Las tendencias reaccionarias a la autarquía constituyen un reflejo
defensivo del capitalismo senil a la tarea con que la historia se enfrenta:
liberar a la economía de las cadenas de la propiedad privada y del
Estado nacional, y organizarla sobre un plan conjunto en toda la superficie
del globo.
La "declaración de los derechos del pueblo trabajador explotado",
redactada por Lenin y sometida por el Consejo de Comisarios del Pueblo
a la sanción de la Asamblea Constituyente en las escasas horas que
ésta vivió, definía en los siguientes términos
"la tarea esencial" del nuevo régimen: "el establecimiento de una
organización socialista de la sociedad y la victoria del socialismo
en todos los países". De manera que el internacionalismo de la revolución
fue proclamado en el documento básico del nuevo régimen.
Nadie se hubiera atrevido, en ese momento, a plantear el problema en otros
términos. En abril de 1924, tres meses después de la muerte
de Lenin, Stalin escribía en su compilación sobre Las bases
del leninismo: "Bastan los esfuerzos de un país para derribar a
la burguesía; la historia de nuestra revolución lo demuestra.
La victoria definitiva del socialismo, para la organización de la
producción socialista, los esfuerzos de un solo país, sobre
todo si es campesino como el nuestro, son ya insuficientes: se necesitan
los esfuerzos reunidos del proletariado de varios países avanzados".
Estas líneas no necesitan comentario. Pero la edición en
la que figuran ha sido retirada de la circulación. Las grandes derrotas
del proletariado europeo y los primeros éxitos, muy modestos a pesar
de todo, de la economía soviética, sugirieron a Stalin durante
el otoño de 1924 que la misión histórica de la burocracia
era construir el socialismo en un solo país. Se entabló una
discusión alrededor de este problema que pareció escolástico
a muchos espíritus superficiales pero que, en realidad, reflejaba
la incipiente degeneración dela III Internacional y preparaba el
nacimiento de la IV.
El ex comunista Petrov, a quien ya conocemos, actualmente emigrado
blanco, relata, según sus propios recuerdos, cuán áspera
fue la resistencia de los jóvenes administradores hacia la doctrina
que hacia depender a la URSS de la revolución internacional: "¡Cómo!
¿No podemos hacer nosotros mismos la felicidad de nuestro país?
Si Marx piensa otra cosa, no importa, no somos marxistas, somos bolcheviques
de Rusia". Al recordar las discusiones de 1923-1926, Petrov añade:
"Actualmente, no puedo menos que pensar que la teoría del socialismo
en un solo país es una simple invención estalinista". ¡Exacto!
Traducía exactamente el sentimiento de la burocracia que, al hablar
de la victoria del socialismo se refería a su propia victoria.
Para justificar su ruptura con la tradición del internacionalismo
marxista, Stalin tuvo la imprudencia de sostener que Marx y Engels habían
ignorado... la ley del desarrollo desigual del capitalismo, supuestamente
descubierta por Lenin. Esta afirmación debería ocupar el
primer lugar en nuestro catálogo de curiosidades intelectuales.
La desigualdad del desarrollo marca toda la historia de la humanidad, y
más particularmente la del capitalismo. El joven historiador y economista,
Solntsev -militante extraordinariamente dotado y de una rara calidad moral,
muerto en las prisiones soviéticas perseguido por su adhesión
a la Oposición de Izquierda-, escribió en 1926 una excelente
nota sobre la ley del desarrollo desigual, tal como se encuentra en la
obra de Marx. Naturalmente que este trabajo no pudo publicarse en la URSS.
Razones opuestas hicieron que se prohibiera la obra de un socialdemócrata
alemán -Vollmar- enterrado y olvidado hace largo tiempo, quien sostuvo,
ya en 1878, que un "Estado socialista aislado" era posible -refiriéndose
a Alemania, no a Rusia-, e invocando la "ley" del desarrollo desigual,
que se nos dice era desconocida hasta Lenin.
Georg H. von Vollmar escribía:
"El Socialismo implica relaciones económicamente desarrolladas,
y si la cuestión se limitara tan sólo a ellas, el socialismo
debería ser más fuerte donde el desarrollo económico
es mayor. En realidad, el problema se plantea de otro modo. Inglaterra
es indudablemente el país más avanzado desde el punto de
vista económico y, sin embargo, el socialismo es allí muy
secundario, mientras que en Alemania, país menos desarrollado, se
ha transformado en una fuerza tal que la vieja sociedad ya no se siente
segura...". Vollmar continuaba, después de haber indicado el poder
de los factores que determinan los acontecimientos: "Es evidente que las
reacciones recíprocas de tan gran número de factores, hacen
imposible, desde el punto de vista del tiempo y de la forma, una evolución
semejante aunque no fuera más que en dos países, para no
hablar de todos (...). El socialismo obedece a la misma ley (... ). La
hipótesis de una victoria simultánea del socialismo en todos
los países civilizados está completamente excluida, lo mismo
que la de la imitación por los otros países civilizados del
ejemplo del Estado que se haya dado una organización socialista.
(...) Así llegaremos al Estado socialista aislado que espero haber
probado que es, si no la única posibilidad, al menos la más
probable". Esta obra, escrita cuando Lenin tenía ocho años,
da una interpretación de la ley del desarrollo desigual mucho más
justa que las de los epígonos soviéticos a partir de 1924.
Notemos que Vollmar, teórico de segunda categoría, no hacía
más que comentar las ideas de Engels, a quien, se nos ha dicho,
la ley del desarrollo desigual le era desconocida.
El "Estado socialista aislado" ha pasado desde hace largo tiempo del
dominio de la hipótesis al de la realidad, no en Alemania, sino
en Rusia. El hecho de su aislamiento expresa precisamente el poder relativo
del capitalismo mundial y la debilidad relativa del socialismo. Entre el
Estado "socialista" aislado y la sociedad socialista, desembarazada para
siempre del Estado, queda por franquear una gran distancia que corresponde
justamente al camino de la revolución internacional.
Beatrice y Sidney Webb nos aseguran, por su parte, que Marx y Engels
no creyeron en la posibilidad de una sociedad socialista aislada, por la
simple razón de que "nunca imaginaron" ("neither Marx nor Engels
had ever dreamed") instrumento tan poderoso como el monopolio del comercio
exterior. No se pueden leer estas líricas sin embarazo por personas
de edad tan avanzada. La nacionalización de los bancos y de las
sociedades mercantiles, de los ferrocarriles y de la flota mercante, es
tan indispensable para la revolución social como la nacionalización
de los medios de producción, incluyendo las industrias de exportación.
El monopolio del comercio exterior no hace más que concentrar en
manos del Estado los medios materiales de la importación y la exportación.
Decir que Marx y Engels nunca pensaron en ello, es decir que no pensaron
en la revolución socialista. Para colmo de desdichas, el monopolio
del comercio exterior es, para Vollmar, uno de los recursos más
importantes del "Estado socialista aislado". Marx y Engels hubieran podido
aprender el secreto en este autor, si él no lo hubiera aprendido
de ellos.
La "teoría" del socialismo en un solo país, que Stalin
no expone ni justifica en ninguna parte, se reduce a la concepción,
extraña a la historia y más bien estéril, de que las
riquezas naturales permiten que la URSS construya el socialismo dentro
de sus fronteras geográficas. Se podría afirmar, igualmente,
que el socialismo vencería si la población del globo fuese
doce veces menor de lo que es. En realidad, la nueva teoría trataba
de imponer a la conciencia social un sistema de ideas más concreto:
la revolución ha terminado definitivamente; las contradicciones
sociales tendrán que atenuarse progresivamente; el campesino rico
será asimilado poco a poco por el socialismo; el conjunto de la
evolución, independientemente de los acontecimientos exteriores,
seguirá siendo regular y pacífico. Bujarin, intentando dar
algún tipo de fundamento a la teoría, declaró que
estaba probado contra toda duda que "las diferencias de clase en nuestro
país o la técnica atrasada no nos conducirán al fracaso;
podemos construir el socialismo aun en este terreno de miseria técnica;
su crecimiento será muy lento, avanzaremos a paso de tortuga pero
construiremos el socialismo y, lo terminaremos...". Subrayemos esta fórmula:
"Construir el socialismo sobre una base de técnica miserable" y
recordemos una vez más la genial intuición del joven Marx:
con una base técnica débil "sólo se socializa la necesidad,
y la penuria provocará necesariamente competencias por los artículos
necesarios que harán que se regrese al antiguo caos".
En abril de 1926, la Oposición de Izquierda propuso a una asamblea
plenaria del Comité Central la siguiente enmienda a la teoría
del paso de tortuga: "Sería radicalmente erróneo creer que
se puede ir hacia el socialismo a una velocidad arbitrariamente decidida
cuando se está rodeado por el capitalismo. El progreso hacia el
socialismo sólo estará asegurado cuando la distancia que
separa a nuestra industria de la industria capitalista avanzada (...) disminuya
evidente y concretamente, en lugar de aumentar". Con mucha razón,
Stalin consideró esta enmienda como un ataque "enmascarado" contra
la teoría del socialismo en un solo país y rehusó
categóricamente relacionar la velocidad de la edificación
con las condiciones internacionales. La versión estenográfica
da su respuesta en los siguientes términos: "El que haga intervenir
en este caso el factor internacional, no comprende cómo se plantea
el problema embrolla todas las nociones, sea por incomprensión,
sea por deseo consciente de sembrar la confusión". La enmienda de
la Oposición fue rechazada.
La ilusión de un socialismo que se construye suavemente -a paso
de tortuga- sobre una base de miseria, rodeado por enemigos poderosos,
no resistió largo tiempo los golpes de la crítica. En noviembre
del mismo año, la XV Conferencia del partido reconoció, sin
la menor preparación en la prensa, que era necesario "alcanzar en
un plazo histórico relativamente (?) mínimo, y sobrepasar,
enseguida, el nivel de desarrollo industrial de los países capitalistas
avanzados". La Oposición de Izquierda fue, en todo caso, "sobrepasada".
Pero aunque dieran la orden de "alcanzar y sobrepasar" al mundo entero
en un "plazo relativamente mínimo", los teóricos que la víspera
preconizaban la lentitud de la tortuga, eran prisioneros del "factor internacional"
tan temido por la burocracia. Y la primera versión de la teoría
estalinista, la más clara, fue liquidada en ocho meses.
El socialismo tendrá que "sobrepasar" ineludiblemente al capitalismo
en todos los dominios, escribía la Oposición de Izquierda
en un documento repartido ilegalmente en marzo de 1927, "pero en este momento
no se trata de las relaciones del socialismo con el capitalismo en general,
sino del desarrollo económico de la URSS con relación al
de Alemania, de Inglaterra, de los Estados Unidos. ¿Qué hay
que entender por un plazo histórico mínimo? Quedaremos lejos
del nivel de los países capitalistas avanzados durante los próximos
periodos quinquenales. ¿Qué sucederá en este tiempo
en el mundo capitalista? Si admitimos que pueda disfrutar de un nuevo periodo
de prosperidad que dure algunas decenas de años, hablar del socialismo
en nuestro atrasado país será una triste necesidad; tendremos
que reconocer que nos engañamos al considerar nuestra época
como la de la putrefacción del capitalismo. En este caso, la república
de los soviets será la segunda experiencia de la dictadura del proletariado,
más larga y más fecunda que la de la Comuna de París,
pero al fin y al cabo una simple experiencia (...) ¿Tenemos razones
serias para revisar tan resueltamente los valores de nuestra época
y el sentido de la revolución internacional? No. Al concluir su
periodo de reconstrucción (después de la guerra), los países
capitalistas vuelven a encontrarse con todas sus antiguas contradicciones
interiores e internacionales, pero aumentadas y agravadísimas. Esta
es la base de la revolución proletaria. Es un hecho que estarnos
construyendo el socialismo. Pero como el todo es mayor que la parte, también
es un hecho no menos cierto, pero mayor, que la revolución se prepara
en Europa y en el mundo. La parte sólo podrá vencer con el
todo (...).
"El proletariado europeo necesita un tiempo mucho menos largo para
tomar el poder que el que nosotros necesitamos para superar, desde el punto
de vista técnico, a Europa y América... Mientras tanto, tenemos
que aminorar sistemáticamente la diferencia entre el rendimiento
del trabajo en nuestro país y el de los otros. Cuanto más
progresemos, estaremos menos amenazados por la posible intervención
de los bajos precios y, en consecuencia, por la intervención armada
(...). Cuanto más mejoremos las condiciones de existencia de los
obreros y de los campesinos, con mayor seguridad precipitaremos la revolución
en Europa, más rápidamente esta revolución nos enriquecerá
con la técnica mundial y más segura y completa será
nuestra edificación socialista como una parte de la construcción
de Europa y del mundo". Este documento, como muchos otros, quedó
sin respuesta, a menos que se hayan considerado como tal las exclusiones
del partido y los arrestos.
Después de abandonar la idea del paso de tortuga, hubo que renunciar
a la idea conexa de la asimilación del kulak por el socialismo.
La derrota infligida a los campesinos ricos por medidas administrativas
debía proporcionar, sin embargo, un nuevo alimento a la teoría
del socialismo en un solo país: desde el momento en que las clases
estaban, "en el fondo", anonadadas, el socialismo, "en el fondo", estaba
realizado (1931). Era la restauración de la idea de una sociedad
socialista construida sobre "una base de miseria". Recordamos que un periodista
oficioso nos explicó en ese momento que la falta de leche para los
niños se debía a la falta de vacas no a las carencias del
sistema socialista.
La preocupación por el rendimiento del trabajo no permite rezagarse
en las fórmulas tranquilizadoras de 1931, destinadas a proporcionar
una compensación moral a los estragos de la colectivización
total. "Algunos creen -declaró súbitamente Stalin con ocasión
del movimiento Stajanov-, que el socialismo puede consolidarse con cierta
igualdad en la pobreza. Es falso. (...) El socialismo sólo puede
vencer, realmente, sobre la base de un rendimiento de trabajo más
elevado que en el régimen capitalista". Justísimo. Pero el
nuevo programa de las Juventudes Comunistas, adoptado en abril de 1935
en el congreso que las privó de los últimos vestigios de
sus derechos políticos, define categóricamente al régimen
soviético: "La economía nacional se ha vuelto socialista".
Nadie se preocupa por reconciliar estas concepciones contradictorias que
se lanzan a la circulación según las necesidades del momento.
Nadie se atreverá a emitir una crítica, dígase lo
que se diga.
La necesidad de un nuevo programa de las Juventudes Comunistas fue
justificada en estos términos por el ponente: "El antiguo programa
contiene una afirmación errónea, profundamente antileninista,
según la cual 'Rusia no puede llegar al socialismo más que
por la revolución mundial'. Este punto del programa es radicalmente
falso, impregnado de ideas trotskistas" -las mismas ideas que Stalin defendía
aún en abril de 1924-. ¡Queda por explicar por qué
un programa escrito en 1921 por Bujarin y atentamente revisado por el Buró
Político con la colaboración de Lenin, se reveló "trotskista"
al cabo de quince años, y necesitó una revisión en
un sentido diametralmente opuesto! Pero los argumentos lógicos son
impotentes cuando se trata de intereses. Después de emanciparse
del proletariado de su propio país, la burocracia no puede reconocer
que la URSS depende del proletariado mundial.
La ley del desarrollo desigual tuvo por resultado que la contradicción
entre la técnica y las relaciones de propiedad del capitalismo provocara
la ruptura de la cadena mundial en su eslabón más débil.
El atrasado capitalismo ruso fue el primero que pagó las insuficiencias
del capitalismo mundial. La ley del desarrollo desigual se une, a través
de la historia, con la del desarrollo combinado. El derrumbe de la burguesía
en Rusia provocó la dictadura del proletariado, es decir, que un
país atrasado diera un salto hacia adelante con relación
a los países avanzados. El establecimiento de las formas socialistas
de la propiedad en un país atrasado tropezó con una técnica
y una cultura demasiado débiles. Nacida de la contradicción
entre las fuerzas productivas mundiales altamente desarrolladas y la propiedad
capitalista, la Revolución de Octubre engendró a su vez contradicciones
entre las fuerzas productivas nacionales, demasiado insuficientes, y la
propiedad socialista.
Es verdad que el aislamiento de la URSS no tuvo las graves consecuencias
que eran de temerse: el mundo capitalista estaba demasiado desorganizado
y paralizado para manifestar todo su poder potencial. La "tregua" ha sido
más larga de lo que el optimismo crítico hacía esperar.
Pero el aislamiento y la imposibilidad de aprovechar los recursos del mercado
mundial aun cuando fuese sobre bases capitalistas (ya que el comercio exterior
había caído a una cuarta o quinta parte de lo que era en
1931), no sólo obligaban a hacer enormes gastos en la defensa nacional,
sino que provocaban uno de los más desventajosos repartos de las
fuerzas productivas y un lento crecimiento del nivel de vida de las masas.
Sin embargo, la plaga burocrática ha sido el producto más
nefasto del aislamiento.
Las normas políticas y jurídicas establecidas por la
revolución ejercen, por una parte, una influencia favorable sobre
la economía atrasada y sufren, por otra, la acción deprimente
de un medio retrasado. Cuanto más largo sea el tiempo que la URSS
permanezca rodeada por un medio capitalista, más profunda será
la degeneración de los tejidos sociales. Un aislamiento indefinido
provocaría infaliblemente no el establecimiento de un comunismo
nacional, sino la restauración del capitalismo.
Si la burguesía no puede dejarse asimilar pacíficamente
por la democracia socialista, el Estado socialista, por su parte, tampoco
puede fusionarse pacíficamente con un sistema capitalista mundial.
El desarrollo socialista pacífico de "un solo país" no está
en el orden del día de la historia; una larga seria de transtornos
mundiales se anuncia: guerras y revoluciones. En la vida interior de la
URSS también se anuncian tempestades inevitables. En su lucha por
la economía planificada, la burocracia ha tenido que expropiar al
kulak; en su lucha por el socialismo, la clase obrera tendrá que
expropiar a la burocracia sobre cuya tumba podrá inscribir este
epitafio: "Aquí yace la teoría del socialismo en un solo
país".
2.- LOS "AMIGOS" DE LA URSS
Por primera vez, un poderoso Gobierno compra en el extranjero, no a
la prensa de derecha, sino a la de izquierda y aun de extrema izquierda.
La simpatía de las masas por la más grande de las revoluciones
es canalizada hábilmente en favor de la burocracia. La prensa "simpatizante"
pierde insensiblemente el derecho de publicar lo que podría causar
la menor contrariedad a los dirigentes de la URSS. Los libros desagradables
al Kremlin son maliciosamente obviados. Apologistas ruidosos y desprovistos
de todo talento son traducidos a varios idiomas. Hemos tratado de no citar
en este trabajo las obras típicas de los "amigos" de la URSS, prefiriendo
necedades originales a las transcripciones extranjeras. La literatura de
los "amigos", comprendiendo la de la III Internacional Comunista, que es
la fracción más ramplona y vulgar, presenta, sin embargo,
un volumen imponente y su papel en la política no es despreciable,
de manera que hay que consagrarle algunas páginas.
El libro de los Webb, El comunismo soviético, ha sido declarado
como una aportación considerable al patrimonio del pensamiento.
En lugar de decir lo que se ha hecho y en qué sentido evoluciona
la realidad, estos autores emplean 1.500 páginas para exponer lo
que se ha proyectado en las oficinas o promulgado en las leyes. Su conclusión
es que el comunismo se realizará en la URSS cuando los planes y,
las intenciones hayan pasado al terreno de los hechos. Tal es el contenido
de un libro deprimente, que transcribe los informes de las cancillerías
moscovitas y los artículos de prensa publicados en los jubileos.
La amistad que se tiene a la burocracia soviética no llega a
la revolución proletaria; es más bien una prevención
contra ella. Los Webb están dispuestos, sin duda, a reconocer que
el sistema soviético se extenderá un día al resto
del mundo. Pero "cuándo o con qué modificaciones; por una
revolución violenta, por una penetración pacífica,
por una imitación consciente, son preguntas a las que no podemos
responder" ("But how, when, with what modifications, and whether through
violent revolution or by peaceful penetration, or even by consous imitation,
are questions we cannol answer"). Esta negación diplomática,
que constituye en realidad una respuesta inequívoca, muy característica
de los "amigos", da la medida de su amistad. Si todo el mundo hubiera respondido
así al problema de la revolución, antes de 1917 por ejemplo,
actualmente no habría Estado soviético y estos "amigos" británicos
dedicarían sus simpatías a otros objetos.
Los Webb hablan de la presunción de esperar revoluciones en
Europa en un porvenir muy próximo, como si fuera una cosa muy natural;
ven en este argumento una prueba tranquilizadora de lo razonable del socialismo
en un solo país. Con toda la autoridad de gentes para quienes la
Revolución de Octubre fue una sorpresa, muy desagradable por otra
parte, nos enseñan la necesidad de construir el socialismo en las
fronteras de la URSS, a falta de otras perspectivas. Por cortesía
se abstiene uno de encogerse de hombros. En realidad nuestra discusión
con los Webb no es acerca de la necesidad de construir fábricas
en la Unión Soviética y emplear fertilizantes minerales en
las granjas colectivas, sino acerca de si es necesario preparar una revolución
en Gran Bretaña y cómo se debería hacer. Pero sobre
este preciso punto, nuestros sabios sociólogos se declaran incompetentes
y el problema mismo les parece en contradicción con la "ciencia".
Lenin detestaba a los burgueses conservadores que se creen socialistas,
y más particularmente a los fabianos ingleses. El índice
alfabético de autores citados en sus Obras muestra la hostilidad
que demostró toda su vida a los Webb. Por primera vez, en 1907,
los trató de "estúpidos panegeristas de la mediocridad pequeño
burguesa británica" que "tratan de presentar al cartismo, época
revolucionaria del movimiento obrero inglés, como una simple niñería".
Sin el cartismo, la Comuna de París hubiera sido imposible, y sin
uno Y otra, la Revolución de Octubre también lo hubiera sido.
Los Webb no encontraron en la URSS más que mecanismos, administrativos
y planes burocráticos; no vieron ni el cartismo, ni la Comuna, ni
la Revolución de Octubre. La revolución les resulta extraña,
o cuando menos una "niñería desprovista de sentido".
Como se sabe, Lenin no se preocupaba por los modales palaciegos en
su polémica con los oportunistas. Pero sus epítetos injuriosos
("lacayos de la burguesía", "traidores", "almas serviles", etc.)
contuvieron, durante años, un juicio maduro sobre los Webb, propagandistas
del fabianismo, es decir de la respetabilidad tradicional y de la sumisión
a los hechos. No podría hablarse de un cambio profundo en el pensamiento
de los Webb durante los últimos años. Esta misma gente, que
durante la guerra apoyó a su burguesía y que aceptó
más tarde de manos del rey el título de Lord Passfield, no
ha renunciado a nada, no ha cambiado nada, adhiriéndose al comunismo
en un solo, y más si es extranjero, país. Sidney Webb era
ministro de las Colonias, es decir, carcelero en jefe del imperialismo
inglés, en el momento en que se aproximó a la burocracia
soviética, de la que recibió los materiales para su mazacote.
Tan tarde como 1923, los Webb no veían gran diferencia entre
el bolchevismo y el zarismo (véase The Decay of Capitalist Civilisation,
1923). En cambio, reconocían sin reservas la "democracia" estalinista.
No tratemos de ver en esto una contradicción. Los fabianos se indignaban
al ver que el pueblo privaba de libertad a las "personas instruidas", pero
encuentran muy natural que la burocracia prive de libertad al proletariado.
¿Esta no ha sido siempre la función de la burocracia laborista?
Los Webb afirman que la crítica es completamente libre en la URSS.
Demuestran con ello una falta absoluta de sentido del humor. Citan con
la mayor seriedad a la notoria "autocrítica" que se considera es
una parte de los deberes oficiales, cuyo objeto y límites se pueden
determinar fácilmente de antemano.
¿Candor? Ni Engels ni Lenin consideraban a Sidney Webb como
un ingenuo. Tal vez respetabilidad. Los Webb hablan de un régimen
establecido y de anfitriones agradables. Desaprueban profundamente la critica
marxista de lo que es y, por lo mismo, se sienten llamados a defender la
herencia de la Revolución de Octubre contra la Oposición
de Izquierda. Indiquemos, para ser más explícitos, que el
Gobierno laborista al que pertenecía Lord Passfield rehusó
en su tiempo la entrada en Inglaterra al autor de esta obra. Sidney, Webb,
que en esos momentos trabajaba en su libro, defendía de esa manera
a la URSS en el dominio de la teoría y al imperio de Su Majestad
Británica en el de la práctica. Y lo que lo honra más,
es que permanecía fiel a sí mismo en ambos casos.
Para muchos pequeño burgueses que no disponen de una pluma ni
de un pincel, la "amistad" oficialmente sellada con la URSS es una especie
de certificado de intereses espirituales superiores... La adhesión
a la francmasonería o a los clubs pacifistas es bastante análoga
a la afiliación a las sociedades de "Amigos de la URSS", pues permite
llevar dos existencias a la vez, una trivial, en el círculo de los
intereses cotidianos; la otra más elevada. Los "Amigos" visitan
de vez en cuando Moscú; toman nota de los tractores, de las guarderías,
de los pioneros, de los paracaidistas, de todo, en una palabra, salvo de
la existencia de una nueva aristocracia. Los mejores de ellos cierran los
ojos por aversión a la sociedad capitalista. André Gide lo
confiesa francamente: "También influyen, y mucho, la estupidez y
la falta de honradez de los ataques contra al URSS para que pongamos alguna
obstinación en defenderla". La estupidez y la falta de honradez
de los adversarios no pueden justificar nuestra propia ceguera. Las masas,
en todo caso, necesitan amigos que vean claro.
La simpatía del mayor número de burgueses radicales y
radical "socialistas" hacia los dirigentes de la URSS tiene causas no desprovistas
de importancia. A pesar de las diferencias de programas, los partidarios
de un "progreso" adquirido o fácil de realizar predominan entre
los políticos de oficio. Existen muchos más reformistas que
revolucionarios en el planeta; muchos más adaptados que irreductibles.
Se necesitan épocas excepcionales de la historia para que los revolucionarios
salgan de su aislamiento y para que los reformistas hagan el papel de peces
fuera del agua.
No hay en la burocracia soviética actual un solo hombre que
en abril de 1917, y aun mucho más tarde, no haya considerado fantástica
la idea de la dictadura del proletariado en Rusia (esa fantasía
se llamaba entonces... trotskismo). Los "amigos" extranjeros de la URSS,
pertenecientes a las generaciones mayores, durante decenas de años
consideraron a los mencheviques rusos como políticos "realistas",
partidarios del "frente popular" con los liberales y que rechazaban la
dictadura como una locura. Otra cosa es reconocer una dictadura cuando
ya se ha alcanzado, aún desfigurada por la burocracia; en este caso,
los "amigos" están justamente a la altura de las circunstancias.
Ya no se limitan a ofrecer sus respetos al Estado soviético, sino
que pretenden defenderlo en contra de sus enemigos, no tanto contra los
que le empujan hacia atrás como contra los que le preparan un porvenir.
¿Estos "amigos" son patriotas activos como los reformistas ingleses,
franceses, belgas y demás? Entonces es cómodo justificar
su alianza con la burguesía invocando la defensa de la URSS. ¿O
por el contrario, son derrotistas a pesar de sí mismos, como los
socialpatriotas alemanes y austríacos de ayer? En este caso esperan
que la coalición de Francia con la URSS les ayude a vencer a los
Hitler y los Shuschningg. León Blum, que fue un adversario del bolchevismo
en su periodo heroico y abrió las páginas de Le Populaire
a las campañas contra la URSS, ya no imprime una sola línea
sobre los crímenes de la burocracia soviética. Del mismo
modo que el Moisés de La Biblia, quien devorado por el deseo de
ver el rostro divino no pudo mas que postrarse ante la parte posterior
de la divina anatomía, los reformistas, idólatras del hecho
consumado, no son capaces de conocer y de reconocer más que su carnoso
trasero burocrático.
Los jefes comunistas actuales pertenecen, en realidad, al mismo tipo
de hombres. Después de muchas piruetas y acrobacias, han descubierto
de pronto las ventajas del oportunismo, al que se han convertido con la
frescura de la ignorancia que los caracterizó siempre. Su servilismo
hacia los dirigentes del Kremlin, no siempre desinteresado, bastaría
para privarlos absolutamente de cualquier iniciativa revolucionaria. A
los argumentos de la crítica sólo responden con ladridos
y mugidos; en cambio, ante el látigo del amo, menean la cola. Estas
personas tan poco atractivas, que a la hora del peligro correrán
a los cuatro vientos, nos consideran "flagrantes contrarrevolucionarios".
¿Qué más da? La historia, a pesar de su carácter
austero, no puede transcurrir sin alguna farsa ocasional.
Los más clarividentes de los "amigos" admiten, al menos en la
intimidad, que hay manchas en el sol soviético, pero sustituyendo
la dialéctica con un análisis fatalista, se consuelan con
el pensamiento de que una "cierta" degeneración burocrática
era inevitable en las condiciones dadas. Sea. Pero la resistencia al mal
no lo es menos. La necesidad tiene dos extremos: el de la reacción
y el del progreso. La historia nos enseña que los hombres y los
partidos que tiran de ella en sentidos contrarios terminan por encontrarse
a ambos lados de la barricada.
El último argumento de los "amigos" es que los reaccionarios
asirán con dos manos cualquier crítica al régimen
soviético. Esto es innegable y tratarán además de
aprovechar esta obra. ¿Alguna vez sucedió de otro modo? El
Manifiesto Comunista recordaba desdeñosamente que la reacción
feudal trató de explotar la crítica socialista contra el
liberalismo. Sin embargo, el socialismo revolucionario siguió su
camino. Nosotros seguiremos el nuestro. La prensa comunista dice, sin duda,
que nuestra critica prepara... la intervención armada contra la
URSS. Esto quiere decir, evidentemente, que los gobiernos capitalistas,
al saber por nuestros trabajos lo que ha llegado a ser la burocracia soviética,
van a castigarla por haber abandonado los principios de Octubre. Los polemistas
de la III Internacional no esgrimen la espada sino el garrote o armas todavía
menos aceradas. La verdad es que la crítica marxista, al llamar
a las cosas por su nombre, sólo puede consolidar el crédito
conservador de la diplomacia soviética a los ojos de la burguesía.
No sucede lo mismo con la clase obrera y los partidarios sinceros que
tiene entre los intelectuales. Allí, nuestro trabajo puede, en efecto,
hacer que nazcan dudas y suscitar desconfianza, pero no hacia la revolución
sino hacia sus usurpadores. Y éste es el fin que nos hemos propuesto.
Pues el motor del progreso es la verdad y no la mentira.