, o al menos más luz, sobre sucesos históricos aislados y aún sobre épocas enteras. Finalmente, el mero hábito de pensar en términos de las categorías propuestas facilitaría enormemente la orientación política en la presente época, que hoy revela más abiertamente que nunca la conexión entre la economía capitalista, que ha llegado a la cima de su saturación, con la política capitalista, que se ha transformado hasta ser completamente desenfrenada.
* Cf. Marx-Engels, Obras escogidas, Ediciones en Lenguas Extranjeras, Moscú, s.d., tomo I, pp. 113-114.(N. Del E.)
*Cf. León Trotski, El nuevo Curso, Cuadernos de Pasado y Presente, Nº 27, Córdoba, 1971. (N. del E.)
En los años de reacción, me dediqué a estudiar el problema de la coyuntura en la industria y el comercio, tanto desde un punto de vista universal, como bajo el ángulo visual de nuestra nación. Me movía un propósito revolucionario, que era señalar la relación de dependencia existente entre las oscilaciones comerciales e industriales, de una parte, y de la otra la fase en que se encontraba el movimiento obrero y revolucionario. En este punto, tuve buen cuidado como siempre, de no establecer una relación de dependencia automática de la política respecto a la economía. Existía una relación de interdependencia que era necesario demostrar por la marcha general del proceso. A1 ocurrir en la Bolsa de Nueva York la catástrofe del "Viernes negro", nos encontrábamos todavía veraneando en el pueblito bohemio de Hirschberg. Aquella sacudida fue la primera manifestación a Rusia, tan trabajada por la guerra ruso-japonesa y por los sucesos de la revolución. ¿Cuáles serían las consecuencias de esta crisis? El punto de vista que prevalecía en el partido, en sus dos fracciones, era que la crisis agudizaría el movimiento revolucionario. Yo no compartía esta opinión. Después de un período de grandes luchas y descalabros, las crisis no actúan sobre la clase obrera como acicate de exaltación, sino de un modo depresivo, quitándole la confianza en sus fuerzas y descomponiéndolas políticamente. En circunstancias tales, sólo un nuevo florecimiento industrial puede mantener en cohesión al proletariado, infundirle vida nueva, devolverle confianza en sí mismo y ponerlo en condiciones de volver a luchar. Esta perspectiva, que era la mía, tropezaba con la crítica y la desconfianza. Además, los economistas oficiales del partido entendían que aquel auge industrial que yo estimaba necesario, era absolutamente imposible que se diese ante el régimen de la contrarrevolución. Yo, por el contrario, lo creía inevitable y afirmaba que provocaría un nuevo movimiento de huelgas, tras el cual una nueva crisis económica desencadenaría otra vez la lucha revolucionaria. Los hechos vinieron a confirmar plenamente esta previsión. La industria rusa empezó a fortificarse, pese a la contrarrevolución, a partir del año 1910. E1 movimiento ascensional vino acompañado de una serie de huelgas. El fusilamiento de los obreros de las minas de oro del Lena, en el año 1912, tuvo una resonancia gigantesca en todo el país. En 1914, cuando ya la crisis era innegable, San Petersburgo volvió a presenciar las barricadas obreras. Poincaré, huésped del zar en vísperas de la guerra, pudo ser testigo de ellas. Estas experiencias teóricas y políticas habían de prestarme más adelante preciosos servicios. Cuando en el Tercer Congreso de la Internacional Comunista predije que en la Europa de la posguerra se produciría inevitablemente, un auge económico en el cual germinarían nuevas crisis revolucionarias, tuve enfrente a una aplastante mayoría. Y todavía en fecha bastante reciente, en el Sexto Congreso de la Komintern, hube de acusar a éstos de no haber sabido percibir el cambio de la situación económica y política producida en China, cuando, al ser cruelmente reprimida la revolución, cometieron el error de pensar que ésta seguiría adelante, alentada por la aguda crisis económica del país.
La dialéctica del proceso no tiene en sí nada de complicada. Pero es más fácil formularla en sus rasgos generales que irla descubriendo paso a paso y en vivo, a la vista de la realidad. Todos los días está uno tropezando, en estas cuestiones, con los prejuicios más irreductibles, de donde nacen en política errores de monta y graves consecuencias. ●