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Algunos camaradas, o antiguos camaradas, como Bruno R., olvidando pasadas discusiones y decisiones de la IV Internacional, intentan explicar psicoanalíticamente mi estimación hacia la URSS. "Como Trostky participó en la Revolución Rusa, le resulta difícil renunciar al concepto de estado obrero que implica para él la razón de su vida", etcétera. Creo que el viejo Freud, que era muy perspicaz, hubiese fruncido el ceño ante un psicoanálisis de esta especie. No arriesgo nada haciéndolo yo. Por lo menos, puedo asegurar a mis críticos que subjetiva y sentimentalmente estoy de su parte.
La conducta de Moscú, que ha sobrepasado todos los límites de la abyección y el cinismo, provoca fácilmente la rebelión en cada revolucionario proletario. La rebelión engendra necesidad de rechazo. Cuando no disponen de fuerza para la acción inmediata, los revolucionarios impacientes suelen recurrir a métodos artificiales. Así nace, por ejemplo, la táctica del terrorismo individual. Más frecuentemente se recurre a los tacos, los insultos y las imprecaciones. En el caso que nos ocupa, algunos de nuestros camaradas se inclinan manifiestamente por el terrorismo "terminológico". Sin embargo, e incluso desde este punto de vista, el mero hecho de calificar de "clase" a la burocracia es inútil. Si el batiburrillo bonapartista es una clase, resulta que no es, un aborto, sino un hijo de la historia. Si su saqueo parasitario es "explotación" en el sentido científico del término, significa que la burocracia tiene un futuro como clase indispensable para determinado modo de producción. ¡He aquí el final feliz con el que se encuentran los rebeldes impacientes que se alejan de la disciplina marxista!
Cuando un mecánico sentimental
examina un coche en el que, pongamos por caso, unos gangsters han escapado
de la policía por una mala carretera, y se encuentra con los neumáticos
reventados, el chasis roto y el motor medio gripado, puede exclamar: "Esto
no es un coche, ¡vete a saber lo que es esto!". Una estimación
de este tipo carecerá de carácter técnico o científico,
pero expresará muy bien la legítima reacción del mecánico
ante la obra de los gangsters. Supongamos que el mecánico tiene
que reconstruir ese objeto que ha denominado "vete-a-saber-qué-es-esto".
En ese caso, tendrá que empezar por reconocer que lo que tiene delante
es un coche estropeado. Determinará qué partes están
todavía bien y cuáles es preciso reparar, para decidir por
dónde empezar el trabajo. El trabajador con conciencia de clase
debe adoptar una actitud similar hacia la URSS. Tiene perfecto derecho
a decir que los gangsters de la burocracia han transformado el estado obrero
en un "vete-a-saber-lo-que-es". Pero en cuanto supera la primera reacción
y se enfrenta políticamente con el problema, se ve obligado a reconocer
que tiene ante sí un estado obrero estropeado, con el motor de la
economía gripado, pero que todavía anda y que puede arreglarse
sólo con cambiar algunas piezas. Claro que esto es sólo una
analogía. Pero no la peor que se puede hacer.
Dicen algunos: "Si seguimos considerando a la URSS como un estado obrero, tendremos
que crear una nueva categoría: el "estado obrero contrarrevolucionario".
Este argumento intenta excitar nuestra imaginación contraponiendo
una buena norma programática a una realidad miserable, repugnante
incluso. ¿No estamos hartos de ver cómo, desde 1923, la URSS
juega un papel cada vez más contrarrevolucionario en la arena internacional?
¿Hemos olvidado la experiencia de la Revolución China, de
la huelga general inglesa de 1926 o la tan reciente de la Revolución
Española? Hay dos Internacionales obreras completamente contrarrevolucionarias.
Algunos parecen haberlo olvidado. Los sindicatos franceses, ingleses y
norteamericanos apoyan totalmente la política contrarrevolucionaria
de sus burguesías respectivas. Esto no nos impide llamarles "sindicatos",
apoyar sus avances y defenderlos contra la burguesía. ¿Por
qué no podemos utilizar el mismo método con el "estado obrero
contrarrevolucionario"? En último término, un estado obrero
es un sindicato que ha conseguido el poder. La diferencia de actitud entre
ambos casos es que los sindicatos tienen una larga historia, y ya nos hemos
acostumbrado a considerarlos como realidades, no como "categorías"
de nuestro programa. Y el estado obrero es ya una realidad, que no depende
para nada de nuestro programa.
¿Debemos
llamar "imperialismo" a la actual expansión del Kremlin? Primero,
hemos de establecer el contenido social de este término. La historia
ha conocido el "imperialismo" romano basado en el esclavismo, el imperialismo
de los señores feudales, el del comercio y la industria capitalistas,
el imperialismo de la monarquía zarista... La fuerza motora de la
oligarquía de Moscú es indudablemente el ansia de aumentar
su poder, su prestigio, sus ganancias. Este es un elemento del "imperialismo",
en el amplio sentido de la palabra, que caracterizó a las monarquías,
oligarquías, castas dominantes, estamentos medievales y clases en
el pasado. Sin embargo, en la literatura contemporánea, al menos
en la marxista, el imperialismo se define como una política expansionista
para financiar el capital, con un contenido económico muy determinado.
Emplear el término "imperialismo" para la política exterior
del Kremlin, sin especificar claramente lo que significa, equivale a equiparar
la política de la burocracia bonapartista con la del capital monopolista,
sobre la base de que ambos utilizan la fuerza militar como medio de expansión.
Semejante identificación, que sólo puede crear confusión,
es mucho más propia de socialdemócratas pequeñoburgueses
que de marxistas.
El
Kremlin participa en un nueva partici6n de Polonia, el Kremlin se apodera
de los países bálticos, el Kremlin se vuelve sobre los Balcanes,
Persia y Afganistán; en otras palabras, el Kremlin continúa
la política imperialista de los Zares. ¿No tenemos derecho,
por tanto, a calificar de imperialista la política del Kremlin?
Pero este argumento histórico-geográfico no es más
convincente que los otros. La revolución proletaria, nacida en el
imperio de los Zares, intentó desde el principio, y lo consiguió
durante un tiempo, conquistar los países bálticos; intentó
penetrar en Rumania y en Persia y una vez llegó con sus ejércitos
hasta Varsovia (1920). Las líneas de expansión de la Revolución
fueron las mismas que las del zarismo, porque la revolución no cambió
las condiciones geográficas. Precisamente por esto, los mencheviques
de entonces hablaron del "imperialismo bolchevique", calcado de la diplomacia
zarista. Los demócratas pequeñoburgueses repiten hoy este
argumento. Repito: no tenemos ninguna razón para imitarlos.
Sin embargo, junto al problema de cómo denominar la política expansionista de la URSS, está el del apoyo que el Kremlin está prestando al imperialismo de Berlín. Antes que nada, es preciso establecer aquí que -en ciertas condiciones, hasta un cierto punto y de determinada forma- hasta un estado obrero sano tendría que apoyar inevitablemente el imperialismo, porque le sería completamente imposible romper las cadenas de relaciones de un mundo imperialista. El pacto de Brest-Litovsk indudablemente reforzó temporalmente a Alemania contra Francia y Gran Bretaña. Un estado obrero aislado no tiene más remedio que maniobrar entre los campos imperialistas hostiles. Maniobrar implica apoyar temporalmente a uno contra el otro. Saber en cada momento a quién puede resultar más provechoso o menos peligroso apoyar, no es una cuestión de principio, sino de cálculo práctico y de visión de conjunto. Las inevitables desventajas de prestar apoyo a un estado burgués contra otro se equilibran con mucho por el hecho de que esto permite al estado obrero aislado continuar existiendo.
Pero hay maniobras y maniobras. En Brest-Litovsk el gobierno soviético sacrificó la independencia nacional de Ucrania a cambio de salvar el estado obrero. Nadie hablaría de sacrificio de Ucrania, porque todos los trabajadores conscientes comprendieron su carácter forzoso. El caso de Polonia es completamente diferente. El Kremlin no ha planteado nunca la cuestión de que estuviese obligado a sacrificar Polonia. Por el contrario, se jacta cínicamente de su astucia, lo que atenta a los más elementales sentimientos democráticos de las clases oprimidas de todo el mundo y debilita enormemente la situación internacional de la Unión Soviética. ¡La transformaci6n económica de los países ocupados no compensa esto ni en la décima parte!
Toda la política exterior del Kremlin se basa, por lo general, en un pícaro adorno del imperialismo "amigo", y esto significa sacrificar los intereses fundamentales del movimiento obrero mundial a cambio de ventajas secundarias e inestables. Después de haber drogado durante cinco años a los trabajadores con slogans como la "defensa de las democracias", Moscú es hoy cómplice de la política de pillaje de Hitler, Esto no convierte a la URSS en un estado imperialista, pero Stalin y su Comintern son, sin duda, los agentes más valiosos con que cuenta el imperialismo.
Si queremos definir exactamente
la política exterior del Kremlin, debemos decir que es la política
de la burocracia bonapartista de un estado obrero degenerado, en un entorno
imperialista. Esta definición no es tan corta ni tan sonora como
"política imperialista", pero, en cambio, es más precisa.
La
ocupación de la Polonia del Este por el Ejército Rojo es
seguramente un mal menor en comparación con la ocupaci6n de otros
territorios por los nazis. Pero este "mal menor" se obtuvo porque Hitler
se aseguró previamente un mal mucho mayor. Si alguien prende fuego,
o ayuda a prender fuego a una casa y luego salva a cinco de sus diez ocupantes
para convertirlos en sus propios semi-esclavos, se produce un "mal menor"
que si se hubiesen quemado los diez. Pero no está claro que este
pirómano merezca una medalla por el rescate. Y si se la dieran,
debería tirarla inmediatamente, como el héroe de una novela
de Víctor Hugo
.
Robespierre
dijo una vez que a la gente no le gustan los misioneros con bayonetas.
Pero lo que quería decir es que es imposible imponer a un
pueblo ideas o instituciones revolucionarias por la fuerza de las armas.
Esto no significa, sin embargo, que sea inadmisible intervenir militarmente
en un país para cooperar con la revolución. Pero una intervención
de este tipo, derivada de una política revolucionaria internacional,
debe ser entendida por el proletariado internacional y debe corresponder
a los deseos de las masas trabajadoras en cuyo territorio entran las tropas
revolucionarias. La teoría del socialismo en un solo país
no puede crear esta solidaridad internacional activa, la única capaz
de justificar y preparar la intervención armada. El Kremlin plantea
y resuelve el problema de la intervención militar como hace toda
su política; completamente al margen de las ideas y sentimientos
de la clase trabajadora internacional. Por ello, los últimos "éxitos
diplomáticos" del Kremlin le comprometen monstruosamente y han creado
la confusión en las filas del proletariado de todo el mundo.
Pero,
planteando así la cuestión -dicen algunos camaradas- ¿es
adecuado hablar de la defensa de la URSS y de las provincias ocupadas?
¿No sería más correcto llamar a los obreros y campesinos
de toda Polonia a luchar, tanto contra Hitler, como contra Stalin? Naturalmente,
eso es muy atractivo. Si surge simultáneamente la revolución
en Alemania y en la URSS, incluidas las nuevas provincias ocupadas, se
resolverían muchos problemas de un golpe. Pero no podemos basar
nuestra política sólo en lo más favorable, en la mejor
combinación de circunstancias. El problema es: ¿qué
hacemos si Hitler, antes de ser aplastado por la revolución, ataca
Ucrania antes de que la revolución haya destruido a Stalin? ¿Deberán
luchar en este caso los partidarios de la IV Internacional contra Hitler,
lo mismo que lucharon en las filas de la España republicana contra
Franco? Estamos totalmente, y en el más amplio sentido, por una
Ucrania libre, tanto de Hitler, como de Stalin. Pero, ¿qué
hacer si, antes de haber obtenido esa independencia, Hitler intenta apoderarse
de esa Ucrania que está bajo el dominio de la burocracia stalinista?
La IV Internacional contesta: defenderemos de Hitler la Ucrania esclavizada
por Stalin.
¿Qué significa defensa "incondicional" de la URSS? Significa que no le ponemos condiciones a la burocracia. Significa que, independientemente de los motivos o causas de la guerra, defendemos las bases sociales de la URSS, si se ven amenazadas por el imperialismo. Algunos camaradas preguntan: ¿y si mañana la URSS invade la India y empieza a cargarse un movimiento revolucionario, les apoyaremos? Esta pregunta no es del todo coherente. En primer lugar, no está claro por qué implicar a la India. Es más sencillo preguntar: ¿y si el Ejército Rojo amenaza a los obreros y campesinos de la URSS que se pongan en huelga contra la burocracia, lo apoyaremos o no? La política exterior es una continuación de la interna. Nunca hemos prometido apoyar todas las acciones del Ejército Rojo, que es un instrumento en manos de la burocracia bonapartista. Hemos prometido defender la URSS en tanto que estado obrero, y sólo lo que hay dentro de ella, que es característico de un estado obrero.
Un casuista inveterado puede argumentar: Si el Ejército Rojo, independientemente de la clase de "trabajo" que esté realizando en la India, es derrotado por los insurgentes indios, esto debilitaría a la URSS. Le responderíamos: La derrota de un movimiento revolucionario en la India, con la cooperación del Ejército Rojo, significaría un peligro mucho mayor para las bases sociales de la URSS que un contratiempo episódico de un destacamento contrarrevolucionario del Ejército Rojo en la India. La IV Internacional debe distinguir en cada caso cuándo el Ejército Rojo no es más que un arma en manos de la reacción bonapartista y cuándo está defendiendo las bases sociales de la URSS.
Un sindicato dirigido por reaccionarios
organiza una huelga para impedir el acceso de los negros a una determinada
rama de la industria, ¿apoyaríamos una huelga tan vergonzosa?
Naturalmente, no. Pero imaginemos que los amos, aprovechándose de
esta huelga, tratan de aplastar los sindicatos y de impedir toda defensa
organizada de los trabajadores. En este caso, defenderemos los sindicatos
como cuestión de principio, a pesar del carácter reaccionario
de su dirección. ¿Por qué no podemos aplicar a la
URSS esta misma política?
La
IV Internacional ha establecido definitivamente que, en todos los países
imperialistas, estén aliados o en contra de la URSS, los partidos
proletarios deben desarrollar durante la guerra la lucha de clases con
el propósito de tomar el poder. Al mismo tiempo, el proletariado
no debe perder de vista los intereses de la defensa de la URSS (y de las
revoluciones en las colonias) y, en caso necesario, pronunciarse por la
acción más decisiva, por ejemplo, huelgas, sabotaje, etcétera.
Las relaciones de poder han cambiado sensiblemente desde que la IV Internacional
formuló esta norma, pero su validez permanece. Si mañana
Inglaterra o Francia amenazan Moscú, los trabajadores ingleses y
franceses deben tomar las medidas más decisivas para impedir los
envíos de armas y soldados. Si Hitler, obligado por la lógica
de la situación, tiene que mandar ayuda militar a Stalin, los trabajadores
alemanes, por el contrario, no deberán recurrir a las huelgas y
los sabotajes. No creo que haya otra solución.
A algunos camaradas les sorprendió que yo hablase en mi artículo ("La URSS en guerra") del "colectivismo burocrático" como de una posibilidad teórica. Han visto en ello una completa revisión del marxismo. Se trata de un malentendido aparente. La concepción marxista de la necesidad histórica no tiene nada que ver con el fatalismo. El socialismo no se va a realizar "por sí mismo", sino que será el resultado de la lucha de fuerzas vivas, clases y partidos. La ventaja crucial del proletariado en esta lucha reside en que él representa el progreso histórico, mientras que la burguesía encarna la reacción y la decadencia. Esta es la fuente de nuestra fe en la victoria. Pero tenemos perfecto derecho a preguntarnos: ¿qué sucederá si vencen las fuerzas de la reacción?
Los marxistas han formulado un número incalculable de veces la alternativa: o el socialismo o la vuelta a la barbarie. Tras la "experiencia" italiana, se ha repetido miles de veces: o fascismo o comunismo. El paso al socialismo no puede dejar de parecernos más complicado, más heterogéneo, más contradictorio, de lo que se previó en el esquema histórico general. Marx habló de la dictadura del proletariado y su superación posterior, pero no dijo nada sobre su degeneración. Hemos observado y analizado por primera vez la experiencia de tal degeneración. ¿Es esto revisionismo?
La marcha de los acontecimientos ha demostrado que el retraso de la revolución socialista engendra indudables fenómenos de barbarie: desempleo crónico, pauperización de la pequeña burguesía, fascismo y guerras de exterminio que no abren ningún camino viable. ¿Qué nuevas formas sociales y políticas puede adoptar esta barbarie, si aceptamos teóricamente que la humanidad es incapaz de elevarse hasta el socialismo? Estamos en mejores condiciones que Marx para responder a esta pregunta. La nueva era bárbara está limitada por el fascismo y la degeneración del estado obrero. Una alternativa de este tipo -socialismo o servidumbre totalitaria- no sólo tiene una enorme importancia teórica, sino también agitativa, pues a su luz la necesidad del socialismo aparece con mayor claridad.
Si tenemos que hablar de revisión
de Marx, es realmente la de esos camaradas que hablan de un nuevo tipo
de estado "ni burgués ni obrero". Precisamente porque la alternativa
que yo planteo les obliga a llevar su pensamiento hasta sus últimas
consecuencias lógicas, algunos de estos críticos, asustados
por las conclusiones de su propia teoría, me acusan... de revisionismo.
Prefiero creer que es una broma.
Demostraba claramente en mi artículo "La URSS en guerra" que la perspectiva de un sistema de explotación ni obrero ni burgués, es decir, "colectivismo burocrático", es la perspectiva de la total derrota y decadencia del proletariado internacional, la perspectiva del más profundo pesimismo histórico. ¿Existen razones auténticas para adoptar esta perspectiva? No está de más inquirir sobre el asunto entre nuestros enemigos de clase.
En el número semanal del bien conocido periódico France Soir, de 31 de agosto de 1939, hay un reportaje muy instructivo sobre una entrevista entre Hitler y el embajador francés, Coulondre, celebrada el 25 de agosto. (La fuente de informaci6n debe ser el propio Coulondre.) Hitler se jacta del pacto que ha firmado con Stalin ("un pacto realista") y "lamenta" la sangre francesa y alemana que se desperdiciará.
"Pero -objeta Coulondre- Stalin se expone por los dos lados. El verdadero ganador (en caso de guerra) va a ser Trotsky, ¿no cree usted"?
"Lo sé -responde el Fuhrer-,
pero como Francia e Inglaterra dan a Polonia completa libertad de acción...",
etc.
Estos caballeros han tenido a bien
ponerle un nombre individual a los que esperan la revolución. Pero
ésta no es la esencia de esta dramática conversación,
justo en el momento en que se rompían las relaciones diplomáticas.
"La guerra va a provocar inevitablemente la revolución", dice el
representante de la democracia imperialista, temblando de pies a cabeza
y tratando de atemorizar a su adversario. "Lo sé -responde Hitler-,
lo sé", como si se tratara de una cuestión decidida hace
ya mucho tiempo. ¡Sorprendente diálogo!
Los dos, Hitler y Coulondre, representan
la barbarie que avanza sobre Europa. Ninguno de ellos duda que su barbarie
será derrotada por la revolución socialista. Las clases dominantes
de todos los países capitalistas del mundo son hoy conscientes de
ello. Su total desmoralización es uno de los elementos más
importantes de la correlación de fuerzas actual. El proletariado
tiene una dirección joven y todavía ilusionada. Pero la dirección
de la burguesía apenas se tiene en pie. Al principio de una guerra
que no pueden impedir, estos caballeros están convencidos de antemano
del colapso de su régimen. ¡Este hecho debe de ser para nosotros
fuente de un invencible optimismo revolucionario!
18 de octubre de 1939.
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