Tras del prodigioso esfuerzo de la Revolución y la guerra civil
se inició una reacción política. [ésta fue
fundamentalmente distinta de una manifestación social paralela en
países no soviéticos.] La reacción era contra la guerra
[imperialista] y los que habían dirigido [aquella caprichosa y más
que inútil matanza, decididamente] impopular [incluso en los países
"victoriosos"]. En Inglaterra se alzó ante todo contra Lloyd George,
a quien enviaron al ostracismo. Clemenceau en Francia [y Wilson en Estados
Unidos] sufrieron análoga suerte.
La enorme diferencia de sentimientos de las masas después de
una guerra imperialista y una guerra civil era natural. En Rusia, obreros
y campesinos estaban saturados de la certeza de que se ventilaban sus propios
intereses y de que la guerra era, en un sentido muy directo, su guerra.
La satisfacción por la victoria era muy grande, y grande también
en proporción la popularidad de quienes habían contribuido
a terminarla. [Al mismo tiempo era necesario darle el golpe de gracia,
volver por fin a las tareas civiles, a restablecer los procesos normales
y pacíficos encaminados a satisfacer necesidades humanas. El propio
heroísmo se había hecho cosa baladí y el pueblo estaba
harto de los horrores inherentes a él.]
[Aunque no dirigido contra los jefes de la guerra civil, este imponente
afán de paz volvía los ojos hacia aquellos encargados de
cuestiones tan fastidiosas como el racionamiento de víveres, la
vivienda y la colocación en buenos empleos con la mayor retribución
posible. Stalin y otros como él, cuya misión en la guerra
civil había sido secundaria, se destacaron entonces, poniéndose
a la cabeza del movimiento de transición, tácito, pero potente,
de la guerra a la paz, del sacrificio a la prosperidad. Este sesgo no ejerció
un efecto tan fuerte sobre la juventud y las masas en general (las más
expuestas durante la guerra civil) como sobre las personas de mediana edad,
con crecientes responsabilidades familiares, y sobre los afortunados que
contaban con empleo permanente en las actividades civiles. Pero ello no
quiere decir que no fuese fuerte y extenso.]
Los tres años de guerra civil dejaron una huella indeleble en
el propio Gobierno soviético en virtud del hecho de que muchísimos
de los administradores, una capa considerable de ellos, se habían
acostumbrado a mandar y a exigir incondicional sumisión a sus órdenes.
Los teorizantes que intentan probar que el actual régimen totalitario
de la U.R.S.S. proviene, no de tales condiciones históricas, sino
de la propia naturaleza del bolchevismo, olvidan que la guerra civil no
procedió de la naturaleza del bolchevismo, sino más bien
de los esfuerzos de la burguesía rusa e internacional por derrumbar
el régimen soviético. No hay duda de que Stalin, como muchos
otros, fue moldeado por el ambiente y las circunstancias de la guerra civil,
a la vez que el grupo que andando el tiempo le ayudó a implantar
su dictadura personal (Ordzhonikidze, Vorochilov, Kaganovich) y toda una
capa de obreros y campesinos [elevados a la categoría de comandantes
y administradores].
En 1923 comenzó a estabilizarse la situación. La guerra
civil, como la sostenida contra Polonia, eran ya cosas del pasado. Se habían
vencido las más horribles, consecuencias del hambre; la NEP había
dado impulso a un resurgir vivificador de la economía nacional.
El constante traslado de comunistas de un puesto a otro, de una esfera
de actividad a otra, pasó pronto a ser excepción en vez de
regla. Los comunistas empezaron a cubrir puestos permanentes, empleos que
se consideraban suyos y conducían a otros más destacados
a dominar en forma planificada las regiones o distritos de actividad económica
y política confiados a su discreción administrativa. [Rápidamente
iban convirtiéndose en funcionarios, en burócratas, conforme]
la colocación de miembros y activistas del Partido adquiría
un carácter más sistemático y regular. Ya no se consideraban
las misiones como algo transitorio y casi fortuito. La cuestión
de los destinos tuvo cada vez más relación con la del modo
y condiciones de vida de la familia [del nombrado] y con su carrera.
Entonces fue cuando Stalin comenzó a sobresalir con creciente
prominencia como organizador, dispensador de credenciales, tareas y empleos,
preparador y monitor de la burocracia. Elegía a sus hombres de acuerdo
con la hostilidad o indiferencia de éstos hacia sus adversarios
y, particularmente, hacia quien en su concepto era el principal de todos
ellos, el obstáculo capital de su ascensión a la cumbre.
Stalin generalizó y clasificó su propia experiencia administrativa,
en primer término la experiencia de intrigar de continuo tras la
cortina, y la puso al alcance de los más íntimos asociados
a él. Les enseñó a organizar sus máquinas políticas
locales por el patrón de la suya propia; cómo reclutar colaboradores,
cómo utilizar sus flaquezas, cómo enfrentar a unos camaradas
con otros.
A medida que fue aumentando la vida burocrática, ésta
engendró una creciente necesidad de bienestar. Stalin cabalgaba
a la cabeza de este espontáneo movimiento hacia la comodidad humana,
guiándolo y enderezándolo a sus propios designios. Recompensaba
a los más leales con los empleos más atrayentes y ventajosos.
él fijaba los límites de los beneficios que podían
derivarse de tales puestos. Seleccionaba a los miembros de la Comisión
de Control, instilando en muchos de ellos la necesidad de perseguir sin
misericordia a los que disentían. Al mismo tiempo les enseñaba
a mirar por entre les dedos pasar por alto el extravagante modo de vivir
de los funcionarios leales al secretario general, pues Stalin medía
toda situación, toda circunstancia política, toda combinación
personal [por un solo rasero: utilidad] para él, para su lucha por
el poder, para su inextinguible prurito de dominar a los otros.
Todo lo demás estaba intelectualmente fuera de su alcance. Impelía
a dos de sus máximos competidores a una contienda. Convertía
su talento para utilizar antagonistas personales y de grupo en verdadero
arte, en un arte inimitable en el sentido de que en él se había
desarrollado un instinto casi infalible para practicarlo. En cada nueva
situación, su primera y principal consideración era cómo
sacar partido de ella. Siempre que los intereses generales aparecían
en conflicto con los suyos propios, sacrificaba sin excepción los
primeros. En toda ocasión, con cualquier pretexto y sin tener en
cuenta el resultado, hacía cuanto le era posible por crear dificultades
a sus competidores más destacados. Con la misma persistencia procuraba
recompensar, todo acto de lealtad a su persona. Secretamente al principio,
y luego con más descaro, la igualdad fue tildada de prejuicio pequeñoburgués.
Salía en defensa de la injusticia, en defensa de los privilegios
especiales para los burócratas de alta categoría.
En esta deliberada desmoralización, nunca se interesó
Stalin por lejanas perspectivas, ni se detuvo a pensar en la trascendencia
social de este proceso en que se había adjudicado el papel principal.
Obraba entonces, como ahora, al modo del empírico que es. Elige
a quienes le son leales, les recompensa; les ayuda a conseguir puestos
privilegiados, pidiéndoles que renuncien a fines políticos
personales. Les enseña a crear para ellos la maquinaria destinada
a influir sobre las masas y mantenerlas sometidas. Nunca se para a considerar
que su política va directamente contra la lucha en que puso cada
vez más empeño Lenin durante el último año
de su vida: la lucha contra la burocracia, pero siempre en os abstractos
e inanimados. Piensa en la falta de atención, en el baduque, en
el desaseo de las oficinas, etc., pero permanece sordo y ciego ante la
formación de toda una casta privilegiada soldada por los lazos del
honor de los ladrones, por su común interés [como explotadores
privilegiados de toda la política de cuerpo] y por su incesante
alejamiento del pueblo. Sin sospecharlo, Stalin está organizando
no solo una nueva máquina política, sitio una nueva casta.
En la época de la discusión del Partido en el otoño
de 1923, la organización de Moscú estaba dividida aproximadamente
en dos mitades, con ligera ventaja de la oposición al principio.
Sin embargo, las dos mitades no eran de igual fuerza en su [potencial]
social. Al lado de la oposición estorba la juventud y una considerable
parte de la base; pero al lado de Stalin y del Comité Central estaban
en primer término todos los políticos especialmente ejercitados
y disciplinados, más próximos a la máquina política
del secretario general. Mi enfermedad, que me impidió tomar parte
en la contienda, fue, lo reconozco, un factor de cierta entidad; sin embargo,
no debe exagerarse su importancia. En último término, sólo
fue un simple episodio. [Tuvo gran importancia el hecho de] que los trabajadores
estaban cansados. Los que apoyaban a la oposición no sentían
el estímulo de una esperanza en cambios grandes y serios. Por el
contrario, la burocracia combatía con extraordinaria saña:
[luchaba instintivamente por su futura prosperidad]. Es cierto que en este
campo hubo, por lo menos, un momento de completa contusión, pero
no lo supimos a tiempo. Más tarde nos lo refirió Zinoviev.
Una vez, al llegar a Moscú desde Petrogrado, encontró el
Comité Central y a los dirigentes de Moscú presa de verdadero
pánico. Stalin estaba sin duda urdiendo una maniobra con ánimo
de asociarse a la oposición a expensas de sus aliados, Zinoviev
y Kamenev. Esto era muy de él. A la sazón, las reuniones
del Politburó se celebrarán en mi casa, a causa de mi enfermedad.
Me hizo claras insinuaciones, mostrando inesperado interés por mi
salud. Zinoviev, según su relato, puso fin a aquella situación
equívoca de Moscú volviendo a Petrogrado en busca de auxilio.
Emprendió la organización de un cuadro ilegal de agitadores
y tropas de choque que fueron enviados en automóvil de un abastecimiento
a otro para difundir tergiversaciones y calumnias. Sin romper con sus aliados,
naturalmente, Stalin cubría en favor suyo el camino de retirada
a la oposición. Zinoviev era más atrevido, por su carácter
aventurero e irresponsable. Stalin era precavido. Todavía no se
daba perfecta cuenta de los cambios que se habían operado entre
los elementos más destacados del Partido, y, especialmente, en la
máquina soviética [cambios que él mismo había
fomentado]. No confiaba en su propia fuerza intelectual. Tanteaba el camino,
sintiendo toda resistencia, calculando todo posible apoyo. Dejó
que Zinoviev y Kamenev se comprometieran, mientras él permanecía
reservado.
Durante este mismo debate del otoño fue cuando se desarrolló
definitivamente y se puso a prueba la técnica de la máquina
en su lucha con la oposición. En ningún caso podía
permitirse que la máquina se rompiese por presión desde abajo.
La máquina tenía que mantenerse firme. El Partido podía
bajarse de nuevo, refundiese o reagruparse. Era posible expulsar a algunos
miembros, pactar con otros, o asustarlos. Finalmente, cabía hacer
malabarismos con hechos y números. Los hombres de la máquina
se enviaban de una a otra fábrica en automóvil. Las Comisiones
de Control, que se habían establecido con el propósito de
combatir precisamente esta usurpación de poder por la máquina,
se convirtieron en simples dientes de sus ruedas. En las reuniones del
Partido, sobre todo, funcionarios de absoluta confianza de las Comisiones
de Control anotaban el nombre de todo orador sospechoso de simpatías
por la oposición, y luego escudriñaban con todo afán
en su pasada vida. Siempre, o casi siempre, resultaba bastante sencillo
hallar algo más o menos tangible (algún error pretérito
o simplemente un origen social dudoso) para justificar un cargo o provocar
una violación de la disciplina del Partido. Entonces era posible
expulsar, trasladar, intimidar para imponer silencio, o concertar un arreglo
con el adversario de la oposición.
Esta parte del trabajo de Stalin se efectuaba bajo su inmediata dirección.
Dentro de la misma Comisión Central de Control tenía su órgano
especial, capitaneado por [Soltz] Yaroslavsky, y Shkiryatov. Su misión
consistía en formar listas negras de los disidentes e iniciar después
investigaciones sobre su genealogía en los archivos de la policía
zarista. Stalin tenía un archivo especial lleno de toda clase de
documentos, acusaciones, rumores difamatorios contra todos los dirigentes
destacados del Soviet, sin excepción. En 1929, cuando rompió
abiertamente con los miembros derechistas del Politburó, Bujarin,
Rikov y Tomsky, Stalin consiguió mantener a Kalinin y Vorochilov
a su lado amenazándoles con ponerlos en evidencia.
Kalinin, que conocía demasiado bien lo sucedido últimamente,
se negó al principio a reconocer como jefe a Stalin. Por mucho tiempo
estuvo temeroso de unir su suerte a la de Stalin. "Ese caballo -solía
decir a sus íntimos- acabará por meternos el carro en una
zanja." Pero, gradualmente, rezongando y resistiéndose, se volvió
primero contra mí, luego contra Zinoviev, y, por último,
con más repugnancia todavía, contra Rikov, Bujarin y Tomsky,
con quienes estaba más estrechamente unido por sus opiniones moderadas.
Yenukidze pasó por la misma evolución, siguiendo las huellas
de Kalinin, aunque más en la sombra y, sin duda, con un sufrimiento
interior más hondo. Por su propia índole, ya que su principal
característica era la adaptabilidad, Yenukidze no pudo por menos
de encontrarse a sí mismo en el campo de los termidóricos.
Pero no era un arribista, ni menos un granuja. Fue duro para él
romper con viejas tradiciones, y más duro volverse contra personas
a quienes estaba habituado a respetar. En momentos críticos, Yenukidze
no sólo no manifestó un entusiasmo agresivo, sino que, por
el contrario, se lamentó, murmurando y resistiéndose. Stalin
estaba bien enterado de ello, y previno a Yenukidze más de una vez.
Yo lo supe prácticamente de primera mano. Aunque incluso en aquellos
días el sistema de denuncias había envenenado ya no sólo
la vida política, sino también las relaciones personales,
todavía quedaban aquí y allá algunos oasis de confianza
recíproca. Yenukidze era muy amigo de Serebryakov, a pesar de la
notoriedad de este último como dirigente de la oposición
de izquierda, y no rara vez le hacía confidencias. "¿Qué
más quiere [Stalin]? -se lamentaba Yenukidze-. Estoy haciendo todo
lo que me pide, pero nada le basta. Pretende que reconozca que es un genio."
No todos los jóvenes revolucionarios de la era zarista [eran
héroes de leyenda]. También había entre ellos algunos
que no se condujeron con el debido valor durante las indagaciones [de la
policía secreta]. Si luego compensaban tal conducta portándose
mejor, el Partido no los expulsaba irrevocablemente, sino que los admitía
de nuevo en sus filas. En 1923, Stalin, como secretario general, comenzó
a concentrar en sus manos pruebas de aquel censurable proceder, sirviéndose
de ellas para intimidar a centenares de antiguos revolucionarios que habían
redimido muy de sobra sus debilidades de otro tiempo. Amenazándoles
con dar publicidad a su antiguo historial, sometió a aquella gente
a una obediencia de esclavos, reduciéndolos poco a poco a un estado
de completa desmoralización. [Los ligó a su persona para
siempre obligándolos a desempeñar las tareas más sucias
en sus maquinaciones contra la oposición.] Aquellos que se negaron
a humillarse fueron triturados políticamente por la máquina
o se vieron impelidos al suicidio. Así pereció uno de mis
más próximos colaboradores, mi secretario particular Glazman,
hombre de excepcional modestia y [de ejemplar] devoción al Partido,
[muy templado y sensible, revolucionario de impecable honestidad. Se] suicidó
ya en 1924. Su acto de desesperación produjo una impresión
tan desfavorable que la Comisión Central de Control se vio obligada
a exculparle después de muerto y a formular una censura (muy cauta
y suave) a su propio órgano ejecutivo.
[Dos años después se produjo un intento descarado de
agresión
sangrienta. Aunque Trotsky y Muralov ya estaban en desgracia,
su situación aún no había cristalizado. Era el año
1926. En julio, Zinoviev, que entretanto había roto con Stalin y
formado un bloque oposicionista con Trotsky y Kamenev, fue eliminado del
Politburó. Tres meses después, en el subsiguiente Pleno del
Comité Central y de la Comisión Central de Control, expulsaron
de aquel organismo a otros dos dirigentes de la oposición. En el
ínterin, Trotsky y su esposa], acompañados por Muralov y
otros camaradas del tiempo de la guerra civil, personalmente afectos, salieron
para unas breves vacaciones en el Cáucaso. Yenukidze puso [a su
disposición] la misma casita que había ocupado otras veces
en Kislovodsk. Trotsky fue objeto de iguales deferencias que de costumbre.
Las autoridades locales le mostraron respeto sincero e incluso entusiasmo
en ocasiones sin poderlo ocultar. En reuniones casuales o no casuales,
saludaban a León Davidovich [Trotsky] con genuina efusión.
En todos los sanatorios de Kislovodsk invitaron sucesivamente a León
Davidovich a dar conferencias. Todo el mundo le acogía bien y acudía
a despedirle con ostensible agrado. Sin embargo, la presión del
Centro podía observarse ya. Oficialmente las provincias no habían
recibido órdenes de cambiar de "frente". Stalin no se atrevía
aún a dar tales órdenes abiertamente. Pero de manera subrepticia
tuvo ocasión de dar a conocer sus deseos a los sátrapas que
le servían. En consecuencia, de vez en citando tropezábamos
con manifestaciones de ostensible frialdad por parte de algún que
otro grupo recién llegado de Moscú. Nos dijeron que en algunos
sanatorios se discutía si era o no procedente invitar a L. D. Pero
los opuestos a invitarle eran hasta entonces tan pocos y de tan escasa
influencia, que siguió siendo invitado por decisión unánime,
ante la insistencia de una mayoría entusiasta. Tal franca expresión
de simpatía a L. D. no era ya tolerable en Moscú.
Muralov fue bien informado de cuanto ocurría. Era muy delicado
y comprensivo para estas cosas. Nosotros estábamos inquietos, y
en guardia constantemente. Como de costumbre, las partidas de caza eran
organizadas por la G.P.U. local, porque conocía mejor las condiciones
locales. Continuábamos confiados a su custodia y protección,
como antes. Pero ante el cambio de circunstancias, esta guardia de la G.P.U.
adquirió un doble sentido, no exento de peligro. Ya no pusimos en
ella tanta seguridad como en la guardia personal de L. D., que nos había
acompañado desde Moscú y estaba ligada a L. D. por los estrechos
lazos del frente en la guerra civil.
Una vez volvimos de caza algo más tarde que de costumbre. El
retraso no fue culpa nuestra; más bien supusimos que era premeditado.
A medianoche, justamente cuando nos acercábamos a Kislovodsk, descarriló
de pronto el tranvía en que íbamos, se desvió describiendo
un círculo y se detuvo bruscamente. Nos caímos todos, sin
darnos cuenta al principio de lo ocurrido. Los empleados que trataron de
explicarnos la causa de aquel accidente estaban muy azorados. Sus explicaciones
no tenían sentido. Parecía aquello un "accidente" premeditado
y frustrado, sin duda una venganza por el éxito de L. D. en Kislovodsk.
El "atrasado" Cáucaso y todas las provincias en su compañía,
necesitaban aprender mediante un buen
escarmiento.
No mucho después de esto, la presión ejercida sobre miembros
y simpatizantes de la oposición izquierdista fue aumentando poco
a poco. El trato de que fueron objeto los centenares de personas que pusieron
sus firmas en la declaración de los 83, de 26 de mayo de 1927, sólo
fue superado en brutalidad y cinismo por el que sufrieron los miles que
los apoyaron verbalmente. Fueron obligados a comparecer ante Tribunales
del Partido, sólo porque en reuniones del Partido expresaban criterios
distintos del consagrado por el Comité Central stalinista, que de
este modo les privaba, descaradamente como miembros del Partido de sus
más elementales derechos en calidad de tales. La opinión
pública del Partido estaba siendo preparada para la franca expulsión
de los oposicionistas. Esto se reforzó mediante ciertas extrañas
medidas adoptadas contra miembros y simpatizantes de la oposición.
"Os habéis estado riendo de la bolsa del trabajo", dijo amenazador
un miembro del Politburó y del Comité Central del Partido
Comunista ucraniano, en una de las reuniones que el Partido celebró
en Jarkov. "Os echaremos de vuestros puestos", conminaba en Moscú
el secretario del Comité del Partido de esta ciudad. [Y no eran
simples bravatas. Cuando] se vio que la amenaza del hambre no hacía
callar a la oposición, el Comité Central recurrió
abiertamente a la G.P.U. Tenía uno que estar ciego para no darse
cuenta de que la lucha contra la oposición por tales medios era
una lucha contra el Partido. ¿Podría hablarse de unidad,
esgrimiendo tales armas? ¿Qué significaba la unidad para
los stalinista s? ¿Se trataba acaso de la unidad del lobo con el
cordero que se estaba engullendo...?
En la primavera de 1924, después de uno de los plenos del Comité
Central, al que no asistí por estar enfermo, dije a [l. N.] Smirnov:
"Stalin se hará dictador de la U.R.S.S." Smirnov conocía
bien a Stalin. Habían compartido la labor revolucionaria y el destierro
años enteros, y en tales condiciones, la gente llega a conocerse
mejor que de ningún otro modo.
-¿Stalin? -me preguntó, asombrado-. ¡Pero si es
una mediocridad, una nulidad incolora!
-Mediocridad, sí; nulidad, no -le contesté-. La dialéctica
de la historia le ha enganchado y le elevará. Le necesitan todos:
los fatigados radicales, los burócratas, los de la N.E.P., los kulaks,
los advenedizos, los rastreros, todos los gusanos que surgen del revuelto
suelo de la Revolución. él sabe cómo tratarlos en
su propio terreno, habla su lenguaje y conoce el modo de conducirlos. Tiene
la merecida reputación de viejo revolucionario, que le hace inapreciable
para ellos como visera para cubrir los ojos del país. Le sobra voluntad
y audacia. No vacilará en utilizarlos y moverlos contra el Partido;
ya ha comenzado a hacerlo. Ahora mismo está disponiendo en torno
suyo a los solapados bribones del Partido, a los diestros trampistas. Como
es natural, pueden producirse en Europa, en Asia y en nuestro país
grandes acontecimientos que trastornen todos estos planes. Pero si todo
continúa automáticamente como hasta aquí, Stalin se
convertirá automáticamente en dictador.
En 1926 tuve una discusión con Kamenev, que insistía
en que Stalin no era más que "un político de villorrio".
Naturalmente, había una partícula de verdad en caracterización
tan sarcástica, pero sólo una partícula. Atributos
de carácter tales como la astucia, la perfidia, la habilidad de
explotar los más ruines instintos de la naturaleza humana, están
desarrollados en grado extraordinario en Stalin, y considerando la fortaleza
de su carácter, representan armas temibles en una contienda. Claro
que no es una contienda cualquiera. La lucha para liberar a las masas requiere
otros atributos. Seleccionar a hombres para puestos privilegiados, unirlos
en el espíritu de casta, debilitar y disciplinar a las masas, son,
en cambio, tareas para las cuales los atributos de Stalin no tienen precio
y le convierten por derecho propio en caudillo de la reacción burocrática.
[Sin embargo,] Stalin sigue siendo una mediocridad. No sólo carece
de vuelo su entendimiento, sino que es incapaz de discurrir con lógica.
Cada frase de sus discursos tiene una finalidad práctica inmediata.
Pero un discurso suyo, en conjunto, nunca se eleva al rango de una construcción
lógica.
Si Stalin hubiera podido prever hasta dónde conduciría
su lucha contra el trotskismo, indudablemente se hubiera contenido a pesar
de la perspectiva de victoria contra sus antagonistas. Pero no previó
absolutamente nada. Los vaticinios de sus adversarios, de que se convertiría
en adalid del Termidor, en enterrador del Partido de la Revolución,
le parecían vanas fantasías [y expresiones huecas]. Creía
en la suficiencia de la máquina del Partido, en su capacidad de
realizar todas las tareas. No tenía la menor idea del papel histórico
que estaba representando. La falta de imaginación creadora, su incapacidad
de generalizar y prever mató en Stalin al revolucionario tan pronto
empuñó por su cuenta el timón. Pero esos mismos rasgos,
respaldados por su autoridad de antiguo revolucionario, le permitieron
disimular el auge de la burocracia termidórica.
Su ambición adquirió un tinte de asiática incultura,
intensificada por la técnica europea. Le era indispensable que la
Prensa le ensalzase a diario con extravagancia, publicara sus retratos,
se refiriera a él con el más mínimo pretexto, e imprimiese
su nombre en grandes titulares. Hoy, hasta los telegrafistas saben que
no deben admitir un telegrama dirigido a Stalin en que no se le llame padre
del pueblo, o el gran maestro, o genio. La novela, la ópera, el
cine, la pintura, la escultura, incluso las exposiciones agrícolas,
todo ha de girar en torno a Stalin como en torno a su eje. La literatura
y el arte de la época estalinista pasarán a la historia como
ejemplo del más absurdo y abyecto bizantinismo. [En 1925, Stalin
estaba resentido con Lunacharsky porque éste había dejado
de mencionarle en un libro suyo como uno entre muchos pronombres. Pero
unos doce o más años después] el gran escritor [ruso]
Alexis Tolstoy, que lleva el nombre de uno de los más insignes y
más independientes escritores del país, escribía a
propósito de Stalin:
Tú, refulgente sol de las naciones,
sol sin ocaso de nuestra época,
y más que el sol, pues el sol no es sapiente...
[y Stalin lo tomó en serio. Le complace. Y más aún
se regocija, sin duda, cuando algún escritor de segunda fila se
acerca más a su propio nivel literario con el siguiente Canto al
sol que vuelve, que dice, entre otras cosas: ]
De Stalin nos llega la luz,
y de Stalin nuestra próspera vida...
aun la buena vida de la tundra que baten las nieves
la vivimos unidos a él,
al hijo de Lenin,
a Stalin el sabio.
[Stalin no advierte que tales efusiones literarias suenan] más
a gruñido de puerco [que a poesía]. El artículo sobre
el zar Alejandro III, de "dichoso reinado", escrito para una Enciclopedia
rusa por un obsequioso cortesano, es un modelo de veracidad, moderación
y buen gusto comparado con el artículo sobre Stalin inserto en la
postrer Enciclopedia soviética.
El bloque con Zinoviev y Kamenev contuvo a Stalin. Habiendo pasado largos
períodos de aprendizaje bajo Lenin, apreciaba el valor de las ideas
y de los programas. Aunque de vez en cuando incurría en monstruosas
desviaciones del programa del bolchevismo, y en violaciones de su integridad
ideológica, todo ello con apariencias de subterfugio militar, nunca
trasponía ciertos límites. Pero cuando el triunvirato se
deshizo, Stalin se encontró libre de todo freno ideológico.
Los miembros de] Politburó no se vieron ya desconcertados por su
falta de fondo o su extrema ignorancia. Discusiones y argumentos perdieron
toda su influencia, especialmente en lo relativo a asuntos del Komintern.
Por aquel tiempo, ni un solo miembro del Politburó hubiera reconocido
que ninguna de las secciones extranjeras tuviese la menor significación
independiente. Todo se reducía a la cuestión de si estaban
"por" o "contra" la oposición. En el curso de los años precedentes,
una de mis tareas en el Komintern había consistido en observar el
movimiento obrero francés. Después del levantamiento en el
Komintern, que comenzó a fines de 1923 y persistió todo el
año 1924, los nuevos dirigentes de las diversas secciones tendían
a desviarse cada vez más de las viejas doctrinas. Recuerdo que una
vez llevé a una sesión del Politburó el último
número del órgano central del Partido Comunista francés
y traduje unos pasajes del artículo programático. Aquellos
pasajes expresaban con tal vigor la ignorancia de sus [autores] y su oportunismo,
que por un minuto hubo cierta confusión en el Politburó.
Pero, naturalmente, ellos no podían abandonar a sus "muchachos".
El único miembro de aquel Politburó stalinista que creía
saber algo de francés, eco tenue de sus años escolares de
adolescente, era Rudzutak. Me pidió el recorte y comenzó
a traducirlo a primera vista, omitiendo palabras y frases desconocidas
para él, deformando el sentido de otras, y adicionando sus propios
caprichosos comentarios. Al punto, todos le apoyaron a coro. Es difícil
dar idea del sentimiento de pena, de indignación...
Hoy parecería casi inútil someter a una evaluación
teórica la producción de literatura contra el trotskismo
que, a pesar de la escasez de papel, inundó literalmente la Unión
Soviética. El mismo Stalin no hubiera podido volver a leer todo
cuanto escribió y dijo aproximadamente desde 1923 a 1929, pues está
en flagrante contradicción con todo lo que escribió, dijo
e hizo en el curso del decenio siguiente. Tan por completo lo repudia con
sus últimos asertos, que reproducir esa basura política,
incluso en extractos de suma concisión, sería una labor de
Sísifo para mí, y tan insípida como agua de fregar
para el paciente lector. Para nuestro objeto es suficiente indicar sólo
las pocas ideas nuevas salientes que, poco a poco, cristalizaron en el
curso de la polémica entre la máquina stalinista y la oposición,
y adquirieron importancia decisiva en cuanto proporcionaban puntos ideológicos
de apoyo a los iniciadores de la lucha contra el trotskismo. En torno a
esas ideas se agruparon las fuerzas políticas. Eran tres en conjunto,
y a su tiempo se suplieron y remplazaron en parte unas a otras.
La primera se refería a la industrialización. El triunvirato
comenzó alzándose contra el programa de industrialización
preconizado por mí y a favor de la polémica lo tildaron de
superindustrialización. Tal actitud se intensificó aún
más cuando se deshizo el triunvirato y Stalin formó bloque
con Bujarin y el ala derecha. La tendencia general del criterio oficial
contra la llamada superindustrialización, sostenía que la
industrialización rápida únicamente es posible a costa
del campesinado. Por consiguiente, hay que avanzar a paso de caracol. La
cuestión del ritmo de la industrialización no tiene importancia,
en realidad; y así, sucesivamente. Lo cierto es que la burocracia
no quería perturbar a aquellas capas de la población que
habían comenzado a enriquecerse, a la espuma de la pequeña
burguesía nepista. este fue su primer error de bulto en su lucha
contra el trotskismo. Pero nunca reconoció su error. Simplemente
dio un salto mortal a propósito del asunto, y acometió alegremente
la tarea de batir todos los antiguos records de superindustrialización...,
por desgracia, predominantemente en el papel y en los discursos.
En la segunda fase, durante 1924, la lucha se concentró contra
la teoría de la revolución permanente. El contenido político
de esta contienda se redujo a la tesis de que no estamos interesados en
la revolución internacional, sino en nuestra propia seguridad, a
fin de desarrollar nuestra economía. La burocracia tenía
cada vez más miedo de arriesgar su posición por el peligro
de complicación implícita en una política revolucionaria
internacional. La campaña contra la doctrina de la revolución
permanente, carente de valor teórico intrínseco, sirvió
de expresión a una desviación conservadora nacionalista del
bolchevismo. De esta lucha surgió la teoría del socialismo
en un país aislado. Sólo entonces vinieron Zinoviev y Kamenev
a comprender las complicaciones de la lucha que ellos mismos iniciaran.
La tercera idea de la burocracia en su campaña contra el trotskismo
se relacionaba con la lucha contra la nivelación, contra la igualdad.
El aspecto teórico de esta contienda tenía el carácter
de curiosidad. En la carta de Marx relativa al programa de Gotha de la
Socialdemocracia alemana, Stalin halló una frase en el sentido de
que durante el primer período del socialismo, la desigualdad, o,
como Marx decía, la prerrogativa burguesa en la esfera de la distribución
ha de mantenerse aún. Marx no quería significar con esto
la creación de una nueva desigualdad, sino simplemente una eliminación
gradual más bien que repentina de la antigua desigualdad en la esfera
de la retribución. Esta cita se interpreta erróneamente como
declaración de los derechos y privilegios de los burócratas
y sus satélites. El futuro de la Unión Soviética quedaba
ahí divorciado del futuro del proletariado internacional, y la burocracia
se encontraba con una justificación teórica de privilegios
v poderes especiales sobre las masas trabajadoras dentro de la Unión
Soviética.
Parecía como si la Revolución hubiese combatido y vencido
expresamente para la burocracia, que reñía furiosa y sañuda
batalla contra la nivelación, la cual amenazaba sus privilegios,
y contra la revolución permanente, que ponía en peligro su
existencia misma. No es extraño que en esta lucha encontrase Stalin
muchedumbre de partidarios. Entre ellos había antiguos liberales,
essars y mencheviques. Acudían a bandadas al Estado e incluso a
la máquina del Partido, cantando hosannas al sentido práctico
de Stalin.
La lucha contra la superindustrialización se sostuvo con mucha
cautela en 1922, y abierta y tempestuosamente se inició a toda publicidad
en 1924, y continuó luego en distinta forma y con diversas interpretaciones
en el curso de todos los años siguientes. La lucha contra las acusaciones
de Trotsky sobre la desigualdad comenzó hacia fines de 1925, y se
convirtió, en esencia, en el eje del programa social de la burocracia.
La controversia relativa a la superindustrialización se llevó
franca y directamente en provecho de los kulaks. El paso de caracol en
el desarrollo industrial se necesitaba para dar al kulak un antídoto
anodino contra el socialismo. Esta filosofía era, al mismo tiempo
la filosofía del ala derecha, además de ser la del centro
stalinista. La teoría del socialismo en un solo país fue
propugnada en aquel período por un bloque de la burocracia, con
la pequeña burguesía agraria y urbana. La lucha contra la
igualdad unió más sólidamente que nunca a la burocracia,
no sólo con la pequeña burguesía agraria y urbana,
sino también con la aristocracia obrera. La desigualdad se transformó
en la base social común, la fuente y la razón de ser de estos
aliados. De este modo, vínculos económicos y políticos
solidarizaron a la burocracia y a la pequeña burguesía de
1923 a 1928.
Entonces fue cuando el Termidor ruso desplegó su más
evidente semejanza con su prototipo francés. Durante aquel período
se permitió al kulak tomar en alquiler la tierra del campesino pobre
y alquilar a éste como jornalero suyo. Stalin se disponía
ya a dejar la tierra a propietarios particulares por un período
de cuarenta años. Poco después de la muerte de Lenin hizo
una tentativa clandestina de transferir la tierra Nacionalizada, como propiedad
particular, a los campesinos de su Georgia natal, bajo la apariencia de
"posesión" de "parcelas particulares" por "muchos años".
Aquí puso una vez más de manifiesto lo fuertes que eran sus
antiguas raíces agrarias y su dominante y profundo nacionalismo
georgiano. Por orden secreta de Stalin, el comisario popular georgiano
de Agricultura preparó un proyecto para dar la tierra en posesión
a-los campesinos. Sólo la protesta de Zinoviev, que tuvo noticia
de la conspiración, y la alarma levantada por el proyecto en los
círculos del Partido, obligaron a Stalin, que aún no se sentía
seguro de sí mismo, a repudiar su propio proyecto. Naturalmente,
la cabecea de turco resultó ser en este caso el infortunado comisario
popular georgiano.
Pero Stalin y su aparato se hicieron cada vez más osados, especialmente
después de librarse de la influencia moderadora de Zinoviev y Kamenev.
En efecto, la burocracia llevó tan lejos su atrevimiento en favor
de los intereses y peticiones de sus aliados, que en 1927, todos se dieron
cuenta, como desde un principiase la dio todo economista letrado, de que
las exigencias de su aliado burgués eran limitadas por su propia
naturaleza. El kulak quería la tierra, su exclusiva propiedad. El
kulak quería tener derecho a disponer libremente de su cosecha entera.
El kulak hacía todo lo posible por crear sus propios agentes en
la ciudad, en forma de comerciantes e industriales libres. El kulak no
quería transigir con entregas forzosas a precios fijos. El kulak,
juntamente con el industrial modesto, trabajaba por la completa restauración
del capitalismo. Así se inició la irreconciliable brega alrededor
del producto sobrante del trabajo nacional. ¿Quién dispondrá
de él en el próximo futuro: la nueva burguesía o la
burocracia soviética? ésta fue la inmediata cuestión
planteada. Quien disponga del producto sobrante cuenta con el poder del
Estado. Así comenzó la lucha entre la pequeña burguesía,
que había ayudado a la burocracia a quebrantar la resistencia de
las masas obreras y de sus portavoces de la oposición izquierdista,
y la misma burocracia termidórica, que había ayudado a la
pequeña burguesía a dominar a las masas agrarias. Era una
porfía descarada por el poder y la renta.
Evidentemente, la burocracia no derrotó a la vanguardia proletaria,
se libró de las complicaciones de la revolución internacional
y legitimó la filosofía de la desigualdad, para rendirse
luego a la burguesía y convertirse en criado suyo, y ser acaso desplazada
a su vez de la olla del Estado. La burocracia se asustó mortalmente
de las consecuencias de su política de seis años. En consecuencia,
volviose airada contra el kulak y el nepista. Al mismo tiempo, emprendió
el llamado tercer período y la lucha contra los derechistas. A los
ojos de los papanatas, la teoría y la política del tercer
período pareció lana vuelta a los principios básicos
del bolchevismo. Pero no había nada de eso. Se trataba sólo
de un medio para un fin, el fin de barrer a la oposición derechista
y a sus satélites. Las estúpidas travesuras del famoso tercer
período dentro y fuera del país son demasiado recientes para
que necesiten descripción aquí. Serían ridículas,
si sus efectos sobre las masas no hubieran sido tan trágicos. No
es un secreto para nadie que en la lucha contra el ala derecha, Stalin
aceptó la limosna de la oposición de izquierda. él
no aportó una sola idea. Su labor intelectual se limitó a
amenazar y a repetir las consignas y argumentos de la oposición,
deformándolos demagógicamente, como es natural. No solamente
recogió los viejos guiñapos de la oposición, sino
que, para disimularlos, arrancó de ellos pedazos, y sin tomarse
el trabajo de unirlos para formar una nueva enseña (tales primores
nunca le inquietaron) cubrió con ellos su desnudez a compás
de las necesidades. Sin embargo, no puede decirse que aquellos andrajos,
compuestos de una manga izquierda, un bolsillo derecho, una pernera (todo
ello cortado a la medida de algún otro), pudieran estimarse como
vestimenta satisfactoria para la desnudez del líder. Y sus secuaces
no le podían ayudar, pues habían de ajustar perfectamente
su paso a los movimientos del padre de naciones.
La literatura de la oposición de izquierda en 1926-1927, en
cambio, se distingue por su excepcional riqueza. La oposición reaccionó
a cada indicio de vida fuera y dentro del país, a cada acto del
Gobierno, a cada decisión del Politburó, con documentos individuales
y colectivos dirigidos a las diversas instituciones del Partido, principalmente
al Politburó. Aquellos fueron los años de la Revolución
china, del Comité anglorruso y de una gran confusión en cuestiones
internas. La burocracia continuaba aún tanteando su camino, dando
tumbos de derecha a izquierda y luego a la inversa. Mucho de lo que escribió
la oposición, no estaba destinado a la Prensa general, sino sólo
a informar a las instituciones rectoras del Partido. Pero, incluso lo que
se escribía especialmente para Pravda o para la resista teórica
mensual El Bolchevique, nunca llegó a publicarse en la Prensa soviética.
La mayoría del Politburó había resuelto firmemente
estrangular a la oposición (al menos, ahogarla, sofocara, eliminarla,
paralizarla), Este era el modo de contestar Stalin a los argumentos. No
todos los miembros del Politburó estaban conformes con este método;
pero, poco a poco, Stalin los hizo participar en la pelea. Fue podando
sus reservas mentales, limando sus prejuicios y haciendo cada paso ulterior
consecuencia inevitable del precedente. Allí estaba él en
su elemento; en tal ambiente, su maestría era indiscutible. Llegó
una época en que los miembros disconformes del Politburó
se cansaron de protestar, siquiera comedidamente, contra los disparates
de los "activistas" más torpes de Stalin. Y, poco a poco, se vieron
impulsados desde un silencio indiferente a la pública aprobación
de un atropello tras otro...
La parte de los escritos oposicionistas que conseguí llevarme
en ocasión de mi expulsión a Turquía, se conserva
actualmente en la Biblioteca de Harvard y está a disposición
de cuantos puedan interesarse por el estudio de la reseña de aquella
notable pugna en las fuentes originales. Repasando esos documentos mientras
escribo la presente obra (esto es, casi quince años después),
tengo que admitir que la oposición estaba acertada en dos aspectos:
vaticinaba con razón y hablaba intrépidamente a la vez; dio
pruebas de notable brío y persistencia en el desarrollo de su línea
política. Los argumentos de la oposición nunca han sido refutados.
No es difícil imaginarse el furor que despertaban en Stalin y en
los íntimos de su camarilla. La superioridad intelectual y política
de los representantes de la oposición sobre la mayoría del
Politburó se echa de ver en cada línea de los documentos
Oposicionistas. Stalin nada tenía que decir en respuesta, ni intentó
nunca darla. Recurría al mismo método que había sido
parte de sí mismo desde su temprana juventud, y que consistía
en no discutir con un adversario, descubriendo sus propias opiniones delante
de un auditorio, sino comprometerle personalmente, y si le era posible,
exterminarle físicamente. Su impotencia intelectual ante la argumentación,
ante la crítica, daba origen a la furia, y ésta, a su vez,
le impulsaba a apresurar sus medidas para liquidar a la oposición.
Así pasaron los años 1926-1927. Aquel período constituyó
simplemente un ensayo general de la perfidia y la degeneración que
asombraron al mundo diez años después.
A un lado de esa gran polémica estaba la oposición de
izquierda, intelectualmente iluminada, incansable en sus demostraciones
e indagaciones, esforzándose con afán por hallar solución
adecuada a los problemas de las mudables situaciones internacionales e
internas, sin violar por ello las tradiciones del Partido. Al otro lado,
el frío empeño de la pandilla burocrática para dar
buena cuenta de sus críticos, de sus contendientes, de los perturbadores
que no los dejaban tranquilos, que no les permitían disfrutar en
paz del triunfo que habían conseguido. Mientras algunos miembros
de la oposición estaban atareados analizando los errores básicos
de la política oficial en China o sometiendo a crítica el
bloque con el Consejo General de los Sindicatos Británicos, Stalin
hizo correr el rumor de que la oposición apoyaba a Austin Chamberlain
contra la Unión Soviética, que éste o el otro oposicionista
estaba usando indebidamente automóviles del Estado, que Kamenev
había firmado un telegrama a Miguel Romanov, que Trotsky había
escrito una carta frenética contra Lenin. Y siempre las fechas,
las circunstancias, todos esos detalles quedaban envueltos en niebla.
No eran éstos solos los métodos de refutación
stalinista. él y sus paniaguados descendían, incluso, a pescar
en las fangosas aguas del antisemitismo. Me acuerdo, sobre todo, de una
caricatura en la Rabochaya Gazeta (Gaceta de los Trabajadores), titulada
"Los camaradas Trotsky y Zinoviev". Hubo muchas de estas caricaturas y
aleluyas de carácter antisemita en la Prensa del Partido, que eran
acogidas con socarronas risitas. La actitud de Stalin ante este creciente
antisemitismo era de amistosa neutralidad, Pero las cosas llegaron a tal
punto, que tuvo necesidad de atajarlas con una declaración pública
del tenor siguiente: "Estamos combatiendo a Trotsky, Zinoviev y Kamenev,
no porque sean judíos, sino porque son oposicionistas", etc. Era
absolutamente claro para cualquiera que discurriese políticamente
que su declaración deliberadamente equívoca, iba simplemente
contra los "excesos" de Antisemitismo, difundiendo a la vez por toda la
Prensa soviética el significativo recordatorio: "No olvidéis
que los líderes de la oposición son judíos." Tal declaración
dio carta blanca a los antisemitas.
La mayoría de los miembros del Partido votó por la derrota
de la oposición contra su voluntad, contra sus simpatías,
contra sus recuerdos mismos. Se habían visto inducidos a votar como
lo hicieron gradualmente, bajo la presión de la máquina,
lo mismo que la máquina fue lanzada a la lucha contra la oposición
de arriba abajo. Stalin dejó los papeles principales a Zinoviev,
Kamenev, Bujarin y Rikov, porque estaban mucho mejor pertrechados que él
para sostener una polémica abierta contra la oposición, pero,
a la vez, porque no quería quemar tras él todos los puentes.
Los fuertes golpes descargados sobre la oposición, golpes que por
entonces parecieron decisivos, despertaron una simpatía secreta,
pero, no obstante, profunda por los vencidos y decidida hostilidad hacia
los vencedores, especialmente hacia las dos figuras más visibles,
Zinoviev y Kamenev. Stalin acumulaba capital entonces también. Públicamente
se disoció de Kamenev y Zinoviev, haciéndoles aparecer como
principales culpables de la impopular campaña contra Trotsky. Y
asumió el papel de conciliador, de mediador imparcial y moderado
en la lucha faccional.
En 1925, Zinoviev, tratando de impresionar a Rakovsky con sus triunfos
de bandería, dijo, hablando de mí: "Un político mediocre.
No supo dar con la táctica adecuada. Por eso le desbancaron." Un
año después, este infortunado detractor de mi táctica
estaba llamando humildemente a la puerta de la oposición izquierdista.
Ni él ni Kamenev pudieron imaginarse todavía en 1925 que
se habían convertido en instrumentos de la reacción burocrática;
erraron entonces, como en 1917. En 1926 se dieron cuenta de que no había
otra "táctica" posible para un revolucionario, pues, al fin y al
cabo, ellos eran de la vieja guardia, que no podía honradamente
concebir el bolchevismo sin su perspectiva internacionalista y su dinamismo
revolucionario. Aquello era la tradición que los viejos bolcheviques
estaban llamados a sostener. Por eso, todo el Partido de los tiempos de
Lenin los miraba como un capital irremplazable. El interés especial
y excepcional de Lenin por la vieja generación de revolucionarios
se inspiraba en su consideración política tanto como en su
solidaridad de camarada. Cuando Zinoviev alardeaba ante Rakovsky de su
propia afortunada "táctica" contra mí, blasonaba de haber
disipado y derrochado ese capital. De 1923 a 1926, por iniciativa y, al
principio, bajo la dirección de Zinoviev, la batalla contra el internacionalismo
marxista calificado de "trotskismo" se libró enarbolando la consigna
de salvar la vieja guardia del bolchevismo. Se creó una Comisión
especial que vigilara el estado de salud de los viejos veteranos bolcheviques.
El sesgo en dirección al Termidor descarado no se acusó de
modo tan flagrante en nada como en las transacciones políticas de
la misma vieja guardia. [Aquello fue] seguido de su exterminio físico.
La Comisión para cuidar de la salud de los viejos bolcheviques fue
sustituida al final por un pequeño destacamento de ejecutores [de
la G.P.U.], a quien Stalin agració con la Orden de la Bandera Roja.
Lefebvre [en su libro Les Thermidoriens] subraya que la misión
de los termidóricos consistió en presentar el 9 de Termidor
como un episodio de poca importancia: una simple depuración de elementos
enemigos para preservar el núcleo fundamental de los jacobinos y
continuar su política tradicional. En el primer período del
Termidor, el ataque no fue contra los jacobinos en su conjunto, sino sólo
contra los terroristas. [un proceso análogo se repitió en
el Termidor soviético.] La campaña contra el trotskismo comenzó
en defensa de la vieja guardia y de la línea política bolchevique;
continuó en nombre de la unidad del Partido y culminó con
el exterminio físico de los bolcheviques en su integridad. Durante
ambos Termidores este aniquilamiento de revolucionarios se llevó
a cabo en nombre de la Revolución y, al parecer, por el máximo
interés de la misma. Los jacobinos no fueron exterminados por jacobinos,
sino por terroristas, por robespierristas, etc.; de manera análoga,
los bolcheviques no fueron aniquilados como tales, sino como trotskistas,
zinovievistas, bujarinistas... Hay una notable similitud entre la expresión
rusa Tratskitskoye ojvostiye, que adquirió plenos derechos civiles
en las publicaciones soviéticas, y el título de un folleto
publicado por la Méhée de la Touche el 9 de Fructidor, La
queue de Robespierre. Pero la semejanza entre ambos métodos termidóricos
fundamentales es aún más notable. Lefebvre escribe que el
día siguiente al 9 de Termidor, hablando en nombre de los miembros
del Comité de Salud Pública, Barère aseguraba a la
Convención que nada importante había ocurrido.
* Hablando en su nombre el 10 de Termidor, Barère declaró
que los sucesos ocurridos el día anterior no eran más que
"una pequeña perturbación que dejaba intacto al Gobierno...".
[Y tres semanas después: ]
* El 2 de Fructidor (19 de agosto), Louchet, el mismo hombre que había
presentado la acusación contra Robespierre, describía el
progreso de la reacción, volvía a pedir que se arrestase
a todos los sospechosos, y declaraba que era necesario "mantener el Terror
en el orden del día...".
[Este golpe contra la izquierda dejó naturalmente desenfrenada
a la derecha, y las pasiones subieron de punto: ]
* Los termidóricos, forzando el nuevo estado de cosas, tenían
sobre todo temor de... una sublevación. Los elementos derechistas
explotaban este temor. Comenzó entonces una "purga" de clubs, con
arrestos y asesinatos de jacobinos. Los derechistas, sostenidos por los
de Termidor, hicieron lo posible desde aquel momento por presentar todo
signo de descontento, crítica o indignación, tanto en París
como en provincias, cual si fuese prueba de conspiración por parte
de los terroristas.
El prestigio de los dirigentes todos, y no sólo el prestigio
personal de Lenin, constituían en su totalidad la autoridad del
Comité Central. El principio de jefatura individual era absolutamente
ajeno al Partido. éste escogía las figuras más populares
para la dirección, ponía en ellos su confianza y admiración,
pero continuaba adherido a la idea de que la dirección efectiva
encarnaba en el Comité Central indivisible. Esta tradición
fue aprovechada con gran ventaja por el triunvirato, que insistía
sobre la superioridad del Comité Central respecto a toda autoridad
individual. Stalin, arbitraste, centrista y ecléctico por excelencia,
experto en pequeñas dosis gradualmente administradas, se sirvió
cínicamente de aquella confianza [en el Comité Central] para
su beneficio propio.
A fines de 1925, Stalin todavía hablaba a los dirigentes en
tercera persona e instigaba al Partido contra ellos. Recibía los
aplausos de la capa media de la burocracia, que rehusaba inclinar su cabeza
ante líder alguno. Pero, en realidad, Stalin era ya un dictador.
Era un dictador, pero aún no lo percibía, y nadie lo estimaba
como tal. Era un dictador, no por la fuerza de su personalidad, sino por
el poder de la máquina política que había roto con
sus líderes antiguos. Todavía en el XVI Congreso de 1930,
Stalin dijo: "¿Preguntáis por qué hemos expulsado
a Trotsky y a Zinoviev? Porque no queremos tener aristócratas en
el Partido, porque sólo tenemos una ley en el Partido, y todos los
miembros del Partido tienen los mismos derechos." Y lo reiteró más
tarde, en el XVII Congreso de 1934.
Smilga puso de relieve, hablando conmigo unos diez años después
de la insurrección de octubre, que durante cinco primeros años
existió una tendencia encubierta a ajustar diferencias; se taponaron
antiguos boquetes, se curaron viejas heridas, hubo reconciliaciones, etc.,
mientras que en el curso de los cinco años siguientes, a partir
de 1923, el proceso se invirtió; las grietas se ensanchaban, la
menor discrepancia se dilataba y agudizaba, y no había herida sin
encono. El Partido bolchevique, en su antigua forma, con sus viejas tradiciones
y sus antiguos componentes, se hacía cada vez más refractario
a la nueva capa dominante
En esta contradicción está la esencia del Termidor. Estériles
y absurdos son los trabajos de Sísifo de quienes tratan de reducir
todas las posteriores vicisitudes a unos cuantos atributos origina. les,
como si un partido político fuese una entidad homogénea y
un factor omnipotente de la historia. Un partido político es sólo
un instrumento histórico transitorio, uno de los muchos instrumentos
y escuelas de la historia. El Partido bolchevique se señaló
a sí mismo como meta la conquista del poder por el proletariado.
Puesto que el Partido realizó esa tarea por primera vez en la historia
y enriqueció la experiencia humana con tal hazaña, ha cumplido
una misión histórica trascendental. Sólo quienes se
perecen por la discusión abstrusa pueden pedir de un partido político
que sojuzgue y elimine los factores, mucho más poderosos, de masas
y clases hostiles a él. La limitación del partido como instrumento
histórico se manifiesta por el hecho de que al llegar a cierto punto,
en un determinado momento, comienza a disgregarse. Bajo la influencia de
presiones internas y externas, se resquebraja y agrieta, y sus órganos
comienzan a atrofiarse. Iniciado este proceso de descomposición,
lentamente al principio, en 1923, su ritmo aumentó de prisa. El
viejo Partido bolchevique y sus antiguos cuadros heroicos siguieron el
camino de todo ser perecedor; sacudido por accesos de fiebre y espasmos,
y ataques dolorosísimos, terminó por sucumbir. Para establecer
el régimen que con toda justicia llaman stalinista, lo que en verdad
hacía falta no era un partido bolchevique, sino precisamente exterminar
al Partido bolchevique.
Numerosos críticos, publicistas, corresponsales, historiadores
biógrafos y diversos sociólogos de afición han pretendido
hacer ver a la oposición izquierdista lo equivocado de sus métodos,
diciendo que la estrategia de esta oposición no era factible desde
el punto de vista de la lucha por el poder. Sin embargo, no era justo el
modo de examinar la cuestión. La oposición izquierdista no
podía lograr el poder, ni esperaba siquiera lograrlo; al menos,
éste era el criterio de sus dirigentes más sensatos. Una
lucha de la oposición izquierdista, de una organización marxista
revolucionaria por el poder sólo podía concebirse en las
condiciones de un levantamiento revolucionario. En tales momentos, la estrategia
se basa en la agresión, en el llamamiento directo a las masas, en
ataque frontal contra el Gobierno. Algunos miembros de la oposición
izquierdista habían tomado no escasa parte en tal lucha y tenían
conocimiento directo de cómo efectuarlo. Pero durante los primeros
años del segundo decenio, y más tarde, no hubo alzamiento
revolucionario alguno en Rusia, sino todo lo contrario. En tales circunstancias
no había que pensar en emprender una campaña por el poder.
Hay que tener presente que en los años de la reacción,
de 1908 a 1911 y después, el Partido bolchevique rehusó entablar
una ofensiva directa contra la monarquía, limitándose a la
tarea de preparar la eventual ofensiva luchando por el resurgimiento de
las tradiciones revolucionarías y por la conservación de
ciertos cuadros, sometiendo los acontecimientos sucesivos a un análisis
constante, y utilizando toda posibilidad legal o semilegal para adiestrar
a la capa más avanzada de los trabajadores. La oposición
izquierdista no podía proceder de otro modo en condiciones semejantes.
En efecto, las condiciones de la reacción soviética eran
incomparablemente más difíciles para la oposición
que lo fueron las de la reacción zarista para los bolcheviques.
Pero, en su fundamento, la tarea continuaba siendo la misma: conservar
las tradiciones revolucionarias, mantener contacto entre los elementos
avanzados dentro del Partido, analizar las peripecias del Termidor, preparar
el alzamiento revolucionario en el palenque mundial, así como en
la Unión Soviética. Había peligro en que la oposición
menospreciara sus fuerzas y abandonase prematuramente la prosecución
de su tarea después de algunos intentos, en que la guardia avanzada
necesariamente chocase no sólo contra la resistencia de la burocracia,
sino también con la indiferencia de las masas; y, asimismo, lo había
en que, habiéndose convencido de la imposibilidad de asociarse abiertamente
a las masas, incluso a su vanguardia, la oposición renunciara a
la lucha y se echara a esperar tiempos mejores. Esto era exponerse a perder
por completo...
La Revolución machaca y destruye la maquinaria del viejo Estado.
Ahí reside su esencia. La liza está repleta de contendientes.
Ellos deciden, actúan, legislan a su modo, exento de precedentes;
juzgan y dan órdenes. La esencia de la revolución está
en que la misma masa se constituye en propio órgano ejecutivo. Pero
cuando la masa se retira del palenque, vuelve a sus diversas residencias,
a sus viviendas particulares, perpleja, desilusionada, cansada, el teatro
de los acontecimientos queda desolado. Y su frialdad se intensifica cuando
lo ocupa la nueva máquina burocrática. Naturalmente, los
encargados de ella, inseguros de sí mismos y de las masas, tienen
recelo. Por eso, en la época de la reacción victoriosa, la
máquina políticomilitar desempeña un papel mucho más
importante que bajo el antiguo régimen. En esta oscilación
de la Revolución al Termidor, la índole específica
del Termidor ruso proviene del papel que el Partido tomó en él.
La Revolución francesa no tuvo nada de esto a disposición
suya. La dictadura de los jacobinos, personificada en el Comité
de Salud Pública, duró solamente un año. Esta dictadura
tenía un efectivo apoyo en la Convención, mucho más
fuerte que los clubs y secciones revolucionarias. Aquí está
la clásica contradicción entre la dinámica de la revolución
y la reflexión parlamentaria. Los elementos más activos de
las clases participan en la pugna revolucionaria de fuerzas. Los demás
(los neutrales, los que permanecen a la expectativa, los retrasados) parecen
excluirse ellos mismos. En época de elecciones, aumenta la participación,
que se extiende a una porción considerable de los semipasivos y
los semiindiferentes. En tiempos de revolución, los representantes
parlamentarios son enormemente más moderados y contemporizadores
que los grupos revolucionarios a quienes representan. Para dominar la Convención,
los montañeses dejaron que la Convención rigiese al pueblo,
mejor que los elementos revolucionarios del mismo pueblo fuera de la Convención.
A pesar del carácter incomparablemente más profundo de
la Revolución de octubre, el Ejército del Termidor soviético
se reclutó esencialmente entre los restos de los partidos que anteriormente
habían regido, y de sus representantes ideológicos. Los antiguos
hacendados rurales, capitalistas, hombres de leyes, sus hijos (esto es,
los que no habían huido al extranjero) fueron absorbidos por la
máquina del Estado, v algunos incluso por el mismo Partido. Una
inmensa mayoría de los admitidos en la maquinaria del Estado y del
Partido habían sido anteriormente miembros de los partidos pequeñoburgueses:
mencheviques y essars. A éstos hay que añadir un enorme número
de positivistas mondos y lirondos que habían estado acurrucados
al margen durante la época tempestuosa de la Revolución y
la guerra civil, y que, convencidos al cabo de la estabilidad del Gobierno
soviético, se dedicaron con singular pasión a la noble tarea
de asegurarse cargos permanentes y cómodos, si no en el centro,
al menos en las provincias. Toda esta enorme multitud abigarrada era el
soporte natural del Termidor.
Sus sentimientos iban desde el rosa pálido al blanco níveo.
Los essars, naturalmente, estaban en todo momento y de cualquier modo dispuestos
a defender los intereses de los campesinos contra las amenazas de los industrializadores
de mala intención, en tanto que los mencheviques, en general, consideraban
que debía darse más libertad y tierra a la burguesía
rural, de la que habían pasado a ser portavoces políticos.
Los representantes que quedaban de la gran burguesía y de los hacendados
rurales, y que habían encontrado acceso a empleos gubernamentales,
naturalmente se acogieron a los campesinos como a su tabla de salvación.
No podían esperar éxito alguno como campeones de los intereses
de su propia clase, por el momento, y se daban perfecta cuenta de que habrían
de pasar un cierto lapso defendiendo a los campesinos. Ninguno de estos
grupos podía levantar sin reserva la cabeza. Todos ellos necesitaban
el tinte protector del partido dominante y del bolchevismo tradicional.
La lucha contra la revolución permanente significaba para ellos
la lucha contra la institución permanente de los despojos que habían
sufrido. Es natural que aceptaran gustosos como dirigentes a los bolcheviques
que se volvían contra la revolución permanente.
La economía revivió. Apareció un pequeño
superávit. Naturalmente, se concentró en las ciudades, a
disposición de las capas rectoras. Con ello vino una reanimación
de los teatros, restaurantes y otros establecimientos de recreo. Centenares
de miles de personas de diversas profesiones que pasaron los vigorosos
años de la guerra en una especie de coma, ahora resurgían,
estiraban sus miembros y comenzaban a participar en el restablecimiento
de la vida normal. Todos ellos estaban de parte de los adversarios de la
revolución permanente. Todos ellos querían paz, crecimiento
y robustecimiento del campesinado, y prosperidad continua de los establecimientos
de recreo de las ciudades. Y trataban de asegurar la permanencia de este
rumbo más bien que de la revolución. El profesor Ustryalov
preguntaba si la Nueva Política Económica de 1921 fue una
"táctica" o una "evolución". Esta pregunta incomodó
mucho a Lenin. El curso ulterior de los acontecimientos mostró que
la "táctica", merced a una especial configuración de las
condiciones históricas, llegó a ser la fuente de la "evolución".
La retirada estratégica subsiguiente del Partido revolucionario
fue como el principio de su degeneración.
La contrarrevolución se inicia cuando comienza a desarrollarse
el carrete de las conquistas sociales progresivas. Y este desarrollo no
parece tener fin. Pero siempre se conservan algunas de tales conquistas.
Así, a despecho de monstruosas deformaciones burocráticas,
la base clasista de la U.R.S.S. Continúa siendo proletaria. Pero
recordemos que este proceso de desarrollo aún no ha terminado, y
que el futuro de Europa y del mundo durante los próximos decenios
no se ha decidido todavía. El Termidor ruso habría abierto
indudablemente una nueva era de dominio burgués, si tal dominio
no se hubiese desacreditado en todo el mundo. En todo caso, la lucha Contra
la igualdad y el establecimiento de diferencias sociales muy profundas
no ha conseguido hasta ahora eliminar la conciencia socialista de las masas
ni la nacionalización de los medios de producción y de la
tierra, que fueron las conquistas socialistas básicas de la Revolución.
Aunque deroga tales gestas, la burocracia no se ha atrevido todavía
a recurrir a la restauración de la propiedad privada de los medios
de producción. A final del siglo XVIII, la propiedad privada de
los medios de producción fue un factor de importancia progresiva
considerable. Aún le quedaba Europa y el mundo por conquistar. Pero
en nuestros tiempos, la propiedad privada es el único obstáculo
serio que se opone al desarrollo adecuado de las fuerzas productoras. Aunque
por la índole de su nuevo modo de vivir, su conservadurismo, sus
simpatías políticas, la inmensa mayoría de la burocracia
se inclinaba hacia la nueva pequeña burguesía, sus raíces
económicas estaban bien hundidas en el terreno de las nuevas condiciones
de propiedad. El crecimiento de las relaciones burguesas amenazaban no
sólo la base socialista de la propiedad, sino también los
cimientos sociales de la misma burocracia. Puede haberse sentido inclinada
a repudiar la perspectiva socialista de desarrollo en favor de la pequeña
burguesía; pero a ningún precio consentiría en repudiar
sus propios derechos y privilegios para beneficiarla. Esta contradicción
es la que condujo al durísimo conflicto entre la burocracia y el
kulak.
Rousseau ha explicado que la democracia política era incompatible
con una excesiva desigualdad. Los jacobinos, representantes de la base
de la pequeña burguesía, estaban impregnados de esta doctrina.
La legislación de la dictadura jacobina, especialmente el papel
del máximum, se ajustaba a estas normas. Así ocurrió
también con la legislación soviética, que desterró
la desigualdad incluso del Ejército. Bajo el régimen de Stalin
todo esto cambió, y hoy no sólo existe desigualdad social,
sino también económica. La ha fomentado la burocracia, con
cinismo y desvergüenza, en nombre de la doctrina revolucionaria del
bolchevismo. En su campaña contra las acusaciones trotskistas de
desigualdad, en su agitación por la escala diferencial de salarios,
la burocracia invocaba las sombras de Marx y Lenin, y buscaba justificación
para sus privilegios escudándose en el afanoso campesino "medio"
y en el trabajador especializado. Alegaba que la oposición de izquierda
trataba de despojar al trabajador competente del mayor salario a que tenía
pleno derecho. Era la misma especie de disfraz demagógico empleado
por el capitalista y el terrateniente que derramaban lágrimas de
cocodrilo en pro del mecánico experto, del modesto comerciante emprendedor
y del labrador sacrificado siempre. Era una maniobra magistral por parte
de Stalin, y naturalmente halló inmediato eco entre los funcionarios
privilegiados, que por primera vez vieron en él su jefe dilecto.
Con desenfrenado cinismo, la igualdad se denunció como prejuicio
pequeñoburgués; la oposición fue denunciada como principal
enemiga del marxismo y máxima pecadora contra los evangelios de
Lenin. Reclinados en automóviles técnicamente propiedad del
proletariado, de camino hacia los puntos de veraneo, también propiedad
del proletariado, en los cuales sólo un puñado de elegidos
tenían entrada, los burócratas risoteaban: "¿Para
qué hemos estado luchando?" Esa irónica frase era muy popular
a la sazón. La burocracia había respetado a Lenin, pero siempre
les había parecido un poco fastidioso su puritanismo. Un chascarrillo
corriente en 1926-1927 caracterizaba su actitud hacia los dirigentes de
la oposición unida: ""Toleran a Kamenev, pero no le respetan; respetan
a Trotsky, pero no le toleran; a Zinoviev, ni le toleran ni le respetan."
La burocracia buscaba un líder que fuese el primero entre iguales.
La firmeza de carácter de Stalin y su estrechez de miras inspiraba
confianza. "No nos asusta Stalin -decía Yenukidze a Serebryakov-.
Tan pronto como empiece a darse importancia, le destituiremos." Pero, a
la postre, fue Stalin quien se desembarazó de ellos.
El Termidor francés, iniciado por los jacobinos de la izquierda,
se convirtió al cabo en una reacción contra los jacobinos.
"Terrorista", "montañés", "jacobino" se empleaban como palabras
injuriosas. En las provincias se echaron al suelo los árboles de
la libertad y se pisoteó la escarapela tricolor. Esto era inconcebible
en la República de los Soviets. El Partido totalitario encerraba
dentro de sí todos los elementos indispensables de reacción,
que movilizó bajo la bandera oficial de la Revolución de
octubre. El Partido no toleraba competencia alguna, ni siquiera en la lucha
contra sus enemigos. La campaña contra los trotskistas no se convirtió
en campaña contra los bolcheviques porque el Partido la había
hecho exclusivamente suya, señalándole ciertos límites
y sosteniéndola en nombre del bolchevismo.
A los ojos de los simplones, la teoría y la práctica
del "tercer período" parecían refutar la teoría del
período termidórico de la revolución rusa. En realidad,
no hicieron más que confirmarla. Lo esencial del Termidor fue, y
no puede menos de ser, social en cuanto a carácter. Su finalidad
era cristalizar una nueva capa privilegiada, crear un substracto nuevo
para la clase económicamente superior. Había dos pretendientes
a este papel: la pequeña burguesía y la misma burocracia.
Ambas combatieron unidas [en la batalla para vencer] la resistencia de
la vanguardia del proletariado. Una vez conseguido esto, cerraron una contra
otra en feroz acometida. La burocracia llegó a asustarse de su aislamiento,
de su divorcio del proletariado. Sola, no podía aplastar al kulak
ni a la pequeña burguesía, que había crecido y continuaba
creciendo sobre la base de la N.E.P.; tenía que contar con la ayuda
del proletariado. De ahí su esfuerzo concertado por presentar su
lucha contra la pequeña burguesía, por los productos sobrantes
y por el poder, como la lucha del proletariado contra las tentativas de
restauración capitalista.
Aquí cesa la analogía con el Termidor francés.
La nueva base social de la Unión Soviética se hizo intangible.
Defender la nacionalización de los medios de producción y
de la tierra es ley de vida o muerte para la burocracia, pues tal es el
origen social de su posición dominante. Esa era la razón
de su lucha contra el kulak. La burocracia podía sostener esta contienda,
y resistir hasta el fin, sólo con ayuda del proletariado. La mejor
prueba del hecho de que había hecho recluta de este apoyo fue el
alud de capitulaciones por parte de representantes de la nueva oposición.
La lucha contra el kulak, la pugna contra el ala derecha, contra el oportunismo
(las consignas oficiales de aquel período), parecieron a los trabajadores
y a muchos representantes de la oposición izquierdista como un renacimiento
de la Dictadura del Proletariado y de la Revolución Socialista.
Les advertimos entonces: no se trata sólo de lo que se hace, sino
también de quién lo hace. En condiciones de democracia soviética,
esto es, de autonomía obrera, la lucha contra los kulaks pudiera
no haber asumido una forma tan convulsivo, pusilánime y bestial,
y haber conducido a un alza general del nivel económico de las masas,
a base de industrialización. Pero la lucha de la burocracia contra
el kulak era una singular contienda [librada] sobre las espaldas de los
trabajadores: y como ninguno de los gladiadores confiaba en las masas,
como ambos temían a las masas, la pelea revistió un carácter
convulsivo y sanguinario. Gracias al apoyo del proletariado, terminó
en victoria para la burocracia. Pero no añadió nada al peso
específico del proletariado dentro de la vida política del
país.
Para comprender el Termidor ruso es de suma importancia darse cuenta
del papel del Partido como factor político. En la Revolución
francesa nada había ni remotamente parecido al Partido bolchevique.
Durante el Termidor hubo en Francia varios grupos sociales, [con varios]
rótulos políticos, que luchaban entre sí en nombre
de intereses oficiales definidos. Los termidóricos atacaban a los
jacobinos tildándolos de terroristas. La juventud dorada apoyaba
a los termidóricos por la derecha, amenizándolos también.
En Rusia, todos estos procesos, conflictos y uniones quedaban cubiertos
bajo el nombre del partido único.
Exteriormente, un solo partido conmemoraba fases de su existencia al
iniciarse el Gobierno soviético, y veinte años más
tarde, recorriendo a los medios en nombre de iguales fines: la conservación
de su pureza política y de su unidad. Ciertamente, el papel del
Partido y la finalidad de las "purgas" habían cambiado radicalmente.
En el primer período del poder soviético, el antiguo partido
revolucionario eliminaba de sus filas a los arribistas; y, en consecuencia,
los Comités se componían de trabajadores revolucionarios.
Aventureros, arribistas o simples bribones que trataban de aferrarse al
Gobierno en número muy considerable eran arrojados por la borda.
Pero las depuraciones de estos últimos años, por el contrario,
se dirigían lisa y llanamente contra el antiguo partido revolucionario.
Los organizadores de ellas eran los elementos más burocráticos
y de menos calibre del Partido; y sus víctimas, los elementos más
leales, afectos a tradiciones revolucionarias, y sobre todo su más
antigua generación revolucionaria, los elementos proletarios genuinamente
leales a la Revolución. El significado social de las "purgas" se
ha alterado fundamentalmente, pero esta alteración queda oculta
por el hecho de que las llevó a cabo el mismo Partido. En Francia,
vemos en circunstancias homólogas el movimiento tardío de
los distritos pequeñoburgueses y obreros contra los más conspicuos
de la pequeña y media burguesía, representados por los termidóricos
secundados por bandas de la juventud dorada.
Incluso tales bandas de jóvenes dorados se hallan hoy incluidas
en el Partido y en la Liga de la Juventud Comunista. éstas eran
los destacamentos de campaña, reclutados entre los hijos de la burguesía,
jóvenes privilegiados resueltamente decididos a defender su propia
posición de privilegio o la de sus padres. Basta señalar
el hecho de que a la cabeza de la Liga de la Juventud Comunista estuvo
durante años Kossarev, a quien generalmente se conocía como
un degenerado moral que abusaba de su elevada posición en provecho
de sus fines personales. Todo su aparato se componía de hombres
de este tipo. Tal era la juventud dorada del Termidor ruso. Su directa
inclusión en el Partido enmascaraba su función social como
destacamento activo de los privilegiados contra los trabajadores y los
oprimidos. La juventud dorada soviética, gritaba: "¡Abajo
el trotskismo! ¡Viva el Comité Central Leninista!", lo mismo
que la juventud dorada de Francia gritaba en el Termidor: "¡Abajo
los jacobinos! ¡Viva la Convención!"
Los jacobinos dominaron principalmente por la presión que la
calle ejercía sobre la Convención. Los termidóricos,
esto es, los jacobinos desertores, pugnaban por iguales métodos,
pero partiendo de propósitos opuestos. Comenzaron por organizar
a hijos bien peripuestos de la burguesía, extraídos de los
descamisados. Estos jóvenes dorados, o simplemente "jóvenes",
como los calificaba con indulgencia la Prensa conservadora, llegaron a
ser un factor tan importante en la política nacional, que cuando
los jacobinos fueron expulsados de todos los puestos administrativos, los
"jóvenes" les remplazaron. Un proceso idéntico se está
desarrollando en la Unión Soviética; sólo que allí,
bajo Stalin, su alcance es mucho mayor.
La burguesía del Termidor se caracterizaba por su profundo odio
a los montañeses, pues sus propios jefes provenían de los
que hablan estado al frente de los descamisados. La burguesía, y
con ella los termidóricos, temían sobre todo un nuevo estallido
del movimiento popular. Precisamente durante aquel período terminó
de formarse la conciencia de clase de la burguesía francesa. Detestaba
a los jacobinos y a los semijacobinos con odio feroz, como traidores a
sus más sagrados intereses, como desertores al enemigo, como renegados.
El origen del odio de la democracia burguesa a los trotskistas tiene el
mismo carácter social. Aquí hay gente de la misma capa, del
mismo grupo rector, de la misma burocracia privilegiada, que abandona las
filas sólo para ligar su destino al de los descamisados, los desheredados,
los proletarios, los pobres de aldea. Sin embargo, la diferencia está
en que la burguesía francesa ya existía antes de la Gran
Revolución. Primero se desprendió de su envoltura política
en la Asamblea Constituyente; pero tuvo que pasar por el período
de la Convención y el de la dictadura jacobina para arreglarse con
sus enemigos mientras que durante el Termidor restauró su tradición
histórica. La casta dominante soviética estaba compuesta
enteramente por burócratas del Termidor, reclutados no sólo
entre las filas bolcheviques, sino entre elementos de los partidos pequeñoburgueses
y burgueses también. Y estos últimos tenían muchas
cuentas que ajustar con los "fanáticos" del bolchevismo.
El Termidor descansaba sobre una base social. Era un problema de pan,
carne, viviendas, exceso, y, de ser posible, lujo. La igualdad jacobina
burguesa, que adoptó la forma de la reglamentación del máximum,
restringía el desarrollo de la economía burguesa y el aumento
del bienestar burgués (prosperidad). En este punto, los termidóricos
sabían perfectamente y comprendían desde luego adónde
iban. En la declaración de derechos que formularon, excluyeron el
artículo esencial: "Los individuos nacen y permanecen libres e iguales
en derechos." A los que proponían el restablecimiento de este importante
precepto jacobino, los termidóricos replicaban que era ambiguo y
por ello peligroso; todos eran, naturalmente, iguales en derechos, pero
no en aptitudes ni en posesiones. El Termidor fue una protesta directa
contra el temple espartano y el afán de igualdad.
La misma motivación social he de encontrarse en el Termidor
soviético. Se trataba, en primer término, de suprimir las
limitaciones espartanas del primer período de la Revolución.
Pero también interesaba conseguir crecientes privilegios para la
burocracia. No era cuestión de introducir un régimen económico
liberal. Las concesiones en tal sentido fueron de carácter transitorio,
y duraron mucho menos tiempo de lo que se pensó en un principio.
Un régimen liberal a base de propiedad privada significaba concentración
de riqueza en manos de la burguesía, especialmente de sus elementos
destacados. Los privilegios de la burocracia tienen otra fuente de procedencia.
La burocracia se apropió de aquella parte de la renta nacional que
pudo asegurarse por el ejercicio de la fuerza o en virtud de su autoridad,
o bien por su intervención directa en las relaciones económicas.
En cuanto a la producción nacional sobrante, la burocracia y la
pequeña burguesía pronto pasaron de la alianza a la enemistad.
El dominio del producto sobrante abrió a la burocracia la ruta del
poder.